CORONAS Y ENGAÑOS
CAPÍTULO 11
EL RECUENTO DE LOS DAÑOS
Ver a la hija bastarda del Rey perder el conocimiento mientras la sostenía en brazos, con la sangre brotando sin cesar de la herida en su estómago, hizo temer a Andrew lo peor. Pese a que las últimas palabras que salieron de los labios de la joven eran un mensaje de odio hacia su padre, y a pesar de que ella misma no era del agrado de Andrew, sabía que dejarla abandonada a su suerte sería algo cruel. Así que decidió llevarla de regreso al castillo, aunque eso implicara tener que enfrentarse a la princesa Wanda y revelar que él nunca había estado enfermo.
—¡Por favor, llévame rápido al castillo, Stormi! —pidió Andrew mientras acomodaba a Lita en el lomo de la dragona.
"No se te ocurra llevarla a ese horrible lugar", escuchó en su mente el inconfundible susurro de un dragón cachorro.
Poco después, vio al cachorro dragón, dueño de aquel susurro, pararse junto a Lita. Le sorprendió ver lágrimas de desconsuelo brotar de los ojos del pequeño dragón y cómo sollozaba mientras acariciaba con sus alas el cabello y los ojos de Lita, pues era bien sabido que los dragones sentían repulsión e incluso desprecio por los jovianos de cloroquinesis.
—No la voy a llevar a ningún lugar horrible —aclaró Andrew, montándose en el lomo de Stormi, mientras con una daga cortaba tela de la parte baja del vestido de Lita para hacer paños con los que detener la hemorragia mientras era atendida por un médico—. En el castillo hay médicos y...
"Si la llevas de regreso al castillo, te arrancaré los ojos", amenazó el dragoncillo.
Andrew ignoró al pequeño dragón, pues sabía que era demasiado pequeño como para herirlo.
—¡Emprende el vuelo o se me va a morir, Stormi! —refunfuñó Andrew, perdiendo la paciencia al ver que el dragón cachorro estaba tratando de oponerse al vuelo y que Stormi lo estaba ignorando a pesar de la gravedad del asunto.
"¡Ella estaba huyendo de ahí porque el Rey la quiere vender a Lord Aren como si fuera una prostituta!" insistió el dragón.
—¿Qué? —cuestionó Andrew, desconcertado.
"¿Acaso no te das cuenta?" habló fuerte el cachorro dragón. "¡Los hombres que la atacaron son Lord Aren y los otros son miembros de la guardia real!"
Andrew entonces echó un rápido vistazo a donde yacían los cuerpos de los cuatro hombres que hasta hace poco habían estado dispuestos a atacar a Lita. En efecto, uno de ellos era el mismísimo Lord Aren Campbell, sobrino de la Reina consorte, y los otros estaban vestidos con armaduras que tenían grabadas las insignias del escudo de la familia real de Júpiter.
Si bien en su interior tenía la idea de que la monarquía joviana debería desaparecer y que sus miembros eran como parásitos viviendo a expensas de los ciudadanos jovianos, lo cierto era que no creía que el Rey de Júpiter fuera un padre tan desalmado como para vender a su hija bastarda.
Ciertamente, la hija bastarda del Rey no gozaba de los mismos privilegios que la princesa Wanda, por lo que nunca estaba presente en bailes o eventos sociales organizados por la familia real ni en los que hacían acto de presencia. Pero tenía entendido que eso era debido a que el parlamento no la contemplaba como un miembro de la realeza, a que los hijos bastardos eran considerados una ofensa para la esposa de un hombre y a que el comportamiento agresivo de la hija bastarda tampoco ayudaba mucho.
—.¡La princesa Wanda me dijo que...
"¡Al diablo con lo que diga la princesa Wanda!" bramó el pequeño dragón. "¡Nunca has escuchado la versión de Lita, solo la de esa bruja mentirosa que te juró un amor que no sentía, cuando solo siente asco y repulsión porque eres un joviano descendiente de plebeyos y además de electroquinesis!"
