"Inesperado"

Lady Supernova


Capítulo 9


Chicago.

«Te veré pronto»

Aquellas tres palabras salieron de la boca de Stear, con gran dificultad. Nunca creyó que le sería tan complicado expresarlas, sin embargo, en ese instante, le fue tremendamente difícil hacerlo. Ver que Patty subía al tren, le puso bastante triste. Y es que no era para menos, ya que, después de casi cuatro meses juntos, una separación resultaba muy dolorosa.

Quiso darle ánimos a la chica, diciéndole que unos días sin verse no eran motivo para ponerse tristes, no obstante, eso no era lo que él realmente sentía. Y aunque se mostró fuerte ante Patty, al final su sentimentalismo ganó y hasta un par de lágrimas derramó, cuando vio que la muchacha se marchaba.

La iba extrañar, y desde ese momento, ya contaba los días para volver a verla.

—¿Seguro que no quieres regresar a casa? —preguntó Archie, mientras Stear observaba hacia la nada.

—No tiene caso, los demás vendrán pronto.

—¿Pronto? Rayos, Stear, ¡el tren sale en cuatro horas!

—Ya lo sé Archie, pero, no quiero regresar a la mansión, ¿sabes? Concreté una cita con nuestros padres.

Archie rodó los ojos y desanimado, le preguntó:

—¿Por qué hiciste eso?

—Porque quiero que sepan que me voy a Nueva York, además, también deseo que convivamos como una familia, aunque sea por un rato... —repuso Stear, sabedor de que a su hermano no le gustaba convivir con sus papás—. Así que, dame gusto y esperaremos aquí, ellos vendrán pronto.

Archie odiaba pensar en que Stear pudiera sufrir una decepción. Janis y Adam Cornwell, no eran la clase de pareja que estuviese muy deseosa de ver a sus hijos. Rogó internamente para que ellos se presentaran y no le rompieran el corazón a su hermano.

—Mientras llegan, ¿quieres que hablemos sobre algo? —cuestionó el inventor y con diversión añadió—. Porque pronto ya no tendrás el privilegio de hablar con tu hermano favorito, así que, será mejor que me aproveches.

—¿Hablar? ¿Hablar sobre qué? —preguntó Archie con apatía.

—No lo sé... tal vez quieras hablar de tu vida sentimental —sugirió Stear—. ¿Cómo van las cosas con Tessa?

Archie resopló experimentando incomodidad, ¿de verdad su hermano le estaba preguntando eso?

—El asunto con Tessa es complicado. No tengo mucho que decir al respecto.

—Archie, las chicas que valen la pena, siempre son complicadas.

El joven respiró hondo, y entonces, se animó a contarle:

—Ella me gusta y sé que yo también le gusto, ¿crees que tiene que haber un problema con eso? —cuestionó con decepción—. ¡Yo no lo creo! Pero Tessa me pone obstáculos todo el maldito tiempo y lo peor de todo, es que yo estoy ahí, listo para saltarlos.

Stear se sintió algo enternecido con la confesión de su hermano, quien, ciertamente, nunca tuvo ese tipo de relación. Ninguna chica le puso el camino difícil. Annie, prácticamente, le rogó para estar juntos y antes de ella, las muchachas siempre fueron así, todas estaban dispuestas a ser sus novias, ninguna lo puso a prueba.

—Si estás dispuesto a saltar los obstáculos que te pone, entonces, Tessa te recompensará tarde o temprano. Créeme, ella sabrá reconocer tu amor —Stear palmeó la espalda de su hermano, mientras este le sonreía lleno de esperanza—. No te desesperes Archie y demuéstrame que puedes, no dejes a esa chica en paz, ¿de acuerdo?

Archie sonrió divertido:

—No lo haré —respondió plenamente convencido—. No me importará viajar a Sunville a diario. Yo insistiré y le quitaré esa absurda coraza que tiene encima.

—Más te vale Archie, porque ya me hice a la idea de tener lindos sobrinos con hermosos ojos grises.

Ambos sonrieron con complicidad y después de aquel fraternal momento de confesiones, dieron paso a la reunión con sus padres.

Para sorpresa de ambos, Janis y Adam Cornwell, se presentaron en la estación luciendo muy contentos por verlos y reunirse con ellos.

Afortunadamente, todo salió como Stear lo había planeado.


Pasar toda la mañana fuera de casa, lo había puesto de pésimo humor...

Tener que soportar a Vicky, la hija del matrimonio McCallum, simplemente le resultó un verdadero martirio.

