"Inesperado"
Lady Supernova
Capítulo 6
Lakewood.
Un escandaloso y largo suspiro, se escapó desde el fondo del pecho de Candy. Ella permanecía inmóvil, acostada sobre su cama, intentando poner en orden sus alteradas ideas. Habían pasado solo dos días desde que se encontraba en la mansión de los Andrew, pero a la rubia muchacha, le parecía que únicamente habían transcurrido escasos y tormentosos minutos. No cabía duda de que estar en aquél lugar, resultaba ser un verdadero martirio para ella.
Las cosas no estaban saliendo como las había planeado, y es que, ¿cómo iban a salir tal cual? Si en sus planes, ¡no figuraba Terrence Grandchester! No... definitivamente a él no lo tenía contemplado cuando la invitaron a pasar unos días en Lakewood.
La presencia del arrogante joven le había alterado los sentidos y ya no era dueña de sí misma. Por si fuera poco, la vergüenza se apoderaba de ella, cada vez que recordaba el día en el que se reencontraron.
«¡Desmayada!», reflexionó la muchacha en tanto que se cubría su ruborizada cara, con el edredón.
—Caí desmayada, ¡por su culpa! —exclamó reprobando nuevamente su «ridícula» actitud.
Los recuerdos de aquel momento eran escasos, solo se acordaba que despertó del desmayo sintiéndose tremendamente emocionada y también recordó que, tenía una rara sensación en todo el cuerpo, ese «algo» que sentía cada vez que Terry estaba cerca de ella... ya conocía dicha forma de sentirse, pero, en aquel momento era como si le hubiesen multiplicado esa sensación.
Su mente comenzó a jugar rudo y entonces, sus recuerdos la llevaron a su primera noche en la mansión, ese instante en el que Patty y ella, se quedaron a solas y pudieron platicar:
—¿Qué hace Terrence aquí? —le preguntó a Patty.
—Es el invitado especial de la tía abuela. Imagínate, ella está encantada con la idea de que haya auxiliado a Stear —comentó Patty con naturalidad.
—Me lo imagino... pero...
—Pero, quisieras saber qué pasó con Susana Marlowe, ¿no es así?
Candy la miró con ojos muy abiertos, luego, se levantó de su asiento, indicando que no tenía deseos de seguir hablando sobre ese tema, sin embargo, Patty no perdió su tiempo y siguió charlando sobre la separación de Terry.
—Ellos rompieron su compromiso hace algunos meses. Las cosas simplemente no funcionaron —le dijo la muchacha con una sonrisa.
—Pero ella...
—Susana estuvo de acuerdo. Candy, ellos no se aman y cuando no hay amor, nada puede hacerse al respecto —La joven no respondió, porque simplemente no pudo hacerlo. No encontró una respuesta coherente a tan acertada observación—. Pero, no hablemos de esa mujer por favor —pidió Patty—. Mejor desempaquemos tu equipaje, ¿te parece? ¡Oh Candy! ¡Estoy tan contenta de que estés aquí con nosotros!
Candy regresó al presente y se levantó de la cama. Sigilosamente se dirigió hasta el enorme ventanal de su habitación y con mucho cuidado, miró a través de las cortinas. Antes de llegar ya estaba muy segura de lo que observaría cuando se asomara y claro, no estaba equivocada, pues, Terry se encontraba ahí, justo como ella lo había augurado. El muchacho se hallaba sentado bajo la sombra de un árbol, con un libro entre las manos, luciendo bello y concentrado.
Se alejó de la ventana sintiéndose completamente horrorizada, por todo eso que su corazón y su mente le estaban transmitiendo.
¿Qué le estaba pasando?
Ella lo sabía. Era perfectamente consciente de la respuesta a esa pregunta, sin embargo, no quería aceptarla.
«Es una prueba», dijo Tessa una y otra vez, «Nos mandan a casa para ponernos a prueba»
Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Candy y sin poder evitarlo sollozó profundamente.
—Esto es una prueba —admitió, volteándose lentamente para mirarse en el espejo—. Es una prueba... —repitió llorando con mayor intensidad—. Ayúdame Dios, te lo suplico, ayúdame a superarla —rogó mientras oraba y buscaba un remedio a su desconsuelo.
«No quiero»
Esa fue la respuesta de Stear, cuando supo que Elroy, estaba dispuesta a ofrecer una enorme fiesta, para darle la bienvenida oficial.
«Pero, Stear...»
«No tía, una fiesta no. Dejémoslo en la reunión que ya acordamos: los ancianos del clan, y algunos de los miembros más importantes. Solo eso, por favor»
La tía se molestó de sobremanera ante la negativa de su querido sobrino, pese a ello, logró tranquilizarse y entender que lo que Stear le pedía era lo que tenía que hacer. No podía obligarle a realizar algo que él no deseaba.
Por otro lado, el muchacho no le negó el capricho de invitar a los Leagan a tomar el almuerzo. Y no lo hizo, porque dentro de su ingeniosa cabeza ya había ideado un pequeño, pero, efectivo plan. Uno que Elisa y Neil Leagan, sin siquiera saberlo, le ayudarían a llevar a cabo.
