18/10/2023
Hola a tod@s.
Lamento la demora, pero voy leyendo, agregando más cosas y quitando otras que ya estaban.
Sigo corrigiendo unos capítulos, así que tenganme paciencia. La historia está terminada, así que no se preocupen, sólo son detalles que voy arreglando.
(Disculpen si tengo faltas de ortografía o redacción, cualquier error, haganmelo saber).
CONVIVIENDO CON MI EX.
Capítulo 01: El jefe.
Kagome se sentía deprimida ese día, los últimos días se propuso a recaudar fondos para salvar el orfanato de su niñez, pero no había sido suficiente. Y en esos momentos, estaba discutiendo con su mejor amiga en el trabajo respecto a eso.
–No se que hacer, Sango –continuó tomando su taza de café mientras pensaba en una solución–. La anciana Kaede dice que están a punto de embargarlos, están hasta el cuello de préstamos y deudas, no se como ayudarlos en esto...
–Ay, Kagome... –su castaña amiga la miró con tristeza mientras revolvía su taza de café–. Estás muy decaída desde que decidiste ayudar a la señora Kaede con el orfanato... ¿Tan importante es para ti ayudarles?
Kagome asintió decidida y suspiró.
–Durante los primeros diez años de mi vida, el orfanato fue mi hogar, y durante ese tiempo, Kaede fue como una madre para mi –se sentía inútil al no tener suficiente dinero para ayudarles a pagar sus deudas–. ¡No se que hacer, Sango! –colocó la taza de forma abrupta en la mesa del comedor de empleados, y se tapó la cara con las manos.
–Tranquila, Kagome, te entiendo –Sango se acercó y la abrazó para darle consuelo–. Hiciste lo que pudiste...
–No, Sango –la miró a los ojos–. No puedo simplemente dejarlas... Ya hice de todo para recaudar el dinero... Si no hago algo, esos niños se irán a la calle, ¡esos niños no tienen un lugar a donde ir!
Se sentía destrozada, ella sabía más que nada lo que era ser huérfana. Era una soledad que ninguna criatura merecía vivir. No tener a alguien con quien contar en la vida era muy difícil, y más difícil aún vivir en la calle, ningún ser merece sufrir en el mundo. Ya había sacado un préstamo en el banco, ya había vendido cosas, habían organizado rifas y un bazar... Pero era insuficiente. Aún no juntaba la cantidad. Las deudas habían surgido gracias a una mujer: Midori, una muchacha que creció en el orfanato.
Había regresado alegando que sus padres adoptivos habían sido secuestrados, y que necesitaba pagar su rescate lo antes posible, ó los matarían. Kaede, la directora del orfanato, no lo pensó dos veces, porque la vió muy desesperada, y también, porque había conocido a los padres adoptivos, eran personas amables y de buen corazón. A pesar que en el orfanato sobrevivían con donaciones y un negocio pequeño de postres y café, le dió dinero para ayudarla, dinero de los ahorros para mejorar el edificio, dinero que tenían reservado para pagar rentas de su micronegocio… Incluso Kaede pidió un préstamo para completar. Midori se fué, agradeciendo todo, y alegando que cuando sus padres estuvieran de regreso, les devolvería cada centavo poco a poco.
Pasaron semanas, meses… Kaede no pudo mantener los pagos para el banco, y comenzó a endeudarse más y más. Ahora el banco estaba amenazando con comenzar a embargarles para pagar parte de sus deudas. Había tres mujeres, además de ella, que se les pagaba por ayudar en el orfanato. Sólo una quiso seguir ayudando sin ningún dinero a cambio: Ayame Parker, una amiga, que también había crecido en el orfanato. No necesitaba del dinero, pues trabajaba en la misma empresa que ella y en sus tiempos libres ayudaba a la anciana Kaede; lo hacía por simple agradecimiento y caridad. Con ayuda de los padres de Ayame, una pareja de abogados, pudo mantener en espera a los bancos. Pero no podían hacerlos esperar más…
Midori, como era de esperar, nunca regresó. Kagome acompañó a Kaede a ver a la familia de Midori. Y cuál fué su sorpresa cuando supieron que Midori había huido con su novio y el dinero, y que nunca hubo un secuestro. No solo a ellos los había estafado, también a su familia adoptiva. Midori también había robado los ahorros de su familia.
