No recordaba en qué momento exacto había terminado subido en un autobús. La última imagen que tenía era borrosa, como si su mente se hubiese apagado de repente, tal vez por la acumulación de estrés y agotamiento. Los primeros sonidos que llegaron a sus oídos fueron los murmurantes quejidos del motor apagándose, seguido de la voz áspera del conductor anunciando la parada.
—¡Es hora de bajarse!
El eco de los pasos resonó en el estrecho pasillo mientras los otros pasajeros, desconocidos para Tsuna, se apresuraban hacia la salida. Las voces se entremezclaban con risas y conversaciones ininteligibles que parecían lejanas, como si él estuviera fuera de lugar. Abrió los ojos lentamente, sus párpados pesados, y fue recibido por un rayo de luz que golpeó directamente su rostro. Instintivamente, Tsuna cerró los ojos de nuevo, confundido. ¿Por qué el sol estaba tan cerca? ¿Y por qué sentía que le estaba quemando las córneas?
— ¡AHHHH!
Se levantó de golpe, cubriéndose los ojos ahora irritados.
— ¡Reborn! —fue lo primero que gritó en cuanto logró enfocar un poco su mirada. El pequeño bebé tenía una lampara potente en sus manitas, parado sobre el asiento siguiente, apuntando directamente con ella a su rostro—. —¡Deja de apuntarme con eso! ¡Me quema los ojos! —exclamó, tratando de recuperar la compostura mientras masajeaba sus párpados.
Reborn lo miró con esa expresión de falsa inocencia que Tsuna conocía demasiado bien. El Arcobaleno guardó la lámpara detrás de su diminuta espalda, como si no acabara de casi cegar a su protegido.
—No despertabas, te llamé por mucho tiempo —una vez— y como no lo hacías, me preocupé. Tenía que comprobar que seguías vivo.
— ¡No finjas! —regañó —. ¡Podrías haberme despertado de otra manera! —refunfuñó, aunque en el fondo sabía que discutir con Reborn era inútil. Su tutor siempre encontraba la forma más extrema y retorcida de "ayudarlo".
Sin embargo, esa queja quedó en el aire cuando una extraña sensación comenzó a envolverlo, como un presagio. No era perturbadora, pero sí inquietante, como una tormenta que se avecina lentamente, anunciando su llegada. La brisa que entraba por la ventana abierta del autobús parecía cambiar, cargándose de una tensión que Tsuna no podía identificar.
— ¿Cuánto más se piensan quedar? ¡Les cobraré el doble! —regañó el chofer.
— ¿¡Eh?! ¡Ah, claro, bajaremos, bajaremos! —respondió Tsuna, sobresaltándose.
Torpe como siempre, tropezó un par de veces antes de descender por completo. Reborn lo siguió de cerca, saltando sobre su hombro en el momento en que Tsuna tocó el asfalto. La extraña sensación se disipó tan rápidamente como había llegado. El autobús rugió a su alrededor, arrancando con un estruendo, dejando a Tsuna sin tiempo para preguntarle al chofer dónde demonios se encontraban.
Cuando se lo preguntó a Reborn, él pareció dudar un poco antes de responder:
—Musutafu —murmuró, con un tono que no transmitía mucha certeza.
Unos segundos después, pareció recordar algo y en el mismo tono de siempre, confiado y seguro de lo que decía, agregó:
—El noveno quiere que te involucres con los nuevos héroes que se formarán y que veas si puedes reclutar a algunos para servir a la familia Vongola.
Reborn lucía incomodo, no recordaba esa orden hasta hace apenas unos segundos, que llegó como un destello.
—No quiero involucrar a nadie inocente —dijo Tsuna, dejando caer los hombros en un gesto de rendición. Se talló la nariz, tratando de despejarse de la creciente ansiedad. En ese momento, se sentía tan normal, tan ajeno a la realidad de héroes y poderes, que no podía evitar preguntarse cómo había terminado allí—. Olvídalo, no lo haré. ¡Ni siquiera me quiero convertir en el Décimo Vongola!
A pesar de sus reproches, ambos siguieron avanzando, ajenos a la extraña niebla que serpenteaba por debajo de sus pies, invisible al ojo humano, pero dejando una inquietante sensación en el corazón de Tsuna y Reborn, como si algo esencial les faltara.
Finalmente, llegaron a la Academia U.A. Tsuna se detuvo, maravillado. La imponente estructura se alzaba ante él, moderna y vibrante, mucho mejor que esa vieja escuela en Namimori que había conocido toda su vida.
—¿Y cómo rayos harás para que te acepten? —preguntó Tsuna, asomándose por la rendija de una puerta que aún estaba bloqueada. Estaba seguro de que faltaba al menos media hora para que abrieran las puertas de la escuela—. Dudo que, si llegas diciendo que van a pertenecer a la mafia, no te arrestarán.
—No arrestarían a un bebé, en todo caso te arrestarán a ti, Dame-Tsuna —sonrió él.