Si bien, la chica era muy hermosa y en cuanto al físico cumplía con varios de sus gustos personales, Albert, simplemente no estaba interesado en ella. Victoria, era una criatura: ambiciosa, elitista y muy prepotente... ¿Cómo podía entablar una relación con esa muchacha? Albert, no daba crédito a todo ese horrendo escaparate, pues, a eso le sumaba que la chica era una cazadora habitual y gozaba matando animales, ¡ella misma se lo hizo saber, como si eso fuese algo digno de admirar!

«He viajado por África también. Mi mejor amiga y su familia me llevaron a un safari... ¡Nunca viví algo como eso! Es mil veces mejor que cazar aquí. Tienes que ir con nosotros, William»

Aquellas palabras aún resonaban dentro de la cabeza del patriarca. Para él no había nada más despreciable que una persona que no respetaba a los animales, ¿acompañarle a un safari? ¡Dios lo librara! Esa invitación había sido como un insulto para él, ¿cuántas veces le hizo ver su amor por los animales?

Albert creyó que la muchacha era una verdadera egoísta, ¡jamás puso atención a sus pláticas!

—¿Cómo te fue? —preguntó George cuando el rubio joven, llegó al estudio.

—Me fue mal, como siempre... —Albert se despojó de su saco e inmediatamente se aflojó la corbata.

—Puedo imaginarlo —explicó George, observando el fastidio del que era víctima, su joven jefe.

Albert, suspiró pesadamente y enseguida tomó asiento sobre el sofá. Había sido un almuerzo horrendo y solamente quería tomar un trago de whisky para relajarse. Se sirvió un vaso con el anhelado líquido y luego dejó libre un suspiro de alivio.

No deseaba volver a pasar por eso. No quería hacerlo nunca más.

Claro, a él le gustaría tener una novia, una mujer a la cual amar y con la cual construir su futuro, pero, ninguno de los prospectos de su tía abuela eran dignos de él, ¿acaso, Elroy era ciega? ¿Qué no podía ver que mujeres, como Victoria McCallum, nunca podrían gustarle?

Todas esas muñecas de aparador lo tenían harto.

—Oficialmente, la tía abuela se ha vengado de mí —reconoció Albert mientras se servía un segundo trago —. Ese condenado almuerzo, ha sido la venganza perfecta. Es increíble, la vieja tía, ¡me ha cobrado todo en una sola oportunidad!

George rio divertido. La verdad era que le caían en gracia aquellas declaraciones. Él conocía perfectamente a Elroy y lo más probable, era que Albert tuviera la razón. Ella definitivamente se había vengado de su sobrino.

—¿Sigue molesta por lo del viaje? —preguntó con curiosidad.

—Está realmente furiosa. No concibe la idea de que Candy y Stear se vayan.

—¿Y qué crees que diga cuando se dé cuenta de que tú también te irás?

—Se supone que eso debería tranquilizarle, digo, soy el chaperón perfecto —señaló Albert con seguridad—. Pero, en el mundo de Elroy Andrew, nunca se sabe qué sucederá. Puedo apostarte a que la mujer pondrá el grito en el cielo cuando se dé cuenta de que me uniré a «la excursión» —agregó dibujando una sonrisa en su rostro, haciendo que George riera de nuevo.

—Prepárate, porque seguramente se enojará.

—Estaré preparado George... estaré muy preparado —advirtió Albert con seguridad.

No dejaría que Elroy lo mandara. No se doblegaría ante ella ni por error, él viajaría a Nueva York y nada ni nadie lo detendría.


La tía abuela Elroy no esperaba que Candy, tuviese que ausentarse tan pronto.

De hecho, ella ya tenía muchos planes para ella, pues, creía que cuando «El noviecito» por fin se marchara, habría tiempo de sobra para terminar de «pulirla» y convertirla en una dama. Una señorita digna de la familia Andrew, la clase de mujer que hacía falta dentro del clan.

Compras, clases de refinamiento, fiestas y viajes... todo eso que una señorita de sociedad necesitaba, Elroy deseaba dárselo a Candy. Sin embargo, todas sus expectativas se esfumaron en cuanto su sobrino y patriarca del clan, le anunció que la chica y Stear viajarían a Nueva York.

Para la tía abuela, esa idea no tenía ni pies ni cabeza «¿Cómo se les ocurrió eso?» , se preguntó una y muchas veces, ya que, su lógica le dictaba que ese viaje no era lo ideal.

Por un lado, ella no deseaba que Stear se fuera de nuevo, el chico acababa de llegar, ¿cómo podía marcharse otra vez? ¿No podía atenderse en Chicago? Y por otra parte, estaba Candy, que se mudaría a la misma ciudad donde vivía su novio, ¡sin la supervisión necesaria! Elroy estaba escandalizada, porque, pensaba que la pareja de enamorados, lo que menos necesitaba era tener más libertad. Bastaba ver al joven Grandchester mirando a la chica, para darse cuenta de que dejarlos solos era una pésima idea.