Los padres de Midori se disculparon por los problemas que había causado su hija, y prometieron ayudarles. El novio de Midori era un hombre horrible, se trataba de un alcohólico y adicto al juego. Les platicaron que Midori había cambiado mucho desde que empezó a salir con él. Un día amaneció y Midori había desaparecido con todo y la mayoría de sus pertenencias; luego notaron que sus ahorros y la cuenta bancaria habían sido vaciadas. Los padres accedieron a ayudarlos con la deuda, pero ni aún así, pudieron juntar dinero suficiente.
Kagome y los Parker habían estado ayudando a la anciana Kaede desde entonces, pero el banco ahora les había dado una fecha límite. Y sí no pagaban, comenzaría el embargo.
No sabia como mas ayudar.
–Basta de tanto sentimentalismo, es obvio lo que deberías hacer –una voz femenina las interrumpió.
Ambas giraron la cabeza hacia la mesa siguiente y vieron que se trataba de Yuka, una compañera de trabajo. Muchos afirmaban que para obtener su puesto tuvo que usar sus "encantos" con el jefe de personal. Y el jefe de personal la tenía como su empleada favorita, todos lo notaban.
–¡Basta, Yuka! No seas insensible –dijo Eri, una mujer del grupo–. Es un momento difícil para ella...
–¡Déjame terminar lo que quiero decir! –dijo Yuka a Eri–. No soy cruel, yo también tengo corazón –levantó un dedo cuando Eri iba a decir un comentario sarcástico–. Y no hablo del precioso jefe de personal –Eri cerró la boca y puso los ojos en blanco–. Quiero dar una propuesta, ¿ok?
–¿Una propuesta indecente, Yuka? –comentó Ayumi mientras se llevaba una taza de té a la boca. Yuka alzó una ceja y soltó una carcajada.
–Me conoces muy bien, amiga, pero no es el caso.
Kagome se acercó a la mesa de Yuka y tomó asiento, Sango se colocó detrás de ella.
–¿A qué propuesta te refieres? –dudó en preguntar, por la fama de Yuka. La aludida tomó un sorbo de su té y se aclaró la garganta.
–¿Y si haces una subasta de gente?
Pasó un minuto, en las que nadie decía nada. Hasta que Yuka miró a todas y frunció el ceño.
–¿Qué?
–¡Yuka! –dijeron sus amigas al unísono. Sango soltó un sonido de frustración.
–Es un momento muy duro para Kagome, hemos visto lo mucho que se esfuerza en el trabajo, y ahora está pasando por esto… –regañó Ayumi, la más sensata.
–Y tu sales con tus tontas bromas –completó Eri.
–Ya casi acaba la hora del almuerzo, vamos, Kagome –Sango posó su mano en el hombro de su amiga.
Kagome se levantó dispuesta a irse. No estaba de ánimo para esas bromas, tenía mucho en que pensar, no tenía el tiempo suficiente como para perderlo con esas bromas de mal gusto.
–¡Espera, Kagome! –dijo Yuka mientras la tomaba del brazo y la hacía sentarse–. Lo que dije se escuchó mal... Me refería a una subasta de caridad, aquí en el auditorio de la empresa. Y también podríamos ofrecer servicios de otras cosas…
–¡Yuka! –reprendió de nuevo la más sensata del grupo, Eri y Sango elevaron los ojos al cielo.
Yuka se aclaró la garganta antes de continuar.
–No me refería a eso –aunque todas sabían que si había insinuado otras cosas–. Quise decir, que nosotras podemos ayudarte… Yo misma me ofrezco a hacerlo. Nos podríamos ofrecer a limpiar las casas, podar el césped o algo así. Y podríamos aprovechar para subastar objetos valiosos que donen los empleados de la empresa…
–No olvides que hay muchos ejecutivos que les serviría la caridad para dar una buena imagen, sobre todo ante los periódicos amarillistas –añadió Eri.
–Este sería como un pez gordo para ellos, ¡tienes razón! –concluyó Ayumi–. Si es para tareas simples, yo me anoto a ayudarte.
–Incluso yo –comentó Eri levantando ambos pulgares.
–Perdona si al principio se escuchó mal – se disculpó Yuka.
Kagome se cruzó de brazos y llevó su pulgar a los labios, estaba procesando lo que acababa de oír. La mayoría de la empresa actuaba como una familia, se apoyaban cuando alguien necesitaba ayuda. ¿Cómo no se le ocurrió antes? Era buena idea. Muchos sabían que ayudaba en el orfanato, hasta había mujeres que le daban la ropa que ya no usaban sus hijos para llevar a los niños. Si les pedía ayuda, probablemente accederían. Sonaba bien, sonrió y abrazó a Yuka emocionada.
