"Inesperado"

Lady Supernova


Capítulo 5

(Segunda parte)


Como era de esperarse, la llegada de Candy llenó de alegría a todos los habitantes del Hogar de Pony.

Para las señoritas, había sido una gran sorpresa saber que la muchacha tendría un descanso, pero, a pesar del inesperado suceso, estuvieron más que listas para darle la bienvenida. Ambas prepararon la habitación de Candy y con gran entusiasmo organizaron una pequeña fiesta, ya que, querían recibirla como ella se merecía

—No puedo creerlo... —expresó Jimmy Cartwright, cuando vio que Candy descendía del automóvil de los Andrew—. ¿Ese es el uniforme de su nueva escuela?

—Sí, ¿acaso tiene algo de malo? —respondió la hermana María.

—Pues... parece una monja... —mencionó el chico, frunciendo el ceño.

—Candy es una novicia. Tendrá que estudiar unos años más, para poder ser una monja —aclaró la hermana, con el afán de que ahí terminara el asunto, pero, Jimmy insistió:

—¿Candy será una monja?

La pregunta del muchacho, terminó por molestar a la hermana María y la señorita Pony fue quién, rápidamente, salió al rescate.

—Así es, hijo —La señorita posó su mano en el hombro del jovencito y dijo—. Ese es el camino que ella eligió.

—Pero las monjas no se casan, ¿verdad Señorita Pony? —cuestionó otro niño, con tristeza.

—Ciertamente, ellas no se casan —declaró la hermana María, sin ocultar su enfado.

—Y entonces... ¿Cómo podrá casarse con él? —preguntó la pequeña Beatrice, señalando un recorte de periódico en el que Terry Grandchester, se mostraba atractivo y lleno de gallardía.

Las madres de Candy se miraron consternadas, estaban seguras de que ya habían tirado todos los recortes del actor. Al notar que la joven llegaba hasta la puerta, la señorita Pony, le pidió el recorte a Beatrice y sin pensarlo lo dobló para esconderlo entre la correspondencia que llevaba en las manos.

—¡Bienvenida Candy!

Gritaron los chiquillos al unísono, acercándose hasta ella para llenarla de besos y abrazos.

Las señoritas, aún incómodas, miraron a la joven y tomando un respiro, decidieron deshacerse de aquella pesadumbre. Ambas mujeres se dirigieron hacia donde Candy las esperaba y la enredaron en un gran abrazo. Lo único que interesaba en ese momento, era que ella estaba de vuelta y que eso, los hacía muy felices a todos.

—Estas vacaciones, definitivamente me han tomado por sorpresa —comentó la señorita Pony mirando a Candy a través de la ventana de su pequeña estancia—. ¿Usted cree que hayan castigado a Candy y que por ello la enviaron de regreso? —preguntó a la hermana María.

—Conociendo a Candy, no tengo la menor duda de que ese convento esté de cabeza... —admitió la monja esbozando una sonrisa—. Sin embargo, creo que este permiso nada tiene que ver con eso... —La hermana sabía que el noviciado, era una etapa en la que las aspirantes a ser religiosas, aún tenían un grado muy aceptable de libertad, ella pudo visitar a su familia siendo novicia, así que no pensó que hubiera algo raro detrás de la visita de Candy.

Parecía mentira que hubiera transcurrido más de un año, desde que la muchacha se marchará a la ciudad de Chicago, para formar parte de las novicias del convento de la Sagrada Familia. La hermana María, nunca se hubiera imaginado que su rebelde muchacha duraría tanto tiempo.

Ella había estado en contra de la idea de que Candy se convirtiera en monja, incluso, pensó que la muchacha se rendiría muy pronto, pero, una grata sorpresa se llevó, al ser consciente de que el tiempo había pasado, y que Candy no había emitido queja alguna. Si Dios quería que su hija continuara por ese camino, entonces, ella tenía que apoyarla. Después de todo, le halagaba saber qué seguía su ejemplo.

La señorita Pony, por otro parte, estaba altamente preocupada, pues de pronto, le parecía que Candy no debía estar encerrada en ese lugar. Ella apoyó a la jovencita en todo momento y no quiso llevarle la contra, porque pensaba que la chica se desanimaría al ver lo estricta que era la madre superiora de aquella congregación, para su desgracia, nada de eso sucedió. La joven simplemente no desistió.

