CORONAS Y ENGAÑOS
CAPÍTULO 19
SUEÑOS
A pesar de los planes iniciales de Andrew de partir antes de la medianoche hacia Júpiter, compartir tiempo a solas con Lita para explorar el templo de Ares y Pyra, así como sus alrededores, lo había sumido en una especie de ensueño. Hasta hace poco, Lita no le caía en gracia, pero ahora se encontraba disfrutando de su compañía más de lo que hubiera imaginado.
El sonido de la risa de Lita resonaba como una dulce melodía en los oídos de Andrew. El aroma a rosas que ella desprendía al moverse lo embriagaba, y su rostro armonioso, como si los mismos dioses lo hubieran esculpido, lo tentaba a contemplarla más de lo debido, aunque por supuesto no admitiría que había fantaseado con olisquear su cabello cobrizo y acariciar su piel suave desde que la había visto por primera vez hace cuatro años, cuando ni siquiera le habían presentado a la princesa Wanda y su mirada se había encontrado con Lita, quién se encontraba patinando en el hielo de invierno con unos patines rudimentarios.
Andrew estaba tan perdido en sus pensamientos que habría seguido a su lado hasta que ella quisiera apartarse o hasta que las lunas rojizas de Marte se ocultaran en el firmamento. Sin embargo, una de las sacerdotisas anunció el final del festival, y Andrew se dio cuenta de que se habían quedado más tiempo del debido.
—¡Thorakar debe de estar hambriento!— exclamó Lita con preocupación.
—Le dejamos suficiente comida— le recordó Andrew
—¡Pero debe de estar muerto de aburrimiento encerrado en el carruaje!— exclamó Lita— El no soporta estar encerrado.
De inmediato, Lita se puso de pie y comenzó a caminar de prisa; y Andrew, preocupado de que se esforzara más de lo necesario o que entre la multitud le hicieran daño sin querer, fue tras ella y rápidamente le dio alcance, tirando de su brazo para detenerla.
—No debería camina de prisa
—¡Pero Thorakar …
—Si no le incomoda puedo llevarla cargando
Andrew notó que Lita se sonrojó ante su propuesta. Sabía que aquello podría rayar en lo indecoroso en la cultura joviana, y no le habría sorprendido si ella le hubiera metido un bofetón. Sin embargo, las palabras que salieron de sus labios lo dejaron sorprendido.
—¡Solo aceptaré su propuesta por Thorakar, señor Hansford! —dijo Lita con determinación.
Andrew sintió un cosquilleo en el estómago al escuchar su respuesta. La idea de llevarla en brazos, aunque potencialmente inapropiada, le resultaba tentadora. ¿Cómo sería sentir su peso contra su pecho, su fragilidad en sus brazos? Pero también sabía que debía ser cauteloso.
—Sí. Es por Thorakar —añadió, tratando de mantener la compostura.
Lita entreabrió los labios, pero antes de que pudiera decir algo, Andrew la levantó en brazos con una facilidad sorprendente. El calor de su cuerpo se transmitió a través de la tela de su kimono, y Andrew sintió una mezcla de emoción y nerviosismo.
—Te bajaré de mis brazos antes de llegar al carruaje —susurró—. En Marte nadie nos conoce, pero si el auriga ve que te llevo en brazos como si fueras mi esposa, se lo contará a otros sirvientes. Y aunque el Emperador parezca todo serio le gustan los cotilleos. Pensarán que hay algo entre nosotros dos.
Lita asintió, y el silencio entre ambos se hizo presente. Andrew caminó con paso firme, sintiendo el latido acelerado de su corazón. El roce de su piel contra la suya provocó una oleada de deseo que no pudo ignorar.
Por un momento, Andrew caminó en silencio, pero cuando estaba por llegar escuchó una voz llamándolo.
—¡Así que aquí estás, Andrew!
Al alzar la vista, Andrew se encontró con el mismísimo Emperador acompañado de las princesas Rei y Ami. La tensión en el aire se hizo palpable, y Andrew se preguntó qué pensarían al verlo con Lita en brazos.
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Estar en los brazos de Andrew justo en el momento en que se encontraron con el Emperador de Marte y las princesas Rei y Ami avergonzó a Lita. Aunque se encontraba lejos de Júpiter, la cultura joviana estaba muy arraigada en ella, y de haber estado en su planeta, aquello habría sido motivo de escándalo.
Por suerte, las princesas no parecían darle importancia, y el Emperador solo mencionó estar preocupado por ellos.
