"Inesperado"

Lady Supernova


Capítulo 5

(Primera parte)


Chicago.

Las cosas no resultaron nada sencillas. El plan de que Candy saliera del convento, requirió de tiempo y sobre todo, de mucha paciencia. Convencer a la madre superiora, se convirtió en una labor altamente complicada, la hermana Margaret tuvo que trabajar duro para hacer que ella entrara en razón.

Pasaron los días y aunque Terry se presentaba a diario, no le daban respuesta alguna.

«Lo lamento, Terry. La madre superiora aún no decide»

Eso fue lo único que el muchacho escuchó por casi dos semanas, sin embargo, pese a las malas noticias él no dejó de asistir al convento. Fue cada uno de los días que se le citó, demostrando así, que no se iba rendir y que esperaría el tiempo que fuera necesario con tal de recuperar a Candy.

«Quiero ser yo quien hable con la madre superiora. Por favor, hermana Margaret, consígame una audiencia con ella»

Pidió Terry al ver que el asunto no avanzaba, mas, a pesar de las buenas intenciones del muchacho y de la religiosa, eso nunca fue posible, pues la madre superiora y jefa de la congregación, no se dignó a recibir a Terry. El castaño se tuvo que conformar con ser atendido única y exclusivamente por la hermana Margaret.

Al final, ya luego de meditarlo a fondo y justo una semana después del cumpleaños número veintiuno de Candy, la madre superiora hizo un llamado a la cordura y accedió a darle una oportunidad a la joven Andrew. La religiosa siempre creyó que una novicia que no estuviera cien por ciento convencida de su vocación, tenía que tomarse un tiempo y reflexionar sobre lo que estaba haciendo. El caso de Candy, no era diferente. Así que lo mejor que podía hacer, era otorgarle un descanso.

—Quisiera saber algo y espero que usted me responda con toda honestidad —mencionó la madre superiora, mientras la hermana Margaret asentía—. ¿Está segura de que su cariño por ese joven, no influyó en el reporte que me ha entregado?

—Para nada influyó. Antes de que Terrence viniera a verme, yo ya tenía muchas dudas sobre Candice y su vocación —declaró la religiosa—. Pero al conocer de primera mano la historia de ambos, me he convencido de que dejar que Candice se vaya y enfrente su pasado, será lo mejor para todos, porque esa, será la única forma en la que ella, tendrá el coraje de decidir lo que en verdad quiere.

—¿Está segura de eso? —cuestionó de nuevo la madre superiora.

—Totalmente segura.

—De acuerdo, confiaré en su buen juicio —sentenció la madre, tomando un documento y firmándolo, preparando todo para notificar su permiso al mismísimo William Andrew, quien ante la ley, fungía como padre adoptivo de la muchacha. No importaba que la chica ya fuera mayor de edad, ella notificaría a su tutor de todas formas.

—Le aseguro que no se arrepentirá... —añadió la monja—. Gracias por su confianza, madre superiora.

—Es lo menos que puedo hacer —admitió la cansada religiosa—. Después de todo, usted es quien ocupará mi puesto en el futuro —mencionó en tono amable—. Me toca guiarle y también debo aceptar que usted me guíe. Somos un equipo y de nosotras dependerá que nuestra congregación, siga como hasta ahora, estamos libres del escándalo y no hay represalias contra nosotros. Tenemos que seguir así.

La hermana Margaret sonrió con dicha y tomando el permiso de Candy entre sus manos, agradeció nuevamente a la madre superiora, quién no dudó en agregar:

—Candice Andrew es una calamidad... —admitió sorprendiendo a la hermana—. Siempre lo he dicho, la vocación para ser una monja, simplemente no la tiene. Sin embargo, sé que es una buena muchacha y yo deseo que encuentre pronto su camino —La hermana le sonrió y despidiéndose, intentó salir de la oficina, pese a ello, tuvo que regresar sus pasos para atender otra petición de su jefa—. Convoque a Candice a una reunión, quiero notificarle en persona la decisión que he tomado. Y también, llame a la señorita James, por favor.

—¿Tessa James? —preguntó la hermana Margaret para confirmar lo antes ordenado.

—Esa misma, llámela por favor.

—Ella...

