"Inesperado"

Lady Supernova


Capítulo 7


Lakewood.

El fuerte golpe que Candy sufrió al momento de la caída, le provocó una dolorosa inflamación. Para fortuna de la chica, el problema no pasó a mayores, no hubo fractura de por medio y su lesionada pierna se recuperó relativamente pronto.

Mientras la joven novicia permanecía convaleciente, todos en casa se dedicaron a cuidarla; y aunque ella recibió de buena gana la amable actitud de los muchachos, no pudo evitar sentirse abrumada e incómoda, sobre todo, cuando las atenciones y cuidados, provenían de alguien llamado: Terrence Grandchester.

El actor acudió a la habitación de Candy, todos los días a la misma hora, él era: «Tan exacto como un reloj», eso pensaba la rubia muchacha con diversión, cada vez que, el joven Grandchester llegaba a visitarla.

Al inicio Candy creyó que estaba a punto de enloquecer, pues, convivir con el castaño a diario era algo que le resultaba insoportable y lo sentía así, porque cuando lo tenía frente a ella, se olvidaba de todo... Sin embargo, al final, las visitas del joven Terrence no le parecieron tan malas y paulatinamente comenzó aceptarlas. La convivencia entre ellos era por completo inocente: Terry merendaba con ella y luego, platicaban sobre cualquier tema, por supuesto, ninguno que tuviera que ver con aspectos íntimos de la vida de ambos.

Ignorar sus sentimientos podía parecer una completa tontería, pero, a ellos les funcionaba, e increíblemente, esa forma de convivencia terminó por acercarlos. Tarzán Pecosa y el Rebelde Engreído, volvieron a ser amigos.

—¿De qué es ese libro que llevas a todos lados? —preguntó Candy, haciendo sonreír al muchacho.

—No es un libro en sí, es más bien un guion. Interpretaré a Hamlet en el otoño — respondió Terry con naturalidad, ofreciéndole su libreto para que ella le echara un vistazo—. Lo llevo a todos lados, porque necesito estudiar.

Eso es genial, Terry... —ella lo miró con ojos emocionados y de inmediato tomó el libreto para hojearlo—. ¿Qué significa esto? —cuestionó curiosa, al ver algunas marcas en el papel.

—Significa que esas líneas necesitan mayor estudio.

—¿Aún no te las aprendes?

Terry negó.

—¿Quieres ayudarme a repasar? —preguntó al tiempo que Candy le miraba emocionada y asentía—. De acuerdo, lo haremos desde el inicio... —propuso, mientras se disponía a recitar sus líneas.

Candy no se dio cuenta de cuándo comenzó anhelar los encuentros con el actor. Ni tampoco fue consciente del instante en el que bajó las armas y permitió que el joven Grandchester ganara terreno en su corazón. Terry se convirtió en una necesidad para ella y sabía que eso era algo que, simplemente no podía aceptar.

Por otro lado, la lesión no le fue eterna y después de tres semanas de minuciosos cuidados, la joven pudo retomar sus actividades cotidianas. Apenas pudo valerse por sí misma, Candy se levantó de la cama y se dispuso a volver a su rutina.

—¿Qué crees que estás haciendo? ¿Por qué no estás reposando? —preguntó Stear, tomando por sorpresa a Candy, mientras ella bajaba por las escaleras.

—Buenos días, Stear —respondió la rubia, dirigiéndole una sonrisa.

—Buenos días, Candy... —saludó el inventor, al tiempo que la observaba con suspicacia—. Veo que te has animado a salir, ¿te sientes mejor?

—Así es, ya me siento bien —respondió la chica—. Me siento tan bien, que me he propuesto ir a pasear.

—¿Pasear?

—Sí...

—¿Te molestaría que te acompañara? —preguntó Stear—. Necesito distraerme...

—Por supuesto que no me molesta, ¿quieres que te ayude? —cuestionó Candy, dispuesta ayudarlo con la silla de ruedas.

—Nada me haría más feliz, querida.

Candy sonrió y se posicionó detrás de la silla de Stear para ayudarle avanzar.

—¿Por qué necesitas distraerte? ¿Estás aburrido? —preguntó Candy, pero, Stear negó.

—En realidad estoy algo nervioso.

—Pero... ¿Por qué?

—Porque hoy es la reunión con los ancianos del clan.

Candy sonrió, comprendiendo y mientras lo empujaba hasta el lago, se sintió muy dichosa. Estaba muy agradecida con Dios, por ver a Stear vivo y por haber recuperado la bella amistad que le unía a él.

—Todo luce como antes... —comentó Stear en cuanto llegaron al lago—. Parece mentira que estemos aquí de nuevo, ¿no?

Candy se sentó en una banca, junto a la silla del muchacho y observando el bello paisaje, aceptó que estaba de acuerdo con su primo... todo parecía un sueño y sinceramente tenía miedo de despertar.

—Sí, todo esto me parece irreal —respondió Candy—. Pero, es una bendición que estemos una vez más aquí. Hay que darle las gracias a Dios por eso, ¿no crees?