La matriarca estaba convencida de que Terry era todo un Casanova y que se aprovecharía de la ingenuidad de Candy apenas tuviese la oportunidad de hacerlo.

—Tía abuela... —le llamó Candy desde el otro extremo del salón de té—. ¿Me mandó llamar?

Elroy la observó con atención y enseguida le hizo una seña para que tomara asiento:

—Sí. Te mandé llamar, ven aquí y siéntate Candice.

La rubia sonrió nerviosa, pero, obedeció al instante. Se sentó sobre el sofá, con toda la gracia que le fue posible, cuidando no perturbar a la tía, pues, la mujer odiaba los movimientos bruscos.

—¿Ya estás lista para partir? —preguntó Elroy, mientras se servía una taza de té.

—Sí —La tía sirvió otra taza con té y se la ofreció a Candy—. Gracias... —respondió la chica, observando de reojo las galletas de chocolate, nuez y vainilla—. ¿Puedo tomar una galleta?

—Claro que sí, Candice... para eso están aquí.

Candy sonrió dichosa y tomó una galleta de chocolate.

—Te cité porque deseo hablar contigo, antes de que te marches.

—Usted dirá, tía abuela.

Elroy respiró hondo y después de armarse de valor, prosiguió con su cometido.

—Que se vayan a Nueva York, no me parece la mejor de las ideas —advirtió la mujer, haciendo que Candy se sintiera un tanto preocupada por la gélida mirada que le dirigía Elroy—. Pero, William ya lo decidió y sus decisiones, son algo que no puedo cuestionar... —Elroy hizo un gesto de inconformidad y agregó—. Así que no me ha quedado más remedio que aceptar que tú y Stear se marchen.

—Stear y yo estaremos bien, le juro que lo cuidaré y le ayudaré en todo. No debe preocuparse.

Elroy sonrió divertida. No era por Stear que se preocupaba, ese muchacho había sobrevivido en una prisión, aun cuando le amputaron la pierna, Stear era muy fuerte y un viaje a Nueva York, no era nada para él. Más bien, su preocupación radicaba en Candy y en su relación con Terrence Grandchester.

—Candice... lo que tengo que decirte, es muy importante, así que espero que pongas toda tu atención en ello —explicó la matriarca, dándose valor para continuar—. Debes saber que no acostumbramos dar este tipo de libertades a las señoritas de la familia —advirtió con severidad—. Que te vayas precisamente a la ciudad en donde vive tu novio, es algo inconcebible —Candy se sintió un tanto nerviosa por aquella declaración, mas, no interrumpió a la tía abuela, se armó de paciencia y la dejó hablar—. Yo nada puedo hacer al respecto, William hizo su voluntad y por lo tanto solo me queda pedirte que respetes las reglas de nuestra familia. Ya no eres una niña, sabes perfectamente, a lo que me refiero.

La joven se sintió algo avergonzada, pues, definitivamente entendía lo que la matriarca estaba pidiendo:

«No deshonrar a la familia»

Palabras más, palabras menos, eso era lo que la tía le pedía.

—Quiero que todo el tiempo, recuerdes que eres una dama y que una dama, se da a respetar. Los hombres llegan hasta donde las mujeres quieren —expresó Elroy, mirando a la sonrojada Candy.

—No se preocupe... —replicó Candy, sintiendo que las mejillas le quemaban—. Terry es un caballero y me respeta. Él jamás tendría ese tipo de comportamiento conmigo.

Elroy sabía que los caballeros y el respeto, desaparecían en cuanto la pasión se presentaba. Tal vez, el muchachito sí era un caballero y tal vez, la respetaba, pero ¿cuánto duraría eso? La tía abuela estaba muy preocupada, odiaba la idea de que se generara un escándalo a causa de ello.

—De igual manera, te pido que seas discreta, no me gustaría ver tu nombre en algún tabloide amarillista —Elroy, además, advirtió—. Cuando los periodistas sepan que eres novia del actor más famoso de Broadway, se van abalanzar sobre ti. Por favor, no les des motivos para que hablen mal de tu persona o de esta familia.

—No lo haré, tía abuela. Yo me portaré a la altura, por favor confíe en mí.

—Confiaré en ti, Candice. Pero, en cuanto me sea posible, viajaré aquella espantosa ciudad... —señaló con desdén—. Iré a ver en qué condiciones están Stear y tú, ¿de acuerdo?

—Sí, estoy de acuerdo, tía abuela —Candy sonrió y siendo tan honesta como siempre lo era, no dudo en decir—. No he tenido la oportunidad de decirlo antes, mas, le agradezco todo lo que ha hecho por mí. De verdad, no tengo cómo pagárselo.