—¡Estás enteramente loco! —exclamó Archie sin poder creerlo—. ¿Elisa y Neil? ¡Has perdido la razón! ¿Cómo demonios se te ocurre? Ellos vendrán arruinarlo todo.
El joven no estuvo de acuerdo y siguió trabajando en su invento. Sin abandonar sus labores, volteó para ver a su hermano para explicar:
—Candy no está cooperando —admitió Stear, encogiéndose de hombros—. Tú lo has visto, Terry la busca y ella huye. Es una obstinada y seguirá así —el inventor sonrió y agregó—. Me ha obligado a tomar una medida extrema y ni modo, ahora le pondré algo de sabor al caldo... es eso o Candy seguirá dormida en sus laureles.
Archie negó una y otra vez. Él no estaba de acuerdo, ya que, sabía que jugar con los hermanos Leagan, era igual a que tomaran una bomba de tiempo y la mantuvieran entre sus manos. Tarde o temprano dicha bomba explotaría y ocasionaría una catástrofe.
—Espero que no te arrepientas de lo que has hecho —advirtió Archie.
—Te aseguro que no lo haré. Deja que yo me encargue de esto, ¿quieres? —insistió Stear.
Archie no respondió nada y sumamente molesto, salió del taller de su hermano. Caminó de vuelta a la mansión, pero, antes de ingresar a la casa, dirigió sus pasos hasta donde se hallaba Terry, porque tenía que advertirle sobre los «sabios» planes de Stear. El joven Grandchester se encontraba sentado al pie de un árbol, justamente frente a la terraza de la habitación de Candy.
—¿Tu novicia sigue encerrada? —preguntó Archie en tono divertido.
—Sigue en su cuarto —confesó Terry despegando su vista del libreto—. Lo sé porque la he visto asomándose. Ella cree que pasa desapercibida, pero, es muy evidente que me está espiando.
—¿Está espiándote? —Archie rio con ganas.
—¿Por qué crees que estoy aquí? ¿Acaso pensabas que éste lugar es cómodo? —Terry resopló enfadado—. No. Esto es una tortura. Solo permanezco aquí, porque amo que tu querida prima me observe a escondidas.
—Eres tan odioso —respondió Archie riendo a carcajadas—. ¿Sabes?, venía muy molesto por algo que me dijo Stear, no obstante, creo que mi coraje ha sido en vano.
—¿Puedes ser más claro? —cuestionó Terry con impaciencia, al tiempo que Archie asentía.
—Dentro de un rato recibiremos la desagradable visita de Elisa, Neil y su madre.
Terry hizo un gesto de inconformidad. Recordar aquellos hermanos diabólicos le provocaba una extraña sensación en la boca del estómago, sin embargo, ¿qué podía hacer para evitar la presencia de esos seres tan nefastos? Esa no era su casa. No tenía el derecho de negarse a que estuvieran ahí.
—Te puedo asegurar, que yo pensé lo mismo que tú —mencionó Archie—. Pero, Stear tiene un plan que te hará ganar puntos con la novicia, así que...
—Así que tendré que aguantarme la asquerosa presencia de esos dos y no hacer un espectáculo... —completó Terry, apretando el libro que tenía entre sus manos.
—Suena complicado, mas, no es imposible.
—¿Dices que ganaré puntos? —preguntó Terry con suspicacia.
—Stear le llamó: «Ponerle sabor al caldo»
La carcajada de Terry no se hizo esperar.
—Llevo dos días siendo vilmente ignorado por la novicia Andrew —admitió con cierto recelo—. Ganar puntos es lo que más deseo, por lo tanto, espero que el plan funcione.
—Bien, entonces, será mejor que te prepares —Archie le miró y sin dudarlo le lanzó una advertencia—. Trata de no perder la cabeza cuando veas a Neil, sé que lo odias... yo mismo lo odio, pero, por favor mantengamos la calma, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—No te escuchas muy convencido.
—Te prometo ser civilizado y portarme bien... ¿Te suena mejor?
Archie afirmó y luego de despedirse se alejó de Terry, pidiendo a Dios, para que esa intriga saliera bien.
Elisa Leagan sonrió al ver el recorte de periódico que yacía entre sus manos. Llevaba días enteros ideando un plan maestro, el plan que le serviría para atrapar al hermoso hombre que sus ojos, deleitados, observaban.
«Terry», rememoró con una traviesa sonrisa, al tiempo que se veía en el espejo, «Por fin tengo una oportunidad contigo», reflexionó con aquella mente fantasiosa que poseía.
—Tengo noticias para ti, hermanita.
Le dijo la voz de Neil, mientras ella salía de su sueño y volteaba para poder mirar a su querido, pero, inoportuno hermano.
—¿Qué clase de noticia? —preguntó con recelo.
—La clase de noticia que odiarás —Elisa lo miró furiosa y entonces, él continuó—. Habrá una reunión en la casa de los Andrew, el perro fiel del tío abuelo William, nos ha traído la invitación —agregó Neil, refiriéndose a George.
—¿Una reunión?
—Sí, un cordial almuerzo... la vieja tía es quien nos invita.
—Vaya, así que, ¿no es cosa del guapo tío abuelo? —preguntó Elisa con suspicacia.
