Capítulo 14
Tira y afloja.
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Shura estiró el cuello hacia atrás, mientras se perdía en el pasillo, guiado por Aioros, porque le hubiera gustado escuchar un poco más del intercambio de palabras entre Camus y Saga, no solo por el tiempo que pasaron distanciados, sino por la evidente tensión que la pelea en Capricornio, dejó a su paso.
Era lógico que el Centauro hubiera preferido marcharse y darle espacio a esos dos para hablar, pero también existía la posibilidad de que no lograran arreglar sus problemas, si Camus no dejaba al escorpión; y como estaban las cosas entre ellos, dudaba que eso fuera así de fácil…
A diferencia de Aioros, quien en otrora viviera momentos de agridulce pasión, y que conocía el templo, el español no tenía ni idea de hacia dónde iban. Volvió la vista hacia el frente, y tras algunos pasos, el joven Sagitario se detuvo.
—Aquí no es Motel—. "Saludó" Kanon con una sonrisa retorcida, cuando los encontró por el pasillo.
—Eso deberías saberlo tú, mejor que nadie—. El pelinegro levantó las cejas con sorpresa, porque aunque el gemelo menor se merecía aquellas palabras, no era típico en su amigo hablar con tal dureza.
Aioros pareció ignorar la consternación del capricorniano, porque continuó por el pasillo hasta llegar a otra puerta, mientras Kanon continuaba con lo suyo, que era ir a espiar la conversación de Saga con Camus.
Cuando ambos llegaron a la sala, el castaño se dejó caer sobre uno de los sillones, cubriéndose la cara con la mano mientras cerraba los ojos y trataba a toda costa de calmarse. El hispano lo siguió, en silencio, intentando empatizar sobre cómo se sentía: en su imaginación, Aioros debía estar experimentando el sabor amargo de los celos, mezclado con culpa y desazón; porque no le gustaba tener emociones así, y siempre luchaba por hacer lo correcto, pero definitivamente estaba preocupando por Saga, quien (según el Centauro) sufría innecesariamente.
—¿Qué pasa entre ellos?— preguntó el castaño por fin, dirigiéndose hacia él. Shura levantó las cejas.
¿Debería ser él quien le contara todo?
¡No! No era su secreto, ni tampoco participaba en esa situación de forma activa. Quizá sí colaboró un poco siendo un observador de amantes, al ver silenciosamente a Saga siendo él mismo con Camus, y a Camus, tratando de no ser frío y distante pero afectuoso con él; y luego, colaborando en su causa con Milo al llevarle toda clase de cosas…
Pero eso hacen los amigos. Se apoyan en cualquier circunstancia o decisión, justo como lo hacía ahora por él, en su incursión por reconquistar a Saga…
Shura supo que era obvia su curiosidad, aunque por dentro seguramente estaba reprendiendo esa necesidad.
—Tú sabes…— contestó tratando de no entrar en detalles innecesarios—… Camus ahora tiene una relación, y…
—Ellos no actuaban como siempre—. Lo interrumpió Sagitario con dureza. El pelinegro desvió la mirada y se rascó la cabeza sin saber qué decir.
El noveno guardián exhaló con frustración y se restregó la palma de la mano por el rostro para limpiar la expresión que tenía encajada en él.
—Lo siento, Shura…— expresó con arrepentimiento y habría hecho lo mismo con Kanon, si no se llevara mal con él.
—No hay drama, hombre—. Le sonrió dándole una pequeña palmada.
Debería estar feliz al saber que Saga estaba distanciado de Camus. Esa sería una emoción humana perfectamente justificable, sin embargo, ser consciente que su gran amor sufría, no podía otorgarle ningún tipo de regocijo, porque después de saber por Saga que estaba enamorado del francés, sin importar cuánto doliera, solamente deseaba lo mejor para los dos…
…Flashback…
Tras arreglar sus asuntos con Saga, Aioros no había perdido oportunidad para buscar convivir un poco más con él, programando visitas en la tarde, encuentros para entrenar y algunas conversaciones nocturnas; sin embargo, tras considerarlo un poco, finalmente decidió ponerse serio con el ex Patriarca, y expresar lo que anhelaba.
Era de noche, así que estaban sentados en la sala de Géminis conversando sobre la vida misma, cuando el arquero decidió sacar el tema a colación.
—Debo preguntarte algo…— cambió de la nada lo que estaban conversando. El peliazul se sorprendió ligeramente, pero sonrió mientras le invitaba a hablar.
—Suelta la flecha—. Bromeó, ya que él era un arquero. Aioros sonrió al balancear la pierna que estaba cruzada.
—¿Tendremos otra oportunidad?— preguntó, fijando sus ojos en él. Saga no dudó en mostrar su sorpresa ante eso, y claramente esa no era la respuesta que el centauro esperaba, pero puesto que Aioros era honesto y no quería manchar su relación con un malentendido, ni dándole una falsa esperanza, suspiró suavemente antes de contestar:
—La verdad es que yo, estoy enamorando de alguien más…— las pupilas de ambos guardianes estaban fijas en las del otro, por lo que Aioros sabía que hablaba realmente en serio, y Saga podía leer el dolor que le estaba causando—… Perdóname…— el castaño cerró los ojos y movió la cabeza de un lado a otro con suavidad.
—Tenía que intentarlo—. Suspiró, y se apoyó por completo en el sillón. Saga se preguntó si debería acercarse a él, no obstante, no lo hizo, porque romper la distancia le daría motivos para conservar una mínima esperanza.
—Yo arruiné todo entre nosotros, ¿por qué querrías volver?— Aioros consideró que su curiosidad era normal.
—Sin importar las cosas que nos distanciaron, tuvimos buenos momentos—. Contestó con honestidad. El gemelo se quedó en silencio, asintiendo suavemente.
—¿Qué hay de Shura?— preguntó tras un momento, al recordar que ambos sostuvieron un romance— Tú y él…
—Ahora somos amigos—. Respondió el centauro sonriendo con amabilidad.
Saga se quedó pensativo durante un momento, después decidió acercarse, ya que también eran amigos.
—Lamento esto…— Aioros comenzó a reírse, mientras colocaba la mano sobre la cabeza ajena, con una caricia afectuosa.
—Estamos bien, ¿de acuerdo?— Saga se sorprendió al principio, después sonrió con nostalgia al recordar las veces que ambos compartieron un momento así en el pasado; generalmente cuando él pasaba por un mal momento, o cuando su amigo lo felicitaba por algo.
Sagitario devolvió la mano sobre su pierna, y consideró un momento si debería saciar su propia curiosidad, o dejarlo al azar…
—¿Y quién es el afortunado?— Inquirió, mirándolo de lado. Saga apretó los labios durante unos segundos, pero antes de poder expresar cualquier cosa, volteó hacia la entrada.
—¿Camus?— se extrañó, poniéndose de pie, y dejando al castaño dónde estaba, para ir al pasillo.
Al parecer el acuariano había ido hasta ahí buscándolo, pero al notar la presencia de Aioros, decidió volver sobre sus pasos.
—Lo lamento…— escuchó su tono en el pasillo, de forma suave y ligeramente insegura, como algo nada particular en él—… Yo… Te traje esto…
—Gracias, Camus…— La voz aterciopelada poco típica en Saga llamó la atención del noveno guardián, quien, aunque no podía mirar ese pequeño encuentro en el pasillo, notó la cercanía y complicidad que tenían.
—Buenas noches, Aioros—. Lo saludó el acuariano con prioridad, cuando Saga lo llevó hasta la sala. El centauro se puso en pie, y le sonrió con alegría.
—Hola, Camus, ¿cómo estás?
—Muy bien, gracias…— su tono era evidentemente diferente al que empleaba con el geminiano. Por supuesto que no era tajante, pero su modulación respondía, sin querer, las preguntas del centauro.
—Traeré algunas copas—. Anunció Saga elevando el vino que Camus llevó hasta ahí.
—No te preocupes, yo ya me iba—. Intentó el castaño despedirse, pero el aguador movió la cabeza de un lado a otro.
—Quédate, por favor, y disfruten el vino—. De pronto Aioros notó que el galo creía que ellos tenían una relación, y él estaba ahí interrumpiendo.