Stear le sonrió y sin siquiera pensarlo decidió confesarse con la muchacha.

—La verdad es que siempre doy las gracias a Dios, por haberme dado una segunda oportunidad. Es increíble que siga aquí, después de todo lo que pasé en Europa —dijo, con voz entrecortada—. Y otra cosa que también le agradezco, es el hecho de haber puesto a Terry en mi camino... —Candy lo miró fijamente, mas, no le interrumpió—. Tú no lo sabes Candy, pero, Terry me salvó —admitió Stear aclarando su garganta—. Cuando él y yo nos encontramos, yo le pedí que guardara silencio... —Candy lo miró con extrañeza, ya que ella no sabía que Stear estuvo escondiéndose—. Yo tenía mucha vergüenza de que ustedes me vieran inválido e inútil. No quería preocuparlos. Y por eso le rogué que no hablara.

Ella se levantó de su asiento y lentamente se acercó a Stear para abrazarlo.

—Candy, si no fuera por Terry... yo... —Stear sollozó fuerte y añadió—. Yo quizá ya no estaría en este mundo.

—Por favor no digas eso, Stear.

—Es la verdad. Yo estaba muy deprimido y ahora que retrocedo en el tiempo, sé que hubiese terminado por hacer alguna tontería —Stear recordó aquel momento frente al río Hudson, ese día se puso en peligro y si el actor no hubiera llegado, quizá habría caído al agua y hubiera muerto—. Terry pudo leer entre líneas. Él supo que lo que yo necesitaba, era estar junto a ustedes.

Candy lloró sin poder evitarlo. Lo hizo por Stear y el sufrimiento por el cual el muchacho atravesó; también lloró por Terry y la inmensa admiración que sentía por él, «Es un gran ser humano. Siempre lo ha sido», pensó al recordar al muchacho.

—Pero, ya todo ha pasado Candy. No hay por qué llorar, linda —Stear limpió las lágrimas de la chica y sonriéndole siguió hablándole—. Solo nos queda seguir adelante y aprovechar la oportunidad que se nos ha dado, ¡mírame! Yo ya lo estoy haciendo... —El inventor observó a la dulce rubia y agregó—. Sinceramente espero que tú también lo hagas y no desperdicies la oportunidad que se te está otorgando.

Candy se sintió avergonzada y no respondió.

—No dices nada, pero, tu silencio me lo dice todo —Stear la tomó de la mano y después le dio un último consejo—. No cometas el error de luchar contra tu corazón, Dulce Candy... No lo hagas, porque perderás y puede que cuando aceptes la derrota, ya sea muy tarde para remediar tu error —concluyó, apretando la mano de la chica, luego guardó silencio y contempló el inmenso lago que tenía frente a él.

Las palabras dichas por Stear, se clavaron en el corazón de Candy y prácticamente rompieron el resto del hielo, que había cubierto sus sentimientos.

Sí, ella amaba a Terry... lo amaba demasiado, sin embargo, no sabía cómo expresar todo eso que sentía por él. No tenía la menor idea sobre qué hacer. Rogaba al cielo para que pronto llegara la luz a su vida y la guiara por ese confuso camino.


Después de escuchar las innumerables quejas de la tía abuela, Archie por fin había logrado tomar un tranquilizante descanso.

Esa tarde, tendrían la reunión con los ancianos de la familia y la mujer estaba vuelta loca. En ausencia de Albert, el joven Cornwell, era el encargado de ultimar los detalles y por consiguiente, el responsable de tratar con la tía.

La mujer lo hacía rabiar con tantas peticiones, pero ¿qué más podía hacer? Solo le quedaba la opción de ayudarla y soportar sus excentricidades.

—Una chica está preguntando por la señorita Candy —anunció el vigilante, mientras Archie se hacía la idea de renunciar a su descanso—. Dice que es una amiga y que viene de Sunville. Ella quiere saber cómo está la señorita.

Archie no encontraba lógica en las palabras dichas por el hombre. La única amiga de Candy que provenía de Sunville era Annie, y por obvias razones, ella no iba ir a Lakewood. Además, por lo que él supo, Annie ya ni siquiera vivía en Illinois.

—¿Y qué esperas? Hazla pasar, Peter —pidió Archie, intentando no sonar alarmado.

Peter, se rascó graciosamente el cuero cabelludo y confundido expresó:

—Ya se lo he pedido señor Archie, pero, la muchacha es una necia y no aceptó pasar —dijo el hombre encogiéndose de hombros—. Solo quiere información y como yo no sé nada sobre la salud actual de la señorita Candy, entonces vine a verlo a usted.

Esa declaración, hizo que la desconfianza se apoderara del joven Cornwell, pues, Elisa Leagan aún rondaba por la propiedad y él sabía que era capaz de todo con tal de molestar a Candy. La pelirroja era maquiavélica y lo que le seguía.

Archie rodó los ojos y de mala gana se levantó de su asiento.

—Está bien, Peter. Yo arreglaré este asunto.

A pesar del enfado que sentía, caminó hasta el portal que daba acceso a la mansión, lo hizo decidido, dispuesto a revelar la identidad de la supuesta amiga de Candy.