Los papeles habían cambiado, sin embargo, ninguna de las dos mujeres decía nada y por el contrario, se mostraban contentas y comprensivas con Candy.

—No le agradó la idea de presentarse en Lakewood —admitió la hermana María.

—Noté su decepción cuando el señor George se lo dijo, sin embargo, ¿qué otra cosa puede hacer? Es su obligación presentarse con su familia... —La Señorita Pony tomó asiento frente a su escritorio y añadió—. Por otro lado, hay otro tema que me gustaría tratar con usted... tenemos tiempo, ¿verdad?

—Claro que sí, dígame... ¿De qué quiere que hablemos?

La señorita Pony extendió un periódico sobre el escritorio, mostrándole a la hermana, el espacio vacío que yacía entre las páginas.

—Así que... Fue de aquí, de donde Beatrice sacó el recorte —dijo la hermana María, sonriendo ante la ocurrencia de la chiquilla.

—Pero, eso no es todo... —La señorita indicó el artículo que se había escrito en el periódico y la hermana María, de inmediato lo leyó.

Al concluir, la monja se encogió de hombros y luego declaró:

—No creo que venga aquí. Este muchacho tiene otras cosas que hacer, otra vida... no... no creo que se presente aquí —La hermana se negó a creer en esa posibilidad y puntualizó—. En este periódico dice que terminó su relación hace meses, así que, podemos irnos olvidando de que llegará aquí para arruinar la vida de Candy una vez más.

—Pero... ¿Y si él viene? —cuestionó con añoranza la señorita Pony, ignorando el rechazo que su amiga ya le había otorgado al joven actor.

—Si viene, le comunicaremos que Candy será un monja y ya, tendrá que irse... —La religiosa decidió terminar con el tema y entonces mencionó—. Iré a preparar la mesa. La veré en un rato, señorita Pony.

La vieja Pony asintió, y dejó que su amiga se marchara. Ya cuando estuvo a solas, rogó a Dios para que iluminara el camino del actor y lo guiará a la felicidad. Ella no sabía que había pasado entre Candy y él, pero a pesar de los pesares, le deseaba lo mejor. Y si lo mejor, estaba al lado de Candy, pues entonces que así fuera. No dudaría en apoyarlos hasta lograr que fueran felices. Estaría con ellos sin importar lo que la hermana María pensara.


—¿Qué vamos hacer si Candy se desmaya?

Aquella pregunta le causó una gran ternura a Patty, quien sin dudarlo, acarició el rostro de su novio al tiempo que le respondía:

—Si ella se desmaya, la atenderemos y le ayudaremos a despertar —comentó la muchacha con simpleza—. Querido, no debes preocuparte por eso... —añadió posando un tierno beso en su mejilla—. Además, Candy es una chica muy fuerte, es mucho más fuerte que ninguna. De verdad que no he conocido alguien tan valiente como ella.

—En eso tiene razón, Patty —admitió Archie—. Candy es muy fuerte y mucho más valiente que tú y yo juntos —expresó haciendo que su hermano frunciera el ceño.

—Sí, sí... Es una chica fuerte, eso no está a discusión —advirtió Stear—. Pero, por más valiente que sea, la gran verdad es que, nadie está preparado para ver a un muerto.

—Stear, tú no estás muerto... —mencionó Patty dándole un pequeño jalón de orejas, mismo que el joven aceptó con una sonrisa, después, ajustando sus gafas, Stear añadió:

—De acuerdo, dejaré la paranoia. Aun así, será mejor que tengan preparadas las sales o como quiera que se llamen esas cosas que hacen despertar a los que sufren desmayos.

La carcajada de Archie fue inevitable:

—Lo bueno es que estás dejando la paranoia a un lado... —expresó el muchacho entre risas—. No imagino como sería si la paranoia se adueñara de ti.

—Deja de burlarte, ¿quieres? —reclamó Stear, arrojándole una servilleta.

—¡Pues deja de comportarte como una gallina! —replicó Archie arrojándole de vuelta su servilleta.

Patty observó a los dos hermanos y optó por detener aquello que parecía ser el detonante, de una más de sus infantiles peleas.

—Será mejor que nos calmemos, no es bueno discutir en la mesa —mencionó haciendo que Stear y Archie se avergonzaran y decidieran tranquilizarse—. Mejor, hay que irnos preparando para recibir a Candy, ¿alguno de ustedes sabe en dónde está Terry?