Andrew enrojeció de ira al escuchar las palabras del pequeño dragón cachorro.
De pronto, no muy lejos de ahí, Andrew escuchó el trote de varios caballos y las voces de distintos hombres llamando a gritos a la hija bastarda del Rey para que dejara de esconderse, y por un momento no supo qué decisión tomar.
Por un lado, sabía que lo ideal para salvar su vida era entregarla a la guardia real, pues el castillo no quedaba muy lejos y ahí contaban con un médico personal que podría atenderla con la mayor rapidez posible.
Por otro lado, si era verdad lo que el dragón decía, lo mejor sería llevarla con él para salvarla de una violación consentida por su propio padre; aunque de tomar esta última decisión sabía que prácticamente la estaría condenando a morir, pues entonces él tendría que tomarse el tiempo de buscar un médico que además no delatara el paradero de la mismísima hija del Rey.
Esta última opción no le gustó del todo, pues sabía que podrían acusarlo de secuestro, y que si la hija bastarda del Rey moría, podrían acusarlo de asesinato por estar en el lugar y momento equivocado.
—¡Aquí! —gritó para guiar con su voz a los hombres de la guardia real.
Después agachó la mirada de nuevo para enfocarse en atender la hemorragia de Lita, pero entonces se fijó que en la cintura llevaba atada una vaina de la que colgaban cinco dagas y una espada, y a su mente vino el recuerdo de hace unos momentos.
Minutos antes...
Andrew, quien siempre había visto a su cuñada como una bella damisela en aprietos, se sorprendió al verla luchar con tal habilidad, especialmente cuando un alarido de dolor escapó de la garganta del caballero. Era evidente que la joven no necesitaba su ayuda y que sabía defenderse sola.
—¡Bueno, parece que la damita no necesita de un hombre! —exclamó Andrew, aunque antes de que pudiera añadir algo más, observó desde la altura en que se encontraba cómo dos hombres aparecían en el camino de su cuñada, y ella desenvainaba otra espada, dispuesta a luchar.
Aunque Andrew desconocía las razones por las que ella estaba allí, ver a dos hombres dispuestos a atacarla y a un tercero acercándose le pareció excesivo, así que le pidió a Stormi que lo llevara al lugar para socorrer a la dama. Sin embargo, mientras la dragona se acercaba, vio a otros dos dragones adultos y uno más pequeño sobrevolando el cielo.
Antes de que pudiera llegar a socorrer a la dama, vio cómo ella, en cuestión de segundos, volteaba el filo de la cimitarra que sostenía en su mano derecha hacia su propio corazón. Luego, los hombres utilizaron sus poderes de cloroquinesis para crear enredaderas que la aprisionaron tratando de evitar que cumpliera su cometido.
A pesar de que Andrew sabía que usar poderes para atacar estaba prohibido, convocó a sus poderes de trueno, apuntando primero al más fiero de ellos, que cayó electrocutado. Pero antes de lanzar su ataque al segundo, vio cómo dos dragones adultos llegaban al lugar, golpeando con sus enormes patas a los otros dos, que lanzaron gritos de terror.
Andrew vio que la doncella yacía en el pasto, con la cimitarra clavada en el estómago y la sangre fluyendo sin cesar de la herida, mientras su rostro palidecía. Sabía que si no recibía atención médica inmediata, moriría, así que la levantó en brazos, dispuesto a llevarla al castillo.
Por un momento, sus miradas se encontraron. Vio terror y desconcierto en los ojos de ella, pero antes de que pudiera decir algo para reconfortarla, ella habló.
—¡Dile al Rey que...
—Tranquila, princesa —susurró él, intentando tranquilizarla—. Te llevaré al castillo y...
—¡Dile que siempre lo odié! —susurró ella con dificultad.
Las palabras de ella sorprendieron a Andrew, aunque rápidamente las olvidó cuando vio cómo los ojos de ella se cerraban.