—¿Qué sucede? —preguntó Terry al ver que Archie caminaba hasta la entrada de la mansión.

—Nada... —Archie le sonrió—. No te preocupes.

Terry se encogió de hombros y permaneció donde se encontraba, siguió observando al joven Cornwell quien caminaba presuroso a través de la explanada. No entendía nada, pero, como ese no era su asunto, decidió ignorar la situación y regresar a estudiar su libreto.

«Amiga de Sunville», reflexionaba Archie haciendo memoria, intentando recordar algo sobre eso, sin embargo, estaba seguro de que nunca escuchó alguna palabra al respecto. Definitivamente Candy no les habló de esa amiga.

Los ojos marrones del chico se pasearon por el portal, no obstante, no observaron absolutamente nada y por ello tuvo que acercarse hasta el portón para poder encontrar al motivo de su desconfianza. Una vez en las puertas de entrada, rápidamente pudo distinguir la figura de una chica, que distraída miraba el rosal.

—Buenos días... —saludó Archie, llamando la atención de la muchacha.

—Buenos días, señor —respondió, levantando su mirada, sintiendo que su corazón latía mucho más a prisa de lo habitual, «¿Por qué tengo que sonrojarme?», se cuestionó, sintiendo la calidez del rubor en sus mejillas.

—¿Es usted amiga de Candy? —cuestionó Archie.

—Mi nombre es Tessa James. Sí, soy amiga de Candice... ayer visité el hogar de Pony y las señoritas me comunicaron que Candice está lesionada de una pierna... yo... bueno... solo deseaba saber cómo se encuentra ella.

Archie sonrió. No estaba muy seguro de saber por qué lo hacía, pero no pudo evitarlo, sonreía como si tuviera demasiados motivos para hacerlo. Él ignoraba que esa era la forma de manifestar su nerviosismo, pues la chica que tenía frente a él le pareció bastante bonita.

—¿Cómo está Candice? —preguntó nuevamente la muchacha, sintiéndose muy incómoda por ser observada de esa manera.

El joven Cornwell despertó de su ensueño y entonces respondió:

—Candy está muy bien, ella se recupera satisfactoriamente

—Me alegra saberlo... ¿Puede decirle que Tessa James, vino a verla y que le desea pronta recuperación? —cuestionó la muchacha, disponiéndose a irse.

—¿Cómo? ¿Es que no quiere pasar y decírselo usted misma? —preguntó Archie, deteniendo su andar.

Tessa lo miró con desconfianza, pues, no creía prudente el entrar a ese lugar. Archie le parecía muy amable, demasiado amable para ser un Andrew, con todo y eso, no tenía ganas de aceptar la invitación... de pronto, estar ahí le pareció una pésima idea.

—No deseo molestarles. He sido muy descortés al presentarme aquí, sin avisar antes —comentó con algo de pena.

—Nadie se va molestar si usted entra, se lo aseguro. Además, Candy estará muy feliz de verla —dijo Archie mirando fijamente los bellos ojos grises de la chica, mientras Tessa, a su vez, desviaba rápidamente la mirada.

«¿Por qué tiene que verme de esa forma?», se preguntó enojada...

¿Qué tenía ella para que ese muchacho la mirara así? ¿Monos en la cara?

—Por favor, acompáñeme... Candy no me perdonaría el hecho de dejarla ir así, sin saludarle —insistió Archie cortésmente.

Tessa ya no pudo negarse. No fue capaz de hacerlo, ya que, sintió que estaba actuando justo como se prometió no hacerlo. Estaba cansada de que las personas la vieran como una loca y una chica socialmente retraída, ¿qué podía pasar si entraba y hablaba con Candy? ¡Obviamente nada malo!

—La llevaré con Candy, sígame, por favor —pidió Archie.

—Sí señor.

«Señor», Archie se sintió unos años más viejo e interiormente, se rio de él mismo. Aunque luego comprendió que era lo más natural, pues la chica no sabía su nombre.

—No nos hemos presentado formalmente, señorita James —indicó Archie mientras Tessa detenía sus pasos y atendía el llamado del chico—. Yo ya sé su nombre, pero usted no sabe el mío... —declaró el joven con una sonrisa—. Mi nombre es Archibald Cornwell y soy primo de Candy —expresó acercándose a Tessa para ofrecerle la mano.

—Mucho gusto en conocerle... —mencionó Tessa, estrechando su mano con la de Archie. Fue un contacto muy breve pero eso fue suficiente para que Tessa experimentara una rara sensación alojándose en su pecho.

—Bueno... ahora sí la llevaré con Candy. Sígame por favor.

Tessa asintió y entonces caminó detrás de Archie.

Terry los observó desde el lugar en donde había tomado asiento. Con ojos traviesos miró a Archie y a la chica que venía con él. Archie fue consciente de la burlona mirada del actor y aunque quiso ignorarlo, simplemente no pudo. Al ver que Terry le hacía una señal de aprobación caminó más a prisa, deseando llegar rápido al lago.

