Qué tal, cómo les baila la vida. ¿Hay alguien por aquí? uwu


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Capítulo 5: Buscando respuestas

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La noche había continuado sin mayores problemas y la mañana siguiente había llegado. Antes de que se fueran a dormir, Childe mencionó que lo mejor sería visitar a Su Majestad a primera hora, ya que por la noche hubiera sido claramente imprudente y no lo atendería. Además, era mucho más probable encontrarla en la sala del trono y poder conseguir una pequeña audiencia para hablar con ella. Era un plan adecuado… o lo habría sido por completo si hubieran reparado en un pequeño pero importante detalle: el sol.

Antes de que Lumine pudiera siquiera recordar advertirle, Childe había intentado salir temprano esa mañana, abriendo la puerta de la casa en su tetera, solo para ser recibido por una quemazón inmediata en su piel pálida que lo hizo retroceder al instante.

—¡Ay, maldita sea! —gritó, tropezando hacia atrás y cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria, lo que despertó a Lumine de bruces.

Con rapidez, bajó corriendo las escaleras, todavía en pijama. Al llegar a la sala lo encontró en el suelo, cubriéndose el rostro como si eso lo ocultara y protegiera del mundo de alguna forma, igual que un niño pequeño. Aún había humo saliendo de la pequeña quemadura en su mano.

—Lo siento, olvidé advertirte sobre eso, —mencionó Lumine, intentando no sonar demasiado divertida por su infortunio. Aunque sus disculpas eran genuinas—. La luz del sol es como… un enemigo natural para ti ahora. No podrás salir sin protección y ni siquiera eso garantiza que vayas a estar completamente a salvo.

Childe gruñó, examinando la piel donde una marca rojiza comenzaba a desvanecerse de a poco.

—¿Cómo es que en Snezhnaya pudimos salir durante el día?

Su pregunta era válida y entendía su confusión. Que el sol no hubiera sido uno de los problemas más inmediatos de Childe fue simplemente porque las nubes de nieve que cubrían los cielos de la nación helada lo habían protegido.

—Fue suerte gracias a la tormenta. Pero no puedes salir del mismo modo cuando el sol brille con fuerza.

—Perfecto, ¡genial!, ahora soy alérgico al sol. Justo lo que me faltaba, —bufó con sarcasmo.

Lumine no pudo evitar sonreír. Admiraba la capacidad que tenía para tomar el asunto; ella en su lugar ni siquiera podía imaginar cómo reaccionaría, pero estaba segura de que no lo haría de esta forma. Childe podía ser un desastre, pero le gustaba que al menos afrontara la situación con ese característico humor ácido.

—Me temo que tendrás que acostumbrarte a una vida mucho más nocturna, para evitar así exponerte a la luz del día tanto como sea posible.

—Supongo que no tengo mucha opción si no quiero parecer una chuleta cocinada —se resignó.

Ella se rio ante la idea de Childe convertido en una especie de estofado con patas y tuvo que sacudir la cabeza para borrar la imagen antes de continuar. —Por ahora, será mejor que uses una capa para cubrirte. —señaló el perchero cerca de la entrada con una sonrisa.

Una hermosa capa colgaba en una de las perchas y Childe la tomó cuando ella le dio un gesto de aprobación. Por el tamaño, dudaba que fuera de suya y tampoco quería averiguar a quién se le había quedado aquí en alguna visita previa, la sola idea le parecía molesta y no sabía ni quería averiguar el porqué.

—Eso te ayudará un poco. Solo ponte la capucha y mantendrás el sol lejos lo mejor posible, así evitarás quemarte o… brillar.

—¿A qué te refieres con brillar? —preguntó evidentemente alarmado, seguro de que no le gustaría la respuesta.

—Oh, simplemente leí que algunos vampiros brillaban al sol. Lo cual, personalmente, me parece un poco gracioso. —Agregó Lumine con una risita ahogada.

—Pues espero que no sea mi caso. Por mi propia dignidad.


Lumine no vendría con él y estaba bien. En su lugar, se encargaría de hacer algunas revisiones en la biblioteca para ver si podía dar con algo; Childe realmente esperaba que pudiera hacerlo.

Se removió inquieto. Llevaba algún rato en el palacio de la Tsaritsa luego de haber solicitado una audiencia con ella con la más vital de las urgencias. No consideraba la posibilidad de que ella pudiera negárselo, en realidad, pero deseaba asegurarse de que supiera la importancia de esta conversación, de las preguntas que debía hacerle sobre las nuevas habilidades que no había pedido.

