𝑰 𝒏𝒆𝒗𝒆𝒓 𝒕𝒉𝒐𝒖𝒈𝒉𝒕 𝒊𝒕'𝒅 𝒃𝒆 𝒕𝒉𝒊𝒔 𝒘𝒂𝒚... 𝒋𝒖𝒔𝒕 𝒎𝒆 𝒂𝒏𝒅 𝒚𝒐𝒖, 𝒘𝒆'𝒓𝒆 𝒉𝒆𝒓𝒆 𝒂𝒍𝒐𝒏𝒆. 𝑨𝒏𝒅 𝒊𝒇 𝒚𝒐𝒖 𝒔𝒕𝒂𝒚, "𝑨𝒍𝒍 𝑰'𝒎 𝒂𝒔𝒌𝒊𝒏𝒈 𝒇𝒐𝒓 𝒊𝒔... 𝒂 𝒕𝒉𝒐𝒖𝒔𝒂𝒏𝒅 𝒃𝒐𝒅𝒊𝒆𝒔 𝒑𝒊𝒍𝒆𝒅 𝒖𝒑". 𝑰 𝒏𝒆𝒗𝒆𝒓 𝒕𝒉𝒐𝒖𝒈𝒉𝒕 𝒘𝒐𝒖𝒍𝒅 𝒃𝒆 𝒆𝒏𝒐𝒖𝒈𝒉... 𝒕𝒐 𝒔𝒉𝒐𝒘 𝒚𝒐𝒖 𝒋𝒖𝒔𝒕 𝑾𝑯𝑨𝑻 𝑰'𝑽𝑬 𝑩𝑬𝑬𝑵 𝑻𝑯𝑰𝑵𝑲𝑰𝑵𝑮
—My Chemical Romance
"El amor es...", escribió él una vez.
"El amor es...", escribo yo ahora.
Nunca entenderé... la visión desolada de mi padre. Su visión desolada en la luz naranja de las seis de la tarde, esa que lo consumía. Esa que lo consumía... todos los días... en su tristeza abrasadora mientras escribía un diario; una extraña metáfora... que nada más él comprendía.
—El amor es... —dijo el adolescente con las manos en el respaldo de la silla al escritorio que únicamente él podía usar— que nos ahoguemos juntos —finalizó sonriendo orgulloso, puesto que por fin había dado con el nombre perfecto para su diario.
Sin sentarse, cogió el marcador blanco, su favorito para resaltar sus lúgubres palabras sobre el rojo sangre, y escribió "Lecciones de ahogamiento". Y volvió a sonreír.
"El amor es...", pienso, pero no llego a ninguna conclusión. Nunca he creído estar seguro de las cosas, como lo suponía mi padre. Esa es la diferencia entre una persona ordinaria y un psicópata. El psicópata es egoísta y temeroso, y se aferrará a su visión, sin importar las pruebas que le muestres para refutar su percepción errada.
"El amor es...", pienso de nuevo, sin embargo, como siempre, solo soy dudas. Jamás me he atrevido a amar; tengo miedo. Tengo miedo de... encontrarme con un "amor de ahogamiento"; de compartir su visión. Me cuesta digerir... que no soy como él. Me lo han dicho tantas veces... De nada sirve, porque una mente aterrada... se aferra a las cosas.
—Profesor Brief, profesor Brief... —lo llama su alumno Beat, el más aplicado de la clase, con preocupación y agitándolo del hombro.
El cuadragenario, sentado a su escritorio, tarda en retornar al presente; incluso se siente algo mareado al tocar la realidad.
Beat nota sus movimientos que indican vértigo, y angustiado lo sujeta de la espalda con una sola mano. —Profesor... hace minutos que debía empezar la clase; ¿se siente usted bien?
El caballero de pelo lila ríe, ya que esta vez el vértigo producido por la ansiedad que significa en sí el pasado sí que fue duro con él. —S-sí —responde el maestro nervioso, mas lo disimula un poco con su encantadora sonrisa—. Aaah... solo deja que me tome unas pastillas, y comienzo, ¿está bien? —pregunta con su típica amabilidad.
Beat, aunque no del todo contento con el estado de su querido profesor, asiente con la cabeza y se palmea las piernas. —E-está bien.
—G-gracias —dice el maestro meciendo la cabeza repetidamente y aún acudiendo a su sonrisa falsa.
El muchacho, medio calmado, regresa a las gradas.
