Epopeya de Sombras y Cenizas

Contradicción.

Trivie estaba más molesta de lo habitual. Rara vez salía de casa con sus padres, y aún en más raras ocasiones dejaba Vale. Su padre se jactaba del hecho de que los habían invitado al cumpleaños de una de las familias más ricas e influyentes de todo Remnant. Mientras hurgaba en los cajones adornados de la casa anfitriona, recordaba cómo aquel hombre, que apenas podía llamarse padre, se felicitaba a sí mismo, comentando de vez en cuando que sus contactos y su posición lo habían llevado hasta allí.

"Es de mala educación robar a los anfitriones", esa simple oración la sacó de sus pensamientos mientras cerraba cuidadosamente la puerta de la habitación que había elegido como objetivo de sus retorcidas intenciones. La persona que la interrumpió no podía tener más de 10 años; ella ya lo habría sabido si hubiera prestado atención a la elegante invitación a la fiesta o al discurso que tímidamente había dado. La figura parada en el alféizar de la ventana era el homenajeado.

Sostenía un libro que no podía leer; no reconocía las letras en la portada o el lomo, y el emblema dibujado tampoco le daba ninguna pista. "Puedes llevarte lo que quieras", continuó diciendo sin apartar la vista del libro mientras cambiaba de página con el pulgar. "Pero me temo que el colgante de mi hermana vale más que cualquier cosa en este mundo, y no puedo dejar que una simple ladronzuela se lo lleve".

Cómo era posible que la hubiera visto era una incógnita que no sabía responder. Recordó que, durante la presentación de los miembros de esta asquerosamente rica familia, había tomado un pequeño colgante de una de las hijas. Era bonito, de plata pulida, no muy caro si se juzgaba por la facilidad con la que aflojó el broche de la cadena. Estaba segura de que ni su dueña se daría cuenta, pero ahí estaba él.

La había atrapado y ahora solo podía pensar en lo que pasaría si un escándalo mostrara a sus padres que su hija era una ladrona.

Los avergonzaría tanto que esta vez no solo la encerrarían en aquella habitación, sino que su madre cumpliría la amenaza de enviarla a la escuela para señoritas. No sabía por qué siempre hacía lo que Neo le decía; sabía que estaba mal, pero Neo siempre era más convincente.

El ruido del libro al cerrarse la sacó de sus pensamientos. Tal vez había perdido mucho tiempo en ellos, o quizá cerró los ojos en un parpadeo más lento de lo normal, pero ahora aquel chico ya no parecía como en la fiesta. Su aura devoraba la luz que emanaba de la única lámpara encendida en la habitación, lo que resaltaba un par de ojos brillantes debajo de las sombras que ocultaban parte de su rostro.

Él podía verla, a pesar del disfraz generado por su semblance, a pesar del engaño visual, indistinguible incluso para quienes sabían cómo funcionaba.

Él veía sus ojos dispares, su pequeña estatura y su cabello castaño. Aquellos ojos que ocultaba con lentillas, él los veía. "Entonces", dijo con un tono mucho más serio que antes, "¿me lo devolverás?". Preguntó la ahora imponente figura envuelta en oscuridad.

Inmediatamente, Trivie llevó su mano a su escondite, en medio de su poco desarrollado escote, y sacó la pieza de plata, ofreciéndola con las manos juntas y dejando caer la ilusión de mucama que llevaba.

Ahora, como una niña atrapada robando galletas, agachaba la cabeza en su elegante vestido que su madre le había obligado a usar.

"Buena chica", dijo mientras acunaba el dorso de las manos de la pequeña mujer. "Incluso para mí fue difícil ver cómo lo hiciste", continuó. Aún con las manos extendidas y sostenidas por el chico, Trivie dudaba si tenía una oportunidad.

Todo su cuerpo le gritaba peligro; sus instintos le decían que un paso en la dirección equivocada y sus padres la buscarían durante días, quizá semanas, antes de pensar que se había escapado y nunca la volverían a ver.

Mientras aquella figura tomaba de regreso lo que le había quitado, ella temblaba, no solo de miedo sino también de excitación. Estaba tan emocionada que sentía que su pecho estallaría. Su vida hasta ahora había sido aburrida, entretenida solo por los problemas que causaba solo porque podía hacerlo.

