Como si ya fuera una costumbre imposible de remover, Ataru subió a la cima de la colina. Desde allí sentía el viento que desordenaba su cabello. Podía ver cómo con el amanecer, el rocío sobre la hierba y los árboles parecían fragmentos de cristal que brillaban al reflejo de la luz. Tomó una bocanada de aire limpio y se enfrascó en un discurso rebuscado, donde exaltó las maravillas de la naturaleza. Habló del cielo rojizo y libre, del canto tranquilo de las aves y el verdor de las plantas, todo eso para concluir con un grito "¡Qué bueno que Lum no está!".

Tal cual era la mala suerte de Ataru, que al momento escuchó a la chica extraterrestre llamarlo desde la distancia. Un escalofrío le erizó la piel, pensando que aquella había escuchado sus palabras. Lo cual sólo podía significar el recibimiento de una descarga eléctrica. Lum se acercó volando, y se posó a su lado.

– Tesoro, ¿Por qué no me llamaste para ver el amanecer contigo? – preguntó en un tono de decepción.

– Lum, el amanecer es un buen momento para reflexionar y quizás para encontrarse a uno mismo. – respondió, dándose un golpe en el pecho, y haciendo un intento de expresión profunda.

– ¿Es que te perdiste a ti mismo?

Ataru cayó al suelo al más puro estilo de Condorito.

– Tesoro, recuerda que tenemos que andar todo el tiempo en parejas para no perdernos.

– Sí vine con alguien – respondió el chico.

Ella encorvó los ojos y frunció el ceño.

– ¿Con una chica del campamento?

– No, con Mendo.

Lum miró a los alrededores, pero no vió al joven millonario por ninguna parte.

– Pero aún está subiendo la colina – agregó Ataru.

Al momento escucharon la respiración jadeante de Mendo. Su rostro estaba válido y sudoroso.

– ¡Ataru! – gritó, y comenzó a rechinar los dientes – ¿Se puede saber por qué bloqueaste los atajos?

– No sé de qué hablas.

– Cuando subíamos tomaste el atajo y luego lo bloqueaste para hacerme tomar el camino largo.

– Tomaste ese camino porque querías. Hubieras usado un helicóptero para subir. – respondió Ataru con una sonrisa altanera.

– ¿Me estás tomando el pelo? – preguntó Mendo mientras intentaba cortarlo con su katana, pero Ataru fue más rápido y la detuvo con las manos. – Te burlas porque sabes que en este lugar no hay señal y no puedo llamar a mis sirvientes, pero pronto te las vas a ver conmigo.

Apartó la espada del chico, trató de recuperar la compostura, se acomodó el traje y mostró su mejor sonrisa millonaria.

– Lum, ¿Cómo estás?, ¿Cómo dormiste anoche?

– Bien, pero hubiera querido dormir con mi Tesoro. – respondió ella, mientras miraba de reojo a Ataru.

– ¡Ni en tus sueños!, ¡Siempre me electrocutas mientras duermes! – contradijo él, mientras se cruzaba de brazos.

– Pero no es intencional.

No hubo modo de convencerlo de lo contrario. Regresaron al campamento, donde Lum fue recibida como una reina por su club de fans. La colmaron de cumplidos y preguntas. Incluso Gafitas había preparado desayuno para ella. A Ataru le daba completamente igual el tema, ¡Allá ellos!

Este viaje escolar estaba resultando algo agobiante. Nunca podía conseguir un momento solo, sobre todo por la presencia constante de Lum. Pensó seriamente en escaparse, irse corriendo a cualquier lugar desconocido del campo y quedarse a vivir allí, en un lugar sin Gafitas, sin Cherry, sin Mendo y sobre todo, sin Lum. Se le hizo atractiva la idea pero rápidamente desistió: fuera cual fuera el lugar, no habrían chicas con las cuales hacer su soñado harem. No soportaría una vida donde no viera nunca más a Ran, a Venten, a Oyuki, a Sakura, a Ryuno, a la princesa Kurama, a Ryoko, a Shinobu, y sobre todo a Lum..., ¡Espera!, ¿En qué estaba pensando?

El día transcurrió en actividades campestres junto con el profesor Aguas Termales, el cual se encargaba de enseñarles trucos básicos de supervivencia, y de paso repasaba con la práctica algunos contenidos de Geografía y Biología.

En cierto momento, se le acercó Mendo a preguntarle por Lum.

– Debe andar por ahí. – respondió, con marcado desinterés.

Rato después, apareció Gafitas haciéndole la misma pregunta, y así, uno tras otro, Gorila, Tapón, Permanente y Aguas Termales le repitieron lo mismo. Ataru, ya algo irritado, gritó:

– ¿Se puede saber por qué me preguntan tanto por Lum?

– Es que llevamos mucho tiempo sin verla. Nos está empezando a preocupar. – explicó el profesor.

El chico miró a sus alrededores, y no la notó volando o caminando por alguna parte. La llamó por su nombre, pero no recibió respuesta. Quizás ella sólo estaba buscando llamar la atención.

Los alumnos comenzaron a gritar "¡Lum!" por todas partes. El atardecer marcó el cielo con sus tonos rojizos. A Ataru se le vinieron a la mente un montón de teorías locas: quizás un extraterrestre o criatura rara la había secuestrado, o quizás había quedado atrapada en algún lugar mientras volaba. Cierto peso le llenó el pecho. Recordó veces anteriores en qué había creído perderla, y se preguntó un poco cómo era tan estúpido para cometer el mismo error de dejarla ir tantas veces.

Llegó la noche. Sólo en su tienda, miraba el techo de la tienda de campaña, sin poder pegar ojo. La intriga lo mataba, ¿Qué le había pasado a Lum? Salió un momento al exterior, miró el cielo repleto de estrellas. El lugar del que Lum había bajado por primera vez para llegar a su vida y no se irse jamás, si se podía decir de esa manera.

– Hola, Tesoro.

Ataru tuvo un sobresalto, y casi se cayó. Vió que la chica extraterrestre estaba parada a su lado, con una sonrisa simple, como si no hubiera pasado nada. Él se lanzó sobre ella, y la abrazó con fuerza.

– ¿Dónde estabas, Lum? – preguntó él, con la voz temblorosa.

– Mi mamá me llamó para que fuera a recoger algo a la nave. – respondió, mientras le mostraba una bolsa de malvaviscos espaciales, los más picantes de su tipo. – ¿Me extrañaste, Tesoro?

– Eh, no, ¡Claro que no! – contradijo, mientras se apartaba de ella.

– Bueno, me voy a dormir a la tienda de Shinobu. – dijo Lum, en voz baja. Estuvo a punto de irse, pero sintió el agarre firme de Ataru en su brazo.

– Mejor quédate. Vayamos a dormir en mi tienda.

Lum asintió con la cabeza. Su sonrisa brillaba como las estrellas del cielo.