Y si no fuera una persona noble y honorable, agradecería el gesto mientras abrazaba al geminiano, para dejarlo con esa idea errónea, marcando así su territorio…
—Saga y yo estábamos hablando sobre nuestros tiempos como postulantes—. Comentó alegremente, haciéndole un gesto al galo, para que lo acompañe al sofá— ¡Éramos terribles jóvenes aventureros!— exclamó riéndose. El ex Patriarca soltó una carcajada, a la vez que movía la cabeza de un lado hacia otro.
—Siempre fuiste una mala influencia…— bromeó.
—Era divertido…— se alzó de hombros el castaño—… Y hemos sido amigos desde entonces—. Señaló con suavidad. Saga se rio, pero no distinguió el pequeño sentimiento de tranquilidad que esas palabras intentaron transmitir al aguador.
El gemelo se acordó de algo y golpeó al arquero con su mano mientras se reía con una especie de culpa y complicidad.
—¿Te acuerdas cuando enterramos a Kanon en la arena?— Sagitario ahogó con su palma una exclamación llena de sorpresa.
—¡No lo menciones!— gruñó— No sabía cómo explicarle al Patriarca que lo perdimos—. Se llevó la mano a la frente y luego se dirigió hacia el acuariano—. Ha puesto que nunca te contó lo competitivo que era.
—¿Yo?— soltó una carcajada— ¡Tú no parabas de ponerme a prueba!— el arquero se rio.
—Veamos lo que Camus opina sobre eso…— lo jaló del brazo y lo llevó al sofá para contarle todas las cosas que tal vez (y muy seguramente) no sabía sobre él.
El aguador miró al dueño del templo con un atisbo de duda, por lo que este soltó una pequeña carcajada, y lo empujó ligeramente por los hombros para que terminara de pasar; aceptando así la invitación del otro.
De esa forma, los tres pasaron la noche disfrutando el vino, acompañando por un poco de queso.
Y mientras Aioros daba algunos sorbos al jugo de la vid, observaba al acuariano tratar de mantener sus sentimientos a raya, y a Saga haciendo hasta lo imposible por no demostrar que lo amaba… Algo imposible a los ojos de alguien que conoce y sufre de amor en silencio.
… End of flashback…
Por supuesto que le dolía verlo con alguien más, no obstante, saber que Camus le correspondía y que compartían ese amor a su propia forma, lo tranquilizaba; porque notaba las miradas furtivas, los gestos compartidos y la modulación en sus palabras, que eran amorosas y sinceras; sin embargo, todo se volvió confuso cuando le preguntó a Saga si ya se lo había dicho, y él respondió que no; entonces le sugirió darse prisa, antes que Camus saliera con alguien más, y esa misma noche, apareció con Milo, de quien Aioria estaba enamorado…
Así que la relación de esos dos arruinó la confesión de su hermano, y la decisión del geminiano.
Pero, ¿cómo? Tenía la certeza que el aguador estaba enamorado de Saga. Lo vio con sus propios ojos aquella noche, sin embargo, ahí estaba el galo, mirándolo con desprecio y hablándole con frialdad… ¿Por qué?
No sabía cuánto tiempo Shura y él estuvieron en silencio, hasta que el protector del templo apareció por la puerta, con una expresión sobrecogida, y como él lo conocía perfectamente, notó que estaba conteniendo en sus pupilas las ganas por desbordarse.
Aioros se acercó para preguntarle si estaba bien, pero el geminiano le sonrió suavemente.
—Tomaré un baño, e iré con ustedes…— el castaño se sorprendió.
—¿Estás seguro? Podemos…— los dedos del ex Patriarca tocaron gentilmente su cálida mejilla, silenciando cualquier palabra.
—Será como en los viejos tiempos…— Dijo con suavidad. Aioros asintió, en silencio, y Saga simplemente decidió irse.
Shura y él intercambiaron una mirada, pero decidieron respetar su decisión.
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Cuando abandonaron el santuario, uno llevaba en el pecho la angustia mezclada con el dolor, la ira y una pizca de felicidad, porque, por primera vez, experimentaba el sabor de una venganza; pues, no sabía si de verdad, Milo no reconoció a Kanon, o si intentaba fastidiarlo.
Por otro lado, el escorpión miraba de forma inquieta al francés, porque como siempre, esos pequeños encuentros con Saga lograron derrumbarlo.
Estaba tan emocionado por su cita, que olvidó el pequeño detalle de encontrarlo como piedra, en su camino. Tal vez si hubieran ido juntos, bastaría con tomarle la mano y llevarlo a dar una vuelta por ahí, a los ojos de él y cualquier curioso, incluido Kanon.
Debería sentirse culpable por no haberle reconocido, pero estaba tan inquieto por Camus, que no tenía otro pensamiento en su cabeza; así que pensó que tal vez Saga había perseguido a Camus, sin embargo, no pudo estar más equivocado.
Al llegar al pueblo, se detuvieron en una fuente tranquila y despejada que tenía la réplica de una famosa escultura griega que hacía honor y mención a la diosa Atenea.
El aguador estiró los dedos que estaban libres y movió el flujo del agua con sus cosmos provocando pequeñas estalactitas. Milo se sentó a un costado de la fuente para admirar al otro, y cuando lo hizo, sonrió.
—El cabello amarrado, te queda bien—. El galo se sorprendió, deteniendo sus movimientos, porque no esperaba recibir un halago sobre su apariencia física—. En una cita es lo que un novio debería decir.
Camus bajó el brazo a un costado de sus piernas, y movió los dedos con inquietud, volviendo a mirar la fuente. Tras un breve silencio, se sentó a un costado del otro.
—Gracias… ¿Debo hacerlo también?— su curiosidad lo llevó a observar al escorpión de reojo. Milo se apoyó hacia atrás, poniendo el peso de su cuerpo sobre las manos.
—Solo si tú quieres…— sonrió de costado.
—No creo que lo necesites—. Bromeó el otro, aunque estaba más serio de lo que debería. Milo se rio ligeramente, porque aunque era consciente de su sex appeal, deseaba oír de él un halago.
Camus, por su parte, pensó que el rojo en Milo le quedaba bien. Sí, generalmente ese era su color, pero la tonalidad bordó era la que hacía resaltar más sus rasgos color canela, o esa sonrisa que ahora no podía dejar de mirar.
El aguador no fue consciente de la forma intensa en que observaba al escorpión, hasta que él le devolvió una sonrisa, por lo que Camus movió la cabeza hacia el lado contrario…
—Entonces… ¿Qué es exactamente una cita?— preguntó, distraído con un par de adolescentes que pasaban en ese instante riendo. Milo lo pensó un momento, antes de contestar:
—Tomarse de la mano, besarse, caminar por ahí, besarse, comer algo que te guste, besarse, y… ¿Ya dije besarse?
—Como un millón de veces…— murmuró el otro rascándose ligeramente la punta de la nariz para disimular una pequeña risa.
—¿Quieres hacerlo ahora?— Inquirió Milo, rozando a propósito su codo, con el brazo del otro. Camus intentó recordar cuándo fue la última vez que compartieron un contacto así, pero no pudo hacerlo.
Claro que no era necesario sin "su público" cerca, pero debía admitir que estaba tan acostumbrado a sentirse incómodo por la frecuencia e intensidad en que estos llegaban, que extrañaba esa pequeña "sensación tortuosa'.
—Es probable…— alzó los hombros para restarle importancia a hacerlo o no—… Solo sí es lo primero en tu lista…— Lanzó un suspiro, inconscientemente, y Milo se mordió con suavidad el labio para frenar la ansiedad que sentía por lanzarse sobre él, ahora que tenía su permiso.
—Lo haré cuando menos te lo esperes…— amenazó, riéndose después. El aguador meneó la cabeza, sabiendo que lo hacía para molestarlo
—Entonces, ¿de eso se trata una cita, de besuquearse sin sentido?
—Cuando tienes una cita, haces lo que quieras con esa persona. Básicamente, compartes tu tiempo y tus gustos…
—¿Y si no tienes nada en común?
—Creo que para eso es una cita, Camus, para conocer a esa persona—. La explicación de Milo tenía sentido, pero no pudo evitar preguntarse por qué él lo sabía.
—¿Cómo es que lo sabes?— preguntó elevando una ceja.