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Al escuchar aquella voz masculina gritando "¡aquí!", los cinco hombres de la guardia real se dirigieron en esa dirección. Al llegar, se encontraron con un hombre montado en un enorme dragón verde con escamas doradas. Vestido con una túnica y capucha negras, su rostro permanecía oculto, y en brazos llevaba a la hija bastarda del Rey. Blandir las espadas para atacar les fue imposible, pues antes de que pudieran darle alcance, el dragón se elevó lo suficiente como para estar fuera de su alcance.
Uno de ellos intentó invocar los poderes de cloroquinesis para crear una enredadera que sujetara al enorme dragón, pero al ver a otros dos dragones volando no muy lejos de allí, uno de sus compañeros le dio un golpe y se lo impidió.
—¡No seas idiota, Ronald! Ese hombre podría usar sus poderes de trueno desde lo alto para atacarnos, y además lo acompañan tres bestias aladas que nos harían pedazos —advirtió John.
—¿Cómo sabes que tiene poderes de trueno? —preguntó el joven.
—¡Es obvio, muchacho! Esas bestias aladas saben comunicarse con los jovianos de electroquinesis y les son leales —explicó el hombre mayor.
—¡Y eso no es todo! —interrumpió otro—. Douglas tiene heridas hechas por el uso de poderes de trueno.
Ronald, John y los otros dos hombres se dieron media vuelta, observando que su compañero estaba hincado frente a otro de sus tres compañeros caídos en la persecución de la bastarda.
—¡Lord Aren también está herido! —exclamó Ronald con un grito.
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En el último momento, Andrew se arrepintió de entregar a la hija bastarda del rey a su familia. Sabía que llevarla consigo podría ser una de las decisiones más imprudentes de su vida, pero también era consciente de que, si la entregaba, la duda lo consumiría, preguntándose si no la habría puesto en manos de un padre que realmente considerara subastarla como un vil objeto o infligirle algún daño. Después de todo, aunque la princesa Wanda siempre describía a su hermana como la villana de la historia, lo cierto era que él no conocía su versión de la bastarda, y además, los hijos bastardos raramente eran aceptados por la familia paterna.
Una vez tomada la decisión de protegerla, Andrew le pidió a la dragona Stormi que volara hacia el hangar de su familia, ya que no se le ocurría otro lugar seguro que no fuera su nave.
Al llegar, desmontó de Stormi con Lita en brazos y, de inmediato, la puerta de su nave se abrió. Al entrar, los tres pilotos marcianos, ya despiertos, lo miraron con sorpresa.
—¡Keiko, necesito tu ayuda! —exclamó Andrew, dirigiéndose a la mujer piloto que los acompañaba en la nave.
—¡Hansford-sama! —respondió ella, sorprendida.
—¿Qué sucede aquí? —preguntó otro de los pilotos.
—Acabo de encontrar a la dama huyendo de su familia —explicó Andrew, sin mencionar que se trataba de una hija del rey—. ¡Sus padres querían venderla a un depravado y ella intentó quitarse la vida!
—Es muy honorable de su parte rescatar a la doncella, Hansford-sama —comentó Keiko—. Pero, ¿qué se supone que hagamos? Somos pilotos, no médicos ni curanderos.
—Necesito que testifiquen que no abusé de ella mientras estaba inconsciente, Keiko, y que ayuden a proteger su reputación y la mía —dijo Andrew con firmeza—. Además, necesito asistencia mientras intento detener la hemorragia. ¡Kaitou! Es hora de despegar hacia Marte. Y Kouta, por favor, comunícate con la princesa Rei. Necesito que me ayude a conseguir un médico y donantes de sangre entre la diáspora joviana que vive en Marte o en la Tierra.
Andrew fue seguido a sus aposentos por Keiko y Kouta mientras continuaba dando instrucciones.
—¿No sería más fácil conseguir un médico aquí en Júpiter, Hansford-sama? —preguntó uno de los pilotos.
