KAWAAKARI
"El río que resplandece en la oscuridad"
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Parte II
Capítulo XVIII
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Kagome acababa de dejar a Hojō en la puerta de la residencia. Su comportamiento no era el habitual, parecía más serio y formal de lo que había visto nunca en él. Luego de aquello se dirigió de regreso a la parte central de la casa y escuchó a su madre alzar la voz a su abuelo. Kagome se quedó de pie, quieta en el pasillo. El silencio que hubo a continuación resultó estridente, contenía todo el ruido de sus pensamientos. Por un momento no supo si estaba esperando a que se dijese algo más, o si estaba demasiado sorprendida con el hecho como para hacer algo. En ese momento pensó en que su madre llevaba días comportándose de forma extraña, manteniendo una rigidez que no era habitual en ella. Hoy mismo lo había demostrado en su afán porque cambiase de indumentaria. Si bien, era cierto que en su deseo por mantener el prestigio y la honorabilidad de la familia en ocasiones resultaba escrupulosa, habitualmente compensaba la exigencia de deberes con momentos de grata alegría con Souta y ella. No obstante, desde antes de esta visita de Hojō ya notaba cierta desavenencia entre los dos cabezas de familia. No había olvidado la tensa conversación que habían tenido ambos luego de la visita del señor Taisho. Sin embargo, no recordaba haber escuchado a su madre decir algo altisonante a su abuelo con la vehemencia que acababa de expresar.
Entonces su madre salió de la sala principal, cerró el shōji con delicadeza, a pesar de la intensidad que había en los colores que rodeaban su energía. Sus miradas se encontraron y Kagome comprobó que okāsan estaba preocupada.
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—¿Qué nombre le pondrás? —Souta hizo aquella pregunta mientras movía ante el gato una varilla de bambú con unas hebras de paja atadas en la punta.
—No lo sé —Kagome respondió, mientras apreciaba la diversión tanto del gato como de su hermano. A pesar de estar mirando la acción de ambos, no podía dejar de pensar en lo sucedido el día anterior con Hojō, su ojisan y okāsan. Las preguntas se sucedían en su mente sin parar y aunque se encontró con su madre en más de una oportunidad por la casa, la intuición le decía que ese no era el momento adecuado para decir algo al respecto.
—Mira lo lento que se mueve —Souta volvió a llamar su atención, mientras el gatito se paraba en sus dos patas traseras y alzaba las delanteras intentando alcanzar el improvisado juguete—. Parece que está bailando nihon buyo.
Kagome prestó un poco más de atención y sonrió al comprobar que los movimientos lentos del animalillo recordaban a dicho baile.
—Le podemos llamar Buyo —ofreció y pudo ver a su hermano sonreír en aprobación antes de exclamar un sí.
—Kagome —escuchó su nombre y miró hacia la puerta que había a su espalda. Se trataba de su madre—. Kaede sama está aquí —le anunció con la suavidad habitual, aunque Kagome aún podía notar los colores de su energía enturbiados por algo que la mantenía inquieta.
—Gracias, okāsan —sus palabras fueron suaves y dirigidas a brindar la paz que parecía necesitar su madre. Ésta le sonrió con un gesto delicado que Kagome aceptó como una comprensión por su parte—. Cuida de Buyo —le dirigió unas palabras a su hermano, antes de salir de la habitación.
Su madre y ella caminaron por el pasillo interior que comunicaba la habitación en la que se encontraba con Souta, con el resto de las dependencias de la casa. Kagome se ajustó el cinto de su ropa de entrenamiento en un gesto por el que buscaba encontrar la confianza necesaria para entablar una conversación con su madre. No obstante, ella se le adelantó.
—Ojisan ha accedido a que vayas a una reunión en la residencia del señor Taisho, a petición de él —le anunció y Kagome ralentizó el paso—. Mañana te acompañaré a elegir un kimono para la ocasión.
Kagome notó la mezcla de emociones dentro de ella, notaba ansia, alegría y confusión.
—¿Hojō ha estado de acuerdo? —hizo una pregunta que le resultó obvia después de la visita formal del día anterior. Su madre respiró hondamente y Kagome comprendió que contenía su molestia. Sólo en ese momento cruzó su mente una idea que no había considerado como una opción— Ojisan no ha aprobado el compromiso.
Las palabras salieron de ella con calma, a pesar de la euforia que notaba en el pecho. Su madre detuvo el andar y se giró de medio lado para mirarla al hablar. Kagome se detuvo igualmente y le prestó total atención.
—Así es. Ojisan ha creído que tienes derecho a explorar otras posibilidades —su madre pronunció aquella declaración con una elegancia tal que probablemente nadie podría notar su desacuerdo con la idea que acababa de expresar. Excepto para Kagome, ella podía leer más allá de las palabras y los gestos contenidos de su madre.
