Disclaimer: Crepúsculo es de Stephenie Meyer, la historia de Silque, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight belongs to Stephenie Meyer, this story is from Silque, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo traducido por Yanina Barboza

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POV Bella

La mayoría de las mañanas me despertaba con los hermosos ojos dorados de Edward. Estaba acostado a mi lado, sobre la manta, esperando en silencio a que me despertara y me saludaba con su hermosa sonrisa torcida.

Esta mañana no podía ver sus ojos porque estaba envuelta en sus brazos y mi nariz estaba presionada contra su cuello. La funda del colchón y la manta estaban encendidas y él estaba, por primera vez, debajo de la manta conmigo, con los brazos alrededor de mí y las piernas enredadas con las mías. No es que me quejara, claro está. Era bastante impresionante estar aplastada contra su delicioso cuerpo. No quería moverme por miedo a romper el hechizo.

—Sé que estás despierta, amor —se rio entre dientes.

Sonreí y me acerqué más.

—¿A qué debo este placer?

—Solo necesitaba abrazarte. —No había ninguna frivolidad en su voz ahora, y eché la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara. Tenía el ceño ligeramente fruncido y definitivamente vi un toque de dolor en sus ojos.

—Oye, está bien, cariño. Estoy aquí, completamente ilesa. —Le di un beso en la barbilla y levanté la mano para acariciarle el cabello.

—No completamente. —Sus ojos se posaron en el moretón que tenía en la muñeca. Ah, eso.

—No es nada, Edward. Me hago moretones todo el tiempo. Ni siquiera me duele.

—No te mantuve a salvo —dijo.

Podía oír el dolor en su voz y su tono me dejó helada.

—Me mantienes totalmente a salvo. Esto fue una aberración. ¿Quién hubiera pensado que Paul se volvería loco de esa manera? Vamos. Alégrate de que estoy en casa y de nuevo en tus brazos.

De repente, nos hizo rodar hasta que quedé debajo de él, con su cuerpo completamente pegado al mío.

—Lo estoy, Bella. No tienes idea de cuánto. —Me besó entonces, con más pasión de la que jamás me había mostrado. También había un rastro de desesperación, y eso me encendió.

Le chupé la lengua y los labios, enterrando las manos en su cabello mientras él me separaba las rodillas y se acomodaba entre mis muslos. Su fría dureza presionaba directamente contra mi calor húmedo y aproveché esa relajación de sus restricciones para frotarme contra él, gimiendo suavemente. No retrocedió.

Separé aún más mis piernas, doblando mis rodillas para agarrar sus caderas, y él empujó su polla contra mí. La oleada de puro placer que me invadió fue indescriptible. Su boca se movió hacia mi garganta, besando y chupando mi piel, hasta que estuvo en ese punto detrás de mi oreja que me volvía loca. Estaba tan perdida en una neblina de lujuria que me tomó un momento darme cuenta de que él estaba murmurando, casi para sí mismo.

—... mía... tan dulce... te deseo... tengo que esperar... tan cálido... te necesito…

Casi combustioné espontáneamente en el acto. Su boca volvió a la mía y enterré mis dedos en su cabello, acercándolo más y besándolo más fuerte. Él se movía contra mí, justo donde lo necesitaba, y se sentía tan malditamente bien. Levanté mis rodillas y envolví mis piernas alrededor de su cintura, dándome fuerza para seguir sus movimientos.

—Dime que eres mía —gruñó entre besos.

—Tuya —jadeé—. Siempre tuya. —Ese gruñido fue muy caliente.

De repente se quedó quieto y levantó la cabeza, mirando hacia la puerta. Mi corazón se hundió, pensando que estaba a punto de detener esta dulce tortura, pero volvió a mirarme.

—Alice se llevó a la familia a cazar, para darnos algo de privacidad. Necesito comprarle ese Porsche que tanto desea. —Sus ojos negros volvieron a clavarse en los míos y mis pezones, que ya estaban duros, se tensaron aún más ante la expresión de hambre en su rostro—. Necesito tocarte, amor. ¿Me dejarás?

El nudo en mi garganta me impidió hablar, pero asentí, haciéndole saber que no quería nada más en el mundo que tener sus manos sobre mi cuerpo.

Se incorporó apoyándose en un brazo y usó su mano derecha para alcanzar el dobladillo de mi camisa. Pasó los dedos por mi estómago y por mi pecho, subiendo la camisa mientras se movía. Cuando finalmente logró subir la tela y descubrir mis pechos, hizo una pausa, sus ojos ardían mientras me miraba a la luz del día.