Aquella mañana, al salir del Castillo Imperial, Andrew había quedado en que regresarían al mediodía. Sin embargo, se habían quedado hasta la medianoche, dejando no solo con incertidumbre a sus anfitriones, sino también aburrido a Thorakar, quien se había quedado encerrado en el carruaje. Además, habían pospuesto unas horas el viaje de Andrew rumbo a Júpiter, pero a pesar de todo, Lita no podía negarse a sí misma que, aunque hasta hace poco Andrew le causaba aversión, había comenzado a disfrutar de su compañía.
Después de que Andrew se justificara ante el Emperador, Lita y Andrew subieron al mismo carruaje en el que habían llegado. Se encontraron con un Thorakar molesto, graznando y mirando con furia a Andrew, lo que le pareció gracioso a Lita.
—¡Ya, mi pequeño! —exclamó Lita, acariciando al dragón que se restregaba en su regazo— ¡No volverá a pasar, adorable criatura!
Thorakar comenzó a tranquilizarse, y Andrew soltó una carcajada que llamó la atención de Lita.
—¿Adorable esa pequeña bestia? —cuestionó Andrew con sorna.
Thorakar volvió a graznar, y Lita quiso fingirse molesta.
—¡Oiga, no está ayudando, señor Hansford!
El dragón se paró sobre sus patas y continuó graznando mientras extendía sus pequeñas alas.
—Mejor dígame. ¿Qué está diciendo mi pequeño Thorakar? —preguntó Lita— Usted puede entenderlo, así que quizá me pueda interpretar qué es lo que quiere.
—¿Eh? —exclamó Andrew— ¿Yo?
—Sí, usted —dijo Lita— Todos los jovianos de electroquinesis entienden a los dragones. No me va a decir que usted no. ¿Verdad?
—Por supuesto que los entiendo.
—Entonces dígame qué está diciendo Thorakar —pidió Lita, mirándolo fijamente.
Andrew titubeó, y Lita esbozó una sonrisa al percatarse de que Andrew se había sonrojado. En el poco tiempo que llevaba tratándolo, lo había visto enojado, feliz, calmado, riendo; pero no sonrojado. A Lita de pronto le pareció que se veía adorable.
—Dice tonterías sin sentido.
Thorakar dejó escapar algo que parecía una risa socarrona, y aunque Lita no entendía nada de lo que un dragón quisiera comunicar, gracias a los dos años que llevaba conociéndolo, tenía claro que se estaba burlando de Andrew, lo que despertó su curiosidad.
—¡Señor Hansford, dígame!
—Me encargaré de que mañana por la mañana venga una modista para que le tome medidas y le confeccione unos kimonos y ropa apropiada para Marte —le dijo Andrew.
—No es necesario
—¿No? Pues le recuerdo que no tiene ropa y que lo que lleva puesto es de la princesa Rei.
Lita se sorprendió ante las palabras que salieron de Andrew. No había traído ropa de Jupiter, y aunque así hubiera sido, no le serviría en Marte. Aún así no quería estar en deuda.
—No tengo cómo pagarle, pero…
—Me salvó de casarme con una mujer que no me ama, y eso no tengo cómo agradecerselo —dijo Andrew—. Aceptelo como pago.
La mención de la princesa Wanda hizo que Lita se incomodara, y entonces sintió el impulso de hacerle una pregunta demasiado personal.
—¿Piensa mucho en ella?
Andrew guardó silencio un momento, y Lita se arrepintió de haber hecho aquella pregunta.
—Para serle honesto, sí—respondió Andrew. —Cada mañana cuando me despierto, y también cuando me voy a la cama, pienso en ella.
Lita sabía que Andrew amaba a Wanda. Se lo había confesado estando en la nave. Sin embargo, mientras que en aquella ocasión le había molestado que existiera un hombre que amara a Wanda al grado de estar dispuesto a protegerla a pesar de haberlo traicionado, ahora en este momento lo que le estaba molestando no era tanto el hecho de que Wanda fuera amada, sino que quien la amara fuera Andrew Hansford.
Lita entonces agachó la mirada. Andrew no dijo más, y aunque durante el día había disfrutado hasta de los momentos en que habían llegado a quedarse en silencio, en este momento estaba siendo incómodo.
—¿Usted piensa mucho en Lord Neflyte Sweeney?— Le preguntó Andrew
—No hay momento en que no,—respondió Lita.
