CORONAS DE ENGAÑO

CAPÍTULO 5

SUEÑOS ROTOS

La noche anterior, Arthur Hansford no había podido conciliar bien el sueño ante el inesperado cambio de parecer de su hijo Andrew respecto a casarse con la princesa Wanda, pues hasta hace dos días parecía un hombre enamorado de ella, algo que le alegraba a Arthur, pues aquel matrimonio era muy conveniente para los Hansford.

Pese a no haber dormido bien, se puso de pie un poco más temprano de lo habitual y se dirigió a los aposentos de Andrew con la intención de hacerlo entrar en razón; sin embargo, pese a que tocó la puerta varias veces no obtuvo respuesta, así como tampoco pudo abrir cuando trató de forzar la manija.

—¡Abre esa maldita puerta, Andrew!— Gritó molesto

—¿Qué sucede, Arthur?— Escuchó la voz aún somnolienta de su esposa

—¡Andrew no me quiere abrir la puerta!— Refunfuño Arthur

—Señores Hansford, buenos días— Saludó Sorcha, quien como de costumbre, ya estaba en pie cumpliendo con sus funciones como ama de llaves de Hansford House— Les comento que si buscan al joven señor Hansford no lo van a encontrar porque salió poco después de la media noche y…

—¿Qué está pensando ese bueno para nada?— Interrumpió Arthur a Sorcha, aunque la pregunta era más para sí mismo— ¡La familia real cree que está enfermo y él se fue a ese club donde los más idiotas de la nobleza van a apostar y perder su dinero! Nada más falta que un día se endeude.

—Si me permite, señor, no creo que haya ido a Emerald High Society Club porque lo vi salir con su baúl y me dejó dos cartas—Dijo Sorcha— Una para ustedes y otra para la princesa Wanda.

Arthur palideció ante la idea de que su hijo hubiera escrito una carta a la princesa en la que desistía de comprometerse.

—¿Ya enviaste esa carta al castillo?

—Aún no porque no he visto a Brais esta mañana.

Arthur respiró aliviado al saber que la carta dirigida a la princesa todavía no había sido entregada al mensajero de la familia, pues no quería ni pensar como la familia real podría tomarse que Andrew se rehusara a comprometerse después de dos años de cortejar a la princesa y enamorarla.

—Dame también la carta que era para la princesa, por favor.

Sorcha, que a final de cuentas debía su lealtad a Arthur Hansford y no a Andrew no tuvo más opción que entregar ambas cartas.

—Te puedes retirar—Dijo Arthur Hansford mientras abría con desesperación el sobre dirigido a él y su esposa.

"Queridos padres:

Antes que nada les pido una disculpa por no haberme esperado al amanecer para despedirme de ustedes, pues cuando lean esta carta yo ya estaré fuera de Júpiter emprendiendo el viaje por los planetas interiores, del cual por cierto les hablé anoche.

Sé que deben de estar sorprendidos ante mi decisión de desistir de casarme con la princesa Wanda, y en el caso de usted, padre, supongo que incluso debe de estar furioso; sin embargo, tras mucho reflexionar llegué a la conclusión de que casarme con la princesa no me haría feliz, pues la idea de llegar a convertirme en príncipe consorte me desagrada, y mis sentimientos por la princesa no son tan profundos como para querer hacer semejante sacrificio.

Andrew

P.D.: Madre, no se preocupes tanto por mí. Estaré bien. Le prometo que en un par de días recibirá una carta mía.

Padre, aprovechando mi viaje por los planetas interiores pasaré a revisar las cuentas de Hansford Castle Bank y me encargaré de que algunos de los nobles con deudas atrasadas paguen su adeudo. Después de todo, "Donde los reinos se endeudan, Hansford Castle Bank gobierna""

—¡Ese imbécil!— Refunfuñó Arthur— ¡Qué casualidad que hasta ahora le dio por meter las narices en el banco cuando nunca le ha interesado!

Arthur Hansford enseguida abrió la carta que iba dirigida a la princesa, y comenzó a leer.

"Estimada Wanda:

Supongo que cuando recibas está carta estarás desconcertada preguntándote porque el día de ayer no acudí a esa reunión en el Castillo en la que iba a pedir tu mano para formalizar mi compromiso de casarme contigo.