Pero ante ella estaba el concepto completo, puro y absoluto caos.

Cuando levantó la vista y posó sus ojos en los de él, quería expresarle lo que pensaba, pero sus palabras nunca habían salido de su garganta desde que nació. Sin embargo, al haberse liberado de la carga que representaba aquel colgante, todo se calmó.

Haciendo un gesto con su mano en su boca y luego señalando con su dedo el pecho, trató de indicar que quería hablar o, al menos, intentar darse a entender. La pequeña Trivie siempre había usado un dispositivo para que los demás pudieran comprender lo que decía, excepto Neo; ella la entendía a la perfección y deseaba que hubiera más gente como ella. Temblorosa, buscó el aparato con pantalla para indicar los caracteres que rondaban su cabeza.

Tan rápido como sus dedos lo permitieron, terminó de escribir y se lo mostró apresuradamente: "- ¿Quién eres? -", decía una voz robótica.

"Soy aquello que el mundo olvidó", dijo en voz alta el joven cumpleañero. "¡Magia antigua y poderosa que un día engullirá el mundo!", gritó con una profunda voz la última parte, levantando los brazos como si exigiera atención, y acto seguido todas las luces parpadearon, casi apagándose como respuesta. "Y tú, pequeña bribona, ¿cómo te llamas?" preguntó, extendiéndole la mano diestra.

- Trivie Vanille - la máquina respondió con una de las frases ya prescritas.

"¿Y cuál es tu verdadero nombre?", preguntó nuevamente, pero esta vez la máquina fue partida por la mitad usando una espada delgada y larga.

Con los ojos muy abiertos, la intrusa observó el acto del joven y apresuradamente buscó un espejo. Cerrando los ojos, dejó salir a Neo: ojos dispares, uno rosado y otro café, en conjunto con su cabello de las mismas tonalidades.

"Ciertamente eres hábil", dijo el joven mirándola cambiar tan naturalmente. "Tu semblance es poderoso. Un día serás un verdadero problema", agregó mientras se alejaba hacia la puerta por la que la pequeña se había colado.

"Pero si me disculpas, aún hay una velada esperándome". Antes de terminar de despedirse, ella lo sostuvo por la manga del fino traje. Ya no tenía su dispositivo para comunicarse y necesitaba decirle que quería seguirlo. Si este sujeto en verdad traería el caos al mundo, ella quería ser parte de eso. Entonces adoptó la forma del joven, delgado, de cabello blanco y ojos azules, y un instante después se transformó en una versión oscura. Muy similar a la forma que él había mostrado un instante antes, pero esta forma era mucho más pequeña y femenina.

"Me halagas", dijo él, mirándola de reojo, "pero buscar compañeros no está en mis planes". Entonces notó que la manija de la puerta se había cambiado de lugar; apenas percibió el momento en que logró hacer esa ilusión. "Sin duda eres buena…", se dijo casi para sí mismo.

"¡Bien!", exclamó volviéndose a la chiquilla que apenas podía sostenerse después de haber hecho el inmensurable esfuerzo de engañarlo, aunque solo hubiera sido por unos segundos. "Pero estar a mi lado te convertirá en el enemigo de todos. El mundo se pondrá en tu contra; todos los pecados y males te serán impuestos cuando empiece mi cruzada".

La intrusa solo tomó la mano del joven y sonrió como lo hacía cuando causaba travesuras que la llevaban a ser castigada.

"Buena respuesta", dijo él, ayudándola a ponerse de pie. "Entonces, a partir de ahora serás mi ancla en este mundo, serás mis ojos y oídos. Si cumples tu deber, todo mi poder también será tuyo". Al terminar esa frase, la niña brilló.

Nunca se había sentido tan agobiada; sentía que su cuerpo estallaba por dentro. Cada órgano y cada nervio gritaba al llenarse de magia, pero extrañamente ese poder que se filtraba por sus venas se sentía tan reconfortante como abrumador.

Era como respirar un aroma que amas pero que te hace estornudar, o beber algo que disfrutas pero te raspa la garganta, o como la luz del sol que te quema pero también te hace sentir cálida. Así se sentía su cuerpo antes de caer de rodillas.

