"Inesperado"
Lady Supernova
Capítulo 8
(Primera parte)
Lakewood.
—Una cosa es la libertad y otra muy distinta, el libertinaje... —expuso la tía abuela Elroy, mientras tomaba la taza de té, que le ofrecía su sobrino—. Está de más decirte que hay que poner especial atención en ese par de enamorados —mencionó refiriéndose a Candy y a Terry.
Albert asintió y con una divertida mirada, observó a su tía.
—No tiene por qué preocuparse por ellos. Me han informado que Archie los vigila muy de cerca.
El rubio, interiormente, se carcajeó... sabía que Candy y Terry eran escurridizos por naturaleza y estaba muy seguro de que ambos rebeldes, se habían escapado en varias oportunidades y Archie ni siquiera se percató de ello.
—Debo haber escuchado la historia unas diez veces —señaló el joven magnate, al tiempo que tomaba asiento frente Elroy—. Sin embargo, todo me sigue pareciendo increíble.
—Pues será mejor que ya te lo creas, ¡y dejes de molestar! —La mujer lo miró con enojo y Albert le correspondió con una gran carcajada.
—Discúlpeme tía abuela, pero, es que yo voy a recordar esa anécdota por el resto de mis días —Albert se llevó una galleta de vainilla a la boca y después de saborearla, agregó—. Usted, guiando a Candy para recuperar al amor de su vida... ¡Cielo santo! Archie, Stear e incluso yo, hicimos hasta lo imposible para hacer que ella reaccionara y no tuvimos éxito.
—Todos ustedes se equivocaron —respondió Elroy—. Tú no tanto, porque no tuviste tiempo, pero, Archie y Stear se empeñaron en cometer un error tras otro.
La burlona risa del rubio se escuchó en toda la estancia.
—Menos mal que usted está aquí para guiarnos —admitió levantándose de su asiento y poder acercarse a Elroy para darle un cariñoso beso en la mejilla—. Gracias por ayudar a Candy, tía abuela.
Elroy no dijo nada. Solo asintió y siguió bebiendo de su té. Sinceramente, no deseaba aceptar lo mucho que le conmovía la rubia jovencita, ni tampoco estaba lista para decirle a Albert que ella también sentía que tener a Candy ahí, era como si Rosemary estuviera de vuelta.
—Candice precisa renunciar oficialmente ante las autoridades del convento —mencionó Elroy—. No sabíamos cuándo regresarías, así que yo misma programé su visita a Chicago. Espero que no te moleste.
—¿Molestarme? —Albert negó—. Al contrario, le debo una, muchas gracias, tía. En verdad lamento haberme retrasado, espero no haberle causado muchas molestias.
—No he tenido contratiempos. La madre superiora y su asistente ya esperaban la noticia, así que no fue nada difícil concretar una cita. Mañana mismo irá. Stear y Patricia van acompañarle.
—Me parece perfecto tía abuela.
Elroy le sonrió satisfecha y sin más por hacer, se levantó de su asiento.
—Bien. Ya que todo está aclarado, será mejor que suba a mi habitación, si no lo hago, me quedaré dormida aquí... —Elroy Andrew se acercó hasta su sobrino y con ternura le miró—. Por favor, trata de descansar hijo, has trabajado demasiado —expresó preocupada.
—Dormir me vendrá bien, así que seguiré su consejo. No se preocupe tía, estos días tendré mucho tiempo para relajarme.
—¿Por fin tendrás un descanso? —cuestionó con sorpresa.
—Los tratos en Boston están cerrados. Tendré una semana de paz, por lo menos.
—Me alegra mucho —le dijo con emoción—. Ahora si puedes pensar en asistir conmigo a la casa de los McCallum, ¿qué dices? ¿Me acompañas? Me gustaría visitarlos en estos días —propuso contenta.
Albert hubiese querido decirle que no, pero, simplemente no pudo hacerlo y entonces esbozó una forzada sonrisa, para ocultar su inconformidad. No había nada más horrible que pensar en asistir a ese sitio y convivir con el matrimonio McCallum, quienes no se cansaban de querer emparejarlo con su insufrible y ridícula hija. Sin embargo, no podía desairar a Elroy Andrew, ¡acababa de decirle que le debía una! ¿Cómo podía negarse a ir si estaba tan agradecido con ella?
