17 "A(h, )mar"
Con la brisa – Foudeqush, Ludwig Göransson
El ascenso del Averno supuso una penitencia interminable para el grupo de nórdicos. Parecía, de hecho, la última prueba de todas, como si el Inframundo deseara retener a los visitantes en sus fauces un poco más. Fue tedioso y tortuoso avanzar gruta arriba, pero los llevaría hasta Caronte, el barquero de aquel reino, por lo que tendrían que continuar para asegurarse el regreso seguro a la superficie de la Tierra. Reunirse con el siervo de Hades supuso un alivio para todos, solo que, esta vez, Thor ya no bromeó más con él, falto de humor para conversaciones pueriles. Sin pronunciar palabra, fueron transportados de vuelta a la serenidad del Mar Egeo. La transición fue abrupta. Cuando el sol mediterráneo los recibió con su resplandor dorado, ya no había rastro ni de la oscuridad, ni del siniestro batelero. La inmensidad turquesa del mar se desplegaba ahora ante ellos.
Sigyn se reclinó en el borde de la nueva embarcación, con los ojos entrecerrados por lo maravilloso del entorno. Tenía la mano sumergida en el agua tibia, que corría entre sus dedos como una caricia aterciopelada. Los delfines, con su naturaleza juguetona, se precipitaban en zigzag hacia la orilla debajo de la barca. Era un espectáculo de alegría que contradecía todo lo que ya habían dejado atrás. Pero Loki apenas mostró interés en aquellos seres acuáticos tan fascinantes. En cambio, observaba a la diosa, reflexionando sobre el amor que sentía por ella. Llegó a la conclusión de que se trataba de un sentimiento basado tanto en el insoportable deseo de protegerla, como en el terror de perderla para siempre. En ese momento, con el vaivén de las olas, le resultaba imposible entender cómo su afecto por Sigyn se expandía tan imparable día a día.
Cuando la barca tocó la orilla, las risas y charlas de camaradería reflejaban una aparente normalidad. Pero el ambiente desenfadado no duró apenas un segundo, pues una sombra ágil e inesperada irrumpió en la burbuja de tranquilidad que los envolvía y embistió a Thor con una fuerza devastadora. Tal fue la magnitud del placaje, que el Dios del Trueno fue arrastrado un par de cientos de metros por la arena, hacia plena zona turística. Así, la calma volvió a romperse. Los humanos que se relajaban en un chiringuito del lugar fueron sorprendidos, una vez más, por la presencia de seres muy superiores a ellos. Unos huían despavoridos, trastabillando de la impresión y dejando atrás todos sus objetos personales. Otros tomaban una distancia prudente, pero seguían observando la escena a pesar del peligro. Muchos mortales de este último grupo, enseguida, alzaron sus dispositivos móviles y comenzaron a grabarlos en retransmisiones en directo y vídeos que correrían como la pólvora en los servicios de mensajería instantánea.
El choque fue tan abrupto que los amigos de Thor se sintieron momentáneamente aturdidos. La arena voló en todas las direcciones posibles y el estruendo de los cuerpos al impactar hizo temblar al propio suelo. En medio de la confusión, solo Sif y Valkiria parecieron reaccionar con la velocidad necesaria para seguir la marca de destrucción y socorrer a Thor, cuyos gruñidos se mezclaban con el crujiente sonido de los despiadados puñetazos que recibía. La mujer que atacaba al Dios del Trueno tenía una belleza feroz, casi tan fiera como su cuerpo musculado. A pesar de su nariz pequeña, le resplandecía la piel bajo el dorado del sol. Además, sus ojos eran muy azules, tan azules como el mar que seguía susurrándoles hermosas nanas en el oído. Su media melena castaña, una cascada de ondas avellanas, se movía en desorden alrededor de su rostro, consecuencia de la intensidad de la lucha. La letalidad que emanaba de su figura era, simple y llanamente, incongruente con su apariencia.
Aunque tardaron en reaccionar, cuando Sigyn se acercó al altercado en curso, sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral por la identidad de la atacante.
—Es Atenea —le confirmó a Loki, de forma trémula—. Fíjate en los grabados de sus brazales. Son los dibujos de un olivo, el árbol sagrado de Atenas. Este es su territorio. Estamos en la Ática Oriental, a escasos cuarenta kilómetros de la capital.
Atenea vestía un atuendo digno de su estatus, una armadura que combinaba el estatus de los divinos con la funcionalidad del combate. Bajo la coraza, lucía un vestido de lino color crema que caía hasta sus muslos, dividido en el centro para permitir la máxima movilidad. Llevaba sandalias de cuero, cuyas correas se entrelazaban en espiral hasta la mitad de sus pantorrillas; ello aseguraba una postura siempre firme, así como el equilibrio perfecto.
—La contrincante a la que más temíamos enfrentarnos —agregó Loki, sintiendo el miedo de Sigyn como suyo. Le agarrotaba los pulmones.
Ella había dejado bien claro desde un principio el desafío que supondría tener a Atenea como enemiga. Por algo sería. Ahora, viendo la innegable ventaja de la mujer frente a la de Thor, Loki entendió lo razonable de ese temor.
Thor, aunque oponía una digna resistencia, parecía estar teniendo obvias dificultades para superar a la griega. Cada golpe que Atenea descargaba sobre el Dios del Trueno era certero, lo hacía tambalearse y retroceder. Su hermano, aunque más corpulento, apenas podría resistir mucho más. La arena bajo sus pies se deslizaba mientras intentaba defenderse, pero la agilidad de Atenea siempre perseveraba. Sin previo aviso, la griega invocó una de sus lanzas, cuyo filo dorado resplandecía con la promesa de una muerte lenta y dolorosa. La hundió en la cintura del dios, provocándole un alarido de dolor que se hizo eco en la cala. La sangre brotó enseguida y tiñó la arena de rojo.
Pese a todo, Thor no cedió. Se movía más lentamente, pero aún conservaban la fuerza del trueno. Con un esfuerzo titánico, levantó Rompetormentas y lo lanzó hacia Atenea. Pudo haber funcionado si la diosa no hubiera tenido unos reflejos casi imposibles, claro. Hábilmente, lo esquivó y le asestó a Thor el golpe definitivo. La situación era tan crítica, que Sif y Valkiria apenas alcanzaron a intervenir antes de que el Dios del Trueno sucumbiera por completo. La griega estaba allí para darles una lección y no se detendría hasta que quedase claro que habían sido unos necios al desafiar a su rey, el Señor del Olimpo. Su padre, Zeus.
Las guerreras, con la urgencia de salvar a Thor, se lanzaron desde los laterales en un intento de subyugar a Atenea. Se sincronizaron de forma perfecta, atacando para acorralar a la griega, pero esta invocó dos nuevas lanzas y esquivó con destreza cada ataque, con impresionante fluidez. El sonido del acero provocaba un alboroto metálico inquietante, un chirrido agudo increíblemente molesto provocado por el deslizamiento de las armas las unas contra las otras. Cortaba la calma de la playa y producía chispas por la fricción entre los filos. Fácilmente, Sif fue desarmada y cayó trastabillando en la arena. Los mortales seguían observando la zozobra de la batalla con ese morbo e imprudencia que caracterizaba a su especie. Como Zeus, Atenea disfrutó del público improvisado, pensando que ya era hora de que los humanos volvieran a venerarlos y a temerlos como lo habían hecho tiempo atrás sus antepasados.
—Mantente al margen si no quieres perder el único brazo que te queda —amenazó esta mientras señalaba a Sif con el dedo.
Su amenaza dejaba claro que el combate no sería una contienda justa. Antes de que la asgardiana pudiera reaccionar, Atenea le clavó su propia arma en el muslo, arrancando a los humanos chillidos ahogados del estupor y de lo grotesco de la violencia. Valkiria, por su parte, se abalanzó sobre Atenea de forma desesperada, pero esta volvió a vencer con una habilidad sobrehumana para la lucha. En el desarme, se había hecho con el mandoble de dragón de Valkiria y, ahora, lo observaba con fascinación.
—Bonito ejemplar. De un material y precio incalculable, ¿verdad? —bromeó Atenea antes de clavárselo a su dueña en la cadera. Val también cayó, incapacitada y retorciéndose de dolor, al igual que su compañera.
Thor, malherido y magullado, luchaba por mantenerse en pie. Con un último esfuerzo, llamó a Rompetormentas y el arma respondió, volando de regreso a su mano. Jadeante y gruñendo con desesperación, trató de recuperar el aliento.
—¿Qué diosa eres tú?
—¿A ti qué te parece, guapo? —respondió Atenea, tan cortante como la espada que empuñaba.
Los cuerpos de Sif y Valkiria, caídos, pero no derrotados, yacían en el suelo. Respecto al Dios del Trueno, parecía que fuera a acompañarlas pronto y suplicaba en silencio a su hermano que no atacase. Loki tenía una habilidad innata para la negociación, ¿verdad? Puede que en aquellos momentos les viniera tan bien como les había venido con Hades. Pero Loki, ni siquiera planteándose llegar a un acuerdo con alguien que no deseaba hacerlo, se limitó a observar la escena de forma gélida y calculada.
—El hermano cauteloso, y el temerario. Los humanos pensarían que Thor es el prudente, y Loki el imprudente. Pero todos sabemos que es al revés, ¿no es así, hijos de Odín? ¿Quién de vosotros atacó a mi padre, al fin y al cabo? —inquirió Atenea, advirtiendo el intercambio de miradas entre los príncipes asgardianos. Los señaló respectivamente mientras hablaba, conteniendo a duras penas una carcajada arrogante.
Loki sonrió, una sonrisa burlona y maquiavélica que denotaba puro desprecio. Sus ojos brillaban con una luz peligrosa mientras invocaba sus dagas, que aparecieron en sus manos como si siempre hubieran estado ahí.
—Vuestro ego es tan grande, que resulta agotador hasta para alguien como yo —respondió con voz rasposa, esa voz que afloraba en los momentos más críticos y de mayor intensidad emocional.
Atenea reconoció al instante la provocación, y sus ojos se estrecharon levemente. No era la primera vez que se enfrentaba a un ser poderoso, y lo consideró otra distracción que debía eliminar. Con un suspiro de exasperación y los ojos en blanco, se aferró a su espada y adoptó una postura de ataque, lista para el enfrentamiento. Mientras tanto, Sigyn, a pocos metros de la escena, observaba con el corazón en un puño. Su instinto la empujaba a intervenir, a proteger a Loki de lo que parecía ser una batalla desigual, pero algo la mantenía en su lugar. El brazo extendido de Loki, sugiriendo que él se encargaría, no hizo más que intensificar su indecisión.
Atenea dio un paso adelante, sus ojos fijos en Loki.
—Dicen que eres el dios más poderoso del universo. Por las Moiras, dicen que eres lo más brillante de todos los multiversos. A ver si es verdad que eres tan colosal como un titán. Tengo experiencia en exterminarlos.
Sin darle tiempo a responder, la griega se lanzó al ataque. Las dagas de Loki se encontraron con su espada en una danza mortal y divina donde prevaleció la destreza marcial de Atenea. Cada uno de los movimientos de Loki estaba meticulosamente calculado, pero ella anticipaba y neutralizaba todos ellos con una facilidad alarmante. Desafortunadamente, la ventaja no tardó en inclinarse hacia la mujer. Cada vez que Loki intentaba una nueva táctica, Atenea la desmantelaba con asombrosa eficiencia. Pronto, las dagas cayeron de sus manos y el dios comenzó a tambalearse. Con la respiración entrecortada y la visión nublada, comenzó a divagar. Sus pensamientos se volvieron confusos y, por primera vez en eones, se permitió pensar que aquel podría ser su final.
Entonces, justo cuando el oscuro velo de la inconsciencia estaba a punto de cubrirlo otra vez, esta vez por completo, una brisa de alivio, suave y familiar, lo salvó. De repente, se sintió liberado de la muerte inminente. Sigyn se había precipitado hacia él y, con un placaje inesperadamente efectivo, había apartado a Atenea de su camino. A diferencia de Thor, la asgardiana no podía volar, pero la concentración de su mente, así como sus poderes telequinéticos, hizo que las dos salieran disparadas a una zona mucho más salvaje y desierta de la playa, lejos de las miradas curiosas de locales y turistas. Atrás dejó a todos sus amigos malheridos, que se esforzaban ya por reincorporarse, incluso a pesar del dolor de Sif y Valkiria al desclavar las espadas de sus cuerpos.
Loki cerró los ojos unos instantes, agradeciendo el descanso. Apenas pudo registrar lo que estaba ocurriendo, pero algo en la expresión de Sigyn le había impactado profundamente. Su mirada, normalmente llena de dulzura y compasión, reflejaba ahora una crueldad que nunca había visto en ella. El tipo de inhumanidad que antaño observaba en sí mismo cuando se miraba en el espejo. Era la apariencia de alguien que ha cruzado un umbral, que ha dejado atrás toda prudencia y recato por lo moral.
Sigyn se había mostrado lista y dispuesta a proteger a su prometido y llegar hasta donde fuera necesario. No era solo el instinto de supervivencia lo que la movía ahora, sino el deseo ardiente de la venganza. Algo así como le había sucedido a Loki en su aventura al Bosque del Ocaso. Atenea, con una frialdad casi indiferente, había observado el cambio en la mujer frente a ella, consciente de que no sería fácil doblegarla, pero segura de que lo haría, como había hecho con todos los demás.
La batalla que siguió en la privacidad de la naturaleza fue más feroz que la anterior, solo que comenzó con un hostil intercambio de palabras.