Apenas fueron unos segundos entre su altura y el suelo, pero esos segundos significaron la destrucción del mundo de Trivie. La ilusión se había ido, y al ponerse de pie, solo existía Neo.

La niña en medio de las cenizas.

Despertar, trabajar, ser castigada y vuelta al inicio. Así había sido la vida de Cinder desde que llegó a la familia. Su verdadero nombre fue borrado hace mucho, y cada castigo le recordaba que no era nada. Cada noche de pesadillas le robaba la voluntad de pelear, y cada día de trabajo duro le arrebataba las ganas de vivir. Ya no era ni las cenizas de la niña que una vez vio un rayo de luz al ser adoptada. Así fue hasta la llegada de una ostentosa familia. Un par de niñas ricas y un muchacho unos años menor que ella.

Los ricos tienen manías extrañas, y a veces, peticiones como rentar un hotel completo para estar "solos" es la más común de ellas. Decían estar evitando a las personas, por lo que los sirvientes, las mucamas, los chefs y los meseros no eran más que parte del decorado. Los que conocían su lugar no hablaban si no se lo pedían y no miraban a los ojos a los invitados. Así debió haber sido, pero esa noche algo estaba mal. Cinder había creído olvidar todo instinto de supervivencia, pero ese niño y su acompañante la hacían estremecer, aunque no sabía si era de miedo.

Como una pequeña rata desafiando las órdenes de su madrastra, se acercó al niño. Necesitaba saber qué la ponía tan nerviosa, tenía que descubrir por qué todos a su alrededor se veían tan normales, aun con esa amenaza que los acompañaba. ¿O es que solo ella lo veía? ¿Solo ella notó que los seres con forma de inocentes niños se tragaban la luz que los rodeaba? Sea como sea, ella debía acercarse a ellos, debía saber qué eran.

Esperó hasta que estuvieran solos, justo cuando se retiraron a sus habitaciones. Se arrastró por los ductos de las sábanas y ropa sucia, que conocía perfectamente. Lentamente atravesó el pasillo que llevaba a la puerta de la habitación de aquel chico. Una sensación tibia recorrió su cuello; no notó el filo de la navaja hasta que tanteó con su dedo y pudo ver el mango, sostenido por la pequeña jovencita que acompañaba al ricachón.

"¿Quién eres?", la voz masculina llegó desde el final del pasillo. "No recuerdo haber pedido servicio a la habitación", dijo sonando algo cómico.

Cinder no podía voltear a ver, no tanto por el riesgo que sería apretarse contra la navaja que la retenía, sino más bien por los escalofríos que sentía en su espalda.

"Ci-Cinder", respondió tartamudeando, "me llaman Cinder…".

"Ese nombre te queda", la voz se acercaba. "¿Qué hace una jovencita llena de hollín cerca de las habitaciones de lujo?".

Recién en ese momento recordó. Había estado tan apurada por colarse a este sitio que no había tenido tiempo de deshacerse de la ropa de limpieza que llevaba. "¡P-perdón!", dijo apresuradamente. "No tuve tiempo de cambiarme y necesitaba verlos", su voz era más aguda de lo normal.

Cinder sintió que la navaja que la asediaba en el cuello se hundía en su piel. "S-sé que no son humanos".

"Ese es un insulto muy grande", dijo el joven acaudalado. "¿Acaso no les enseñan modales a los trabajadores hoy en día?". Ahora su voz estaba justo detrás de su nuca, casi susurrándole al oído, lo que hizo que los vellos de todo su cuerpo se erizaran.

"¡Lo siento! Yo no debería estar aquí, solo tenía curiosidad y… y si Madame se entera me castigará, pero quería verlos... Lo siento", Cinder apresuraba sus palabras con la voz más temblorosa que nunca antes había tenido.

"Déjala", dijo él con un resoplido. "No tiene sentido amenazar a un perro sin dientes y con un collar tan apretado". En ese mismo momento, la pequeña acompañante del joven volvió su arma una pequeña montaña de cristales rotos. "Entonces, Cinder, dime: ¿qué ves?".

"No… es como si pudiera ver algo, es más como si…", el joven levantó su mano indicando que se callara.