—Tan hermosa. Tan perfecta.

Levanté los brazos para que me quitara la camisa y él también se la quitó. Me moría de ganas de pasar las manos por sus músculos bien definidos, pero sabía que su necesidad era mayor, así que me quedé quieta, con los brazos sobre la cabeza en la almohada, para dejarle vía libre.

Pasó los dedos por un pezón, con cautela, y yo respondí con un suave gemido. Su respiración era entrecortada, obviamente complacido por mi respuesta. Volvió a mirarme a los ojos.

—Bella, quiero...

—Sí —jadeé.

Bajó la boca hasta un pezón, envolviéndolo en su boca fría y húmeda, recorriéndolo con la lengua mientras pellizcaba y hacía rodar ligeramente el otro. Solté un suave grito mientras comenzaba a frotarme contra su polla nuevamente. Se sentía tan bien y quería más. Arqueé la espalda mientras él movía su divina boca hacia mi otro pecho, y deslizó su brazo debajo de mí, sosteniéndome contra sus deliciosas atenciones. Tenía mis manos en su cabello nuevamente, sosteniéndolo contra mí.

Si paraba ahora, me moriría.

Por suerte, no se detuvo. Embistió contra mí rítmicamente, maravillosamente, y mi cuerpo se tensó en anticipación. No me di cuenta de que yo estaba murmurando en voz alta:

—Sí... te amo... tan bueno... no pares... por favor...

Mis palabras aparentemente lo incitaron, porque abandonó mis pechos y regresó a mis labios, besándome, apretando mi cuerpo contra el suyo, embistiendo contra mí. Sabía que podía sentir lo mojada que estaba, lo excitada, lo cerca que estaba... Su cabeza cayó sobre mi hombro, atrapada por el calor que yo desprendía. Con su boca en mi oreja, susurró con urgencia:

—Córrete para mí, mi amor. Déjame sentirte. Córrete.

Mi cuerpo obedeció su orden, porque de repente me puse a temblar, sacudiéndome sin control, aferrándome, arañando y gritando su nombre. Sentí y escuché el gruñido retumbante en su pecho cuando dijo:

—Mía

Se quedó acunado sobre mi cuerpo mientras yo descendía, y lo mantuve en mis brazos, odiando dejarlo ir. Debido a toda su posesividad de hombre de las cavernas y vampiro, sentí la mía. Él también era mío.

Él todavía respiraba con dificultad y yo sabía que, aunque yo me sentía maravillosamente relajada, mi querido vampiro no lo estaba. Cuando intentó soltarse, me aferré a él como un mono y se encontró bocarriba, conmigo a horcajadas sobre sus caderas. Podía sentir lo tenso que todavía estaba y lo duro que seguía. Mi pobre amor.

Me incorporé y sus ojos se posaron inmediatamente en mis pechos desnudos. Me reí suavemente, puede que él fuera un vampiro, pero era un hombre en todos los aspectos. Me acerqué más a sus muslos para poder mirarlo. Su erección se extendía mucho más allá de la cinturilla baja de sus pantalones de pijama, más allá de su ombligo. No me había dado cuenta, la última vez que lo había visto, de lo grande que era. Sin pensarlo conscientemente, tenía los dedos enroscados alrededor de él. Siseó en un suspiro, arqueándose en mi mano.

—Bella, no tienes que...

Sonreí tímidamente.

—Quiero hacerlo. —Su respuesta fue un suave gemido. No podía hacer que mis dedos tocaran mi pulgar, y me maravillé mientras lo apretaba y lo acariciaba, deslizando mi pulgar sobre la punta, esparciendo la humedad que encontré allí. Me encantaba observar para saber qué hacía que sus ojos se cerraran, qué lo hacía gemir bajo en su pecho, qué lo hacía moverse contra mi mano. Él no tenía idea de lo hermoso que era para mí, con sus músculos tensos y rígidos debajo de su piel, su rostro bloqueado en una expresión que casi parecía de tormento.

Su espalda se arqueó y me elevó ligeramente de mi posición a horcajadas sobre sus muslos. Apoyé mi mano izquierda en su pecho para mantener el equilibrio y mis dedos entraron en contacto con su pezón pequeño y plano. Siseó de nuevo y levantó las manos de las sábanas a las barras de la cabecera. Seguí acariciándolo, tanto por arriba como por abajo, sabiendo que estaba casi al límite.