Elroy observó bien a la rubia y en contra de su voluntad, le sonrió con cierta ternura, ¿qué tenía esa chiquilla? ¿Por qué la ponía tan sentimental?

—Debes prepararte para ir a la estación —indicó la tía, intentando ocultar sus emociones.

—La veré más tarde.

Elroy solo asintió y después observó a la chica, marchándose.

No deseaba aceptarlo, sin embargo, la gran realidad era que ella iba extrañar a la jovencita. La tía se sentía melancólica, ya que, en el fondo, ella era consciente de que la ausencia de Candy la dejaría un tanto vacía.

Ese sentimiento era inaudito, pero, cien por ciento real. Sin siquiera planearlo, Elroy Andrew, había terminado como sus sobrinos, pues, permitió que Candy se metiera dentro su congelado corazón e hiciera un festín con sus sentimientos.

—Increíble... —susurró Elroy, riéndose de sí misma—. Vaya que Dios obra de maneras muy misteriosas —añadió antes de tomar un trago de té y comenzar hacer planes para su sobrino William.


Hubiera deseado no sentirse como en ese momento se sentía. Por desgracia, sus inmaduros celos pudieron más que cualquier razón lógica.

Siempre fue así... siempre se sintió de esa forma ante aquella molesta manía de Candy.

«La señorita está colocando unas rosas en el cuadro del joven Anthony», comentó Dorothy mostrando una sonrisa, «Será mejor que se apresure a ir con ella.. porque en diez minutos nos vamos»

Los sentidos de Terry, se nublaron en cuanto escuchó aquellas palabras... ¡Anthony! ¡De nuevo Anthony! ¿Algún día dejaría de molestarle?

«¿Por qué demonios ella coloca flores frente al retrato de ese jardinero?», el actor simplemente no lo entendía.

Observó con detenimiento a Candy, mientras esta, llevaba a cabo aquella tarea. No fue capaz de interrumpirla, dejó que terminara y la esperó en el corredor.

No deseaba verla venerando aquel chiquillo, que tantos dolores de cabeza le daba. Sí, estaba muerto, sin embargo, eso no le importaba porque de todas formas lo sentía como un rival. Uno con el que ni siquiera podía competir.

Para fortuna del celoso Terry, Candy fue muy rápida, terminó con aquella labor en tiempo récord y corrió por el pasillo, hasta llegar hacia donde él se encontraba.

—Oh... ¡Terry! —exclamó la voz de Candy con alegría—. ¿Ya es hora de irnos? ¿Venías a buscarme?

La voz de Terry estaba atorada en su garganta, no sabía qué responder. Estaba tan ilógicamente molesto, que temía que todo su coraje saliera en una sola frase.

—Sí, vine a buscarte porque ya nos vamos —respondió con dificultad.

—¿Por qué estás tan serio? —Candy lo miró con curiosidad y enseguida se acercó a él para tomarlo de la mano.

—¿Serio? ¿Yo?

—Sí, estás muy serio... ¿Qué sucede? ¿La tía abuela te llenó de advertencias también? —preguntó sintiéndose muy avergonzada—. ¡Cielo santo! ¿Lo hizo?

—No, no lo hizo.

Candy se mostró más tranquila y entonces dejó libre el suspiro que llevaba dentro del pecho.

—Entonces, ¿qué pasa? —Ella lo miró con ojos expectantes, era tan inocente y estaba tan ajena a los ridículos celos, que Terry se rindió y dejó su coraje a un lado—. ¿Terry?

—Pasa que me siento un tanto melancólico por nuestra partida. Eso es todo, Pecosa —respondió él invitándola a caminar

—Por un momento, pensé que estabas enojado conmigo.

—No, no es así —mintió Terry, en tanto que apretaba posesivamente la mano de la muchacha y se adueñaba de ella.

—La tía está un tanto paranoica y me ha hecho muchas peticiones, me alegro que no lo haya hecho contigo...

—No tendría nada de raro que lo hiciera, la tía abuela es mandona por naturaleza.

Candy rio con ganas y al escucharla reír, Terry se sintió mucho más tranquilo. Para él, no había nada más lindo que verla reír de esa forma.

—Ella es así, pero, no es mala —aceptó la rubia—. Sus órdenes, siempre son para nuestro beneficio.

—¿Qué órdenes te dio? —quiso saber Terry.

Candy pasó saliva con dificultad y se puso tan roja, que Terry tuvo una ligera idea de lo que Elroy le había pedido. Sin embargo, por «alguna extraña razón» deseaba escuchar la confesión de la rubia, así que insistió.

—¿Qué te dijo la tía abuela, Candy?

—Nada en particular... solo... cosas sobre portarme bien.