—No os dais por vencidos, ¿eh? —Atenea se rio con socarronería—. Debo reconocer que esa resiliencia es una cualidad loable en vosotros, los nórdicos. Pero vuestra valentía roza lo ridículo. Y tú, asgardiana, siendo la última en pie, eres estúpida al pensar que serás quien me venza, si el más poderoso de vosotros no ha podido derrotarme. Deberías haber huido.
Sigyn le mantuvo esa mirada tan fiera y no titubeó en su respuesta.
—No me criaron para huir de los problemas, sino para ponerles solución efectiva.
Atenea arqueó una ceja, impresionada, pero no dispuesta a mostrar debilidad.
—Te criaron bien, entonces, aunque tuvieron que enseñarte que, a veces, la retirada es la solución más efectiva.
Sigyn apretó las hoces entre sus manos, con la rabia todavía ardiendo en su pecho. Recordó a Loki tendido en la arena y no pudo evitar tensar la mandíbula.
—Una lección que mi padre también me inculcó, pero se trata de mi prometido. No odies a la leona que intenta defender a su manada.
Atenea soltó una carcajada breve y sarcástica, claramente entretenida por la confesión.
—¿Loki es tu prometido? Aún me cuesta creer que sea el Dios del Multiverso. ¿Y quién eres tú exactamente, más que la mujer de un hombre, asgardiana? Tengo al Dios del Trueno, a una víctima de guerra, a una amazona, pero tú pareces no ser nadie más que el llavero de otro.
—Soy Sigyn, hija de Tyr —la mención del nombre hizo que la sonrisa de Atenea se desvaneciera un poco, reconociendo finalmente la gravedad de la situación. Con todo, no se dejó intimidar.
—Ah, sí. El dios asgardiano de la guerra... He oído historias de tu padre. Siempre lo he admirado. Es un honor, pero tu asociación con él por sí sola no será suficiente para vencerme.
Con las palabras de Atenea aún resonando en el aire, la tensión se condensó, preparado para el estallido en una disputa que sería muy desagradable. Sigyn empuñaba sus hoces y tenía a su disposición un mandoble envainado en la espalda, así como la guadaña que tanto le gustaba. Llevaba armas de más porque en el Ragnarök había aprendido que era fácil perderlas en el fervor de la pelea. Atacó con una furia descontrolada, moviéndolas con una fluidez casi coreográfica mientras Eivor volaba en círculos sobre ellas. Con una de las hoces, atacaba con cortes ascendentes y descendentes. La otra la movía en un ritmo sincronizado, curvado, que interceptaba los contraataques.
Atenea bloqueó solo algunas de las arremetidas de Sigyn y, por primera vez, comenzó a ser la que recibía. Con todo, no se quedaba del todo atrás. La asgardiana sentía el ardor del dolor, pero la armadura de Khonshu se aseguraba de mitigarlo y de regenerar toda contusión, todo corte. A pesar de sufrir heridas igual de graves que las que habían abatido a sus compañeros, se mantuvo en pie gracias al obsequio del dios egipcio. Atenea llegó a atravesarle el pecho con una lanza, pero la hija de Tyr siguió luchando de manera que esta no había anticipado.
Finalmente, tras un intercambio brutal, Sigyn logró asestar un golpe crítico y lanzarla disparada contra las rocas. Los huesos de Atenea se resintieron y, aunque luchaba por reincorporarse, enseguida volvió a caer en la misma postura. Ahora, Sigyn se acercaba a ella lentamente, con una sonrisa disfrutona que pecaba de arrogancia. Dejó caer las hoces al suelo y desenvainó su mandoble. Todavía tenía una lanza atravesándole el pecho. Aunque había logrado romperla lo suficiente como para mantenerse estable en el duelo, no había encontrado ocasión para extraerla hasta entonces.
A su izquierda, Loki, Thor, Sif y Valkiria se detenían, agradeciendo que uno de ellos hubiera logrado subyugar a su atacante. Thor pensaba que todo acabaría con una advertencia y con Atenea retirándose como perro apaleado al Olimpo. Entonces, revelaría a los suyos lo recios que eran los nórdicos, y la moral de los griegos se vería comprometida. A veces, aquello podía suponer la diferencia entre la victoria y la derrota. Sif y Valkiria, sorprendidas por la valentía de su amiga, y conociendo bien su carácter honrado, pensaron que esta mostraría piedad. Ella, siempre tan íntegra y recta, era capaz de perdonar los más infames actos, incluso aquellos perpetuados contra su propia persona. Así era su filosofía de vida. Sigyn creía que la justicia nunca era castigo de nada.
Loki fue el único que se percató de sus perturbadoras intenciones. La mirada en los ojos de su prometida denotaba un intenso egoísmo y una frialdad implacable, lo que en el pasado le habría colmado de un macabro orgullo. Sin embargo, ahora, esa misma mirada le preocupaba enormemente. Había sido un asesino, y aunque la oscuridad no le era ajena, la idea de que Sigyn se viera corrompida de la misma manera que él le resultaba profundamente inquietante. No deseaba eso para ella.
Sigyn se deleitó en la imagen de Atenea caminando a gatas hacia ella, como buscando las pocas fuerzas que le quedaban para reincorporarse y seguir luchando. Mientras colocaba el pie sobre el hombro de Atenea, esta otra intentaba recuperar la fuerza para continuar la lucha, pero era evidente que sus energías se habían agotado. Con desprecio, Sigyn volvió a tirarla al suelo, como si fuera poco más que un desecho. Loki, viendo el desastre inminente, se acercaba apresurado, temeroso de la dirección en la que su prometida se dirigía.
Sigyn, con una determinación feroz, se acuclilló frente a Atenea y, agarrándola del cabello, la obligó a alzar la cabeza. La diosa griega, a pesar de su resistencia, no podía evitar mirar a quien estaba a punto de convertirse en su verdugo. La aceptación comenzó a reflejarse en sus ojos, que brillaban con una comprensión demoledora.
—Sé que no soy nadie para ti —susurró la asgardiana ante lo doloroso de haber sido infravalorada toda su vida—. Sé que no soy Diosa de la Guerra, pero he luchado como una. Y, ahora, morirás con la humillante aceptación de que una simplona como yo ha puesto fin a tu vida.
Con la llegada de Loki, que exclamó el nombre de Sigyn en un grito lleno de desesperación y urgencia, ella alzó su mandoble con firmeza. Entonces, lo colocó en el cuello de Atenea, el filo del arma apenas rozando la piel de la diosa vencida. Sigyn se mantuvo firme mientras contemplaba el final de su enemiga, sabiendo que estaba a punto de cerrar un acto que la marcaría para siempre. Mientras mantenía el mandoble contra su pescuezo, los recuerdos comenzaron a invadir su mente, los pocos que le faltaban por recuperar tras haber sido consumida por la Niebla de Leteo. Los momentos de la batalla contra la diosa griega se mezclaban con imágenes de hace no mucho, cuando su pasada aventura en Asgard le había enseñado lecciones crueles. Recordó no solo la paliza que Atenea le había dado a Loki, un dolor que había sentido como propio, sino también el recuerdo particularmente vívido de cuando habían intentado violarla. Recordó con claridad los rostros de aquellos hombres y cómo los había silenciado para siempre. La escena volvió a ella como un baño de sangre y vísceras, un espectáculo de violencia en el que ella, sin piedad, los había apaleado y atravesado uno a uno. El recuerdo de aquella masacre se confundía con el presente.
—Tu prometido es afortunado de tenerte —reconoció Atenea. A pesar de su situación e inminente final, había visto una fortaleza digna de reconocimiento.
Durante unos segundos que se antojaron eternos, Sigyn se sumergió en la reflexión, a pesar del nudo de su garganta.
—Lo es, sí. Esto es por él, por el padre de mis hijos.
El mandoble permaneció firme en el cuello de Atenea, el filo frío contra su piel bronceada. Con la llegada de Loki, que exclamó su nombre en un grito urgente y desesperado, recobró el sentido apenas unos instantes. Entonces, se encontró con su mirada suplicante, pero decidió ignorarla por completo y rasgó el cuello de Atenea de lado a lado. Aquello transportó a Loki a un punto concreto del pasado en el que Sylvie mataba a El que permanece con la misma determinación cruel que Sigyn. Nuevamente, había fallado en alejar a un ser querido de la vileza de la vendetta.
La vida de Atenea se desvaneció rápidamente, su cuerpo cayendo inerte en la arena mientras su último suspiro se perdía en el aire. Loki se detuvo en seco, sin aliento. El vacío que quedó en la playa dejó a todos petrificados. Fue solo en ese momento que Sigyn, al darse cuenta de lo que acababa de hacer, permitió que la espada cayera de sus manos y se hundiera en la arena. La expresión en su rostro se transformó por completo. Con todo, sin articular palabra, se levantó de forma lenta y pesada, y se dirigió hacia Loki. Entonces, mientras el cuerpo de Atenea se desvanecía y se dirigía al Inframundo, Sigyn se hundió en un abrazo desesperado. Loki la sostuvo con fuerza, tratando de ofrecerle consuelo en un momento de conmoción indescriptible.
A medida que Sigyn lloraba por primera vez en lo que llevaban de relación, la ausencia de lágrimas que siempre había preocupado a Loki se convirtió en una añoranza. Sus sollozos eran suaves y casi inaudibles, pero lo aturdían enormemente. En medio de la abrumadora tristeza y el hedor a muerte, reunió el espíritu necesario para formular una pregunta inesperada.
—¿Padre de tus hijos?
Al escuchar la pregunta, el llanto cesó un poco. Levantó la vista hacia su prometido, con los ojos rojos todavía, y asintió lentamente. Loki, al recibir la noticia, comprendió las verdaderas motivaciones para acabar con la vida de Atenea. Lo que realmente había impulsado a su prometida, más allá de ser una justicia personal, había sido una medida desesperada de proteger a su familia. Aunque supiera que él sería un padre ausente, el instinto de proteger a los suyos había prevalecido. Pero lo que al principio había sido puro júbilo no tardó en convertirse en la amarga conciencia de lo que perdería pronto:
—No estaré ahí cuando nazcan, Sigyn —confesó Loki, ignorando que todo lo que estaba a punto de revelar ella ya lo sabía. Así, con voz trémula, continuó sincerándose—: Tengo que sacar a Sylvie del Yggdrasil. Es ahí donde pertenezco.
—Lo sé. Los dos nos hemos ocultado cosas, y lo siento. Yo no hice nada para evitar esta situación, aunque lo medité, y mucho —reconoció ella—. Tuve que haberlo hablado contigo, y no quedarme callada mientras pensabas que tu opinión no contaba para nada.
Loki tragó saliva, pero en su sutil sonrisa Sigyn encontró no solo confort, sino su perdón incondicional. La estrechaba con cuidado y suma gentileza. Con una mano, el dios le adecentaba el cabello y peinaba con suavidad sus mechones revueltos. Cada gesto, aunque pequeño, estaba cargado de un profundo cariño, tanto como su mirada, que parecía derretirse cuanto más la miraba.
—No estaré ahí para ver sus primeros pasos, ni ese tipo de momentos que llenan de alegría a los padres. No escucharé sus primeras palabras, esos avances tan simples pero preciosos, como sus risas mientras se divierten aprendiendo a blandir una espada. No discutiré con ellos mientras buscan definir quiénes son, ni podré enseñarles las cosas que un padre enseña —continuó, mientras su mente visualizaba escenas que solo alcanzaría a ver de lejos. Conforme más hablaba, más agobiado se sentía—. Estoy condenado a perderme un futuro a tu lado, uno que ansío más que cualquier cosa.
El abrazo que compartían se estrechó más.
—Si a pesar de todo aún quieres seguir adelante, deberías llamarlos Narfi y Vali —murmuró Loki, y en aquella idea, ambos dioses encontraron el consuelo que tanto les faltaba.
Sigyn, todavía aferrada a él, aceptó la idea como un regalo y se comprometió a hacerla realidad. Con todo, necesitaba una garantía de que tanto su sacrificio de criar a sus hijos sola, como el de Loki de liberar a Sylvie, no fueran en vano. No quería enfrentarse a la vida sin la tranquilidad de tener a su prometido de vuelta algún día.
—Seguiré adelante, si luchas por volver.
Loki asintió solemnemente. La familia que estaba formando y el compromiso que ella mostraba le daban una razón para encontrar un sustituto digno para el trono, y, aunque recientemente había tenido un voluntario, lo cierto es que no valoraba a Hades como reemplazo.
Ubicación: Nueva Asgard, fiordo de Hardanger. Hordaland, Noruega.
Espacio: Sagrada Línea Temporal
Tiempo: 10 de julio de 2024.
Los dos días que siguieron al viaje al Inframundo fueron testigos de una intimidad creciente entre Loki y Sigyn. Desde que su embarazo había sido revelado, la relación entre ambos había tomado un matiz más profundo y significativo. Cada día parecía reforzar el vínculo que los unía, y Loki, en particular, se había volcado por completo en su cuidado. La situación resultaba curiosa, casi irónica, si uno recordaba quién era Loki realmente, un príncipe antaño acostumbrado a que todo se hiciera por él, que jamás había observado de cerca lo que implicaban las tareas domésticas.
En palacio, los siervos se encargaban de cada detalle para que él viviera entre lujos y comodidades. Desde el momento en que despertaba, no había necesidad que él hubiera tenido que anticipar. Su vida siempre estaba marcada por una rutina rigurosamente atendida en la que sus siervos se encargaban de todo, desde preparar su baño diario con agua caliente y aceites esenciales, hasta vestirlo con las ropas adecuadas para cada ocasión. No tocaba sus comidas hasta que eran servidas en bandejas de plata, perfectamente presentadas y a la temperatura justa. Su agenda estaba organizada por consejeros y chambelanes que se aseguraban de que nunca le faltara nada, ni en sus momentos de deber, ni en sus momentos de ocio. Asistía a reuniones diplomáticas y consejos de guerra, donde observaba y aprendía las artes de la política y la estrategia militar, aunque a menudo con un desdén apenas disimulado. Se esperaba también su presencia en bailes frívolos y banquetes reales protocolarios, donde debía mantener la compostura y la conversación adecuada, así como en ritos religiosos, donde su rol era más bien ceremonial. Por supuesto, había también momentos reservados para la caza, tarea que los nobles debían cumplir para mantener la destreza y proveer de carne en las celebraciones de la corte.