Dándole una mirada tranquilizadora a su compañera de cabello multicolor, el joven acarició el cuello de Cinder con algo de esfuerzo, ya que ella era notablemente más alta que él, y con tan solo un tirón le arrebató el collar que la mantenía 'presa' en su celda de cristal. "Creo que esto te impide expresarte bien".

"Ahora responde mi pregunta", instó.

"Bueno, usted y su acompañante parecen dioses o algo así. Es como si pudieran destruir cualquier cosa que tocan, como si la luz se alejara de sus figuras", respondió claramente y sin titubear. "Nunca he creído en cuentos de hadas ni tampoco en las viejas leyendas de los hermanos dioses, pero si hay alguien así, serían ustedes". Alzó un poco más la voz y acto seguido plantó su mirada en los ojos del joven. "¡Por favor, enséñeme cómo puedo llegar a ser al menos una parte de eso!", dijo con el tono más serio y certero que pudo.

"Cinder, ¿por qué crees que debo ayudarte?", el joven preguntó con el rostro serio.

"Porque es el destino, mi destino", replicó la desaliñada adolescente.

"¿Qué te hace pensar eso?".

"Yo crecí en un orfanato en Mistral", comenzó su discurso. "Cuando tenía 10 años, Madame me trajo, y desde ese día he sido tratada como una simple esclava. Cada día y cada noche ha estado llena de dolor y sufrimiento. Pude haberme rendido, pero no fue así. Su familia pudo haber escogido un mejor hotel, y no lo hicieron. Literalmente pudieron ir a cualquier otra parte, pero están aquí. Si eso no es el destino, no sé qué pueda ser".

Debió ser la manera tan seria en que pronunció sus palabras, pues el joven no dudó en preguntar: "Si te diera el poder de cambiar el mundo… ¿Qué harías si te diera más poder del que nunca hubieras soñado?".

"Obligaría al mundo a arrodillarse ante mí, y yo solo me sometería a ti".

"Buena respuesta". Suavemente, tomó su mano y la encendió por completo. El fuego más dorado y brillante que jamás había visto la envolvió; cada moretón, cada herida mal sanada y todo el cansancio se esfumaron con la pequeña caricia.

"A partir de ahora te volveré mi ancla en este mundo, serás mi guardián, ejercerás como mi ejecutor. Tu lealtad será conmigo, y a cambio todo lo que desees será tuyo", dijo mientras, en una reverencia, besaba sus nudillos.

La mañana siguiente, la familia pudiente se había marchado y, misteriosamente, unos días después el hotel fue reducido a escombros chamuscados. Ninguna de las personas que habitaban ese lugar pudo ser encontrada. Los noticieros especulaban que habrían escapado, pero lo más seguro era que hubieran sido reducidos a cenizas. Una adolescente con un largo vestido de cóctel sabía la verdad, pero ahora solo le interesaba encontrar a sus nuevos aliados.

El gato en el saco.

Las ruedas metálicas del tren carguero, que transportaba la mercancía obtenida por las ricas minas de dust, retumbaban en el silencio de las colinas de Solitas, camino a Atlas. Dejaban atrás el carmesí del otoño. Los vagones no solo estaban llenos de contenedores cargados de piedras tan grandes como ladrillos, sino que también llevaban polizontes deseosos de tener en su posesión estos valiosos bloques.

La noche avanzaba, así como dos faunus entre el ejército robótico de guardianes mecanizados, que eran fácilmente cortados por una delgada espada manejada con gran técnica. Los seguían disparos tan precisos que fácilmente se notaba si acertaban al blanco.

"Hoy estás más distraída de lo normal", dijo el fauno masculino, volviendo su espada a la funda.

"Perdón, yo solo pensaba que… No es nada, olvídalo", respondió la otra voz, de una mujer joven por el tono.

"El siguiente vagón debería llevarnos a los cristales más caros, lo que significa guardianes más hábiles. Pon tu mente en ese momento", increpó el fauno de cabello rojo.

El sonido de los seguros forzados, rápidos y silenciosos como sombras, llegó a las cajas contenedoras como moscas a la telaraña.

"Perfecto, esto costará una fortuna", el hombre fauno sonreía al apreciar el botín, mientras la mujer vigilaba el entorno.