Terry la observó de reojo y entonces, supo que sus presentimientos eran reales.

—Cosas sobre damas, caballeros y respeto, ¿verdad? —indagó Terry fingiendo no darle importancia.

—Sí... —respondió Candy—. Cosas así.

Terry soltó una risilla, y Candy sonrió tímidamente. Ninguno de los dos dijo nada más y siguieron caminando hasta llegar a donde todos estaban reunidos.

—¿Están listos? —preguntó Albert, cuando los vio aparecer en la estancia.

—Sí, ya lo estamos —respondió Terry, rápidamente.

—De acuerdo, subamos al auto por favor.

Ellos asintieron y salieron de la casa para ocupar de inmediato sus asientos en el automóvil. Dorothy se disponía hacer lo mismo, no obstante, una fuerte mano la detuvo en la escalinata de la entrada.

—Permítame ayudarla con eso, señorita Jones... —ofreció Albert, en tanto que la tímida Dorothy asentía y cedía su maleta—. La colocaré en el otro auto, si no le molesta.

—Claro que no me molesta, muchas gracias, señor Andrew.

—Suba con los chicos, por favor.

El corazón de Dorothy latió con mucha fuerza al ver que Albert le sonreía gentilmente, mientras ella se daba la vuelta y situaba su asiento dentro del lujoso automóvil.

La joven asistente de Candy agradecía a Dios por no tener que ver a su patrón por más tiempo. Su corazón ya no podía con esas emociones. Era ridícula la forma en la que tontamente, había comenzado a sentirse. No convivía mucho con hombres y Albert era tan amable, que ella comenzó a sentirse atraída por él.

Marcharse de la ciudad era lo mejor que le podía pasar.

Albergar sentimientos por Willliam Andrew, era inaudito. Siempre le enseñaron a no caer en ese tipo de situaciones y ella, había aprendido a no hacerlo, claro que, antes, todo le fue muy sencillo, ya que, la mayoría de los hombres para los que trabajó eran viejos y los jóvenes que llegó atender eran muy desagradables.

Ninguno fue como William Andrew...

—Dorothy, estoy tan emocionada... —murmuró Candy tomando la mano de la muchacha, apretándola ligeramente—. ¿No lo estás tú? —preguntó la rubia.

—Claro que sí, lo estoy. Estoy muy emocionada, Candy.

Dorothy sonrió con esperanza. Deseando que Nueva York y su trabajo le hicieran olvidar todas aquellas cosas que nunca serían posibles.


—Eres imposible, William —reclamó discretamente la tía abuela, en cuanto se enteró de que Albert, se iba a Nueva York—. ¿Cómo se te ocurre marcharte ahora?

—Estaré allá solo un par de semanas, mientras Candy y Stear se instalan —explicó Albert.

—Pero ¿qué hay de los negocios?

—Todo está bajo control, George y también Archie, estarán a cargo mientras regreso.

Elroy no aceptó aquellas palabras. No quería que Albert se marchara... no cuando tenía tantos compromisos sociales en puerta... ¡Ella prometió que él estaría en aquellos eventos! Deseaba que se abriera el piso y la tierra se la tragara, pues, era más que obvio que quedaría en completo ridículo ante sus amistades.

La tía abuela respiró hondo y sin pensarlo más, decidió lanzar su última carta:

—¿Y Vicky McCallum? ¿Qué hay con ella? —preguntó deseando que eso lo detuviera, ya que, a sus ojos, Albert y la chica habían estado muy contentos en el almuerzo de ese día.

—Con ella no hay nada, tía abuela... ¿Recuerda el almuerzo de hoy? Creo que es evidente que jamás podrá existir algo entre nosotros.

Elroy rodó los ojos y con decisión le recordó:

—Ella te invitó a un día de campo con su clan, y tú dijiste que...

—Que lo agradecía, pero, que vería mi agenda —completó Albert—. Mi agenda está llena, ¡cuánto lo siento! ¿Podría decírselo?

Aquella rebelde actitud, molestó de sobremanera a Elroy. Odiaba que Albert le respondiera de esa forma.

—Tía abuela, los pasajeros ya están abordando... —anunció Archie—. Si desea despedirse de Stear, este es el momento.

La mujer asintió, tomó el brazo de Archie y se dejó llevar hasta donde se encontraba Stear. Ya nada podía hacer, Albert no era un niño. No podía obligarlo a detenerse... ¡Le molestaba horriblemente toda esa situación! Pese a ello, tenía que soportarlo.

Albert la observó con pena. No le gustaba hacerla enojar, mas, esa era la única forma en la que entendería, que él ya no era un chiquillo. Ella no iba a gobernar su vida sentimental, ni tampoco tenía por qué cuestionar las decisiones que él tomaba.

