Lento. El tiempo le parecía detenerse en la espera, en ese espacio de soledad donde los recuerdos de sus años tiernos le sacudían el alma, donde todo lo vivido le había arrancado poco a poco la ingenuidad que le distinguía entre sus hermanos.
Era como una flor a la que se le arrancaban los pétalos poco a poco, muy lentamente.

Hacia frío, y aunque acostumbrada estaba a ello, se volvía tortuoso en las heridas que marcaban su espalda y brazos.

"Cuente ovejas, mi lady" Era el consejo que le había dado una de las criadas que aseaban su cuerpo ese día, par de horas atrás. Era lamentable ver el lienzo de la dama del Norte así de marcado.

"¿Ovejas?..." Cuestionó una Sansa confundida con los ojos clavados en la chica que fregaba con gentileza su brazo.

"Sí, como cuando es la hora de dormir. Trate de no pensar en lo que está sucediendo y sólo cuente ovejas, una tras otra hasta que haya terminado"

Sansa presionó los labios y miró al frente, luego a sus pies bajo el agua caliente de la tina. Tomó un poco de aire y asintió, hoy no sería diferente que ayer y seguramente tampoco que mañana. No quería que llegase la noche y encontrarse con el rostro de aquel que la tenía sometida de esa manera. Por suerte hoy había sido día de cacería, eran esos días en los que aquel verdugo era más "suave" quizá porque su instinto sanguinario se había saciado a medias ya.

Ahora sólo esperaba, miraba de vez en cuando a la puerta cuando escuchaba algún ruido de afuera, temiendo escuchar la puerta al abrirse.

Pero él sabía cómo llevarla al límite. Pasos lentos pero fuertes se escuchan, y como complemento el tintineo de sus hebillas al andar. Era tortuoso, como un depredador que sabe que hallará a su presa.

La puerta se abrió, Sansa sintió que el pecho se le comprimía y el estómago se le hacía pequeño, no había a dónde correr, y aunque por dentro sintiera la carne temblar, no se movería. Estaba en una silla frente a la mesa donde prefería tomar sus meriendas y aveces, si él se lo permitía, sus comidas, pues ella no quería que todo el mundo viera sus heridas, eran un trofeo para el bastardo del Norte, una humillación para la verdadera hija del invierno.

— ¿Me esperabas, querida esposa? —la voz áspera sonó al fin. Estaba agotado, sí, pero nunca lo suficiente como para dejar a Sansa en saldo blanco hoy.

Ella no dijo nada, sólo bajó la mirada como quien acepta su destino y tomó aire por los labios.

— Creo que no me escuchaste, quiero pensar... "¿Me esperabas, querida esposa?" —repitió echando por un lado en un buró los guantes de piel, densos, pesados y percudidos de sangre ya seca. Olía a metal, evidente en lo que hoy había hecho.

— ... No precisamente. —dijo ella con sinceridad, pero no altanera, mirándolo mientras él lavaba sus manos y enjuagaba su rostro riendo.

— He matado a gente por menos que eso, querida esposa. Me ofende que no desees mi compañía. —respondió Ramsay, de buen humor, como cosa rara. Era el agotamiento, había drenado ya energía.

Sansa no hizo ni dijo nada. Apenas y quería moverse, estaba ahí, espigada, con los ojos claros y traslúcidos atentos a lo que el Bolton hacía. Tenía un toque de ingenuidad muy en el fondo aún, estimulado por su vulnerabilidad ante el horror que vivía.

— Sugiero, mi Lord, que entonces no haga preguntas que sabe serán respondidas de forma negativa. —se atrevió. A veces abusaba de su insolencia porque sabía que muerta no le servía de nada, y además ¿qué más horrores podría ya Ramsay hacerle? ¿Marcarla más? ¿Someterla a prácticas que hasta un Lannister juzgaría? ¿Humillarla? ¿Violarla? Ya era absurdo recibir tanto y todavía quedarse callada.

Ramsay se encaminó hacia ella, ya no tenía el abrigo ni las armas encima. Se había aseado superficialmente y aún así traía consigo el aroma de la muerte, mañana Sansa se daría cuenta a cual de las chicas le tocó la mala fortuna de ser el entretenimiento de Ramsay y sus perras.

— Esa osadía fue la que llevó a tu querido hermano a la muerte. —palpaba su rostro con una franela, limpiando el sudor y agua— Seguro que lo recuerdas. —tiró la franela sobre la mesa donde ella estaba, no importandole donde cayera.

— Mi Lord es muy susceptible. El Rey del Norte debe sostener sus emociones tanto como el título que ostenta. —alzó la mirada para verlo, lucía fresca pese al maltrato, sus cabellos eran el fuego y su piel un terso manjar que hacía gala de su sangre Tuli.

— Levántate. —ordenó.

Sansa frunció un poco las cejas, pero sin cuestionar se puso en pie con cuidado, ya siendo invadida en su espacio. Tenía sólo una bata de dormir, larga y suave.

Ramsay no medió palabra alguna, fue directamente a la acción y la tomó de los brazos para hacerla girarse contra la mesa. Ahí, la empujó con fuerza haciendo que recostara el pecho sobre ésta y dejara las caderas expuestas, y sobre todo dispuestas.