Ambos muchachos negaron.

—Debe estar dormido —dijo Archie.

—O quizás la tía abuela Elroy lo tiene secuestrado y lo ha obligado a escuchar, una vez más, sus aventuras con la realeza británica... —mencionó Stear.

Patty frunció el ceño.

—Yo no lo he visto en toda la mañana... ni siquiera vino a desayunar con nosotros, ¿dónde podrá estar?

La respuesta a esa interrogante, la tenía el mismo Terry, quien había salido a explorar la mansión y sus alrededores. El joven actor tomó el libreto que contenía la obra completa de Hamlet y decidió canalizar todo su nerviosismo en algo positivo. Comenzó a estudiar sus líneas, buscando así, distraerse en algo.

Leyó el primer capítulo sin problemas, mas, al repasar se dio cuenta de que no estaba reteniendo ni una sola línea. Él ya sabía de memoria varios de los diálogos, pero, en ese momento, no podía recordar nada, ni siquiera una sola frase... su positivismo cayó directamente al bote de la basura y un tanto molesto, dejó el libreto a un lado.

Necesitaba un cigarrillo...

Realmente lo deseaba. Pero dejar de fumar era algo que se había propuesto llevar a cabo. La propuesta fue tan seria que inclusive ya no compró tabaco, pues, se había jurado no volver a perder el control con aquél vicio.

Al encontrarse sin nada más qué hacer, Terry permitió que sus ojos se recrearan con el extenso lago que adornaba el paisaje.

Chicago era maravilloso no podía negarlo, ofrecía todo lo que una gran urbe podía otorgar. Le gustaba mucho y se sentía cómodo, pese a ello, no había nada como viajar fuera del bullicio y respirar el aire limpio del campo. El verde que adornaba aquellos terrenos era diferente a cualquier otro verde que hubiese visto.

Hacía tanto tiempo que vivía inmerso en la «Gran Manzana», que se le había olvidado cómo lucía un lugar más natural.

«Lakewood es un buen lugar para vivir», dijo Candy alguna vez.

Terry sonrió al recordar a su amada. La forma en la que lo miraba mientras platicaba con él, era por demás significativa... era como si lo tratara de invitar a conocer ese lindo lugar.

—Ahora estoy aquí, Candy —mencionó en voz alta—. ¿Qué se supone que harás conmigo, Señorita Pecas? —preguntó mostrando una diabólica, pero muy bella sonrisa. La misma que siempre esbozaba cuando se trataba de Candy White—. ¿Qué voy hacer yo, contigo? —agregó con picardía, imaginando el momento en el que tuviera a la rubia frente a él.

Tomó el libreto y se dispuso a regresar a la mansión. Más valía que se preparara. Pues la hora en la que Candy llegaría, ya se estaba acercando y definitivamente, no deseaba llegar tarde a su anhelado encuentro.


—La verdad es que yo no quiero ir —mencionó Candy, al tiempo que abrazaba a la señorita Pony—. No quiero.

—Hija... la familia Andrew, es tu familia, ¿cómo puedes negarte a ir y saludarles? —la regañó sutilmente la señorita Pony—. Ellos están a tu cargo y aunque seas mayor de edad, ante las leyes sigues siendo miembro de su clan, además, pagan tu educación y tus gastos. Ir a visitarles suena como lo mínimo que puedes hacer por ellos.

—Yo nunca he sido del agrado de la tía abuela Elroy... —expresó Candy—. ¿Cómo es que de pronto quiere verme?

Ella mostró a la señorita Pony la elegante invitación y luego esperó una respuesta.

—Tú más que nadie, has recibido muchas enseñanzas en los últimos meses... —aseveró la señorita—. Estoy muy segura de que el prejuicio no es algo que te hayan inculcado en el convento, ¿o sí?

Candy negó avergonzada.

—Candy... —le llamó la hermana María, quien hasta ese momento, se había quedado callada—. El señor Johnson está por llegar y será mejor que te prepares para ir con él. Es un buen hombre y no sería justo que le hicieras esperar, ni a él, y mucho menos a tu familia.

—Ustedes son mi familia... —respondió la rebelde rubia.

