Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.

Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.

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Capítulo 24

Para el viejo Douglas Andrew, dormir en un automóvil durante una noche entera era más de lo que podía soportar. Tenía el cuerpo dolorido y estaba por demás agotado. El día anterior, había decidido quedarse en vigilia en la mansión Ardley, y esperar a que Albert regresara después de que lo vio salir con Archibald Cornwell. Quería acabar por fin con ese asunto que lo tenía con los pelos de punta y el humor negro.

Durante su acecho, había notado la escasez de personal de seguridad. Sólo un par de hombres resguardaban la verja principal y otro más la puerta de la mansión, dejando el libre paso por las entradas laterales, incluyendo el acceso que conectaba con la pequeña vivienda del joven Cornwell y el muelle. Eso, lo hacía sin duda, el lugar ideal para colarse sin ningún problema.

Muy de madrugada, escuchó un auto subir por la vereda donde se había escondido cuidadosamente tras un frondoso árbol que se encontraba muy cerca de la casa del muchacho de pelo castaño, al cual había visto llegar apenas hacia unas horas. Siguió con detenimiento el curso del vehículo y vio cuando éste entró a la mansión Ardley. Después de un rato, la luz del garaje se encendió y pudo distinguir a la alta figura de Albert que salía del lugar y caminaba hacia el interior de la misma.

Se dibujó una amplia sonrisa en su rostro, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, rozando está con el respaldo del asiento de piel. En ese momento, se sentía un hombre afortunado, pues la vida le había dado la oportunidad perfecta para acabar con su joven sobrino de una vez por todas. Verificó la carga de su revólver, al comprobar que estaba listo para usarse, con decisión, salió del auto.

Con todo el sigilo que le permitía su cuerpo y, amparado en la oscuridad, caminó siguiendo la misma ruta que advirtió tomaba Albert. Por la falta de luz, le costó dar con él, pero al cabo de un rato, lo halló sentado en una terraza aparentemente dormitando con la cabeza apoyada entre sus manos. Entornó los ojos y, con determinación, sacó la pistola de entré sus ropas para dirigirse hacia el lugar.

El sonido de unas pisadas que se dirigían hacia él lo hizo retroceder. Rápidamente, se escondió detrás de un arbusto y vio pasar casi a su lado a Archibald que se dirigía a toda prisa al lado de Albert.

- ¡Mierda! - se dijo, entre dientes. Maldijo que su suerte hubiese cambiado en tan poco tiempo.

Los vio charlando y, al cabo de un rato, la figura de George Johnson se hizo presente en el lugar y lo reconoció de inmediato.

- ¡Maldito Johnson! Debí suponer que tú estarías detrás de todo esto. Pero a ti también te llegará tu hora.

Su frustración se acrecentó, cuando vio entrar a George y Albert a la casa. La luz del día ya llegaba y temió ser descubierto. Con la vista buscó un lugar donde refugiarse mientras encontraba la forma de colarse al edificio. Le sería más fácil hallarlo dentro del mismo, pues las habitaciones y recovecos le permitirían mantenerse oculto hasta dar con el muchacho. Recordó el garaje y fue hasta él. Ahí, se encontró con una puerta que conectaba con el interior. Sin pensarlo, se escabulló dentro del lugar a un pasillo que daba al recibidor. Entró un poco más y pronto se vio en el centro de un gran y elegante salón.

Las voces que provenían de algún lugar le pusieron alerta. Rápidamente, abrió la puerta más cercana y se escondió tras ella dejándola entre abierta. Vio pasar frente a él a Archie y a Albert que subían hacia la planta alta. Cuando los perdió de vista, se preparó para salir, pero la presencia de una mucama que venía hacia él le hizo retroceder. Nervioso, buscó un lugar donde guarecerse; al fondo, encontró un armario y ahí se ocultó. Por las rendijas, pudo observar a la mujer que limpiaba con mucha calma el gran piano que estaba en medio de la habitación, bufó, porque para su desgracia, había caído en una especie de trampa que le mantendría un buen rato en ese lugar.

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A Terrence Grandchester le fue imposible conciliar el sueño en toda la noche. Cuando lo intentaba, las horribles imágenes de Susana empujándolo con todas sus fuerzas y después verla tirada en el pavimento, venían a su mente.

- ¡Cuidado, Terry! - la voz resonaba en su cabeza una y otra vez.

Resignado a que no dormiría, se levantó de la cama y decidió cabalgar un rato para tranquilizarse un poco. El sol todavía no salía cuando él estaba recorriendo los territorios de su mansión. El aire fresco de la mañana tocó su rostro y automáticamente se sintió mejor. Encaminó su hermoso caballo blanco hacia el circuito de salto y durante un rato sorteó algunos obstáculos con el imponente animal.