Pues bien, tras una pausa de reflexión profunda he llegado a la conclusión de que no puedo dar ese paso, pues la verdad, aunque por mucho tiempo creí que éramos el uno para el otro estoy firmemente seguro de que unir nuestras vidas en matrimonio sería condenarnos a la infelicidad.

No es fácil admitirlo, pero mis sentimientos por ti han cambiado, y creo que mereces encontrar un amor que resuene con lo que realmente eres.

Dicho lo anterior, creo que lo más sensato es dar todo por terminado hoy que estamos a tiempo.

Te deseo que encuentres la felicidad y el amor que mereces.

Andrew"

Tras leer aquella misiva, Arthur Hansford la rompió en pedazos.

—¿Crees qué porque rompas la carta algo cambia?— Cuestionó la señora Hansford— Andrew no está en Júpiter y si no quiere casarse con la princesa no habrá manera de que lo obligues.

—Seguro se encaprichó con otra jovencita, pero ya me encargaré yo de que se case con la princesa sí o sí— Dijo Arthur Hansford decidido — Por lo pronto reúne a todas las sirvientas en el salón. Yo iré a buscar a los hombres. Le haremos creer a todo mundo que está muy enfermo y que lo trasladamos a Mercurio para recibir atención médica.

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Aquella mañana Lita despertó regocijada al recordar a la princesa Wanda llorando como loca en los jardines debido a que Andrew Hansford no había llegado para pedir su mano. Sin embargo, dado que no quería levantar sospechas actuó con la normalidad de quien no sabe qué ha ocurrido.

Así pues, como cada mañana preparó con ayuda de la joven sirvienta Gertrud el copioso desayuno para la familia real, pero llegada la hora en que el monarca y su familia solían tomar los primeros alimentos del día aún no había nadie que se pusiera de pie.

—¡Cómo que sobró demasiada comida!— Exclamó Lita sabiendo que Gertrud era muy comunicativa, y que con ese comentario comenzaría a hablar.

—¡Es que ni sabe, señorita!— Exclamó Gertrud— Los Hansford no vinieron ayer al banquete.

—¡Ay, Gertrud!— Exclamó Lita— ¡Ya estás de nuevo con tus bromas! ¡Qué no te escuchen los reyes o Fiona porque te van a regañar!

—¡Esta vez no estoy bromeando, señorita!— Insistió Gertrud— Usted no se dio cuenta porque la mandaron a dormir temprano, pero el primer ministro y su familia no llegaron. Se supo que el señor primer ministro mandó una carta. Nadie más que su majestad supo que decía, pero la princesa salió histérica de sus aposentos y destruyó parte del jardín, parecía que un demonio se había posesionado de su cuerpo y…

—¡Cierra ese pico, Gertrud!— Escucharon un susurro de Fiona, una mujer en sus cincuenta que fungía como ama de llaves del castillo y que acababa de entrar a supervisar las labores en la cocina.

Por un momento, Gertrud guardó silencio, pero no duró mucho.

—¡Ay, Gertrud, pero bien que hasta usted se estaba riendo ayer con los gritos de Wanda la loca!

Pese a que la señora Gertrud solía tener un aspecto severo, no pudo evitar que se le escapara una carcajada ante las ocurrencias de Gertrud, aunque rápidamente la reprimió y recuperó la compostura.

—¡Gertrud, si te escuchan te van a echar!

—¿A mí?— Cuestionó descaradamente Gertrud— No fuí yo quien le puso ese apodo y además todos nos estábamos riendo. Incluso el pobre jardinero que tendrá un largo día de trabajo.

—¡Gertrud, deja de ser tan parlanchina porque un día te escuchará alguien que no sea yo y estarás en serios problemas!— Exclamó Fiona— Y señorita Lita, me pidió la Reina que prepare un postre y un estofado de cordero con vegetales porque más tarde se la enviaremos al joven señor Andrew Hansford como obsequios.

—¿Y no es más fácil que le manden de lo que sobró ayer?— Intervino Gertrud— ¡Hay demasiados postres y platillos y ninguno se probó!

—Eso se mandará a tirar.