El profesor, ahora sí dejando salir los temblores en su soledad, aprisa abre la primera gaveta de su escritorio y toma su preciado diazepam, la droga que ha utilizado desde los doce años de edad para poder vivir. Justo desde los doce... cuando se enteró de...
La tapa blanca del frasco amarillo es girada con desesperación y torpeza, y gran parte de las pastillas se esparcen por el brillante tablero de madera.
A Brief no le importa nada, y se traga tres de una, así, con la garganta seca. Está más que acostumbrado a sus ataques de angustia, y ya no se atraganta sin agua. Igualmente, cuando el simple hecho de haber ingerido las píldoras lo tranquiliza, decide hidratarse con una de las tantas botellitas de plástico que almacena en su amada mininevera, la cual se encuentra siempre colocada al lado de su escritorio.
El cuadragenario, segundos antes de alzarse, ase su bastón. Ya de pie, se lleva los mechones de enfrente hacia atrás, arrastrando con ellos también el sudor.
Sus alumnas enloquecen a causa de esta sencilla acción. Por su belleza exagerada, está siempre en boca de las jóvenes universitarias, quienes no le quitan la mirada de encima ni dejan de preguntarse si es gay, debido a que nunca lo han visto en "plan" romántico con alguna mujer o aprovechándose de su autoridad para andar con las muchachas más bonitas de la escuela.
La única que no lo observa con atracción... es Note, la segunda mejor alumno de la clase. La morena, en cambio, lo mira con la admiración profunda que inspira en ella y expectante, pues es su maestro favorito.
La linda morena de enormes ojos negros avista por un instante a Beat, el chico por el que su corazón late desbocado.
El joven, decente y estudioso, centrado en perdurar como el más destacado de su clase, ni siquiera se imagina el sentir de su compañera.
Siendo los dos los más esmerados de la facultad de psicología y con puntos coincidentes y en contra, pelean constantemente, y es por medio de las disputas que Note le deja ver su amor. Pero ya se sabe: los varones no aperciben indirectas. Brief, ahora sí con la atención en su audiencia, se guarda la mano libre en el bolsillo del pantalón y da un paso, mal, por su condición de cojo, hacia delante y les sonríe a sus alumnos. —Lamento la tardanza, jóvenes. Ahora sí comencemos con la clase. Este semestre está por finalizar, y con eso viene un tema bastante serio y complicado —la sonrisa del pelilila se borra, y ahora les muestra a los muchachos un rostro desabrido, de amargura—: el suicidio.
Los jóvenes, algunos asustados y otros fascinados, se empiezan a cuchichear.
—Atención, por favor —pide Brief sobre todo a los de arriba, que son los que se camuflan con más facilidad para armar chisme—. Créanme, no querrán perderse esto... sobre todo por los exámenes que vienen; van a estar muy difíciles. Traen mucha nueva terminología. Bien —el profesor apoya el bastón en sí para aplaudir, y de este modo darse él mismo ánimos y de paso espabilar a su clase—. Comencemos con lo básico: ¿Qué es un suicida?
Una bella muchacha rubia, dudosa, levanta la mano, y de esta forma interrumpe el arranque del discurso de su profesor.
—¿Sí, Kin?
Las miradas de los compañeros la ponen aun más nerviosa, no obstante, habla: —Es una persona que quiere quitarse la vida... porque está triste —termina segura y al mismo tiempo dubitativa.
—Bueno... podríamos decirlo de ese modo. Tu definición es correcta si nos basamos en lo que todos dicen... incluso en los expertos —añade Brief con ironía. El maestro se desplaza frente a sus espectadores—. Muchachos... todos ustedes son muy listos, pero... les voy a pedir que olviden todo lo aprendido. Todo lo aprendido de redes sociales, de películas... incluso lo de los "expertos" —acentúa el profesor esta última palabra, y avanza una vez más para volver a detenerse—. La verdad es que un suicida... es un asesino en potencia.
Los alumnos hasta se acomodan ante la revelación y se miran los unos a los otros.
—El suicida se mata... para no matar. ¡Claro! —declara el maestro con entusiasmo y la mano cerrada—... a los ojos de ustedes... parecerá un asesino con escrúpulos, con carga moral. Pero que no los engañe... —advierte con el índice arriba—. Por supuesto que está triste, porque la sociedad le ha fallado y quiere venganza. Quiere matar, pero algo se lo impide; sea ese algo su cobardía o la ley misma, o cualquier otro obstáculo. No puede matar... así que se quita la vida... para castigarnos.
Kin levanta la mano de nueva cuenta. —¿Qué hay del caso de la señora Selypar?... ¿P-puedo hablar de él?..., es que es muy... —cuestiona la joven apuntando a su tablero con algo de ansiedad.