Dejar a Tessa con Candy y regresar a sus asuntos era lo mejor que podía hacer.


«Yo... ya renuncié al noviciado»

Aquellas palabras de Tessa, aún resonaban en los oídos de Candy. Habían pasado dos días desde que la joven le visitó, sin embargo, la plática que sostuvieron, estaba aún muy fresca en su pensamiento.

«No seguiré la carrera por más tiempo. Ya no tiene caso seguir fingiendo que me gustaría ser monja»

Candy recordó con alegría lo bonita que lucía Tessa, ella usaba un bello vestido azul marino en lugar del hábito. Verla llegar así, fue el indicio de que ya no era más una novicia, pero, obviamente, nada se comparó con escuchar las razones que tuvo para abandonar el convento.

—Antes de entrar al convento, yo tenía esperanzas... —expresó Tessa, recordando el pasado—. Ya sabes, de ese tipo de cosas que casi todas las chicas anhelan: un esposo, hijos... Incluso, deseaba hacerme cargo de la granja de mis padres —Tessa jugó con sus dedos y luego continuó—. Mis sueños estuvieron a punto de cumplirse, pues, conocí a un chico, me enamoré, nos hicimos novios. Después ese mismo chico me pidió matrimonio y yo acepté.

Candy tomó la mano de Tessa y la estrechó fuerte con la de ella, dándole el ánimo suficiente para continuar.

—A un mes de mi boda, supe que mi prometido me engañaba... ¿Puedes creerlo? ¡A un mes! —Tessa sonrió sin ganas, recordando el penoso momento—. Y eso no fue todo, ya que la mujer con la que él estaba, es nada menos que mi prima hermana.

La rubia sintió que su corazón se rompía al escuchar aquellas terribles palabras: «Pobre Tessa», pensó con impotencia al tiempo que se le escapaba una lágrima.

—Luego de esa bochornosa decepción, pensé que mi vida debía tomar otro rumbo... uno que antes ni siquiera había pensado en explorar —admitió la chica James, riéndose de sí misma—. Fui al convento y me quedé ahí, engañándome y burlando tontamente a mi destino.

—Y... ¿Cómo te diste cuenta de que ya no deseabas ser monja? —preguntó Candy, esperando encontrar la respuesta a la interrogante que le invadía la cabeza todos los días.

—La luz llegó a mi vida el día en que regresé al pueblo y le hice frente a la realidad —Tessa sonrió de nuevo, lo hizo de forma alegre, demostrando lo contenta que se sentía con la decisión tomada—. Enfrenté a mi prima y a su ahora esposo —mencionó con seguridad—. Hablar con ese par de seres nefastos, me hizo pensar que yo no tenía por qué seguir evadiéndolos. No debo esconderme más, la vergüenza no debe ser mía, sino de ellos. Y por supuesto tampoco tengo que seguir engañándome, digo, amo a Dios y me gusta ayudar a la gente, no obstante, ser una monja, no es lo que yo deseo —Tessa miró fijamente a Candy y concluyó—. Solo quiero ser la persona que siempre planeé ser ¡Quiero ser feliz Candy! Quiero ser muy feliz... y en el convento, jamás podré serlo.

—Entonces me alegro por ti —Candy la miró con alegría—. Te deseo toda la felicidad del mundo.

—Gracias Candy —Tessa le sonrió y se atrevió a decir —. Espero que mi testimonio te sirva y pronto decidas que es lo que deseas para ti. Escondes tantos misterios Candy... —La muchacha río, al ver que la rubia se sonrojaba—. Esta es la última llamada, debes dejar de jugar y comenzar a luchar. Al final de la batalla, sabrás con certeza, que la decisión que tomaste fue la mejor. No te rindas Candy, no lo hagas. Solo haz lo que te dicte el corazón.

—Eres verdaderamente incorregible... —le dijo una voz, haciéndola renunciar a sus recuerdos para devolverla a la realidad—. Solo a ti se te ocurre trepar a un árbol, después de haberte lesionado.

Candy observó hacia abajo y rio divertida.

—No exageres, Terrence...—pidió, mostrándole aquella sonrisa traviesa que le caracterizaba—. Nada malo va pasarme, ¿ves la forma del tronco? —cuestionó señalando con su dedo—. Es muy fácil trepar —aseguró siendo experta en el arte de trepar árboles—. Es tan fácil, que hasta tú podrías trepar también.

Terry frunció el ceño «Hasta tú» ¿Qué pretendía esa chica? ¿Acaso deseaba competir contra él? El actor rio en sus adentros y luego respondió:

—De hecho, yo podría trepar mucho más arriba que tú. Digo, no creas que por ser una mona, eres más hábil que yo.

La rubia tomó una bellota que estaba cerca de ella y la arrojó con fuerza hacia la cabeza del muchacho, Terry la esquivó con agilidad y sin poder evitarlo soltó una carcajada.

—Tendrá que buscar una mejor arma para defenderse, señorita Andrew...

Candy hizo un gesto y a continuación mostró la lengua, en señal de enfado.

