NOTA DE AUTOR
Esta historia ya está terminada. Son 28 capítulos y se publicarán día por medio.
Sesshomaru es más abierto con Rin, y está redactado desde la perspectiva interna de ambos, por lo que puede dar la sensación de que es más agradable. Pero si estuviera relatado bajo la perspectiva de un soldado, Sesshomaru sería ese personaje tan antagonista que todos conocemos en Inuyasha.
Es una historia ambientada en la antigüedad y toca temas sensibles como el asesinato, la esclavitud, la prostitución y el comercio humano. No se busca glorificar ninguna de estas situaciones.
Sesshomaru es humano en esta historia.
A partir de esto a destacar y reafirmar:
Nada de esto es real, es solo ficción. Se toman algunas referencias históricas como también mitológicas.
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CAPÍTULO I
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• SESSHOMARU POV •
Cerré el puño y apreté con fuerza, destrozando aquel símbolo romántico que de la nada sentí aborrecer.
—Te devuelvo tu insignificante regalo —respondí sin emoción, lanzando los restos de la marchita flor hacia el precioso rostro de aquella mujer.
Mi ejército rió a mis espaldas y las comisuras de mis labios se alzaron en una sonrisa irónica.
Ella sólo miró los pétalos destrozados caer sobre sus pies: la tierra donde segundos antes había sucedido una masacre sin precedentes.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó desconcertada.
No le respondí y me di media vuelta dispuesto a irme, pero ella sostuvo mi antebrazo en un estúpido y débil intento de retenerme.
—Príncipe Sesshomaru, por favor, no entiendo el porque de su rechazo. Yo lo he amado desde la primera vez que lo vi y siempre he sido fiel a sus deseos...
Suspiré con fuerza sin ni siquiera mirarla. De algo que me habían dotado los dioses era de paciencia, aunque este día no estaba especialmente de buen humor.
—No puedes hacerme esto... —susurró, y reconocí el naciente rencor en el temblor de su voz.
Sin color ni emoción la miré con la misma frialdad con la que observaría al cadáver de mi peor enemigo. Ella no me generaba nada.
—Suéltame—le pedí con una calma amenazante, mientras sus frágiles dedos dudaban en aferrarse a mi brazo. Mantuvo su mirada fija en la mía por unos instantes antes de ceder y soltarme—. Tus sentimientos me son irrelevantes al igual que este espectáculo patético que estás haciendo. Deja de seguirme o te mataré.
Sus ojos carmesíes se llenaron de lágrimas, observándome con profundo resentimiento.
—¡Te odio, Sesshomaru!
Solté una risa suave.
—¿Eso es lo mejor que tienes para decirme...? —respondí con una sonrisa burlona.
Ella gruñó con fuerza.
—Teníamos un trato...
—Oh, ¿de verdad? Mi memoria no es muy buena...
—¡Dijiste que te ayudaría a conquistar Tesalia con mis poderes, y a cambio te casarías conmigo!
—Bueno, la verdad es que ya no eres de utilidad, y no recuerdo haberte prometido nada... —respondí con indiferencia, descansando mi mano sobre la empuñadura de mi espada—. Y siendo honesto, no tengo interés en desposar a una bruja que ha vagado por la tierra durante siglos...
Ciertamente Kagura era una mujer de atractivas curvas y de apariencia longeva y, aunque no me interesaba casarme ni tener ningún tipo de lazo romántico con ella, algo nos apartaba de que existiera un vínculo enteramente sexual: es una asquerosa demonio, y me desagradan los de su tipo.
Kagura apretó con fuerza sus manos y yo presioné con más fuerza mi arma, dispuesto a desenfundarla si era necesario.
—Así son los humanos, narcisistas y mal intencionados. ¡Deberían pudrirse toda su especie en el peor de los abismos! —amenazó y su figura comenzó a rodearse por un aura oscura.