–¡Es una excelente idea!
Giró dispuesta a abrazar a Sango por la emoción, su amiga la miró un poco preocupada, entonces cayó en cuenta de un grandísimo problema. Convencer al jefe… entonces recordó los problemas que había tenido con Inuyasha Taisho, el jefe.
Todo mundo sabía que cada asunto social se tenía que hablar con Inuyasha, y él decidía si aprobar o no; así lo había indicado cuando subió al poder. Cada obra de caridad hecha por la empresa había pasado por sus manos. Y por lo que sabía, daba la impresión de ser un buen samaritano, porque nunca decía que no. A menos que fuera un fraude, por eso investigaba antes de aprobar.
Debía hablar con el jefe y hacer que aceptara la idea. Y ella no tenía buen historial con el jefe. De haber sabido que Sesshomaru Taisho cedería esa empresa a su hermano por decisión propia, habría pensado mejor antes de pedir trabajo en ese lugar. Justo cuando cumplió cinco años trabajando en la empresa, se hizo el cambio de jefe. Tuvo muchas ganas de renunciar, pero se contuvo. Sufrió mucho antes de conseguir ese empleo. En otros trabajos le pedían mucha experiencia, cosa que no poseía. Su última opción fué Taisho Corp., ¿cuál fué su sorpresa? Al instante la contrataron.
No podía renunciar, tenía muchas ventajas en esa empresa. No había otro empleo que le pagara y cumpliera las leyes laborales, no podía renunciar. Desde que Inuyasha entró como jefe, se las ingenió para nunca pasar a su oficina o tener que pedirle algo. Se había prometido no pedirle ningún centavo, y su esfuerzo había rendido frutos… ¿Qué haría ahora?
–Cuando tengas luz verde del jefe, nosotras te ayudaremos –comentó Yuka. Le dio unas palmadas en la espalda y continuó tomando su almuerzo.
–Claro, gracias –les dijo antes de alejarse, Sango la siguió.
–¿Y bien? –su amiga la hizo detenerse frente a los sanitarios del comedor.
Kagome se mordió el pulgar otra vez y soltó un suspiro de frustración.
–No sé, Sango.
–Estás en un gran dilema, amiga –se sobó las sienes.
Kagome había logrado evitar a Inuyasha durante años, y se había jurado no pedirle nada nunca. Sango había sido testigo de ese juramento. Y ahora tenía que lidiar con él, o todo el orfanato iría a la calle. ¿Qué debía hacer?
Por un momento, miró a Sango con ojos de súplica, ella negó rotundamente con la cabeza y ambas manos.
–Que ni se te ocurra, tú bien sabes que me he guardado muchos comentarios que decirle a ese hombre. Te quiero mucho amiga, y por eso mismo no quiero cruzar palabra con él y decirle hasta de lo que se va a morir. Podría ser el fin de tu trabajo.
Kagome suspiró derrotada. Sango poseía una lengua afilada, y hablar con Inuyasha las dejaría en la calle. Tenía razón, ella no era opción. ¿Quién podría ayudarla?
*
Si querían convencerlo, mandar a Sango era pésima idea. Poseía un carácter fuerte, y tenía mucho que decirle sobre lo que ocurrió con ella. Sango era la única que sabía lo que había ocurrido con el jefe en su totalidad. Y tenía muchas cosas que decirle, palabras que podrían dejarlas en la calle. Y en ese momento su empleo era su única fuente de ingresos.
–No te aseguro nada, Kagome, pero haré lo que pueda –susurró Ayame antes de entrar a la oficina.
Definitivamente, Ayame tenía que convencer a Inuyasha. Había convencido a Ayame de ir con el jefe y contarle de la subasta. Ayame sabía sobre su pasado, así que había aceptado. Sabía sobre su historia, aunque había detalles que nadie, salvo Sango, Inuyasha y ella, conocían. Sólo estaba enterada de lo necesario… Y también de su secreto. Su secreto era otra razón por la que había evitado a Inuyasha tantos años. Un secreto que la llevaría a la ruina si era descubierto.
Suspiró y estrujó el pequeño relicario que colgaba de su cuello.
Y ahí estaba ahora, fuera de la oficina del jefe, mordiéndose las uñas y escuchando sus pisadas de un lado al otro. La secretaria alzaba la vista desde su escritorio de vez en cuando, poniendo los ojos en blanco por el ruido y volviendo a su deber.