—¿William? —cuestionó la mujer esperando una respuesta.
—Sí, claro, tía. Iré con usted —fue lo único que se le ocurrió responder.
La matriarca le sonrió emocionada y después de desearle una buena noche, se retiró a sus aposentos.
Albert por su parte, se quedó un rato más en la planta baja de la enorme mansión, hacía una noche espléndida y lo que menos deseaba era irse a la cama. Tenía ganas de caminar y jugar con Poupée, deseaba olvidarse un rato del estrés del que siempre era víctima.
La mofeta apenas lo vio salir de la casa, corrió hasta donde él se encontraba y contenta, saltó a sus manos.
—Poupée, ¿en dónde te habías metido? —preguntó él con ternura, al tiempo que la mofeta lo miraba con emoción—. Ven aquí, vayamos a pasear, ¿quieres?
El joven caminó por los alrededores de la mansión, consiguió comida para su mascota y a continuación se dirigió directamente hasta el taller de Stear, las luces de aquel lugar estaban encendidas, por lo que, el rubio sintió la necesidad de ir hacia allá y echar un vistazo.
La puerta estaba cerrada, mas, después de golpear levemente le dieron permiso para entrar.
—Es agradable recibir visitas —dijo el inventor, mientras se reincorporaba y dejaba su trabajo de lado, para acariciar a Poupée.
—Es tarde ya... ¿Por qué estás trabajando a esta hora Stear? —le cuestionó Albert, en tanto que el joven se encogía de hombros.
—Patty ya está en su habitación, y éste es el único momento del día, en el que puedo venir aquí y trabajar —mintió, pues, en realidad, no deseaba hablar de la verdadera razón, por la que estaba ahí. No quería dejar al descubierto su problema de insomnio, ni tampoco las contrariedades que le traían sus recurrentes pesadillas.
El rubio observó con atención al muchacho y enseguida dirigió su mirada a la mesa de trabajo.
—¿Qué es lo que estás construyendo?
Stear dudó en responder, pues generalmente sus inventos no servían, así que con timidez contestó:
—Hmmm... digamos que es una sorpresa.
Albert fue capaz de comprender el mensaje, «No preguntes más», se dijo, obligándose a respetar la privacidad de su sobrino.
—Espero tener el privilegio de ser el primero en ser sorprendido —mencionó el jefe de la familia esbozando una sonrisa.
—Serás el primero en observar el resultado final, tenlo por seguro.
—De acuerdo, me conformo con eso.
Stear sonrió.
—¿Te gustaría ayudarme tío abuelo?
Albert lo miró fingiendo enojo y después de lanzarle una mirada divertida, pero, amenazadora, se sentó en una de las sillas y se dispuso ayudar:
—¿Qué debo hacer, mi pequeño sobrino?
Stear soltó una carcajada, y a continuación le pidió que le pasara su caja de herramientas.
—Ayúdame a cortar estos cables, ¿de acuerdo?
Albert asintió e inmediatamente comenzó su trabajo.
Ambos jóvenes permanecieron en aquel lugar hasta muy entrada la madrugada, disfrutando de su compañía y aprendiendo cosas nuevas, Albert descubrió que llevaba un pequeño inventor dentro y Stear se dio cuenta de que su locura por inventar, sí le venía de familia.
Al final, la comunión entre ellos fue tan buena, que el joven Cornwell terminó por revelar su proyecto secreto, sorprendiendo así a Albert y haciendo que este, se sintiera muy orgulloso de él.
«Te veré en el lago, antes del amanecer»
Eso le dijo Candy la noche anterior, mientras se despedían y se cuidaban de no ser descubiertos por Archie o la tía abuela.
«¿Antes del amanecer? ¿Estás segura Candy?»
Preguntó Terry, como no creyendo en las palabras de la rubia. Candy le sonrió e insistió:
«Estoy muy segura, Terrence»
Afirmó, dándole un fugaz beso en los labios, para luego, alejarse de él y desaparecer en el extenso corredor.