—Lo sería, pero temo que la dama necesite una transfusión de sangre, y aquí en Júpiter no realizan ese procedimiento. Además, la mayoría de los jovianos de cloroquinesis no donarían sangre —explicó Andrew—. Necesitamos un médico de fuera.
"¡No podemos irnos sin Haruka!" susurró el cachorro de dragón que los había seguido, audible solo para Andrew.
Por un momento, Andrew apartó la mirada de Lita para dirigirla al cachorro de dragón.
"Ella y la princesa de Urano planeaban huir esta noche. Si la dejas aquí, no tendrá cómo escapar", susurró el dragón.
Andrew se sorprendió ante la confesión.
Nunca había tratado con la princesa uraniana exiliada, pero, por supuesto, sabía quién era, ya que era tan famosa por su habilidad en combate como por su estilo varonil de vestir y su reputación de seducir a las damas.
—Pequeño dragón, si esperamos más, la princesa podría morir —advirtió Andrew—. Necesita atención médica dragón guardó silencio.
La nave comenzó a despegar y, mientras Keiko corría de un lado a otro con paños y una palangana de agua, Andrew se concentró en proporcionar primeros auxilios a Lita.
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Por un milagro, la princesa Wanda había sobrevivido a una caída de varios metros de altura. A pesar de su supervivencia, la incertidumbre consumía a los reyes.
Mientras la reina lloraba desconsolada en los brazos de Lady Hildrud, el rey caminaba de un lado a otro por el pasillo, la preocupación evidente en su rostro.
—¡Tranquila, tía! —exclamó Lady Hildrud—. La diosa Deméter no permitirá que Wanda fallezca.
De repente, la imponente puerta de los aposentos de la princesa se abrió, y el médico junto con las dos sirvientas que lo asistían en la habitación salieron con expresiones graves.
—¿Cómo está mi hija? —preguntó la reina, acercándose al médico.
—Se ha fracturado varios huesos, incluida la columna —dijo el doctor—. El dolor de mantenerla consciente sería insoportable, así que le he administrado un brebaje para que permanezca dormida y...
—¿Por cuánto tiempo? —interrumpió el rey.
—Majestad, la princesa también ha perdido mucha sangre —continuó el médico—. Es probable que no sobreviva más de veinticuatro horas.
—¡Debe salvarla! —exigió el rey—. ¡Haga lo que sea necesario!
—Su majestad, como le estaba explicando, la princesa ha perdido mucha sangre. No hay manera de...
El rey, con un gesto violento, agarró la capa del médico y lo miró con furia.
—¡Más le vale que salve a mi hija o le juro que nunca volverá a ejercer como médico!
La tensa conversación fue interrumpida por pasos apresurados y los gritos de dolor de su sobrino, Lord Aren.
—¡Majestad, su sobrino ha sido herido y tememos que haya perdido un ojo! —informó uno de los hombres que ayudaba a Lord Aren—. Además, cuatro de nuestros hombres están heridos y...
—¡Lleven a Lord Aren a sus aposentos y que John y Ronald busquen curanderos, médicos o lo que sea necesario! —ordenó el rey—. El médico está ocupado atendiendo a mi hija. ¡Ahora todos, fuera! Déjenos a la reina y a mí a solas con el médico. —El rey hizo una pausa y luego añadió—: Y tú, Hildrud, ve con tu primo.
Lady Hildrud, los sirvientes y el médico mismo miraron al rey con una mezcla de miedo y sorpresa, pero nadie cuestionó sus órdenes.
Una vez que todos se retiraron y el rey quedó a solas con la reina y el médico, habló con determinación.
—Doctor, concéntrese en salvar la vida de mi hija —dijo el rey—. No me importa si para salvarla dejamos morir a mis hombres o incluso a nuestro querido sobrino. Haga lo que sea necesario, incluso transfusiones de sangre.
El médico miró al rey de Júpiter con sorpresa y temor. Tanto para los reyes como para el médico, no era un secreto que en planetas tecnológicamente avanzados como Mercurio se utilizaban métodos modernos como las transfusiones de sangre, algo aceptado en otros planetas pero no en Júpiter, mucho menos entre los jovianos de cloroquinesis, quienes lo consideraban antinatural.