Algo que, si bien era hasta cierto punto verdad, solía negar fingiendo que ya lo había superado, sin embargo, en ese momento lo había confesado, pero no porque sintiera necesidad de sincerarse, sino como si fuera su defensa contra un ataque. Algo absurdo, porque Andrew no le estaba faltando al respeto, pero de pronto se sentía airada.
De pronto, el carruaje se detuvo, y casi enseguida la puerta de este se abrió. Habían llegado de vuelta al castillo, cosa que Lita agradeció para sus adentros. Ahora, de pronto, le apetecía estar a solas, rumiando con ese sentimiento de extraña incomodidad que le había dejado hablar de los sentimientos de Andrew por Wanda.
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Dado que en Marte ya era de noche y los mecánicos aeroespaciales estaban revisando que la nave de Andrew estuviera lista para despegar, lo cual les llevaría un par de horas, Andrew aprovechó para retirarse a sus aposentos y descansar un poco.
Antes de ir a dormir, buscó entre sus pertenencias un poco de hikarigara para relajarse y poder conciliar el sueño, pero tras descubrir que no tenía ni un gramo de esa hierba que le ayudaba a sobrellevar el dolor de la traición de la princesa Wanda no le quedó de otra que irse a la cama sin aquella planta que al fumarla parecía anestesiar sus sentimientos de dolor; sin embargo, por dicha en esta ocasión a pesar de no estar bajo el influjo de aquella hierba el recuerdo de la princesa Wanda no invadió su mente, tampoco sintió ese nudo en la garganta que por días se hacía presente, y poco a poco la necesidad de descanso lo venció, y en su sueños se hizo presente quien menos se hubiera imaginado: Lita, la hija bastarda del Rey de Júpiter.
Sueño de Andrew…
La primavera había dado inicio en Júpiter, dejando atrás el invierno que tanto detestaban y temían los Jovianos de los dos grupos étnicos existentes, y dado que dicha estación representaba para ambos grupos felicidad y dicha, aquel primer jueves de primavera dio inicio la gran fiesta en la que se quemaba en una hoguera un mono de paja que bien podría representar al malvado dios que ultrajó a la diosa a Deméter o al malvado ser que raptó a la diosa Litha.
Tras la quema del mono que daba inicio a la fiesta, siguió la danza del deshielo; y más tarde el sonido de la Gaita, la flauta y el arpa se hicieron presentes, amenizando aquella festividad en la que los jovianos ofrendaban exquisitos manjares a sus dioses y danzaban alrededor de un tronco decorado con flores de diversas especies y colores.
Como la costumbre dictaba, las doncellas solían vestirse con vestidos de colores claros, sus mejores joyas y adornaban su indumentaria con pétalos y sus cabellos con coronas de flores, todas esperanzadas en ser elegidas como la Reina de la primavera del año, o mejor aún, de ser cortejadas y encontrar el amor; y aunque muchas de las bellas jóvenes eran muy hermosas y Andrew era consciente de que solía atraer a las chicas, solo había una mujer a la que ansiaba ver entre aquella multitud.
De pronto, como si el dios Tharos escuchara sus plegarias, en medio de la muchedumbre aspiró aquel dulce aroma a rosas y vainilla que no había olvidado a pesar de sólo haber tenido de frente una vez a la doncella dueña de aquella fragancia.
De inmediato, se dio media vuelta, y entonces miró a la joven doncella que había inspirado aquel cuadro que había pintado durante un invierno sin saber que era la hija bastarda del Rey.
"La rosa", que era el nombre que le había puesto en su mente a la hermosa doncella que había vuelto a buscar, estaba frente a él, ataviada con un sencillo vestido de lino color blanco y una corona de rosales rosas y lirios del valle adornando su preciosa cabellera color caoba cuyas ondas caían alrededor de ella como una cascada.
Pese a que no sabía si una joven de la etnia de cloroquinesis y además hija del Rey lo aceptaría, tomo el valor de acercarse a ella, decidido a conocerla, y como si la joven adivinara sus pensamientos, de pronto volteó hacia él, y entonces la mirada de Andrew se encontró con los ojos de Lita que brillaban como las esmeraldas.
—Princesa, ¿Le gustaría ser mi compañera de baile está noche?
La bella joven sonrió con timidez ante la propuesta, y musitó un "Si".
Andrew entonces tomó con delicadeza una de sus manos, y con el pretexto del baile la estrechó contra su cuerpo. De pronto, los cabellos sueltos de la joven estaban recogidos en una coleta, y su humilde vestido blanco de estilo Joviano había sido sustituido por un fino kimono de los que solian usarse en Marte en festividades celebradas en el interior de un salón.