—Porque quería tener una relación con Kanon—, respondió el griego como si nada, pues en realidad no le importaba; sin embargo, Camus no tomó a bien esa mención cuando sintió un pequeño retortijón en el estómago—, una de verdad y no algo sexual y efímero…
—Entiendo…— Lo cortó porque no deseaba entrar en detalles, ni seguir escuchando hablar de él o las maliciosas palabras de Saga, que solo se confirmaban al oír hablar a Milo.
Camus se puso de pie, con la vista en la fuente que aún estaba ligeramente congelada.
—¿Qué es lo primero que quieres hacer?— preguntó moviendo los dedos sobre sus piernas mientras concentraba el cosmos en sus yemas para hacer al hielo bailar sobre la fuente. El escorpión se puso de pie también.
—Esto…— Milo se acercó, ladeó su rostro, cerró los ojos, y le dio un beso tibio en los labios.
Había esperado demasiado por uno de ellos, y un contacto así de efímero no era suficiente, por lo que abrió la boca, tomó uno de los bordes carnosos, y volvió de un roce suave, algo más candoroso cuando repitió el movimiento un par de veces.
Camus cerró los ojos, y correspondió el contacto entre ellos, aún inquieto por la mención de Kanon tanto en labios de Milo como en los de Saga…
"Disfruta tu relación mientras puedas…"
El griego se apartó del aguador para expresar a dónde quería ir, pero tan rápido como sus labios se abrieron para decir la propuesta, Camus lo jaló por la camisa e inició un pequeño incendio al besarle intensamente mientras trataba de borrar cada palabra que golpeaba su cabeza.
"Milo es orgulloso, pero siempre pudo perdonarlo…"
El galo abrió la boca, atrapando entre ella los labios griegos mientras deslizaba las manos por sus hombros, y lo atraía en un abrazo.
"Quería tener una relación con Kanon, una de verdad y no algo sexual y efímero…"
Enterró las yemas de sus dedos entre el cuero cabelludo ajeno mientras oía a Milo decirle eso.
"No dudará en pegarte una patada cuando él le diga lo obvio…"
Abrió su propia cavidad, y con la punta de su lengua, tocó los bordes carnosos del otro…
"Que lo ama…"
Sintió al griego abrir la boca y recibir a la intrusa catadora, a la vez que sus yemas iban y venían, apretando ansiosamente la espalda acuariana…
Y fue cuando ambas lenguas chocaron, que recordó lo ocurrido en la biblioteca: el fuego expandiéndose desde sus labios, hasta el estómago, con una sacudida que estremeció todo su cuerpo entre los brazos de aquel hombre.
Entonces se detuvo, empujando a Milo como si eso lo hubiera ocasionado él.
El escorpión, sedado por las caricias ajenas, y sorprendido por la repentina acción, trastabilló y tropezó con la fuente. Camus, al ver lo que su nerviosismo causó, se apresuró a jalarlo del brazo para que no cayera dentro del agua, dejándolo sentado donde estaba antes.
—¿¡Pero qué…?!— intentó gritarle. Camus fingió que no pasaba nada, sentándose a su lado otra vez.
—¿Por qué te quejas? Dijiste que una cita era para eso—, metió los dedos en el agua y comenzó a moverlos de un lado a otro de forma inquieta—, así que aproveché para darte las gracias, ya que estabas tan desesperado por besarme…
—¡Yo no estaba desesperado!— exclamó azorado con una mezcla de enojo y vergüenza, por lo que había pasado. Camus lo miró de lado y mostró un gesto sarcástico con sus labios.
—Lo que tú digas…— Milo apretó los dientes al ver que el otro se estaba burlando, y que encima parecía disfrutarlo.
Sin embargo, al mirar sobre su hombro, descubrió que a pesar del calor de septiembre, la fuente comenzaba a cristalizarse, así que bajó la vista y descubrió que era el francés quien lo estaba haciendo; por lo que metió la mano en el agua y tomó la del otro para frenarlo.
—Camus, vas a congelar la fuente si no te calmas—. El acuario miró hacia atrás y notó que tenía razón.
—¡Estoy calmado!— Exclamó levantándose y tratando de ir a cualquier otra parte para no tener que lidiar con la mirada de él, al descubrir que aún no podía mantener su nerviosismo bajo control. Milo se puso en pie también y lo detuvo del brazo, atrayéndolo, para volver a estar en una posición pegada uno frente al otro.
—Aprendiste bien…— deslizó los dedos tentativamente por sus labios—, así que estoy orgulloso de mi aprendiz—. Camus odió tener el cabello recogido, porque así no podía cubrirse y disimular, solo rascarse la punta de la nariz, o las cejas.
Nunca pensó que alguien como Milo pudiera darle una felicitación por algo que no requería leer o fuera de uso útil; tampoco imaginó que se sentiría nervioso o que lo sacaría así de control.
Berreó en silencio y se le ocurrió que necesitaba ajustarse los calentadores, pero cuando se agachó para hacerlo, se dio cuenta de que no estaba usándolos, así que disimuló acomodándose el pantalón para no pisarlo al caminar. Milo lo contempló, y no pudo evitar reírse, porque, a pesar de todo, seguía siendo un manojo de nervios solo con él; aunque la verdad, si no se hubiera frenado, el escorpión sí habría perdido el control totalmente y sería irremediable ponerse en ridículo pidiéndole un poco más…
Quizá sí, Camus no fuera virgen, pedirle una noche de pasión y entrega sería sencillo…
Cuando el galo se incorporó, Milo le tomó la mano.
—Vamos—. Anunció, y continuaron su camino por el pueblo, dejando la fuente tras de sí.
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Caminar por Rodorio en compañía de Milo, era una experiencia tan diferente, a las que compartieron previo a la cita, porque al andar, el escorpión aprovechaba para relatar toda clase de anécdotas locas que se le ocurrieran en ese momento mientras miraba un local, o cuando encontraba situaciones parecidas a algún suceso en su vida.
No importaba qué, él tenía algo que decir, o alguien de quien reírse.
De pronto Camus sintió un jalón en su brazo, porque el bicho caminaba apresuradamente hacia ahí.
—¡Ahí está!— Oyó que el otro exclamaba, mientras lo arrastraba hacia allá, y cuando estuvieron cerca, el aguador admiró que se trataba de un local colorido que olía a carne frita.
—No voy a comer eso…— protestó de antemano, negándose al sabor de una hamburguesa; pero el escorpión lo ignoró y lo llevó hacia una pequeña ventanilla que sobresalía al local.
—Cuando estabas en cama te prometí un helado… Y no me digas que 'soy el amo de las nieves' porque te apuesto que no podrías hacer un banana Split aunque lo intentaras…
—Es amo de los hielos— Corrigió—. Y jamás estaría interesado en…
—¡Hola!, ¿podrías darme dos helados?— Inesperadamente, Milo lo interrumpió, aunque ni siquiera se dirigió a él; más bien, lo ignoró para indicar con su dedo, apuntando al tablero sobre la pared, lo que deseaba comprar.
—Pero…— Trató de replicarle, no obstante, el griego ni el señor lo escucharon, así que suspiró y se quedó callado. Escorpio sacó dos monedas del pantalón oscuro que traía y se las dio sin esperar cambio. Camus tomó su helado, y cuando comenzaron a caminar, esta vez sueltos de las manos, por fin se atrevió a hablar—. Te agradezco… esto…
—Créeme, soy el novio perfecto para ti—. Dijo el escorpión, de la nada, cerrándole el ojo. Esta vez Acuario no pudo evitar sentir extrañeza y manifestarla en el semblante.
—¿Acaso pretendes no escucharme?
—Vamos, no es para tanto. Si no lo pruebas…
—Es que tú no sabes que a mí…
—Sí, ya sé que no te gusta el dulce—. Terminó de decir. El enfado del galo se notó en su sempiterno ceño fruncido.
—¿Podrías dejarme terminar de hablar?
—¿Para qué, si ya sé lo que dirás?—. Acuario suspiró, pues no iba a comenzar a pelear con su novio ficticio, solamente por un choque típico de personalidades. Miró con atención el helado en cuestión: en la mano derecha sostenía un triángulo, que luego, a su vista y entender, tomó forma de cono, con una bola blanca ligeramente manchada de rojo.