—A... adelante, Kin. Aquí tratamos toda clase de caso escabroso. De todas formas... es con lo que vivirán algún día, cuando atiendan su propio consultorio.
Luego de unos segundos, la muchacha se anima a expresarse. —B-bueno, supongo que todos recuerdan el caso de la señora Selypar —se dirige la rubia a todos los presentes—... Fue... una de las cosas más fuertes que han pasado en este pueblo. Su niña, de tan solo nueve años fue... —la joven se detiene para tragar saliva— violada y asesinada y abandonada en lo profundo del bosque. El juez no le dio la pena de muerte al asesino, y además el monstruo ese se burló de ella en el estrado, y nadie lo detuvo. Cuando se dio la sentencia, que fue mínima, la señora Selypar se condujo al lago... y se suicidó. A mí me parece que la señora Selypar hizo eso por pura tristeza.
El resto de los alumnos se concentra en Brief, esperando su respuesta.
—Te felicito, Kin... porque acabas de dar con el caso ideal para explicarles esto.
Brief marcha hacia las gradas.
—¿Por qué se suicidó la señora Selypar? Sí, lo hizo de tristeza. ¿Pero por qué más? Lo hizo porque el tribunal falló a favor del violador y asesino de su hija. Porque no se le dio la pena de muerte. Porque la humilló y además seguiría respirando. Les aseguro que si la Justicia hubiera matado a ese hombre... la señora Selypar seguiría entre nosotros... porque ella tenía sed de sangre, y sus penas se hubieran acabado con el monstruo muerto, aniquilado. Y no, no la estoy juzgando; sé que todos en este salón lo que queremos muerto... porque estamos indignados y como humanos nos sentimos ofendidos por los actos de ese pederasta.
—¿Qué hay... de los suicidios colectivos? —pregunta Beat confundido.
—Son exactamente lo mismo —contesta Brief—. Una persona enojada comienza un culto... y quienes lo siguen también están molestos. Lo de los niños, por supuesto, es pura manipulación; ellos seguirán a sus padres adonde sea que estos vayan.
Note, desesperada por saber más, alza la mano, y sin más realiza su pregunta: —¿Y qué hay... de los suicidios por amor? Pero... —se apura a decir antes de que el maestro le responda— me refiero a... usted sabe —la morena sonríe con nerviosismo y juega con su bolígrafo—...
—¿Romeo y Julieta? —interroga Brief helado, empero sosteniendo una sonrisa. Conoce a la perfección el síntoma más desagradable de todos. Sabe que no hay mucho que hacer cuando la presión arterial decae. Le ocurre siempre que toca este tema... aunque... no lo había tocado en un buen tiempo. Es un especialista en el suicidio. Incluso su tesis fue sobre la autolisis y sus verdaderas causas, mismas que desvela ahora a sus alumnos. Sin embargo, debido a su pasado, todo lo relacionado con el "erotismo" y la sangre y todo este juego macabro le parece tan...
—P-por así decirlo... —asiente la muchacha—. ¿Qué hay... de quienes se suicidan por amor? No sería el odio el motivo... sería...
—¿Estás completamente segura?... —la interrumpe el maestro—. Habría que replantear todo el asunto, y créeme... caerías en la misma conclusión que yo.
Brief, sintiéndose muy frío, vuelve a su escritorio para buscar unos caramelos.
Varios alumnos, sospechando de su tensión, comienzan a incomodarse.
Note, mientras lo observa, parpadea repetidamente; no lo ve bien.
Antes de que le pregunte por su estado, el compañero emo se dirige a él. —Con todo respeto... yo pienso que no es así.
Brief, ya con un dulce en la boca, voltea a verlo. Lo cierto es que el chico nunca le ha agradado —la vestimenta negra y todo lo vinculado con la muerte le repugna—.
—Pienso que... el amor excesivo... también podría llevarte a cometer estupideces. Cosas como un pacto de sangre o...
El joven para, ya que la mirada de desaprobación del profesor resulta demasiado fuerte para él.
Brief, callado, lo señala con la mano abierta. —¿Ven a lo que me refiero?... Esto es lo que ocasionan las películas y los libros y toda esa apología al suicidio, a la muerte. Ocasionan toda esta confusión, y de pronto vemos muy romántico que una joven de quince años se quite la vida por el muchacho al que ama. No hay nada bueno ni hermoso detrás de eso; solo hay egoísmo, miedo y odio —Brief frena para pasar la mirada azul por todos—. No soy religioso... y no creo que alguno de ustedes lo sea... pero si les sirve creer en la existencia del infierno para evitar que se lastimen... háganlo.