—No...
—Muy bien, la palabra que vale es la de él, así que, no iré —anunció la caprichosa muchacha.
—¿Pretendes desairar así a la tía abuela? Elisa... por favor, no estás en posición de retarla.
—¿Lo dices por lo que pasó en la fiesta? —interrogó Elisa y Neil asintió—. Ella sabe que solo fue un chisme. Realmente, no tiene modo de saber lo que sucedió en esa condenada celebración.
—Ay hermanita... Elroy no es tonta, mientras tú vas, ella ya regresó —Neil rio a carcajadas—. Lo mejor que puedes hacer, es atender su llamado e intentar reivindicarte. Más tarde irás en busca de tu aventura.
Elisa resopló molestísima y haciendo un infantil gesto quiso saber:
—¿Alguna idea del por qué nos convocan a una reunión?
—Sinceramente, no lo sé.
—¡Pues no quiero ir!
—Tendrás que hacerlo, ya todo está listo.
—¡No! ¡No iré! Yo voy ir a Chicago y luego a Nueva York, ya todo está planeado, ¡y no renunciaré a eso!
Neil la miró con reprobación, odiaba que su hermana se comportara de esa forma, él tampoco deseaba ir, pero, esa era la única forma de que ellos se congraciaran con la vieja tía abuela.
—¿Sigues esperanzado en ella? —preguntó Elisa, dibujando una sonrisa maliciosa en su bello rostro.
—¿A quién te refieres? —cuestionó Neil, fingiendo que no comprendía la pregunta.
—A la huérfana, por supuesto. Desde que supiste que llegó a Lakewood te he notado muy intranquilo —Elisa sonrió perversamente—. Te aseguro que sigues pensando que puedes conquistarla, mas, en caso de que lo hayas olvidado, te recuerdo que ahora: ¡Esa idiota es una religiosa!
Neil se molestó como pocas veces y de inmediato enfrentó a su hermana.
—¡Lo que Candice haga o deje de hacer es algo que no me importa! Si está o no está en Lakewood, ¡no me interesa!
—Pues mejor que sea así, Neil. Porque sería patético que siguieras con el afán de querer casarte con esa rústica mujercita —Elisa rio sonoramente, pues, le parecía muy gracioso darse cuenta, de que su hermano aún guardaba sentimientos por Candy—. Aún no puedo creer que hayas caído tan bajo, mira que haber ido hasta el conventillo mes tras mes, para querer verla... jajajaja... Neil... Neil... Hay mujeres mucho más bellas, dispuestas a complacerte, ¿por qué enamorarte de la más fea?
—¿Fea? Por dios... ¡No me hagas reír!
—Bonita, no es...
—No es que realmente me importe, pero, Candice, es más que bonita. No en balde Anthony, Stear, Archie y hasta tu adorado Terrence, se fijaron en ella —Neil se encogió de hombros y luego se dirigió a la puerta—. Con toda sinceridad, es un verdadero desperdicio que una belleza como ella, esté destinada a una vida de enclaustramiento.
Elisa lo miró con indignación, pero no dijo nada.
—Será mejor que te prepares, porque irás con nosotros quieras o no... —mencionó el moreno muchacho, saliendo del cuarto y dejando a Elisa haciendo el berrinche de su vida.
—Candice... —le llamó Elroy a modo de saludo.
—Buenos días, tía abuela —respondió Candy, esbozando un gesto nervioso, pues, había planeado escabullirse y buscar un escondite antes de que alguien más la viera.
La mujer mayor la observó como antes no se lo había permitido, y tuvo que aceptar que nada quedaba de la chiquilla revoltosa a la que tanto detestó. La muchacha tranquila y abnegada que tenía enfrente, era como la estampa que ella siempre esperó ver.
—¿Bajará? —preguntó la joven con timidez.
—Sí, eso haré —dijo Elroy—. Pero, baja tú primero, yo suelo tardar demasiado.
Candy jugueteó con los dedos de sus manos y después de meditarlo, se animó a lanzar una bondadosa oferta:
—¿Quiere que le ayude a bajar? —cuestionó, dirigiendo sus ojos verdes a los cansados ojos de la tía.
«Esos ojos...», reflexionó, la matriarca con melancolía, «Son iguales a los tuyos, Rosemary»
—Yo puedo ayudarle —mencionó Candy nuevamente, con aquella voz amable que lograba desarmar a las personas necias.
Después de sentir unas inmensas e incomprensibles ganas de llorar, la tía abuela Elroy accedió y sin más por hacer, se apoyó en el brazo de Candy para bajar las escaleras.
—Hoy vendrá la familia Leagan a tomar el almuerzo con nosotros ... —comentó la mujer mientras bajaban.
El corazón de Candy latió muy rápido, pero, con los nervios de acero, que ya se había mentalizado a tener, se obligó a seguir bajando con cuidado las monstruosas escaleras.
—Quiero que nos acompañes —advirtió la tía—. Así que no te vayas más allá del portal de las rosas, ¿has entendido?
—Sí, me quedaré cerca.
