Disclaimer: Crepúsculo es de Stephenie Meyer, la historia de Silque, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight belongs to Stephenie Meyer, this story is from Silque, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo traducido por Yanina Barboza

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POV Bella

Campono estaba bastante concurrido, pero Edward obviamente tenía una reserva, ya que nos llevaron directamente a una mesa en la esquina del restaurante, al lado de un gran árbol en una maceta. Estaba bastante contenta con el menú sencillo, ¡no se podía comer como en el Jean Georges todas las noches! Pedí una ensalada de manzana y almendras de otoño, y Edward pidió un panini siciliano.

La conversación fue ligera y bebimos vino mientras esperábamos nuestra comida, pero mi mano permaneció apoyada en la suya fría todo el tiempo. Si no hubiéramos necesitado nuestras manos para comer, nunca lo habría soltado. Aunque disfruté viendo sus largos dedos destrozar su sándwich. Tuve que evitar activamente imaginarme esos dedos haciendo... otras cosas. No fue fácil.

Me dijo que había cumplido diecinueve años en junio y que tocaba el piano desde pequeño. Le dije que cumpliría diecinueve años en septiembre, que siempre me había encantado cocinar y que había hecho mi primer pastel torcido a los ocho años. Sonreí al ver cómo su madre y su padre biológicos se habían asegurado de que él supiera que lo amaban. Se rio de mi padre intentando inculcarme su amor por la pesca y de su posterior fracaso.

Noté que apenas tocó su vino y supuse que era porque se estaba preparando para actuar. Después de todo, era un completo profesional.

Todo esto era como un cuento de hadas, la forma en que Edward había entrado en mi vida, transformándola de una rutina diaria de aburrimiento y reuniones de caridad a emoción y viajes, y tal vez… amor.

Él había usado la palabra amor varias veces, y su nota con mi pulsera me prometía todo el suyo, pero casi tenía miedo de creer que realmente quería decir eso en el contexto en el que esperaba que lo hiciera. Ya estaba muy enamorada de él, después de solo unos días. Si él se fuera, me destruiría. Tenía muchas ganas de creer que él también sentía algo por mí. Me asustaba pensar que él ya tenía tanto poder sobre mí.

Luego estaban las mentiras obvias que me estaba contando sobre su piel fría y dura y el color de ojos de él y sus hermanos. Podía ver que estaba mintiendo y que le causaba dolor hacerlo. ¿Por qué? Yo no era idiota, pero podía permitirme el lujo de ser paciente hasta saber la verdad. Sabría la verdad, antes de profundizar más en esto... en lo que sea que tuviéramos.

Caminamos lentamente hacia el auto, con las manos entrelazadas, manteniéndonos lo más cerca posible el uno del otro, como adolescentes normales en una cita. El cielo del crepúsculo estaba arruinado por una densa capa de nubes, pero aun así era una noche hermosa, porque estaba con él y él me miraba como si yo fuera la cosa más preciosa del mundo.

Mientras nos acomodábamos en el auto de alquiler para nuestro corto viaje al Centro Kennedy, le pregunté:

—¿Tienes un boleto para mí o esperaré detrás del escenario hasta que termines?

Se volvió hacia mí, obviamente asombrado por mi pregunta.

—¿Detrás del escenario? ¿Donde no puedo verte? No, no, mi niña. Estarás en el ala del escenario, donde puedo ver tu hermoso rostro en todo momento. Estaré tocando para ti esta noche, mi Isabella. —Se llevó mi mano a los labios y besó mis dedos. Ah. Frío o no, cuando hacía esas cosas, me quemaba hasta los dedos de los pies.

Esperaba que nunca me pidiera que saltara de un puente. No creo que pueda decirle que no.

El estacionamiento del Centro ya estaba bastante lleno cuando llegamos, pero pasamos junto a un guardia hacia el estacionamiento reservado para los artistas, Edward mostrando una placa laminada mientras pasábamos. Aparcó junto a una furgoneta sin marcas y un Volvo plateado que había visto en la acera la noche de mi concierto. Supuse que la furgoneta era suya, para el piano que, según había oído, llevaba a todas partes.

Nos tomamos de la mano hasta llegar a los ascensores. Nos detuvimos, paseamos, deambulamos. Balanceamos nuestras manos entre nosotros. Silbó una melodía y se rio del eco. Estaba siendo juguetón. Me encantaba ver este lado de Edward. Parecía mucho menor de diecinueve años cuando sonreía así.

Podía parar cuando quisiera, yo ya estaba enganchada, por el amor de Dios. ¿Podría ser más lindo?

Tras el escenario del Teatro Eisenhower, Edward agarró a un miembro del personal de producción que pasaba y le puso un billete en la mano, diciendo:

—Encuentra una silla bonita y cómoda en la sala de utilería y colócala en el ala del fondo del escenario, detrás del telón principal, a la izquierda del escenario. Y más vale que no sea una silla plegable, o te encontraré. —Su sonrisa contradecía sus palabras amenazantes. Supuse que la silla era para mí, y me reconfortó saber que él se preocupaba por mi comodidad. Su madre debía ser toda una dama, para inculcar un modelo tan excelente de lo que se suponía que debía ser un verdadero caballero. Sus dos madres. Era casi irreal.

Alice y Jasper estaban esperando en su camerino, y ella inmediatamente comenzó a consentirnos. Tenía una botella de champán en hielo y la abrió, presionó una copa en mi mano y luego comenzó a tirar de los botones de la camisa de Edward, charlando sobre ajustes, iluminación y programas. Le aseguró a Edward que su precioso piano había sido afinado correctamente, incluso sin su atención obsesiva.