Sharon, la secretaria rubia de ojos azules, era una de tantas secretarías que habían pasado por esa oficina. Y al igual que todas, sus intenciones de conquistar al joven jefe eran notorias. Lucía ropa ajustada, faldas que apenas tapaban su trasero y escotes descarados. Ninguna tardaba más de unas cuantas semanas, pues el jefe se daba cuenta de sus intenciones. No, no las corría, ellas renunciaban. En alguna ocasión tuvo que llevar unos papeles a la secretaria del jefe, gracias a que Sango había enfermado, y fué testigo de cómo una de ellas renunció.
.
Salió del ascensor y camino el pasillo hasta llegar a la puerta de una oficina. La secretaria gruñona no estaba. Frunció el ceño y apretó los labios. Era extraño que la pelirroja no estuviera en el lugar de siempre, no sé despegaba de ahí ni aunque se estuviera muriendo de hambre. El jefe pedía que su almuerzo fuera llevado a su oficina todos los días, así que la secretaria nunca se iba del lugar, estaba pegada a él como un chicle la mayor parte. No había duda que era una de tantas que quería ser la futura "señora Taisho"…
Soltó un sonido de frustración, al sentir un piquete en su pecho. Odiaba esa sensación. Habían pasado años, pero aún sentía ese pequeño picor en el corazón ante tal pensamiento…
Sacudió su cabeza, debía irse rápido, o tendría mala suerte y lo vería. Iba a acercarse para dejar los papeles en el escritorio e irse lo más rápido posible. Pero cuál fué su sorpresa al ser testigo de cómo la puerta de la oficina fué abierta con brusquedad, y como una pelirroja de ojos verdes salía acomodándose la ropa. Kagome se alejó unos pasos con los papeles en sus manos.
–¡Desgraciado, hijo de perra! –le gritó–. ¡Sólo tiene las pelotas de adorno!
La pelirroja se acercó a su silla y comenzó a recoger sus cosas con rapidez. De los cajones sacó unos cosméticos y los arrojó a su bolsa de mano con brusquedad
–Desgraciado… Nada mas me hizo perder el tiempo… –susurraba–. ¿"Galán libertino"? Más bien,"Galán impotente" –se rió con sorna por tal comentario–. Es la última vez que creo en los rumores…
Y como si se diera cuenta de su existencia; se detuvo y giró a verla. Los ojos verdes lanzaban chispas de fuego. La vió acercarse en grandes zancadas hasta donde estaba.
–¡Tú! –la señaló con un dedo–. Si dices una palabra de lo que acabas de ver… me las vas a pagar –la empujó con fuerza y casi cae al piso, pero logró sostenerse de la pared–. Nadie me rechaza… ¡Nadie! –la iba a volver a empujar.
–Señorita Debbie –la voz del jefe hizo que la pelirroja se detuviera y girara al instante.
Kagome se enderezó y se pegó los papeles a la nariz, contuvo el aliento y se mordió el labio con nerviosismo. El jefe sonaba molesto y tranquilo al mismo tiempo. Cuando la secretaria se apartó, pudo ver a Inuyasha perfectamente. Estaba recargado en la puerta con los brazos cruzados. Su bien cuidado traje estaba arrugado, su camisa estaba desabotonada hasta la mitad y tenía manchas de labial en el cuello de la misma. Era el mismo tono rojo que tenían los labios de Debbie.
Miró a la furiosa secretaria, y entonces todo tuvo sentido. Se había pasado de lista con el jefe y había sido rechazada, como las secretarías anteriores. Había oído rumores, pero ahora estaba siendo testigo.
–Le voy a pedir que antes de que se retire, le pida una disculpa a la señorita Higurashi –su voz sonaba calmada. Pero ella sabía que estaba furioso por dentro, lo conocía.
–¡Usted no me da órdenes! –soltó una carcajada y se cruzó de brazos–. ¿Acaso es mi jefe? Renuncié en su oficina, por si no le quedaba claro. Se va a acordar de mí… ¡Se lo juro!
–Y recuerde que tengo vídeos de seguridad que tal vez a sus próximos jefes les interese –la pelirroja iba a decirle algo, pero se detuvo–. Un currículum impresionante, pero pésima ética profesional…
La pelirroja azotó el pie en el piso, y soltó un sonido de frustración. Kagome sonrió en su interior, al fin habían puesto en su lugar a la secretaria gruñona y presumida.
–¿Vuelvo a repetir lo que le pedí? Un "Discúlpeme, señorita", no estaría nada mal.