—¿Y qué hay de... Vegeta Ouji?
La pregunta llevada a cabo por una pelinegra de la última grada la ha recibido como un pesado abrigo mojado imaginario. El estómago le arde un poco en el inicio del ataque de pánico, y en la ansiedad no es capaz de comprender sus propias ideas. —¿Q-qué hay con él? —cuestiona apenas.
—¿Quién es Vegeta Ouji? —se adelanta a preguntar la curiosa Kin.
—¡¿Qué?!... ¡¿no lo sabes?! —interroga ofendido el chico emo.
La mirada celeste de Brief se traslada de un muchacho al otro. Cabreado consigo mismo, aprieta todavía más el puño, puesto que por culpa del pánico no puede detenerlos.
—Yo no sé quién es —dice Note.
—Yo tampoco —confiesa Beat.
—Es lo peor que ha pasado en este pueblo —relata el emo—. Tengo entendido que después de que ocurrió... se les tuvo prohibido a maestros y alumnos comentarlo en las escuelas. Los adultos tenían miedo... de que los jóvenes lo imitaran. Quizás es por eso —el muchacho de ropas oscuras ve a Kin—... que no lo saben.
—¿Y-y qué fue lo que pasó? —consulta Note tras ponerse cómoda en el asiento.
—Asesinato, suicidio... de todo —responde el emo—. Mucho sexo —agrega bromista, con la lengua de fuera y sacudiendo los dedos.
El resto de la clase ríe por su ocurrencia.
—De acuerdo, chicos... ya es suficiente —dice el profesor fregándose los párpados con los pulgares.
La pelinegra que sacó a colación el tema, con los ojos en el maestro, busca algo en su celular.
—¿"Brief"? —menciona de repente.
El profesor abre los ojos y fija su atención en ella.
—¿Bulma Brief y usted... tienen algún parentesco? —va la pelinegra a la yugular.
Los otros alumnos pasan, de inmediato, de ella al maestro.
—¿Qué hay con ella? —pregunta Note a la pelinegra con el entrecejo fruncido.
—Fue... la mayor involucrada en todo eso —asevera la fémina.
—De acuerdo, chicos... ya fue suficiente —les pone un alto Brief con cara de pocos amigos—. No es el caso adecuado para que arranquemos con todo esto. Ni siquiera les he explicado lo principal...
—Es muy complejo, y por eso creo que debería explicárnoslo... así entenderemos lo demás —comenta el emo.
Brief, con el rostro húmedo, inclina la cabeza y se limpia el sudor con la manga del elegante saco ocre.
—Créanme... no quieren saberlo. Estudié el caso, y...
—Entonces usted lo conoce mejor que nadie —dice el emo sonriendo algo perverso—. Cuéntenos...
—Sí, por favor —pide Kin emocionada.
Beat y Note se miran; no están de acuerdo con que su profesor se exija tanto emocionalmente.
—Maestro, yo creo que... —manifiesta Note a medias, ya que Brief le quita la palabra.
—De acuerdo... —el profesor lleva la mirada al suelo por un momento. La sube antes de dar inicio con su relato—. Les contaré... aunque no me haré responsable de sus subsiguientes pesadillas —avisa con una profunda amargura que se evidencia brevemente en sus ojeras casi moradas.
Note, percatándose por fin del sufrimiento del hombre al que admira, afligida, se cubre la boca.
—Bien se sabe que los atardeceres en Monroeville... pueden sentirse eternos. Son... extremadamente naranja; lo cubren todo durante horas. De hecho... son un representativo de nuestro pueblo. A algunos les gustan...; a otros pueden hacerlos sentir tristes. Ya saben... la melatonina —expresa Brief divertido, con el puño arriba, y los muchachos ríen—. Esta historia comienza así: naranja... y con un sufrimiento... diferente.
Vegeta, fascinado, optó por tomar asiento. Los dientes se apretaban en su óptima felicidad y algo caliente, nervioso, como una tira mágica y seductora, lo recorría desde el pene ya erecto hasta la boca del estómago. Nunca se sintió mejor, más emocionado.
¿Por qué el simple nombre de su diario le hacía tanta ilusión?... Se sentía como... como enamorado... pese a jamás haberlo estado.
El desolado fulgor naranja del atardecer, aun a las doce del día, lo cubría todo.
