- Inuyasha, ¿Qué sucede? - preguntó mientras él corría a toda velocidad.

- Kikyo está herida, puedo sentir el olor de su sangre.

- ¿Qué? - se sorprendió.

Mientras tanto, a unos metros de distancia, la mujer luchaba por ponerse de pie.

- Maldita mujer... por tu culpa Naraku no me deja en paz. - gruñó. - ¡Entrégame el fragmento de la Perla!

- ¡Señorita Kikyo!

Joven Miroku.

El hombre se interpuso entre ella y el lobo, llevando su mano a su rosario, con la intención de abrir su kanzaana.

- No lo haga. - murmuró. - Royakan sólo está siendo manipulado hugh. - volvió a caer sobre sus rodillas.

Maldición.

Se acercó a ella, elevando un campo de energía que los protegía a los dos. El demonio comenzó a golpear aquel campo, obligando al monje a que tuviese que utilizar toda la energía que su débil cuerpo le otorgaba.

- No se... por cuanto tiempo pueda mantenerlo. - murmuró.

- ¡Hermana!

¿Kaede?

La mirada llena de terror de Kikyo se posó sobre la niña, quién observaba la escena desde la distancia. Al mismo tiempo, los ojos perdidos del guardián del bosque también se encontraron con ella y, sin dudarlo, se abalanzó con la intención de asesinarla.

- ¡Huye Kaede! - como pudo lanzó la flecha, atravesando el campo de protección y clavándose sólo a unos centímetros del yokai. - No le di...

Los gritos de la pequeña se entremezclaron con los rugidos de su perseguidor, sin embargo en el mismo momento en el que parecía que su destino estaba sellado, aquella hoja afilada se interpuso entre ella y las garras de él.

- ¿Inuyasha? - murmuró la miko.

- ¡Maldito! - gruñó. - ¡¿Por qué no peleas con alguien de tu tamaño?!

- ¡Señorita Kagome! - la niña corrió en dirección de la estudiante, quién se encontraba a sólo unos metros y la recibió en sus brazos, abrazándola con fuerza.

- Kaede, ¿estas bien? ¿no te lastimó? - meneó la cabeza.

- ¡Kagome, tú cuida de la niña, yo me encargaré de este engendro! - gritó el peliplata.

- Kaede... - murmuró. - ¿Quién es él?

- Royakan es el guardián del bosque... es un yokai pacífico, sin embargo... algo le ha sucedido.

Él posee... posee un fragmento de la Perla en su cabeza... ¡Y está contaminado!

Sus ojos castaños se encontraron con los de Kikyo, quién la observaba con una mezcla de molestia y agradecimiento. Rápidamente reparó en sus heridas y notó la gravedad de las mismas.

Inuyasha tenía razón... está muy lastimada.

Su expresión se endureció en ese instante y, mientras el hanyo se batía a duelo con el yokai, ella se puso de pie, colocando a la niña detrás de sus piernas.

- Kaede, necesito que huyas ante mi señal. - susurró. - No tengas miedo, todo saldrá bien, ¿si?

- De acuerdo. - respondió en el mismo tono.

- ¡Inuyasha! ¡Él posee un fragmento de la Perla en su cabeza, no lo lastimes!

- ¿Qué? - murmuró, alejándose.

- Vaya, al parecer esta insignificante sacerdotisa no es la única que puede verlo. - sus ojos llenos de furia viajaron hacia la estudiante.

- ¡Maldito idiota! ¡¿De donde sacaste ese fragmento?!

- ¡Yo no quiero esta estupidez! - escupió, llevando sus manos a su cabeza. - ¡El maldito de Naraku me obligó!

- ¿Naraku? - murmuró la estudiante. - ¿Él te colocó ese fragmento?

- ¡¿Y qué es lo que pretende ese tal Naraku?!

- Él quiere a esa mujer. - señaló a la sacerdotisa, quién entrecerró sus ojos.

¿Quiere a Kikyo?

Sus orbes dorados se encontraron con aquella mirada y su rabia escaló.

- ¡No lo permitiré! - gruñó.

- El fragmento que mantiene con vida a esa mujer... ¡entrégamelo! - estuvo a punto de realizar un paso.

- ¡Royakan! - la voz de la jovencita provocó que se detuviera. - Si te quito ese fragmento, ¿prometes que te alejarás sin más?

- ¿Kagome? - el hanyo la miró incrédulo.

- ¡Si no le llevo el fragmento de esa mujer, Naraku me asesinará!

- ¡No lo hará! - la firmeza con la que respondía terminó por sorprenderlos a todos. - Nosotros nos encargaremos de encontrar a Naraku, lo prometemos...

- ¡¿De verdad estás tratando de negociar con el cómplice de ese bastardo?!

- Por favor, Royakan... nada malo te sucederá. - comenzó a caminar en su dirección. - Sólo deja que lo tome y podrás irte.

- ¡¿Acaso estás loca?! - de un sólo salto, se interpuso entre los dos. - ¡¿No ves que puede matarte sin más?!

- Inuyasha, confía en mi.