- ¡Maldito Ardley! - exclamó, cuando el equino, se detuvo justo frente a el muelle que daba vista a la residencia del otro lado de la bahía.

Al cabo de un par de horas, ya más despejado, ordenó que le llevarán a su habitación café, aspirinas y las gacetas de ese día. Candy no había dormido con él, se había quedado con la pequeña Eli en su habitación. Echó un rápido vistazo y las contempló por un instante, dormidas, acurrucadas una con la otra.

Tras una refrescante ducha, se dispuso a revisar las noticias. Cuando abrió los diarios, vio con beneplácito que todas las críticas hacia su actuación eran positivas y le alababan por su gran talento, augurándole un brillante futuro como actor cinematográfico. Sólo un periódico mencionó que en algún momento el actor se mostró ligeramente distraído y que, gracias a su compañero, había logrado recomponerse. Frunció el ceño y sin más, lo destrozó y lo echó a la basura.

También buscó alguna nota relacionada con el incidente del día anterior en el Hotel Plaza. En la mayoría, venía una pequeña mención de la mujer que había sido atropellada, pero en ninguno se le relacionaba. En otros ni siquiera se nombraba el suceso. Suspiró aliviado. Un escándalo como ese, afectaría seriamente se carrera y eso es lo que menos deseaba.

Por un instante, reconsideró el hecho de tener que marcharse precipitadamente a Londres. Su matrimonio estaba destrozado, era un hecho, pero él tenía un arma muy poderosa que ni la misma Candy, aún con todo su amor por Albert, arriesgaría que fuera usada en su contra: la pequeña Eli.

- Quizá sea mejor quedarnos para demostrarle a ese delincuente que a mí nadie me quita nada- pensó - De todos modos, pronto nos iremos a California y el ridículo idilio tendrá que llegar a su fin.

- Señor Grandchester- le llamó el mayordomo, desde el otro lado de la puerta.

- ¿Sí?

- Madame Baker, le busca- extrañado miró el reloj, apenas eran las ocho de la mañana.

- Dile que ahora bajo. Pásala al salón.

Se terminó de vestir y bajó inmediatamente. Cuando llegó al lugar, la elegante dama estaba de pie y miraba a través de la ventana con una taza de té en la mano.

- Madre- le saludó, se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.

- Buen día, Terrence.

- ¿A qué debo el honor de tu visita tan temprano? - le preguntó, invitándola a sentarse.

- Bueno, entre otras cosas he venido a felicitarte por tu éxito. Los diarios te han dado muy buenas críticas, sobre todo el New York Times.

- ¿Tú qué opinas?

- Que lo has hecho estupendamente. Estoy muy orgullosa de ti- sonrió.

- Gracias- dijo, con un orgullo palpable- Viniendo de ti, es un verdadero halago.

- Te lo has ganado, hijo- le tomó la mano y se la apretó levemente.

- Pero no vienes a sólo felicitarme- dijo, con seriedad - ¿Qué más trae por aquí? ¿Ha pasado algo?

De su bolso, Eleonor tomó una hoja de papel doblada por la mitad y se la tendió al actor. Éste la tomó con curiosidad, al abrirla, vio en ella la nota periodística en la que se relataba brevemente el accidente de Susana.

- ¿Qué es esto? - preguntó, fingiendo sorpresa.

- ¿Y me lo preguntas tú a mí? - respondió ella, con disgusto

Terry se levantó de su asiento y se dirigió a la mesilla donde había un servicio de té, dándole la espalda a su madre. Se sirvió una taza tardándose más de lo normal.

- No tienes que fingir delante de mí Terrence, lo sé todo.

- ¿Qué es lo que sabes? - se giró a verla.

- Sé que la mujer de esa nota, es tú amante. Con la que te has paseado por medio Nueva York descaradamente- Terry la miró, perplejo - ¿Te extraña que esté enterada de eso? Sé mucho más de lo que tú supones, querido hijo. No sólo por tu falta de decoro, sino también porque tengo quién me informe acerca de tus acciones.

- ¡¿Acaso me espías?!

- Por supuesto, no pensarás que soy el tipo de madre que se queda sin hacer nada, al ver que su hijo va echando por la borda su brillante carrera por una mujerzuela.

Con el cejo fruncido y los puños apretados con fuerza, el histrión se limitó a escuchar la insólita confesión que se le estaba revelando.

- La nota que tienes en tus manos- continuó -Me llegó antes de que se publicara en los diarios. Estoy enterada de todo lo que sucedió afuera del Plaza.

- Pero ¿cómo...?

- Henry Grissom, un amigo mío que trabaja en el New York Post, me informó del incidente, no sólo me llevó la nota, también me llevó estas fotografías tuyas riñendo en la calle con un hombre y otras más agrediendo a tu esposa- dijo, extendiéndole un sobre amarillo -He pagado mucho dinero por esta información.