«Antes del amanecer», Terry sonrió y se sintió algo tonto, pues, él bien sabía que Candy era la persona más impuntual y dormilona del mundo, «Seguramente no llegará», pensó en tanto que caminaba a través de la arboleda. Al final, aquel negativo pensamiento fue descartado cuando vio de lejos la figura de la chica. Candy sí estaba ahí, se encontraba recargada en el tronco de un árbol, intentado cubrirse del frío que se estaba sintiendo.
—Sí llegaste... —expresó Candy, al ver que Terry caminaba hacia ella.
—Sinceramente, no esperaba que ya estuvieras aquí —Terry la observó sonreír con timidez y entonces, aprovechando su vulnerabilidad, se atrevió a tomarla por la cintura para pegarla suavemente a su cuerpo—. Lamento llegar tarde —dijo a modo de disculpa, dejándose embrujar por la mirada verde esmeralda de la chica.
—No hay nada que lamentar, en realidad, no tengo tanto tiempo esperándote... aunque bueno, seguramente, llegué antes que tú porque tenía muchas ganas de verte —admitió posando sus manos en el cuello de Terry, logrando así, que él se acercara más a ella.
—Pues aquí estoy... —afirmó con una sonrisa—. ¿Y sabes? Yo también tenía muchas ganas de verte.
Candy le miró con alegría y dejándose poseer por la coquetería preguntó:
—¿Y para qué deseabas verme con tanta urgencia?
Sin responder a su pregunta, el actor se acercó lentamente y posó sus labios sobre los de Candy, presionándolos primero con dulzura pero después con audacia, animándola así, a dejarse llevar por la pasión que ambos sentían.
—Ya tenía ganas de besarte —mencionó Terry, en cuanto se separaron—. De verdad que sí. Tenía demasiadas ganas de hacerlo, ¿por qué será? ¿Será porque ayer no pude besarte en todo el día? —cuestionó fingiendo ignorancia.
Candy sabía perfectamente la respuesta, y entendía el pequeño reproche que Terry le estaba haciendo, pues incluso ella, estaba algo molesta por el vigilante que siempre los reprimía.
—Te juro que no lo entiendo —admitió la rubia con pena—. Archibald era el más interesado en que tú y yo estuviéramos juntos.
—Seguro que nos quiere juntos, pero, no revueltos —Candy rio y al mismo tiempo se aferró al abrazo de su novio—. ¿Sabes? Yo creo que tu primito necesita una novia —comentó Terry sin pensarlo—. Solo de esa forma lo vamos a entretener, ¿no te parece? —Candy se encogió de hombros, mostrándose divertida y el actor no dudó en agregar—. Tú amiga Tessa, lo deslumbró...
Esa confesión tomó por sorpresa a Candy, ¿Tessa y Archie? No estaba muy segura de que esa combinación funcionara... «Son tan diferentes», pensó con una mezcla de escepticismo y diversión, al recordar lo obstinada que era Tessa y lo poco paciente que era Archie.
—De acuerdo, si crees que puede funcionar, entonces, haré lo posible para que convivan —Con toda honestidad, Candy no deseaba meterse en eso, ya que con Annie no les fue nada bien. Pero, bueno, al menos haría el intento de que Archie y Tessa se conocieran.
—Nos urge que Archie se ocupe —agregó Terry—. Pero ya no hablemos más de eso... —pidió, admirándola devotamente—. Mejor aprovechemos estos momentos juntos, ¿te parece?
Candy asintió y nuevamente se dejó envolver en aquella actividad que se había convertido en su favorita. Terry se adueñó de sus labios una y otra vez al tiempo que ella permitía que le llevara por territorios desconocidos, lugares en los que francamente deseaba perderse y nunca más salir.
¿Algún día se cansaría de besar a Terrence Grandchester?, Se cuestionó con curiosidad, una vez que Terry abandonó sus labios y la dejó recobrar su respiración habitual.
Aquella pregunta la hizo sonreír, pues, al ver que Terry la miraba con profundidad, supo que la respuesta a su duda era un rotundo «No». Definitivamente ella nunca se iba a cansar.
—¿Ya estás lista para renunciar al noviciado ante la madre superiora? —preguntó Terry, conforme Candy intentaba recobrar la cordura.
—Sí, ya estoy lista.