Cuando las puertas se abrieron y le dejaron pasar, el silencio en el que estaba sumido el palacio se rompió por los pasos de Childe sobre las baldosas. Cada una de sus zancadas resonaba contra los muros de hielo, ansiosas pero controladas, reverberando en la vasta sala de audiencias. Sus ojos viajaron de inmediato al centro del salón, donde se erguía el trono y la figura de la Tsaritsa en él, pero cada vez que avanzaba, Childe sentía que la mirada inerte de las estatuas alrededor del salón se volvían más inquietantes que de costumbre.

Cuando finalmente llegó frente al trono, ella lo esperaba, imponente como siempre y con su elegancia etérea. Se detuvo a unos metros inclinando ligeramente la cabeza en un gesto respetuoso. Sus ojos como el mar profundo se encontraron con los fríos témpanos de los de ella; y aunque su apariencia lucía tan controlada como siempre cuando estaba ante ella, su mente era un torbellino caótico. Necesitaba respuestas, pero no estaba seguro de si estaba realmente listo para escucharlas… o de si ella sabía algo; vino aquí más que nada por aquellos fragmentos difusos en sus memorias en donde escuchaba la voz de la Tsaritsa diciendo algo.

Esa duda fue respondida con rapidez en cuanto ella habló.

—Veo que te has adaptado a tu… nueva condición, —comentó la Tsaritsa, su voz resonando con una calma que contrastaba con la inquietud de su Heraldo más joven.

Childe frunció el ceño intentando analizar esas palabras. Sus puños se apretaron a los costados mientras trataba de mantener la compostura; sin importar con cuántos enemigos poderosos se enfrentara, pararse frente a la Tsaritsa siempre era diferente, como si lo hiciera sentirse como un niño perdido.

—Así que Su Majestad lo sabe. —ella asintió con un gesto—. ¿Qué fue lo que me pasó? —preguntó directo y sin rodeos. No necesitaba ningún espacio para juegos de palabras cuando trataba con su arconte—. Algo dentro de mí no está bien. Ahora soy… soy un vampiro.

La Tsaritsa lo observó en silencio por un largo instante, como si sopesara cuidadosamente las palabras que iba a decirle mientras estudiaba su reacción. Aunque sus ojos fríos y calculadores parecían no mostrar compasión, tampoco reflejaban malicia alguna. Lo que le diría era simplemente la verdad pura, y eso a veces ya era lo más cruel de todo.

—Te salvé, Tartaglia. —Su tono sonó firme y sin rastro de duda—. Estuviste al borde de la muerte y permitir que ocurriera habría sido un desperdicio insensato. Tenía los medios para traerte de vuelta, así que lo hice.

Así que ella lo hizo...

El jengibre se quedó inmóvil, como si le costara procesar sus palabras. ¿Él, al borde de la muerte? No, eso era casi imposible. Había sobrevivido al abismo mismo, ¿qué pudo ser tan distinto en esa misión aquella noche? Su mente repasó los fragmentos sueltos de la batalla, aquella silueta, y el oscuro vacío que sintió reclamarlo por un momento que le pareció eterno. Las piezas no tenían mucho sentido, pero… su mente reparó de pronto en otra cosa. Todo esto tenía que tener un precio, siempre había uno con la Tsaritsa y lo sabía.

—Esto no fue solo resucitarme. Hay algo más, lo que me… convirtió en esto. —Soltó señalándose a sí mismo—. Siento una extraña oscuridad que me es difícil de controlar, más que el Legado del Mal. —Una ligera nota de exasperación se filtró por su voz, combinada con un profundo y oculto rastro de vulnerabilidad—. ¿Qué fue lo que me hizo exactamente?

La Tsaritsa se levantó de su trono, descendiendo con la gracia de una reina que no teme a nada ni a nadie. Se detuvo justo frente a Childe, mirándolo con una intensidad que le pareció que penetraba en lo más profundo de él.

—Te di una segunda oportunidad, —dijo, su voz suave, pero cargada de una autoridad incuestionable, como si no le diera espacio a objetar su regalo—. Pero con ella también viene un sacrificio. Eres más fuerte ahora, más letal, el poder que siempre deseabas lo tienes ahora a tu alcance… pero también es más inestable. Es un riesgo que tomé porque necesitaba a mi guerrero, no a un cadáver.

Una sensación incómoda le recorrió la columna al escucharla. "Inestable". La palabra resonó en su mente con más fuerza de la que le gustaría, agitando una mezcla de furia y confusión. Siempre se había considerado como una herramienta al servicio de Su Majestad y de sus propósitos, pero le habría gustado decidir respecto a esto. Aunque, al igual que cuando tenía 14 años, no podía escoger los "dones" que recibía. Ahora que era una herramienta defectuosa… tal vez ese fallo le dolía más de lo que estaría dispuesto a admitir.

—¿Cómo se supone que lo controle exactamente? —preguntó, sin apartar la mirada de la Tsaritsa—. ¿O esto es parte del plan? ¿Qué me convierta en un monstruo?