Quizás fuese por eso que decidió guardar silencio. No quería ahondar en el malestar que mostraba, ni en la razón por la que consideraba que Hojō era inigualable según su opinión.
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La zona de la mazmorra era un lugar al que InuYasha iba con agrado y repulsión a partes iguales. Necesitaba del desahogo que le daba el enfrentamiento y la lucha. No obstante el hedor de la sangre le era particularmente repulsivo, más aún cuando las criaturas eran débiles y sucumbían con facilidad. Sentía cierto placer al clavar sus colmillos en la carne del contrincante y esperar al momento en que éste respondiese con la ira de un animal salvaje. Lo que sucedía después de aquello ya le resultaba demasiado predecible y notaba el hartazgo de los años vividos y de la cárcel que generaban las reglas youkais. A veces se cuestionaba el paso del tiempo y su larga vida. En su naturaleza estaba la sobrevivencia y eso lo impulsaba a seguir y no le permitía pensar en un final. No obstante, cada nuevo día era un día más desde hacía mucho, y no era capaz de recordar desde cuándo. Los humanos ansiaban la longevidad, la inmortalidad incluso, sin embargo esta llegaba a ser anodina y carente de significado.
Él tenía un motivo para existir, al menos eso pensaba su hermano, y esa era la razón por la que ahora llevaba un apellido que nadie se molestó en darle durante sus primeros siglos de vida. InuYasha sonrió con ironía ante ese pensamiento, obviando por completo los quejidos del hombre que arrastraba por el suelo de piedra desde la entrada oculta a la mazmorra.
Lo había encontrado merodeando por un callejón adyacente a la calle central del barrio de Yoshiwara. Se había acercado a la zona para comprobar que Tsuyu, la youkai regente del Amadare, se estaba encargando de un pedido que él le había hecho. El humano miserable del que ahora tiraba por el pasillo parcialmente iluminado por antorchas, parecía estar esperando a alguien en una esquina oscura. InuYasha lo percibió, tanto por su hedor humano como por el intenso olor a sake barato. Sin embargo, eso no era suficiente para convertirlo en una de sus presas. Así que continuó su camino hasta el Amadare y comprobó que Tsuyu había cumplido con lo solicitado. A su regreso la pestilencia de la suciedad y el vicio que provenía del hombre se había mezclado con algo más repugnante; lascivia.
Ante aquello decidió depredar desde los tejados de las antiguas residencias dedicadas al placer. Aquel espacio le permitía avanzar de forma sigilosa y comprender lo que estaba sucediendo. Junto al hedor y la lujuria del hombre que vio tiempo antes, se percibía el quejido tenue de una voz femenina que pedía ayuda con poca fuerza. InuYasha se agazapó en uno de los tejados que daba a la estrecha y oscura calle en la que se guarecía el hombre y comprendió lo que ahí sucedía.
Una mujer, de aquellas que trabajaban en el barrio, había sido apartada al lúgubre espacio en que el hombre mal oliente se movía, y estaba siendo forzaba y asfixiada por la manos ennegrecidas y callosas de una persona que no concebía el mundo más allá del instinto básico de su cuerpo. InuYasha, por un instante, se sintió conmovido por la necesidad de vida que observó en aquel acto obsceno de posesión. Comprendió, con un corto instante de por medio, que el hombre buscaba entender su lugar en la cadena subrepticia de poder que se ejercía en el entorno al que pertenecía; y el modo en que aquella mujer, que daba placer por dinero, era el eslabón más débil antes que las ratas que deambulaban por los canales de la ciudad. InuYasha entendió que aquellos que están rotos no se reparan con facilidad. En la mayoría de los casos retozan en su victimismo y se vuelven parásitos dilapidadores que no aportan nada. La naturaleza, incluso en su parte más terrible, utiliza todo lo posible para generar vida nueva. InuYasha recordó el cadáver descompuesto del único amigo que tuvo en su infancia. Se trataba de un perro salvaje que al principio le gruñó mostrando los enormes colmillos que tenía. Era fiero y por el tiempo que estuvieron juntos le enseñó a cazar algo más que peces. Sin embargo, el hombre que se ocultaba tras la negrura del callejón carecía de lo necesario para vivir más allá de lo mundano, y justamente por eso se había convertido en una presa.
InuYasha tiraba de él como si lo hiciera de una roca sin vida. No había en su gesto más conmoción que la aplicada a una criatura pequeña destinada a morir en un corto plazo. Con esa idea en mente, el hombre que gesticulaba lamentaciones inentendibles para él distaba del merecimiento de ser oído.
Recordaba haberse echado abajo hacia la calle en la que el abuso estaba siendo protagonista, y lo demás era parte de una historia que culminaría en su mazmorra, en medio de la sangre que el hombre derramaría bajo sus garras.