Terry sacó las fotografías y empezó a mirarlas una por una, en ellas se reflejaban la pelea con Albert; Archie, tratando de sujetarle; él, jalando por el brazo a Candy; Susana entre sus brazos, desfallecida. Nunca se imaginó que sería un observador externo de tan horrible suceso y, a medida que pasaba cada una de esas imágenes ante sus ojos, empezó a caer en un estado de conmoción que lo hizo perder por un momento el equilibrio de sus emociones. Apenas se reconocía en aquellos retratos.

Eleonor pudo ver como la cara de su hijo iba pasando del enfado al terror. Con preocupación, miró como los ojos azules de Terry primero se abrían muy grandes y luego, se llenaban de lágrimas que se derramaron por su apuesto rostro.

- ¡¿Qué fue exactamente lo que pasó, Terry?! ¡Dímelo! - le exigió, sujetándole por los brazos.

- ¡Mamá! - balbuceó

- ¡Habla, Terrence! ¡Dime que pasó ahí! ¡Dime que tienes tú que ver con Albert Ardley!

- ¿Lo conoces? - la miró, asombrado

- Sí, me lo presentó el alcalde en una de sus fiestas. Me pareció un joven educado y decente.

- ¿Decente? ¿Ese delincuente? - exclamó, soltándose del agarre - ¡No me hagas reír! ¿Quieres saber quién ese hombre "decente"? - dijo esa última palabra con un tono socarrón -Pues es nada más y nada menos que el amante de tu querida Candy.

- ¡¿Qué?!

- ¡Como lo oyes! Tuvieron la desfachatez de admitir que se aman y ahora Candy me quiere dejar- articuló, con un gesto dramático.

- ¿Y qué vas a hacer? - se acercó a él y posó una mano en la espalda.

- Partiremos hoy mismo a Londres.

- ¡A Londres! - se sorprendió - ¿Y ella está de acuerdo?

- ¡Por supuesto que no está de acuerdo! - exclamó, liberándose del toque - ¡Pero no tiene opción! O se va conmigo a Inglaterra o le quitó a la niña.

- ¡Terry! - lo miró, horrorizada.

- ¿Por qué me miras así? No pensarás que le dejaré el camino libre a ese delincuente. No me importa si ella me ama o no. Lo que importa es que a mí nadie me quita lo que es mío. Es la niña o él.

- Ella no es tuya, Terrence. Eli y Candy no son objetos que puedas manejar a tu antojo, son seres humanos. Si ella dejó de amarte nada puedes hacer. Tú mismo te has provocado esto con todas tus infidelidades.

- ¡Eso no le da derecho a largarse con él! - gritó

- ¡Y tú tampoco tienes el derecho de negarle su libertad y quitarle a su hija! - respondió en el mismo tono - ¿Qué vas a hacer? ¿Mantenerla prisionera y atada a ti sólo por tu capricho? Si entre ustedes ya no hay amor, al cabo del tiempo terminarán odiándose ¿qué no puedes ver eso? ¿O quizás, pretendes hacer lo mismo que tu padre me hizo a mí? Separar a Eli de su lado para después envenenarle el alma y ponerla en su contra. ¿Sabes lo que le espera a esa niña sí haces eso? - con fuerza, jaló de sus ropas y lo llevó frente a un espejo que colgaba en una de las paredes de la habitación - ¡Mírate! - ordenó - Ve el reflejo de lo que hace una separación cruel y ventajosa.

Terry posó sus ojos en el hombre que lo miraba fijamente del otro lado del espejo. Su respiración se empezó a acelerar al ver por primera vez su gesto hostil, amargo y soberbio. Eleonor tomó el rostro de su hijo entre sus manos.

- ¿Acaso no recuerdas aquella mañana en el muelle? ¿No recuerdas verme correr tras el barco implorándole al duque que no te arrebatara de mi lado? ¿Eso quiere para Eli? ¿una remembranza como esa? - el joven negó con la cabeza - ¿Y qué va a pasar si le toca una mala madrastra? Una que sólo la insulte y le repita cada día cuanto le disgusta su presencia.

- ¿Así como me lo hicieron a mí?

- Exacto, tal como lo hicieron contigo ¿Deseas eso para ella? - le preguntó, mirándolo fijamente.

- ¡Pero tú también me negaste! - dijo, separándose de ella con brusquedad.

- Sí, lo acepto y te he pedido perdón por ello. Habían pasado diez años desde la última vez que te había visto. No sabía nada de ti, tu padre me negó cualquier medio de comunicación contigo. Fue un ser despiadado y malévolo. Tú mismo me has dicho en varias ocasiones que jamás serias como él.

- Yo...- se giró para darle la espalda.