Jasper estaba tumbado en el sofá y, como estaba empezando a comprender, estaba tranquilo como siempre, pero con esa siempre presente sonrisa astuta en su rostro. Alice hablaba lo suficiente por los dos y parecía que les sentaba muy bien como pareja. Él la miraba con una adoración tan obvia que casi parecía una invasión a su privacidad cuando se miraban el uno al otro. Me gustaban mucho los dos. Si el resto de la familia de Edward era así de encantadora, no tenía nada de qué preocuparme.

Espera, ¿por qué asumía que alguna vez conocería a su familia? Estaba hasta las narices de dar todo esto por sentado. No tenía garantías de que volvería a ver a ninguno de ellos pasado mañana... y ese pensamiento me dolía. Me recordé a mí misma que, después de todo, me había traído hasta DC para ver su último concierto de la gira. ¿Eso no significaba algo?

Cuando Alice le quitó la camisa a Edward, mi primer instinto fue mirar hacia otro lado, por razones de decoro, pero… no pude. Su pecho cincelado y su abdomen definido eran las cosas más deliciosas que jamás había visto. Tenía un poco de vello en el pecho, más claro que el de la cabeza, pero resaltaba en relieve contra su piel casi completamente blanca. Me di cuenta de que él me estaba mirando con ojos brillantes y que mi boca se había abierto. La cerré de golpe y miré hacia otro lado, sintiendo la sangre caliente llenar mi rostro. ¡Buen trabajo, Swan! Deja que te atrape mirándolo como si fuera un trozo de carne. Gemí para mis adentros.

Se giró un poco mientras Alice terminaba de vestirlo, así que era seguro para mí mirarlo de nuevo. ¿Por qué no podía dejar de mirarlo? Oh sí, guapísimo, eso es. Pero él era mucho más que un cuerpo perfecto y divino, y un rostro angelical. Era cálido y amable, divertido y dulce. Inteligente, atento e ingenioso. Él era el paquete completo. ¿Qué vio en la simple y aburrida yo? Bajé los ojos a mi regazo y noté nuevamente el pequeño piano dorado que colgaba del brazalete que me había regalado. La esperanza creció en mi corazón.

Un par de zapatos muy brillantes aparecieron frente a mí, y levanté la vista para ver a Edward, vestido y listo, mirándome nuevamente con esos ojos.

—Es hora, Bella. ¿Vamos? —Extendió su mano y la tomé agradecida.

—Vamos —dije, poniéndome de pie.

Deslizó su mano a lo largo de mi cuello, debajo de mi cabello.

—¿Qué hice para merecer encontrarte, después de todo este tiempo? Sea lo que sea, desearía haberlo hecho mucho antes. —Su tierna mirada hizo que mi estómago volviera a apretarse.

Ni siquiera me había dado cuenta de que Alice y Jasper ya habían salido de la habitación. Realmente tenía que salir de esta niebla en la que me tenía. De repente, nada parecía existir excepto él. Lo siguiente que sabría es que estaría parada en el tráfico.

Metió mi mano en el hueco de su brazo mientras salíamos del camerino. Me sentía más como si me estuviera acompañando a un cotillón que a verlo realizar un concierto. Me hacía sentir como una princesa. No me estaba quejando.

Mientras nos acercábamos al escenario, vi una silla, colocada justo detrás del borde de la cortina. No, no una silla. Una silla enorme. En realidad, era un trono dorado, tapizado en terciopelo rojo. Incluso había un pequeño reposapiés a juego. Intenté con todas mis fuerzas no reírme, preguntándome cuánto le había pagado Edward a ese tramoyista.

Edward miró el piano en el escenario y luego movió la silla ligeramente hacia atrás y unos centímetros más cerca de la cortina, colocando el reposapiés en su lugar de una patada y luego asintió para sí mismo. Mientras tomaba mi mano y me sentaba como la realeza, Jasper apareció cargando una pequeña mesa, con Alice justo detrás de él sosteniendo el champán en el cubo de hielo y mi copa que había dejado en el vestidor.

—¡Refrigerios para la actuación! —canturreó Alice. Ella y yo nos llevaríamos de maravilla. Sonreí y les agradecí.

El tramoyista que me había conseguido el trono para mi comodidad apareció y me puso un programa en la mano. Sin realmente mirarme a los ojos, se escabulló, y tuve que preguntarme qué tan mal había intimidado Edward a ese pobre chico.

Una noche de Bach

Las Suites inglesas

Con

Edward Masen

Me había olvidado por completo de preguntarle qué tocaría y no podría estar más encantada. Las Suites inglesas eran maravillosas. Johann Sebastian no era Chopin, pero cualquier cosa que Edward tocara me encantaría. Amaba al chico, ¿sabes? Edward, no Chopin. No conocía a Chopin. Guardé el programa en mi bolso, un recuerdo de la noche.

Edward se inclinó para besarme, solo un ligero roce de sus labios, pero sus ojos ardieron en los míos por un breve segundo, y luego se fue, caminando por el escenario hacia su piano entre un creciente aplauso. Hizo una breve y rígida reverencia al público y luego se sentó en el banco. Ahora me di cuenta de por qué había ajustado mi silla; mientras estaba sentado frente a su piano, estaba directamente frente a mí y tenía una vista sin obstáculos de mi cara a través del espacio creado por la tapa levantada del piano de cola.

Hombre, él era bueno. En la pausa antes de que comenzara a tocar, presioné mis dedos contra mis labios y le lancé el beso a Edward. Su sonrisa y sus ojos brevemente cerrados fueron mi respuesta. Dios, éramos cursis. Me encantaba.

Sabía que iba a despertar pronto. Este tenía que ser un sueño maravilloso.