—No pensaba eliminarte pero considerando que ahora somos enemigos a muerte, creo que me divertiré un rato contigo —indiqué sonriendo mientras desenvainaba mi arma.
—¡Te maldigo Sesshomaru!, ¡te maldigo por haberme rechazado!
Sonreí de medio lado y coloqué el filo de mi espada contra su frágil cuello.
—¿Algo más que quieres decirme antes de que me lleve como trofeo tu cabeza? No te preocupes, no soy tan despiadado como piensas. La convertiré en un grandioso recuerdo de mi conquista sobre el territorio de Tesalia... ¿eso te haría feliz?
Ella gruñó con fuerza y sus ojos se inyectaron en sangre.
—¡Eres un monstruo!, ¡te deseo la peor de las suertes! Que el amor sea tu ruina, que te consuma hasta llevarte a la destrucción junto con tu reino, ¡te maldigo príncipe de Esparta!
Sonreí.
—Que pena, aunque enamorarme no está en mis planes...—admití para luego agregar—, ¡ya que mi mayor deseo es conquistar todo el mediterráneo! —y con un solo movimiento, le corté la cabeza.
Su figura desapareció repentinamente en una ráfaga de polvo negro y de un segundo a otro no quedaba rastro de ella, como si nunca hubiese estado frente a mí.
Fruncí el ceño.
—Príncipe Sesshomaru —escuché decir a uno de mis soldados detrás de mí—, ella ha desaparecido...
Miré el filo de mi espada. No había ni un mínimo rastro de sangre, es más, sólo mi malhumorado rostro se reflejaba sobre ella.
Una mueca de disgusto se asomó por mi boca y volví a colocar mi espada en su lugar, caminando hasta mi caballo.
—Príncipe Sesshomaru, ¿no cree que deberíamos tomar con cautela la advertencia?
Lo observé como no entendiendo a que se refería. El soldado titubeó unos segundos antes de agregar:
—Una súcubo es un gran peligro para un joven hombre como usted...
Alcé mis cejas.
—Kagura no regresará...
—No me refiero a eso. ¡Ella le ha lanzado una maldición!
—Las palabras no generan maldiciones...
—... y lo ha condenado a caer en las tentaciones del amor y por ende nuestro reino caerá junto a usted.
Coloqué el filo de mi espada contra la garganta de aquel hombre. Él tambaleó asustado hacia atrás, cayendo de espaldas.
—¿De verdad crees qué soy capaz de caer en la tentación por una repugnante súcubo?
—No me refiero a eso pero ella ha dicho que el amor será el que traerá desgracias a su vida y por ende a nuestro reino...
—¿El amor? —sonreí con desdén y burla—, ¿qué es el amor más que una justificación para satisfacer impulsos primitivamente sexuales? Esa idea ridícula de amar no tiene fundamentos —y mis ojos se volvieron serios y fríos.
Intercambiamos miradas y él omitió responder, intimidado por mi seriedad. Pasaron unos segundos, hasta que finalmente volví a enfundar mi espada. Me siento completamente frustrado por culpa de mi fallido ataque hacia Kagura.
Miré mis alrededores.
Chozas prendidas fuego, humo negro, cuerpos sin vida en el suelo, personas escondidas detrás de los escombros de sus hogares. Fueron semanas de lucha interminable, algo que nos hubiera llevado semanas si no hubiésemos recibido ayuda de Kagura y sus malditos poderes de bruja.
Dirigí mis ojos hacia los destruidos pétalos sobre mis pies.
¿De dónde había sacado Kagura aquella vivaz flor en este mundo destruido? Ella que, luego de que asesinara diestra y siniestra todo ese pueblo, se acercó de manera tan sádica para regalarme una mísera flor: la única sobreviviente en esta tierra que parecía infértil desde que comenzó la guerra.
Fruncí el ceño con seriedad.
Que retorcido era vivir en este mundo.