—Me parece perfecto. De verdad quiero que les quede muy claro que tú no serás una monja —El actor sonrió bellamente, después, llevó su mano izquierda hasta el cabello de Candy y acarició los rizos de la muchacha—. Te voy a extrañar.
—Solo serán unas horas... —advirtió ella, conmovida.
—No importa, aun así voy a extrañarte.
Por largos segundos no dijo nada más y simplemente se dedicó a jugar con el cabello de la muchacha, adoraba enredar sus dedos en los indomables rizos de la rubia. No eran tan largos como antes, pero él pensaba que aún no perdían su encanto.
—Me gusta mucho tu cabello... —admitió con espontaneidad.
—¿Te gusta aunque ya no sea largo? —preguntó ella.
—Aun así. Tú me gustas de cualquier forma, Candice...—Terry pegó su nariz a la respingada nariz de la muchacha—. Eres la Mona Pecosa más bella que mis ojos han visto.
Candy le dio un jalón de cabellos y Terry se defendió haciéndole cosquillas. Aquello los llevó a un divertido juego, en el que Candy terminó siendo derrotada.
—¿Te rindes? —preguntó el actor, mientras acorralaba a Candy y la obligaba a permanecer recargada en el tronco de un árbol, ella aceptó, sintiendo como Terry se pegaba a su cuerpo y la dominaba.
«Santo cielo», reflexionó la rubia, siendo consciente que su corazón latía con fuerza, ante aquella desconocida y desesperada sensación de tener a Terry tan cerca de ella. Su tímida reacción fue muy bien recibida por Terry, porque él sentía lo mismo, la quería así de cerca todo el tiempo.
—Mira, ya está amaneciendo... —avisó Candy, intentando desviar la atención, pues de pronto sintió que los nervios comenzaban a traicionarla.
—Hace días que vivo en un constante amanecer, no necesito observar otro —confesó con aquella profunda y sensual voz que Candy tanto amaba—. Tú eres es lo único que quiero admirar en estos momentos... te amo tanto, Candy.
Candy sonrío y mirando fijamente los ojos azul zafiro de Terry, permitió que sus impulsos la gobernaran de nuevo y se dejó ahogar en un largo beso, mismo que aunque ellos no lo supieran, les daría las fuerzas suficientes para poder seguir adelante, ya que, en los próximos días, las cosas se tornarían un poquito complicadas.
Broadway.
—¡Apenas puedo creerlo! —exclamó Karen Klyss en un tono molesto—. ¿Qué te hace pensar que Marlowe puede ser mi suplente? —cuestionó furiosa, mientras un despreocupado Robert Hathaway la observaba.
—Karen, linda. Voy a pedirte que te calmes, porque de otra forma no creo que podamos llegar a un acuerdo.
—¿Llegar a un acuerdo?
Karen agitó el periódico que llevaba en la mano y a continuación lo arrojó sobre el escritorio del director .
—Siéntate Karen y platiquemos como un par de adultos, por favor.
La joven prácticamente bufó, odiaba que le pidieran que se tranquilizara, de verdad, detestaba eso, no obstante, aceptó la invitación y tomó asiento justo en el sitio que Robert le indicaba.
—Karen, querida. Quiero que seas consciente de que Sussie es una gran actriz y que yo no puedo negarle la oportunidad.
—¡Ella ni siquiera hizo un casting!
—Tú tampoco lo hiciste y aun así decidí darte el papel.
La rebelde actriz se sintió indignada y no tardó en responder:
—No es lo mismo, ¡yo trabajo todos los días! Tu confianza en mí no es en vano.
—Y la confianza en Sussie, ¿sí?
—¡Ella no tiene la experiencia de otras chicas que han estado aquí!
Robert sabía que Karen estaba en lo cierto, se estaba arriesgando mucho con Susana, pero, la rubia muchacha tenía disposición, además de un talento innato para actuar y eso no podía ignorarlo. Lo menos que podía hacer por ella era ofrecerle un papel de suplente. Él se sentía sumamente culpable por lo acontecido en el pasado, cuando Susana perdió la pierna y ellos tuvieron que seguir con el espectáculo, a pesar del estado de salud de la chica.
—Terrence y tú siguen siendo mis actores principales —le recordó Robert—. Hazme el favor de regresar a casa y seguir disfrutando de tus vacaciones. No debes preocuparte por algo como esto, Karen.