Todos los eventos y actividades mencionados anteriormente estaban diseñados para afilar tanto su mente como su cuerpo. Formaban parte de una rutina exigente, aunque Loki, con su innata ambición, siempre encontraba la manera de desviar el tiempo hacia sus propios intereses personales. A diferencia de su hermano Thor, el príncipe heredero, cuya vida era una sucesión de deberes ineludibles, Loki disfrutaba de una rutina menos cargada, lo que ayudaba a encontrar una cierta semilibertad dentro de aquella jaula dorada. Esa era la rutina a la que había estado habituado, al menos hasta que comenzó a perder la cabeza con planes de gloriosa devastación.
El presente en Nueva Asgard era un contraste radical con todo eso. Loki estaba aprendiendo, de manera gradual y con mayor o menor torpeza, lo que significaba vivir de forma mundana, hacerse cargo de ciertas cosas por sí mismo, y a veces, hasta encontraba algo de disfrute en ello. Se mostraba constantemente atento. Aunque Sigyn no hubiera cambiado demasiado su día a día, él insistía en hacerlo todo por ella, sobre todo cuando pretendía cargar algo, por más ligero que fuera. Incluso cuando se levantaba temprano por la mañana, a menudo se lo encontraba en la cocina, ya preparando el desayuno con una atención casi obsesiva a los detalles. Asimismo, Loki había desarrollado una fascinación palpable por el vientre de su prometida, que aún no mostraba signos evidentes de embarazo. Aun así, aprovechaba cualquier oportunidad para acariciarlo suavemente, como si ya pudiera sentir la vida creciendo dentro de ella, o como si quisiera estar todo lo presente que luego no podría. Cada vez que Sigyn se sentaba, Loki se acomodaba a su lado, deslizando las manos sobre su abdomen con ternura. Sus ojos se suavizaban, y en esos momentos, su mente parecía verse transportada a un lugar mejor, como si estuviera soñando despierto.
A pesar de la tensión latente que todos sentían tras el asesinato de Atenea, él hacía lo imposible por crear un ambiente de serenidad para ella. Sabían que, ahora más que nunca, los griegos irían a arremeter con mayor inclemencia. Con todo, Loki procuraba no hablar de ello y enfocarse en proteger a su amada con un fervor casi desesperado. Por eso, cuando Sigyn mencionó la idea de salir una noche con Sif y Valkiria, Loki no pudo ocultar su desaprobación. Poco importaba que fueran a acompañarla las guerreras más valerosas que la Antigua Asgard había conocido. Aun así, entendió que ella necesitaba mantener una relativa normalidad, algo que él, con su llegada, le había arrebatado. Aunque reticente, Loki acabó accediendo. Se quedaría en casa, asimilando el tiempo que Sigyn necesitaba para sí misma. Confiaría en que ella estaría bien, aunque no podría evitar pensar en ella constantemente.
Era cierto que, desde que había llegado a Nueva Asgard, él y Sigyn no habían tenido casi ningún momento a solas, para ellos mismos. Aquella "rareza" no le pasaba desapercibida, aunque no le daba la importancia que merecía. Había varios motivos para esto. El primero, que había estado obsesionado con conocer a la que por destino era su esposa en todas las realidades. El segundo, que la preparación para la amenaza de los griegos había implicado pasar prácticamente la totalidad del tiempo juntos. El tercero, que la idea de necesitar "tiempo a solas" como pareja siempre le había parecido una patraña, un concepto moderno que no acababa de comprender. Loki, que oscilaba siempre entre lo tradicional y lo moderno, en este sentido, era mucho más conservador. Para él, estar en una relación más que carnal implicaba compartir la vida. No entendía por qué necesitarían nada más que eso, menos aún una cierta lejanía temporal.
Antes de que Valkiria y Sif llegaran para recogerla, Loki había pasado un buen rato evaluando la ropa que llevaría puesta, mientras Sigyn se acicalaba frente al espejo con una calma meticulosa. La escena, aparentemente trivial, había ocultado un trasfondo más profundo. Aquella pequeña seña de dominación y control tenía un motivo claro: la preocupación de Loki por la seguridad de Sigyn. Después de todo, no podía quitarse de la cabeza la posibilidad de que pudiera volver a ser agredida. Ahora, además, esa inquietud no se limitaba solo a ella, sino que se extendía también a los hijos que llevaba en sus entrañas. La simple elección de un atuendo se había convertido en una decisión estratégica, un escudo más en la constante batalla por proteger a aquellos que Loki tanto amaba. Principio del formulario
Sigyn se había ofendido, claro. No necesitaba que él, ni nadie, controlara lo que vestía o cómo lo hacía. Con irritación y firmeza, se había vuelto hacia él para reprocharlo con relativa dulzura. Ella no necesitaba un guardián en cada aspecto de su vida, había dicho. Loki, aunque algo reacio, había reconocido que su preocupación se estaba convirtiendo en una obsesión.
Ya en el bar del pueblo, Sigyn, Sif y Valkiria habían dado comienzo a su habitual velada de cotilleos, copas y juegos de billar. Solo que esta vez, no podría beber más que tónicas. Aunque la idea de abstenerse de una buena copa le resultaba tentadora, se consolaba pensando que al menos no tendría que hacer de madre de nadie. Desde que los Odinson se habían mudado a su casa, había tenido que estar pendiente de ellos. Tanto Loki como Thor habían luchado para adaptarse a la vida mundana, con sus hábitos arraigados y su falta de experiencia en las tareas más básicas. Se pensaría que Thor, dado que había pasado mucho más tiempo en la Tierra y había tenido una relación con una humana, sería el que mejor se adaptaría. Sin embargo, era Loki quien avanzaba significativamente, mientras que el Dios del Trueno parecía tener más dificultades. Afortunadamente, ambos se estaban volviendo más autónomos y funcionales. Así que, si en todas esas semanas, especialmente durante las tres que ella había estado ausente, no habían incendiado la casa, confiaba en que podrían sobrevivir una noche más sin su supervisión.
―Puede que no te quemaran la casa, pero sí te jodieron la moto al perder de vista a Love ―recordó Valkiria mientras frotaba el pequeño cubo de tiza sobre el extremo de su palo de billar.
Aquella era una costumbre que Sigyn había echado de menos, la de relajarse tomando algo con sus amigas y apostarse la próxima ronda a juegos de relativa competitividad.
―Bueno, puedo llegar a entender que se les perdiera de vista un minuto ―reconoció Sigyn apoyada en su respectivo palo, como si de un bastón se tratase, mientras observaba atentamente la tirada aceptable de Sif. A pesar de su maestría en el arte de la guerra, los pasatiempos mortales no se le daban demasiado, sobre todo si tenía que hacer cálculos regularmente. Puede que precisamente por eso siempre se agrupase con Valkiria para balancear un poco el nivel de la partida.
―Resulta increíble que estés diciendo eso sabiendo lo mucho que amas a ese corcel inanimado ―comentó Sif, tomando la misma posición relajada mientras le pasaba el turno―. Es casi como si ya no te importara.
Sigyn se recostó sobre la mesa de billar. A veces, había llegado a tumbarse del todo buscando la perspectiva perfecta, no sin despegar las puntas de los pies al suelo para no romper las normas del juego.
―Me importan los desperfectos de mi moto, créeme. Pero no puedo culpar a una niña de doce años y a sus supervisores eternamente ―razonó mientras llevaba a cabo un tiro hábil, aunque distraído―. A veces me sacan de quicio, pero lo hacen lo mejor que pueden. Además, el embarazo ya me está enseñando a relegar para que aprendan a manejarse por sí solos.
Sif levantó una ceja, observando a Sigyn por la curiosidad de lo que estaba contando, pero también por la curiosidad de su destreza en el billar.
―Por cierto, Sif, ¿dónde has estado últimamente? Me sorprendió que quisieras acompañarnos a Grecia. Desde la muerte de Jane, no hemos tenido apenas ocasión para este tipo de planes ―recordó la diosa con una nostalgia agridulce. Era cierto, había pasado mucho tiempo desde que las chicas habían hecho planes como este. Desde el deceso de la humana, habían estado ocupadas con sus propios asuntos.
Jane nunca había sido una amiga cercana para Sif. Asimismo, no podía negar que su relación con ella siempre había estado marcada por la distancia. Su interés romántico hacia Thor había hecho difícil establecer una conexión genuina con la científica, aunque esta nunca alcanzase a entender por qué. Con todo, debía reconocer que, a pesar de las complicaciones y sus sentimientos no correspondidos, compartir momentos como aquel con la novia de su amor platónico no había sido tan desagradable. Al contrario, aunque de manera reservada, había encontrado aquellas veladas igual de gratificantes.
―Dedicándome en cuerpo y alma a entrenar a los niños. Aquí no tengo mucho más que hacer ―reconoció la guerrera, absorta en la técnica de la rubia en el juego. Aunque su tirada no fue perfecta, sí fue firme y sonora. Sigyn tenía como objetivo las bolas lisas, de las que ya solo le quedaban tres―. Será estimulante luchar contra esos griegos, ahora que nos hemos quitado de encima a la más desafiante de ellos.
Las palabras de Sif hicieron que Sigyn se tensara visiblemente. Un leve rubor se apoderó de su rostro mientras desviaba la mirada hacia un punto cualquiera de la estancia. El recuerdo de la reciente confrontación con Atenea, la diosa que había asesinado a sangre fría, aún pesaba en su conciencia. No estaba siéndole fácil ignorar las consecuencias emocionales de aquella decisión, por lo que escuchar la mención casual de la griega hizo que se sintiera incómoda. Con todo, optó por no hacer alusión a nada de eso.
―Estupendo si tú también te apuntas. Hasta entonces, podrías quedar más a menudo con tus amigas ―suspiró Sigyn mientras se reincorporaba, fingiendo que había sido la ronda lo que la había agotado especialmente―. Hubo un tiempo en el que no hacíamos otra cosa.
―Esos tiempos terminaron desapareciendo del todo cuando Loki regresó, con el cuento ese de que se ha… ¿Cómo lo has llamado antes, Valkiria? Ah, sí, "deconstruido".
Sif se quedó mirando el billar, absorta en sus pensamientos mientras observaba, esta vez, la jugada de Valkiria. La conversación la había llevado a un punto concreto de sus recuerdos, a ese momento inesperado de sinceridad que había compartido con Loki en el Inframundo. Recordaba cómo él había revelado un lado más vulnerable y desconocido para ella. La tentación de creer en su sinceridad, de considerar que había cambiado, había sido fuerte. Pero la verdad era que nunca podría evitar sentir una ligera duda. Lo que más le perturbaba era la certeza de que Loki fuera a abandonar a Sigyn. Le resultaba censurable como poco, y no entendía cómo, pese a todo, Sigyn fuera a casarse con él y dar a luz a sus vástagos.
―¿Cómo vas a creértelo, si no le das la oportunidad de demostrarlo? Ni siquiera os miráis a la cara ―razonó, apurando lo poco que le quedaba de la tónica mientras seguía con la mirada la bola blanca.
Por supuesto, Sigyn no tenía idea de que Loki y Sif habían hecho las paces en el Inframundo, una reconciliación silenciosa que había pasado desapercibida para ella. Sif observó a Sigyn, notando el sutil temblor de la desilusión en su voz. Además de lo mencionado anteriormente, Sif sabía que la creciente oscuridad que acechaba a su amiga era en parte consecuencia de Loki, y no podía evitar la sensación de que él tenía una cuota significativa de responsabilidad. Sin embargo, mientras reflexionaba, se dio cuenta de que debía hacer las paces con la realidad de que, pese a todo, Loki era una figura crucial para ella.
Habilidosamente, Valkiria golpeó su bola objetivo y, aunque tardó un poco en llegar al agujero, la acabó metiendo por uno de los laterales de la mesa. Se limitaba a escuchar muy atentamente, por ahora, pero seguro que pronto descargaría la artillería pesada.
―No te quejes. Ya no lo odio, me limito a tolerarlo. Y creo que es igual para él. Los dos nos sentimos cómodos tal cual están las cosas ―razonó Sif, con un tono mucho más indulgente.
Entretanto, Sigyn rodeaba y examinaba la mesa para decidir dónde iba a situarse en su próxima tirada. Atizó con vigor la bola blanca. El ángulo era muy difícil, pero acercó una de sus bolas lo suficiente como para que pudiera marcarse un tanto más adelante. Sif, que parecía haberse tomado la fiereza de aquel golpe como un reproche, disimuló su incomodidad dando un sorbo a su cerveza.
―Vale, venga. Supongamos que es verdad eso de que se ha "deconstruido" ―continuó―. Antes de casarte, Sigyn, ¿no te has planteado que pueda recaer en la misma dinámica de siempre? Porque yo sí. He decidido darle el beneficio de la duda, aunque con reservas. Loki ha sido un ser cíclico desde que tengo uso de razón. Puede que haga años que no sepa nada de él, pero lo conozco bastante más que tú.
Sif tomó el cubo de tiza para teñir de azul la punta del palo, tal y como había hecho su compañera. Cualquier cosa antes de tener que mirarle a la cara a Sigyn mientras afirmaba desconfiar de su pareja.