—Voy a bajar —anunció, sin más—. Tendrás que hacerte a un lado —advirtió haciéndole una seña para que se retirara—. Porque si me resbalo, ten por seguro que no saldrás bien librado y caeré sobre ti.

Terry sonrió con malicia, pensando en que si ella resbalaba y caía sobre él, no estaría enfadado... más bien, sería todo lo contrario.

—Fíjate bien por dónde bajas Candy —pidió Terry en tono tranquilo, pero, al mismo tiempo, protector.

—¿Es que crees que soy tonta? —preguntó con molestia.

—No, no lo creo —aceptó Terry—. Solo te estoy haciendo una advertencia.

Candy estaba a punto de lanzar otro reclamo, sin embargo, su bota le jugó una mala pasada y sin que ella pudiera evitarlo simplemente resbaló.

—Te dije que debías tener cuidado —expresó Terry mientras la chica abría los ojos y sentía los protectores brazos del muchacho, elevándola y poniéndola a salvo—. ¿Estás bien? —preguntó el actor al tiempo que la depositaba con cuidado en el suelo.

Ciertamente, no era la primera vez que Terry la cargaba, ni tampoco la primera ocasión en la que él la protegía, pese a ello, Candy sintió que todo era diferente.

—¿Qué sucede, Candy? ¿Te has lastimado? —insistió Terry, tomando suavemente la barbilla de la rubia con los dedos de su mano, para instarla a mirarlo—. Respóndeme...—pidió alarmado, pues ella había comenzado a llorar.

Aquél bello gesto fue la perdición para Candy. Todo lo que llevaba en el interior de su corazón, comenzó a manifestarse y por más que ella quiso, ya no pudo evitarlo, la mezcla de sentimientos que tenía dentro de ella, la hicieron explotar en llanto.

—Me estás asustando... —confesó Terry al tiempo que se acercaba más a ella y la enredaba en sus brazos—. No llores así, Candy, por favor... —rogó mientras él sentía que la rubia muchacha también lo abrazaba.

Terry buscó mirarla de nuevo y ella accedió; luego él acarició sus mejillas y Candy no dijo nada, al final la boca de Terry decidió descender hasta los tentadores labios de la rubia y fue así como el encanto se rompió.

—No puedo, Terry... yo lo deseo... pero no puedo... —admitió con pesar, queriendo alejarse del abrazo del guapo inglés.

—Si lo deseas, entonces claro que puedes hacerlo, Candy —repuso Terry con paciencia, logrando que ella fijara sus verdes ojos en los de él.

—Terry, yo ya elegí mi camino.

—Un camino completamente equivocado...

—Santo Dios, Terrence, ¿cómo puedes juzgarme?

Ella abandonó completamente el abrazo del muchacho y de inmediato se alejó de él.

—No estoy juzgándote Candy. Pero si ser monja fuese tu destino, no estarías aquí quejándote de que no puedes besarme.

Ella negó, avergonzada y preguntó:

—¿Besarte? ¿Crees que esto se trata solo de besarte? ¡Qué simple eres!

Terry gruñó desesperado y entonces le aclaró:

—No soy simple y ya sé que no se trata solo de un beso —La tomó de la cintura y la acercó hasta él a pesar de la renuencia que ella le mostraba—. Se trata de nuestra vida entera Candy, por favor, no lo arruines.

—No sé qué hacer... sé que parece ilógico, ¡pero de verdad no sé qué hacer! —ella lloró de nuevo y Terry al fin lo entendió.

Él hizo todo cuanto pudo, pero, al final, había llegado la hora de dejarla decidir. Debía permitir que Candy resolviera su lucha interna. Tenía que dejarla tomar la decisión sin presiones... sin nada más que ella y su pensamiento.

—No importa cuánto tiempo más te tardes en aceptarlo, sé que al final tú y yo vamos a estar juntos —sentenció Terry, rozando con su aliento el rostro de la rubia—. Puedes huir... Y esconderte, no importa que lo hagas, porque eres mía, Candice... eres toda mía y no podrás evitar regresar a mí —mencionó al tiempo que la miraba a los ojos y comenzaba alejarse lentamente de ella—. Te daré todo el tiempo que necesites. Piénsalo y si te decides por mí, búscame. Yo estaré esperándote con los brazos abiertos, lo haré porque te amo, te amo tanto que no me importará esperarte... —Terry le sonrió por última vez y a continuación añadió—. Mañana voy a regresar a Nueva York. No te molestaré más, te lo prometo. Te daré tu espacio...

Candy se aferró a la mano del chico intentando detenerlo, pese a ello, Terry no correspondió aquel gesto, se deshizo del amarre de la muchacha, y se alejó de ella sin pensarlo más.

La novicia se llevó las manos al rostro y cubrió la vergüenza que experimentaba. Sintió pena por sí misma, por ser tan patéticamente cobarde.

—¡Pero qué escena tan conmovedora! ¿No lo cree usted, tía abuela Elroy? —cuestionó con sarcasmo Elisa Leagan, al tiempo que le dirigía a Candy una mirada, cargada de desprecio—. Se lo dije tía. Ellos siempre han mantenido una relación muy rara —puntualizó la chica—. Y ahora está más que claro, lo que hacen a escondidas... —La pelirroja miró a su tía y agregó—. Este comportamiento no es propio de una religiosa.