Karen se levantó de su asiento, se dio la media vuelta y salió de la oficina azotando la puerta con rudeza. Odiaba la idea de que Susana regresara a la compañía, pues, estaba cien por ciento segura de que no tramaba nada bueno. La detestaba como nunca detestó a nadie más.
La joven Marlowe, por su parte, se encontraba tremendamente contenta, ya que sus terapias, habían resultado ser su principal aliado para lograr regresar a Broadway. Su ánimo estaba por los cielos. No había sido un camino sencillo, eso era más que obvio, pese a ello, las ganas que tenía de avanzar, le motivaron a continuar con su camino y hacer todo para volver a ponerse de pie, usando una prótesis.
Ser una suplente era solo el inicio de su cambio.
—Robert ya dio a conocer la noticia —le comentó a su madre con emoción, mientras le enseñaba el periódico.
—Que retomes tu carrera, es algo que me llena de alegría, hija mía —Louise, se acercó hasta ella y la abrazó con ternura—. Ser actriz, es lo que siempre has querido.
—¿Te imaginas mamá? Pronto podré caminar con mi prótesis y así sorprenderé a todo Broadway... —Susana sonrió con esperanza—. Terry se pondrá muy contento por mí. Él siempre me animó a seguir este camino.
Louise sonrió, mas, lo hizo por compromiso, porque no le gustaba hablar de Terrence Grandchester.
—Él va regresar pronto mamá. Regresará en unos días, para comenzar con los ensayos —agregó la ilusionada Susana—. Al parecer ha ido a Inglaterra. Eso es lo que se dice y yo creo que es cierto, se ha pasado casi tres meses afuera de Nueva York.
Susana se había convencido a sí misma de que aquel rumor era cierto, pues, realmente no tenía motivos para pensar otra cosa.
—¿No crees que se pondrá contento mamá? —insistió la chica, deseando que alguien la alentara.
Louise rodó los ojos y siguió ocupándose de sus asuntos, no sin antes responder:
—Se pondrá feliz, claro, Terrence siempre ha deseado tu bienestar. Saber que te vales por ti misma, lo llenará de alegría.
Aquella respuesta no fue del agrado de Susana, pero, la aceptó. Pues en su mente, imaginaba que Louise terminaría por aceptar su «relación» con Terry.
—Debo seguir repasando mis líneas —anunció fingiendo felicidad—. No se sabe cuándo la primera actriz, tenga que renunciar a su papel.
Esa declaración no le gustó nada a Louise, pero, no dio muestra de su descontento y dejó que Susana se retirara a su habitación.
La amaba. Lo hacía profundamente, por supuesto, ¡era su hija! Sin embargo, era muy consciente de que debía estar al pendiente de ella. No podía dejarla caer en la enferma obsesión que sentía por Terrence.
Chicago.
Todo estaba dicho.
Después de exponer, elocuentemente, los motivos de su renuncia al noviciado, la madre superiora aceptó que Candy abandonara el convento. No existían motivos para convencerla de no declinar, así que los trámites fueron cubiertos con rapidez.
—Ha sido una interesante experiencia tenerte con nosotras, Candice —le dijo la madre, al tiempo que extendía su mano para estrechar la mano de la rubia—. Te felicito, por ser tan valiente y venir aquí para renunciar como se debe. Eso habla muy bien de ti.
La rubia sonrió sorprendida, la realidad era que ella no esperaba que la religiosa le reconociera algo, porque, casi todo el tiempo que permaneció en el convento, había sufrido de sus regaños.
—Gracias por todo, madre superiora.
La mujer le sonrió como pocas veces se permitía hacerlo, luego, recomponiendo la postura y diciendo que tenía muchas cosas qué hacer, se despidió de ella y se retiró de la oficina, dejándola en compañía de la hermana Margaret.
—Obvio, yo también te felicito, Candy —mencionó la hermana sin disimular la dicha que sentía—. Los niños del hospicio y yo, te vamos a extrañar mucho, pero, ¿qué te digo? Tu felicidad es primero y si tú eres feliz, nosotros lo somos también... ¿Eres feliz verdad, Candy?
Candy afirmó con alegría.