A Lita siempre le había molestado que para cada comida del día o para pequeñas reuniones le encomendaran preparar cantidades de comida que sabía que no se comerían, y no tanto porque le molestara prepararlas, sino porque sabía que lo que sobrara terminarían tirándolo a la basura, pues a los reyes no les gustaba comer nada que sobrara de la comida anterior, pero tampoco consideraban que los sirvientes fueran dignos de disfrutar los manjares preparados para ellos, salvo Gertrud porque era ayudante de cocina, Fiona porque como ama de llaves debía supervisar el trabajo de todas las sirvientas que trabajaban en el castillo, y Lita, que aunque en teoría no era una sirvienta era tratada como tal, pues era la encargada de preparar los alimentos.

Sin embargo, no puso objeción y se dispuso a preparar el estofado, y recordando que en el Emerald Hight Society Club había descubierto por accidente que Andrew Hansford amaba la tarta de queso mascarpone que ella había inventado, decidió prepararle ese postre.

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—¿De esto se supone que debamos comer los tres?— Cuestionó molesto el duque Jaedite Moon.

Pese a que en Terra el desayuno solía ser una comida más ligera y no tan abundante como en Marte o Júpiter, aquella mañana había despertado con un apetito feroz, pues por increíble que pareciera, en el palacio de la familia Moon que antes era una de las más ricas de Terra, los alimentos había comenzado a escasear desde que el Rey Geo había dejado de hacer visitas frecuentes a la madre de Jaedite.

Sin embargo, al centro de la lujosa mesa del comedor sólo había media botella de vino, una jarra de agua, cuatro panes de cebada, mermelada de uva, un cuenco con un puñado de aceitunas, un frutero en el que sólo había dos manzanas, y un plato que si bien antaño solía estar rebosante de distintos tipos de quesos, hoy solamente tenía un pequeño trozo de queso feta.

—Pues que haya más comida en la mesa depende de ti y de Serena— Comentó su madre.

—¿Y no se supone que tú eres la Reina de la Luna?— Cuestionó Jaedite molesto pese a saber que dicho título solamente era de cortesía y en cualquier momento le podía ser revocado, pues dicho nombramiento se lo había dado el Rey de Terra hace muchos años, cuando solía pasar semanas enteras en la Luna en lugar de Elysion, que era donde se encontraba el Castillo de la familia real, y por tanto su Reina consorte y su hijo el príncipe heredero.

Jaedite, al ver que su hermana llevaba una mano al cuenco donde estaba el pan, rápidamente lo jaló para quedarse con los dos panes restantes.

—¡Oye, dame al menos uno!— Suplicó su hermana, cuyo estómago escuchó emitir un sonido.

—¡Qué te dé uno nuestra madre!— Exclamó Jaedite, que tras apoderarse de los dos panes se apropió del frasco de mermelada y el plato donde estaba el queso—¡Yo soy hombre y necesito estar bien alimentado, Serena!

—¡Dame para acá!— Refunfuñó Serenity jalando el plato del queso antes de que su primogénito lo devorara para cortar la mitad.

—¿Y qué se supone que yo coma?— Cuestionó Serena al borde de las lágrimas—¿Sólo dos manzanas y aceitunas?

—¡Las aceitunas tienen demasiada grasa, Serena!— La regañó su madre— Pero te dejaré tres aceitunas porque una manzana es mía.

—¡Mamá, pero…

—¡Pero nada!— La interrumpió su madre— Quizá el príncipe Endymion te encuentras muy gorda y por eso no has logrado que te mire con otros ojos— Dijo la mujer— En cambio mi Jaedite, él tiene a dos princesas herederas dispuestas a poner el trono de sus planetas a sus pies— Finalizó la mujer mientras miraba orgullosa a su primogénito.

—¿Y que mi hermano juegue con los sentimientos de dos mujeres es algo de lo que deberíamos sentirnos orgullosas?— Cuestionó Serena molesta.

—¡Rei es una fiera sin sentimientos a la que voy a domar si llego a ser Rey de Marte!— Se burló Jaedite— ¡Y Wanda una casquivana a la que tendré que poner un cinturón de castidad si mi destino es ser Rey de Júpiter porque así como a mí me abrió las piernas seguro se las abriría a cualquiera!

—¡Eres un…

—¡Ya cállate, hermanita, y mejor comete tu manzana y tus aceitunas o me las comeré yo!

Serena ante aquellas palabras se metió las tres aceitunas a la boca y cogió la manzana a la cual pegó un mordisco

—¡Esto no es un desayuno digno de mí, madre!—Se quejó Jaedite— ¿Por qué no pides un préstamo a Hansford Castle Bank?