Se apoyó en su propia mano, cuyo brazo descansaba en el escritorio. Vislumbrando la luz naranja, a través de la ventana abierta de su habitación, que se tragaba a los árboles y a las aceras, se preguntó por qué carajos en Monroeville atardecía tan temprano. Por la zona en la que estaba ubicado el pueblo, no tenía ningún sentido. El resto de los habitantes de la Capital del Oeste sí que debían pasársela en grande con su cielo azul, mientras que ellos eran los idiotas deprimentes e inadaptados.
Aaaah —se recargó un momento en el respaldo de la silla de madera—, lo hubiera dado todo con tal de ver más cielo azul... de viajar en un yate... y de comer siempre delicioso, y la tripa le gruñó. Mejor se aguantaría el hambre a soportar los gritos de su madre diciéndole del vacío del refrigerador. Más tarde le robaría a algún imbécil, y compraría hot dogs para Tarble y para él.
Se unió una vez más al contento que le suscitaba repasar las hojas de su diario. Cada mancha de tinta roja, cada rayón, cada garabato —estos dos últimos también siempre en rojo—: una brillante pizca de dicha.
Las piernas empezaron a alborotarse en su excitación.
El pene más se endureció con las incontables hojas rayadas en una simulación de sangre y con los recortes pornográficos de preciosas mujeres, y con la tinta roja que él mismo esparció ahora sobre ellas.
Locamente excitado, se desabrochó el cinturón y se abrió los pantalones y se introdujo la mano en los calzoncillos y se asió el miembro y sin más comenzó a estimularse el glande.
Gimió fuerte y dejó caer la cabeza en el diario.
Con el pensamiento oscuro de cortarse los brazos y de cortar a su mujer durante el acto "se la jaló".
Alcanzó el bendito clímax con la idea de quitarse la vida después de hacer el amor.
El semen brotó y le llegó hasta las rodillas.
Eso quería, mencionó en su mente, sonriente. Eso quería: ponerla aunque fuera una vez... y después morir.
Lo había planeado de diversas maneras e incontables veces... y todas estaban en su diario. "Lecciones de ahogamiento".
"¿Morir por cortarse las venas? Muy afeminado".
"¿Morir por ahorcamiento? Se me saldrá la mierda".
"¿Morir por ahogamiento?". Y tres puntos suspensivos resaltaban a continuación de dicha interrogante.
El agua no era muy lo suyo, no cuando se trataba de morir. Ni siquiera sabía por qué había escrito esa opción, aunque, raramente, sí le llegaban imágenes de agua a la mente.
Últimamente, el contorno de la mujer perfecta era lo que más ocupaba su pensamiento.
No hacía mucho que había empezado a dibujarla. Había llegado a su cabeza en un ataque de euforia anímica. Lo que más quería, lo que más anhelaba... era "ponerla". Ponerla con una hermosa mujer en un charco de sangre; cortarle su delicada piel blanca mientras su verga se hundiera en ella, en su vagina estrecha, que lo llevaría a enloquecer de gozo, y él también herirse.
Mas no podía ser cualquier mujer.
Desconocía su rostro.
A su mente tan solo había llegado su contorno perfecto y curvilíneo. Una mancha negra, formada de rayones, con cuerpo de mujer. Una mancha negra conformada por garabatos que lo llamaba sin hablar, desde el fondo de la boca del estómago y del vientre bajo.
Desconocía su rostro, pero sabía que era hermosa.
No era demasiado alta ni demasiado baja; en realidad poseía la estatura femenina perfecta. Los pechos eran grandes, deliciosos. La cintura, pequeña, muy pequeña. Los muslos: carnosos. Y un moño decoraba su cabello recogido en una coleta elevada. Un detalle infantil para darle ese toque "juguetón", todavía más excitante.
Su figura había, por poco, llenado la hoja y ocupado otras, puesto que la pluma la había remarcado de manera visceral, casi hasta romper el papel. De hecho, la punta de la pluma sí había atravesado la hoja.
Debía conocerla. No sabía cuándo ni cómo, no obstante, lo haría. Era necesario para alcanzar ese "estado de pureza" próximo a la muerte.
Quería amar, irse con ella, ahogarse con ella. Caerían los dos en el fondo del lago... aun cuando el agua no era muy lo suyo.
Sonriente, y satisfecho por una de sus mejores pajas, pasó los dedos por la figura negra de su novia venidera. Se irguió en la silla y algo apurado se guardó el miembro en el calzoncillo y se subió la bragueta y se abrochó el cinturón.