—Soy muy feliz, hermana Margaret.
—Se te nota hija. Ahora sí que me recuerdas a la Candy del colegio San Pablo —admitió la religiosa, mirando a la chica con melancolía—. ¿Sabes? Desde aquél entonces, supe que Terry y tú tenían una conexión bastante especial.
—¿De verdad, hermana? —cuestionó Candy, siendo víctima de la curiosidad.
—Por supuesto... no sé si lo sepas, yo conozco a Terry desde que era un niño —reveló la monja, rememorando el día en que el actor llegó al colegio—. Él era tan rebelde y travieso que, sinceramente, me hacía pensar que no sentaría cabeza nunca —Candy rio y la religiosa también—. Mas, luego, apareciste tú y entonces Terry comenzó a comportarse diferente. Todas las monjas del colegio pudimos ver aquel cambio —La hermana Margaret suspiró aliviada—. Me alegra mucho que por fin ustedes dos, estén juntos.
Candy pasó saliva con dificultad, la plática había puesto muy sentimental a la hermana e inclusive a ella misma, por eso, dudó en llevar a cabo lo que ya se tenía planeado. Patty y Stear estaban interesados en saludarla, no obstante, no sabía si era un buen momento para revelar la gran sorpresa... ¿Qué diría la monja al ver que Stear estaba vivo?
—Hermana Margaret... —le llamó Candy con voz tranquila—. Hay algo que debo decirle.
—Dime Candy.
—Es sobre mi primo Stear...
La monja asintió.
—Las misas en su memoria seguirán celebrándose en nuestra capilla. Espero que puedas acompañarnos algún día —Candy titubeó y la hermana la miró sorprendida.
—Hermana Margaret... ¿Cómo se siente?
Aquella pregunta tomó desprevenida a la religiosa. Pero, a pesar de sentirse algo contrariada, respondió:
—Me siento bien.
—De acuerdo, porque tengo una sorpresa para usted —Candy se levantó de su asiento y al ver que la hermana hacía lo mismo, le pidió—. Permanezca sentada por favor, porque si se desmaya, pues, será mejor que lo haga sobre la silla.
—Candy, ¡por Dios! ¿Qué cosas dices? —respondió la hermana Margaret, mostrando incredulidad.
—¿Puede cubrirse los ojos? —pidió la rubia.
—¡Candice! Pero... ¿Qué te está pasando?
—Por favor, confíe en mí.
La hermana Margaret frunció el ceño, aun así, atendió la invitación de Candy y se cubrió los ojos. Mientras permanecía así, escuchó la puerta abrirse y aunque se sintió tremendamente desesperada por estar haciendo aquello, obedeció a la traviesa muchacha y no hizo el intento por mirar.
—Ya puede abrir los ojos, hermana...
La monja retiró las manos de su rostro y abrió los ojos de golpe, pues, esas cosas no le gustaban par nada.
—¡Sorpresa! ¡Mire, quiénes han venido a visitarla!
La mirada de la religiosa se llenó de lágrimas y sin pensarlo, se levantó de su asiento, para abrazar a Stear y a Patty.
La hermana Margaret lloró como tiempo atrás no lo hacía. Ver a Stear frente a ella era como un milagro. Lo abrazó muy fuerte y luego elevó una oración, ya que, estaba muy agradecida con Dios por permitir que el dulce Stear Cornwell, tuviera una segunda oportunidad.
Y mientras Candy permanecía en aquella oficina al lado de la hermana Margaret, Patty y Stear. Terry se enteraba de las nuevas noticias que habían surgido en Broadway.
"Susana Marlowe, regresa a los escenarios..."
El joven actor no sabía si preocuparse o alegrarse con esa noticia... ¿Susana como suplente de Karen Klyss? Algo en aquella frase no terminaba de cuadrarle. Cerró el periódico y alejó sus pensamientos negativos antes de que estos comenzarán agobiarlo.
—Terry...
Le llamó la voz de Archie.
—Archie...
Respondió divertido, al ver la cara de preocupación que tenía el joven Cornwell.
—¿Has leído el periódico?
—Sí, lo acabo de leer. Pero no hay por qué preocuparse. Susana será solo una suplente.