—¿Un préstamo?— Cuestionó indignada Lady Moon— ¡Tengo casi seis meses sin darles un pago! ¿Cómo se te ocurre que me darán un préstamo?

—¡Creí que el Rey Geo pagaba tus deudas!

—¡Pues creíste mal!— Exclamó la Reina— Y en cualquier momento no tardan en venir los representantes del banco, así que sirve para algo y consigue que esas dos princesas te den algo de dinero.

—¡Wanda por ahora está enojada, así que le regalaré mi ausencia unos días para que sepa quién manda!—Exclamó Jaedite— Pero iré a visitar unos días a la fiera de Marte. Al menos en la mesa de esa salvaje no escasea la comida, y de paso le sacaré dinero para pagar la deuda al banco porque no soporto estar en ese horrible planeta.

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Tras terminar de preparar el postre que la Reina le había encargado para Andrew Hansford, Lita se dio una escapada al bosque para encontrarse con Haruka, quién le llevó varios ejemplares de pergaminos escritos por los escribas del Tormentascriptum, sin embargo, en ninguno de ellos encontró alguno que delatara el mal paso que había dado la princesa Wanda

—¡Qué decepción!— Se quejó— Esperaba más del señor Andrew Hansford.

—Quizá apenas lo está asimilando— Comentó Haruka

—Y yo que me esmeré en prepararle comida deliciosa— Se quejó Lita— Pero bueno. ¿Qué te parece si mejor entrenamos?— Preguntó Lita con una sonrisa en el rostro mientras tomaba una de las lanzas de madera que solían usar en vez de espadas para su entrenamiento.

—¡Reto aceptado!— Exclamó Haruka tomando la otra.

Al instante, ambas blandieron las largas lanzas, y comenzaron aquel entrenamiento en el que ambas lanzas chocaban en algo que parecía una encarnizada lucha en la que cada vez era más difícil para Haruka esquivar los ataques de su pupila.

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Pese a que su padre se puso colérico cuando Andrew le dio la noticia de que no se casaría con la princesa heredera al trono de Júpiter, antes de que amaneciera en su planeta, Andrew se puso de pie y se dirigió al hangar privado de los Hansford para abordar en su nave personal, la cual era una obra maestra de ingeniería y diseño, pues aunque había sido construida por los mejores ingenieros aeroespaciales de Mercurio, el diseño estaba inspirado en uno de los bocetos que había dibujado hace un par de años, cuando aún siendo un adolescente fantaseaba con tener una nave que fuera una fusión del amor que sentía por la cultura joviana que rendía culto a la naturaleza y su fascinación por los avances tecnológicos, los cuales si bien eran aceptados en muchos planetas, estaban prohibidos casi en su totalidad en Júpiter por considerarse contra natura.

Dado a que aún se sentía devastado y con los sentimientos de profunda tristeza y rabia al haber descubierto la traición de su amada, tan pronto como abordó su nave se dirigió a sus aposentos personales para estar a solas y quizá distraer su mente con lo que le ofrecía aquella obra maestra de ingeniería equipada con alta inteligencia holográfica y realidad aumentada; sin embargo, dado que nada funcionó, pronto se fue a la cama, donde perdió la noción del tiempo y estuvo lidiando con aquel sentimiento de agonía al recordar una y otra vez los buenos momentos vividos con la princesa Wanda, y el terrible momento en que descubrió su traición.

Tiempo después, escuchó un golpe en la puerta de la suite. Sabía que debía ser Aldair, así que dio la orden para que entrara.

—Adelante.

La puerta se abrió, y tal como lo supuso, frente a él estaba Aldair, quien ya había cambiado sus ropas tradicionales de varón joviano por aquella indumentaria que debían usar los forasteros que se aventuraban a visitar Marte para soportar las condiciones extremas climáticas de dicho planeta.

—Señor Hansford, no ha salido de sus aposentos durante todo el viaje, así que Niall y yo estábamos preocupados— Dijo el hombre— ¿Se encuentra bien?

—Sí, está todo bien— Respondió Andrew tratando de ocultar sus emociones—Y si me disculpas, preferiría seguir durmiendo.

—Señor Hansford, disculpe que lo contradiga pero en menos de media hora vamos a aterrizar en el Hangar Ígnea así que ya debería estar vestido con la indumentaria apropiada para estar en Marte— Insistió Aldair.