―Si te soy sincera, yo tampoco me fío del todo, aunque se redimiera salvando Asgard de Hela ―reconoció Valkiria al cabo de un rato. Lamentablemente, metió la bola blanca, concediendo a Sigyn el doble de turnos. En este punto, Sigyn se limitaba a sonreír maravillada como si aquel fallo se hubiera tratado de una especie de intervención divina―. Aunque, si lo piensas fríamente, este es otro Loki. ¿Más vale malo conocido, que bueno por conocer?
―Con todas las oportunidades que has tenido, ¿por qué no te buscaste otro hombre aquí en la Tierra? ―preguntó Sif, verdaderamente curiosa por la posible respuesta.
Sif entendía que el luto de perder a tu pareja suponía tiempo. Que podía ser cuestión de años sanar antes de pasar página con otra persona. Pero Sigyn había estado sola 7 años antes de que Loki reapareciera en su vida. ¿No se había planteado intentarlo con alguien nuevo?
―Nunca tuvo que buscar nada, ya se le abalanzaban ellos solitos ―bromeó Valkiria, aludiendo a la tendencia de Sigyn a atraer pretendientes como un imán.
Sigyn levantó una ceja y sonrió, un gesto que denotaba tanto diversión como un leve rubor. Sabía que Valkiria estaba tocando un punto sensible, pero con cariño. En el turno actual, metió una de las bolas que le quedaban sin mayor dificultad. Le quedaba otro intento antes de seguir con el curso habitual de la partida.
―Y como una imbécil los rechazó a todos, mortales y asgardianos por igual ―incidió Sif, añadiendo un matiz que las dos guerreras daban por muy, muy importante. Un punto crucial en la compleja personalidad de su amiga. A pesar de su carisma y atractivo, Sigyn, en el fondo, era una solitaria que solo había encontrado la verdadera conexión con Loki.
―Bueno, a todos salvo a uno. Ese guapetón de empresas Ymir. Sin decirle que sí, ni que no, lo ha tenido como as bajo la manga todo este tiempo. Pero ahora que Loki está aquí, ya ha descartado esa jugada que vagamente llegó a considerar un día ―observó Valkiria. Esta vez, su comentario hizo que Sigyn frunciera el ceño y, por un momento, su mirada se tornó pensativa.
Sabía exactamente a quién se refería. A lo largo de los años, Ægir había intentado por activa y por pasiva establecer una conexión de más que amistad con ella. A pesar de sus intentos persistentes, desde coqueteos evidentes hasta propuestas más sutiles, Sigyn siempre se había mantenido evasiva. Nunca había dado una respuesta definitiva, manteniendo a Ægir en una especie de limbo en el que el futuro siempre parecía abierto, pero nunca se concretaba. Ahora, con Loki de nuevo en su mundo, Sigyn se daba cuenta de que nunca había estado realmente interesada en dar el paso. Y, si lo había estado, simplemente no se había atrevido. La fidelidad que le profesaba a Loki, en aquellos momentos muerto, había sido más fuerte que todo eso.
―Habláis mucho de mí como si no estuviera aquí en frente, pero a vosotras tampoco os he visto nunca con nadie. ¿Os habéis liado ya o estáis esperando a que me vaya? ―respondió, ocultando bien su frustración del momento. De algún modo, quiso darles un pelín de su propia medicina.
Se reincorporó, no convencida con la postura. Un mal golpe y se arriesgaba a que la bola negra se precipitase peligrosamente al orificio izquierdo de la mesa rectangular.
―Qué graciosa, sabes que desgraciadamente a esta no le gusto. Está en la acera equivocada. Ella prefiere la compañía de cierto padre soltero ―en un tono más alegre y guasón, Valkiria rodeó a Sif por las caderas. Sí, en otra realidad alternativa, puede que hubieran formado una bonita pareja si a esta última le hubieran gustado las mujeres.
―Si no me gustaran los hombres, serías mi primera opción. En cuanto a Thor, antes no había posibilidad. Y ahora, aún menos. Miradme, me falta un brazo ―se lamentó Sif, habiendo dicho aquello tras una breve, pero dramática pausa. A ella nunca le habían importado demasiado las cuestiones estéticas hasta que había perdido la extremidad.
―A mi padre también le faltaba uno y Thor lo admiraba mucho ―dicho esto, Sigyn se aventuró a golpear la bola blanca, marcándose un nuevo tanto. Solo le quedaba una. Ya podía paladear el dulce sabor de la victoria cuando, al incorporarse, se dio cuenta de la cara de pocos amigos de Sif. Tuvo que deshacer su sonrisa y cambiar un poco el tono, ahora más apologético y pacificador―. Chica, ¿no creerás en serio que algo así fuera a importarle? A él le falta un ojo.
―Pero lo recuperó, gracias a una prótesis de dudosa procedencia que le regaló un mapache de la galaxia ―bufó Sif de forma estoica. Impulsada por el nuevo rumbo de la conversación, logró meter una de las bolas rayadas con un golpe verdaderamente sorprendente. Tan sorprendente, que se sorprendió a sí misma.
―No te burles, por lo que he oído, ese mapache tiene un gusto selecto y solo roba la tecnología más sofisticada ―agregó Valkiria en lo que acababa su jarra de cerveza. Hecho esto, contuvo una flatulencia llevándose la mano al pecho.
―El caso es que mi brazo no se verá o moverá de forma medianamente normal con ninguna sustitución ortopédica, menos aún si es procedente de la Tierra ―arguyó la guerrera de precioso cabello color carbón.
―¿Por qué no buscas una prótesis mucho más lograda en otro lugar? ―propuso Sigyn, ensimismada en los intentos de Valkiria por efectuar un golpe impecable. Deslizaba el palo de billar grácilmente entre sus dedos índice y corazón―. Ahora, volvemos a tener opciones para viajar a otros reinos. Está el drakkar, ¿no?
―Es una genial idea ―comentó la desde hace unos años reina de Asgard, metiendo otra de las esferas por una de las cavidades de la mesa. Ahora, tenían posibilidades más reales de ganar a Sigyn, con solo dos de sus bolas rayadas disipadas por la mesa de billar―. Incluso, podríamos hacernos con la "máquina del tiempo" de Loki y ampliar el radio de búsqueda.
La Diosa de la Fidelidad enseguida supo que preferiría no tener la tempad a su alcance tras lo acontecido en su viaje a Asgard, algo de lo que no había hablado más que con Loki, que había estado ahí con ella. En aquella desventura, había aprendido de los peligros de quedarse atrapada en otro tiempo, sin un puente por el que regresar. Sus amigas, que desconocían los potenciales peligros y percances, idealizaban la idea de poder moverse atrás y adelante a su antojo.
―Me encantaría volver al día en el que Loki me rapó el pelo para rapárselo yo a él primero ―confesó Sif con una sonrisa casi imperceptible, pero diabólica.
―Por favor, no le rapes el pelo ―respondió Sigyn con una seriedad que contrastaba con el tono ligero de la conversación. Durante su turno, no logró avanzar de forma significativa―. Y no me malinterpretes, no lo estoy defendiendo. Yo también lo habría odiado de por vida si me hubiese hecho lo mismo. Con el pelo de una no se juega.
Sif, inmersa en sus pensamientos, asintió lentamente. La mención de Loki y su travesura pasada siempre le supondría una humillación. Prefirió cambiar de tema.
―En Asgard, una boda como la vuestra habría sido un evento monumental ―comentó la guerrera, con un desdén algo reducido, pero siempre presente cuando hablaba del dios―. Loki habría querido hacer alarde de su nueva princesa en una ceremonia grandiosa. Todos los dioses se habrían reunido, se habrían derramado litros de hidromiel y se habrían recitado canciones en vuestro honor. Después, él se habría hecho todo lo posible para convertirte en su reina, fiel a sus viejas ambiciones de poder ―Sif pausó, y algo de lo que dijo pareció recordarle a Sigyn una vida que no había vivido, pero con la que había soñado alguna vez―. Loki solía fantasear con ser rey, incluso cuando sabía que no era su derecho. Siempre buscaba la manera de acaparar la atención, de demostrar que podía ser más que Thor. Tu boda habría sido otro escenario para él en su búsqueda de reconocimiento, otro peldaño en su interminable escalada hacia el trono.
―Loki ya tiene un trono, uno que no anhela para sí mismo ―aclaró Sigyn con una calma reflexiva―. Además, no ha mostrado señal de deseo de ninguna exhibición ostentosa. Tan solo quiere acabar de estrechar eso que nos vincula.
Valkiria, con un tono de sorna en la voz, replicó:
―Bueno, no es mucho mejor que haya delegado todo en tus manos. Has tenido que organizar la boda tú misma para tener un evento relativamente decente y normal. Tu prometido vive desapegado de la realidad.
Sigyn había pausado el transcurso de la partida, dejando el palo de billar a un lado y apoyándose en uno de los extremos de la mesa. En general, a pesar de su estatura, siempre había tenido una gran presencia. Aquella noche, su estilo oscilaba entre lo audaz y lo sofisticado. Sus medias de tartán negras, con un toque de transparencia, aportaban un contraste intrigante con la piel de sus piernas. Los botines de tacón ancho negro, con su diseño elegante y ajustado, elevaban su estatura unos quince centímetros y añadían un toque de refinamiento al atuendo. El vestido ceñido negro, que llegaba a medio muslo, abrazaba sus curvas y presentaba un corte revelador en el lateral, insinuando con sutileza sin revelar demasiado. Encima, llevaba un jersey blanco de lana aterciopelada, que llegaba a la altura del ombligo y añadía una textura lujosa y contrastante con el resto del conjunto. Como siempre, combinaba una sensualidad y elegancia que no pasaba desapercibida. En su cuello brillaba una cadena fina y corta, adornada con cristales sofisticados que capturaban la luz con cada movimiento. Sus manos estaban engalanadas con anillos en casi todos los dedos. Su cabello, recogido en un moño apresurado, pero siempre coqueto, enmarcaba su rostro con una gracia desenfadada.
―Ya hemos hablado de esto ―recordó Sigyn, con una firmeza que trataba de mantener la situación bajo control―. Loki ha estado acostumbrado a que otros hagan las cosas por él, y es algo que está luchando por cambiar. Además, los preparativos de la boda siempre ha sido cosa de mujeres en Asgard. No es que esté de acuerdo, pero imagino que ni siquiera sea algo que se haya planteado.
Sif alzó una ceja, mostrando una pizca de escepticismo.
―Entiendo lo que dices, pero organizar una boda parece una tarea abrumadora, por sencilla que vaya a ser. Hablando de sencillez, ¿no te preocupa que el evento pueda parecer demasiado austero para alguien como Loki?
―Solo los invitados más cercanos estarán presentes, y Thor oficiará las nupcias según las antiguas tradiciones de Asgard ―explicó Sigyn―. Lo creáis o no, Loki y yo hemos hablado de una celebración íntima, en lugar de un despliegue grandilocuente. El festín será en casa, en el jardín. He puesto mucho empeño en organizarlo lo mejor posible dentro de nuestras visiones personales del día. Loki quiere un momento que sea solo nuestro, libre de la mirada pública y de las expectativas de los demás. Y yo quiero lo mismo.
La pelea entre los asgardianos y Atenea no había quedado en secreto. Se había hecho viral entre los humanos, y la reacción no se había hecho esperar. Los noruegos se habían lanzado sobre ella como una jauría, pese a que las imágenes que pululaban por la red solo hubieran alcanzado a grabar el inicio del conflicto. Sigyn, que llevaba en el punto de mira desde el regreso de Loki a la Tierra, volvía a ser objeto de críticas y especulaciones.
―No deseo que nuestra boda se convierta en un espectáculo para los medios de comunicación. Privatizar este momento no es solo una cuestión de preferencias personales, es también una manera de protegernos y mantener nuestra intimidad ―con esta certeza, Sigyn golpeó la bola blanca una última vez. Lo hizo de forma contundente, casi temeraria, incluso a sabiendas que corría el riesgo de meter la esfera negra en una de las cavidades de la mesa.
―Y con ese golpe, volvemos a perder ―anunció Sif, llevándose el brazo a la cadera mientras dibujaba una mueca de puro tedio. En aquel juego no ganaba demasiado, y perder de forma casi reiterada siempre era molesto.
Sigyn sonrió sutilmente. Eso es, había ganado. Una victoria que, por pequeña que fuera, podría restregar a sus amigas que tanto se habían metido aquella noche con su relación. Ahora con una voz mucho más déspota, las señaló con el palo de billar.
―Callaos de una vez y pagad la próxima ronda ―espetó, señalando su botella vacía y haciendo el gesto de que quería otra.
Sif y Valkiria se miraron de forma que solo ellas pudieron entender. Finalmente, esta última acabó cediendo y sacó una pequeña cartera del bolsillo trasero de su pantalón. Era lo justo, ella tenía el mayor sueldo.
Sigyn aguardó recostada en la mesa de billar mientras miraba su dispositivo móvil. Le habría gustado que Loki fuera el tipo de pareja que enviaba mensajes a su novia de vez en cuando, aunque fuera para saber que todo iba bien. Pero, aunque el Dios el Engaño se hubiera vuelto más atento y detallista, no tenía teléfono. Al menos sí contaba con una foto de él, un selfi al que este otro había accedido a regañadientes y que, a pesar de la seriedad de su rostro, mostraba todo su atractivo innato.
Ajena al coche que había aparcado en la acera de enfrente, Sigyn continuó aguardando. Ægir había estado observándola unos instantes, tratando de acumular el valor suficiente para enfrentarse a una conversación tan desagradable como la que había tenido semanas antes con ella. Pero había estado trabajando pico y pala durante los últimos años como para permitir que todo se fuera al garete en un abrir y cerrar de ojos. Su amistad, aunque ojalá hubiera sido más que eso, simplemente no podía acabar así.