—No estoy capacitado en ese procedimiento y me temo que ningún médico en Júpiter lo está —respondió el médico—. Además, usted sabe que la mayoría de los jovianos de cloroquinesis no donarían su sangre.
—Entonces adquiera esa capacitación hoy mismo —exclamó la reina.
—Dígame cuántas personas necesita para obtener la sangre de mi hija —ordenó el rey—. Le pagaré con una generosa cantidad de verdeoro si salva su vida, pero si ella muere, usted será un hombre muerto.
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Después de recibir el mensaje que Lita le había enviado con Thorakar, Haruka no dudó en salir en uno de sus caballos a buscarla. Sin embargo, pasó la noche en vela recorriendo los caminos sin encontrar rastro alguno de ella ni de Thorakar.
Al amanecer, cuando Haruka estaba a punto de regresar a casa, algo llamó su atención en uno de los caminos: en medio del pasto, una luz brillaba con intensidad, parecida a una piedra de ámbar. Era algo inusual en Júpiter, ya que ese tipo de piedras preciosas, tan comunes en Urano, no lo eran en Júpiter.
Inmediatamente detuvo a su caballo y, al descender, se acercó al lugar donde la luz resplandecía. Entre la hierba encontró la pequeña cimitarra con piedras de ámbar incrustadas que tiempo atrás había regalado a Lita, la cual, en esta ocasión, tenía manchas de sangre.
Al ver el arma, Haruka supo sin lugar a dudas que Lita había logrado escapar del castillo. Sin embargo, la sangre en la hoja de la cimitarra presagiaba algo malo, y de repente, se sintió abrumada por la emoción, y lágrimas brotaron de sus ojos al imaginar que una tragedia podría haberle ocurrido a su amiga.
Dos años atrás...
Dominar a Lita y derrotarla había resultado demasiado sencillo para Haruka. Como la mayoría de las mujeres, su nueva amiga no había recibido entrenamiento en combate como los hombres, y tras tres semanas de práctica, aún le quedaba mucho por aprender.
Cuando Haruka finalmente le concedió un respiro, Lita se dejó caer exhausta en el pasto, recostándose contra el tronco robusto de un árbol mientras luchaba por recuperar el aliento.
Haruka le extendió su cantimplora y Lita bebió agradecida varios sorbos de agua fresca.
—¿Cómo puedes...? —Lita hizo una pausa, buscando aire— ¿Cómo puedes resistir tanto?
—Horas de entrenamiento, y tú también lo lograrás con disciplina —respondió Haruka, sentándose a su lado—. Por cierto, tengo un regalo para ti.
Con una mirada de sorpresa, Lita observó cómo Haruka desenvainaba una cimitarra mediana, adornada en el mango con piedras preciosas de ámbar.
—¿Una cimitarra? —preguntó Lita, emocionada.
—Sí, pero necesito que me prometas que no intentarás hacerte daño.
La sonrisa de Lita se amplió y, dejando a un lado la cimitarra, abrazó con fuerza a Haruka.
—¡Eres como la hermana que siempre deseé tener!
Haruka se quedó sorprendida ante tal muestra de afecto, algo que no había experimentado desde su huida de Urano. Las damas evitaban su contacto y los caballeros la miraban con desconfianza. Pero Lita, sin prejuicios, le ofrecía una amistad sincera, despertando en Haruka un cariño similar al que sentía por su añorada hermana Hadiya.
—Te prometo que nunca más intentaré lastimarme y que me esforzaré al máximo para llegar a ser tan hábil como tú —declaró Lita.
—¿Es una promesa? —preguntó Haruka.
—Sí, lo es.
—Entonces yo también te prometo entrenarte con todo el empeño que hubiera deseado para mi hermana.
Con un gesto simbólico, las dos jóvenes entrelazaron sus meñiques, sellando el compromiso de convertirse en una gran maestra y la otra en la mejor aprendiz.