"Por lo menos, ¿sabes el valor de lo que robas?", una tercera voz más joven sonó desde el fondo del oscuro vagón. Una figura envuelta en sombras, cubierta por una capucha con capa.

Rápidamente, las dos figuras se pusieron en guardia. Los faunus tienen la ventaja sobre los humanos; no solo pueden escuchar con mejor precisión, sino que también pueden afinar la vista en la oscuridad, e incluso algunos pueden ver claramente. Pero aun con eso a su favor, les costaba identificar qué estaba enfrente de ellos. ¿Era enemigo? ¿Algún cazador contratado para resguardar la mercancía? Estaban próximos a descubrirlo.

"Escucha, amigo, no importa cuál sea tu intención aquí, pero te aseguro que no te saldrá fácil arrebatarnos esto de las manos", dijo el hombre fauno, con voz aguaducha.

Acto seguido, su espada salió despedida como el sonido de una cometa hacia la figura, golpeando de frente y recogiéndola en el rebote para luego dar una patada alta.

Ambos impactos fueron certeros, de eso no quedaba duda, pero cuando recompuso su posición, nada estaba enfrente de él. Pero sí detrás, como si siempre hubiera estado ahí, justo cuando una espada negra desenfundada de la figura iba a alcanzarlo. Disparos lo alejaron, obligándolo a esquivar. La mujer fauno nunca dejó de disparar hasta colocarse al lado de su compañero.

"¿Quién eres?", preguntó la mujer.

"No tiene importancia. Nunca saldrán de aquí", respondió la figura y volvió a la carga.

La espada de la mujer logró frenar la de la figura, y el hombre fauno cambió su forma de lucha, utilizando su funda como una escopeta. Cuando el impacto hizo retroceder a su oponente, inmediatamente arremetió con su hoja carmesí.

La figura sostuvo el filo de la espada, frenándola por completo, y luego arrojó a sus dos adversarios: a la mujer por el cuello de su ropa y al hombre sujetándole la muñeca.

El golpe tuvo efecto inmediato, pero antes de reaccionar ya estaban defendiéndose de otro ataque, contraatacando como podían. Sin embargo, cada uno recibió un fuerte golpe en la cara.

"Es bastante hábil, Blake. ¿Crees que puedas ganar algo de tiempo?", susurró el hombre fauno a la mujer, recibiendo solo un asentimiento con la cabeza.

Rápidamente, el duelo se convirtió en uno contra uno. Blake tenía la ventaja con su semblante; sabía perfectamente esquivar espadas rápidas como la de su oponente, pero no fue suficiente. Apenas había utilizado un clon cuando fue sorprendida por un fuerte golpe en el estómago, seguido de un rodillazo que la arrojó contra la puerta que aún no habían forzado.

Solo fueron unos segundos, pero fue tiempo suficiente para que el hombre fauno cortara tantos cristales de dust como pudo, cargando su espada al máximo.

Cuando tenía a su oponente de frente, dejó ir todo su poder. El corte fue tan potente que atravesó todo lo que había en el vagón, su oponente incluido, dejando el techo atrás en el camino.

Lo que parecía una persona imbatible fue presa del preciso corte, o eso parecía, pero estaba tan intacto como al inicio, como si a propósito hubiera recibido el golpe.

"¡¿Cómo es posible?!", gritó, y volvió a atacar, solo para ser desarmado y sometido contra el piso con una sola mano.

"Se terminó el juego…", dijo la figura, levantándolo como a un muñeco y arrojándolo contra el techo que aún no había cortado.

Dentro de poco, en las vías, llegaría un puente, uno de los primeros construidos por el hombre. Lo levantó por el cuello, esperando a que llegara.

"He soportado tus faltas de respeto lo suficiente. ¿Pensaste que todos estos meses atracando y asesinando a mis empleados no tendrían castigo?", justo terminaba de exclamar estas palabras de manera tranquila, pero con algo de enojo, cuando la brisa dejó caer su capucha.

"¿Tú?", solo pudo decir el fauno, cuando los disparos del arma de Blake golpearon el aura de su agresor sin ni siquiera inmutarlo. El puente estaba cerca y lo estrellaría contra él, y luego se encargaría de la mujer.