—No pares. Oh, amor, por favor... no pares —jadeó.

—¿Se siente bien? —ronroneé.

—Bueno... tan bueno...

Ahora entendía cómo se había sentido al verme desmoronarme hacía unos momentos, por qué sus ojos brillaban tan intensamente. Ver a mi Edward en medio de la pasión, sabiendo que yo le estaba dando ese placer, era algo embriagador. Estaba ebria de ello. Tenía la cabeza echada hacia atrás en la almohada y no pude resistirme a besarle el estómago con mi boca húmeda y abierta, haciendo girar mi lengua contra su carne de piedra.

—Bella... estoy tan cerca... quiero correrme... para ti... —Él empujaba activamente contra mi mano, su cuerpo tenso como la cuerda de un arco y temblando en su intento de mantener el control, de no hacerme daño. Me sentí tan poderosa y femenina en ese momento; sabiendo que podía hacer que este hermoso hombre se sintiera así. Estaba tan increíblemente enamorada de él en ese momento. Necesitaba hacer que se entregara a mí, que me diera todo lo que tenía. Era algo primal y de mujer. Me satisfacía verlo doblar y distorsionar las barras de hierro forjado de la cabecera con sus poderosas manos. Este era mi hombre, y yo podía hacerle esto.

—Córrete para mí, Edward. Córrete en mi mano. Déjame verte...

—¡Bella! ¡Te amo! ¡Oh, Dios! ¡Te amo! —Sus palabras se disolvieron en gritos de liberación, y luego palpitó en mi mano. Mis dedos, su estómago y su pecho se salpicaron con su emisión fresca y sedosa.

Su cuerpo se relajó sobre la cama y sus ojos se clavaron en los míos. No pude evitar la enorme y estúpida sonrisa que se extendió por mi rostro, ni el rubor que se extendió rápidamente desde la línea del cabello hasta mis pechos. Bajó la mirada para ver cómo se extendía el rubor y, de repente, lucía su propia sonrisa tonta.

—Qué bonito —murmuró, mientras estiraba la mano para acariciar mis pechos—. Ahora, cada vez que te sonrojes, los imaginaré tan rosados como tu cara.

Solté una carcajada y me moví de su regazo, pero él me impidió salir de la cama con un beso.

—Espera aquí, amor. —Desapareció en el baño y oí correr el agua. Regresó rápidamente, con el pecho y el estómago todavía húmedos por el lavado, y sosteniendo una toallita húmeda y tibia. Me limpió los dedos, arrojó la toallita de nuevo al baño y luego volvió a la cama, tomándome en sus brazos—. Lamento haber perdido el control de esa manera, Bella. —Apoyó su frente contra la mía—. Fue muy poco caballeroso de mi parte, y la única excusa que puedo ofrecer es que fue una reacción al pensar que te había perdido. La verdad honesta es que te deseo tan desesperadamente, que apenas puedo esperar hasta nuestra noche de bodas. Yo... supongo que casi no esperé...

Dejó caer la cabeza sobre mi hombro y se negó a mirarme a los ojos.

—Edward, no lo lamento, no me siento ofendida y no estoy molesta. Cómo podría estarlo, cuando ese fue el mejor... mayor... placer... —Me sonrojé de nuevo—. Sin daño, no hay falta. ¡Aún somos vírgenes!

Levantó la cabeza.

—¿Estás bien? ¿De verdad?

Asentí, sonrojándome y sonriendo.

—De verdad.

Me besó dulcemente y me acurruqué mientras él nos cubría con las mantas. Su pecho se sentía como una piedra, pero aun así era la única almohada que alguna vez querría o necesitaría. Estaba en mi lugar favorito; envuelta en sus brazos fríos.

Estaba en ese estado confuso entre la vigilia y el sueño cuando su voz me hizo volver, retumbando bajo mi oreja.

—No puedo esperar a verte vestida de blanco, acercándote a mí por el pasillo. He estado viendo eso en mi mente desde el día que entré por tu puerta.

Sonreí contra su piel.

—Una parte de mí quiere que me conviertas antes de la boda, para que esté realmente hermosa para ti el día de nuestra boda, pero creo que prefiero pasar nuestra luna de miel como humana. Puedes convertirme cuando regresemos a casa.