—¿Tan pronto ya vamos a llegar?— preguntó Andrew sorprendido.

—Llevamos poco más de ocho horas en la nave, señor.

Andrew volteo hacia la pared, y vio aquella reliquia plutoniana que había comprado en un mercado de artesanías de los planetas exteriores; y en ese objeto tallado en madera que tenía pintados los números plutonianos y que marcaban el paso del tiempo vio que en efecto habían pasado ya más de ocho horas de que el viaje había dado inicio.

—Tienes razón— Respondió Andrew.

Cuando Aldair se retiró, Andrew abrió el enorme baúl de madera reforzado con hierro en el que transportaba su equipaje, y de esta sacó una prenda negra parecida en su diseño a las yukatas que solían usar los miembros del shogunato y la clase alta de Marte, aunque era más bien un traje de supervivencia para que quienes se aventuraban a viajar por Marte, pues estaba hecho de materiales que regulaban la temperatura del usuario, contaba con sistema de enfriamiento, reciclaba el sudor para convertirlo en agua potable que se podía beber, además de proteger contra quemaduras si se llegaba a tener contacto con algunos de los muchos animales pirotécnicos o las pocas plantas que solían estar ardiendo a todo momento.

Tras vestirse con el traje, Andrew corrió las cortinas de la nave, encontrándose con aquel precioso cielo marciano que era único en la galaxia, pues en vez de ser azul como en el resto de los planetas, por la mañana, como en ese momento, era de un precioso color lila que al anochecer se tornaría morado y estaría iluminado por la luz de sus dos lunas rojas.

De pronto, a través de la ventana de sus aposentos, Andrew vio como la nave aterrizaba en aquel hangar de arena rojiza, y decidió que a partir de ese momento no derramaría ni una lágrima más, no sólo porque los marcianos miraban mal desperdiciar el agua de esa manera, sino porque la princesa Wanda no merecía que le llorara más.

Finalmente, salió de sus aposentos privados decidido a ir a ver a la familia imperial de Marte, a cuyos miembros conocía desde la infancia por la amistad que su padre tenía con el Emperador Takahashi Hino, y entonces, haría lo que consideraba justo, aún a pesar de que sabía que eso podía terminar perjudicando a la princesa Wanda, a quien por desgracia seguía amando con la certeza de que nunca podría amar a otra mujer.

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Con gran agilidad, Lita esquivó la lanza que Haruka estaba usando como si se tratase de una espada, y en un rápido movimiento le sujetó firmemente la muñeca derecha, con un giro le aplicó una llave, y entonces la obligó a abrir su mano, provocando que se viera obligada a soltar la lanza.

Cuando Haruka finalmente estuvo derrotada y a su merced, Lita la liberó de aquel agarre, y ambas cayeron sentadas en los verdes pastos del bosque mientras respiraban agitadas.

Tras recuperar el aliento, Lita se puso de pie y pegó un grito de júbilo por su victoria, pues nunca creía que pudiera desarmar a Haruka, quién hace dos años se había convertido en su mentora, entrenandola en el arte marcial del raks al-khanjar-khanjar para que así dejara de ser la débil y frágil jovencita que era cuando se conocieron.

—¡Felicidades!— Exclamó Haruka—¡Nunca creí que lo lograrías avanzar tanto en tan poco tiempo!

— ¿Acaso te burlas?— Cuestionó Lita fingiendo molestia— ¡Tardé dos años en poder despojarte de tu lanza en los entrenamientos!

—Y es muy poco tiempo que lo hayas conseguido en dos años— Dijo Haruka— Yo comencé mi entrenamiento bajo el cargo de un jenízaro a los nueve años, y hasta los dieciséis pude desarmarlo y lograr perfeccionar mi técnica del osmanli tokadi.

Lita sonrió con orgullo ante las palabras de su amiga que significaban mucho para ella, pues hace dos años, jamás se hubiera imaginado que siendo mujer pudiera pelear cuerpo a cuerpo, blandir una espada o lanza, mucho menos soportar el peso de una armadura sobre su cuerpo.