Una vez que llegaron a la planta baja, la vieja Elroy, dio las gracias por la ayuda y de inmediato se dirigió al estudio de Albert. Candy por su parte, se dio la media vuelta y tomó el camino hacia el jardín. Faltaba una hora y media para el almuerzo, así que ella podría distraerse afuera.
Corrió con rapidez a través del pasillo y salió disparada al jardín trasero de la mansión, con el objetivo de no detenerse hasta encontrar un árbol y treparlo. Necesitaba desesperadamente, sentirse mejor. Claro que al ver a Terry, supo que su tranquilidad no iba llegar.
El guapo muchacho, la miró desde el otro extremo del jardín y caminó hasta ella.
«Ahí viene», pensó Candy, poniendo los ojos en blanco, porque la insistencia de Terry le molestaba de sobremanera.
—Buenos días, Candice... — saludó él con seriedad, sin siquiera sonreírle.
—Buenos días... —alcanzó a contestar, porque Terry ni siquiera esperó a escuchar el saludo. El sencillamente pasó de largo, haciendo que Candy se quedara con la boca abierta.
«¿Candice?», se cuestionó, indignada... pero si, ¡él nunca la llamaba así! ¿Qué le pasaba?
Terry por su parte, llevaba una sonrisa dibujada en los labios, ya que, era consciente de que su frío saludo había desquiciado a la novicia, y eso era como un auténtico logro personal.
«Dime... ¿Qué se siente Candy?», meditó en su interior, observando a la confundida rubia, mientras él se paraba en la puerta trasera de la mansión. «Se acabaron los tratos educados, de Caballero Inglés», se prometió Terry al tiempo que veía a su preciosa ex novia, trepando magistralmente un árbol... «Ahora tendrás que aguantar nuevamente al rebelde del colegio San Pablo, querida», añadió en pensamientos, sonriendo y sintiéndose inexplicablemente victorioso.
Tal y como la lógica lo dictaba, Elisa Leagan estuvo más que fascinada con el hecho de llegar a la mansión de los Andrew y darse cuenta de que el objeto de sus deseos, se encontraba justo ahí, frente a sus incrédulos ojos.
¿Qué más podía pedirle a la vida?
Era como si el destino hubiese conspirado a su favor, ¡no podía creer la suerte que tuvo! Le habían servido al deseable Terrence Grandchester en bandeja de plata.
A la egoísta muchacha, poco le interesaba la principal razón por la que Terry, era un invitado especial para los Andrew, sinceramente, le importaba un comino saber que su primo Stear estaba vivo, ¿cómo podía interesarse por eso?
Su gesto de disgusto fue muy evidente, pues, observar al chico en una silla de ruedas y sin una pierna, era algo que ella no pudo soportar... «Qué desagradable», pensó al verlo junto a Patricia O'Brien... sentía algo de pena por la chica, ella en su lugar, no querría estar atada a un hombre enfermo.
Stear por su parte le dirigió una burlona sonrisa, porque ya se imaginaba lo que la frívola muchacha estaba pensando de él. Estaba muy claro, no había más que ver su cara de desaprobación, para darse cuenta de ello. Elisa Leagan le tenía asco, «Por qué no me sorprende?», se preguntó el inventor.
Por otro lado, estaba Candy... Elisa casi se muere de la risa al verla ahí, luciendo tan aburrida como nunca antes se vio. Realmente, se sintió dichosa al mirar su atuendo de novicia.
«No eres nada especial, Candy» meditó la cruel chica, ya que, una Candy cubierta de los pies a la cabeza perdía todo el atractivo. Bueno, esa era la opinión de ella y no la de su hermano, el cual parecía estar muy complacido con la presencia de la rubia. La mirada de Neil sobre Candy, prácticamente hizo hervir el interior de Terry, el actor apretó los puños con fuerza y jamás despegó sus ojos del odioso muchacho, quien fue perfectamente capaz de comprender el silencioso mensaje que le estaba siendo emitido.
Aprovechando que su madre y la tía abuela lloraban juntas y «ridículamente» emocionadas por el regreso de Stear, Elisa buscó acercarse al grupo de muchachos.
—Terry... que sorpresa verte aquí —mencionó, con aquella coquetería que le caracterizaba.
—Elisa... —la reprendió Neil.
—¿Qué? —preguntó ella con aire de fastidio—. No estoy haciendo nada malo. Solo saludo a nuestro invitado.
«¿Nuestro?», se dijo Archie, queriendo aguantarse el asco que le producía la chica... ¿Por qué tenía que ser tan descarada? De sobra, sabía que Elisa siempre trataba de engatusar a cuanto hombre se le acercaba.
Candy se mantuvo al margen de la situación, solo se quedó observando al grupo de muchachos. No deseaba entablar conversación con ninguno de los invitados, así que se quedó en el otro extremo. Estaba a punto de huir, cuando Albert la detuvo y la obligó a permanecer junto a él.
—Candy... —la llamó el joven patriarca, tomando su pequeña mano entre las suyas para darle ánimo—. ¿Cómo amaneciste hoy? —preguntó para distraerla.
—Hambrienta... —dijo la rubia, con honestidad.
—¿No tomaste tu desayuno?
—No...