Ella se detuvo un momento antes de responder, con una sonrisa que no alcanzó a sus ojos.

—Lo que hagas con ese poder de ahora en adelante depende de ti, Tartaglia, me basta con que me seas útil. —sus palabras eran más un desafío que alguna guía—. No es mi responsabilidad enseñarte a domarlo; ya te he dado suficiente. Si no puedes manejarlo, quizás no eras tan digno de esta segunda oportunidad como pensé.

Childe sintió la ira burbujear en su pecho, pero la contuvo. Sin importar lo impulsivo que fuera, discutir con ella era inútil y un claro agravio, no era tonto. Apretó los dientes y bajó la mirada, una última pregunta saliendo de sus labios antes de que aquella audiencia llegara a su fin.

—Existe… ¿alguna cura?

Estaba tentando su suerte, lo sabía. Preguntarlo era como decir que rechazaba ese obsequio, pero… quería ser una herramienta completamente útil, y las debilidades que este nuevo poder incluía arruinaban esa idea. Sin mencionar que lo volvía un peligro mayor de lo que era, incluso para su propia familia. Y eso no lo podía permitir.

La soberana lo miró estudiándolo, su mirada fría afilándose como peligrosos carámbanos. Pero, en lugar de la respuesta que pensó, ella simplemente se dio la vuelta caminando de regreso a su trono.

—Al igual que aprender a controlarlo, descubrir si existe una correrá por tu cuenta. Tienes la libertad de escoger ahora.

Libertad… Era irónico decirlo a estas alturas, pero se lo agradecía en silencio. Ahora ya no recibiría más respuestas de ella.

—Entiendo, —su voz fue baja pero firme—. No la decepcionaré.

La Tsaritsa asintió satisfecha con su respuesta, sentándose otra vez en el trono con la misma elegancia distante.

—Nunca lo has hecho, Tartaglia. No empieces ahora. Solo recuerda: el hielo es fuerte, pero también puede romperse. Que lo que se te ha dado no te consuma.

Las palabras se asentaron en su mente, como un frío manto sobre sus hombros mientras daba un paso atrás y se inclinaba en una reverencia. Sin más que agregar, se dio la vuelta y salió de la sala, sus pensamientos sumidos en una incertidumbre nacida de la intensidad de aquella conversación.

Había vuelto a la vida, pero ¿a qué costo? Ni siquiera sabía qué lo había arrojado hasta ese punto para que la Tsaritsa decidiera aquello. Pero más importante, ¿podría mantener bajo control esta nueva oscuridad que residía en su interior?


Lejos de la audiencia, Lumine continuaba en la tarea de buscar cualquier información que les pudiera ser de utilidad respecto al vampirismo y una posible cura, aunque tal y como Childe se lo había mencionado, la biblioteca de Snezhnaya no tenía demasiada información al respecto. Lo que encontró no fue más que una especie de libro de mitologías que no les daría demasiada información respecto a una ninguna cura, por lo que tuvo que ir hasta la siguiente parada.

Lumine sabía que Mondstadt tenía una gran biblioteca extensa en conocimientos antiguos, y aunque la de Sumeru era muchísimo más grande y albergaba diferentes materiales, no sabía de una zona restringida ahí como sí lo había en Mondstadt. Y algo le decía que era ahí donde encontraría lo que estaba buscando.

Usando un punto de teletransporte le fue fácil llegar hasta la gran biblioteca dentro de la sede de los Caballeros de Favonius. Agradecía no haberse encontrado con ninguna cara conocida en el trayecto, más allá de los típicos caballeros que patrullaban la zona y que ya la reconocían con absoluta familiaridad. Era bueno ser una heroína de vez en cuando y poder entrar y salir de algunos lugares sin mayores problemas, pero también era un problema cuando quería cometer alguna especie de ilegalidad.

Dentro del lugar se percató de que Lisa no estaba, pero no le sorprendía. La bruja generalmente encontraba alguna excusa para no trabajar, disfrazándola de cualquier otra tarea o responsabilidad importante. Eso era bueno, al menos ahora; podría buscar con mayor libertad y sin preguntas incómodas.

Aun sabiendo que lo que necesitaba de seguro no estaría a la vista, comenzó a revisar las estanterías de la planta superior, leyendo las diferentes secciones que se disponía ordenadas alfabéticamente y por temáticas establecidas de forma muy cuidadosa, como si Lisa se hubiera dedicado mucho tiempo a realizar dicha organización tan meticulosa. Tampoco le sorprendía demasiado, después de todo, ella se tomaba muy en serio el tema de los libros, por mucho que escapara de sus responsabilidades con regularidad.