—Ella tampoco tiene la vocación —reveló la madre superiora—. Tessa se ha convertido en un constante dolor de cabeza, tantas quejas sobre su estricto y exagerado comportamiento me tienen abrumada, la muchacha no sabe tratar con niños, ni tampoco con los ancianos. Mucho menos sabe entenderse con las demás novicias. No podemos confiarle absolutamente ningún trabajo —mencionó la superiora, mientras la hermana asentía y le daba la razón—. Lo mejor será que vaya a casa y medite sobre su futuro —concluyó con seriedad.

—Será como usted diga, madre superiora. Ambas novicias, estarán aquí en breve... —respondió la monja, antes de salir y comenzar con la tarea que le fue impuesta.


Después de pasar dos días negociando, Albert por fin pudo regresar a casa. Dejó las cuentas claras con sus socios en Ohio, y de inmediato viajó de vuelta a Chicago confiando ciegamente en que allá, todo estaría tranquilo y que llegaría a relajarse.

Sin embargo, al llegar a casa, se dio cuenta de que la tranquilidad estaba lejos de llegar a su vida. Apenas se sentó frente a su escritorio, se percató de que un drama más, estaba a punto de suceder.

Su mirada azul se deslizó por un cheque que le había sido devuelto. La cantidad que observó en él, no era para nada austera. No obstante, la persona a la que se le había otorgado ese beneficio, rechazó el dinero sin siquiera pensarlo.

Una burlona sonrisa se dibujó en sus labios y sin poder evitarlo, dejó que una carcajada se le escapara.

—Ella cree que puede recompensarlo, con algo tan ordinario como el dinero... —expresó Albert, al tiempo que tomaba el pedazo de papel y lo destruía.

—Obviamente, no lo conoce tanto como tú... —le hizo saber George—. Supongo que la tía abuela estará muy ofendida cuando se entere de lo que ha pasado, ¿qué piensas hacer? —indagó, divertido.

Albert se llevó las manos a la cabeza y luego de liberar un profundo suspiro, respondió:

—Lo único que puedo hace es confrontarlos —admitió con algo de temor—. Esa es la única manera en la que mi tía entenderá.

Albert respiró con dificultad y enseguida se aflojó la corbata.

—Te noto algo preocupado, ¿qué sucedió en Ohio? —cuestionó el asistente.

—No sucedió nada. Todos los contratos están firmados —el rubio miró fijamente a su amigo y confesó—. Más bien estoy preocupado por lo que puede pasar con todo esto.

—¿Con la señorita Candy y el joven Grandchester? —cuestionó George al tiempo que Albert asentía.

—Tengo miedo por ella y por su futuro.

—Jamás te gustó la idea de que la señorita Candy estuviera en un convento —recordó George.

—Estás en lo cierto, nunca estuve de acuerdo con eso, sin embargo, tampoco me gusta que la pobre Candy siga estando en una constante encrucijada.

—Será la encrucijada definitiva —mencionó convencido—. Y tiene que enfrentarla. Es normal que desees protegerla, pero, la señorita Candy debe vivir esto.

Albert estuvo de acuerdo, asintió resignado y no respondió nada más... Los recuerdos de una llorona Candy le saquearon la mente y le obligaron a pensar en aquellos días «¿Cómo confiársela de nuevo a Terry?», se preguntó, recordando lo difícil que habían sido las cosas para la muchacha. Terry le había roto el corazón y eso, él no podía olvidarlo tan fácilmente.

—¿Y bien? —insistió George—. ¿Qué piensas hacer con tu tía y el joven Terrence?

—Dejaré que las cosas sigan su curso —concluyó el muchacho—. Llama a Terry y a la tía, tendremos una reunión y arreglaré esto.

—Será una reunión bastante interesante —advirtió George con voz burlona, mientras se daba la media vuelta y caminaba hasta la puerta.

El rubio y joven patriarca de los Andrew solo se limitó a sonreír, ya que, sabía que la palabra «Interesante» quedaba muy corta. Solo Dios sabía que iba resultar de aquella reunión.


Tessa suspiró con hastío, y furiosa, arrojó los vestidos al interior de su maleta. Decepcionada y en total silencio, la chica se dedicó a empacar todas sus pertenencias. No eran muchas, pero, sentía que estaba guardando su vida entera. Odiaba sentirse así.