Candy levantó la mirada, dispuesta a defenderse, pero, Elroy, la hizo callar.

—No, Candice —pidió mientras la rubia la observaba con impotencia—. Quiero que vayas ahora mismo al estudio y me esperes ahí.

—Pero yo...

—Por favor. Obedéceme, Candice.

La novicia bajó la cabeza y en contra de su voluntad, acató la orden. Se retiró del jardín y se dirigió de vuelta a la casa. Cuando la tía abuela, la vio desaparecer, entonces, dirigió su gélida mirada hacia Elisa y con autoridad le exigió:

—Quiero que te retires inmediatamente de mi casa... —expresó la mujer, haciendo valer su jerarquía—. ¡Es increíble que seas tan inmadura! ¿Para eso me has traído a pasear? ¡Santo cielo Elisa! Me has decepcionado horriblemente.

La pelirroja tragó en seco, ella nunca creyó que la vieja tía se enojara por darle esa información... ¡Candy había incurrido en una falta! ¿Por qué la tía no le agradecía haberla descubierto?

—He pasado por alto tu inmoral comportamiento en Chicago... —espetó Elroy haciendo un gesto de asco—. Quise darte otra oportunidad, pero estos días, solo me has confirmado que no vale la pena invertir mi tiempo en ti.

—Tía abuela Elroy... yo...

—Siempre has sido tú... —admitió la mujer, sintiéndose una tonta—. Desde el inicio, el problema has sido tú y no Candice.

—No tía... fue Candy... ella...

—Piensa muy bien lo que vas a decir, porque te guste o no, Candice es un miembro de nuestro clan, uno muy importante.

—¡Ella es la inmoral y no yo!... Candy anda por la vida diciendo que es una novicia y lo que hace es estar aquí, ¡seduciendo a Terrence enfrente de todos ustedes!

—Ahora más que nunca creo que me equivoqué contigo. Santo Dios, Elisa, te aseguro que ¡No tienes la menor idea de lo que pasa aquí! —explicó la mujer, siendo víctima de la pena ajena—. Y ya que puedo ver tu mala voluntad hacia mi familia, entonces te pediré nuevamente que te marches. Sal de mi casa y no regreses a menos que yo te lo pida —agregó la matriarca con desdén.

La chica Leagan se quedó callada. Se hallaba perdida ante aquellas declaraciones, ¡no entendía nada! ¿Es que acaso Elroy estaba de acuerdo con lo que Candy y Terry hacían?

Elisa miró con inmensa furia a la vieja Elroy y con aquel gesto altanero que le caracterizaba, se dio la media vuelta y salió de la mansión de los Andrew. Jurando que las cosas, simplemente no se quedarían así.


—Pero, ¿qué sucedió? —preguntó Stear a Patty, sumamente alarmado por no poder hacer nada ante aquel suceso.

—Tranquilízate amor — respondió Patty con calma—. No ha pasado nada malo.

—¿Te lo ha dicho Candy? ¿Has hablado con ella?

—He hablado con ella y tal como tú mismo lo has dicho, no debemos preocuparnos por los tórtolos, ellos sabrán cómo arreglarse.

Stear dirigió su silla de ruedas hasta el estudio, sin embargo, Patty lo detuvo de inmediato.

—Candy está hablando con la tía abuela. No debes intervenir en eso —La chica sonrío ante el inconforme gesto de su novio—. Puedo comprender tu preocupación Stear, pero créeme cuando te digo ¡Que no existe nada para preocuparse! Ven... Vayamos afuera y tomemos un poco de aire, ¿te parece?

A Stear, no le parecía... no... él lo que quería era entrar en el estudio y enterarse de por qué demonios Terry se marchaba y Candy se mantenía tranquila sin hacer nada para detener al muchacho.

Archie por su parte, había seguido a Terry hasta su habitación, intentando conciliar con él, mas, el actor no estaba dispuesto a ceder, hacía sus maletas y solo hablaba de marcharse, logrando así, enfurecer al joven Cornwell.

—No puedo creerlo, ¡después de todo vas a rendirte! —Archie lo miró con desprecio y exclamó—. ¡Eres un jodido mentiroso, Grandchester! ¡Un mentiroso de mierda, que ha venido arruinarlo todo de nuevo!

Terry tomó a Archie por las solapas del fino saco que usaba, obligándole a encararlo.

—No voy a permitir que sigas con tus estupideces, ¿entiendes? —cuestionó, mientras intentaba controlarse—. No hagas un maldito drama... ¡Ni me trates de esa forma de nuevo! —alegó soltándolo para después alejarse de él.

—No la mereces —expresó Archie, sintiéndose impotente—. De verdad que no te la mereces.