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Kagome se observaba ante el espejo de la habitación de pruebas de una de las tiendas más reconocidas de Tokio. Lucía uno de los hermosos kimonos que Yaeko sama había escogido para ella junto a su madre. Éste estaba hecho con una tela tejida de color celeste cielo, azul noche e hilos de color plateado. Las flores que decoraban las mangas, el pecho y la parte baja, ascendiendo hasta encontrarse con el obi. Se trataba de un despliegue de bara, rosas de color blanco con un suave detalle en amarillo, adornadas de hojas de un verde pálido. Kagome miraba el diseño apreciando su belleza, al igual que la poca relación que sentía con lo que la indumentaria pretendía contar.
—Es perfecto para una reunión de una joven en edad de comprometerse —Yaeko sama observó su obra desde cierta distancia y Kagome pudo ver el modo en que su madre asentía en aprobación.
—Sí, es perfecto —su madre tocó la tela de la manga y luego movió suavemente el moño del obi a su espalda.
Mientras las mujeres hablaban sobre la mejor forma de atar el obi para que éste hiciera destacar la pieza completa, Kagome perdía la mirada en el kimono de color rojo que había expuesto. La intensidad en el tono de la tela, que le recordaba al color de la sangre, capturó su atención en cuánto entraron en la tienda. Las flores que aparecían bordadas en dorado eran kuroyuri, una especie pequeña de lirio cuyo significado era amor, aunque también contaba con un contra significado; maldición. El diseño permitía que las flores se perdieran entre largas hojas de un matiz gris oscuro que bien podía pasar por negro si no se observaba bien. Kagome intentaba comprender la reticencia de su madre sobre la visita que haría a la residencia Taisho, después de todo su familia apenas lo conocía. Ante ese pensamiento recordó el modo en que había expuesto a InuYasha, durante la última conversación que tuvieron en medio de un paseo por el templo, la duda que tenía sobre sus posibles intensiones románticas y éste no las negó. Recordó, igualmente, el modo en que el hombre la miraba. Sintió el rubor ascender por su cuello, hasta tocarle las mejillas y pudo comprobar en la imagen que le devolvía el espejo lo visible que éste era para cualquiera que la mirase.
—Parece que a Kagome sama le gusta su nuevo kimono —Yaeko sama hizo una suave reverencia, interpretando el sonrojo a su favor.
Kagome sonrió e imitó la reverencia, de todos modos no iba a mencionar que su gusto estaba en el kimono de color rojo sangre. Su madre pareció complacida con el hecho y volvió a repasar el nudo del obi con cierto grado de obsesión que Kagome no entendió en ese momento.
Poco después, cuando ella volvía a vestir el komon con que había llegado, las dos mujeres ajustaban los detalles de la entrega de la delicada prenda. Ella aprovechó ese momento para acercarse al kimono que habría escogido. Detalló con los dedos, por medio de una caricia suave, las kuroyuri bordadas con hilos dorados, rojos y grises, dando profundidad diversa a cada flor. La tela resultaba suave y firme a la vez, y aquello evocó en ella una sensación de seguridad. No, incluso era algo más intenso que la seguridad, se trataba de certeza. Kagome supo que quién llevase aquel kimono desprendería un aura indómita contenida bajo las capas de tela. Profesó aún más deseo por probarse aquella prenda. Su mente se iluminó con un recuerdo y sus dedos, de forma sincronizada, tocaron la tela del obi que colgaba junto al kimono extendido para su exposición. Tuvo una aguda sensación de densidad que le llenó las venas y le pesó en los huesos. Estaba rememorando el día en que InuYasha Taisho y ella pasearon por el jardín Koishikawa, y la forma en que él le había tocado el pecho por encima de la tela del obi que vestía en ese momento. Notó un temblor ante el recuerdo, su cuerpo parecía traer al presente aquel toque recordando aquello en este mismo instante. Deseó repetir la caricia con su propia mano por sobre la tela que vestía y notó el ansia de volver a sentir la incertidumbre que experimentó en aquel momento, y saber qué sentiría al ir un poco más allá.
—Kagome ¿Estás lista? —la voz de su madre la arrancó de sus pensamientos y el deseo que se fraguaba en ella.
—Sí, claro —notó un débil reverberar del ansia en su tono, no obstante, nada que pudiese percibir su madre.
Aquella noche Kagome se exploró a sí misma con más ahínco que nunca. En su mente aparecían las manos de InuYasha Taisho tocando su ropa y abriéndose paso por las uniones de ésta. Igualmente atrajo la sensación del pelo del hombre cosquilleándole en el cuello cuando se le acercaba desde la espalda y el aroma a hierba recién cortada que le evocaba cuando lo tenía a corta distancia. Además de la intensidad de sus ojos dorados cuando la miraban.
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Continuará.
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N/A
Me encantó escribir este capítulo por toda la tensión que contiene y por la sensación de estar abriendo puertas que difícilmente se podrán cerrar.
Espero que les haya gustado y que me cuenten en los comentarios.
Besos
Anyara