—Claro que sí, nosotras somos tu familia —mencionó la religiosa—. Pero, ellos te adoptaron y también son parte de ti —La hermana intentó conciliar y recalcó—. Dios sabe cuánto has sufrido antes de que el señor Albert revelara su identidad y no lo dudes, nosotros lo entendemos a la perfección, mas, debes comprender que si la señora Elroy está invitándote, es porque seguramente desea limar asperezas contigo —Ella limpió las lágrimas de la muchacha y añadió—. Una religiosa, no puede negarse a perdonar y eso ya lo sabes Candy... ¿Es que acaso no has aprendido nada?

La joven asintió. Y sin temor respondió:

—Sí he aprendido.

—Entonces demuéstralo, mi niña —pidió la señorita Pony—. Demuestra todo eso que Dios y tus maestras te han enseñado.

—Ánimo Candy, seca esas lágrimas y prepara todo —le pidió la hermana María—. Estarás de vacaciones todo el verano, tienes mucho tiempo para estar con nosotras y con los niños.

Después de quedarse sin excusas, Candy respiró hondo, se tranquilizó y les dijo:

—Tienen razón, iré a Lakewood y regresaré en cuanto me sea posible —mencionó con voz queda.

—Y nosotras aquí te estaremos esperando, hija —repuso la señorita Pony, abrazándola y dándole ánimos.

Candy cumplió con su promesa. Alistó su equipaje y esperó pacientemente a que George llegara por ella. Por primera vez en su vida, estuvo lista a tiempo, pero, de nada le valió, porque George no fue puntual. El hombre demoró demasiado para llegar.

La joven resopló con enojo y después se recostó sobre un sofá, tenía que relajarse, lo sabía. Así que cerró los ojos, e intentó poner su mente en blanco.

Aquello tampoco sirvió de nada, ya que los gritos de los niños, la hicieron renunciar. Tanto ruido solo podía significar una cosa: George, había llegado. La rubia tomó su pequeña maleta y se dirigió a la estancia. Mientras caminaba, pensó en que había armado un drama por nada... ¿Era malo que los Andrew la invitaran a su casa? Su interior le indicó que no. Definitivamente no era para tanto.

—Hola extraña... —Le saludó una voz que ella no esperaba escuchar.

—¡Albert! —gritó al ver a su gran amigo, parado frente a ella.

—¿No vas a saludarme? —preguntó él en tono serio, intentando que su voz no se quebrara ante la emoción que le provocaba ver a la chica.

Candy no dudó en acercarse y permitir que Albert la estrechara en sus brazos.

—¡Has venido por mí! —exclamó ella con emoción— Me parece increíble Albert.

—Más increíble me parece lo grande que luces —Albert la alejó ligeramente y entonces, la miró con detenimiento—. Estás más alta —aceptó mostrando una sonrisa—. Y luces más hermosa de lo que yo recordaba... —añadió con diversión, al tiempo que la besaba con ternura sobre la frente.

—¡Qué cosas dices!

—Solo la verdad, señorita Andrew... —mencionó, haciendo que el corazón de Candy se llenara de dicha—. ¿Y entonces? ¿Estás lista para ir a casa?

Aquella pregunta movió el mundo de Candy...«¿Ir a casa?» ¿Es que aquella era su casa? Se cuestionó, al tiempo que sentía una horrible culpabilidad apoderándose de su ser. Pues, dentro de su egoísmo, no fue capaz de recordar la bondad de Albert y el inmenso amor que había entre ellos dos.

—¿Estás lista, Candy? —cuestionó el rubio nuevamente y ella, finalmente respondió...

—Estoy más que lista —replicó dibujando una sonrisa en su rostro.

—Anda... despídete entonces —le pidió, en tanto que ella obedecía y abrazaba a sus melancólicas, pero, a la vez, emocionadas madres.


—Ya deben venir en camino —advirtió Archie, sentándose frente a Terry, quién, yacía en el pequeño comedor que se encontraba en la terraza—. No estarás arrepintiéndote, ¿o sí? —cuestionó al verlo con aquel semblante tan serio.

—¿Arrepentirme? ¿A estas alturas? —Terry negó—. Ya no hay tiempo para eso.

—Candy es la persona más impuntual que conozco —declaró Archie con fingida seriedad—. Te aseguro que tienes tiempo de sobra, para darte a la fuga.

El actor sonrió y sin temor contestó:

—Huir no forma parte de mis planes. Mucho menos si se trata de que me atrape la Señorita Pecas.

—¿Señorita Pecas? —Archie rio sonoramente—. No puedo creer que la llames así...