—Como siempre, te estás equivocando conmigo, Archie... —dijo Terry con tristeza—. Pero ya no importa lo que pienses de mí —El castaño, lo miró fijamente y añadió—. Yo más que nadie se merece el amor de Candy y eso te lo voy a demostrar, sin embargo, te aseguro que cuánto tardes en ver los resultados, no va ser mi culpa, porque yo ya hice todo lo posible. Ahora, la que decide es ella... Candy tiene el poder de retenerme o desecharme. Lo que pase entre nosotros, es porque ella así lo quiso.

Archie bajó las armas y sintiéndose un verdadero tonto, se sentó sobre el sofá. Luego de tranquilizarse, miró atentamente a Terry y le cuestionó:

—¿Candy sabe que te vas?

—Sí, lo sabe. Tiene hasta mañana para aparecer aquí y decirme que me quede. Si no lo hace, tendrá que buscarme en Nueva York.

—No entiendo a las mujeres... de verdad que no las entiendo —expresó Archie, completamente desubicado.

—Son los seres más complicados que conozco y esa prima tuya... ¡Tiene que ser la más difícil de todas! —Terry se desplomó sobre la cama y después respiró hondo.—. Candy necesita tiempo. Solo es eso.

—¿Por qué estás tan seguro? —preguntó Archie.

—Porque, soy capaz de sentir su amor con cada una de sus acciones —admitió en tono increíblemente tranquilo—. Con cada mirada, cada sonrisa, cada atención que tiene hacia mí, puedo darme cuenta de que me ama tanto como yo a ella —Terry tomó su libreto y luego intentó distraerse—. Confío en que despertará pronto de esa pesadilla que está viviendo y entonces, podrá verlo todo con claridad.

Archie no respondió nada. De verdad se notaba que ellos sentían amor uno por el otro, pero, no entendía la necedad en la que Candy se había sumergido.

Mientras tanto, en el estudio, Elroy ya había hecho su trabajo, ofreciéndole un té tranquilizante a Candy y explicándole, a detalle, todo lo que se había planeado: desde su salida del convento, hasta la reunión en Lakewood.

Candy sintió que el corazón se le encogía, con cada palabra que la matriarca le confesaba, sin embargo, al finalizar esa larga charla, su alma se sintió en completa tranquilidad.

—Yo siempre pensé que esto sería demasiado para ti —confesó la mujer—. Pero, los chicos, no quisieron escucharme e hicieron su santa voluntad, ellos solo pensaban en hacerte feliz y realmente no se detuvieron a reflexionar en lo confundida que tú estarías, con todo esto.

—Sí, ha sido complicado para mí... —aceptó sonrojándose—. Antes de salir del convento, ya comenzaba a dudar de mi vocación, pese a ello, nunca dudé tanto como cuando llegué aquí y me encontré con Terry frente a frente.

Un silencio se apoderó del lugar, después de unos segundos de reflexión, la matriarca de los Andrew, rompió el bochornoso silencio y cuestionó:

—¿Por qué fuiste al convento, Candice? —preguntó mostrando interés —. ¿Puedes contarme tus motivos?

La muchacha asintió y decidiéndose a confesarse, contestó:

—Cuando perdí a Terry, todo mi panorama se nubló. Mi único consuelo era trabajar en el hospital, mas, luego... bueno, usted ya sabe que pasó —mencionó con timidez, recordando a los Leagan—. Fui despedida y entonces mi alivio llegó al estar en el hogar, con mis madres y los niños. Estando allí me di cuenta de que mi futuro se encontraba en ese lugar. La hermana María era una gran inspiración para mí y yo comencé a creer que debía ser como ella, deseaba ayudar y ser feliz de esa forma.

—¿Creías que Terrence ya no iba regresar?

Candy asintió.

—Él se casaría con Susana. Y yo... yo ya no tenía oportunidad de nada.

—Entonces, ¿decidiste renunciar a todo y encerrarte en un convento? Niña, apenas puedo creerlo... esa fue una verdadera tontería—La tía abuela Elroy le miró perpleja y Candy no supo que responder. La muchacha reflexionó aquellas palabras y aceptó que Elroy tenía razón... ¡Ella había renunciado a su vida! En lugar de mantener una vela encendida, había apagado todo y se escondió sin importar nada—. En fin, lo importante es que no seguirás con esa locura de ser una monja, ¿cierto? —cuestionó Elroy con tono amable—. O es que, ¿vas a dejar que se vaya ese muchacho una vez más?

Candy la miró sorprendida, pero luego negó moviendo su cabeza.

—Sinceramente, estoy muy interesada en enterarme de cómo conociste al hijo de un duque y lograste que dicho joven se enamorara perdidamente de ti... —dijo la tía con una sonrisa—. Sin embargo, esa historia tendrá que esperar porque conociendo a ese muchachito, sé que es capaz de irse hoy mismo. Y por supuesto, no debemos permitir que eso pase.

Elroy le hizo una seña para que se levantara y Candy obedeció. La mujer estudió atentamente su apariencia, no podía negar que la chica era muy bonita, aun con el horrible atuendo que portaba. De cualquier manera quiso hacer algo más por ella.

—¿Te cortaron el cabello en el convento? —preguntó la mujer, intentando quitarle el velo.