Que mandaran a volar a Candice White Andrew, podía entenderlo. ¡Candice era un desastre! No estaba hecha para ser miembro de la congregación, pero, ¿y ella? ¿Ella por qué estaba siendo echada? ¡Era increíble!

Unos suaves pasos se escucharon sobre el piso de su celda y entonces supo que «La Metiche» estaba llegando.

—No lo comprendo... —mencionó Candy, tomando asiento sobre la pequeña cama, dirigiendo sus enormes ojos verdes hacía Tessa.

—Ni yo tampoco —le respondió la chica con evidente enfado.

La rubia sonrió con alegría y honesta, como solía serlo, expresó su sentir:

—Tendremos vacaciones... —murmuró, riendo—. Yo creí que nos las darían hasta el siguiente año, antes de entrar a la siguiente etapa. ¡Es perfecto! ¿Sabes? He extrañado mucho a mis madres.

—¡Estas vacaciones son una completa tontería! —exclamó la joven James, al tiempo que Candy la miraba con extrañeza, pues, no comprendía el berrinche que estaba haciendo.

—¿Por qué estás tan molesta?

Preguntó la rubia y pecosa muchacha, quién con aquella simple cuestión, le puso los nervios de punta a su enojona compañera. Tessa, cuyos ojos grises relampagueaban, de inmediato le respondió:

—¡Candy, no puedo creer que me preguntes eso!

—Pues, realmente no te entiendo, Tess... —declaró Candy con honestidad—. Sí, es una sorpresa saber que vamos a tener vacaciones, pero, no deberías estar tan enojada. Tu familia estará muy feliz al verte.

Tessa negó y con voz llorosa lanzó una cuestión.

—¿Sabes por qué nos han dado estas vacaciones? —le preguntó, colocándose frente a ella.

—Para tomar un descanso, ya nos los dijo la madre superiora... —respondió Candy, convencida de aquellas palabras.

—¡Ay por favor! No seas ilusa... ¡Lo están haciendo porque es la hora de ponernos a prueba! Para eso nos mandan este verano a casa.

Candy se encogió de hombros y después declaró:

—Apenas tenemos un año como novicias, ponernos a prueba suena innecesario.

—Todo esto es culpa de la hermana Margaret... ¡Seguro que ella es la que ha tenido esta tonta idea! —replicó Tessa—. Pensé que por ser inglesa sería más estricta con nuestra formación, mas, no ha sucedido así.

—¿Por qué estás tan segura de que fue la hermana Margaret?

—¡Porque es ella quien nos analiza! Ella le reporta todo a la madre superiora y sé de buena fuente que, este descanso, es como una prueba para las más débiles. Mira, ya sé que la hermana Margaret y tú son viejas conocidas. Pero ella no acaba de gustarme —Tessa la miró retadora y añadió—. No me parece muy capaz. Pienso que no es lo suficientemente estricta. Si ella es quién ocupará el puesto de la madre superior, entonces ¡Yo pienso marcharme a otro convento!

—¡La hermana Margaret es completamente capaz! —espetó Candy, despertando aquel carácter defensor que la caracterizaba—. No la juzgues con tanta severidad, ¡por Dios, Tessa! Ella sabe muy bien lo que hace, es una religiosa muy respetada y...

Tessa ya no respondió nada, simplemente tomó su maleta, la colocó debajo de la cama y salió de la celda. Dejando a Candy con la palabra en la boca.

La rubia se molestó mucho con su testaruda compañera, por lo que tuvo que meditar y orar por varios minutos. La ira y sus demostraciones, eran algo que no se podía permitir.

Más tarde, cuando por fin se tranquilizó, se dirigió hasta su celda y comenzó hacer su maleta. Cuando ya la tuvo lista salió del lugar y se dirigió a las oficinas. Deseaba platicar con la hermana Margaret, pues sabía que solo de esa forma obtendría paz que necesitaba.

Para su mala fortuna la hermana estuvo ocupada toda la tarde, pero después de la merienda, Candy no perdió la oportunidad de acercarse a ella y al ver que finalmente se dirigía a su oficina, se apresuró para alcanzarla.

—Hola, Candy... ¿Lista para ir a tu hogar? —le preguntó la hermana, con voz alegre.