La pelirroja giró a verla. Kagome tragó saliva y borró la sonrisa que obviamente ella no veía. En ese momento sentía que podría adivinar que había sonreído, pues la mujer quería asesinarla en ese lugar.
–Disculpe, señorita –susurró con los dientes apretados y la pasó de lado.
Kagome la miró hasta que desapareció por el pasillo.
¿Así era el final de cada secretaria que había pasado por ese empleo?
–¿Se encuentra bien?–esa voz hizo que recordara dónde estaba.
Sólo pudo asentir con lentitud. Giró hacia la oficina, Inuyasha estaba dándole la espalda mientras se abotonaba la camisa. Agradeció mentalmente, no quería verlo a la cara. Miró los papeles en sus manos y se acercó al escritorio de la secretaría despechada. Dejó los papeles e intentó irse lo más rápido posible.
–Yo… –la voz de Inuyasha la detuvo, era el jefe después de todo.
–¿Si, señor? –susurró, se mordió el pulgar al instante. Estaba nerviosa.
–No quise… ceder. Y se lo tomó personal.
Inuyasha Taisho se estaba disculpando por lo que acababa de ver. Intentó ignorar el alivio que sintió tras esas palabras. ¿Acaso..?
–Le agradeceré que nadie sepa sobre está escena.
Le sorprendía que le pidiera aquello, ella no era capaz de andar divulgando tal chisme. Era una empleada de confianza. Claro, que iban a pensar los empleados si se entraban. Eso le preocupaba, no lo que sintiera ella.
"¿Qué otra razón querías?". Pensó.
Se aclaró la garganta y se enderezó.
–Ok.
Se alejó rogando porque el ascensor no tardara en subir al piso por ella.
.
Había sido la primera vez que cruzó una palabra con él. Después de eso, jamás quiso volver a su oficina y presenciar otra escenita como esa. Las secretarías del jefe siempre tenían la misma pinta. Modelos despampanantes, con excelente currículum y pésima ética profesional… Obviamente todas conseguían el empleo debido al encargado del personal. Ojalá fuese despedido, eso era abusar del poder.
–¿Puede sentarse hasta que salga su amiguita? –la voz de la secretaría sonó molesta–. Va a hacer un hoyo en el piso si sigue de aquí para allá, señorita Kagome.
Kagome dejó de morder su pulgar y miró su reloj de muñeca. Habían pasado ya unos minutos, Ayame no salía. Se sentó en el sillón del pasillo, no quería pelear con esa rubia.
Miró nuevamente su reloj. ¿Ayame podría convencer a Inuyasha? La salvación del orfanato estaba en las manos de él. No podía evitar sentirse nerviosa, esperaba que él siguiera siendo el mismo de antes... O al menos como lo fue con ella en el pasado, antes de lo que sucedió.
Kagome lo recordaba amable, comprensivo, algo fanfarrón pero bondadoso... Pero de eso habían pasado diez largos años. Por lo que había escuchado, se había vuelto frío y distante, algo que ella nunca vió en él. Kagome recordaba que él era muy sociable, nunca estaba sólo. Pero ahora permanecía encerrado en su oficina, sólo salía cuando había juntas importantes, el tiempo restante no lo hacía. Hasta recibía la visita de su mejor amigo en esa oficina.
¿Qué había causado ese cambio repentino?
Pasó de ser alegre, sociable y extrovertido; a alguien serio, frío y calmado. Cuando leía de él en los periódicos, sentía que se trataba de alguien a quien ella no conocía. Tal parece que la persona de la que se había enamorado, fué reemplazada por un extraño...
¿Y si ella había sido la causante de tal cambio?
"No", pensó y se mordió el pulgar inconscientemente.
Él había tenido parejas después de ella, según leyó. Modelos, mujeres ricas, incluso una cantante y una actriz. Las revistas y periódicos hablaron muchas veces de Inuyasha, de las veces que era visto en público con alguna mujer. Había evidencia fotográfica; e incluso hubo títulos como "¿Posible romance?", "¿Campanas de boda?", "¿Al fin el corazón de Inuyasha Taisho tiene dueña?"...
La gente se dividía entre que era verdad y mentira. Ella se inclinaba más a que era cierto. Porque en ningún momento Inuyasha declaró que eran mentira.
Tal vez alguna de ellas había caído muy hondo en él... Incluso a donde ella nunca había llegado. Habían pasado años, tal vez ya la había superado. Ya había pasado una década desde lo suyo…
Desde aquel día.