—Sí, pero, solo me lo cortaron un poco, después creció y yo me las arreglé para acomodarlo, de tal forma que nadie viera que no fue recortado en su totalidad. —mencionó la rubia—. Nadie nos revisaba. Solo confiaban en que seguíamos las reglas.

—Pero tú no las seguías... —añadió la tía.

—Pues, no. Realmente no lo hacía.

Elroy rio fuertemente, y Candy también. Después, la matriarca tomó una peineta que guardaba en el bolsillo de su vestido y luego de liberar el cabello de la chica, le ayudó a colocar dicha peineta sobre los salvajes rizos.

—Ya no uses más ese horrible velo por favor... —pidió mientras le acomodaba los rizos—. Y también, espero que te deshagas de todos esos vestidos... —Candy la miró apenada, pensando en que quizá no podía hacerlo, pues eran los únicos que tenía—. Le pediré a mi modista que venga mañana. Traerá algunos vestidos para ti —mencionó la mujer, intuyendo lo que la chica pensaba—. ¿Entendido?

—Sí...

—De acuerdo, ¿ya estás lista?

Candy asintió, preparándose para salir, mas, la sabia tía abuela la detuvo.

—No —dijo tajante, mientras la rubia le miraba confundida—. Las damas nunca van detrás del caballero. Él va venir aquí, yo misma lo traeré.

—Yo no soy una dama ordinaria... —aceptó la rebelde jovencita—. Además, él me pidió buscarle y tomando en cuenta lo que pasó, creo que lo mejor es que yo haga lo que él desea, ¿no lo cree?

Elroy no estaba de acuerdo, pero, ver a la ilusionada Candy la transportó al pasado, justo al día en el que Rosemary, se preparaba para formalizar su compromiso con Vincent Brown. Inevitablemente, la melancolía se apoderó de ella y por eso dejó de negarse.

—Está bien, búscalo.

Candy gritó contenta y enseguida sorprendió a la vieja tía abuela, enredándola en un fuerte abrazo.

—¡Gracias tía abuela Elroy! ¡Gracias por todo! —dijo con emoción antes de salir corriendo del estudio.

La traviesa chica corrió hasta las escaleras, siendo interceptada por Archie, quien bajaba en esos momentos... El muchacho la miró deslumbrado y con una sonrisa dibujada en sus labios, bajó rápidamente por la escalinata para acercarse hasta ella.

—¿Has visto a Terry? —preguntó Candy con timidez.

—Él está arriba, en el comedor de la terraza... —respondió con alegría—. No lo hagas sufrir más, por favor —rogó el joven

—Claro que no lo haré... —aseguró, dándole un leve golpe en el brazo—. Debo irme. Por favor deséame suerte.

—No la necesitas —expresó Archie, dándole un tierno beso en la frente—. Ese engreído te ama con toda su alma, así que, yo más bien te deseo felicidad. Infinita felicidad para ambos.

—Te quiero mucho... —respondió ella con emoción.

—Y yo te quiero más.

Después de aquella linda muestra de fraternal afecto, Candy por fin se dirigió a donde su corazón y su alma entera se encontraban, pues ambos estaban al lado del hombre que amaba, ese que se hallaba esperando pacientemente por ella.

Jamás olvidaría aquel momento. Nunca en toda su vida, podría borrar de su mente ese instante, cuando llegó a la terraza y observó a Terry, sentado en una silla, aspirando el aroma de una Dulce Candy, mientras cerraba los ojos y suspiraba.

—No quiero que te vayas —anunció Candy, mientras él abría los ojos y volteaba para verla—. No voy a dejarte ir... —agregó la rubia con seguridad.

Terry la observó atento y gratamente complacido, le sonrió. Había olvidado como lucía aquel rubio cabello y lo mucho que le gustaba verlo así.

—¿Y por qué habría de quedarme? —preguntó Terry, ocultando su emoción—. ¿Acaso tienes algo que decirme?

Candy sonrió y acercándose a él mencionó:

—Debes quedarte, primero porque yo no deseo que te vayas —confesó posicionándose frente a él, elevando su vista, para poder encontrarse con los ojos azul zafiro que tanto adoraba—. Y en segundo lugar, debes quedarte junto a mí, porque te amo. Te amo más que a nada. —declaró tomando una de las manos de Terry para enredarla con la suya.

El actor la miró con devoción, y enseguida, dibujó una enorme sonrisa en sus labios.

—Casi me convences... —dijo en un tono sorpresivamente serio—. Y, ¿eso es todo lo que tenías que decirme?

Candy negó. Y segura de sí misma, habló una vez más:

—También quiero decirte que como siempre, tú tienes toda la razón —repuso con voz la entrecortada, pues al sentir que Terry enredaba los dedos de la mano en los rizos de ella, de pronto, sintió que el suelo ya no existía—. Soy tuya, Terrence. Soy toda tuya, mi amor... —alcanzó a decir, antes de que el actor se decidiera a tomarla entre sus brazos y la besara dulcemente en los labios, sumergiéndola, poco a poco, dentro de aquel mágico mundo en el que solo ellos dos existían.