—Sí hermana. Estoy muy lista —Candy sonrió y luego se sentó en la silla, frente al escritorio de la monja—. He venido a despedirme de usted —La chica se encogió de hombros y con pena, tuvo que admitir...—. Quizá mañana no pueda hacerlo... ya sabe... no soy nada madrugadora.

La hermana Margaret rio divertida.

—Me alegra que hayas venido, gracias por acordarte de mí, Candy.

—Ha sido una sorpresa, saber que vamos a tener vacaciones, y que estaremos fuera todo el verano, ¿este descanso es otra prueba? —preguntó con curiosidad.

—En este descanso, tendrás la oportunidad de reflexionar. Y bueno, sí, en cierto modo es una prueba más. Que ustedes salgan y practiquen lo aprendido, es la única forma en la que sabremos si están hechas para llevar los hábitos con dignidad —La hermana Margaret sonrió y estuvo lista para aceptar—. Tessa estaba furiosa. Me da un poco de pena con ella.

—No sé qué le pasa, hermana. Yo jamás la vi actuando de esa forma.

—Ella tiene miedo, Candy.

—Pero... ¿Por qué?

—Teme regresar a casa y enfrentarse al motivo por el cual huyó. Tessa ha venido al convento por voluntad propia, pero lo ha hecho por las razones equivocadas. Su alma está llena de temor y es por eso que no desea regresar a su casa.

—¿Por razones equivocadas? —preguntó la temerosa jovencita.

—Ha venido aquí para refugiarse. Candy, tú ya sabes que este lugar no es un refugio —aseveró la hermana—. El convento de la Sagrada Familia es una institución, en la que formamos el futuro de nuestra congregación, ¡no somos un escudo!

—Comprendo, tiene toda la razón, hermana Margaret... —esbozó Candy, deseando ocultar su nerviosismo—. Ya debo irme... —anunció con prisa—. La veré después, cuando mis vacaciones concluyan.

La hermana Margaret sonrió, mas, lo hizo de forma tan misteriosa que, Candy se sintió muy rara al respecto.

—Antes de que te vayas, déjame entregarte esto —mencionó la monja, agitando un sobre que traía en su mano—. Tu primo Archibald estuvo aquí y dejó esta misiva para ti.

—Una carta... pero... ¿Cuándo fue que Archie vino?

La hermana aclaró sutilmente su garganta y después respondió:

—Hace algunos días, vino a platicar conmigo y también vino a preguntar cómo te encuentras.

—Hace mucho tiempo que Archie no me escribe... —recalcó Candy, mirando la carta.

—Tiene otras responsabilidades Candy, él trabaja mucho, pues ocupa un lugar muy importante en los negocios de tu familia, debes comprenderlo.

—Lo hago... —sonrió ella con lástima, no podía negar que estaba herida, no tuvo noticias de Archie por tres meses y eso la llenaba de tristeza—. Ya debo irme.

—Que te vaya bien, Candy... —le dijo la religiosa—. Que Dios te acompañe e ilumine tu camino...

—Gracias, hermana Margaret.

—De nada hija.

Le dijo la monja esbozando una sonrisa traviesa. Convencida de que aquellas vacaciones, cambiarían la vida de esa dulce muchacha. Ella sabía que cuando la viera de nuevo, las cosas ya no serían iguales. Estaba muy segura de que Candy regresaría a ese convento, siendo una mujer nueva.


Elroy se sintió tremendamente insultada al saber que su invitado especial, había rechazado la recompensa.

¡Estaba escandalizada! La suma de dinero que puso en ese bendito cheque ¡Era más que satisfactoria! «¿Qué más quiere ese muchacho?» se cuestionaba en sus adentros, al tiempo que tomaba camino hacia el despacho de su sobrino mayor.

Albert le había mandado llamar desde la tarde, pero, ella no atendió su llamado. No había tenido tiempo, ya que, dos de las mujeres más importantes de la sociedad de Chicago, la tuvieron entretenida y por lo tanto, ni el intento hizo por presentarse ante el patriarca. Por su mente jamás pasó el hecho de que el joven actor hubiera rechazado su jugosa recompensa. Sin embargo, su sobrino Archie la enteró de todo, apenas ella despidió a sus amigas.

—¿Cómo le fue en su reunión, tía? —le preguntó Albert, al verla ingresar al estudio.