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Dos años antes...
Neflyte estaba desbordante de felicidad, pues tras superar los obstáculos impuestos por sus respectivas familias, finalmente el Rey de Júpiter había consentido que su hija menor y bastarda, Lita, se casara antes que su hermana mayor y legítima heredera. Del mismo modo, el padre de Neflyte, el duque Ned Sweeney del Norte de Terra, había dado su permiso para que su primogénito y heredero al ducado se uniera en matrimonio con una joven extranjera y bastarda.
Ambos, el Rey de Júpiter y el duque, habían establecido sus condiciones. El Rey Cedrick exigía que la boda fuera una ceremonia sencilla, solo con la presencia de las familias, para evitar ofender a la princesa Wanda, quién aún ni siquiera tenía un compromiso matrimonial . Por su parte, el padre de Neflyte requería que la dama poseyera modales nobles y fuera virgen, condiciones que Lita cumplía a la perfección.
Con la aprobación del Rey de Júpiter, Neflyte partió a Terra para resolver algunos asuntos y compartir la buena nueva con sus padres. Sin embargo, a su regreso a Júpiter, lleno de sueños e ilusiones, se encontró con una tragedia inesperada. En lugar de ser recibido por su amada, fue llevado al salón del trono donde lo esperaba el Rey Cedrick.
—¡Un honor estar ante su presencia, Majestad! —exclamó Neflyte con una reverencia.
—¡Lord Neflyte, cuánto lamento verlo en estas circunstancias! —respondió el Rey con pesar.
La sorpresa se apoderó de Neflyte ante las palabras del Rey y su expresión sombría.
—¿Qué ocurre, majestad? —preguntó, temiendo que el Rey hubiera revocado su permiso para el matrimonio.
—Es sobre Lita...
—¿Qué le ha pasado?
El Rey tomó una profunda inhalación antes de hablar.
—Anoche, Lita abandonó el castillo sin permiso —comenzó el Rey—. Podría mentirle y ocultarle la verdad, pero soy un hombre de honor.
—¡Hable claro! —exigió Neflyte, perdiendo la paciencia.
—La matrona ha confirmado que Lita ya no es virgen —confesó el Rey—. Lita asegura que fue violada, pero no tengo pruebas de que sea cierto.
Las palabras del Rey dejaron a Neflyte sin habla, inundado por un torbellino de emociones desagradables.
—¡No puede ser! —gritó, llevándose las manos a la cabeza.
La idea de que su amada Lita hubiera sido tocada y desflorada por otro hombre le resultaba insoportable. Cegado por la ira, comenzó a golpear las paredes de piedra.
—¡No! —rugió furioso, provocando que los guardias irrumpieran en el salón, creyendo que el Rey necesitaba ayuda.
—¡Fuera, no los he llamado! —los despidió el Rey.
Una vez solos, Neflyte se derrumbó, llorando ante la devastadora noticia.
Se preguntaba qué diría a sus padres ahora y cómo podría concebir un futuro con Lita, sabiendo que había pertenecido a otro.
Fin del flashback.
El resonar de un trueno, preludio de la tormenta, sacó a Neflyte de aquel sueño recurrente donde revivía la trágica noche en que descubrió que su amada había sido deshonrada. Soñar con los felices momentos junto a Lita o sufrir pesadillas sobre el amargo final de su romance era habitual, pero esa noche, su inquietud era mayor, como si presintiera algo. Impulsado por ese presentimiento, se levantó de la cama y se dirigió al balcón.
El amanecer en Terra estaba cerca, y a pesar de las nubes, las estrellas aún brillaban en el firmamento. Estrellas que solían traerle recuerdos agradables, pero que esa vez le mostraron una visión de su amada, sufriendo una hemorragia y agonizando.
La premonición le arrancó un grito de terror. Su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho, mientras las lágrimas empañaban su vista. Aunque la amaba y la ausencia de Lita le causaba amargura, su orgullo le había impedido buscarla de nuevo. Sin embargo, ante la premonición de que su vida corría peligro, se arrepintió de cómo la había tratado la última vez que la vio.