—Te has levantado tarde de nuevo eh... —Albert le sonrió y ella solo atinó a sonrojarse, pues, no tomar su desayuno, nada tenía que ver con su hora de levantarse. En realidad la razón era otra. Por instinto posó su mirada en Terry e interiormente, aceptó que el desayuno no lo había tomado, por estar huyendo de él.
Mientras lo veía, pudo notar que Elisa Leagan, ya se había aferrado a su brazo y que Terry no hacía absolutamente nada para evitarlo, por el contrario, se le veía muy contento, al igual que Archie y Stear, quienes no paraban de hacer bromas y por consiguiente, no dejaban de hacer reír a Elisa.
Albert supo que aquello solo era un juego. Era muy claro lo que sus sobrinos y Terry hacían, pero, la mano de Candy sobre la suya, le indicó que la rubia no era capaz de ver más allá, de la escena que estaban montando. Candy lo apretó con mucha fuerza. Estaba tremendamente molesta y lo peor era que se estaba aguantando el coraje. Eso no era sano y Albert sintió mucha pena por ella.
—¿Podemos pasar a la mesa, por favor? —cuestionó el patriarca a los chicos.
—Sí, por supuesto tío abuelo William... —respondió Elisa con emoción, llevándose a Terry y a Neil con ella.
Los ojos de Archie se encontraron con la figura de Candy y supo que la hermosa rubia, estaba herida. Ella tenía la mirada enterrada en el suelo y caminaba rumbo al comedor, más a fuerza que de ganas. Albert lo miró con severidad, pero, no le dijo nada y Archie, entonces, se volteó y reclamó discretamente a su hermano.
—Se te está pasando la mano...
—¿A mí?
—¿A quién más?
—Eso sí que no... tú y Terry están cooperando maravillosamente... —señaló Stear—. Deja la paranoia y cambia esa cara Archie. El show debe continuar y lo sabes.
—Patty... —llamó Archie—. Dime tu opinión, de verdad quiero saber qué piensas sobre esto.
—Opino que lo están haciendo muy bien —Ella empujó la silla de ruedas de Stear y mientras caminaban agregó—. Candy va despertar con esto, estoy segura. Así que sigamos con lo acordado.
Y así fue, todos los jóvenes, excepto Albert, siguieron con el plan de hacer sentir bienvenida a Elisa.
Una vez terminado el almuerzo, Elisa no perdió el tiempo y le propuso a Terry dar un paseo a caballo, claro, todo eso para llevarlo a conocer los alrededores. Terry no deseaba hacerlo y estuvo a punto de negarse, más, una descarga eléctrica sobre su pierna derecha, lo obligó aceptar.
«¿Qué demonios ha sido eso?» Se cuestionó, al ver la cara de diversión de Stear, quien sin miramientos había probado su nuevo invento.
—Me las vas a pagar... —advirtió Terry, antes de verlo desaparecer junto a Patty.
Mientras Elisa ordenaba, de manera prepotente, que ensillaran a los caballos, Terry aprovechó para dirigirse a Archie.
—Cuida a Candy, por favor — pidió discretamente—. No dejes que Neil se le acerque.
—No creo que se le vaya acercar. Candy ya fue a su habitación a encerrarse... —Archie miró al castaño—. Espero que esto no arruine tus planes de reconquistarla, porque dicho sea de paso, ¡la novicia está furiosa!
—Furiosa, ¿dices? —inquirió Terry.
—Mucho, diría yo... sinceramente nunca había visto ese tono de verde en sus ojos.
—Ese tono es hermoso... —admitió el castaño con perversidad—. Lo conozco a la perfección.
—Claro, te la pasas haciéndola rabiar.
Terry sonrió, admitiendo para sí que, ese tono verde, también lo podía ver de otras formas y no solamente haciéndola enojar.
—¿Es peligroso éste bosque? —preguntó Terry y Archie negó.
—No... ¿Por qué lo preguntas?
—¿Tu prima sabe andar por aquí?
—Sí, ella ha vivido aquí toda su vida.
Terry asintió.
—Eso es todo lo que necesito saber, te veré en un rato.
Archie no comprendió aquellas preguntas, no obstante, no se preocupó más por eso y dirigió sus pasos de vuelta a la mansión. Se encargaría personalmente de vigilar a Neil Leagan.
Mientras todos estaban abajo, Candy se hallaba arriba, recluida en su habitación, luchando por reconstruir su corazón hecho trizas. Ella creyó que soportaría a Elisa, pero, la realidad había superado a su expectativa. Una vez que estuvo a solas dio rienda suelta a su llanto.
No debía y lo sabía perfectamente, pero estaba muy molesta con Terry.
Su sangre hirvió del coraje al ver que Elisa se le insinuaba y se sintió aún peor, cuando se dio cuenta de que Terry nada hacía para quitársela de encima. Elisa era bonita, mucho más bonita de lo que la recordaba y con el bello vestido que portaba, estaba segura de que había dejado fascinado al actor.
Candy se enjugó las lágrimas y luego se dispuso a rezar. La oración, era el único consuelo que tenía ante la adversidad que estaba viviendo. No sabía ni por qué razón estaba alterándose de esa forma... ¡Ella era una novicia! Y sería mejor que lo entendiera de una buena vez. Su vida estaba en el convento, junto al camino que eligió y no al lado de Terry, a quién había renunciado desde años atrás.