—Me fue bien —declaró ella con evidente molestia—. Claro que al reunirme con Archie, me encuentro con que Terrence no quiere mi regalo.

Albert le ayudó a sentarse y después le sonrió sintiéndose un tanto divertido, pues, como siempre, la tía abuela estaba ahogándose en un vaso de agua.

—Él es así... ¿Qué le digo tía? Tendrá que aprender a tratarlo.

—Archie me lo advirtió. Me dijo que era un tanto rebelde, pese a ello, creo que, ¡se ha quedado corto! —exclamó la vieja Elroy—. ¡Ese muchachito Grandchester, es una grosería andando!

Albert volvió a reír y la tía Elroy suspiró con pesadez.

—No es un chico malo, se lo aseguro —Albert tomó las manos de su tía y le confesó—. Mire, realmente, él no tenía planeado pedir nada, pero, ya lo he convencido de platicar con usted tía abuela —expresó Albert con tono tranquilo—. Yo sé que a un entendimiento llegarán.

—Me parece perfecto, porque sabes muy bien que no me gusta estar endeudada... —advirtió Elroy—. Soy de las personas que pagan absolutamente todos los favores que me hacen. ¿Tienes alguna idea de lo que pedirá a cambio?

—Será mejor que sea él mismo, quien responda esa pregunta —mencionó Albert, evitando mirar a la ansiosa mujer.

La tía abuela Elroy hizo una seña para que George abriera la puerta del estudio y dejara pasar al joven en cuestión.

—Buenas noches.

Saludó Terry educadamente, sentándose en el asiento que Albert le indicó.

—Buenas noches... —le respondió Elroy, tan amable, como pocas veces se mostraba—. Dígame, ¿qué tal le ha resultado su estancia aquí? ¿Le atienden correctamente? —cuestionó con curiosidad.

—Todo es perfecto... Gracias, señora. Agradezco su hospitalidad.

—Es lo menos que puedo hacer por usted —Elroy lo miró a los ojos y enseguida le hizo saber—. Lo que ha hecho por mi sobrino Stear y por toda la familia Andrew, sin duda, lo coloca como nuestra principal prioridad.

—Agradezco todas las atenciones que me han brindado —contestó Terry, sintiéndose un poquito nervioso.

—Mi sobrino Archie me ha dicho que usted, ha rechazado el cheque que le hice llegar... ¿Por qué lo hizo?

—Porque no lo quiero —respondió Terry con cuidado—. No me lo tome a mal. Pero, me gustaría que usted sepa de una vez, que yo no soy amante del dinero. Además tengo suficiente, mi carrera como actor me permite vivir bien.

Elroy reprobaba aquella actitud. El dinero siempre servía... ¡El dinero era lo mejor que le podía pasar a una persona! Pero el chico se negaba a recibirlo, por lo que no dudó en lanzar otra oferta.

—Entonces, será mejor que usted me diga que es lo que desea, porque yo quiero pagar su acción a como dé lugar. No estaré a gusto, hasta que mi deuda quede saldada.

—Usted no me debe nada, señora.

Elroy negó enérgicamente moviendo su dedo. Obviamente ella no estaba de acuerdo.

—Es cuestión de principios. Quizá cualquier otra familia, lo dejaría todo así, no obstante, nuestro clan no actúa de esa forma así que le pido que medite y me diga que es lo que desea.

El joven la miró, mas, no supo que responder... ¿Qué se creía esa mujer? ¿El Genio de la Lámpara Maravillosa? Terry rio en sus adentros y finalmente, decidió confesar lo que en realidad añoraba.

—No es que quiera abusar de su confianza —declaró con cautela—. Pero... sí... sí hay algo que quiero —comentó preparándose para atacar—. Quiero algo muy específico.

—Dígamelo. Entre más pronto lo platiquemos, más rápido pondremos manos a la obra —dijo Elroy con algo de impaciencia.

—Quiero a su sobrina —le dijo de forma tajante, sorprendiendo a la mujer por completo.

Elroy Andrew hizo un gesto de inconformidad.

—Sin duda, ¡usted es un insolente!

—Solo estoy siendo honesto. Usted misma me ha ofrecido la opción de pedir... y bueno... eso es lo que deseo, quiero la mano de su sobrina en matrimonio.