A decir verdad, se la había encontrado ahí por sorpresa. Conducía rumbo a su cabaña cuando se la encontró en la terraza de aquel garito, inclinada en una posición muy sugerente. Había aminorado la velocidad del auto tan repentinamente, que el vehículo de detrás pudo haberle golpeado. Pero, por suerte, su Tesla seguía intacto.
Sif y Valkiria apenas volvían con las bebidas cuando todas ellas, incluida Sigyn, se percataron de la presencia del apuesto empresario. Como siempre, vestía muy elegante, solo que con ese toque informal de cuando no estaba trabajando. Pantalones vaqueros, cinturón de cuero marrón, camiseta básica blanca, una gabardina negra para la llovizna, el pelo ligeramente alborotado y humedecido, su característica cadena gruesa de eslabones de plata.
―Sigyn, ¿qué tal? ―saludó sin más preámbulos, aparentemente imperturbable, aunque francamente agitado por dentro.
Las amigas de Sigyn recién habían colocado las copas sobre la mesa de billar ahora vacía. Durante unos instantes, se observaron mutuamente sin decir nada, y diciéndoselo todo a la vez. Sigyn, que no esperaba la visita de Ægir, se sobresaltó al principio, aunque en ese sobresalto no llegó a percibir atisbo de rencor hacia él. Suspirando tranquila por la nariz, aunque todavía algo incómoda por la situación, no dijo nada.
―Iba camino a tu casa cuando… ¿Podemos hablar? A solas ―matizó el jotun de pelo chocolateado.
―Vete, tranquila —la animó Valkiria con un tono desenfadado levantando los pulgares, como instándola a tomarse un momento a solas con el "empresario guapetón". Luego, hizo un gesto con la copa hacia Ægir, invitándolo a un brindis imaginario—. Te esperaremos aquí con todo el alcohol que no puedes beber.
Sigyn y Ægir salieron hacia la parte trasera de la taberna. Al atravesar la puerta que daba al exterior, se encontraron con la pequeña playa privada, un rincón tranquilo apartado del bullicio del pueblo. El lugar tenía un aire de intimidad, como si la naturaleza misma hubiera creado un refugio apartado de la vida urbana que se extendía a pocos metros tras ellos. La arena fina que se entremezclaba con las rocas de la montaña, así como el suave canto de las olas, proporcionaban un entorno propicio para la conversación.
Ægir, a pesar de estar claramente nervioso, intentó mantener una actitud relajada. Miró alrededor, admirando la belleza inesperada del lugar mientras reunía el valor necesario para la disculpa.
―Así que jotun, ¿eh? —preguntó Sigyn, cruzada de brazos. Su mirada fija en Ægir mostraba una mezcla de cuestionamiento y decepción.
El gigante frunció el ceño ligeramente, desconcertado por la pregunta. Miró al horizonte, tratando de encontrar las palabras correctas mientras la brisa marina le acariciaba el rostro. Había algo intrigante en la manera en la que se regocijaba al aspirar el agradable olor a salitre, se trataba de la paz imperturbable que uno sentía cuando llegaba a casa después de la fatiga de un largo viaje.
―Nunca diste tu brazo a torcer conmigo. Cuando parecías relajarte un poco, volvías a recordarme que solo quedábamos por negocios ―lamentó, bajando la mirada al terreno y perdiéndose en el revoloteo de las olas rompiéndose en la tierra―. Y, aunque ciertamente así era, nunca diste pie a momentos de… mayor conexión. Pero la había. Sé que la hubo, Sigyn.
Sigyn se removió incómoda y, al igual que el gigante, perdió la vista en el horizonte mientras entrelazaba las manos y las situaba sobre su regazo. En sus labios se asomaba un rictus de autoengaño y escepticismo. ¿Se había dado una conexión con Ægir? ¿O solo lo había ansiado desesperadamente, a pesar de jamás haber sentido lo mismo que sentía hacia Loki por otro hombre? Sabía que, en todos esos años de soledad, podría haberse concedido a sí misma la oportunidad de volver a enamorarse y empezar de nuevo con alguien diferente. Pero si no había sido capaz, se recordó, había sido por algo. Y ahora, la conexión de la que tanto hablaba Ægir se le antojaba sencillamente inconcebible.
―Tampoco parecías muy disgustado. Hasta hace poco, siempre pensé que solo querías acostarte conmigo.
El jotun se sonrojó levemente, la incomodidad visible en su postura. Se cruzó de brazos, tratando de protegerse de la vulnerabilidad que sentía al confesar sus sentimientos, situación nueva para ambos.
―Durante un tiempo, así fue. Pero no tardé en darme cuenta de que tenías potencial para mucho más, lo que algunos llamarían "potencial de esposa" ―reconoció, rascándose la sien con el dedo índice, en un frustrado intento de autorregularse―. Venga, reconoce que te divertían mis implacables métodos de cortejo.
Sigyn soltó una risa seca, sacudiendo la cabeza. Sus manos, antes entrelazadas, protegían ahora su vientre, como si lo estuvieran sosteniendo. Se habían trasladado hasta ahí de forma casi intuitiva.
―Pensaba que eras humano ―respondió, dando a entender que la simple creencia de que Ægir fuera un mortal había sido suficiente para no plantearse nada serio, ni carnal, con él.
―No era el único motivo por el que me dabas largas, Luisvi ―Ægir puso los ojos en blanco, como urgiéndola a explicarse con claridad. Pero, entonces, advirtió que lo miraba fijamente con una sonrisa sincera, guasona y francamente irresistible. Para el colmo, el resplandor del sol de medianoche le hacía entrecerrar los ojos de manera cuanto menos adorable―. ¿Por qué me miras así?
―Vuelves a llamarme eso. ¿Significa que estamos bien? ―preguntó ella, removiéndose incómoda en el lugar. Su rencor ya era menguante, y sus palabras contenían ahora un matiz de afecto―. Sé que fui bastante arisca. Lo siento, tu naturaleza jotun me pareció algo tan esencial de ti, que me gustaría haberlo sabido desde el principio.
―Nosotros siempre hemos estado bien. Me habría gustado estar aún mejor, pero tú ya has escogido a Loki ―Ægir, aunque al principio mostró una mueca de dolor sutil, acabó dulcificando su expresión.
―Para que conste, lo escogí mucho antes de conocerte, solo que un suceso particularmente duro nos acabó separando durante siete años ―resumió, su voz quebrándose siempre al recordar a Loki asesinado por la garra ejecutora de Thanos―. La que no parece respetar mi relación, o respetarme a mí, es tu hermana. ¿Qué opina de que hayas venido a verme? Sabía que le caía mal, pero lo de aquel día… Dile que se mantenga bien lejos de Loki, por favor.
―Fue un error permitir que me acompañara, sabiendo cómo es ―asintió, acercándose un poco a Sigyn. Ahora, se miraban cara a cara, las pupilas del gigante particularmente dilatadas por aquellos sentimientos que jamás podría desplegar del todo con ella, al menos no como tanto había deseado―. Olvídala, ella no está aquí ahora. Respecto a tu carrera, yo…
Sigyn cruzó los brazos, sintiendo que el nuevo tema de conversación volvía a caldear el ambiente entre ellos.
―Financias a mi adversario político. ¿También le votas a él? ―le recriminó con absoluta ferocidad.
―No, lo segundo no. Sabes que no me interesan esos asuntos ―Ægir frunció el ceño y negó rápidamente con la cabeza.
Aunque su respuesta había sido firme, Sigyn lo miró con cierto escepticismo.
―Está claro que te interesaron lo suficiente en su momento como para empezar a sufragar su partido. Al fin y al cabo, ¿cómo dijo tu hermana? Ah, sí, os chafamos vuestros planes de abrir otra sucursal al afincarnos aquí.
Ægir asintió, reconociendo esa parte de los hechos.
―Sí, vuestra llegada me frustró al principio. Se trataba de una oportunidad que me hizo perder mucho dinero, pero… Al conocerte supe que no erais los peores asgardianos que me había cruzado en los últimos siglos.
Sigyn levantó una ceja, sorprendida por el elogio inesperado.
―No me digas ―respondió, en algún punto entre el sarcasmo y el asombro sincero.
―Cuando descubriste el nombre de mi empresa, sin pararte siquiera a atar ninguno de los cabos, lo primero que hiciste fue darme una lección de historia, ¿recuerdas? Desde una profunda admiración, además ―evocó Ægir, rescatando las imágenes de su primer encuentro.
Recordaba haber sido especialmente descortés al principio, llegando a acongojar a Sigyn, que se mantenía firme en su amabilidad. La rodeaba un velo melancólico del que, con el tiempo, iría zafándose poco a poco, dando lugar a sonrisas y encuentros más despreocupados. Aquel día, vestía de forma desenfadada, con unos pantalones vaqueros que dejaban entrever sus tobillos y sus deportivas de skate negras. Llevaba camiseta blanca, un abrigo de paño verde oscuro, y una bufanda gris de lana. Aunque denotaba una elegancia callejera, recordó parecerle poco profesional. Cualquier motivo, por aquel entonces, le había bastado para no prendarse de una asgardiana, por hermosa que fuera.
―Ymir representa el origen de los nuestros, la primera chispa que dio vida a este mundo, y al tuyo. Elegí ese nombre para recordar nuestras raíces y la historia que compartimos. Cuando vi tu reacción al nombre de mi empresa, vi una admiración genuina. No fue el tipo de reacción que esperaba de una de los tuyos. Me demostraste que no todos sois iguales, que no todos nos odiáis. Se te puso una cara adorable, la misma de siempre cuando hablas de las cosas que te gustan.
Sigyn alzó la vista hacia Ægir al notar el frío tacto de sus manos, que se habían atrevido a rozar las suyas en un gesto que buscaba no solo hacer las paces, sino recuperar la cercanía afectiva que habían compartido en el pasado. Su tacto era suave, casi temeroso, como si temiera que ella pudiera rechazarlo en cualquier momento. Con todo, era cálido y sincero, y estaba desprovisto de toda intención, salvo la de volver a ser uña y carne, como lo eran antes.
―En lo de financiar a tu adversario político tengo las manos atadas. Mi hermana es accionista principal y, aunque yo tenga mayor poder como propietario, su influencia es… casi indiscutible. Incluso sobre mí.
Sigyn, a pesar de la comprensión que tenía de la delicada dinámica familiar entre Ægir y su hermana, tragó saliva antes de aceptar el gesto y estrecharle la mano. La conexión fue breve, pero significativa, lo que Ægir consideró un avance, al fin y al cabo.
―Ya veo ―respondió Sigyn con un tono neutro, sabiendo que comprender la situación no cambiaba la realidad.
―Iba en serio con eso de que esperaría el tiempo que hiciera falta ―confesó Ægir. La promesa de su paciencia no hacía que se sintiera mucho más tranquila, precisamente.
―Ægir, voy a casarme con Loki ―le recordó Sigyn, el rostro endurecido por la firmeza de su decisión. Aceptar la cercanía de Ægir no cambiaba el hecho de que su vida volvía a estar profundamente ligada a la de otro hombre―. Me ha llovido del cielo la oportunidad de recuperarlo.
―Lo sé, pero el matrimonio no tiene por qué durar para siempre ―comentó, con una insistencia que pretendía acorralarla, aunque su intención nunca fuera la de empujarla a una situación que no deseara.
La diosa, sintiendo el apremio emocional, se alejó unos pasos, dándole la espalda mientras se recuperaba de la complejidad de la discusión.
―¿Y lo nuestro sí? ―replicó en un tono desafiante.
Ægir volvió a dar un paso adelante, buscando cerrar la distancia emocional y física entre ellos.
―Si decidieras darme la oportunidad, puede que te sorprendieras. Renunciaría a todo lo que tengo, mi empresa, mi propia familia. Todo serías tú. Podríamos huir al Mediterráneo, como quisiste cuando llegaste aquí.
Sigyn sacudió la cabeza con un suspiro cansado. No quería que Ægir renunciase a nada, menos aún a su hermana, por odiosa que esta fuera. La sangre era algo que no se podía cambiar y, a pesar de todo, la empresa de ambos había contribuido a la correcta adaptación de los asgardianos en Noruega.
―Siempre te alejas del conflicto. Dime, ¿en qué líos andas metida para que también te hayas alejado de la profesión que amas?
Ægir lanzó la pregunta como una apuesta arriesgada. Quiso entender qué más estaba ocurriendo detrás de la decisión de Sigyn de alejarse temporalmente de su carrera política, el oficio que siempre había amado. Extrañada por la pregunta, Sigyn lo observó con el ceño fruncido, como si no lograse entender cómo había descubierto que había algo más que su relación con Loki cociéndose a fuego lento en su vida.
―¿Cómo dices? ―balbuceó, su incredulidad evidente.
El gigante, frustrado pero decidido, se inclinó hacia adelante.
―Para que te hayas retirado momentáneamente de la política, a riesgo de someterte al escarnio público de todo un país, incluso de todo el continente, es que aquí se está guisando algo mucho más que el mero retorno de Laufeyson.
Sigyn hizo una pausa, evaluando la situación. La preocupación en los ojos de Ægir era genuina, y ella sabía que no podía ignorarla. Pero tampoco quería implicarlo en sus asuntos. A pesar de la extraña situación de su amistad, se preocupaba lo suficiente por él como para no desearle ningún problema.
―Es posible, pero eso no te afecta, por lo que no deberías inmiscuirte. Créeme, es mejor así.
Ægir, claramente frustrado, frunció el ceño con determinación.
―¿Y si puedo ayudar? ―preguntó, con una voz más elevada de lo inicialmente intencionado. Aquella súplica revelaba el deseo sincero de no querer verse excluido de la vida de su amor platónico, y menos aún de uno de sus problemas.