—Es hora de comenzar a arreglar este desastre. Dentro de una semana comenzaremos nuestro viaje de retornó a Esparta —ordené.
Mis soldados asintieron y uno de ellos se acercó a mí con una sonrisa tonta, que interiormente deseé desarmarla con un golpe:
—Seleccionaremos a las mujeres más hermosas para el harem de su padre, el rey Kirinmaru. Príncipe Sesshomaru, ¿no querrá escoger algunas para el suyo?
—No es de mi interés —respondí desdeñoso y subí a mi caballo.
Sin agregar nada más, me adentré en el denso bosque, permitiendo que mi caballo tomara un rumbo incierto, alejándome de aquella zona rodeada de muerte.
Las palabras del soldado seguían rondando en mi mente.
Fruncí el ceño.
La guerra es simple: los fuertes sobreviven, y los débiles se convierten en esclavos. Hay comercio humano en enormes ferias, repletas de compradores buscando cuerpos para placer o trabajo. Los imperios se edifican sobre esa miseria... o se desploman bajo su peso.
Nunca he puesto un pie en una de esas ferias; ese es el terreno de mi padre.
Llevo un riguroso entrenamiento militar desde mis siete años y desde los trece años estoy sujeto a mis obligaciones militares. Ahora, con veinticuatro años, sigo despojando vidas sin importarme quienes sean.
Fui criado para sobrevivir entre los fuertes.
Dejé que mi caballo me guiara por los oscuros senderos del bosque hasta encontrar un hermoso arroyo flanqueado por árboles. Me bajé y miré al cielo, donde los tonos anaranjados anunciaban la llegada de la noche. Necesitaba un baño para limpiar los vestigios de sangre ajena en mi cuerpo.
Me despojé de mi armadura y ropa colocándolas junto a mi caballo, que estaba ocupado pastando hierbas. Luego sumergí mi cuerpo en el agua helada y contemplé mi sombrío reflejo.
Los gritos aún resuenan en mi mente aunque aprendí a ignorarlos junto a todo aquello que me lástima. Al final del día, lo reitero tantas veces como sea posible dentro de mi cabeza: solo los fuertes prevalecen y yo tengo que ser el más fuerte de todos para que está forma de vida no me consuma antes de tiempo.
Las facciones de mi rostro se relajaron y alcé la vista hacia la luna. Perfecta y brillante. Solitaria y única. En mis momentos más oscuros, siempre era mi fiel compañera.
¿Existe algo en la tierra que se asemeje a la majestuosa luna?
De repente, escuché el crujir de unas ramas y me levanté del agua, dirigiendo la mirada hacia el sonido. Una jovencita de no más de catorce años me observaba, escondida detrás del tronco de un frondoso árbol. Su largo y desordenado cabello castaño y la palidez de su piel brillaban en la oscuridad. Sus ojos, grandes y curiosos, reflejaban una intensidad que se quedó grabada en mi mente, y sentí mi corazón latir con fuerza en mi pecho.
Me sentí vivo por primera vez.
—¿Quién eres? —pregunté con calma, sin intención de asustarla.
Ella me observaba con curiosidad, examinándome sin pudor. Nos quedamos así, rodeados de un silencio que, lejos de ser incómodo, me brindaba paz. Volví a sentarme en el agua y miré a la luna, que se volvió tan enigmática como la pequeña que me contemplaba. Luego le sonreí.
—¿Por qué me miras tanto? —inquirí suavemente—, ¿acaso vienes a matarme?
Ella parpadeó rápidamente, noté un leve rubor en su pálida piel, y sus ojos se abrieron de par en par antes de que saliera corriendo, como sospeché que haría al escuchar mi pregunta.
Observé mi reflejo en el agua; por primera vez, mi rostro tenía un aire más calmado y humano. Sonreí con sinceridad, volviendo a mirar hacia donde había desaparecido.
Qué joven tan curiosa...
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