Camus odiaba el dulce, desde pasteles a cierto tipo chocolate. Creía que picaban los dientes, y a juzgar tanto por la personalidad de Aioria y Milo (que de niños cenaban golosinas), experimentó con Shaka (quien jamás probaba un dulce) que definitivamente el azúcar era un aliciente para perder la cabeza.
Con Hyoga e Isaac era muy estricto con los postres, y ellos fueron libres del insípido yugo, solo al crecer.
—¡Ja! ¡No me digas que el poderoso amo de los hielos le teme a un simple helado!— Se mofó el escorpión. Acuario odiaba a morir que lo pusiera a prueba, pero también el no escuchar a su razón cuando esta le gritaba mala idea.
No la había escuchado cuando desbordó su amor hacia Saga, no lo hizo cuando Milo le propuso aquel noviazgo fingido, o el momento de meterse en la riña de él con Saga, o cuando estuvieron solos en la biblioteca y emprendió una batalla labial con el escorpión…
¿Por qué escuchar a su conciencia ahora?
Suspiró resignado, manteniendo sus pupilas fijas en el helado, cuando su mano la acercó lo suficiente para que la lengua rozara la bola blanca con las manchas rojas; entonces cerró los ojos como sí esperase un golpe duro y repentino, pero, en lugar de eso, sus papilas gustativas tocaron el cielo, porque el sabor suave y salado del queso katiki domokou(1) le restaba lo empalagoso a las pequeñas porciones de frutas rojas dentro.
Le había encantado la mezcla de sabores, y su rostro no lo dejó mentir; sin embargo, se negaba a continuar la degustación mientras la suspicaz mirada de Milo se mantuviera sobre él.
—¿Y…?— Escorpio no podía aguantar la curiosidad, y aunque por dentro, el galo no podía dejar de pensar algo para fastidiarlo, reconocía que había hecho un gran esfuerzo por complacerlo.
—Cosa de suerte…— Respondió con simpleza, y volvió a pasar su lengua, con desagrado (pues siendo él un hombre tan elegante, comer con las manos, o la papila, era inapropiado).
—No lo adiviné al azar—. Aclaró el griego—. Sabía perfectamente tu repudio hacia lo dulce, y lo planeé curiosamente—. Confesó Milo, satisfecho. Camus evitó mostrarse sorprendido.
—Creo que intentas decir: cuidadosamente—. Lo corrigió. El octavo guardián levantó los hombros, concentrado en su propio helado—. No creí que fueras tan observador.
—Hemos compartido muchas cosas estas semanas, y sería un idiota si no fuera capaz de notar algo tan simple.
—Sí—, sonrió el aguador suavemente—, hemos pasado un tiempo increíble juntos—. Milo se sorprendió al escucharlo hablar, y se sintió feliz al saber que Acuario estaba encantado con su compañía, y más aún con la relación que mantenían… Aunque fuera fingida.
De pronto pensó que esa sería la oportunidad perfecta para confesarle que al haber actuado como su novio, ya no deseaba dejar de serlo.
Observó su perfil, deteniéndose en el cómo Camus (aún dubitativo) pasaba su lengua por la bola de helado, y luego la escondía en el interior de su boca, cubriéndola con su mano, con vergüenza.
¿Qué pasaría si confesara lo que estaba sintiendo por él? ¿Él daría pie a un nuevo sentimiento, respondiendo un "yo también", o lo apagaría para decir que Saga era la única persona a la que podía querer?
Si lo hacía, Milo le creería, pues habiendo estado juntos todo ese tiempo, ya tendría que sentir algo… ¿No es así?
Abrió la boca para comenzar, pero después la cerró al tiempo que pensaba y recordaba que aún no le había preguntado lo sucedido en Géminis esa tarde, si quería hablar sobre eso, o cómo se sentía con ello.
Después consideró que sí lo escuchaba, le pondría en un estado caótico en el que querría golpear hasta matar al tercer guardián, y sinceramente no deseaba arruinar su cita con Camus envuelto por los celos…
Prefirió concentrarse en su helado, aunque ya no tuvo el valor para comerlo, porque saberse enamorado y rechazado por segunda vez, le cerraba el estómago.
"Yo aprovecharía mi calidad de novio para terminar de conquistarlo…", le dijo Hyoga con una estúpida sonrisa cómplice.
Y como si eso no fuera suficiente, después lo volvió a repetir en una de sus cartas, junto con algunas notas y consejos extras.
Un poco más animado, Milo volvió a comer su helado.
—Oye… ¿Qué calificación me darías en el ranking de novios?— Indagó con la esperanza de que eso lo ayudara en el futuro para expresar lo que sentía. El galo levantó una ceja.
—¿Existe algo así?— preguntó extrañado. Milo meneó la cabeza, y formó una sonrisa.
—Solamente es una etiqueta… no sé, llámalo curiosidad si quieres…
—Ocho—. Respondió rápidamente, casi sin pensar. El griego enloqueció.
—¡¿Qué!? ¿¡Por qué!?— Camus no lo controló y se echó a reír, dejando a Milo entre desconcertado y burlado; así que decidió vengarse—. Bien, pues yo a ti te daría un cinco…— Para el maestro de la perfección este número era peor que mandarlo a saludar a su desconocida progenitora.
—¿Cómo que cinco?— se ofendió.
—Sí, un cinco por tu falta de conocimientos en cuanto a detalles con la persona que "amas", como tomarle la mano, besarlo, y sobre todo comer helado—. Para Camus eso era fácil de enmendar, porque ni siquiera derribar a un oso polar, le había ameritado tal número, y eso que esa tarea casi le cuesta la vida.
Rápidamente, pasó su helado a la extremidad contraria, liberando la que estaba del lado de Escorpio, para poder tomarle la mano; de esta forma cumplió lo primero, luego lo detuvo y sin más se aproximó para besarlo. A Milo se le salió el corazón en cuanto sintió aquel roce, y a Camus también en el momento que notó el chocolate en la boca ajena, tentándolo a degustar ese sabor, emprendiendo una exploración con la lengua…
Ante su idea, se echó para atrás, desviando la vista y retomando su marcha.
Milo y él quedaron en silencio, caminando aún por el pueblo, sin el valor de volver a probar el postre helado, para no limpiarse el sabor que los labios ajenos dejaron momentos atrás.
—Todavía no sé cómo comer helado—. Le dijo Camus algunos minutos después.
El octavo guardián solo mencionó eso para molestarlo, pero como tenía una insana necesidad por descontrolar al galo, se le ocurrió algo que podría avergonzarlo después, si notaba ese tipo de prácticas inmorales.
—Así…— le indicó el griego, deteniendo la marcha. Entonces el aguador lo miró de perfil, y observó con atención como Milo deslizaba, con calma, la punta de la lengua por la amplitud del cono, desde el pico, hasta el delicioso chocolate, donde se detuvo, tocando apenas la bola de nieve con ella, y moviéndola tentativamente por la crema café oscura, para después abrir la boca y tomarla por completo despacio, de arriba hacia abajo con mayor velocidad luego, y procedía a introducirla más lento que antes, llenando su boca y por último la dejaba ir con un movimiento sugerente y sensual.
La gente que pasaba a su alrededor lo miraba con cierto repudio y espanto, pero los ojos de Camus parecían ansiosos por grabar cada uno de sus movimientos.
—Ya veo…— Fue todo lo que comentó cuando él terminó. El griego se imaginó que esto despertaría en Acuario alguna clase de comentario ofensivo o ansiedad, pero, por el contrario, parecía convencido de que así debía realizarse…
Y así, por si Milo había olvidado la ingenuidad que a veces gozaba su acompañante, en cuanto el francés comenzó a imitar sus movimientos, se arrepintió de haberle enseñado como se hacía una práctica oral, de tipo sexual, que el otro imitaba a la perfección, con esa lengua que sabía cómo tentar al ya indefenso y enamorado escorpión, con su inexperiencia primero, y luego con la práctica y conocimiento ya adquirido debido a sus batallas con él. Era tanta su devoción por devorar con la boca el helado, que Escorpio sintió un revoloteo en el estómago, seguido por un escalofrío en la espina dorsal, que culminó en una pequeña chispa en la punta del glande.