—Aquí tienes, tu maleta y tu boleto —indicó George, al tiempo que Albert los tomaba.

—¿Vas a venir con nosotros? —preguntó Candy con emoción.

—Iré con ustedes, Pequeña... ¿Crees que voy a dejar que «mi hija» se vaya así nada más?

Ella lo abrazó, emocionada.

—¡Me da tanto gusto! Gracias por acompañarnos —repuso con alegría.

—Y hablando de agradecimientos... —mencionó Albert observando al castaño que tenía enfrente—. Muchas gracias por guardar el secreto, Terry —mencionó al tiempo que Candy abandonaba su abrazo y volteaba para ver al actor.

—Creí que tú y yo no teníamos secretos, Terrence —recriminó la rubia.

—Más que secreto, era una sorpresa —Terry la tomó de la mano y la invitó a subir al tren—. Suba, Señorita Pecas, tenemos un largo camino por delante y también tenemos mucho tiempo para platicar su inconformidad.

Candy se negó. Lo hizo solo para divertirse un rato con él, amaba retarlo.

—Súbete, Candice... —le dijo en un tono tan por demás autoritario, un tipo de tono con el que, extrañamente, Candy se sintió fascinada... «Ahí está el Terry de Escocia», pensó recordando lo mucho que le desconcertaba su comportamiento.

«Deja de llorar, o te caerás», espetó cuando ella se rehusaba a montar en el caballo.

—Eres tan mandón —expresó Candy con fingido enfado.

—Y tú tan desobediente —respondió Terry, con aquel acento que ella tanto adoraba.

Candy hizo un gesto de desagrado y luego, sin más reclamos, subió al tren.

—Ustedes sí que me divierten —confesó Albert a Terry, cuando vio a Candy desaparecer.

—A mí también me divierte reñir con ella.

—Eso se nota. Desde la primera vez que les vi juntos supe que lo de ustedes es el «amor apache»

Terry se encogió de hombros y admitió:

—Es una buena forma de divertirnos.

Ambos sonrieron y a continuación esperaron a que Stear llegara adonde ellos estaban.

—Estoy listo —anunció para que Albert y Terry le ayudaran abordar—. Espero que la próxima vez que abordemos un tren, ya no tenga que pedirles ayuda... —declaró el muchacho con cierto aire de esperanza.

—Pedir ayuda no tiene nada de malo, Stear —le recordó, Albert.

El joven Cornwell lo sabía, pero, no estaba muy de acuerdo con esa frase.

—Me sentiría mucho mejor si no tuviese que pedirla.. —dijo convencido.

Una vez que subieron al tren, Stear observó a su hermano, a sus padres, a la tía abuela y entonces agitó su mano en forma de despedida.

—Los veré más pronto de lo que imaginan— gritó con emoción, al notar que el tren comenzaba avanzar.

—¡Cuídate Stear! —gritó Archie.

—¡No tardes en ir a Nueva York, hermano!

—No lo haré, estaré ahí muy pronto...

Los dos hermanos se quedaron mirándose, sintiéndose tremendamente abatidos. Los ojos de ambos se llenaron de lágrimas, sin embargo, se mostraron fuertes y convencidos de que esa separación, era necesaria.

«Lo veré pronto»

Se dijo Archie, mientras veía que el tren se marchaba y poco a poco desaparecía de su vista.

«Lo veré tal y como él desea que lo vea»

Agregó en sus adentros, imaginando a su hermano, de pie y dispuesto a ser el mismo alegre joven que fue antes.


Las manos de Dorothy temblaban sin cesar, sus nervios estaban hechos trizas y ella no podía hacer nada para evitarlo.

«¿Qué se supone que sucedió?», se cuestionaba con desesperación, «¿Qué hace el señor Andrew aquí?»

La muchacha cerró los ojos y después se llevó una de sus manos hacia el pecho, deseando poder contener todo el tumulto de sentimientos, que dentro de su corazón, se manifestaban. Sinceramente había sufrido una gran decepción cuando se dio cuenta de que Albert entraba al compartimento, en el que ella esperaba a Candy y a los chicos.

Al verlo entrar y tomar asiento justo a su lado, tuvo que aceptar que Nueva York no sería diferente a Lakewood, ni tampoco sería distinto a Chicago... Nueva York, ¡sería mil veces peor que esos dos lugares juntos!

Por un largo rato se mantuvo tranquila, escuchando la charla de los chicos, mas, cuando Candy expresó sus deseos de comprar un refrigerio, ella de inmediato se ofreció para ir, pues, esa era la oportunidad perfecta para salir del tormento en el que se sentía sumergida.

No deseaba estar en el mismo lugar en donde se encontraba Albert.