—Soy consciente de que mi sobrina, es una chica que llama la atención de cualquier caballero... —le dijo sabedora de la belleza que «su sobrina» poseía—. Pero, me temo que tendré que pedirle que medite muy bien su petición.

—No hay nada que reflexionar, amo a su sobrina.

La mirada de Albert, se encontró con la de George y sorprendidos sonrieron. ¿Se había atrevido a decir la palabra «amor» delante de la tía? Los hombres apenas podían creerlo.

—¿Amarla? Jajaja.. Santo Dios, jovencito, no creo que usted tenga idea de lo que es el amor.

—Le aseguro que tengo una gran idea de lo que significa ese sentimiento...

—¿Desde cuándo la ama?

—Desde siempre.

—Disculpe que me entrometa en lo que no me importa, sin embargo, desde que yo recuerdo usted ha rechazado a mi sobrina, ¿cómo es que de pronto, viene aquí y me dice que la ama? —Elroy negó incrédula—. Además, yo misma le digo que esos rechazos realmente tienen un buen fundamento, Elisa no le conviene, se lo digo de todo corazón.

La carcajada de Albert, se escuchó por todo el estudio, así como también, la burlona risa de Terry, quien con un gesto dramático, desechó la descabellada posibilidad.

—Es de mala educación reírse así —expresó la inconforme y molesta tía abuela Elroy.

—Lo lamento tía —Albert se acercó y posó un beso sobre la frente de la mujer—. No obstante, creo que nuestras risas son comprensibles, porque Terry jamás querría contraer matrimonio con Elisa Leagan...

—Ni porque mi vida dependiera de ello —agregó Terry haciendo un gesto de desagrado.

—¿De qué sobrina me habla entonces? —preguntó ella con temor, pues sabía que Elisa era la única sobrina casadera.

—Le hablo de Candy, por supuesto —dijo Terry, al tiempo que sonreía con picardía—. Ella es la mujer a la que yo amo... —afirmó convencido, haciendo que Elroy se sorprendiera nuevamente—. Lo que quiero, es que usted la invite a la reunión en Lakewood y que me dé su aprobación para acercarme a ella y cortejarla.

—Pero... ¡Candice, es una novicia! ¡Santo Dios! ¿Cómo se le ocurre pedirme semejante barbaridad?

—No será novicia por más tiempo.

—Pero...

—Por favor, eso es lo único que deseo y sé que usted puede lograrlo, señora Elroy.

—Usted es muy arrogante jovencito, ¿cree que las monjas van a dejarla salir, solo porque usted lo dice? ¡Está loco! ¿Cómo pretende que yo la saque de ahí? —gritó escandalizada—. Lo que pide es imposible... —agregó manoteando y levantándose de su asiento, con la intención de marcharse.

—De eso ya me encargué... —respondió Terry, mirándola, sonriente—. Ya he logrado que Candy salga de ese lugar. La misma madre superiora lo aceptó.

La matriarca no lo comprendía, ¿cómo era que ese jovencito, había logrado aquello? Tomó asiento de nuevo... ¿Ese chico no tenía límites?

—Tía abuela, Candy va pasar el verano en su hogar, la madre superiora del convento le ha dado unas vacaciones... —anunció Albert, entregándole el permiso, que esa tarde había llegado—. No tiene por qué preocuparse. Usted solo tiene que invitarla tía, después de todo, esa reunión es para toda la familia y Candy no puede faltar a una reunión así. Yo mismo puedo invitarla pero sería mejor que la invitación, sea de su parte.

—¿Cómo lograron sacarla de ahí? El convento es muy estricto... —La tía abuela dirigió su mirada hacia Albert y este de inmediato respondió.

—A mí ni me vea, yo no tuve que ver en eso... —indicó con seriedad—. Esto es algo que solo Archie y Terry saben.

—No hice nada ilegal, si eso es lo que le preocupa —advirtió Terry.

La tía abuela se mostró preocupada y luego observó a su sobrino.

—¿Qué sucede tía? Terry ya pidió algo como recompensa y usted estaba ansiosa por recompensarlo, ¿no es así?

—No sé si podré recompensarlo... digo... Candice, ya eligió su camino, ¿cómo la van convencer de lo contrario?