—Sí... Bueno, eso mismo pensé al leer esa noticia, sin embargo, yo no hablo de eso... ¿Leíste el apartado debajo de esa noticia?
Terry negó.
—Bien, pues, creo que deberías leerlo —pidió el chico señalando el diario—. Aunque desde este momento, te digo que no te va gustar.
Terry tomó la página del periódico que Archie le ofrecía y después de leer varias líneas de la nota, arrugó aquel pedazo de papel y lo arrojó con furia sobre la mesa.
—¡No pienso seguir leyendo esa basura! —mencionó Terry—. Ya imagino de dónde ha venido este golpe, ¡y te juro que esto no se va quedar así!
Tal como Archie lo predijo, la dichosa noticia puso de pésimo humor al joven Grandchester, quien sin pensarlo, se dirigió arreglar el asunto con la única persona que le podía ayudar.
Definitivamente, había extrañado a Terry.
Solo había pasado unas cuántas horas lejos de Lakewood, pero, ella de verdad había añorado estar junto a su novio. Después de su encuentro en el lago, Candy no pudo dejar de pensar en él y en la cercanía que recién habían comenzado a tener.
Todo aquello era muy nuevo para ella y por eso, no podía evitar en pensar en lo hermoso que le resultaba disfrutar de un amor así.
Al llegar a la mansión imaginó que Terry la estaría esperando, pensó que él, seguramente la había extrañado tanto como lo había hecho ella, no obstante, se llevó una sorpresa al ver que él no estaba ahí para recibirla. No ver a Terry le causó una gran decepción, tenía que aceptarlo, con todo y eso, cambió de ánimo al ver que la tía abuela Elroy estaba esperándolos en la puerta.
—Me alegra que hayan llegado —mencionó la matriarca, observando a los recién llegados.
—A mí también tía abuela... ¿La cena ya está lista? —preguntó Stear con impaciencia—. Sinceramente, me vengo muriendo del hambre.
El muchacho le sonrió a la tía como cuando era un niño y aquello hizo que Elroy se llenara de alegría.
—Jamás pierdes el apetito, querido mío —admitió acercándose a él, para reacomodarle un rebelde cabello—. Supongo que puedes esperar una hora más. Si no es así, será mejor que Patricia te lleve directamente a la cocina.
—Patty, cariño... ¡Llévame a la cocina por favor!
—Por supuesto que sí, glotón —contestó la chica sin poder evitar soltar una risilla. Rápidamente ayudó a Stear con su silla de ruedas y ambos entraron a la casa en busca de lo que el muchacho añoraba.
—Candice, ¿qué tal les fue en Chicago? —preguntó Elroy, dirigiéndose a la joven.
—Todo ha salido muy bien. Oficialmente, he dejado de ser una novicia.
—Me alegro.
Candy se dispuso a despedirse de la tía, obviamente, para ver si Terry estaba por ahí, mas, Elroy no la dejó alejarse.
—Te irás después de que te comunique algo... —La mujer hizo una seña y entonces, una joven se acercó hacia ella. Al verla de lejos, Candy intentó reconocerla, pero, no logró ubicarla—. Ella es la señorita Jones y ha sido asignada como tu dama de compañía y tu asistente personal —anunció Elroy en aquel tono solemne que la caracterizaba—. Necesitas alguien que te ayude. Así que ella, va auxiliarte en todo.
La sonrisa de la joven Jones, hizo que los recuerdos de Candy se removieran y de pronto, todo tuvo sentido.
«Es ella», pensó con emoción, reconociendo a la chica que tenía frente a sus ojos «¡Es Dorothy!» La emoción que sintió, Candy la guardó en su pecho, pues, prudentemente se había anticipado a lo que podía ser una escena incómoda para la joven y para la estricta tía.
—Hola... —su alegría fue tanta, que no pudo seguir hablando. Realmente no esperaba ver a Dorothy ahí, luciendo tan hermosa y elegante.
—Buenas tardes, señorita —saludó la joven—. Estoy para servirle. Lo que usted deseé, no dude en pedirlo por favor.
—Gracias, me da mucho gusto tenerle aquí —repuso con sinceridad y enseguida se dirigió a su tía abuela—. Una asistente me es muy necesaria, gracias tía.