Sigyn lo miró con una mirada calculadora, que no frívola. Era una mirada que se desplazaba de lado a lado, como si estuviera llevando imposibles cómputos matemáticos para determinar el valor de la oferta, así como los posibles riesgos.
―No ―respondió finalmente, con feroz seriedad―. No quiero que te veas implicado. Además, tu hermana jamás te permitiría ayudarnos.
―¡A Helheim con mi hermana! Sigyn, algo serio está pasando. ¿Me vas a decir el qué?
Era complicado, pensó Sigyn. No quería arrastrar a Ægir a un conflicto ajeno de tal magnitud. Si bien era cierto que había mucho en juego para los asgardianos, que necesitaban toda la ayuda que se les presentase, no quería ponerlo en peligro directo, así que optó por revelarle una verdad que, aunque dolorosa, serviría para disuadirlo y enfriar su ardiente deseo de involucrarse.
―También estoy embarazada.
Ægir sintió lo que probablemente los humanos describirían como un pequeño infarto, una contracción tan evidente que se trasladó de inmediato a su rostro. El apuesto jotun tensó la mandíbula y dejó caer el brazo que tenía prendido en el aire, aquel que momentos antes había alzado en su intento desesperado por recuperarla. Abrió la boca, queriendo responder, pero las palabras se le agarrotaban en la garganta.
En ese momento, un chapoteo inusual del agua captó la atención de ambos. Miraron hacia la orilla y vieron una figura imponente emergiendo de ella, marcando el fin de la intensa conversación. La silueta que avanzaba hacia ellos vestía con una elegancia majestuosa, pero forastera. Su piel, de un profundo tono bronceado, brillaba bajo el resol de medianoche, no con el resplandor del Caribe, sino con el brillo menos apetecible del norte. El rastro del agua acentuaba sus rasgos musculosos. Llevaba poco más que pantalones cortos de color verde, brazales, grebas y collares de diseño tribal.
El desconocido avanzaba con paso decidido y una máscara invisible de misterio. Sus ojos, marrones y profundos, no revelaban ni un atisbo de sus intenciones. Con todo, había una firmeza en sus andares que denotaba puro estatus y control calculado. El cabello, corto, húmedo y enredado, así como sus pendientes y dilataciones, añadían un aire salvaje a su persona. Cada detalle de su apariencia estaba cuidadosamente medido para imponer respeto y suscitar intriga en sus rivales. A medida que se acercaba a la orilla, el ambiente se volvía más denso. No tenía prisa, solo una determinación segura que lo acercaba a un propósito aún por revelarse.
―Se aproxima una guerra sin precedentes, ¿eh? Una guerra entre dioses aquí en la Tierra ―saludó el recién llegado, entrecerrando ligeramente los ojos según se situaba entre la pareja de nórdicos.
Ægir, que había olvidado el curso de la conversación, sintió una incomodidad creciente ante la aparición del ser, sin duda, sobrenatural. La presencia del extraño era alarmante, y la certeza de que era potencialmente peligroso cada vez más palpable.
―¿Quién eres? ―quiso saber. Pero el desconocido solo ladeó la cabeza y, con inquietante calma, curvó los labios de forma amenazante.
―He venido a dialogar con ella, Æsir y soberana de este lugar.
Sigyn sintió que su seguridad vacilaba por un instante, un breve temblor en sus piernas delatando la conmoción que le provocaban las palabras del extraño. No obstante, la referencia a un estatus que no le pertenecía la hizo erguirse con firmeza, adoptando la misma determinación solemne de siempre.
―Te equivocas, yo no soy reina de Nueva Asgard.
El recién llegado la observó como evaluando cada matiz de su respuesta.
―Reina, princesa… De hecho, es mejor que no seas nada de eso. No he tenido buenas experiencias con otras casas reales. El caso es que tú eres la líder que defiende este sitio ante la crudeza de los humanos.
La seguridad de sus palabras y la certeza en su tono hicieron que Sigyn lo mirara con renovada cautela. Algo en su postura, en la manera en que la desnudaba con la mirada, la hizo sentir expuesta.
―No hace falta que me lo confirmes ―continuó el hombre, inclinando ligeramente la cabeza, quién sabe si en una reverencia o en un intento de amedrentarla como un depredador amedrenta a su presa―. Por tu sutil reacción, intuyo que no estoy equivocado.
―Los humanos son muy hospitalarios ―replicó Sigyn, en un intento de desviar la conversación hacia una neutralidad que sabía que no duraría.
―No hablo de individuos, sino de naciones. Y si esta nación, Noruega, ha sido hospitalaria con vosotros… Cerca está de daros la espalda. Tú más que nadie deberías estar al tanto del crispamiento actual de la sociedad. Mi primer consejo para tu pueblo de refugiados es que recuerde que, por aquí arriba en la superficie, ningún país es realmente de fiar. La sociedad humana es autodestructiva, y no tardará en arrastraros a su vorágine. Con todo el odio que os profiere el planeta últimamente, deberíais abrir los ojos cuanto antes.
Sigyn escuchó las palabras del hombre acuático, sintiendo cómo cada una de ellas se clavaba en su mente como espinas afiladas. La realidad que él describía no le era desconocida, y aunque su tono era más duro de lo que habría preferido escuchar, no podía negar la verdad que se escondía tras sus palabras. Desde su llegada a la Tierra, siempre había creído en la capacidad de la diplomacia para sanar heridas, para construir puentes entre los asgardianos y la humanidad. Había dedicado incontables horas a suavizar las tensiones, a mediar en conflictos, a hacerles ver a los humanos que su pueblo no era una amenaza, sino una comunidad con la que podían coexistir en paz. Sin embargo, cada esfuerzo se veía contrarrestado por la desconfianza y el miedo inherente de los mortales, sentimientos que se habían convertido en un veneno latente, cada vez más difícil de neutralizar.
―¿Quién eres? ―quiso saber urgentemente. La asgardiana se atrevió, incluso, a extender la mano hacia el yelmo plumado del hombre, intentando descubrir más sobre el rostro que se ocultaba debajo, pero él la detuvo con feroz firmeza, sus dedos apresándole la muñeca con un agarre que era tanto intimidante como contenido.
―Preciosa e insolente ―susurró para sí mismo―. Los míos me llaman K'uk'ulkan, pero mis enemigos me llaman Namor. ¿Qué serás tú, asgardiana? ¿Amiga o enemiga de Talokan? ―sus palabras eran suaves, pero cada sílaba llevaba consigo una amenaza imposible de ignorar.
Sigyn trató de zafarse del agarre, sintiendo la frialdad del mar en el tacto de Namor.
―Depende, ¿a qué has venido? ―inquirió ella, su voz situándose al tono desafiante del desconocido.
Antes de que Namor pudiera responder, Ægir intervino, incapaz de mantenerse al margen ante la creciente hostilidad de la escena.
―Sigyn…
―Te he dicho antes que no te entrometas ―cortó ella, volviendo a clavar sus ojos verdes como las algas en los de Namor, que le recordaban a tierras exóticas y lejanas. El forastero esbozó una sonrisa apenas perceptible, disfrutando de la tensión que había creado.
―Veo lo mucho que te importa tu gente, la desesperación por protegerla. Eso es loable por tu parte. Puede que por eso quisiera reunirme contigo y no con nadie más ―explicó Namor mientras soltaba su muñeca con lentitud, dejando que sus dedos rozaran los de ella de manera deliberadamente sugerente antes de apartarse―. Lo importante es que a mí también me importa mi gente. Recientemente hemos estado en guerra también, con Wakanda. ¿Te suena? Aunque ya ha terminado, me ha hecho recordar la delgadez de la línea que separa la vida de la muerte. No sois una población muy extensa. Antaño, nosotros empezamos igual, siendo muy pocos. En ese sentido y muchos otros, me recordáis a mi gente, solo que la mía no vive eternamente.
La voz de Namor, cargada de seducción intencionada, intentaba penetrar sus defensas, y aunque ella había aprendido a resistir ese tipo de manipulaciones, no podía negar que estaba logrando hacerla tambalearse. Cada uno de sus gestos era una táctica diseñada para desarmarla y hacer que bajase la guardia. Por un instante, casi lo había logrado. Sigyn sintió una punzada de desconcierto al darse cuenta de lo cerca que había estado de caer en su juego. Trató de reconstruir sus defensas con la misma rapidez con la que él las había perforado.
Wakanda era un estado poderoso, una nación cuya tecnología y recursos superaban con creces los de la mayoría de los países en la Tierra. Que hubiera estado en guerra con Talokan, la nación de Namor, y que ella no estuviera al tanto, era un indicio preocupante de lo que se estaba gestando en el mundo, fuera del radar de los asgardianos.
―Nosotros tampoco vivimos eternamente ―respondió Sigyn con frialdad, tratando de desviar la conversación―. Morimos, como todo el mundo.
―Pero lo hacéis milenios después. Es incomparable. Vuestra esperanza de vida considerablemente larga ―replicó Namor, mientras exploraba el rostro de Sigyn, como si intentara desenterrar algún secreto oculto―. ¿Cómo te llamabas?
Sigyn sintió la presión de su mirada y decidió dar un paso al frente, enfrentándose a él con una dureza que, últimamente, la empoderaba más que nunca.
―Sigyn.
Namor esbozó una sonrisa que no alcanzó sus ojos. Dio un paso hacia ella, inclinándose ligeramente, su voz baja y sibilante como la de una serpiente.
―Sigyn ―murmuró el forastero, saboreando cada sílaba―. Tu nombre evoca misterio y poder. Cuando se pronuncia, su eco me recuerda a la lealtad, la amistad y la resistencia de las alianzas en la búsqueda de la victoria ―susurró, rodeándola lentamente como un depredador acechando a su presa. Se aseguró de apartar a Ægir de su camino con un empujón casual, casi despectivo.
―Al grano, Namor ―espetó ella, que no se había movido lo más mínimo mientras él la rodeaba.
Namor fingió un ultraje exagerado, llevando una mano al pecho como si lo hubiera ofendido gravemente.
―¿Tan rápido has escogido facción? Aún no he podido explicar qué hago aquí ―dijo, con un tono teatral.
―No he escogido nada, tu otro nombre es simplemente impronunciable ―replicó ella de forma ácida, dejando claro que no tenía paciencia para juegos.
Namor dejó escapar una suave risa, apreciando lo cortante de su respuesta.
―Tu hermosa juventud, que no se marchita al paso de los siglos, no puede deberse únicamente a la genética, ¿verdad, Sigyn? ―insinuó, dejando que sus palabras flotaran en el aire―. Hay algo más… Unas manzanas, recogen las conjeturas de la mitología.
Sigyn entrecerró los ojos, sus labios formando una línea fina mientras comprendía a dónde quería llegar. Por supuesto. Permitió que su rostro se suavizara, como si estuviera riéndose de sí misma ante la estupidez de no haberse dado cuenta antes.
―Claro… cómo no vas a querer eso.
Namor sonrió, pero esta vez no había diversión en su expresión.
―A cambio de mi alianza contra los griegos, por supuesto.
Ægir sintió un nudo formarse en su estómago al comprender finalmente la magnitud de lo que Sigyn había preferido mantenerlo al margen. De pronto, las piezas sueltas en su cabeza habían empezado a encajar. Los asgardianos estaban en conflicto con los griegos. La imagen de Sigyn enfrentándose a una mujer de fuerza sobrenatural ahora cobraba un nuevo sentido, y aquello, sumado a todo lo demás, lo hizo estallar.
—¿Griegos? ¿Estáis en guerra con los griegos?
Sigyn, sin embargo, lo ignoró deliberadamente. A pesar del nerviosismo que le había producido su reacción, sabía que tenía que mantenerse enfocada. Enfrentarse a Namor, o K'uk'ulkan, era ahora su prioridad absoluta. Entretanto, el enigmático hombre observaba la tensión en el rostro de Sigyn, interpretando su silencio como un punto a su favor.
―Tan solo una mísera manzana, incluso la semilla de uno de esos frutos bastaría para establecer una alianza ―continuó con su tono seductor, sabiendo que estaba presionando en el punto exacto.
Sigyn, con los ojos entrecerrados y la mente en constante análisis, replicó con mayor serenidad:
―"El dios serpiente plumada", eso significa tu nombre en la lengua de los antiguos Mayas yucatecas.
Namor no pudo evitar un leve destello de sorpresa en sus ojos al escuchar aquello. El impacto de esas palabras fue inmediato, aunque se esforzó mucho por mantenerse imperturbable. Pocos seres modernos tenían conocimiento sobre la historia antigua de su tierra, y menos aún comprendían la verdadera importancia de su nombre. Pero lo que realmente lo desconcertó fue que una asgardiana, alguien tan alejada de la historia de su pueblo, estuviera al tanto de algo tan significativo. La profundidad de su conocimiento lo halagó, incluso lo conmovió de una manera que no se había permitido sentir en mucho tiempo. Sin embargo, Namor se mantuvo en silencio, controlando cualquier rastro de emoción que pudiera delatarlo. Simplemente asintió, como invitándola a continuar.
―Aun así, hay un fallo en tu petición. No tienes en cuenta un detalle fundamental. Los frutos de Iðunn no crecen bajo el agua ―razonó Sigyn con una sutil sonrisa triunfal que provocó que Namor sacudiera la cabeza, como si no hubiera previsto aquel tecnicismo en su negociación. Con todo, no era nada que lo preocupara, francamente.
―Mi civilización es tan avanzada como la tuya, puede que incluso más, dadas vuestras circunstancias actuales ―respondió Namor, irguiéndose en una chispa de orgullo―. Ahora, vuestra tecnología no resalta demasiado de la de los humanos. Nosotros nos las apañaríamos para hacerlas crecer.