Si bien el día parecía terminado por causa del atardecer prematuro, él debía volver a la escuela para efectuar sus tareas en el área de cómputo de la biblioteca. Su padre era tan tacaño y miserable que ni siquiera una maldita computadora les había comprado a Tarble y a él.
Él era el único chico que le daba uso a dicha área, así que, siempre que acudía, estaba sola para él. Era mejor de este modo, de esta manera no tenía que aguantar que lo apuntaran con el dedo diciéndole que apestaba. Ya se sabe: los maltratos y los desprecios que sufren los pobres.
El moreno agarró su mochila y salió del dormitorio que compartía con su hermano menor dejando su diario abierto.
Envuelto por el eterno atardecer, su corazón cantó tristeza una vez más.
Levantó su bicicleta, la cual estaba justo fuera del garaje abierto yacente encima del poco césped que relucía ya más por su propia escasez que por su verdor.
Todo en esa reducida casa desgastada gritaba muerte, abandono, vejamen, y claro, una enorme falta de amor.
El padre, nombrado igualmente Vegeta, se hallaba debajo de un auto arreglándolo.
Tras verlo, fugaz e histérico se deslizó en la camilla, y con bastante esfuerzo se irguió en ella, ya que la barriga cervecera no le permitía moverse como antes. —¡¿Adónde crees que vas, chiquillo?! —le preguntó con una mueca de un enfado tremendo.
—¡Pues a estudiar, ¿adónde más?! —le respondió mal, desde luego. Desde que había entrado en la adolescencia no se dejaba de él.
—"A estudiar" —imitó su voz, sin embargo, con un toque afeminado para fastidiarlo—. ¡Tú qué carajo vas a estudiar, si eres un inútil!...
Y enseguida del grito vino una llave inglesa que golpeó al muchacho en la sien derecha.
Vegeta se mareó, y por consecuencia cayó de rodillas en el césped. La sangre vino en breve junto con las risas.
El Vegeta mayor se carcajeaba señalándolo con el índice derecho. —¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!... Eso y más te mereces por inútil.
El adolescente, enfurecido, se alzó. A continuación se inclinó al toparse con una roca perfectamente pulida y pesada, y sin pensarlo, se la arrojó a su padre en la cabeza.
El grito, devastador, y la sangre brotando lo hicieron reír.
—¡¡Maldito niño!! —exclamó con las manos en la cabeza, tratando de frenar el sangrado.
Cuando pareció que se pondría de pie, Vegeta huyó en su bicicleta a toda velocidad.
Esa era su imagen de siempre: la de un chico con la camisa blanca del uniforme ensangrentada.
La vida lo hacía sangrar... y él también amaba la sangre.
Prosiguió pedaleando, sin detenerse en ningún momento, por la acera.
Las aceras se encontraban libres... como siempre.
Monroeville padecía de una soledad que consumía a lo largo de los atardeceres... de sus atardeceres eternos. "Normal", pensó Vegeta, pues quienes llegaban al pueblo rara vez se quedaban.
"¿Quién carajos querría vivir en este lugar?", manifestó en sus adentros, y pedaleó más rápido.
Sería siempre el muchacho con la camisa blanca del uniforme escolar ensangrentada. Eso así estaba escrito.
Para llegar más rápido a la preparatoria, sudando y con la boca abierta, y mirando de un lado al otro, incluso a sus espaldas, tomó el atajo prohibido para él.
Nappa y el hermano de Kakarotto ya se la habían "sentenciado". "Rapunzel" y "El greña larga", como él los llamaba, le habían jurado una golpiza de muerte.
Hacía apenas una semana que, por error, pensando que la billetera pertenecía al ricachón de Barry Kahn, le vació la cartera a Nappa.
Sus padres no estarían en casa, y por ende, Tarble y él podrían comer a gusto en una pacífica soledad, por lo que le prometió al hermano menor pizza, alitas y gaseosa para la cena.
Nappa y el amigo inseparable lo descubrieron hurtando el dinero del pelón. Corrió con suerte y el director andaba cerca. El calvo no lo delató para amenazarlo y romperle los huesitos más adelante.
Se le escabulló durante días.
El moreno de sedosa piel refulgente exhaló. Recordó que era miércoles, y ese día la escuela y la ciudad en general estaban más solas que nunca.
Volvió a colocar los pies en los pedales, y aún amedrentado comenzó a avanzar.
Con cada cuadro de hormigón que las ruedas de su bicicleta tocaban, más tenso se sentía.