Los ojos de Andrew se perdieron en los ojos de ella que parecían un par de esmeraldas brillantes, y aunque lo que quería hacer era impropio en cualquier lugar de la Galaxia se atrevió a romper la distancia que los separaba para rozar sus labios.
De pronto, cuando sintió que la hermosa Lita correspondía a aquel beso, el mágico momento se vio interrumpido por el ding dong de un molesto reloj, y todo a su alrededor comenzó a desaparecer
Fin del sueño.
Con disgusto y sentimientos encontrados, Andrew despertó de aquel sueño, y se sentó de golpe en la cama, sintiendo el sudor escurrir por su rostro pese a que los aposentos tenían cristales de enfriamiento.
—¿Qué demonios?— se preguntó desconcertado así mismo.
No podía estar fantaseando con Lita de esa manera. No cuando era la hermana de Wanda. No cuando Lita seguramente ni siquiera voltearia a verlo si no estuviera necesitada de su protección.
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Sueño de Lita…
Aquel era el primer jueves de primavera, y dado que era una fecha sagrada para los Jovianos de ambos grupos étnicos y de todas las clases sociales, después de dejar preparado el banquete para los Reyes, Lita se vistió con un sencillo vestido que Fiona le había remendado para acudir a la fiesta.
Pese a ser joviana de Cloroquinesis, preparó su ofrenda con las más hermosas flores para ofrecerla en silencio a esa diosa que ella prefería llamar Litha, cómo hacían los Jovianos de electroquinesis, y entonces, llegó a la altar donde una pareja de estatuas en honor a los dioses Litha y Tharos estaban recibiendo ofrendas, así que tras dejar la suya, cerró los ojos y elevó sus plegarias.
—¡Oh, mi querida diosa, por favor pon en mi camino a un hombre que me ame la mitad de lo que el dios Tharos te amó!
Lita se dio media vuelta, y entonces se encontró con Andrew Hansford, quien estaba vestido con una yukata color negro con gris equipada para la supervivencia en Marte. Una indumentaria que aunque costosa, lo hacía lucir estrafalario en Júpiter, y que además corrompía las leyes Jovianas donde los avances tecnológicos no eran bien vistos.
—¿Me concedería el honor de esta pieza, princesa?— preguntó Andrew con una sonrisa en sus labios.
Lita sintió sonrojarse. Quería responderle que "sí", pero se sintió avergonzada de estar ante el hijo de uno de los hombres más ricos de la Galaxia vestida con un vestido remendado, y además sabía que el Rey Cedrick ya había planeado que Andrew fuera el marido de Wanda, por lo que temía el castigo.
—Le prometo que no permitiré que le hagan daño, princesa.
Lita musitó un "Sí", y cuando él le ofreció su mano ella la tomó, y después él la abrazo y ella hundió su cabeza en el pecho de él.
Andrew entonces tomó con delicadeza el rostro de ella, y se inclinó. Lita entrecerró sus ojos, su aroma amaderado y su cálido aliento le alborotó el corazón, y entonces sintió un aleteo en su estómago cuando los labios de él rozaron los suyos; sin embargo, los graznidos de Thorakar en su oído interrumpieron el mágico momento.
Fin del sueño
Al abrir los ojos Lita aún sentía el corazón latiendo rápido y el aleteo en el estómago.
Un suspiro escapó de sus labios, pues era la primera vez en dos años que dormía placidamente sin volver a revivir en pesadillas aquella noche en que fue ultrajada. Por el contrario,había tenido un hermoso sueño, y lo primero que hizo antes que otra cosa fue acariciarse los labios con sus dedos, fantaseando con aquel beso con el que había soñado, pero Thorakar tiró de su sábana haciéndola volver a la realidad.
—¡Ya basta!—Exclamó
Lita entonces miró un reloj plutoniano que colgaba de la pared. Era la hora para vestirse e ir a buscar a Andrew para entregarle la carta que debía darle a Haruka cuando la encontrara, así que comenzó a vestirse, mientras en su mente le daba vueltas a aquel sueño que aún hacía sentir sus mejillas calientes.
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El carruaje que llevaría a Andrew al hangar Ígnea ya estaba listo para partir, y los Emperadores de Marte, como los buenos anfitriones que eran, se encontraban en el patio junto a Andrew dándole la despedida.
—Tenno Heika, de nuevo le pido que por favor deje que la señorita Lita tome clases de cocina con su cocinera—Dijo Andrew en el idioma marciano—No sabe gran cosa, pero hoy mismo le haré llegar arroz,sorgo y pescado para compensar lo que ella eche a perder y mañana le llegarán provisiones de Júpiter a primera hora.