Tal vez él ya no sentía el mismo dolor que ella al oír su nombre... Tal vez estaba tranquilo cuando alguien la mencionaba. O tal vez, solo tal vez, sentía una pequeña incomodidad. Pero eso era normal, habían sido "algo".
Por desgracia, ella no, ella seguía viviendo en el pasado. Lo recordaba siempre, deseaba tanto olvidarse de él; pero eso sería imposible. Su recuerdo estaría en su vida para siempre. Ni siquiera podía pronunciarlo en su mente sin que le punzara el corazón...
"Deja de pensar eso". Dijo su voz interna y ella se obligó a obedecer. Estaba harta de pensar en Inuyasha… pero siempre pensaba en él. Su secreto revivía el recuerdo de Inuyasha.
Miró nuevamente su reloj de muñeca y suspiró, ¿es que apenas habían pasado dos minutos desde la última vez que consultó la hora? Se le habían hecho eternos. La puerta se abrió lentamente y una Ayame triste salió de ahí. Kagome corrió de inmediato a ella y la tomó de las manos.
–¿Y bien? –sentía el corazón latir muy rápido.
Ayame suspiró y la miró con lástima.
–Lo lamento...
Kagome cayó de rodillas y sintió cómo su corazón se estrujaba. Sentía que su última oportunidad de salvar el orfanato se le iba de las manos. Inuyasha sabía que ese lugar era muy especial para ella, ¿sería por eso que no había accedido?
–Lamento... que vamos a tener más trabajo que de costumbre, porque tenemos una subasta de caridad que organizar –dijo mientras la tomaba de los hombros y la hacía mirarla. La cara de Ayame cambió a una llena de felicidad.
Kagome procesó sus palabras sin poder creerlo y sintió como un peso desaparecía. Pudo respirar tranquila, y en su mente le agradeció a Inuyasha de todo corazón.
–¡Te voy a asesinar! –se levantó y la abrazó fuertemente.
En ese momento, la puerta de la oficina fué abierta, y vió como éste salía con el móvil pegado a la oreja. Cuando alzó la vista y la miró, se detuvo con la mano puesta en el pomo de la puerta. Kagome sintió una presión en el pecho cuando sus ojos chocaron con los dorados orbes de Inuyasha. Una mezcla de sensaciones la inundaron, se sentía agradecida, se sentía alegre, pero también se sentía frustrada por no poder agradecerle. Porque no era tan valiente para poder tenerlo frente a frente. Si no pudo hace diez años, después de "ese" suceso, no podía hacerlo ahora.
Tragó saliva tratando de calmar su acelerado corazón. No era fácil pensar en él, mucho menos tenerlo tan cerca…
Lo vio mover su manzana de Adán, darse la vuelta y volver a su oficina. Le agradeció en silencio.
Kagome sintió alivio al verlo irse. Era difícil tenerlo cerca. Aún no podía olvidarlo, sentía que su corazón se aceleraba por él. Pero no debía, no podía sentir aquello. ¿Cuándo entendería su corazón que lo correcto era olvidarse de él? Su conciencia le decía que era lo correcto, pero su memoria la torturaba con los recuerdos. Su corazón lo quería, lo anhelaba… y rogaba que debía perdonarlo. Pero eso no pasaría.
Lo quería, pero no podía perdonarlo. Había roto una parte de ella… que difícil era aquella situación.
Continuará…
Lo dejé hasta aquí, porque sentí que iba quedando muy largo…
Por cierto tengo la precuela de esta historia, sería un one-shot, pero no he decidido si publicarlo ya, o más adelante. ¿Qué opinan?
Otra razón por la que no publicaré tan puntualmente es por lo que he estado pasando. Este fin de semana planeaba publicar este capítulo, pero no pude. Tuve ataques de ansiedad, la mayor parte me la pasé acostada y lamentándome. Se vienen fechas nostálgicas acá en mi país, (México): El día de muertos.
Quien haya pasado por una pérdida muy fuerte, sabe cómo se sienten estos días. En mi caso, falleció la persona que más he amado en el mundo, fué en febrero de este año. Tal vez les platique más adelante sobre esto, pero por ahora, no puedo.
Gracias a kittytaisho.15 por sus palabras de apoyo y comprensión, un abrazo desde México hasta Colombia (emoji corazón). También mil gracias por seguir la historia :D
Nos seguimos leyendo en otra historia (emoji de beso).
¡Sayonara!