"Tu familia ha matado a los nuestros durante años", apenas podía hablar debido a la presión que sentía en el cuello. "¿Ahora solo vienes a terminar lo que tus ancestros empezaron?".

"No te confundas", dijo el joven de cabello blanco. "Esto es solo una fachada para algo más grande", afirmó mientras lanzaba su espada hacia una de las piernas de Blake.

"Nada de lo que está aquí es valioso para mí, pero dejaría una muy mala impresión si sigo permitiendo que los tuyos se salgan con la suya", continuó su discurso mientras frenaba el golpe del fauno.

"¿Solo por mandar un mensaje?!", gritó la mujer. "¡Qué tan crueles son los de tu familia?!".

"Para nada. Mis adorables hermanas ni siquiera saben que estoy aquí. Por eso mismo no debo tardar más", luego sostuvo el brazo del fauno, que había intentado golpearlo, y lo dislocó de un tirón, rompiendo el aura del fauno.

El fauno quería gritar, pero su garganta estaba cada vez más apretada por el fuerte agarre del joven, a pesar de ser mucho más pequeño que él. El puente estaba cada vez más cerca.

"Blake, ¡haz algo!", apenas podía hablar.

La mujer se extrajo la negra espada de su pierna, que había atravesado su aura como mantequilla, y volvió a abrir fuego contra el sujeto. Los proyectiles rebotaban en su oponente como si se tratara de una pared.

"¿Qué es lo que quieres?! Te daré lo que sea, ¡solo déjanos ir!", gritó desde lo que quedaba del vagón.

Una fuerte risa retumbó en el viento. "Está bien, hagamos un trato: dejaré ir solo a uno de ustedes, pero la mujer debe escoger".

"Dime, gatita, ¿por qué habría de liberarlo? O, ¿por qué deberías ser tú?", en medio del discurso, aflojó su agarre.

"Mis padres son los reyes de Menagerie. Me aseguraré de que tengas una gran recompensa", dijo Blake.

"¿Y qué hay de ti, chico toro? ¿En qué me beneficia dejarte ir?".

"Te la daré a ella...", dijo. "Toma su vida a cambio de la mía, o úsala como quieras... pero déjame ir".

"¿Qué?! ¿Qué estás diciendo, Adam?", su cara estaba llena de incredulidad.

"Sabes que nuestra causa es mayor que cualquiera de nosotros, pero solo yo la puedo continuar. ¡Vamos, Blake, debes entenderlo!".

"Me temo que no hay trato. Es más, debería ejecutarte ahora mismo por esta afrenta", dijo la figura. Esta vez sostuvo al fauno por la cara.

"¡Acepto!", gritó la mujer. "¡Tómame a mí y déjalo ir!".

"Escucha, gatita. Una vida no vale lo mismo que otra. Toma tu oportunidad y vete".

"¡No lo haré! Si con mi vida puedo asegurar la lucha de los míos, que así sea".

"Nunca he dudado en mi juicio, pero estaría mal no tomar la decisión de una mujer", luego de decir esto, arrojó al fauno a un costado del tren carguero, rodando por la nieve.

"Bien, Blake, esa fue una dura decisión. Te daré una última oportunidad: dime por qué luchas y, si me convences, también te dejaré ir".

"Quiero que las personas dejen de tratarnos como basura. Quiero igualdad, quiero que el mundo nos respete", dijo Blake, mientras intentaba ponerse de pie.

"¿Y cómo piensas lograrlo? ¿Con terrorismo?", las palabras parecían dejarla sin respuesta. Durante todo este tiempo, no habían logrado nada hasta que empezaron a realizar actos terroristas, que no les ganaban respeto, sino miedo.

"Si quieres cambiar el mundo, yo te daré el poder. A cambio, quiero que me sirvas con la misma determinación que le tienes a tu causa", dijo, extendiéndole la mano. "No te obligaré; eres libre de irte si así lo deseas, pero ten en cuenta que perderás una gran oportunidad".

"Yo... acepto. Quiero hacer que este mundo sea más justo", aceptó la mano de ayuda y, mientras se levantaba, algo estalló dentro de ella. Sentía como si la sangre le hirviera, incluso en sus orejas de gato.

"Así será", dijo el joven mientras estrechaba su mano.