El emperador río de manera socarrona, y le dio una palmada a Andrew en el hombro.
—Descuida muchacho, no tenemos escasez de comida como para que tengas que pagar por lo que come la dama.
—Y se lo agradezco, Emperador—Dijo Andrew— Pero Lita es importante para mí. Ni siquiera la dejaría de no ser porque debo sacar a su hermana de Júpiter personalmente.
Y hablando de la señorita, justo acaba de llegar—Dijo la emperatriz.
Andrew dio media vuelta, y sintió sus mejillas calientes cuando se encontró con Lita acompañada de las princesas Rei y Ami, que para su gusto, se veía más hermosa que ayer y que en sus sueños.
—Señor Hansford—Susurró Lita
Andrew miró a los presentes, y supuso que quizá antes de partir debía tener una breve charla a solas con Lita.
—Si me permite, Tenno Heika, hablaré en privado con la señorita—Dijo Andrew en Joviano.
El Emperador asintió, y entonces se alejó unos cuantos metros junto con Lita. Poniendo suficiente distancia para no ser escuchados por el Rey que entendía perfectamente el idioma Joviano.
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Cuando estuvieron a suficiente distancia de la familia Imperial y uno frente al otro, el recuerdo del sueño que acababa de vivir mezclándose con el embriagante aroma amaderado de Andrew provocó que el corazón de Lita volviera a alborotarse.
—Se lo voy a preguntar una vez más—Dijo Andrew mirándola a los ojos—¿Quiere que la deje por tres días para ir a buscar a su amiga? Aún puede pedirme que me quede y lo haría si me lo pide.
—No podría confiar en otra persona para que la traiga
Andrew esbozó una sonrisa que aceleró el corazón a Lita.
—¿Entonces ya confía en mí?
Lita sintió ponerse colorada ante la pregunta de Andrew y río nerviosamente, pero en vez de responder, sacó un estuche de pergamino y se lo entregó a Andrew.
—Es la carta para Haruka—Dijo ella—Está en Uraní.
Andrew lo guardó en una de las bolsas de su yukata.
—Eso no responde a lo que le pregunté mi princesa
Aquel posesivo "mi" no le pasó desapercibido a Lita, y esbozó una sonrisa.
Andrew se llevó las manos a la parte trasera del cuello, y segundos después, Lita lo vio quitarse dos cadenas de oro opaco. Ambas compartían un relicario que llamó la atención de Lita, pues no era cualquier joya, sino el mismo "dije de la unión", el cual se trataba de un círculo hecho de oro que en el centro tenía un nudo joviano intrincado que representaba la conexión eterna y la unión de una pareja, y en medio de dicho nudo que se dividía en dos, había una pequeña esmeralda.
Lita supuso que dicha joya Andrew la había adquirido para Wanda, pues era una costumbre joviana que una vez que un hombre y una mujer contraían matrimonio, el varón adquiriera un dije con aquel símbolo para obsequiar a su mujer.
—No se lo he preguntado, princesa. ¿Le gusta la tecnología o es una religiosa ortodoxa?—preguntó él cambiando de tema.
Lita no sabía que tenía que ver aquella pregunta con el relicario, pero respondió.
—No estoy en contra, pero en Júpiter la única tecnología que llegué a ver eran las naves desde lejos.
Andrew separó el dije en dos, y este emitió un brillo verdoso, algo que sorprendió a Lita, pues no esperaba que aquella joya que representaba un símbolo de Júpiter tuviera tecnología en su interior.
Después de separar el dije en dos, él se puso la cadena que representaba la parte superior y que correspondía usar al varón de relación, y la otra cadena con la otra mitad la puso frente a sus ojos.
—¿Aceptaría este presente, princesa?"—le preguntó él.
Lita se quedó sorprendida y sintió como el rubor subía a sus mejillas ante semejante propuesta, pero Andrew, sonrió de aquella manera que a ella le parecía encantadora.
—No le estoy proponiendo matrimonio, princesa— Aclaro él— Es para poder comunicarnos en estos días que no voy a estar en Marte a su lado.
Lita no pudo evitar recordar el brazalete de retención que la Reina de Júpiter le había puesto para que no pudiera escapar ni usar sus poderes, y sintió temor.
—¿Qué sucede si me lo pongo?
—Le seré honesto, princesa—le dijo Andrew—. Si se lo pone no solo podremos comunicarnos, puede saber mi ubicación y yo la suya, así que si eso le incomoda, puede no usarlo—explicó él—. Pero incluso si no lo usa es útil para conversar si necesita algo.