—Debes ser fuerte Candy... debes ser fuerte... —expresó cerrando los ojos e iniciando con sus oraciones, convencida de que cuando terminara, todo se vería distinto y ningún otro problema le aquejaría.
La paciencia de Terry había llegado a su fin, no importaba si Elisa era una dama, él ya no estaba dispuesto a respetarla. Escuchar de viva voz, las estupideces que la muchacha decía en contra de Candy, simplemente lo enfureció.
Su vaso de la tolerancia había sido derramado y sin que nadie pudiera evitarlo, el salvaje que llevaba dentro, salió en defensa de lo suyo y tuvo que dejar de fingir que estaba a gusto en la compañía de esa nefasta chica.
—¿Nunca te cansas? —preguntó a Terry a la pelirroja.
—¿Cansarme? —respondió, confundida.
—Sí... ¿Jamás te cansas de hablar mal sobre las personas?
La pelirroja se encogió de hombros e irreverente respondió.
—Yo no habló mal de nadie, solo estoy diciendo la verdad.
Terry la miró fijamente.
—Quiero que te quede muy claro Elisa, porque no pienso repetirlo —advirtió Terry—. ¡Te exijo que dejes en paz a Candy!
Los ojos de la muchacha destellaron furiosos... Candy... Después de todo, ¡seguía siendo esa maldita huérfana!
—Yo no le estoy haciendo nada —admitió la chica, fingiendo inocencia.
—¿Ah no? —Terry rio en tono sarcástico—. Hablarme pestes de ella ha de ser porque eres su amiga, ¿verdad?
—No son pestes... ¡Solo estoy diciendo la verdad!
—¡No creo que sepas ni la mitad de lo que dices!
—¡Ella vivía con el tío! —exclamó horrorizada—. Solo Dios sabe que pasó entre ellos estando a solas. Así que no me vengas con que, porque ahora, Candice es una novicia entonces es una mujer decente.
La sangre de Terry hirvió hasta el punto en el que supo que, si seguía escuchando a esa arpía, ya no iba a detenerse. Estaba muy a tiempo de alejarse y no dejar que su instinto protector lo cegara.
—El león cree que todos son de su condición, ¿no? —cuestionó Terry, mirando la ofendida cara de Elisa—. Pero déjame decirte algo... el hecho de que tú seas de cascos ligeros, no significa que las demás chicas lo sean —La pelirroja se sonrojó y sin decir nada, dejó que Terry continuara hablando—. La pureza de Candy, no es algo que debas cuestionar, aunque si te preocupa, eso lo podemos arreglar... —El castaño sonrió con perversidad, luciendo tan hermoso y deseable como Elisa jamás lo vio—. ¿Quieres que te envié la prueba una vez que Candy sea mía? —cuestionó escandalizando a la odiosa Elisa—. De esa forma vas a salir de toda duda, ¿no lo crees?
Elisa lo miró con ojos furiosos y con el látigo intentó golpearlo pero, por fortuna, el astuto muchacho ya se había alejado de ella.
—¡Eres un maldito idiota! —exclamó con impotencia.
Terry hizo una venia y después de sonreírle, dirigió su caballo de vuelta a la mansión.
—¿Y encima me vas a dejar sola? —preguntó Elisa gritando—. ¡Malditooooo! ¡Maldito bastardo!
Los gritos e insultos de la joven Leagan ya se escuchaban lejanos. Terry no hizo caso a ninguno de ellos, la dejó atrás sin importarle nada. Que ella regresara sola era lo más conveniente. Hubiera querido no recurrir a ese tipo de groserías, sin embargo, Elisa había llegado demasiado lejos. Se atrevió a insultar a Candy de la peor forma y eso él no podía perdonarlo.
Llegó a la mansión y una vez que llevó al caballo a los establos, rápidamente se dirigió al portal de piedra, el cual se había convertido en su favorito y se mantuvo ahí, intentando recuperar la calma que había perdido.
Por otro lado, Candy, al ver que Terry no regresaba, se dio a la tarea de salir y visitar el portal que no había visitado desde que llegó, ya que cada vez que iba hacia a ese lugar, se encontraba al actor, leyendo su libro, el mismo libro color verde que le había visto desde que llegó. Hasta ese momento, ella no había descubierto de que libro se trataba, pero, se sentía muy curiosa al respecto.
La chica corrió hasta el portal. Intentando calmar aquella extraña sensación que le producían Terry y sus formas de comportarse. Lo único que buscaba era paz, no obstante, por su inocente pensamiento, jamás pasó la idea de enfrentarse con una situación que la haría perder la razón por completo.
Mientras corría, un fuerte tropezón la hizo caer. Eso no tenía nada de extraordinario, porque ella se caía muy seguido, pero, la variante fue que en esa ocasión, cayó justo frente a los ojos del hombre al que había estado evitando y al cual creía muy contento a un lado de Elisa Leagan.
—¿Estás bien? —preguntó Terry mientras ella miraba el suelo—. ¿Candy?