Su negatividad estaba colmándola y sabía que pronto podría explotar. Salió del compartimento y desapareció en el corredor, dirigiéndose directamente al vagón en donde se encontraba la zona del comedor. Por largos minutos permaneció ahí, abasteciendo las ordenes de los chicos. Mientras esperaba intentó concentrarse, e imponerse a sí misma, no renunciar a su papel. Ella era la dama de compañía de Candy, una empleada más para la familia, no debía desviarse del camino.

—Señorita Jones... ¿Necesita ayuda? —le preguntó Albert, mientras ella brincaba a causa del susto que le provocó escuchar su voz—. Dios... la he asustado, lo lamento mucho —se disculpó el rubio de inmediato.

—Oh no, señor Andrew. Usted no tiene por qué lamentar nada —dijo ella con una sonrisa—. Estoy tan distraída que por eso me asusté. No esperaba verlo por aquí.

Albert le sonrió también, entonces Dorothy bajó la mirada y dijo:

—Yo puedo llevar los refrigerios, no se preocupe, señor.

—Es demasiado para usted y me temo que necesitaremos un par de manos más, solo para llevar las cosas que Candy y Stear han pedido.

Dorothy rio sin poder evitarlo.

—Ambos son de buen comer —aceptó ella, levantando su mirada, perdiéndose sin remedio, en los imponentes ojos azules de Albert.

—No comprendo cómo pueden comer tanto —contestó el joven—. De verdad me impresiona ese estómago que tienen.

Un incómodo silencio apareció entre ellos, sin embargo, Albert se animó a seguir la plática.

—¿Sabe?, estaba haciendo memoria y de pronto, recordé que, no escuché su primer nombre —mencionó él, cortésmente.

—¿Mi nombre?

—Sí, digo, usted tiene un nombre, ¿no?

—Sí, claro —respondió Dorothy, sin poder desprenderse de la mirada del magnate.

—¿Y ese nombre es?

—Dorothy... —respondió ella—. Me llamo Dorothy, señor Andrew...

Albert sí sabía su nombre, era imposible que no lo supiera con Candy siendo tan parlanchina... Sin embargo, Dorothy parecía tan desconfiada, que de alguna u otra forma él quería hacerla reaccionar e invitarla a no ser tan arisca. Solo buscaba ser amable con ella, sabía que Dorothy no había tenido una vida fácil y lo único que deseaba era hacerla sentir bien.

—Y el mío es Albert, Dorothy... Albert y nada más... —Él se encogió de hombros y confesó—. William y señor Andrew, eran las maneras en las que todo mundo se refería a mi padre... —mencionó acongojado—. Me gusta más que me llamen Albert... ¿De acuerdo Dorothy?

—Pero...

—Sé que a Candy y Stear les hablas de tú. ¿Podías hacer lo mismo conmigo? No soy tan viejo. Solo unos años me separan de ellos y de ti...

Dorothy abrió mucho sus ojos... ¿Llamarlo por su nombre? ¿Hablarle de tú? Todo eso sonaba hermoso, pero, parecía altamente dañino para ambos. Mucho más, porque ¡ella estaba perdidamente enamorada de él!

—¿Dorothy?

—Sí...

—Sí, ¿qué?

—Sí lo llamaré Albert, haré lo que usted pida.

Albert sonrió.

—Te falta retirar eso de «Usted», no obstante, sé que con el tiempo lo harás.

Albert la miró a los ojos, no le gustaba que ella tuviera tanto miedo. En general, no le agradaba que la gente pensara que él era una especie de ser superior, al que debían tratar con demasiado cuidado.

—Sus refrigerios están listos —les anunció una joven.

Albert asintió y a continuación pidió la ayuda de los mozos, para que, Dorothy no tuviera que llevar nada. Aquel gesto provocó que el estómago de la chica se llenara de mariposas y de anhelos poco apropiados para alguien como ella.

«¿Por qué tiene que ser tan amable? ¿Por qué tuve que poner mis ojos en él?»

—Ven, Dorothy, vamos con los chicos —pidió Albert mientras la encaminaba al corredor.

Dorothy accedió y ambos caminaron a través de los vagones, hasta llegar al compartimento, en donde Candy, Terry y Stear ya los esperaban.


El destino al que anhelaban llegar, aún se veía muy lejano y por ello, Terry le pidió a Candy que se fuera a dormir al camarote. Ella no quería y en realidad, él tampoco deseaba renunciar a sentirla a su lado, pero, al verla bostezar y tallarse los ojos, pensó que no era justo retenerla en el compartimento, no cuando podía descansar cómodamente.

—Dorothy, por favor, acompáñala a su camarote —pidió Terry.

La joven de inmediato asintió y se dispuso ayudar a la adormilada Candy.