—Pero en Júpiter está prohibida la tecnología —dijo Lita—. Podría meterse en problemas.
—¿Estás preocupada por mí?—preguntó Andrew con cierta picardía en su voz que de nuevo provocó que ella riera y sintiera el calor en sus mejillas.
—Le estoy informando, señor Hansford.
—No se preocupe por mí—le respondió Andrew—. Nadie sospecharía del dije joviano de la unión. Además, siempre lo llevo bajo la ropa. ¿Lo aceptará?
Lita extendió ambas manos, dispuesta a tomar aquella joya, pero Andrew, en vez de soltar el relicario sobre ellas, se las tomó entre las suyas y depositó un cálido beso en el dorso de ambas, avivando de nuevo sus emociones.
—Los Emperadores nos están viendo, y sería raro que no nos comportáramos como los jovianos que somos —dijo Andrew.
Lita se quedó sin habla de la emoción. Ciertamente, besar el dorso de las manos de una dama era una costumbre joviana, pero los hombres solían hacerlo con las damas de su mismo rango social o pertenecientes a un estrato más alto. Jamás un señor acaudalado, aunque careciera de títulos, besaría el dorso de la mano de una bastarda aunque se tratase de la hija ilegítima de un Rey.
Andrew puso la joya en una de sus manos, y Lita asintió.
—Voy a cuidar el dije hasta que vuelva.
—Podría localizar la mitad del dije aunque lo perdiera —dijo Andrew—. Mejor cuídese usted. Quiero verla mejor a mi regreso.
Lita asintió, y entonces Andrew soltó sus manos, cosa que ella lamentó en silencio.
Finalmente, se reunieron con la familia Imperial de Marte. Antes de partir, Andrew les dedicó unas palabras en marciano a la princesa Ami de las que Lita no entendió absolutamente nada, aunque sí se dio cuenta de que la princesa respondía con amabilidad y asentía.
Poco después, Andrew se despidió de la familia real y subió al carruaje.
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Pese a que el Rey Cedrick había intentado ocultar que Lord Neflyte Sweeney lo acusaba de la desaparición de su propia hija, aquello no había sido posible. El Juez de los Tribunales, siguiendo las leyes jovianas, notificó al primer ministro y a los miembros del Parlamento. Por lo tanto, aquella mañana se convocó a una reunión en el salón del trono.
—Sé que suena inverosímil que usted esté detrás de la desaparición de su propia hija, majestad —dijo Arthur Hansford—, pero si no logra demostrar su inocencia, deberá considerar abdicar en favor de la princesa Wanda.
—¡Jamás! —exclamó el Rey Cedrick, levantándose de su trono—. ¿Cómo es posible que le den crédito a ese extranjero que se atreve a manchar mi nombre? ¡Es él quien debería demostrar que sus acusaciones sin fundamentos son ciertas!
—Le recuerdo que pronto la denuncia se hará de conocimiento público, y la sociedad comenzará a murmurar —dijo el primer ministro—. Además, de no aparecer su hija, Lord Neflyte Sweeney está dispuesto a exigir un juicio por combate.
El Rey Cedrick sintió la respiración acelerársele ante el panorama que se cernía sobre él.
En lo personal, consideraba estúpida la creencia de que los dioses supuestamente ayudaban a que la parte inocente ganara un juicio por combate. Sin embargo, años atrás, cuando se había planteado revocar esa ley debido a que un gran número de jovianos la consideraban absurda, el Rey Cedrick, temeroso de ser obligado a abdicar por haber tomado a la fuerza a más de una mujer en el pasado, se había opuesto, pues si alguna mujer lo acusaba, podría solicitar un juicio por combate, derrotar a su acusadora fácilmente y llevarla a la horca.
Sin embargo, nunca había esperado que alguien con suficiente poder y gran destreza en el campo de batalla se preocupara tanto por su hija bastarda como para poner en peligro su reputación y su trono.
—Ese juicio por combate desde ya es un juicio perdido —soltó uno de los nobles de la Cámara de Electroquinesis.
—Concuerdo, Lord Byron —comentó otro de Cloroquinesis—. Lo mejor será que la princesa y el heredero de nuestro primer ministro contraigan matrimonio lo antes posible para que su majestad abdique en favor de la princesa. Y dado que la heredera al trono es mujer será mejor que esté respaldada por su marido.