Debían estar listos para proteger el vibranium, ahora que las naciones pretendían explotar la riqueza que había residido oculta durante siglos en su reino.
Sigyn reflexionó con rapidez antes de tomar una decisión definitiva. No sabía nada sobre Talokan, ni sobre la verdadera naturaleza de Namor. Este potencial enemigo había surgido de las profundidades del océano, exigiendo un tesoro tan preciado como las manzanas de Iðunn sin que ella supiera nada sobre él. Parecía actuar solo en base a sus propios intereses y los de su pueblo, sin considerar las posibles consecuencias para los demás. ¿Cómo podía estar segura de que cumpliría con la alianza que prometía? Compartir las manzanas con alguien cuya lealtad era incierta representaba un riesgo que no podía permitirse. ¿Y si las manos de Namor eran, en realidad, las equivocadas? La posibilidad de que él utilizara los frutos de manera destructiva era demasiado grande para ignorarla.
―No, no puedo.
Al escuchar la negativa de Sigyn, el semblante de Namor cambió drásticamente. La seducción que había coloreado su expresión se desvaneció, sustituida por una sombra que oscureció su rostro. La posibilidad de una negociación pacífica parecía alejarse con cada segundo que pasaba. Con todo, siguió insistiendo.
―¿No puedes acceder a una condición tan sencilla? Claro que puedes. Es muy fácil de cumplir, Sigyn. Es solo una manzana.
Sigyn sonrió de manera estoica ante la ironía bíblica que impregnaba la situación. La serpiente tentándola con "solo una manzana". Era casi cómico, en una forma perversa. A pesar de la tensión entre ambos, no pudo evitar apreciar el paralelismo. Namor, sin darse cuenta, había asumido el papel del diablo, tentando a la mujer con promesas envueltas en peligro. Pero Sigyn no estaba dispuesta a caer en la misma trampa.
―¿En serio crees que entregaría el más preciado tesoro de Asgard a alguien que no conozco? ¿Y dónde demonios está Talokan, exactamente?
Namor, con una sonrisa enigmática, se acercó aún más. Ægir pudo apreciar cómo ese espíritu provocador de Namor se había convertido en algo que rozaba el sadismo.
―Me encantaría enseñártelo y descubrir el alcance y las limitaciones de la biología asgardiana, patrona. Si fueras humana, la hipotermia no te permitiría acercarte siquiera, tu sangre se volvería tóxica y la presión del océano rompería cada hueso de tu cuerpo.
―¡Sigyn! ―Ægir alzó la voz. Era la segunda advertencia que le lanzaba, y solo esperaba que, esta vez, atendiera a ella. Pero ella volvió a no prestar atención. Estaba demasiado enfrascada en mantenerse inalterable frente a Namor, plantada ahí frente a él de brazos cruzados. El ser acuático continuó, su tono suavizándose solo durante unos instantes, sin perder la amenaza implícita.
―Debo insistir, seguro que lo comprendes. ¿Accedes a compartir las manzanas de Iðunn con K'uk'ulkan?
―No ―repitió Sigyn, su decisión inamovible.
La sonrisa de Namor se desvaneció por completo. Ahora se veía frío, calculador, y tonteaba con promesas de violencia. "¿No?", pensó Namor. "Está bien, comprobemos el verdadero aguante del cuerpo asgardiano". Antes de que Sigyn pudiera reaccionar, el ser acuático la envolvió en un abrazo férreo y, sin previo aviso, la sumergió en el mar después de haberla arrastrado sin consideración por la arena. La fuerza de su acción fue tan inesperada que no tuvo tiempo de prepararse. El choque del agua fría contra su piel le hizo perder el poco aire que había cogido en la superficie momentos antes, durante las negociaciones.
La arrastró consigo a las profundidades, precipitándose adentro con una velocidad sobrehumana. Así, recorrieron el fiordo en un tiempo que a Sigyn, personalmente, se le antojó interminable. La presión del agua aumentaba con cada segundo, aplastando sus pulmones y robándole la energía vital. La sorpresa se convirtió en desesperación mientras luchaba por aferrarse al poco oxígeno que le quedaba. La velocidad era tal que las aguas a su alrededor eran un borrón turquesa y negro. Además, el Mar del Norte era frío hasta en el día más cálido de verano, por lo que enseguida notó su cuerpo entumecerse.
Justo cuando la inconsciencia empezaba a nublar su mente, algo rompió la oscuridad que la envolvía. Namor no pareció inmutarse, pero muy cerca, una silueta colosal se dejó ver, haciendo alarde de una gracia aterradora. Se trataba de un basilisco escamado de azul profundo, con los ojos tan brillantes como el hielo de las montañas. Eran gigantes y hechizantes, y la miraban con una curiosidad natural, casi infantil.
Mientras el basilisco los observaba, Sigyn sintió su conciencia amenazar con abandonarla. Estaba a punto de sucumbir cuando Namor emergió del agua de un vigoroso salto, rompiendo la superficie en un estallido de espuma. En un movimiento brusco y poco cortés, la arrojó al rocoso suelo de la cueva submarina, donde su cuerpo impactó con la piedra, dura y fría, haciendo que viera las estrellas del dolor. Ella jadeó, tratando de recuperar el aliento de la zambullida, así como del impacto contra el suelo, mientras su visión se aclaraba.
Namor, apenas unos pasos delante de ella, se quitó la corona y se sacudió el cabello empapado, liberándose del exceso de humedad. Se pasó las manos por la cara, respirando agitado, su musculoso pecho subiendo y bajando al mismo ritmo frenético que el de Sigyn. Mientras recuperaba el control de la situación, no despegó la mirada del menudo cuerpo de la asgardiana. La observaba con una intensidad que quemaba. Su ropa, ahora calada, marcaba el contorno de su figura con una claridad que no podía ignorar. Su mirada recorriendo cada centímetro de su piel mientras ella intentaba recomponerse. En el silencio de la cueva, solo se oían sus respiraciones y el goteo del agua, lo cual provocaba un incómodo eco que resonaba en la oquedad semi iluminada.
—Respira, querida. Nuestra conversación todavía no ha acabado —advirtió Namor.
―Arrastrarme mar adentro no es la mejor forma de persuadirme de nada ―respondió Sigyn, luchando contra el malestar general que comenzaba a desorientarla. Debido a la hipotermia, comenzó a hablar con dificultad, teniendo que pausarse cada cuatro o cinco palabras, y cada vez más a menudo. Esto no pasó desapercibido para Namor, que por un momento tensó la mandíbula ante su propia crueldad, algo de lo que nunca se había arrepentido especialmente hasta que se había cruzado con Shuri, la nueva reina y pantera negra de Wakanda.
―Odio tener que enfrentarme a mujeres que malgastan su influencia, su potencial y sus recursos por… ¿Por qué, exactamente, Sigyn? ¿Es que me tienes miedo? ―Namor la observó con ojos penetrantes, buscando cualquier señal de vacilación.
Namor no podía darse por vencido. Debía sublevar a la diosa, conseguir que atendiera a sus peticiones. Con esto en mente, reveló parte de la verdad que lo había llevado hasta ella. La sinceridad, precisamente, no era algo que él temiera. Pero sí formaba parte estratégica en momentos como ese.
―Mi pueblo también guarda un tesoro que ahora los humanos nos quieren arrebatar. No solo estarían vuestras manzanas a salvo en nuestras manos, sino que tampoco tendríamos problema en compartir nuestro bien más preciado con vosotros, si nos ayudaseis a protegerlo llegado el momento. Pero vayamos paso a paso. Primero, las manzanas a cambio de mi apoyo bélico.
Sigyn levantó una ceja, intrigada por la confesión del ser acuático. Con todo, se recordó que cada reino tenía sus problemas, y que el auxilio no se pedía con violencia. Namor tendría que apañárselas solito. El rey de Talokan observó a Sigyn mientras ella se recomponía, todavía temblando del impacto y la temperatura del agua.
―¿Sabes? ―comenzó, intentando mantener una postura que, a pesar de su desesperación, trataba de reflejar autoridad y supremacía―. Me pregunto quién sería el más fuerte en una lucha justa, la diosa o el mutante.
Namor intentaba desesperadamente convencerla de la importancia de su demanda. La insinuación de una lucha entre ellos no solo era un intento de impresionarla, sino también de apelar a su sentido del honor y su curiosidad. Sigyn trató de reincorporarse mientras deshacía difícilmente el recogido de su pelo, lo escurría y se lo alborotaba. Aquello le costó no solo porque estaba enredado, sino porque apenas podía mover el cuerpo, que sentía horriblemente aterido por el frío.
―No somos dioses, tan solo disfrutamos de ese apelativo tanto como tú ―replicó con firmeza, a pesar del temblor que aún afectaba sus labios.
―¿Tienes frío, Sigyn? Pensaba que serías más resistente que eso ―se burló Namor, buscando el más mínimo resquicio en su armadura emocional.
―Las manzanas también las quieres para ti, ¿no? Para recuperar esas aletas de tus pies ―observó ella, tratando de amedrentarlo con sus mismos métodos. Con un cabeceo, señaló a sus pies malheridos. Su tono no ocultaba la ironía.
―No eran aletas, sino alas ―corrigió Namor, su voz un susurro lleno de significado.
―Que te vuelvan a crecer depende más de ti, que de nada. Sí, las manzanas de Iðunn ayudan a sanar, no solo a alargar la esperanza de vida. Acelerarían el proceso regenerativo de tu cuerpo. Una pena que no te las estés ganando ―añadió ella, su tono mordaz―. No se te dan muy bien las mujeres, ¿eh, Namor? Nosotras no caemos rendidas ante las amenazas.
Namor se acercó un paso más, su postura dominante y segura contrastando con la vulnerabilidad de ella. La idea de iniciar una guerra contra Asgard, justo cuando su pueblo ya se preparaba para una confrontación con los humanos, parecía una estrategia arriesgada. Necesitaba dos cosas de ellos: las manzanas para garantizar la acelerada recuperación de sus guerreros caídos, y también convencerlos de que, llegado el momento crítico para Talokan, se unieran a él en la protección del vibranium. A cambio, por supuesto, les daría dos cosas: primero, su presencia en la guerra contra los griegos. Segundo, ese material tan preciado por el que mataban los mortales.
La realidad era que los asgardianos, quienes históricamente habían defendido a los humanos, estaban ahora en un punto de inflexión. La lealtad que alguna vez los mortales les habían mostrado a los héroes alienígenas parecía estar en declive. Los humanos, cada vez más conscientes de las amenazas externas y preparándose para enfrentarlas, estaban distantes de la antigua adoración hacia los seres que una vez consideraron salvadores. El vibranium, ese recurso crucial que Namor buscaba proteger, se había convertido en una pieza clave en el gran tablero de poder. Sin embargo, Namor se cuestionaba si ese propósito era suficiente para ganar el favor de alguien como Sigyn. Su sentido de la justicia y su anhelo de paz parecían ser la base de sus decisiones y acciones, aunque no fueran acertadas.
―Podría traer a mi ejército para arrebatároslas y, entonces, los griegos serían la menor de vuestras preocupaciones ―siseó, sin saber muy bien qué cartas seguir jugando. Lo que pretendió ser un pensamiento privado, acabó verbalizando casi sin darse cuenta mientras placaba a Sigyn contra la pared. Ella se retorció y, según Namor deshacía el agarre alrededor de su cuello, cayó al suelo y se llevó las manos al vientre casi sin pensárselo.
Namor, con la mandíbula tensa y el semblante sombrío, observó la postura protectora. La preocupación instintiva de la mujer le reveló algo que no había considerado: estaba embarazada. Aquello tocó su fibra más humana y le hizo tambalearse en sus convicciones. Namor había sopesado muchas estrategias, pero la imagen de Sigyn, tendida en el suelo con las manos sobre el vientre, le hizo reconsiderar su enfoque.
―¿Vas a matarme? ¿Así es como pretendes conseguir las manzanas?
No podía seguir adelante con sus métodos brutales si ello significaba poner en riesgo la vida de un bebé inocente. Con una tensión palpable en el aire, comprendió que no era el momento adecuado. Quizás, pensó, debería esperar a que los asgardianos, por sí solos, se enfrentaran a la realidad inevitable de que los humanos, en su creciente desconfianza, eventualmente los rechazasen. Solo entonces, cuando la situación se tornase desesperada para ellos, podría darse el momento oportuno para buscar su colaboración. O puede que acudieran a él ellos solitos, suplicando su ayuda por temor a caer en batalla contra los griegos. Con esto en mente, decidió mostrar un gesto de buena voluntad, aunque minúsculo, y dejó caer una concha marina al lado de ella.
El sonido del agua fluyendo detrás de él fue lo único que precedió a la aparición de Ægir, que emergió de las profundidades con un paso decidido. Así, la atmósfera de la cueva se cargó de una nueva tensión. Ægir, con un rostro marcado por la furia, señaló a Namor con su dedo índice y siseó lo siguiente de forma inquisidora:
—Aquí nadie matará a nadie. Largo de mi terreno. ¿O es que te crees emperador de todas las aguas? —la voz de Ægir retumbó en los oídos de Sigyn, que parpadeaba sorprendida por su intervención. Su pretendiente acérrimo había emergido como otro ser acuático, a pesar de su naturaleza de gigante de hielo. Con su piel azulada y su estatura majestuosa, Ægir no dejaba lugar a dudas sobre quién estaba a cargo en ese terreno submarino.
Namor, aún agitado por el descubrimiento del estado de Sigyn, se giró hacia Ægir con puro desdén.
―No he venido aquí para discutir derechos territoriales —dijo Namor con un tono de voz que intentaba mantener la calma, aunque su enojo fuera palpable—. Ni sabía que las aguas de estos fiordos tuvieran dueño.