Dos años antes…

El invierno estaba por irse de Júpiter, por lo que la cascada de jade, el río y los lagos comenzaban a descongelarse, a su vez que de algunas plantas comenzaban a brotar hojas verdes señal de que la época de luto y encierro invernal estaba por finalizar para los Jovianos; y aunque Lita estaba sumergida en una profunda depresión debido a que hacía un mes había caído la desgracia sobre ella y además sus sueños de amor con Lord Neflyte Sweeney se habían roto, hacía dos semanas cuando en medio del bosque había intentado ponerle punto final a su vida, había escuchado el chillido agonizante de un dragón cachorro que estaba sufriendo, por lo que había decidido postergar el fin de sus días hasta el dragón sanara y pudiera volar a Dragontia.

Sin embargo, dado que aún era invierno, conseguir las hierbas no era sencillo ni siquiera para ella que tenía el don de convocarlas y extraer de ellas la dosis perfecta, por lo que aquel día se le hizo tarde tratando de conseguir las hierbas que tanto ella como el bebé dragón necesitaban.

Vas a ver qué con este té te vas a recuperar pronto— Le susurró Lita al pequeño dragón que descansaba dentro de la canasta de mimbre junto con las hierbas que había recolectado— Y cuando sanes yo misma te llevaré a Dragontia para que te reúnas con los tuyos.

¡Pero mira a quién tenemos aquí! A la princesa sin corona.

Tras escuchar aquella voz masculina hablándole con sorna, Lita detuvo sus pasos, y de entre las sombras vio salir a Lord Aren Campbell, provocando que a pesar del atractivo físico de aquel joven, un escalofrío recorriera su espina dorsal.

¿Así que ahora también hablas sola, princesa bastarda?— Se burló él

Lord Aren caminó hacía ella, y Lita sintió como su corazón comenzó a golpear su pecho con fuerza mientras el miedo se apoderaba de su ser, y por puro instinto de supervivencia se dio media vuelta y echó a correr.

¡No huyas, princesa!— Exclamó Lord Aren— ¡Nos vamos a divertir mucho!

A pesar de correr tan rápido como sus piernas le permitían, Lita de pronto sintió una enredadera rodeando fuertemente su cintura como si de una cadena se tratase, y acto seguido, cayó de espaldas y fue arrastrada hacia atrás, mientras gritaba aterrada y trataba desesperadamente de liberarse

En cuestión de segundos, la enredadera que la sujetaba se enroscó alrededor del grueso tronco de un árbol, impidiéndole huir, y aunque trató de defenderse de Lord Aren cuando se acercó a ella, él, con sus habilidades en el control de las plantas convocó una enredadera que le anudó las manos, dejándola indefensa.

¡Así te quería tener!— Exclamó con lujuria Lord Aren, sin embargo, cuando hizo el primer intento de acercarse a su cuerpo, Lita, trató de resistirse a que le separara las piernas, y sin planearlo debió darle una patada en algún lugar del cuerpo, pues lo escuchó soltar un quejido; sin embargo, Lord Aren pronto se recompuso, y con brusquedad le levantó el vestido, y forzándola a abrir las piernas se acercó a ella y le metió una bofetada que la aturdió, aunque el dolor físico no era tanto como aquel momento de terror que estaba viviendo.

¡Deja de gritar, ramera!— Le gritó Aren— ¡Le pagué mucho dinero a mi tío el Rey porque decidiste abrir la boca, así que complacerme es lo menos que puedes hacer!— Se burló mientras le tocaba los pechos por encima del vestido— Además, ¿Qué se supone que hacías fuera del castillo en una noche de invierno? ¡Las jovianas decentes se quedan en casa durante el invierno! — Le dijo— Y además, mira que tenemos aquí— Dijo levantando frente a los ojos de Lita un par de hojas de mandrágora y ruda— ¡Plantas prohibidas! Las que usan las rameras. ¡Por eso Lord Neflyte Sweeney te dejó! Porque aparte de bastarda eres una ramera.

¡Esto lo sabrá mi padre!— Amenazó Lita tratando de infundir miedo.

Lord Aren por toda respuesta soltó una carcajada.

¿Y a quién crees que va a castigar el Rey?— Se burló Lord Aren— ¿Al noble sobrino de su esposa que además ya le pagó? ¿O a la ramera que no quiere reconocer como hija?