Le subió la bata casi queriendo arrancarla y exhibió para si mismo las nalgas de Sansa. Siempre era un espectáculo digno de admirar, una y otra vez. Miró su piel como un perro que se alimenta de ello y con el pie la hizo abrir las piernas al hacerle deslizar a ella los pies a los lados. Y ni tardo ni perezoso el pantalón fue resuelto con tal de exponer su virilidad ya un tanto tensa por la pronta excitación.

— No voy a matarte. —dijo al fin con el tono más lúgubre, encimandose a ella para susurrarle en la nuca— Tus días serán largos. Me perteneces. —la quijada estaba tensa en una sonrisa sádica, descendió y le clavó los dientes en el hombro, haciéndola encogerse de inmediato.

— Le... pertenezco al Norte. —respondió con la voz forzada al tener el rostro contra la mesa, anteponiendo sus manos para apoyarse ahí. Debía mantener al menos algo de honor hasta el último momento, de alguna manera, por más absurda que fuera.

Ramsay lo dejó pasar por ahora, pues dedicó atención y vigor a marcarla, a saborear su piel hasta subir por su cuello y hundirse ahí unos momentos hasta apartarse y tomarle las caderas, alzandolas e incluso echándose un poco atrás para ver el dulce fruto que quería profanar de nuevo.

Sonreía malsano, más como una bestia que un ser humano y sin asco se escupió los dedos con tal de humedecerlos y así pasarlos por encima de los tersos labios íntimos de Sansa.

Ella respingó, cerró los ojos con fuerza y empuñó las manos, ya apoyando su rostro de costado sobre la madera, sabía lo que vendría.

Era morboso, le delineaba cada forma como si fuesen pinceladas exactas, abría el delicado surco con los dedos y advertía querer meterlos sólo un poco, ello para observar la reacción natural en el cuerpo de Sansa, ver cómo esa cavidad se contraía cuando amenazaba con entrar, presionandole las yemas de los dedos como si de un tímido beso se tratase.

Sansa lidiaba con la humillación de verse tan expuesta, tan vulnerable y profanada.

Sólo entonces, se reacomodó y orientó su virilidad hacia ella, primero le hizo saber de su estado con roces, no para deleite de ella, no, sino para él. Disfrutaba con ver y sentir como el glande abría los delicados labios íntimos y los invadía poco a poco. Incluso en momentos parecía comenzar a penetrar, pero se detenía antes de que su glande dejara de ser visible, se tomaba su tiempo y atención para ello hasta hundirse de un sólo golpe en ella con tanta fuerza que incluso la mesa resonó al mismo tiempo que el grito de la Stark: Ahora comenzaba la verdadera tortura.

— Y el Norte es Bolton. —sentenció al fin cuando estuvo totalmente dentro de ella, reteniéndose ahí al apresarla de las caderas con ambas manos. Le costó trabajo darse ese momento, si algo debía admitir es que estar dentro de ella era como una prueba del paraíso que naturalmente al morir le sería negado.

Tomó aire y comenzó la faena, sin tregua ni piedad, se hundía en ella con fiereza e incluso cada que la penetraba tiraba de ella para hacer la estocada más hosca y profunda, llegando a hacerla alzar un poco los pies del piso a momentos, más y más encimada en la mesa.

Los jadeos no se hicieron esperar, graves y hoscos. Una que otra vez reía en medio de su placer, gozaba por sentirse dentro de ella y también con someterla, ambas manos propinaban contundentes nalgadas ocasionales que resonaban estridentes en la habitación.

Sansa no hallaba salida, no la había. Su rostro ya estaba hundido en lágrimas y su cuerpo demasiado frágil como para oponerse, y aún lo hiciera, nada lograría, él la violaría una y otra vez como desde la noche en qué se casaron. Dolía, le carcomía no sólo físicamente, sino emocionalmente, al nivel del alma misma que se flagelaba con todos sus sueños de antaño pisoteados, no era la doncella de cuentos de hadas que alguna vez anheló ser, no había un caballero de finas vestiduras y refinados modales procurándola como en las historias rosas que tanto quería para si misma, nada de eso, estaba Ramsay arrancandole la voluntad poco a poco, lentamente.

Su cuerpo era propiedad del Bolton, todos lo sabían, bastaba con escuchar sus gritos cada noche, su llanto hasta el amanecer y verla ahí, como una muñeca sin alma que sufría por no poder ocultar los moretones al otro día.

Algunos le veían con compasión, pero era un sentimiento prohibido, nadie podía ayudarla.

Hoy, por suerte la tortura no sería tan larga, y no es que Ramsay fuese rápido en ello, simplemente hoy parecía más vulnerable a verterse en ella. Estaba agotado, y eso a Sansa le aseguraba el poder dormir en pequeños lapsos sin ser molestada, ya lo iba conociendo de a poco, en noches como esas cuando él carecía de energía, ella podría tener un pequeño remanso luego del sufrimiento.

Hoy los lobos no ahuyarían, no mientras ella contara ovejas.