Edward me había estado acariciando el brazo suavemente, casi distraídamente, pero se detuvo al oír mis palabras y se quedó inmóvil como una piedra. Levanté la cabeza para mirarlo a la cara y lo que vi allí me aterrorizó. Parecía casi enojado.

—Bella, no te convertiré. Ni antes ni después de la boda —dijo en tono cortante.

Estaba confundida, tal vez quiso decir…

—¿Entonces papá? ¿No confías en ti mismo…?

Él me interrumpió.

—No. Ni papá. Ni Alice, ni nadie. No te convertirás, Bella.

Me incorporé y de repente me sentí muy expuesta y con mucho frío. Me tapé con las mantas.

—No lo entiendo. ¿Cómo podemos estar juntos para siempre si no soy... como tú?

Se levantó de la cama, desapareció en el baño y regresó en un parpadeo completamente vestido. En lugar de volver a la cama, donde yo estaba sentada, temblando y casi destrozada, fue y se paró junto a la ventana.

—Tendremos tantos años como tú vivas, Bella. Y luego, cuando tú... mueras, te seguiré.

Lo miré horrorizada, con la mente dando vueltas y el estómago revuelto.

—¿Quieres verme envejecer? —Mi voz era aguda y sentí que estaba a punto de perder el control—. ¿Quieres verme morir?

Su tono se suavizó.

—Por supuesto que no quiero verte morir, pero eres humana, Bella. Los humanos mueren. Pero yo solo te sobreviviré el tiempo que me lleve destruirme a mí mismo, y tal vez tu dios nos permita estar juntos...

—¡Eso es una locura! —casi grité. Me di cuenta de que estaba empezando a sonar histérica y traté de controlarme—. Dios mío. Edward, eso es... ¿tú... nunca planeaste convertirme?

—No.

—Vas a verme quedar sorda, ciega, convertirme en algo menos que humana, ¿y estás bien con eso?

—No me siento bien con lo que te está pasando, Bella. Lo odio y me duele hasta lo más profundo de mi ser. Pero no voy a acabar con tu vida por ti. No voy a robarte tu humanidad y condenarte al infierno. No puedes pedirme eso. Además, no hay garantía de que el veneno te cure. Yo cuidaré de ti y no te faltará nada.

No sabía qué decir. Las lágrimas llenaban mis ojos, pero no quería que él me viera. Dejé que mi cabello cayera hacia adelante, ocultándole mi rostro. No importaba, él seguía mirando hacia la ventana.

»Bella, esto no cambia nada. Te amo tanto como siempre. Te necesito, quiero que seas mi esposa. Por favor, ¿no puedes simplemente... intentar comprender? —Su voz me sonaba tan extraña. Esa suavidad aterciopelada que siempre me decía las cosas más maravillosas ahora sonaba... mal.

Me esforcé para que mi voz sonara lo más normal posible.

—Lo entiendo, Edward. No te preocupes. Tenía una impresión equivocada. Ahora lo entiendo completamente. —Comprendí que él no me amaba lo suficiente como para convertirme en vampiro y que no me amaba lo suficiente como para querer estar conmigo para siempre.

—Necesito cazar. Llamaré a mamá y la enviaré para acá, así no estarás sola. —Se dio vuelta y finalmente me miró a los ojos—. Te amo, Bella. Tienes que creerlo.

Le di una leve sonrisa.

—Yo también te amo.

Se acercó a la cama, dándome un beso en la frente.

—Llegaré tarde, voy a tomarme un tiempo para mí. Probablemente me dirija a Canadá.

Asentí mientras él salía a toda velocidad de la habitación, con el teléfono en la mano. Como si no pudiera esperar a estar lejos de mí. En cuanto lo vi a través de la ventana, desapareciendo entre los árboles, me obligué a moverme, tropezando hasta el baño y vaciando el escaso contenido de mi estómago. Tuve arcadas hasta que no me quedó nada que vomitar.

Me levanté tambaleándome, me lavé la cara con agua y me enjuagué la boca. Me miré en el espejo, deseando destruir mi imagen. El reflejo simple, aburrido y de ojos marrones reafirmó lo que ya sabía: no era lo suficientemente buena.

La idea de que él me cuidara, sorda y ciega, tropezando por la vida, sabiendo que se destruiría a sí mismo… ¡no!

Me dejé caer sobre el frío suelo de baldosas, con el corazón dolorido. Sabía lo que tenía que hacer.