—Es de cariño —aseguró Terry—. Y además a ella le gusta.

El joven Cornwell no estaba muy seguro de eso, ¿a qué chica le gustaba ser llamada así? Se cuestionaba con evidente incredulidad.

—No te me quedes viendo así, Archie... —pidió el actor al ver la mirada que la otorgaba el joven.

—¿Así conquistas a las chicas? ¿Con sobrenombres?

Terry se encogió de hombros.

—Creo que eso prueba que no soy lo que tú piensas —explicó Terry, mostrando su arrogante sonrisa, aquella, que Archie tanto odió en el pasado—. Definitivamente no soy un conquistador, ni un casanova, ni nada de lo que siempre has pensado.

Archie no dijo más. Tal vez Terry no era un conquistador, pero, sinceramente, tenía que aceptar que para no serlo había triunfado en la vida... se había llevado a la chica más grandiosa que existía en el mundo entero.

El joven Cornwell aclaró su garganta y cambiando el tema dijo:

—Stear, aparecerá primero ante ella y tú lo harás más tarde, justo cuando le digamos que nos ayudaste.

—Estaré esperando, no te preocupes. Haré mi entrada triunfal en cuanto sea requerido.

—Bien, entonces, nos veremos luego.

Terry cumplió al pie de la letra cada una de las indicaciones que le dieron. Veinte minutos después, bajó de la terraza y buscó un escondite justo en el lugar en el que Archie le recomendó situarse.

Por su parte, Archie, Patty y Stear, discutieron una y otra vez, la forma en la que le darían la noticia a Candy. No obstante, a pesar de la lluvia de ideas, no llegaron a ponerse de acuerdo. Parecía que después de todo, las cosas no serían tan fáciles.

—¡Solo díganselo y ya! —pidió Stear, perdiendo la calma—. Porque si piensan darle miles de vueltas al asunto, todo saldrá mal. No la angustien, por favor.

—De acuerdo —le dijo Patty—. Tienes razón... lo mejor será decírselo de golpe —afirmó la muchacha.

—Pues lo que vayamos hacer, ¡tendremos que hacerlo ahora! —exclamó Archie, percatándose del movimiento que comenzaba a generarse en la entrada de la mansión—. Dios Santo... ¡Ellos ya están aquí!

—¡Oh Dios! ¿Qué haremos? —preguntó Patty llevándose las manos a la cabeza.

—Quédate con Stear, yo iré a recibirlos —propuso Archie.

—¿Estás seguro?

—Sí...

Archie hizo uso de toda su fuerza emocional, para poder enfrentar lo que se avecinaba. Aunque creía que Candy era una chica fuerte y que era mucho más valiente que él, de todas formas, estaba preocupado. Y no precisamente por lo de Stear, más bien lo estaba por lo que pudiera suceder con Terry.

—¡Archie! —gritó la voz de Candy, mientras él esbozaba una sonrisa y agitaba su mano en señal de saludo—. ¡Hola Archie! —exclamó la rubia, quien desde el auto en movimiento lo saludaba.

«Hermosa, se ve realmente hermosa», pensó Archie, al verla.

Siempre creyó que era bonita, sin embargo, era increíble que luciera tan bien en aquella aburrida indumentaria, la cual se suponía que no debía hacerla bella. Apenas el auto se detuvo, Candy bajó de él y enseguida corrió hasta donde se encontraba el chico Cornwell.

—Hola, Gatita... —mencionó Archie con cariño, posando un beso en la mejilla de la muchacha, para después, enredarla en un cálido abrazo—. Bienvenida a casa —añadió con emoción.

—Me da tanto gusto volver a verte —le dijo Candy, mirándolo con melancolía—. Recibí tu carta y me ha gustado mucho la tarjeta de cumpleaños, gracias, Archie.

—Espero que hayas pasado un feliz cumpleaños.

—Así fue.

—Tengo un lindo regalo para ti —reveló el muchacho, haciendo que Candy sonriera con entusiasmo—. Te lo daré más tarde, ¿de acuerdo?

—Sí... —respondió ella, recordando que había dejado su equipaje en el coche—. Yo también traje algunos regalos para ustedes —añadió con alegría.

Albert hizo una seña desde donde estaba, indicándole a Archie, que él sería quien le revelaría la verdad a Candy. Archie asintió y después, tomando la mano de la rubia, la acercó a él y le invitó a dirigirse a donde Albert ya los esperaba.