Camus lo miró como esperando una felicitación, quizás, pero lo único que recibió de él fue un jalón inesperado.
—¿Qué…?— Pero no pudo terminar de hablar, pues Escorpio lo sujetó con fuerza contra su cuerpo y comenzó a besarlo tan inesperadamente, que Camus quedó con los ojos abiertos, sintiendo como sus labios eran literalmente el postre favorito del espartano.
Pronto el sabor del chocolate mezclado con el frío, y la pasión de la boca ajena, lo arrastró por un mar de sensaciones electrizantes, que lo llevó a cerrar los ojos, dejándose vencer por el beso apasionado.
Camus tenía debilidad por la amargura del cacao, pero mientras sentía la lengua del otro intercambiar sensaciones y sabores, descubrió que podría hacerse adicto a dar y recibir un contacto así, mientras iba perdiendo el aire entre los pocos espacios donde Milo le permitía escapar; así que se alejó un poco para recuperarse y tratar de entender qué había ocurrido, cuando, una nueva caricia de labios fue lo que recibió; así que comenzó a ponerse nervioso, y Milo ansioso, a explorarlo con las manos por la espalda en busca de profundizar las sensaciones; entonces Camus no supo como zafarse, y para calmarlo, se le ocurrió colocar el brazo libre en su pecho… y la bola de helado justo dentro de la boca del griego cuando la abrió para volver a lanzarse sobre él.
Escorpio reaccionó cuando el frío del helado le llegó al cerebro, y una punzada lo atacó.
—¡Agh!— Se quejó, colocándose las manos sobre la sien, como si de este modo la sangre regresara a su flujo normal. Se puso en cuclillas en el suelo tratando de recuperarse, y disimular al amigo imprudente que estaba ligeramente despierto.
—¿Qué fue… eso…?— De pronto al griego se le pasó el dolor, y con las mejillas sonrojadas, elevó los ojos hacia Acuario: el maestro de Hyoga lo miraba con seriedad, pero a la vez con atisbo de duda y temor…
Ahí estaba la ansiedad de Milo expresada en las retinas galas, y una de las razones que le hacían decidir que aún no era el momento apropiado para expresar que aquella cita tenía como único objetivo conquistarlo, porque estaba perdido en las garras del amor solo por él; y que al intentar fastidiarlo con su recato, terminó pagando el karma al ser tentado por la pasión que ya no podía ocultar.
Sin embargo, Camus estaba inquieto por sus propias emociones y reacciones, y no por las de Milo.
Tras un momento, el griego se levantó
—Tú comenzaste en la fuente— se excusó, dándole la espalda. El galo exhaló.
—Y yo que pensaba que te habías tomado eso de los besos en serio…— murmuró con el entrecejo fruncido.
—Pues no, no lo hice…— Milo sentía que el corazón se le saldría del pecho, y no podía encontrar la forma de calmarlo.
—Si tú lo dices…— Comentó el francés en voz baja. El griego volteó a verlo, pero ya no le dijo nada, porque, al parecer, su cita se había vuelto un poco incómoda…
Y solamente empeoró cuando Camus se quedó con la vista fija al frente, y su expresión pasó de la sorpresa a la confusión. Entonces Milo volteó para seguir la línea de sus ojos, y notó que Aioros y Shura pasaban frente a ellos, a la distancia, riendo en compañía de Saga…
El aguador cerró los ojos y le dio la espalda, pero el griego se dio cuenta de que verlo justamente en ese momento era difícil para él…
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Aunque podrían haber vuelto al Santuario, Milo decidió continuar con la cita para aligerar la incomodidad y cualquier cosa que Camus tuviera en su cabeza en ese momento respecto a Saga; así que después de comer un sándwich de pan pita con fiambre ibérico, le pidió al aguador elegir su siguiente destino, como premio por hacer un buen trabajo como novio (por eso de la mano, el beso y el helado).
—No salgo demasiado, pero Shura me ha traído aquí en ocasiones y dice que los pasteles son deliciosos…— Anunció Camus al notar la cara de Escorpio, que no había cambiado un centímetro desde que entraron a aquella cafetería tan ajena a lo que imaginaria los gustos de él, o del español.
El griego lo miró haciendo un gesto tan gracioso, que el galo trató de ignorarlo para evitar reírse.
—Son vacas…— Señaló sin el menor reparo el mantel, el servilletero, el sombrero del encargado del mostrador, el delantal de la camarera, y las tazas de algunos de los clientes. Acuario pareció sutilmente avergonzado al rascarse la mejilla.
—No salgo demasiado—, repitió—, pero Shura me ha traído aquí en ocasiones y dice…
—Ya me lo dijiste, Camus—. Interrumpió el octavo guardián con una liviana sonrisa, como consciente de que estaba metiendo la pata otra vez con su acompañante, y asimilado que tenía razón al insinuar que no conocía otros sitios más que ese. Eso significaba que con Saga nunca salieron, ni de casualidad.
Animado por el pensamiento de que compartían una cita como primera vez para ambos, también jaló la silla y se sentó frente al otro.
—Creo que por eso le gusta este lugar…— Comentó el francés tras un breve momento. A Escorpio se le antojó pensar que estaba siguiendo con el comentario, y que, a la vez, se refería a Shura.
—Pero él es una cabra, no una vaca—. Le aclaró con una sonrisa. Acuario movió la mano al aire para restarle importancia a su respuesta.
—Mientras tenga cuernos no importa—. Milo se carcajeó.
—Sí Mu… no, mejor dicho, si Shion te oyera…— Su compañero alzó los hombros de forma despreocupada.
—No los estoy agrediendo, y aunque así fuera… el que se está riendo de ello eres tú, no yo…— El griego parpadeó. Estaba tan concentrado en lo que hablaban que ni siquiera se dio cuenta de que Camus estaba sentado con una pierna cruzada, un codo apoyado sobre ella, y la palma como sustento para la barbilla, mientras sus ojos se mantenían fijos en la ventana de la cafetería y su rostro tan calmado y serio como si nada…
—¿Cómo puedes decir algo gracioso y fingir que no pasó nada?— Inquirió Milo, no sorprendido, pero sí un poco indignado. Acuario lo miró, y formuló en sus labios una pequeña y cálida sonrisa, que únicamente duró unos segundos; en cuanto Escorpio parpadeó, esta había desaparecido junto con la atención del francés. Entiendo su secreto, formuló un gesto comprensivo con la boca, porque no era que Camus no sonriera, es que lo hacía tan débil y efímeramente que nadie podría notarlo…. A menos, claro está, que estuviese interesado en captar cualquier cosa que él hiciera…
Después de unos minutos, llegó la mesera y les dejó unas libretas delgadas, en las cuales estaban las fotografías de los postres y bebidas que podían pedir. Milo, ante todas las variedades, pareció tener problemas para elegir qué ordenar…
—Veamos si nuestro escorpión puede optar por una sola opción…— Dijo el onceavo, molestándolo.
—No soy un glotón, Camus…— Refunfuñó el otro.
—Yo jamás dije que lo fueras…— Esta vez el gesto burlón en sus labios se volvió notorio, casi imposible de apagar.
—Pues no pienso ordenar nada hasta que te retractes…— Y diciendo esto se acomodó por completo en la silla, cruzándose de brazos y desviando la vista con indignación. Al galo esto no le importó.
—Perfecto—. Dobló su menú también, confundiendo a la camarera—. Ordenaremos el paquete tres, y para mí, te agradecería un café express—. Milo arqueó la ceja, pues jamás había oído semejante cosa.
—¿Puedo ofrecerle algo para acompañar su bebida?— Preguntó la chica.
—Un bisquet tostado, solo mantequilla, nada de mermelada—. La pueblerina le sonrió, recogió los menús y comentó que la orden estaría lista de inmediato. Escorpio, aún indignado, entrecerró los ojos para observar a su acompañante.
—Espero que no me ordenaras una bebida dietética—. Camus meneó la cabeza.