—Usted le pedirá que se quede en Lakewood por algunas semanas y yo me encargaré de convencerla —dijo Terry con una sonrisa—. Déjelo en mis manos.

Elroy respiró hondo, y finalmente aceptó cooperar.

—George... —lo llamó la tía con debilidad.

—Dígame.

—Enviaré la invitación formal al hogar de Pony. Serás el encargado de llevarla.

—Sí, señora.

Terry sonrió conforme, con aquella petición. Mientras Albert también sonreía, pero él lo hacía con nerviosismo, pues no tenía idea de lo que iba suceder cuando Candy llegará a Lakewood y se encontrara con ese tumulto de sorpresas, listas para saquear su corazón y alterarlo por completo.

La actitud de Albert, no pasó desapercibida para Terry y con un hueco en el corazón, desvió la mirada, aguardando el momento en el que pudiera hablar a solas con él y entonces, pedirle que le respondiera una pregunta que tenía atorada en la garganta y que sinceramente, no deseaba cuestionar.

A la mañana siguiente el calvario que Terry había sufrido en las dos últimas semanas parecía ya no importar.

Mientras se preparaba para viajar a Lakewood, pudo darse cuenta de que todo lo vivido, había valido la pena. Aún no podía cantar victoria, pese a ello, sabía que la gloria ya no estaba lejos.

«Candy saldrá de ese convento. No te desesperes», le dijo Eleanor Baker, el día en el que se encontraron.

Cuando Terry se comunicó con ella, para darle cuenta de su paradero, Eleanor decidió viajar a Chicago para sostener una amigable plática con él y brindarle todo su apoyo. Haciendo uso de sus disfraces, ambos se encontraron en el hotel Lex y charlaron:

—Cuando me llamaste y me contaste lo de Susana, lo primero que hice fue ir a ver a Robert.

—Madre... No debiste hacerlo.

—Él me dijo que dejar que «Sussie» diera a conocer la noticia, era lo más conveniente para ti, porque eres un caballero. En eso estoy de acuerdo, pero, Susana se aprovechó de la situación y a mi parecer se ha puesto como víctima.

—No debes preocuparte. Cuando llegue el momento la verdad saldrá a la luz. En cuanto yo regrese al teatro, querrán saber mi versión y obviamente, se las daré.

—Tendrás que proteger a Candy, así que, trata de tranquilizar ese temperamento tuyo.

—Yo haré hasta lo imposible por defender mi relación con Candy. No te preocupes más, madre.

Un par de golpes en la puerta hicieron que Terry renunciara a sus recuerdos. El castaño cerró su maleta y luego, dirigiéndose hasta la entrada de la habitación, dio el paso a su visitante.

—Tienes que ver esto... —le dijo Stear, al tiempo que le daba el periódico del día.

Terry tomó el periódico y vio la foto de Karen Klyss, adornando uno de los artículos de la zona de entretenimiento.

"El león no es como lo pintan"

Leyó en el encabezado e imaginándose el contenido de la noticia.

Y no se equivocó. Karen había generado un verdadero escándalo, ya que, había salido en su defensa, alegando que Susana Marlowe era una «chantajista profesional» y que quien creyera lo que ella decía, estaba siendo vilmente engañado.

Terry no sabía si reír o llorar... Karen era una impertinente. Sin embargo, al final, tuvo que aceptar que ella había hecho más por él, que el mismísimo Robert Hathaway.

—No sé tú, pero yo adoro a esa mujer —dijo Stear, recordando a la guapa Karen Klyss.

—Es una gran amiga... —aceptó Terry—. Pero está enteramente loca.

—¿Loca? Y yo que te iba decir que la quiero de cuñada... —mencionó Stear con ojos soñadores—. Una mujer así es lo que Archie necesita, ¿no lo crees?

Terry soltó una carcajada.

—Pobre Archie.

—Preséntasela... Y ya veremos.

—Algún día lo haré, pero no te aseguro nada. Karen es muy complicada.

—¿Interrumpo? —cuestionó Albert, tocando en la puerta de la habitación.

Ambos chicos negaron y a continuación, el patriarca de la familia les dio un par de indicaciones, sobre cómo viajarían hasta la mansión de Lakewood. Stear acató la orden de inmediato y condujo su silla de ruedas hasta la habitación de Patty, para avisarle que pronto se irían. Terry por su parte se quedó ahí, ya que, Albert deseaba que viajara junto a él.