Decidido, resolvió partir hacia Júpiter en su búsqueda, pues ya no importaban su virginidad ni su honor; solo importaba su amor por ella y el deseo de no perderla.
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Dos años antes...
Después de ser encontrada por Fiona en aquella cabaña donde había sido ultrajada, Lita fue llevada de vuelta al castillo. Ni su vestido roto, ni los moretones en su cuerpo, ni el testimonio de Fiona, quien aseguraba haberla encontrado herida y llorando desconsoladamente, fueron suficientes para evitar la ira del Rey, quien la culpó y la golpeó por no haber evitado su propia desgracia.
—¡Señorita, por favor, intente comer algo! —insistió Fiona compasivamente, ofreciéndole un cuenco de sopa.
Lita, sin embargo, no mostró interés en levantarse de la cama y volvió a llorar, recordando el ultraje sufrido la noche anterior. Fiona, resignada, dejó la bandeja a un lado y se sentó en la cama, abrazando maternalmente a Lita en un intento de consolarla.
La puerta se abrió de golpe y Lita tembló al ver entrar a la reina.
—¡Lord Neflyte está aquí, Lita! —exclamó la reina con desdén—. ¡Me avergüenza que compartas la misma sangre que mi Wanda!
Lita se sentó de golpe en la cama, mirando a la reina con resentimiento. Había sido ella quien la había enviado fuera del castillo en busca de ambrosía la tarde anterior.
—¡Cállese! —le gritó Lita con furia—. ¡Usted me mandó fuera del castillo!
—Y tú decidiste quedarte hasta tarde —replicó la reina con frialdad.
—¡Para evitar su regaño si no traía la maldita ambrosía!
La reina sonrió con burla ante la respuesta de Lita.
—Suena tan absurdo —dijo la reina—. ¿Cómo ibas a temer más un regaño que ser ultrajada por algún salvaje? Es un pretexto ridículo para no sentirte culpable. Quizás tú lo provocaste y ahora te haces la víctima.
Lita, fuera de sí y sin poder contener su ira, se lanzó sobre la reina, derribándola de un golpe, ignorando las súplicas de Fiona.
De repente, la puerta se abrió con estrépito y dos guardias entraron, separando a Lita de la reina.
—¿Qué significa esto, Lita? —preguntó su padre, el Rey Cedrick, con severidad.
—Déjala —intervino la reina—. Así Lord Neflyte verá con quién pretende casarse.
Al oír el nombre de su amado, Lita se giró y vio que algo en la mirada de Neflyte había cambiado. La devoción y el respeto habían dado paso a algo que parecía reproche y decepción.
—¡Nef! —susurró Lita, esperando que él la abrazara y la consolara, que la llevara lejos de todo aquello.
—¡Dime quién fue! —exigió Neflyte.
Las lágrimas inundaron los ojos de Lita y volvió a llorar.
—¡La única manera de reparar nuestro honor es mediante un juicio por combate! ¡Dime quién fue! —insistió Neflyte.
El miedo se apoderó de Lita al pensar en un juicio por combate. No quería que todo Júpiter supiera de su ultraje, ni que Neflyte arriesgara su vida.
—¡Sácame de aquí! —suplicó entre lágrimas—. No quiero estar aquí.
Neflyte la tomó de los hombros y la sacudió con furia.
—¡Dime quién fue! —gritó.
—¡Sácame de aquí! —repitió Lita, desesperada.
Neflyte, frustrado por no obtener una respuesta, la soltó y salió de la habitación.
—¡Neflyte! —gritó Lita, corriendo tras él—. ¡Neflyte, no me abandones!
Fin del flashback.
La hemorragia finalmente había cedido; sin embargo, Lita había perdido mucha sangre, dejando rastros de ella en su vestido y en la fina colcha de la cama.
—¡Por favor, no te mueras! —le suplicó Andrew, sin apartar sus manos del montón de vendas que cubrían la herida.