—Pequeña, antes de que cualquier otra cosa pase, queremos que sepas algo importante—expresó Albert, tomando la mano libre de la rubia e invitándola a tomar asiento sobre los escalones del pórtico.

—Soy toda oídos —respondió la chica—. ¿Qué pasa? —preguntó al ver que los jóvenes se miraban entre ellos.

«Por favor, Dios. Que no sea nada malo... », rogó la muchacha en sus adentros.

—No pasa nada malo, solo queremos que sepas que alguien desea saludarte... —le dijo Albert, sin darle más vueltas al asunto.

—¿La tía abuela? —preguntó Candy, con nerviosismo.

Albert asintió con seriedad, luego dijo:

—Sí... ella también quiere hacerlo, pero, primero, hay otra persona que desea decirte: «Hola»

Candy frunció el ceño, pues, aquello no le acababa de gustar... ¿Alguien más quería saludarla? Su corazón latió desesperado, ¿acaso era alguno de los Leagan? ¿Neil de nuevo?

—Hola, Candy... —mencionó Stear, a espaldas de la muchacha, quien al escuchar su voz, se levantó de su asiento y volteó para buscarlo.

Los ojos verdes de la rubia, se abrieron con asombro y cuando al fin asimilaron aquella figura, se llenaron de inevitables lágrimas.

—Anthony siempre decía que eras mucho más bonita cuando sonreías, que cuando llorabas... ¿Lo recuerdas? —preguntó extendiendo su mano y ofreciéndosela a la muchacha, que con debilidad, comenzó acortar la distancia que los separaba—. Si lo recuerdas, entonces, hazme el favor de honrar aquella frase y mejor sonríeme Candy. Sonríeme y hazme feliz.

La muchacha lloró aún más, sin embargo, eso no le impidió esbozar una sonrisa y llegar, decididamente, hasta donde estaba Stear. Una vez frente a él, acarició con ternura el rostro del muchacho, lo besó en la mejilla y se acercó más para poder abrazarlo.

Aquella emotiva escena, fue admirada por Terry, desde el lugar en donde se encontraba. En el pasado, siempre se sintió muy celoso del cariño que había entre Candy y los hermanos Cornwell, no comprendía tanta afinidad entre ellos, mas, en ese momento, mientras veía a Candy abrazando a Stear, lo entendió todo.

Ellos eran una familia. No importaba si Candy no llevaba su sangre, ellos la amaban y la protegían como si de verdad fueran parientes.

Los ojos de Terry, observaron con mucho detenimiento a la rubia, ella abandonó momentáneamente a Stear y se reincorporó para abrazar a Patricia O'Brien; ese movimiento permitió que el castaño tuviera la oportunidad de apreciarla mucho mejor. Recorrió su cuerpo de abajo hacia arriba, admitiendo que aunque su atuendo de novicia la cubriera de los pies a la cabeza, él era perfectamente capaz de darse cuenta de que la chica se había desarrollado... Ya no era la niña que dejó de ver años atrás.

El actor permaneció alejado del grupo, sintiéndose más nervioso que nunca, pues, le era completamente insoportable estar tan cerca y a la vez, tan lejos de lograr lo que tanto deseaba.

Al ver que Candy, miraba de un lado a otro y que era detenida por Albert, supo que su momento ya había llegado... Archie, quien sabía en dónde estaba él, le hizo una seña, indicándole que se acercara.

Ya no había marcha atrás.

El pequeño trayecto desde el rincón en donde estaba, hasta el punto en donde Candy lo esperaba, le pareció el camino más largo que tuvo que atravesar. No obstante, lo caminó con firmeza y gallardía.

Cuando Candy volteó y clavó sus ojos verdes en él, fue como si el tiempo se detuviera y nada ni nadie existiera a su alrededor... «La amo», pensó Terry mientras ella se sonrojaba y le miraba con emoción «La amo más que a nadie en este mundo...», aceptó dejando que la luz de aquella muchacha lo iluminara como años atrás lo hizo.

—Terry... —le llamó ella, cerrando sus ojos y tambaleándose ligeramente—. Yo...

El guapo actor no necesitó pensarlo más, al verla perder el color de sus mejillas, acortó rápidamente la distancia y la tomó entre sus brazos, protegiéndola y sosteniéndola en su desmayo.