—George no estará disponible el día de hoy —anunció Albert—. Así que tú vienes conmigo.

Una vez frente al garaje, Albert prácticamente corrió para quitar una brillante cubierta y dejar al descubierto su lindo y lujoso Rolls Royce.

—Nunca tengo la oportunidad de manejarlo —aclaró el rubio con una traviesa sonrisa—. Pero te juro que soy un buen conductor.

—¿Debo entender que llegaremos vivos a Lakewood?

—Así es. Te prometo que llegarás vivo y te reunirás con tu rebelde novicia.

Terry observó muy atentamente a Albert y éste sosteniéndole la mirada, declaró:

—Tenía algunas dudas sobre ti... —confesó apenado—. Pero ayer me dejaste muy claro que de verdad amas a Candy —Albert le sonrió como en los viejos tiempos y sorprendiendo a Terry una vez más, agregó—. Sé qué la harás muy feliz. No importa cuánto haya dudado antes, ahora deposito toda mi confianza en ti, Terry —El rubio le extendió su mano y Terry la estrechó.

—No voy a decepcionarte, te lo juro. Gracias por confiar en mí, Albert.

Aquel apretón de manos, esclareció todas las dudas que tenía Terry. Albert seguía siendo su mejor amigo.

Y mientras eso sucedía en la mansión de los Andrew, al otro lado de la ciudad; una joven mujer miraba con asombro el entorno que la rodeaba. Su sorpresa estaba más que justificada, pues un año y medio había pasado desde la última vez que vio aquel ruidoso, pero peculiar espectáculo.

Caminó fascinada, mientras observaba la calle repleta de personas: transeúntes, vendedores, decenas de personas yendo y viniendo... Nada especial para la mayoría de la gente, pero, para ella, era como salir a un mundo nuevo, Candy ya había olvidado como eran las cosas afuera del convento.

—Señorita Candy... —la llamó George Johnson, tomándola ligeramente del brazo e impidiendo que ella siguiera caminando.

—¡Hola George! —saludó ella con entusiasmo, dándole un cordial abrazo.

—He venido por usted. La llevaré hasta el hogar de Pony... —anunció el hombre, sonriéndole como pocas veces lo hacía.

—Oh George, ¡muchas gracias por venir por mí! —expresó ella, permitiendo que el hombre le ayudara con su equipaje

—Intenté llegar a tiempo, para encontrarla en la puerta del convento, sin embargo, no fue posible. —dijo George a manera de disculpa—. Pero, una muchacha me dijo que usted se había venido por este camino.

Candy asintió, comprendiendo que había sido su compañera Tessa, la que le había ayudado.

—Ella, ¿también viajará a su casa?

—Sí... ella viajará a Sunville —declaró Candy, mirando a lo lejos y corroborando que Tessa aún no se marchaba—. ¿Podríamos llevarla? —cuestionó con una sonrisa.

—Por supuesto que sí, llámela. El automóvil está muy cerca.

Al principio, Tessa se negó a ser transportada, sin embargo, ante la insistencia de su rubia compañera terminó por aceptar.

—Lamento haberme portado tan mal ayer... —pidió Tessa, mientras esperaban a que George acercara el auto—. ¿Puedes disculparme?

Candy sonrió.

—Por supuesto que sí —ella miró a su compañera y bondadosa como solía serlo le dijo—. No te preocupes, todos tenemos momentos buenos y momentos malos. Comprendo que te hayas sentido así.

—Gracias por entenderme... —contestó una avergonzada Tessa—. Tú siempre me entiendes, Candy.

—No tienes por qué agradecer, somos amigas, ¿no?

—Nunca he tenido amigas, mas, me alegra saber que eres la primera —dijo Tessa, mostrando una sonrisa.

—Y a mí me alegra saber que por fin me has aceptado —Candy le guiñó un ojo y luego corrió hasta el auto.

Tessa por su parte caminó con lentitud y después observó por última vez, la fachada del convento. Prometió que regresaría y que su vida, volvería a la normalidad, claro que, ni ella, ni Candy, se imaginaban que aquellas vacaciones, pondrían su mundo de cabeza. Después de ese descanso, ya nada volvería a ser igual.