—Una ensalada de alcachofa con espárragos, y un vaso de jugo de berro te caerá bien—. La cara de asco que Milo puso en ese momento, bastó para que Acuario tuviera que ponerse el puño cerca de la boca y reírse al recordar que hace dos días, cuando él ya se sentía bien para poder cocinar (siendo un experto en tal arte), le preparó al griego un platillo con dichas hierbas, que a pesar del magistral sabor, no lograron caerle para nada bien al octavo guardián, teniéndolo más de la mitad de la noche en el baño con ascos, vómitos, y múltiples malestares estomacales.
El maestro de los hielos argumentó que era su culpa no tener acostumbrado al estómago a otra cosa que no fuera carne; aun así, a pesar del mal trago de esa noche, Milo fue agraciado de poder probar algo preparado por la persona que amaba, y ser molestado, a la vez, por un sarcástico (y nada rutinario) comentario del acuariano, quien le dijo que con esos malestares estaban cerca de hacerse pasar por una pareja completa y radiante, en la espera de su primogénito. Al principio no le hizo gracia, pero luego terminó por aceptar que eso parecía aquella noche…
Milo suspiró mientras recordaba aquello, porque ahora que lo conocía, y que tenía atorados esos sentimientos en la garganta, se preguntó cómo sería una vida normal con él.
Ya tenía la prueba de lo que era ser su novio, y ser tratado sin tanta formalidad, pero si no fuera un caballero de Athena, ¿cómo sería vivir esa fantasía con él?
Pensó que en algún momento tendría que decirle la verdad, y tragarse la respuesta del otro sin importar la que fuera:; pero cuánto más convivía con él, menos quería arriesgarse a perderlo. Incluso podía entender un poco la obsesión de Saga, y aunque no justificaría sus malas decisiones, sí quería agradecer que nunca tomara su oportunidad con él, porque entonces Milo habría perdido la suya de conocerlo, o de experimentar las cosas que ahora amaba haber compartido con él.
Se preguntó entonces si tendría alguna oportunidad de ser correspondido, pero la única forma de descubrirlo, quizá era preguntando algo que hasta ese momento no se le había ocurrido…
—¿Puedo… preguntarte algo…?— vaciló. La mano griega estaba quieta en la mesa, por en medio de esta. Cuando el acuariano colocó la suya distraídamente sobre ella, sus dedos largos y fríos, rozaron los tibios del otro, sin haber notado antes que estaba ahí, por lo que la retiró de inmediato.
—No importa si digo que no—, bromeó, aunque igualmente estaba serio—, lo vas a hacer de todos modos.
Escorpio abrió los labios, y con ellos, su extremidad atrajo hacia sí la del galo, quien lo miró con sorpresa.
—¿Por qué te enamoraste de… él…?— No lo entendió, pero no fue capaz de pronunciar el nombre de Saga. Era como si la lengua se le hubiera llenado de espinas, solamente invocando esa identidad con el pensamiento.
La reacción en Camus no se hizo esperar: movió la mano para soltarse, y desvió otra vez la vista hacia la ventana de la misma manera en como lo había hecho cuando estaban bromeando acerca de Shura…
—¿A qué viene esa pregunta?— Inquirió, cerrando los ojos. Escorpio se acomodó en su asiento.
¿Debería decirle la verdad?
No, no sin saber lo que necesitaba.
—Supongo que ahora somos amigos, ¿o no? Y siento curiosidad…— Fue todo lo que respondió al alzar los hombros. Sentía que el corazón le latía rápidamente, como si quisiera explotarle dentro del pecho en una mezcla de ansiedad y celos. El galo se tomó un breve momento.
—Sí, somos amigos…— Contestó, retomando su confianza y volviendo a poner la mano donde antes estaba la del octavo guardián, pero sin mirarlo todavía.
Milo no pensó que esa pregunta pudiera causarle algún problema a Camus, pero cuando lo vio lidiar con sus propios pensamientos mientras se debatía entre lo que quería responder (o no), supo que su batalla contra Saga sería titánica, porque los recuerdos del pasado podían empujar las emociones nuevas que quisieran despertar.
—Es extraño—, comenzó a decir el escorpión para distraerlo—, hace medio mes ni siquiera podías darme la mano sin querer vomitar—. Camus finalmente lo miró.
—Nunca he sentido repudio por ti—. Respondió sinceramente—. Siempre pensé que era todo lo contrario…— Milo apretó los dedos del otro entre los suyos.
—Cuando te veía, quería golpearte—. Confesó. Camus frunció ligeramente el entrecejo y quiso soltarse, pero el otro no lo dejó.
—¿Por qué? ¿Qué te hice?— preguntó. Milo sonrió de modo burlón.
—Siempre eras tan… estirado y presuntuoso…— Camus finalmente se liberó y cruzó los brazos.
—Creo que no he cambiado desde entonces.
—Lo sé, es solo que…
"Ahora estoy enamorado", "Aprendí a quererte", "Antes era un idiota", "tenía miedo de quererte". Todas esas frases y pensamientos se amontonaron en su cabeza mientras lo miraba intensamente, a la vez que el francés le sostenía el contacto entre sus ojos como si tratara de leer lo que intentaba decirle.
—Es de humanos equivocarse…— Se alzó de hombros y también se cruzó de brazos. Camus no supo si debería reírse u ofenderse, sin embargo, Milo mencionó anteriormente que eran amigos, y los amigos primero pasan un proceso donde se conocen hasta lograr un aprecio y afinidad que los vuelve eso: amigos.
El escorpión lo observó en silencio, sintiéndose ligeramente nervioso al no saber lo que haría después de escuchar eso.
—¡Vamos, hombre!— exclamó al final— ¿Nunca sentiste deseos de golpearme?
—No, hasta que fuimos novios—. Contestó él con seriedad.
—¡Oye!— Volvió el griego a exclamar, indignado. Camus se rio sin querer porque le causaba gracia verlo enojado por algo así. Pensó que podría decirle que era el caballero menos responsable de la orden, y eso no le molestaría tanto como mencionar que era el peor amante del mundo.
Milo disfrutó ese gesto, aunque todavía tenía interés en escucharlo, no obstante, no hizo falta preguntar nada, porque él habló por sí solo.
—La verdad, tenía curiosidad…— Murmuró mirando la ventana.
—¿Curiosidad?
—Y envidia—. Su mirada estoica, pero al mismo tiempo tan clara y transparente, se fijó en las pupilas celestes de Milo, quien no pudo evitar sentir sorpresa y ansiedad por oírle decir aquello.
—¿Por qué?
Sin embargo, la mesera llegó justo a tiempo, provocando que ambos volvieran a acomodarse en sus sillas y evadieran un par de palabras o preguntas que habían quedado al aire.
Ella dejó sobre el mantel dos servilletas con estampado de vaca, una taza con la cara de la misma figura y un plato cuadrado con la decoración a juego; esto lo puso delante de Camus. Frente a su acompañante, ella colocó un vaso de cristal con un líquido café, al que coronaba una bola amarillo canario de helado, inerte, arriba (o tal vez flotando, Milo no sabía exactamente) del líquido, y en un plato justo como el de su novio, una rebanada de un pan con la mitad de color café oscuro, y la parte de arriba amarilla.
Una vez que la joven se retiró, el caballero de escorpio miró con curiosidad lo que había dejado sobre la mesa para él.
—Sé por experiencia que es el mejor pastel imposible que hay por aquí…— Comentó el francés, tentado a picar con una cuchara la cubierta del pan, quizá para comprobar que estuviera tal y como la recordaba, o amenazarla y que esta le dijera cuál era el secreto de su creador.
Escorpio miró su postre, luego al francés, la orden, y una vez más al aguador.
—¿Dónde está mi ensalada?— protestó por el mero placer de intentar entender ¿cómo podía, por un lado, retarlo por sus gustos, y después, intentar consentirlo con algo que podría amar?
—Es tu permitido del mes…— bromeó el acuariano, torciendo sutilmente la boca en un gesto burlón—. Tómalo como agradecimiento por el helado.
Milo suspiró mientras observaba esos ojos de azul enigmático, y apretaba ligeramente los dedos para contener las ganas de saltarle encima con un beso.
—Lo acepto entonces…— sonrió el griego, admirando la bebida extraña que en su vida había visto, y que por la expresión en su rostro, demostró tal hecho frente al galo.