Cuando hubo mirado las estanterías superiores, descendió las escaleras hasta la planta baja, sus tacones repiqueteando contra el suelo y creando un eco ligero que se perdió en la biblioteca vacía. Con movimientos cuidados más allá de lo común, se adentró entre los enormes estantes repletos de más y más tomos, casi como si estuviera evitando ser atrapada aun cuando no había hecho nada malo… todavía.

Desgraciadamente, pronto se dio cuenta de que, tal y como anticipó, aquellos estantes no guardaban nada que fuera útil, al igual que en la otra planta. Su mirada se desvió entonces al pasillo que sabía que conectaba a la sección restringida, separada apenas por una puerta casual cerrada con llave. Si tan solo pudiera echar un pequeño vistazo… pero la llave seguramente estaría bajo resguardo de Lisa, en el peor de los casos, de Jean.

Esto no sería fácil y lo sabía.

Y cuando dio un paso más cerca de aquella puerta para intentar examinar la cerradura, aquello solo estaba a punto de complicarse todavía más.

—Vaya, vaya. No esperaba ver a nuestra querida Caballera Honoraria interesada en el área restringida.

Dio un respingo.

Lisa había llegado en algún momento y ella ni siquiera se dio cuenta, qué tonta. Tan absorta estaba pensando en todo eso que ni siquiera la escuchó llegar, eso o la bibliotecaria fue particularmente silenciosa para sorprenderla.

Lumine intentó controlar lo mejor que pudo su reacción de sorpresa, pero estaba segura de que no había sido suficiente ante la astuta mirada de la mujer, lo supo por la sonrisa pícara que ella mostró. La viajera le sonrió de vuelta, intentando parecer tan confiada como siempre.

—Lisa, me alegra volver a verte. Ha pasado mucho tiempo. —respondió de forma casual.

Lisa levantó una ceja, su expresión ligeramente divertida, pero no ahondó más en lo que Lumine sabía que estaba pensando.

—¿A qué debemos tan grata visita, cariño?

La voz dulce de la bruja sonaba como siempre aunque había algo más. Lumine supo que mentirle no era la mejor idea, pero lo hizo de todas formas.

—Estaba de visita en Mondstadt y decidí hacer una parada en la biblioteca, aunque no encontré a nadie cuando llegué.

Su sonrisa, aunque tan ensayada con el tiempo y sus diferentes y vastas experiencias, no fue suficiente. La de Lisa, en cambio, pareció ensancharse, haciéndola cerrar incluso los ojos.

—Una parada para buscar información sobre… ¿vampiros?

¿Qué?

Lumine se tensó. ¡¿Cómo es que lo había sabido?!

Abrió la boca intentando replicar o negar aún sin un argumento en mente, pero la bruja se le adelantó.

—Una mujer nunca revela sus secretos —agregó con un guiño. La viajera no supo si debía tener miedo de aquello o no—. Pero, volviendo al tema… ¿Qué te tiene interesada en algo tan… particular?

No tenía mucho sentido intentar seguir manteniendo una farsa que nunca le creyó, así que decidió ser más directa, quizás incluso podría conseguir más información de ella que asaltando radicalmente el área restringida de la biblioteca.

—Es un tanto… complicado.

Lisa levantó una ceja, intrigada. —Complicado suena interesante. ¿Qué estás buscando exactamente?

Se removió incómoda ante la pregunta. ¿Cómo podía decir que estaba buscando una cura para el vampirismo sin delatar que había visto a alguien que se convirtió en uno y era la misma razón por la que necesitaba dicha cura? Era difícil. Tampoco podía decir que estaba ayudando a Childe en esto, no solo porque lo delataría, sino porque… porque estaba ayudando directamente a un Heraldo. Y eso ya podría ser un problema. Aunque estaba bastante segura de que el resto se encontraba al tanto de cómo ambos parecían ser amigos.

De todas formas, no le placía tener que colarse en la biblioteca como una ladrona esa noche y si podía conseguir la información que buscaba de una forma más fácil…

—Una cura. Siento curiosidad al respecto. —Al ver que no hubo una respuesta inmediata, continuó—. He oído en otros lugares sobre el mito de los vampiros y quería saber si aquí funcionaba igual.

Lisa soltó una pequeña risita.

—Me parece más serio que una simple curiosidad. —Sus tacones golpearon el suelo con seguridad cuando avanzó hasta el pasillo con la puerta cerrada y sin decir nada, sacó una llave de entre los pliegues de su ropa—. Pero creo que hay algo que tal vez pueda servirte, si me prometes que no dejarás que este pequeño "inconveniente" se te escape de las manos.

Con una última mirada, Lisa empujó la puerta y el pasillo apenas iluminado quedó a la vista. Era una invitación tácita para adentrarse con ella.