De los ojos de Lita comenzaron a brotar lagrimas, y gritó aterrada cuando vio a Lord Aren bajarse la bragueta para liberar su virilidad que estaba lista para mancillarla, pero antes de que siquiera lo intentara, en medio de la oscuridad emergió otra sombra de la cual salió disparada una fuerte ráfaga de aire que provocó que Lord Aren saliera volando como si de una ligera pluma se tratara, estrellándose contra el grueso tronco de un árbol que se partió en dos ante el impacto. Un golpe que debió dolerle mucho, pues dejó escapar un alarido de dolor.

Lita, aún con la adrenalina recorriendola miró como aquel varón que parecía salido de un cuento Urani se acercó a Lord Aren y se acuclilló frente a él.

¿Qué no sabes que está prohibido usar los poderes en tiempos de paz, maldita desviada?— Cuestionó ofendido Aren mientras berreaba de dolor— ¡Mañana mismo haré que te deporten para que en el harén de tu padre te eduquen como se debe de educar a una loca!

Bueno, me mandas deportar, pero antes de irme diré que utilizaste poderes en tiempos de paz para intentar ultrajar a una doncella— Le respondió aquel hombre— Y como aquí en Júpiter estos casos los resuelven con juicios de combate pediré uno— Dijo con seguridad— Y tú cómo joviano debes de saber mejor que yo que las leyes de tu planeta dicen que quien pierde el combate es el culpable y que quien logra salir victorioso es porque según el dios jovianos los protegen.

¡Es diosa, ignorante!

¡Dios o diosa, me da igual!— Exclamó el varón— ¡Ahora lárgate! Quiero que esta noche vayas a dormir temprano para que mañana en cuanto amanezca vayas a denunciarme.

Lita vio como Lord Aren y el Uraní se quedaron en silencio un momento, pero entonces aquel desconocido levantó el brazo, y usando el hombro como pivote golpeó en la cara a Lord Aren con tanta fuerza que se escuchó algo romperse, provocando que gritos de dolor escaparan de su garganta.

Esto se llama osmanli tokadi— Dijo el extraño hombre— Traducido al joviano se llama cachetada urani.

Desde donde se encontraba, Lita miró como Lord Aren se alejaba arrastrándose, pero entonces, cuando aquel hombre desconocido se acercó a ella y de entre sus ropas sacó una extraña espada curva, sintió cómo de nuevo el terror se apoderaba de su ser.

Tranquila, sólo voy a cortar las enredaderas y te voy a acompañar a tu casa— Le dijo el hombre al ver el miedo en su mirada — Y aunque no lo parezco soy mujer

Al principio, Lita no le creyó, pero entonces prestó atención al pecho de dicha persona y descubrió que en efecto era una mujer. Lita entonces recordó que desde hace un año se empezó a hablar de una de las hijas del Sultán Uraní quien tras ser exiliada de Urano se había asentado en Júpiter. Lita estaba al tanto de que la princesa había recibido invitaciones para ir a eventos en el castillo Ios, sin embargo nunca había acudido por lo que no la conocía en persona, aunque se sabía que no era muy bien recibida entre los círculos de nobles ya que las damas temían que su "desviación" fuera contagiosa, y los varones solían ofenderse ante su presencia.

¿Te acompaño a casa?— Ofreció la joven Urani cuando la liberó

¡Me van a matar!— Susurró Lita aterrada, y de nuevo, tuvo un ataque de llanto, pues estaba asustada al pensar que Lord Aren podía contar que la vio de noche en el bosque.

Bueno, si crees que tus padres te van a echar por esto que ocurrió te puedo dar trabajo en mi casa— Ofreció Haruka — Te prometo que estás en la lista de mujeres que no me gustan porque me recuerdas a mi hermana favorita.

A Lita bien le habría gustado aceptar la oferta, sin embargo, sabía que de irse del castillo el Rey mandaría a buscarla y que la encontraría, lo cual sólo perjudicaría a la joven Uraní.

Te lo agradezco— Dijo Lita con voz entrecortada— Pero soy la princesa sin corona, así que mi padre te deportaria y a mí me castigaría. No me quiere y permite que me hagan cosas horribles pero no me dejaría ir— Confesó Lita mientras la mostraba a Haruka un brazalete de espinas que estaba alrededor de su tobillo, el cual, además de anular sus poderes de ataque la retenía en Jupiter en caso de que intentara huir.