—¡Eso no es posible! —gritó el Rey—. El joven Andrew Hansford está muy enfermo e internado en un hospital de Mercurio. Además, ni siquiera se ha anunciado el compromiso de manera oficial.
—Y eso no es impedimento para celebrar el matrimonio de la princesa y el hijo del primer ministro —comentó otro miembro del Parlamento—. La princesa heredera debe casarse cuanto antes.
El Rey Cedrick sintió que en ese momento el mundo se derrumbaba a sus pies.
Por supuesto, también quería que su hija legítima se casara con Andrew Hansford, pues emparentar con una de las familias más ricas de la Galaxia le convenía. Sin embargo, que se casara en una boda apresurada para que él abdicara era algo que le parecía demasiado humillante.
A esas alturas, se sentía perdido, pues tanto si aparecía Lita como si no lo hacía, todo apuntaba a que su reino terminaría por desmoronarse. Si no se sabía de ella, Lord Neflyte Sweeney lo derrotaría en un combate, viéndose obligado a abdicar y quizá a huir de Júpiter. Por otro lado, si Lita aparecía, tampoco podía cantar victoria, pues teniendo el apoyo de Lord Neflyte Sweeney, podría acusarlo de haberla querido vender para satisfacer los deseos de Lord Aren Campbell, y aunque creía capaz de derrotar en un juicio por combate a su propia bastarda, temía que Lord Neflyte la tomara por esposa, pues siendo su marido podría representarla en el juicio para defender su honor y su palabra.
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Haruka volteó hacia atrás una vez más antes de abordar a la nave personal de Lord Neflyte Sweeney. Pese a que no era joviana y solamente llevaba tres años exiliada en Jupiter, había llegado a considerar esa tierra su segundo hogar, y a Lita como si fuera su nueva familia.
—Por favor, Matthew, ni una palabra a nadie de que me fui a Saturno ni que recibía visitas de Lord Neflyte. ¿Entendido?— Pregunto Haruka a su hombre de confianza
—Solamente en caso de que se trate del principe Samir o de la señorita Lita— Añadió el hombre
Haruka asintió y curvo sus labios en una sonrisa.
—Si Lita viene la escondes, y a mí me escribes de inmediato
—A la orden, señora
Haruka finalmente subió a la nave, donde ya la esperaba Lord Neflyte Sweeney con sus pilotos y su comitiva de sirvientes.
—Es una nave de buen gusto— Soltó Haruka sorprendida mirando a cada rincón que estaba a su alcance.
Ciertamente no era la primera vez que estaba en una nave, pues cuando había sido exiliada de Urano para ir a vivir a Júpiter había abordado una; pero en ese momento había estado escondida en la cabina y demasiado asustada como para prestar atención a su alrededor.
Pero en ese momento en que el peligro no estaba tan cerca de ella, presto atención a los detalles, maravillada ante las columnas etéreas y los mosaicos estelares de aquello que más que una nave parecía el elegante salón de un castillo Terrano o Venusiano.
—Eunice y yo te guiaremos a tus aposentos—dijo Lord Neflyte
Haruka, en silencio caminó en medio de la sirvienta de mediana edad y Lord Neflyte Sweeney, escuchando únicamente el ruido de sus pasos en el suelo pulido.
Su mirada estaba absorta mirando las lámparas de estilo helénico que sólo había visto en libros, pero estás evidentemente combinaban tecnología tan valorada en los planetas interiores pues emitían luz sin necesidad del uso de velas tan comunes en Júpiter y Urano.
Los mosaicos en las paredes parecían contar historias de héroes y los muchos dioses venerados en Terra.
En algún momento, se detuvieron en una pesada puerta tallada en madera, y al abrirla, quedó maravillada ante aquellos aposentos. Al centro había una cama con dosel tallada en fina caoba, y sobre el colchón había sábanas de seda en color dorado y almohadas que parecían esponjosas nubes que la invitaban al descanso.
En cuanto a las ventanas, estás eran más bien paneles de cristal con vista al exterior, pero lo que llamó su atención fue un pequeño altar con estatuillas de los dioses de Terra: Gea, diosa principal de la Tierra; Endymion, consorte de Gea según la mitología; y Selene, una deidad menor a la que el dios Endymion había regalado la Luna causando la furia de Gea.
—Espero no te moleste el altar, pero si es así puedo pedirle a Eunice que lo retire.
—No tiene importancia. Soy atea— Respondió Haruka
—Si es así entonces pase buenas noches, Milady. Cualquier cosa que necesite puede hacérmelo saber a mí o a Eunice.