— ¡Hiii! ¡Olvídalo, no voy a ir a la cárcel!
—Será como un intercambio —explicó Reborn—. Te quedarás por unas semanas aquí y, en el proceso, veré a quién puedo reclutar.
—Dudo mucho que hagan caso a lo que diga un bebé —reclamó Tsuna, escéptico—. De cualquier manera, prefiero regresar a casa, ahí puedo ver a Kyoko-chan todos los días —suspiró.
—Kyoko estará decepcionada si vuelves y no le cuentas todo lo que aprendiste de estos héroes —señaló Reborn, y Tsuna se puso rígido de inmediato—. Eres el único estudiante que tuvo la oportunidad de venir aquí. Deberías estar orgulloso de mí y de las conexiones que tuve que mover para traerte aquí, huhuhu.
— ¡Se ríe como una vieja bruja!
—De cualquier forma, estoy seguro de que tus guardianes estarán aquí muy pronto.
— ¿Eh?
—Hay que aprovechar todo lo que se pueda; así podemos ver quien se puede enfrentar con quien.
— ¡Solo los quieres poner a pelear! —se quejó, enojado—. ¡Además, por qué Gokudera-kun y Yamamoto tienen que venir aquí!
—Tenemos que poner a prueba a esos héroes, no quiero héroes de pacotilla en Vongola. Suficiente tenemos con la vaca estúpida —respondió Reborn, haciendo un mohín.
—¡Ellos no van a querer unirse a la mafia! —chilló, llevándose las manos a la cabeza en un gesto de desesperación.
En ese momento, unos pasos resonaron detrás de ellos, deteniéndose abruptamente. Tsuna se giró, encontrando a un joven de cabello verde que lo miraba con curiosidad.
— ¿Mafia? —preguntó Midoriya, ladeando la cabeza, confundido.
— ¡NOS ESCUCHÓ! —Tsuna puso sus ojos en blanco, alarmado —. ¡Nos escuchó y nos denunciará! ¡Iré a la cárcel! ¡Kyoko-chan no querrá casarse con alguien que esté en la cárcel! ¡Me odiará por siempreee!
Reborn lo estudió en cuestión de segundos. Sus ojos se posaron en la figura del joven héroe frente a ellos. Tenía músculos fuertes, quizás tan firmes como los de Ryohei, pero también era evidente que había pasado por múltiples cicatrices de batalla. La fragilidad que mostraba su rostro contrastaba con la fortaleza de su cuerpo. Si había resistido a eso, ¿qué más no podría soportar? Además, esa sonrisa confusa que traía en el rostro, le recordaba un poco a la del chillón que tenía como alumno, que, para ese momento, lo estaba avergonzando como siempre.
— ¿Quién eres tú? —preguntó Reborn, mirándolo desde abajo.
—Un bebé. ¡Qué lindo es! —Midoriya agrandó su sonrisa cuando lo miró—. Mi nombre es Izuku Midoriya. ¿Y el tuyo, bebé?
—Soy Reborn.
Tsuna dejó un momento su imaginación que ya lo estaba encarcelando en una prisión llena con un millón de Lambo y puso atención.
— ¿Puedes decirme como ingresar aquí? —preguntó Reborn, señalando la puerta.
— ¡Ehhh! ¿Quieres ser un futuro héroe? —preguntó entre emocionado y lleno de ternura. La futura generación estaba ahí—. ¡Estoy seguro de que serás uno asombroso!
—No quiero ser un héroe, soy un mafioso —reclamó él.
— ¡Hiiii! —Tsuna sintió un escalofrío recorrer su espalda, imaginando las posibles consecuencias de esa declaración.
— ¿Mafioso? —Midoriya se rascó la mejilla, ahora entendía de que estaban hablando—. ¿No quieres ser un héroe? Los héroes son mejores, pelean con los malos y…
—Tráeme a alguien que quiera pelear conmigo y veremos si te siguen gustando los héroes —dijo Reborn, en tono amenazante.
— ¡Re-Reborn! —se metió Tsuna, alarmado, sintiendo que la situación estaba escapando de control.
Cuando ambos hicieron contacto visual, algo pareció conectarse entre ellos, como si un hilo invisible uniera sus destinos. Midoriya, con su mirada inquisitiva, mostró un destello de curiosidad.
—¿Quién…? —comenzó a preguntar.
Tsuna sonrió, sintiendo una cálida y reconfortante sensación en su pecho, como si una chispa de la misma curiosidad comenzara a iluminar su corazón.
—Mi nombre es Sawada Tsunayoshi —dijo, extendiendo su mano con confianza. Lo hizo como solo el Décimo Vongola sabía hacerlo, imbuido con esa energía del cielo que parecía abarcar y cubrir todo a su alrededor.
Midoriya estrechó su mano casi de inmediato, devolviendo la sonrisa con entusiasmo genuino.
—¡Bienvenido a la academia de héroes! —exclamó.
Su voz resonó con la promesa de nuevas aventuras.