—Quiten esa cara... —dijo Stear, observando a su hermano y a su tío—. Candy va estar bien. Solo ha sido un pequeño desmayo —El inventor los vio con intenciones de entrar a la habitación y entonces, los detuvo—. Será mejor que se queden aquí en donde están, si es que quieren que ese plan de la reconciliación funcione—advirtió mientras llamaba a Patty, para que lo apoyara—. Aprovechemos que no está la tía abuela Elroy y démosles libertad.

Tanto Albert, como Archie asintieron y más a fuerza que de ganas obedecieron a Stear, aunque claro, ninguno de los dos dejaba de preocuparse y de cuestionarse: «¿Qué demonios va hacer Terry para despertarla?»

Por fortuna, su duda fue esclarecida de inmediato, ya que, Patty les dijo:

—Terry, tiene las sales aromáticas. Él ya sabe qué hacer, no hay por qué preocuparse —añadió sonriendo y apretando la mano de Stear con complicidad.

—¿Ya lo ven? Esperemos, por favor —pidió Stear, invitándolos a permitir que Candy y Terry se reencontraran a solas.

Dentro de la habitación las cosas estaban tranquilas, Terry había hecho uso de toda su paciencia para lograr que Candy reaccionara. En ningún momento permitió que el pánico se adueñara de él y atendió tranquilamente a su amada.

—Candy... —susurró él, acariciando el rostro de la rubia muchacha—. Despierta Pecosa... despierta... —pidió acercando las sales aromáticas a la pequeña nariz de la muchacha... —. Despierta Candy... —insistió, posando sus labios sobre los de la chica, presionándolos con suavidad para dejar un tierno beso, sobre la boca de la rubia.

Al sentir que ella comenzaba a reaccionar, Terry sonrió con alegría y cual niño travieso se reincorporó y pronto, se alejó un poco de la cama. Sabía lo orgullosa que era Candy y lo mucho que se molestaría si lo descubriera tan cerca de ella, eso, sin contar lo que acaba de hacer... era perfectamente consciente de que la había besado en los labios y si Candy se enteraba, sería capaz de armarle un drama.

Él no iba a empezar el juego perdiendo, así que se hizo el desentendido y esperó a que Candy despertara.

—¿Terry? —preguntó al verlo al otro extremo de la enorme cama.

—Sí, soy yo... ¿Cómo te sientes?

Candy se llevó la mano a la cabeza, ajustándose el velo y mientras se reincorporaba, preguntó:

—¿Qué me pasó?

—Te has desmayado —contestó Terry, acercándose a ella—. Tómalo con calma por favor, acabas de despertar.

—¿Me desmayé? —Candy se llevó las manos a la cara y se cubrió con ellas.

Aquel gesto hizo que Terry sonriera, pues, la muchacha recuperó el color y un ligero rubor cubrió sus mejillas.

—Recuéstate Candy, aún estás muy débil —advirtió Terry, posando su mano en el hombro de la muchacha, haciendo que ella le obedeciera.

Asombrada ante lo que estaba viviendo, miró con ojos muy abiertos a Terry y cuestionó:

—¿Ayudaste a Stear? ¿Tú lo ayudaste a reencontrarse con la familia?

Terry la miró a los ojos y sintiendo la cálida mirada de la rubia respondió:

—Sí, yo le llamé a Archie...

Candy le sonrió e impulsada por la emoción que aun sentía. Se acercó un poco más a Terry y sorpresivamente, lo abrazó.

El castaño sin pensarlo dos veces, correspondió al abrazo de la chica. Muy pronto y como si fuera cosa de todos los días, el actor se abandonó en la calidez de los brazos de la que alguna vez fuera su novia.

—Gracias Terry... gracias por haberlo ayudado —la escuchó decir—. Y también, gracias por ayudarme a mí —añadió la rubia pecosa sin dejar de abrazarlo.

Terry se quedó mudo. Honestamente, no sabía qué decir, la abrazó más fuerte y deseó que ese momento durara lo suficiente para que Candy sintiera cuánto la amaba. Al final, la chica por fin lo liberó de su abrazo y Terry hizo lo propio con ella.

Candy le sonrió con nerviosismo y él le devolvió a cambio una pícara sonrisa.

El juego entre ellos por fin había comenzado. Y aunque Candy no lo supiera... ¡Terry ya le estaba ganando!