Aquel bello acento británico le hizo sonrojarse sin remedio, «¿Por qué tiene que sonar tan bien?», pensó sintiendo cierta decepción por sí misma.
—Estoy bien... sí... muy bien.
La rubia se levantó sin tomar la mano que Terry le ofrecía, no necesitaba su ayuda, pues, se sentía perfectamente capaz de levantarse por sí misma, sin embargo, el dolor que sintió al estirar su pierna derecha, la hizo emitir un doloroso gemido y entonces, sin pensarlo, tomó la mano del castaño y la apretó con fuerza.
Terry la observó hacer un gesto y no dudó en tomarla en sus brazos para cargarla.
Candy no pudo hacer nada más que dejarse llevar hasta una banca. Odiaba sentirse vulnerable, mas, en ese momento el dolor de su pierna era mayor.
—Es solo el golpe... ya se me está pasando —anunció.
—Quizás el dolor se deba al golpe, pero, por esa mancha en tu vestido, estoy seguro de que también tienes un enorme raspón.
La rubia miró su vestido, este era de un pulcro azul celeste, por lo tanto la mancha roja, sobresalía como una enorme mosca dentro de un vaso de leche.
Candy se levantó un poco el vestido, observando con horror que, su media blanca, también estaba manchada de sangre.
—Debemos curarte... —dijo Terry, con paciencia, al tiempo que trataba de ayudarla.
—¿Curarme? —Candy lo miró nerviosa—. No creo que tengas que curarme... —dijo apurada, pero, fue demasiado tarde, Terry ya le había subido el vestido hasta la altura de la rodilla y también había terminado de deshacerse del trozo de media arruinado, dejando al desnudo únicamente la ensangrentada rodilla de la chica.
—¿Lo ves? —mencionó él al ver el enorme raspón—. Hay que curarte Candy, ¿o planeas quedarte así, esperando a que se te infecte?
—Por supuesto que no. En mi cuarto tengo un botiquín... solo debo... esperar a que el dolor del golpe pase... —La rubia cerró los ojos, aguantándose el espantoso dolor que sentía en cada punzada que se le presentaba sobre la herida.
—Te ayudaré a llegar hasta tu habitación, ¿de acuerdo?
Aquella parecía ser una buena oferta, una que cualquier chica hubiese tomado, pese a ello, Candy no era cualquier chica y entonces dijo:
—No... no creo que sea necesario...
«Terca...», pensó Terry, «Pero yo soy más terco que tú, Pecosa»
—Y yo insisto en que sí —respondió el actor—. Es muy necesario, señorita Andrew —concluyó, dejando a Candy sin posibilidad de seguir renegando.
Terry la tomó en sus brazos y entonces, la trasladó hasta la mansión.
Para fortuna del joven Grandchester, no hubo ningún obstáculo que le impidiera llevar a la rubia muchacha hasta su habitación. Nadie, excepto un par de mucamas observaron la escena de él cargando a Candy con magistral firmeza.
—¿Qué le pasó señorita?
Preguntaron las mujeres con evidente consternación.
—Una pequeña caída... —respondió la rubia con voz llorosa, pues, sinceramente, el roce de la tela de su vestido sobre la herida estaba matándola.
Las mujeres asintieron, luego ayudaron a Terry abrir la puerta de la habitación y también lo auxiliaron para colocar a Candy sobre la cama. La herida que la rubia tenía no era de cuidado, sin embargo, el raspón era algo grande y lucía escandaloso.
—¿Quiere que llamemos al médico? —preguntó una de las mucamas, asustada por la sangre que Candy había derramado.
—No, no... —respondió la rubia muchacha—. Solo traigan una venda por favor.
Las mujeres obedecieron al instante y Terry por su parte se dispuso a curar a la chica.
—¿Tú botiquín? —preguntó con impaciencia.
Candy señaló el baño y fue cuestión de segundos para que Terry regresara con una pequeña caja blanca entre sus manos. El actor la abrió y con cuidado sacó unas tijeras, algodón, desinfectante y un poco de yodo. Candy iba indicarle que hacer primero, mas, Terry se le adelantó y comenzó a curarla:
Al inicio tomó las tijeras y cortó la media, después limpió la herida con el desinfectante y por último aplicó el yodo. Aquella curación dolía, pero Candy aguantó valientemente. Además, observar a Terry atendiéndola tan cuidadosamente, hizo que el dolor se convirtiera en nada.
—¿Te duele? —preguntó él, mirándola con atención.
—Un poco... —contestó ella, fundiendo sus ojos en la mirada azul zafiro del castaño.
—Fue una caída bastante dura... —mencionó Terry, intentando lucir calmado, ya que luego de que pasó del susto, se dio cuenta de lo tentadora que se veía la novicia Andrew, sobre la cama, junto a él.
—Siempre me caigo... —admitió Candy—. Pero, esta vez me he pasado...
—Apuesto a que nunca habías caído encima de una piedra filosa y puntiaguda.
La rubia río al recordar el momento de su caída y Terry rio junto a ella.
—Gracias por ayudarme, Terry... —expresó la chica, luciendo más tranquila.