Elroy asintió y después le pidió:
—Ve a tu habitación hay algunas cosas que deseo que veas.
—Sí, claro, tía abuela —Candy miró a Dorothy—. Venga conmigo, señorita Jones.
Elroy casi se sintió orgullosa de Candy, porque, según ella, poco a poco estaba logrando hacer de esa rebelde chiquilla toda una dama, una muy distinguida y digna de tener un pretendiente perteneciente a la realeza británica.
Lo que Elroy no imaginaba era que, apenas llegaron a la habitación, la rubia dejó de fingir que era indiferente a la presencia de Dorothy. Gritó y saltó del enorme gusto que sentía por reencontrarse con su amiga.
—Dorothy... ¡Es tan bueno tenerte aquí! —dijo tomando las manos de la chica entre las suyas.
—Nada me alegra más, que verte de nuevo —Dorothy la observó, maravillada—. Has crecido tanto, Candy...
—¿Te lo parece?
—Eres toda una mujercita, una muy hermosa.
—¡Ay Dorothy! Estoy tan contenta... es una bendición que tú seas mi dama de compañía.
—Sí, a mí también me da gusto tenerte a mi cargo y servirte en todo. Es increíble darse cuenta de las vueltas que da la vida, ¿no?
—Es muy bello, Dorothy.
La joven miró a Candy entre divertida y seria, pues, apenas podía creer que en su primer día de trabajo, ya tuviera una disyuntiva apoderándose de su cabeza. Realmente no sabía qué hacer.
—¿Qué sucede? —preguntó Candy al ver que Dorothy la miraba indecisa.
—No debería... Pero, es que, ese novio tuyo de verdad es muy insistente —Dorothy le entregó una nota y Candy la tomó de inmediato.
Acude al portal de piedra. Hazlo en cuanto leas esta nota.
—Él me dijo que lo hicieras antes de la hora de la cena... —Dorothy frunció el ceño—. Según las ordenes de tu tía abuela, falta poco más de media hora para eso... así que...
—¿Me cubrirías? —cuestionó Candy, preparándose para salir.
—Candy, yo...
—Oye... yo te quiero tanto que jamás pondría en peligro tu trabajo —afirmó con una sonrisa—. En el caso de que mi tía me descubra, sabré manejar la situación, te lo prometo. Ni siquiera me iré más allá del portal de piedra.
—De acuerdo.
—Gracias...
Dorothy la vio salir y entonces respiró profundamente.
Tenía que ser muy paciente, porque algo le decía que eso, apenas era el inicio de la locura que representaría trabajar con la inquieta Candy. Dorothy dejó de preocuparse y luego dibujó una sonrisa en su rostro. Candy era la misma de siempre, y eso le alegraba mucho, en el fondo de su corazón, sabía que todo marcharía bien.
La rubia por su parte, supo cómo salir de la casa sin contratiempos. Se dirigió al portal de piedra y al ver a Terry, se echó a correr hasta llegar a sus protectores brazos.
—¡Te extrañé tanto! —exclamó ella con emoción.
—No más que yo, puedo asegurártelo.
Terry la besó, no pudo evitar hacerlo. La necesitaba muy cerca de él en esos momentos. Estaba muy asustado, pues, por primera vez en tres meses, pensó en lo que sucedería cuando la prensa supiera de su relación con Candy.
La nota que leyó esa mañana en el periódico le dejó muy intranquilo.
—¿Qué sucede? ¿Pasó algo malo?—cuestionó al ver que los ojos de Terry lucían ligeramente apagados.
—Nada, Pecosa. No sucede nada... —Él le sonrió y la abrazó más fuerte.
Candy no le creyó eso de que no sucedía nada, ni siquiera por un segundo.
—Terry, por favor dime qué te pasa.
Él la tomó de la mano y pidió:
—Ven, vamos a pasear un rato y entonces, te contaré.
—¿Prometes que me hablarás de ello?
—Te lo juro.
Candy asintió y apretando cálidamente la mano de Terry, se dispuso a caminar a su lado.
Poco le importó la promesa de no irse más allá del portal, ni tampoco le interesó si la tía abuela los descubría. Ella solo deseaba confortar a Terry y hacerle ver que estaría ahí para él, sin importar el problema que le aquejaba.