- ¿Qué?

- Por favor, sólo... déjame pasar.

Detrás de ellos, el guardián seguía removiéndose, con todas las intenciones de quitarse aquel pequeño objeto que sólo le causaba dolor.

- Kagome... - lo apartó, acercándose.

- Ya no te dolerá, lo prometo. - extendió su brazo, tomándolo y quitándolo.

En ese mismo instante, la oscuridad que envolvía al fragmento se purificó, comenzando a resplandecer con la luz que lo caracterizaba. Royakan cayó de rodillas, con su vista fija en el suelo y, antes de que la estudiante pudiese pronunciar una palabra, el peliplata la tomó por la cintura, apartándola de él.

- Inuyasha. - murmuró.

- No te confíes. - respondió en el mismo tono, con su espada aún empuñada.

El lobo elevó la mirada y en sus ojos se reflejaba el alivio. Se puso de pie y sonrió.

- ¡Muchas gracias y siento mucho todas las molestias causadas! ¡No volverá a suceder! ¡Adiós!

Volteó y se alejó, adentrándose en el bosque bajo la atónita mirada de todos los presentes.

- ¿Sólo así? - preguntó Kagome.

- ¿Cómo es posible que alguien como él sea el guardián de este lugar? - la pregunta de él se unió a la de ella.

Por un momento se quedaron contemplándolo, sin embargo un nuevo sonido provocó que ambos desviaran sus miradas.

- ¡Kikyo! - corrió en su dirección.

- ¿Se encuentra bien? - preguntó Miroku, dándole su mano para que se pusiera de pie.

Las vendas que cubrían sus heridas habían desaparecido, dejándolas al descubierto.

- Hermana... - la niña se acercó, tomando su mano. - Tenemos que curarte.

- Si. - le sonrió tristemente. - No te preocupes, estaré bien.

- Kikyo. - el peliplata se acercó, provocando que el monje se alejara en dirección de la estudiante. - ¿Te encuentras bien?

- Inuyasha, muchas gracias por regresar.

- ¿Quieres que te ayude?

- No, yo puedo sola. - intentó dar un paso pero se vio obligada a clavar su arco en el suelo para no caer.

- Yo te llevaré. - sin esperar respuesta, la tomó, cargándola. - Tranquila, pronto te sentirás mejor.

- Muchas gracias. - sonrió levemente, apoyando su cabeza en su pecho y cerrando sus ojos.

- Señor Inuyasha, tenemos que regresar a la aldea, las heridas de mi hermana no se ven bien.

- Si. - sus ojos viajaron a Kagome, quién los observaba sin más. - Ustedes también pueden venir si lo desean.

Comenzó a caminar seguido de la niña.

- ¿Se encuentra bien, señorita Kagome? - preguntó el monje, colocando su mano sobre su hombro.

- Si, no se preocupe.

Es sólo que... esta escena no me agrada para nada, pero... ¿Qué más puedo hacer?

...

Un par de horas después.

- Estoy perdida. - murmuró, llevando sus ojos de un lado a otro. - Ni siquiera se en que dirección se encuentra la aldea y...

Kohaku.

La mirada completamente vacía de su hermano pequeño, pasó por su mente.

- ¿Qué fue lo que te sucedió Kohaku? - luchaba internamente por no romper en llanto, pero se le estaba haciendo mucho más difícil de lo que hubiese imaginado.

Pronto anochecerá, necesito encontrar un lugar en el que pueda estar segura.

El atardecer anaranjado generaba grandes sombras que sometían su figura en el medio del camino y, antes de que pudiese ser consciente de ello, la luna emergió y la oscuridad se apoderó del lugar.

Había estado caminando sin dirección durante todo el día, deteniéndose sólo para tomar un poco de agua frente al claro que había logrado encontrar casi que de casualidad. Su cuerpo dolía, pero su alma estaba hecha añicos y su mente no dejaba de atormentarla.

El bosque parecía no tener fin o eso fue lo que ella pensaba hasta que, por fin, la gran muralla natural parecía desvanecerse y un rio ocupaba su lugar.

- ¿Qué es eso? - murmuró al ver a una figura similar a la de un humano, de pie frente al agua. Su largo cabello plateado resaltaba por sobre la penumbra. - ¿Acaso se trata de un demonio? - murmuró.

En ese instante aquel ser giró, observándo directamente en la dirección en que Sango se encontraba, provocando que se escondiera detrás de uno de los árboles.

¿Me vio?

Pensó, quedándose completamente inmóvil durante unos momentos y, cuando volvió a asomarse, él ya no estaba.

Mientras tanto en la aldea, Kagome se encontraba sentada fuera de la casa de la sacerdotisa, con su mentón apoyado sobre sus rodillas y su mirada perdida en la nada misma.

Inuyasha no se apartó ni un momento de Kikyo, entiendo que este herida pero...

- ¿Para que decir que no estaba enamorado de ella si desde que llegamos sólo ha buscado estar a su lado?

- ¿Kagome? - giró rápidamente, encontrándose con los ojos del zorrito.