—Puedes comer el helado poco a poco…— Le pasó una cuchara—… o dejar que se empiece a derretir en la bebida. Eso le da un sabor muy diferente y delicioso…— Escorpio asintió, aunque por dentro tuvo el ligero pensamiento que el galo lo instruyó como si fuera un niño pequeño a punto de hacer un desastre con la comida si él no le explicaba previamente las bases para no equivocarse.
Imaginó que podría molestarlo, quejarse o decir cualquier otra cosa, pero estaba demasiado tentado y atraído por los postres jamás descubiertos, que eso no importó.
En cuanto sumergió la cuchara, y tuvo después el helado en su boca, entendió que jamás olvidaría aquella cita con Camus, no solo por las cosas que habían pasado y aún podrían suceder antes del término del día, sino por aquel postre que se lo recordaría en todo sentido: frío, elegante, pero sobre todo dulce.
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El frío tocaba las tierras atenienses hasta mediados de octubre, por lo que, la playa todavía conservaba el suave calor del verano, mientras el atardecer, pintaba rosáceas líneas sobre el cielo azul, y la arena pálida se oscurecía para despedir al astro rey.
—¿Habías venido antes?— preguntó Milo, observando el perfil del aguador, quien parecía disfrutar de la brisa marina y los colores postrados ante sus ojos como en una hermosa pintura deVan Gogh.
—No, la verdad no. Nunca pude tolerar el calor…
—Lo sé. Recuerdo esa pequeña conversación a las afueras de Virgo…— aunque esa los había llevado a pelear después.
Camus pareció no recordarlo, o quizá prefirió evitar mencionar algo al respecto, porque no hizo alusión al tema.
—Ahora estoy cómodo con la temperatura, así que gracias por traerme.
—¡Bien!— exclamó el escorpión celebrando otra primera vez— Quítate los zapatos. La arena bajo tus pies es una de las mejores sensaciones del mundo—. El francés dudó, así que el griego se inclinó con la idea de hacerlo por él, pero el aguador se retiró para quitarse el calzado, él mismo, y llevarlo con una de sus manos después.
Cuando caminó un par de pasos, parecía un poco inquieto al ver cómo sus pies se hundían y se llenaban de efímeros minerales marrones.
—No está mal… aunque es un poco incómodo para mí.
—¿Por qué?— preguntó el griego, también descalzo, muy desconcertado, como si acabara de ofenderlo.
—Es bastante áspera y granulada… Mojada debe ser rasposa, ¿o no?— pensó con lógica, comparando la sensación con el hielo que quemaba al tacto, pero que (en opinión de él) se sentía suave y acojinado al manipularlo entre sus dedos.
El escorpión se tomó un momento para considerarlo.
—¿Puede ser…?— colocó los dedos sobre su propio mentón, mientras la playa dibujaba ante sus ojos la sombra de los recuerdos que tenía en ella, como la primera vez que se encontró con Kanon cuando "volvió" al Santuario, su entrenamiento juntos, o los juegos que lo llevaron a enamorarse de él, y a entregarse por primera vez ahí, con el cielo como testigo.
Pudo sentir el olor del mar mientras cerraba los ojos y se aferraba a él, o la arena rasposa bajo su espalda mientras emprendía un vaivén sudoroso con él.
—Tienes razón…— alcanzó con sus dedos la mano de Camus, que aunque generalmente era fría, inyectaba en ese momento un sentimiento cálido que borraba el sabor amargo de esas memorias—. No es una sensación agradable cuando estás desnudo sobre ella…— El aguador frunció ligeramente el ceño.
—¿Por qué estarías desnudo en un sitio así?— cuando lanzó la pregunta en voz alta, se dio cuenta que la respuesta podría no gustarle, pero, era tarde para frenarla.
—Ahí tuve sexo por primera vez…— Señaló Milo un punto a la distancia oculto entre algunas rocas.
—¿Qué?
—Fue ahí entre…— Camus se soltó del agarre y le dio la espalda, sintiendo algo tan raro, que quería gritar y devolver lo que traía en el estómago; o simplemente golpear a Milo tan fuerte para hacerle callar.
El escorpión, silenciado por su reacción, se preguntó si fue mala idea decirle eso; aunque no entendía por qué, si nunca fue un problema compartir entre ellos detalles así.
—¿Me trajiste a este lugar para revivir tus preciosas vivencias con él?— preguntó el aguador tensando los músculos del cuerpo, mientras apretaba los puños y dejaba fluir su cosmos de forma inconsciente.
—¡No!— exclamó el griego al verlo a casi nada de reventar.
—Volveré al Santuario…— señaló indignado, elevando la nariz para caminar clavando los pies sobre la arena, dejando pequeños pedazos de hielo a su paso.
—Camus…— intentó detenerlo, pero esa mirada fría lo silenció.
—No tengo experiencia en esto, pero sé que no deberías hablar de alguien más frente a tus citas…
—¡Pero…!
—Disfruta tus recuerdos…— Tenía ganas de lanzarle los zapatos en la cabeza, pero decidió que se marcharía, volvería al templo y no hablaría con él hasta aliviar esa espantosa sensación que rasguñaba las paredes de su estómago.
—¡No fue así! Solo te traje para nadar, ¡lo juro!— tomó su mano otra vez para detenerlo, pero el francés estaba tan molesto, que solo quería congelarlo y dejarlo frente al mar, mientras luchaba por hacer que él lo dejara en paz.
Milo intentó reparar su error a la vez que trataba de entender la situación, y evitar que el plan por hacerle ver a Camus que si tenían cosas en común se arruine.
Pero esa rabia explosiva y punzante, solo se detuvo, cuando el escorpión le hizo entender lo que pasaba en su cuerpo
—¿Estás celoso?
Camus se detuvo.
¿Así se sentía estar celoso? Parecía fuego quemando sus entrañas, pero no era parecido a la pasión que Milo despertaba en su interior con besos o mordiscos sobre su piel. Era algo que dolía, y le hacía experimentar una angustia en el pecho que no podía congelar.
Ya había sentido algo así en el pasado, pero no era tan molesto como en ese momento, que punzaba mientras escuchaba a Saga advertirle que Milo lo botaría en cualquier momento, y al propio escorpión añorar a Kanon una y otra vez.
El aguador se dejó vencer en la arena, con las manos sobre la frente, porque había cuasi explotado de rabia, y eso no le gustaba.
—Querías mostrarme lo que era tener una cita, pero en su lugar, hemos pasado el día hablando de ellos…— intentó explicar su malestar, pinchando, por un momento, la falsa ilusión del escorpión—… Estoy fastidiado… eso es todo…
Pensó que tendría que serenarse y evitar de alguna forma esos ímpetus, que solo eran una muestra de enojo por su mal rato con Saga, y no por Milo evocando todo el día a Kanon…
Sintió un pequeño pinchazo en el corazón cuando notó que quizá el espartano extrañaba a su amante, a diferencia suya, que no podía sentir lo mismo por el otro gemelo, porque el mal recuerdo aún pesaba sobre su mente. Después de todo, ellos vivían experimentando y compartiendo cosas tan intensas, que sí, para Camus era difícil borrar lo que pasó en la biblioteca, o los lapsus de esa tarde, para Milo debía ser mil veces peor abstenerse de una noche más con "su primer amor, su amor frustrado e imposible pasión"…
El galo suspiró.
"Perdóname…", dijo Saga.
Mientras el escorpión añoraba a Kanon, ¿por qué él no podía perdonar al hombre que amaba?
Por su lado, Milo exhaló, mientras lo observaba.
En realidad nunca reparó en el sitio hasta que Camus mencionó lo incómodo de la arena, y entonces él recordó lo inevitable; pero definitivamente había cometido el error de hablar de ambos sin querer.
¿Cómo iba a conquistar al aguador evocando las cosas que debería hacerle olvidar?
Quizá porque esa era una situación complicada para ambos, en la que se suponía estaban juntos para darle celos a esos, aunque ninguno evocaba el tema en cuestión, o los resultados del plan, como si ya no existiera.
A pesar de eso, le hubiera gustado saber que sí estaba celoso, porque eso habría simplificado confesarle que estaba enamorándose de él…
¿Debería creerle cuando decía no estar celoso?
Quizá celoso haría algo peor que congelarle la mano…
—Tienes razón…— se inclinó en la arena con él, y le sonrió—… Perdóname. Fallé en eso, pero en todo lo demás no.