Cuando la sirvienta y Lord Neflyte se retiraron, Haruka se tumbó en el colchón. Pese a estar preocupada por Lita, el no haber dormido por días le invitaba a dormir, aunque de pronto, su estómago también comenzó a rugir de hambre.
Maldijo para sus adentros no haber traído nada comestible de Júpiter, pues le parecía impropio molestar a las sirvientas para pedirles comida cuando aún no era la hora de tomar alimentos, así que comenzó a cuestionarse entre aguantarse o ponerse de pie.
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Tras salir de los aposentos que se le asignaron a Haruka, Neflyte se dirigió a los suyos que no se encontraban muy lejos de ahí.
Al entrar, Neflyte encontró todo en perfecto orden. Su cama estaba tendida, el escritorio de pesada madera con los pergaminos ordenados. Sin embargo, lo que parecía un poco fuera de lugar era el persistente aroma a violetas que llenaba la habitación.
Decidió no darle demasiada importancia a ese perfume embriagador, aunque no podía negar que sus sentidos reaccionaban ante él como si se tratase de un afrodisíaco. Sin embargo, decidido a no dejarse dominar por la lujuria se acercó a los paneles de cristal para observar cómo la nave despegaba, alejándose cada vez más del planeta donde había conocido a la única mujer que había amado.
De repente, un golpe en la puerta lo sobresaltó. Aún era de madrugada, y salvo los pilotos y Eunice, no debería haber nadie despierto. Aún así, musitó un "adelante".
La puerta entonces se abrió, y la cálida voz de la dueña del perfume de violetas llenó la habitación.
—Lord Neflyte —susurró la mujer con voz quebrada.
Neflyte se giró y se encontró con aquella dama en cuyos brazos había buscado consuelo después de descubrir que la mujer que Lita había perdido su virginidad.
—Molly, ¿qué sucede? —preguntó, observando sus ojos verdes y su cabello ondulado del color de la caoba que le recordaba a Lita.
—¿Por qué la prefiere a ella por encima de mí?
—¿A qué te refieres? —inquirió sorprendido, aunque en realidad había sospechado durante algún tiempo los sentimientos de la joven.
—¿Qué tiene ella que yo no tenga? —le recriminó Molly—. Somos igual de bastardas, incluso nos parecemos físicamente, la única diferencia es que mientras yo le di mi virginidad a usted y sólo he estado con usted esa mujer ya se acostó con otro y quién sabe con cuántos más en dos años.
Aquellas palabras causaron malestar en Lord Neflyte, pues odiaba recordar que Lita ya no era una mujer pura, aunque el remordimiento que sentía por haber tomado la virginidad de Molly fueron suficiente como para no recriminarle.
—Siempre supiste que la amo y que no he dejado de amarla—Dijo con firmeza Lord Neflyte —En cuanto a tu virginidad te prometo que yo jamás diría nada e incluso te daré una dote para…
—¡No se trata de dinero mi señor!—Exclamó Molly—¿No se da cuenta que lo amo? Le di mi virginidad por amor.
Molly rompió la distancia que los separaba, y a pesar de lo menuda y frágil que era tiro de la capa de Neflyte, provocando que este se viera obligado a agacharse. Entonces, Molly lo beso con aquella pasión propia de ella.
Neflyte quiso resistirse. No sé acostaba con ella desde la noche antes en que había tenido aquella revelación que le mostró que Lita estaba en peligro, e incluso decidido a reanudar su compromiso se había prometido no volver a acostarse con Molly.
¿Pero cómo resistirse? Él era un hombre. Tenía demasiada tensión acumulada, y la inocente y pura Molly a la que él había hecho mujer era como fuego abrasador que lo tentaba, así que con desesperación la despojó del vestido y después la llevó a la cama, desesperado por hacerla suya una vez más.
Bueno, mis queridos lectores.
¿Qué les pareció el capítulo?
¡Espero que les guste tanto como a mí me gusto escribirlo!
Agradezco a cada uno de los que me leen, aunque en especial a mis amigas Hospitaller Knight que siempre me alegran con sus reviews.
Se que algunos seguidores de la pagina me leen porque me lo han dicho, asi que bueno, a quienes hayan llegado hasta aquí y me dejan un review antes del siete de agosto les regalare una imagen de de su sailor favorita con el vestuario que quieran y en el escenario que deseen.
P.D.: Hospitaller Knight: Tu pideme lo que quieras amiga, que aunque no sigas la página tus reviews me hacen feliz.
En fin, les mando saluditos a todos.
Edythe