- ¡Shippo! - se sonrojó. - ¡¿Desde cuando estás aquí?!

- Recién me siento, ¿por qué? - la miró confundido.

- Por nada, por nada. - rio nerviosamente. - ¿Cómo te encuentras?

- Un poco mejor, pero estoy preocupado por Kikyo.

- ¿Ella esta bien?

- Eso parece pero... ¿Qué tan fuerte son los humanos a las heridas?

- ¿He? - ahora la confusión se había apoderado de ella.

- Tengo miedo de que pueda morir.

- Shippo...

Entiendo, él perdió a sus padres y teme que Kikyo padezca el mismo destino.

- Tranquilo. - lo abrazó. - Inuyasha la protegerá de todo lo que quiera lastimarla.

- ¿Estas segura?

No tengo dudas.

- Si. - trató de mostrarse tranquila, al mismo tiempo en que se ponía de pie. - ¿Has visto a Rin?

- Salió hace un rato, pero aún no ha regresado.

- Iré a buscarla, tú quédate aquí.

- ¿Estas segura? Ya es muy tarde...

- No te preocupes, Shippo. - le sonrió. - Estaré bien, ya conozco la zona.

Hizo un par de pasos hasta quedar frente a la puerta de la cabaña, en donde se asomó. Miroku se encontraba lavando las vendas en un extremo mientras que, al otro lado, Inuyasha estaba sentado al lado de Kikyo, quién se encontraba acostada sobre el tatami, observándolo con ternura.

Se ven bastante cómodos juntos.

Pensó, alejándose del lugar lentamente en dirección del bosque.

- Me siento una tonta. - murmuró.

Sus ojos se volvieron al cielo mientras avanzaba sin rumbo fijo. Su mente era un mar de pensamientos inciertos, contradictorios y confusos. ¿Por qué había llegado a aquel lugar? ¿Por qué había conocido a Inuyasha? ¿Por qué él había cambiado tanto de actitud?

- Antes de que Kikyo lo sellara... él parecía tener tan claro sus emociones y deseos, pero ahora... pareciera que todo cambió.

Y si todo cambio, ¿Qué se supone que haré aquí?

Antes de darse cuenta, se encontró con el pozo devorador de cadáveres y supo que estaba a sólo unos pasos de aquel árbol y decidió acercarse. Al quedar frente a el, llevó su palma a la corteza, justo en la misma zona en la que la marca aún se veía. Inmediatamente la imagen del peliplata, atravesado por esa flecha, traspasó su mente, llenándola de una mezcla de molestia y tristeza.

- Yo... te estuve esperando durante todo este tiempo y ahora... - quitó su mano, luchando internamente para que las lágrimas no salieran.

Regresó sobre sus pasos, volviendo al pozo y apoyó sus manos en el y, finalmente, aquella primera lágrima cayó.

¿Por qué me haces esto? ¿Por qué no puedo regresar sola?

- Yo... quiero volver a mi casa.

En ese momento una presencia llamó su atención y, al elevar su mirada, se encontró con aquellos ojos dorados que la observaban fijamente.

- ¿Sesshomaru?

...

Es el aroma de Sesshomaru, puedo sentirlo, ¿me pregunto que demonios estará haciendo por aquí?

Pensó, entrecerrando sus ojos y observando en dirección de la salida de la cabaña.

- De acuerdo, señorita Kikyo... - el monje se arrodilló a su lado, colocando el paño de agua fría sobre su cabeza. - Con esto la fiebre irá disminuyendo.

- Muchas gracias joven Miroku. - sonrió. - Por favor, ¿podría ir por mi hermana? Ya se tardó demasiado.

- Por supuesto, ella estará bien, usted trate de descansar. - miró al hanyo. - Inuyasha...

- Si, no te preocupes, ve tranquilo.

El monje asintió y salió.

- No tienes que quedarte conmigo, Inuyasha.

- ¿Cómo te sientes Kikyo? - omitió responder a sus palabras.

- Mejor. - cerró sus ojos. - Pero mis heridas duelen un poco.

- Entiendo. - hizo una pausa. - ¿Puedo hacerte una pregunta?

- ¿Qué sucede?

- Naraku... Royakan dijo...

La mirada de la miko se ensombreció ante la pronunciación de aquel nombre.

- Antes de que Royakan nos atacara... - lo interrumpió. - Naraku se hizo presente.

- ¿Qué?

No lo olvides, querida Kikyo... tu vida me pertenece desde el mismo momento en que te la arrebaté aquella tarde.

Su pecho se apretó al recordar aquellas palabras, pero aún así logró contarle todo lo acontecido con aquel ser.

- ¡Kikyo! ¡¿Qué me estás tratando de decir?! - la furia era evidente en sus ojos.

- Naraku no sólo quiere el fragmento, Inuyasha. - volvió a cerrar sus ojos. - Él... me quiere a mi.

¿La quiere a ella? No entiendo... ¿Qué demonios está sucediendo?

- No te preocupes, Kikyo. - tomó su mano, provocando que ella lo mirara sorprendida. - Yo te protegeré de él y del que sea... lo prometo.