"Los besos, el helado, la caminata, y quizá la playa…"
—Supongo…— Refunfuñó el acuariano.
—Por eso te dije que tú eras mi primer novio, ¿o no?— se rio brevemente, pero él estaba aún ofuscado para responder— Perdóname, ¿quieres? Y vamos a nadar— le ofreció la mano para ayudarlo a levantarse. Tras un momento, Camus la aceptó solo porque no quería estar enojado para siempre, y de algún modo, él evitaba que lo estuviera con ese gesto en sus labios.
Si realmente tuvieran una relación, ¿borraría cualquier posible malestar con esa cálida sonrisa?
El acuariano desvió la mirada y le soltó los dedos cuando ese pensamiento asaltó su cabeza.
Con Saga había aprendido a ser rencoroso, pero con Milo no había llegado aún a ese límite…
"Porque lo nuestro es fingido…", se obligó a recordar, mientras alejaba la voz de Milo hablando de Kanon, la relación que ansiaba tener con él, y el sexo que parecía extrañar.
Suspiró con pesadumbre, y trató de alejar ese pensamiento de su cabeza.
—¿Quieres nadar ahora?— preguntó el francés con escepticismo.
—¿Por qué no?— Inquirió el griego, divertido. Camus señaló su propia ropa.
—No traemos…— intentó explicar con obviedad lo del traje de baño, pero el escorpión se rio, como si él acabara de contar un chiste.
—Estoy seguro que en Siberia nunca usaste uno.
—No lo necesitaba.
—¿Por qué lo necesitas ahora?— el galo desvío la mirada hacia el mar.
"Porque vas a mirarme…", pensó con vergüenza.
—Porque es diferente… Eso es entrenamiento, y esto…
—¡Es diversión!— Milo lo jaló de la mano con la intención de llevarlo aunque fuera a rastras hasta el mar, y como Camus sabía que el otro era insistente y que no se detendría hasta tener un sí, se resignó a aceptar.
—Bien—, se soltó—, date la vuelta—. Milo comprendió que iba a quitarse la ropa.
—¡Qué infantil!— exclamó con indignación fingida.
—¡Date la vuelta, o sabes lo que haré!— Admirar su vergüenza casi hizo que soltase una carcajada.
—¡Qué carácter tan elegante!— Milo se giró, mientras se cruzaba de brazos, y cuando lo hizo, sintió una bola de nieve golpearle la cabeza.
—Primera advertencia…— Escuchó que le decía. El griego intentó girarse, pero se quedó en su lugar, y resolvió que, ya que estaba de espaldas, también podría quitarse la ropa, así que se desabrochó el cinturón—. Más te vale no mirarme…— lo amenazó el otro.
—¿¡Por qué querría hacerlo?!— soltó una carcajada estruendosa para ocultar su nerviosismo y la verdad que escondía esa pequeña burla. Camus le lanzó una segunda bola de nieve, que él rechazó, dando un paso de costado.
Tras algunos minutos, el aguador señaló que estaba listo, y cuando el griego se dio la vuelta, Camus llevaba la camisa suelta sobre sus hombros, como una especie de capa, para cubrirse el torso. Se había quitado el pantalón doblándolo, perfectamente, a un costado de sus zapatos, para quedar en bóxer.
—Deja de mirarme…— lo amenazó con la mirada.
—Y tú deja de ser tan ridículo—, Milo comenzó a quitarse la ropa que le faltaba, por lo que el galo desvió la vista; pero, para su sorpresa, le tiró encima una musculosa negra que llevaba debajo de la camisa color Borgoña, y que olía muchísimo al aroma varonil del espartano.
—¿Qué es esto?— preguntó tomando la prenda. El griego bufó.
—Una camiseta, Camus, ¿no la conoces?— el galo lo miró con frialdad.
—¿Y qué, quieres que la lave por ti?— se la extendió de vuelta, porque lanzarla sobre su cabeza sería poco elegante. Milo rodó los ojos, y se aproximó para tomarla, pero lejos de dejarla a un lado o responder, con las yemas de sus dedos hizo a un lado la prenda que Camus se había colgado cuál capa sobre los hombros—. ¿Qué estás…?— pero su réplica quedó silenciada cuando él se la pasó por la cabeza, y comenzó a ponérsela entre jalones y empujones.
—No es la primera vez que hacemos esto… No sé por qué protestas—. Le recordó aquellos días como su enfermero.
—Porque eran situaciones diferentes… ¡Basta!— estresado por los suaves y cálidos toques sobre su piel, lo empujó y Milo pudo sentir el hielo en esos dedos galos, rozando cerca de su ombligo.
—Se supone que en una cita debería ayudarte a desvestir… ¡No al revés!— Comenzó a reír y se echó a correr al mar porque sabía, que Camus, en su nerviosismo y estrés por la imagen que dejaría en su cabeza, querría darle un golpe. Descubrió que no se equivocó, cuando volteó, y lo vio siguiéndole por la playa, mar adentro, con el entrecejo fruncido, los dientes amenazantes, cuál oso hambriento, y el puño listo para aplicar su correspondiente correctivo.
Ambos corrieron contra las olas, abriéndose paso en la densidad marina con sus brazos y piernas por igual.
Camus amaba el agua helada de Siberia, pero sentir el mar griego, cálido e imponente, no le molestaba; aun cuando Milo le lanzara agua, o emprendiera absurdas competencias, siempre se obligaba a recordar que le había prometido ser estúpido con él.
Entonces Camus pensó que él tenía razón, una cita si era para conocer las cosas en común con el otro; porque podía nadar a su lado, y disfrutar aquello que amaba, por primera vez, en compañía de alguien a quien apreciaba. Tal vez Milo no bebía dos o tres tazas de café por la mañana, ni podía elegir un plato vegetariano sobre un buen filete de ternera, ni leer un libro completo sobre la complejidad del universo, o entablar una conversación en francés; pero podía dispersar sus pesadillas, calentar sus emociones, desbordar cada uno de sus sentidos, y…
"Abrir los horizontes…", recordó las palabras de Hyoga.
"Sí", pensó Camus,"y abrir los horizontes…"
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…Continuará...
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(1) Katiki Domokou: es un queso tradicional griego. Estaba leyendo que es una especie de requesón (como le decimos en México) o ricotta (como le dicen acá en Argentina). Es básicamente leche cuajada de cabra y oveja, o ambas. Creí que tenía un sabor fuerte, pero según estaba leyendo parece ser que no. En fin… Como viven en Grecia, y a Camus le gusta cocinar, supuse que lo conocería y lo sabría distinguir, además siendo francés también supuse que tendría una debilidad por los quesos… como yo :v (aunque no soy francesa).
Agradecimiento especial a Alynne Hale por la idea del helado flotante. Ella me lo sugirió para la primera cita, y me contó cómo se comía y como era xD
Curiosidades:
Cuando iba a escribir este capítulo, hace como 15 años xP o menos, pregunté a mis lectoras qué les gustaría leer para la primera cita, y una de ellas me recomendó esto del helado. Recuerdo que hablábamos mucho por messenger, así que me tiró muchísimas ideas y esto fue lo que salió.
Respecto a la fuente, originalmente Camus era tan tímido que ni pensar en esto, pero ya que acá en este retelling tiene otra personalidad, me costó decidir sí quería o no dejarlo ir, así que al final opté por hacerlo así.
Cosas a tomar en cuenta para el siguiente capítulo!
Se nos viene la lagartija sensual, alias Kanoncito lol de verdad! La primera parte de este fic estaba más dedicada a Saga y Camus, pero desde ahora viene Kanon a escena, así que no me hago responsable… ok no xD
La parte donde Saga baja con Aioros y Shura es importante.
Kanoncito oyendo lo que no debe entre Camus y Saga es importante también…
Y… la cosa del helado flotante también.
No olviden eso!
Notas finales:
Hola, cómo están?! Espero que estén bien!
Pues como saben uso el celular para escribir y editar, lo cual vuelve muy lento modificar esto o aquello, así que mis disculpas si tardé mucho en subir la actualización.
Ahora si, gracias por leer! Y espero que este capítulo fuera de su agrado
Abrazos!