Terry asintió, aceptando la gratitud de la muchacha, después se levantó de la cama y se dirigió hacia el ventanal, no tenía nada más que hacer. Candy y su sonrisa lo habían puesto un tanto nervioso. Lo mejor era permanecer distanciado y evitar la tentación que, le provocaba, el sentir sus dulces ojos observándolo.
—Creí que estabas de paseo con Elisa... —se animó a decir la novicia.
—Así fue, sin embargo, decidí que no quería pasear más con ella.. —Terry se dio cuenta de que la pelirroja estaba llegando, y entonces, dejó de observar por el ventanal. Estaba hecha una furia y con eso le bastaba para saber que se encontraba perfectamente bien.
Candy no entendió del todo su respuesta, pero, lógicamente, ya no le preguntó nada más.
—¿Qué sucedió Candy? —cuestionó un preocupado Archie, quien al enterarse de que Candy necesitaba una venda «Porque estaba sangrando», subió rápidamente a la habitación para ver lo que pasaba, él ni siquiera se imaginaba que Terry estaba ahí, así que se llevó una enorme sorpresa al verlo junto a su prima.
—Me caí... —dijo Candy permitiendo que la mucama le pusiera un ungüento y le vendara su pierna—. Y Terry me ayudó —aclaró tímidamente, para justificar la presencia del inglés en la habitación.
Archie sonrió, mas, no dijo nada al respecto.
—¿Estás bien? —preguntó a Candy.
—Un golpe y un raspón, ha sido todo. No hay por qué alarmarse.
—¿Puede mover el pie señorita? —cuestionó la mucama, Candy asintió deseando demostrar que sí, pero, al intentarlo, un doloroso gemido se le escapó.
—Voy a llamar al médico... —expresó Archie.
—No... solo estoy lastimada, después de reposar se me pasará.
Archie ni siquiera le hizo caso, tomó el teléfono que estaba en la habitación y le llamó al médico de la familia. Una vez que el doctor Green confirmó la visita, Archie abandonó la habitación, llevándose a la mucama consigo.
—¿Deseas que haga algo por ti? —preguntó Terry—. ¿Un vaso con agua? ¿Acomodo las almohadas? ¿Te cuento un chiste? —agregó con una sonrisa, acercándose nuevamente a la cama, para tomar asiento sobre la orilla del colchón.
La muchacha no pudo evitar sonrojarse, ya que sus pensamientos le pidieron una cosa muy diferente a la que él ofrecía. No era agua, ni comodidad, ni tampoco un chiste, su mente la traicionó pidiendo algo, por lo cual debía ser considerada para arder en el infierno.
«Bésame... Abrázame...»
Pensó mientras observaba a Terry y se permitía admirar lo atractivo que era... ¡Dios, ella estaba rindiéndose! No cabía duda de eso, pues conforme se perdía en el azul zafiro de los ojos del chico, se olvidó por completo de que ella era una novicia y que estaba estudiando para convertirse en monja.
—O quizá deseas que toque una canción para ti... —ofreció Terry sacando la armónica que guardaba en el bolsillo de su pantalón—. ¿Eso te animaría? —preguntó con alegría, al ver que Candy no le quitaba los ojos de encima.
—Sí... creo que eso sí me animaría... —contestó con voz entrecortada, sintiendo que su corazón latía como un escandaloso tambor.
—Sus deseos son órdenes, señorita Andrew.
De inmediato, Terry se llevó la armónica a los labios y entonces comenzó a tocar, animando así a su adorada Tarzán Pecosa.
Stear, quien junto a Archie permanecía afuera de la habitación, no dudó en regocijarse ante lo que escuchaba a través de la puerta y burlonamente, cuestionó a su hermano:
—¿Funcionó sí o no mi maquiavélico plan?
—Funcionó, pero, no cantes victoria, ya conoces a Candy, ahora parece amarlo, sin embargo, más tarde puede volver a ignorarlo y nuevamente hacerse la difícil.
—Pues, mañana intentaré otra cosa, no creas que voy a parar —advirtió Stear—. No pienso detenerme ahora que este show se está poniendo tan bueno.
Archie lo miró con ojos burlones.
—Deberías ofrecer tus servicios como casamentera
—Eso es una buena idea... —Stear lo señaló con su largo dedo y le advirtió—. Tú serás mi próximo cliente.
—¿Yo? —Archie hizo cara de disgusto, desechando la idea de su hermano—. No, yo no. Gracias, pero estoy muy feliz así.
—¿Solo?
—Sí, así estoy perfecto.
Archie comenzó alejarse de Stear y el inventor no dudó en decirle:
—A ver si dices lo mismo cuando te presente a mi próxima cuñada.
Archie hizo como que lo escuchaba y caminó más rápido. Demostrando que no estaba interesado en el romance y sus derivados.
Stear sonrió conmovido, en el fondo, sabía que su hermano se moría por conocer a alguien que lo hiciera feliz y que lo amara tal y como nunca nadie lo amó.
El inventor no se equivocaba, pues Archie definitivamente anhelaba una relación, no obstante, lo que Stear no imaginaba era que el encuentro de Archie con el amor se daría muy pronto, y que su pequeño hermano, terminaría por darle una gran lección de cómo conquistar a una chica.