―No solo los fiordos, todo el Mar del Norte. No te justifiques conmigo. Con quien debes disculparte es con ella ―espetó Ægir, acercándose lo suficiente como para gruñirle de forma desafiante―. Venga, rapidito. A no ser que quieras convertirte en la cena de una serpiente mucho más grande que tú.
Namor se mantuvo en silencio por un momento, reflexionando si merecía la pena enfrentarse al ser azul frente a él y comprendiendo que aquello solo empeoraría las cosas. Finalmente, volvió su atención a Sigyn, que seguía en el suelo, con la concha marina a su lado. La mirada de Namor era ahora más suave, apologética, suplicante.
―Lo lamento, asgardiana. Llámame cuando cambies de opinión. Te contaré cuál es ese tesoro que tanto quiero proteger, y cómo pienso hacerlo. Por supuesto, acudiré a vuestro auxilio contra los griegos.
Con esas palabras, Namor se dio media vuelta, sabiendo que había lanzado la última carta en sus manos y que el resto dependía de la decisión de Sigyn. Entonces, su figura se desvaneció en las aguas, dejando tras de sí una estela de burbujas heladas. Ægir, al ver la expresión de angustia en el rostro de la diosa, recobró su apariencia humana de inmediato. Su figura imponente, ahora más terrenal, más tierna y desenfadada, se arrodilló junto a ella.
―Hay que sacarte de aquí.
Sigyn lo miró con escepticismo. Llegar hasta allí había supuesto un buceo horroroso para el que su cuerpo no estaba preparado. Tenía que agradecer no haber nacido en un cuerpo mortal, de lo contrario, ya estaría muerta.
―¿Cómo? Estamos en una cueva submarina. No puedo volver a meterme ahí —cuestionó ella, su voz cada vez más temblorosa. Urgía que entrase en calor cuanto antes.
―Tendrás que hacerlo. No sé teletransportarme, ni nada de eso.
Sigyn soltó un bufido, pensando en lo conveniente que les hubiera sido una tempad en aquellos instantes. Pero no tenía nada remotamente parecido que le garantizase una salida segura de aquella oquedad de mala muerte.
―Asegúrate de aguantar la respiración. Prometo ser más rápido que él esta vez.
Ægir se dispuso a tomarla en brazos, su preocupación evidente al comprobar que a Sigyn le costaba, cada vez más, moverse. Sus movimientos eran lentos y torpes, la fatiga y el frío comenzaban a cobrar un precio alto. Sigyn intentó enderezarse, pero el dolor la debilitaba, y el miedo a lo que podría encontrarse en las profundidades del agua la paralizaba.
―Hay criaturas terroríficas… ahí adentro —advirtió, su mirada dirigida a la oscuridad de la poza que los esperaba.
―Esa criatura que has visto es amiga, no te hará nada.
Amiga o no, pensó Sigyn, no le quedaba más remedio. Cerró los ojos y respiró todo lo que le permitieron los pulmones, preparándose física y mentalmente para el viaje a nado de vuelta a la seguridad.
Con determinación, Ægir la alzó en sus brazos, asegurándose de que estuviera bien sujeta. Sigyn se dejó llevar, sintiendo cómo su cuerpo debilitado se acurrucaba contra el del gigante, incapaz de reunir la energía suficiente para, esta vez sí, invocar la armadura protectora de Khonshu.
La zambullida en el Mar del Norte fue tan brutal como la anterior, y el frío cortante se aferró a su piel como una segunda capa de hielo. Ægir nadó a una velocidad increíble, su mente concentrada únicamente en poner a Sigyn a salvo. Cada brazada supuso un esfuerzo titánico para él, no por la dificultad de las corrientes y ls profundidades abismales, sino por la desesperación de llevarla de vuelta a casa. Entretanto, Sigyn se aferraba a él, debilitándose aún más con cada segundo que pasaba bajo el agua.
Cuando finalmente emergieron en la orilla de Nueva Asgard, se sentía casi inmóvil. Ægir la llevó hasta su flamante Tesla, que estaba estacionado cerca. Sigyn le rodeaba el cuello con los brazos y dejaba caer la cabeza, aturdida, sobre su hombro. La fragancia masculina que emanaba de su piel la envolvía, proporcionándole una sensación de confort que apenas podía procesar en su estado.
—Últimamente, no haces más que alterar todos mis esquemas —bromeó ella, su voz apenas un susurro contra Ægir. El jotun, mientras la colocaba suavemente en el asiento del coche, no pudo evitar una leve sonrisa ante su comentario, consciente de la ironía de la situación. Sigyn lo miró mientras él la aseguraba con el cinturón de seguridad y se apresuraba a encender el motor.
―Llevaba siglos sin tener que enfrentarme a nadie por aquí. Tú sí que alteras todos mis esquemas ―le respondió Ægir con la misma sorna de siempre. Con un gesto rápido, dirigió los conductos de ventilación en su dirección, permitiendo que el calor del coche comenzara a envolverla poco a poco―. Tan solo unos minutos y se calentará enseguida ―agregó, ajustando la temperatura, así como la intensidad del sistema de calefacción, para que subiera lo más rápido posible.
Mientras el aire cálido comenzaba a circular, Ægir se dispuso a quitarle la ropa húmeda, sabiendo que dejarla puesta podría empeorar su estado. La ropa mojada, al estar en contacto con la piel, absorbía el calor corporal y aceleraba la pérdida de temperatura, lo que podría agravar la hipotermia. Empezó por el jersey de lana, que, dado el material, le tenía que pesar mucho. Sigyn observaba cada uno de sus movimientos, notando la vacilación de Ægir cuando llegó el momento de desnudarla. Aunque no dijo nada al principio, frunció el ceño cuando llevó las manos al bajo de su vestido, dispuesto a despojárselo de abajo arriba.
―¿Qué haces? —preguntó Sigyn, su voz saliendo más débil de lo que pretendía.
―Estás helada, hay que quitarte la ropa húmeda. Tranquila, por pudor, no te despojaré de todo ―explicó el joven jotun, manteniendo el tono ligero en un intento de calmarla.
Ægir no pudo evitar que su mente divagara mientras sus manos trabajaban de manera mecánica. Agarrando el vestido, reveló poco a poco la figura delicada de Sigyn. Su piel, bronceada y salpicada de pequeños lunares, emergía de la tela como un secreto desvelado solo para él. Su cintura era tan fina que parecía casi frágil bajo sus manos, y, a pesar de la situación, Ægir se quedó sin aliento por un instante.
Observó su cuerpo menudo y delgado, un cuerpo que, hasta ese momento, solo había visto cubierto de trajes y abrigos elegantes, y que ahora se mostraba vulnerable ante él. Por un breve y culpable segundo, el gigante se permitió maravillarse ante tanta belleza, una belleza que sabía estaba fuera de su alcance. Con una media sonrisa, trató de recuperar el control de sus pensamientos, recordándose que estaba haciendo lo necesario para salvarla, aunque en el fondo, sabía que esta experiencia lo marcaría de una manera que no podría olvidar fácilmente.
―Jamás pensé que nuestra primera vez fuera a ser así, Luisvi.
Sigyn puso los ojos en blanco, exasperada por la imperturbable actitud de Ægir, incluso en una situación como aquella. Aunque entendía la necesidad de quitarse la ropa mojada, no pudo evitar replicar:
―No es el mejor momento para tu coqueteo.
Ægir soltó una risa breve, pero su mirada se suavizó mientras le quitaba botas y medias, asegurándose de no incomodarla más de lo necesario. Aunque seguía bromeando, había un respeto tácito en cada uno de sus movimientos. Conocía los límites que no debía cruzar, especialmente cuando ella estaba en un estado tan vulnerable.
―¿Estás bien? ¿Te sientes… diferente? —preguntó, después de haberla cubierto con una manta que llevaba siempre consigo en la parte trasera del coche—. ¿Está bien tu… bebé?
El calor del coche comenzó a envolverla con mayor intensidad, y Sigyn se dejó caer contra el asiento, agotada, pero agradecida por el repentino alivio del frío que la había atenazado hasta entonces.
―Bebés ―corrigió, sin plantearse en el impacto que aquello podría causarle al gigante―. Y, no lo sé, aunque espero que sí.
El trayecto a casa de Sigyn se desarrolló en un tenso silencio, con Ægir concentrado en la carretera, luchando por mantener el control de sus pensamientos. Ni siquiera se planteó que podría encontrarse con Loki al llegar, ni que la situación podría malinterpretarse, suficiente para que Laufeyson le rebanase el pescuezo. Su mente estaba completamente absorta en la urgencía que sentía por llegar.
Al detenerse frente a su cabaña, aún con el motor en marcha, no dudó en cogerla en brazos de nuevo. Sin perder tiempo, se dirigió a la puerta y la aporreó con insistencia. Cuando Thor la abrió, el impacto de la escena lo dejó petrificado. Sus ojos se clavaron en la figura vulnerable de Sigyn, envuelta en los brazos del gigante.
—Espabila, hijo de Odín. Hay que darle un baño caliente —respondió Ægir con firmeza, su tono denotando lo crítico de la situación. Hizo amago de entrar, su instinto protector superando cualquier protocolo, pero Thor lo detuvo, colocando una mano firme frente a él, que le impedía el paso. Aunque entendía que el gigante de hielo solo trataba de ayudar, no podía permitir que invadiera la casa familiar.
―Eh, ¿qué haces? No, de eso nada, gigante. Dámela, tú te quedas afuera —insistió Thor, su voz dura, aunque agradecida—. Gracias por traerla, pero ahora me encargo yo. Entrégamela, estará bien. Es mi familia.
Thor y Ægir intercambiaron miradas intensas hasta que, finalmente, el gigante asintió con resignación. Con cuidado, depositó a Sigyn en los brazos del Dios del Trueno y se quedó ahí, pasmado, mientras Thor se disponía a cerrar la puerta. Esperaba que Sigyn le dedicara una última mirada, un gesto que le confirmara que todo estaba bien entre ellos, pero llevaba rato con los ojos cerrados, ajena a todo lo que la rodeaba.
Thor asintió brevemente, un gesto que pretendía reconfortar a Ægir y prometerle que ella estaría a salvo, y pronto también sana. Solo al cerrar la puerta, murmuró ella débilmente:
—Loki… ¿Dónde…?
Molesto por la inesperada y no notificada ausencia de su hermano, Thor respondió de camino al baño, en una voz baja cargada de frustración:
—No lo sé, tendremos que hacer esto solos.
Nota de la autora: Primero, y, ante todo, debo aclarar que al subir el capítulo anterior subí una versión antigua, por lo que quizá pudisteis leer el espóiler en la "nota de autora" del final. Lo lamento mucho. En el último momento decidí omitir una parte y dejarla para la entrega de hoy, de lo contrario se habría hecho bastante largo el capítulo. Me refiero a la parte en la que Sigyn mata a Atenea en sangre fría. Esto fue lo que dije: "en la categorización de los dioses griegos, capítulo 7, se menciona a Atenea como la más poderosa. Fue algo difícil de deducir y, de hecho, tuve que documentarme mucho para llegar a esa conclusión que, si lo pensáis, encaja perfectamente con la trama. Sigyn es hija del Dios de la Guerra, por lo que tiene sentido que se enfrente a ella y resulta hasta poético que sea la única capaz de vencerla, aunque ello la lleve a lugares muy oscuros. De ahí la predicción del Oráculo diciéndole que ella, también, tontearía con ese monstruo que tanto aterraba a Loki. "El monstruo" solo es una forma de referirse a la parte más malvada que subyace en todos nosotros. Todo ser tiene la capacidad de actuar con crueldad, incluida Sigyn". Siento la metedura de pata. Ya he subsanado el error para los nuevos lectores.
Ahora sí, lamentar también la tardanza en actualizar. Estoy con el agua al cuello en lo que trabajo se refiere, por lo que pido paciencia y agradezco toda la actividad que se ha dado durante la espera. Como compensación, aquí el capítulo más largo hasta la fecha. Al grano, Loki ya sabe que Sigyn está embarazada. Reconozco que el tema del embarazo no es algo de lo que me guste escribir especialmente, pero forma parte de su destino como pareja, por lo que tenía que acabar sucediendo. Espero que mi visión de las cosas os resulte curiosa, teniendo en cuenta que ella ya se había quedado embarazada una vez.
Aquí el punto de vista de Sigyn de los sucesos recientes, en los que un personaje que se ha ganado mi corazoncito está directamente implicado. El nuevo cameo se trata de Namor, que ya hizo su aparición en Wakanda Forever. Pocos personajes del UCM me atraen tanto como Loki, y él es uno de ellos. Tenía que satisfacer mi necesidad personal de cruzarlo en el camino de la protagonista. Además, me parece que los motivos para su aparición son más que acertados y se alinean perfectamente con la trama principal, ¿vosotros qué creéis?
Respecto a Ægir. En entregas pasadas, os he animado a absteneros de indagar en Internet. Él es, en realidad, rey de los mares en la mitología nórdica, eso que no quería destriparos hasta ahora. Se supone que es la personificación del poder del océano, y no solo eso, sino que es amigo de los Æsir, no enemigo. Aunque no se le relaciona con Sigyn, me gustó lo suficiente como para incluirlo en la fábula. Una de las interacciones más notables entre Ægir y Loki ocurre en Lokasenna, en la Edda poética. Durante un banquete organizado por Ægir, Loki comienza a insultar y provocar a los dioses presentes, lo que los lleva a una serie de confrontaciones verbales y resalta su carácter conflictivo, así como su tendencia a causar el caos incluso en situaciones de camaradería.
Durante el próximo capítulo, entenderemos qué le ha pasado a Loki para no estar ahí cuando Ægir lleva a Sigyn a la seguridad de su hogar. Sin mucho más que añadir, gracias por leerme.