La princesa Urani la miró con una mezcla de miedo y compasión, pues ese brazalete en el tobillo era como el que le ponían a los delincuentes.

Bueno, si no quieres o no puedes dejar el castillo puedo ofrecerme a entrenarte en el raks al-khanjar-khanjar de los Uranis, en el Glima de los Jovianos y a entrenarte llevando armadura para que aprendas a defenderte de idiotas como ese hombre.

Aunque Lita era un poco más alta que el promedio de las mujeres, la idea de poder defenderse de un hombre que quisiera lastimarla le parecía algo imposible, pues por lo regular los varones seguían siendo más altos que ella y con más músculos que el que podía haber en su esbelto cuerpo.

No creo que pueda lograrlo. Los hombres son más altos, más musculosos y …

¿Y?— La interrumpió la princesa Uraní— Eso no es impedimento. Las mujeres marcianas suelen ser mucho más bajas de estatura que nosotros y muy flacas, y sin embargo todas son entrenadas como guerreras y participan en torneos mixtos donde más de una vez le roban la gloria a hombres altos y fornidos.

Lita, después de un mes en el que sólo deseó morir, esbozó una sonrisa.

Me llamo Lita— Se presentó— ¿Cómo se llama usted? ¿Debo llamarla princesa o sultana?

La princesa titubeó un momento, y entonces habló.

En un año en Júpiter nadie me había preguntado mi nombre— Dijo la princesa mas para si misma, y entonces volvió a mirar a Lita— Mi nombre de nacimiento es Habiba Tennouri y en Urano me llamaban Habiba Sultán, pero no me gusta así que a partir de este momento seré Haruka Tenoh sin título.

¡Prometo que entrenaré mucho para ser la mitad de hábil de lo que es usted!Exclamó Lita— Claro, si aun quiere ayudarme a saber como defenderme.

Entonces empezamos mañana por la mañana, y como sugerencia te recomendaría que te cortes el cabello como yo, aunque si no quieres, al menos recogelo porque llevarlo suelto al entrenar te estorbará

La primera opción no le agradó a Lita, así que al ver su canasta de mimbre tirada no muy lejos de ahí, la tomó y le quitó un lazo verde que la adornaba, y entonces, recogió su largo cabello en una alta coleta que anudó con aquel lazo, convirtiendo aquel peinado en un acto simbólico en el que dejaba atrás a la Lita que llevaba su largo cabello suelto y soñaba con vivir un amor de cuento de hadas para dar paso a la Lita que llegaría a ser una guerrera tan habilidosa como un varón, pues convencida de que ningún hombre la amaría y de que no amaría a otro hombre que no fuera Lord Neflyte Sweeney, decidió cerrar en ese momento su corazón y entrenarse para tomar venganza contra aquellos que destrozaron su vida y sus ilusiones.

¡Hola!

Pues bien, aquí vengo con un capítulo más que estoy comprometida a actualizar semanalmente.

Como siempre, agradezco mucho que pasen a leer este fanfic que me tiene tan inspirada, así como por sus reviews a quienes los dejan.

Hospitaller Knigh, amiga, pues gracias por estar ahí leyendo cada cosa que se me ocurre escribir. La respuesta al review, pues ya te la mandé por inbox como de costumbre.

Abel Gregov: Me alegra verte por aquí de nuevo. Respondiendo a tus comentarios, pues sí, me inspiré en la personalidad de Chimuelo para crear a Thorakar. Sobre la mitología en Jupiter, pues en parte es mitología ya existente y en parte es inventada por mí. Por ejemplo, en el fic dejo establecido que los jovianos de cloroquinesis adoran a la diosa Deméter, la cual existe en la mitología griega; sin embargo, establecí que los jovianos de electroquinesis adoran a un dios del trueno llamado Tharos y a una diosa de la fertilidad y las plantas llamada Litha. Este mito si me lo inventé porque en ninguna mitología existen dioses con esos nombre, aunque eso sí, si existe una fiesta pagana que celebran los wicca llamada Litha en la cual celebran la fertilidad de la naturaleza, y pues me gustó para que en mí fic sea el nombre de una diosa que adoran porque suena como Lita.

Lectores anónimos: Ya saben que si me dejan review se los agradeceré y los responderé. Gracias también por estar ahí.

En fin, sin más que decir, nos vemos la próxima semana.

¡Saludos!

Edythe