—¡Nef... Neflyte! —pronunció en un susurro la joven.
Andrew dirigió su mirada al rostro de ella. Sus ojos se habían entreabierto, pero era evidente que estaba delirando.
—¡Neflyte! —susurró ella, llevando sus manos a las de él.
—Sí, te llevaré con él, pero primero tienes que recuperarte —le prometió Andrew.
—Hansford-sama, la princesa y el médico han llegado —anunció Keiko—. Ya están dentro de la nave.
—¡Hazlos pasar!
Poco después de dar la orden, a los aposentos de la nave de Andrew entraron Rei, seguida de un hombre maduro de cabello castaño vestido con la indumentaria típica de Marte, y una bella joven de corto cabello azulado, quien debía tener a lo mucho veinte años.
—¡Doctor, qué bueno que llega! —exclamó Andrew, dirigiéndose al hombre.
—Gracias, pero la doctora es la princesa Ami —aclaró el hombre—. Yo solamente soy su asistente.
Andrew se sorprendió al ver dar un paso al frente a la bella joven de cabello corto para empezar a examinar a Lita.
—Ha hecho un buen trabajo de primeros auxilios, señor Hansford —dijo la joven—. Pero la señorita necesitará una transfusión de sangre.
—¡Lo supuse! —exclamó Andrew—. ¿Buscaste donadores, Rei?
—Mandé a buscar entre los jovianos de cloroquinesis que viven en Marte y en Terra, Andrew —dijo Rei—. Pero tú bien sabes que la mayoría de tus compatriotas suelen negarse a donar sangre, así que quizá sea un poco tardado.
—¡No va a resistir más! —explicó la joven peliazul—. Puedo cerrar su herida, pero si no recibe la sangre, no pasará de dos horas.
—¿Dos horas? —se sorprendió Rei—. ¡Es muy poco tiempo! Incluso aunque ya hubieran encontrado donadores, estamos a más de cuatro horas de Marte.
Andrew miró suplicante a Lita y llevó una de sus manos al bello y sudoroso rostro de la joven.
—Por favor, princesa. ¡No se muera!
Lita abrió los ojos, y estos se llenaron de lágrimas al encontrarse con la mirada de Andrew.
—¡Neflyte, has vuelto! —susurró ella.
—Está delirando —comentó la princesa Ami.
—¡Mi Neflyte, mi amor! —susurró Lita, llevando una de sus manos a aquella con la que Andrew acariciaba su rostro.
Andrew entonces se percató de que la joven tenía cicatrices en la muñeca, como si en el pasado hubiera intentado quitarse la vida.
—¡Nef!
Las lágrimas inundaron los ojos de Andrew.
Ciertamente, desde hace mucho sabía quién era ella; incluso había sentido una fuerte atracción no correspondida por ella antes de conocer a Wanda. Sin embargo, nunca la había conocido, y verla a punto de morir, lejos de sus seres amados, lo llenó de pena.
—Nef, ¿aún me amas? —preguntó ella.
—Sí, mi princesa. Aún te amo —mintió Andrew.
Una mentira que sostendría durante las siguientes horas para hacerla feliz en su delirante lecho de muerte.
¡Hola a todos mis queridos lectores y lectoras!
Espero que el capítulo ya les haya gustado. Como pueden ver, ya salió Ami, pero dado la gravedad de lo que ocurre en el fanfic no le di oportunidad de ser presentada bien y con reverencia como se suele hacer con una princesa.
Agradezco a todos quienes pasan a leer este fanfic, sobre todo a Hospitaller Knight y Maga del Mal por sus reviews, y esta vez también a Musa de papel por agregarme a su lista de autores a seguir.
Lectores anónimos. ¿Qué les pareció? Ya saben que si lo desean, pueden dejar sus reviews. Siempre los respondo.
En fin, ahora si voy a estar procurando publicar todos los sábados.
¡Que tengan un lindo fin de semana!
Edythe.