—No tengo tanto sueño... —insistió Candy observando a su novio—. Querías que te ayudara a repasar tus líneas, ¿no?

—No te preocupes por eso. Seguiré estudiando y luego me ayudarás.

—Pero...

—Pero, ya vete a dormir, Candy... —pidió Albert, haciendo que Stear riera—. Es más, yo también ya me voy a mi camarote. Las acompañaré.

—Suenas muy enojado... —recriminó Candy, al tiempo que Albert reía.

—Tú, ni siquiera me conoces enojado, así que, mejor no tientes tu destino y vete a la cama. Falta mucho para llegar y es necesario que descanses.

Terry se acercó a Candy y posó un casto beso sobre su mejilla.

—Hazle caso a tu «padre», vete a dormir, Pecosa... —pidió sin poder ocultar lo divertido que se encontraba—. Te veré en unas horas, ¿de acuerdo?

—Quiero ver cuando lleguemos a Nueva York, ¿podrías despertarme?

—Claro que sí. Tocaré a tu puerta en cuanto eso suceda.

Ella se sintió más tranquila y después de despedirse de su novio, se marchó junto a Dorothy y Albert. Descansar le vendría bien, pues, aunque no quería admitirlo, el sueño ya se había apoderado de ella.

Minutos después, cuando Stear y Terry se quedaron solos. El inventor no dudó en regresar un objeto que tuvo en su poder desde que partieron de Chicago.

—Deseaba conservarla, pero, después me arrepentí —dijo Stear estirando su mano para devolver la fotografía—. Cayó de tu libro cuando ayudabas a Candy con su maleta.

Terry se sonrojó e inmediatamente tomó la fotografía.

—Eleanor Baker, es una Diosa... —dijo Stear con emoción —. Comprendo que guardes fotos de ella y las escondas de Candy... —expresó el muchacho, provocando la risa nerviosa de Terry—. Pero, si Candy se entera... bueno... mejor será que guardes tu foto de nuevo. Tienes suerte de que ella no se diera cuenta.

—Candy no se molestaría. Ella ya sabe que guardo la foto aquí.

—¿De verdad?

—Sí...

—Pues, ¡qué madura es Candy! —aceptó Stear—. ¡Y qué descarado eres tú! —Stear se sintió molesto—. No es un juego Terry. Las fotografías son buenas, yo tengo cientos de ellas, pero, quiero que tengas cuidado de no traspasar esa delgada línea —Stear se puso a la defensiva—. Eleanor Baker es divina y puedes verla cuando quieras, ¡pero a Candy la respetas! O si no te las vas a ver conmigo. No permitiré que te burles de ella.

Terry se dio cuenta de a dónde iba dirigida la plática y se sintió muy mal al respecto.

—Santo Dios... no tienes la menor idea de lo que dices...

—Yo no soy el que trae una foto de Eleanor Baker cargando. No soy el que la lleva a todos lados, ni tampoco convivo con ella.

—Si supieras quién es ella para mí, tal vez, lo entenderías...

—De acuerdo, acláralo... ¿Quién es Eleanor Baker para ti, Terry?

El actor observó directamente a Stear Cornwell y sin tapujos se dispuso a confesar:

—¿De verdad quieres saber quién es ella?

—Sí... ¡Exijo saberlo!

—Pues bien... —dijo Terry con enojo—. Prepárate para lo que voy a decirte, porque luego de que te lo diga, él que va exigirte respeto y una maldita disculpa... ¡Soy yo!

—Habla entonces, Grandchester... ¿Vas a decirme ahora qué demonios pasa entre tú y esa señorita?

—Eleanor Baker, fue la primera mujer de mi padre... —anunció Terry con pesadez.

—¿Y? ¿Qué tiene que ver esto contigo?

—La relación amorosa entre ambos, tuvo una consecuencia —añadió, dejando a Stear con el alma en un hilo—. Ellos tuvieron un hijo... un niño al que por años engañaron, un pequeño que pasó mucho tiempo sin saber, por qué razón sus parientes decían que él era un «maldito bastardo»

—Terry... yo... no... —balbuceó el joven, comprendiendo lo que Terry decía.

—¿Querías saber que me liga a Eleanor Baker, no? —preguntó Terry evidentemente molesto—. Pues bien, ese niño del que te hablo ¡Soy yo! Yo, soy hijo de Eleanor Baker y el duque de Grandchester. Eleanor es mi madre... —reveló con lágrimas en los ojos, mientras se levantaba de su asiento—. Espero que esa información responda tus dudas, sobre el por qué, llevo una fotografía de esa mujer a todos lados —añadió el actor abandonando el compartimento y dejando a Stear, con un penoso nudo en el corazón.