Nappa y Raditz acostumbraban a sentarse bajo un roble de la acera aledaña a la salida de la biblioteca, que era por donde él solía entrar. Lo hacía así debido a que el área de cómputo estaba ubicada prácticamente en susodicha puerta.
Se sentaban a la sombra del roble con el fin de molestar jovencitas y tomarles fotografías a sus bragas. Asimismo lo hacían para intimidar a varones más débiles que ellos, y recientemente para esperar a Ouji, quien, más listo que ellos, le daba la vuelta a la escuela para largarse.
Ouji, descuidado por su miedo, volteó muy tarde hacia enfrente, donde el pelón y su amigo de cabellera abundante ya lo aguardaban.
Nappa, cruzado de brazos, rio. —Mírate nada más... pero si estás hecho una mierda —dijo en cuanto a la sangre que escurría por la sien del muchacho y que desde cuando que había manchado su camisa.
Raditz se carcajeó. —Ni siquiera dan ganas de golpearlo de lo jodido que se ve —expuso con su característica sonrisa malvada.
—Habla por ti... Yo sí lo quiero golpear.
"Rapunzel" y "El greña larga" cubrían toda la delantera con sus cuerpos musculosos. Sabía que si corría, o que incluso si se iba en la bicicleta, lo atraparían en un dos por tres.
Completamente angustiado, y con esta emoción visible en su rostro, se decidió a "alocarlos"; tal vez en su ira encontraría una salida.
—¡¿Por qué mejor no me dejan en paz?! ¡¿Por qué mejor no van y se dan por el culo, eh?!... ¡Los he visto... y sé que les encanta darse como animales!... ¡¡¡Malditos maricones!!!
Las mejillas de Nappa y Raditz se tornaron coloradas. Con la cólera de creer que alguien había escuchado eso, incluso cuando no había nadie cerca, ahora sí estallaron. El pelón apretó los puños y cerró los ojos. Raditz hizo lo mismo.
—¡¡Ahora sí te voy a matar!!... —gritó Nappa.
Al primer intento de puñetazo por parte del pelón, los cuerpos musculosos se despegaron, y Vegeta vio más sencillo huir.
Raditz copió al calvo, empero Vegeta, escurridizo, los esquivó a los dos.
No viendo otra salida, el joven cargó su bicicleta y se las lanzó.
Nappa y Raditz, encabronados, como si nada la echaron a un lado con el dorso del brazo, y cuando Ouji estaba por huir, lo agarraron del cuello de la camisa y bruscamente lo mandaron al suelo, donde empezaron a patearle las costillas.
—¡Toma eso!... ¡Te lo mereces! —le gritaba Raditz.
Cuando creyó que la pesadilla de respiraciones agitadas y patadas lo aniquilaría, se escuchó una sirena.
Nappa y Raditz, aterrados, se echaron a correr.
Vegeta, para no meterse en más problemas con ellos, se levantó como pudo, con una mano en el abdomen y sangrando por la boca.
Tomó su bicicleta y principió a pedalear hacia delante.
"¡Al diablo con la tarea!", dijo para sí.
El mejor camino era... el de la muerte... y optaría por ese.
El maldito diario decía "ahogamiento"... y le daría el gusto.
Pedalearía hasta el estúpido lago, el cual no estaba muy lejos.
El precioso cabello azul brilló al atardecer eterno al que no estaba acostumbrado para nada debajo de la poca sombra que ofrecía el roble pegado al bajito muro que protegía del lago.
Bulma, con el teléfono celular a la oreja y una sonrisa, observaba el muelle de madera a su costado y el azul oscuro del profundo lago.
—De verdad, Launch... te agradezco mucho por llamarme. Es muy lindo que mis amigas se acuerden de mí a pesar de haberme mudado.
—¡¿Pero qué dices?!... Jamás podríamos olvidarte, Bulma —aseguraba la bonita chica de cabello añil al otro lado de la línea—. Y dime... ¿planean quedarse mucho allá?
Bulma se acomodó un mechoncito de pelo detrás de la oreja derecha y suspiró fastidiada. —¡Argh!... quisiera decirte que será poco, pero todo indica que será algo permanente. Dicen que aquí se encuentra la mejor facultad de medicina, y mi hermana quiere entrar, así que... Y mi papá está pasando por esa etapa en la que quieren irse a vivir a pueblos raros, así que... —la bella adolescente bufó.
—Oye... ¿y ya conociste a alguien guapo? —preguntó la muchacha sonrojada—. Siempre has sido muy popular entre los chicos, Bulma... y muy enamoradiza —la chiquilla rio.
Bulma se apoyó en su propia cadera. —¡Argh!... y que lo digas —pronunció sonriente—... es mi mayor defecto. ¡¿Pero alguno tenía que tener, no?!
Ambas rieron.
La peliazul se abochornó y bajó la cabeza. Sus inmensos y hermosos ojos azules más lindos se vieron con la luz naranja reflejándose en ellos. —Pues... conocí a alguien y parece muy lindo.
—¡Dios!... ¡¿el primer día?! ¡Qué suerte tienes!
—Sí —confirmó la peliazul contenta.
Era tiempo de ahogarse...
Avistó el famoso lago de la región y el muelle. Al parecer su sueño de pasear en yate no se cumpliría.
Cuando se estaba avecinando al muelle, vio a una joven de cabello azul con el uniforme de su escuela hablando por teléfono. No le prestó atención.
Abandonó la bicicleta y la mochila no lejos de ella, y se dirigió adonde la muchacha. Era bueno tener aunque fuera un testigo; eso lo colmaba de una dicha sádica que de nuevo le producía una erección.
—Sí, eso es muy bueno, ja, ja, ja —comentaba la peliazul centrada en el panorama de enfrente.
La tierra resonó a sus pasos torpes, deprimentes, que más bien eran arrastres.
Se estaba aproximando a la colegiala, no porque quisiera cogerla, sino porque deseaba que lo viera. Traumatizarla con su suicidio... aaaah, sería mejor que el orgasmo, y él se marcharía en un éxtasis indescriptible.
El sol del atardecer iluminó su contorno... y...
Él pausó.
Las manos y los labios le temblaron. Quiso decir algo, pero...
El contorno... el mismo.
"El amor es... que nos ahoguemos juntos"...
Bulma se despegó el teléfono, y al apercibir una respiración pesada, lenta y caliente detrás de ella rozándole la espalda, volteó despaciosamente.
—¿Bulma? —preguntó Launch luego de ya no oír nada.
Bulma, espantada por el estado del muchacho, abrió la boca. —¡Ay, por Dios!... ¿te encuentras bien?
Él sonrió.
¡Era ella, era ella!... Y... tenían que ahogarse juntos.
Vegeta, con los brazos extendidos, la empujó del pecho al lago.
Ella gritó y soltó el teléfono, el cual aterrizó en la arena.
—¡¿Bulma?! ¡¿Bulmaaaaa?!... —gritó Launch tras escuchar el alarido.
Bulma se sumergió de espaldas en la profundidad tenebrosa con los ojos asaz abiertos.
La luz naranja de la superficie le permitió captar al muchacho agresor.
Vegeta abrió los brazos y empezó a nadar hasta ella.
Las miradas se perdieron la una en la otra.
Tenía que matarla. Solo matándola... encontraría la paz. Solo matándola... su vientre bajo se liberaría.
Así es como funcionaban con ellos juntos... estas lecciones de ahogamiento.
Nota de autor: Espero de corazón que hayan disfrutado el primer capítulo de lo que será una longfic.
Por supuesto, esto ha arrancado enredoso, pero es por el bien de la trama XD.
Curiosidades: El pueblo Monroeville es una referencia a la canción de My Chemical Romance "Early sunsets over Monroeville". Verán, prácticamente todo el álbum "I brought you my bullets, you brought me your love" de dicha banda es la inspiración detrás de esta historia, por tanto, sí, esta fic es también un homenaje a los chicos que me acompañaron con sus asombrosas canciones desde la niñez y durante toda mi adolescencia .
Monroeville es un pueblo con una arquitectura bastante "gringa" (estadounidense). La idea ha sido crear un universo dragonbolero bastante alternativo. Un poco más apegado a nuestra realidad en cuanto a arquitectura y tecnología. Sí, la CC existe en este universo, pero no pertenece al Dr. Brief. Por tanto, los padres de Bulma, Tights y la peliazul, aunque tienen una buena economía, no, no son magnates forrados ni nada de eso.
Los personajes Beat y Note son parte del videojuego Super Dragon Ball Heroes.
Kin y el chico emo y también la pelinegra, claro, son oc.
Actualizaciones: No quiero dar una fecha estimada, porque probablemente surgirán capítulos más largos que otros y viceversa, y la escritura y edición llevan tiempo. Lo que sí deben saber es que NO ABANDONO FICS. Puedo tardar en actualizar, pero regresaré (si no muero, claro XD), sobre todo porque esta historia es mi prioridad.
Nos vemos pronto.