- ¿No te das cuenta, hijo mío, que lo que pretendes hacer te hará igual o peor que él? - le dijo, sujetándole por los hombros. La voz de Eleonor se quebró en ese instante - No permitas que algún día Eli piense y se exprese de ti, tal como lo haces tú del duque. Sé diferente. Déjale a tu hija en la memoria la imagen de un padre amoroso, uno que a pesar de no estar junto a su madre la quiere sobre todas las cosas y en el que puede confiar plenamente. Ese es el tipo de padre que tienes que ser, Terry.

- Mamá- bajó la cabeza y, para sorpresa de su madre, comenzó a sollozar.

- Terry- Conmovida, lo rodeó con sus brazos- Deja de ser víctima de tus circunstancias. El pasado ya quedó atrás, yo te amo y te he pedido perdón, pero no puedo hacer más porque el resto te corresponde a ti. Como adulto tienes el poder de ser la mejor o la peor versión de ti mismo. Hasta el día de hoy, en algunos aspectos has escogido ser la peor, es hora de cambiar, Terry.

Madre e hijo disfrutaban de ese íntimo momento que, sin querer, se había vuelto una oportunidad de reconciliar totalmente aquello que tenían pendiente desde hacía tantos años.

El sonido de los golpes en la puerta, interrumpieron el emotivo episodio. Ambos se separaron y limpiaron sus lágrimas antes de responder al llamado.

- ¿Sí? - espetó el actor.

- Señor, disculpe la interrupción, pero le busca un caballero.

- ¿Quién es? - preguntó, con el cejo fruncido.

- Su nombre es David Collins- Terry, con un mohín de sorpresa, miró a su madre buscando consejo. Eleonor comprendió la silenciosa solicitud y negó con la cabeza.

- Dile que no lo puedo recibir.

- Como ordene, señor- Asintió con una ligera venía.

- Él es...- dijo, dirigiéndose a la dama.

- Sé quién es- interrumpió -Desde hoy, no tendrás más contacto con esa gente.

- Muy bien.

- Habla con Candy, hoy mismo. El divorcio no tiene porqué ser malo si es que llegan a un buen acuerdo- el joven asintió en silencio y esbozó una ligera e irónica sonrisa.

- Señor- llamó nuevamente el mayordomo.

- ¿Qué paso? ¿Ya se ha ido?

- Sí, pero le ha dejado esta nota- Terry tomó el pedazo de papel que le tendía el empleado.

- Está bien. Escucha, jamás estaré disponible para ese hombre. Avisa en la puerta que no le vuelvan a dejar entrar.

- Sí, señor.

- Ordena que nos preparen el desayuno. ¿La señora se ha levantado ya?

- Sí.

- Infórmale que mi madre está aquí y que desayunará con nosotros.

- Como ordene, señor. Con su permiso.

Terry abrió la misiva que le había enviado Collins y comenzó a leer. Eleonor miró con curiosidad como a medida que avanzaba en su lectura, la, hasta hacía unos instantes, apacible cara de su hijo se transformaba en una de temor e ira.

- ¿Qué dice? - El actor le entregó la hoja de papel. Eleonor, frunció el entrecejo- El barco a Southampton sale a las dos de tarde- dijo de pronto.

Ambos asintieron.

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George Johnson colgó el auricular consternado. Ciertamente, la noticia que había recibido no se la esperaba, de hecho, en sí, la misma llamada le había pillado por sorpresa. Meditó un instante en la conversación que había sostenido apenas unos segundos.

- ¿Dónde está el señor Ardley? - Preguntó a Frank el mayordomo, que en ese momento se acercaba a él.

- El señor Ardley me informó que iba a nadar un rato en la piscina. Me pidió que le avisara- George intentó dar unos pasos hacia el lugar indicado.

- Señor, espere- le detuvo- Han traído los itinerarios para su viaje.

- Muy bien- espetó, mientras revisaba que los datos fueran los correctos.

- También le buscan en la puerta.

- ¿A mí?

- Sí, al señor "Smith", un joven de apellido Sloan.

- ¿Sloan? - preguntó, confuso.

- Dice que viene de parte del señor Alphonse de Chicago.

George enarcó las cejas, sorprendido.

- Voy a ver qué es lo que desea. Por favor, dile al señor Ardley que necesito hablar con él urgentemente, que no se vaya a ir a ningún lado.

- Sí, señor.

En la entrada de la mansión, Michael Sloan se entretenía observando todo a su alrededor. Desde ese lugar, se podía apreciar el hermoso jardín y la suntuosa fuente rodeados de delicadas estatuas blancas y pasillos adoquinados. El trinar de docenas de pajarillos que revoloteaban por los árboles y la ligera brisa que corría aquella mañana de verano, le hizo tener una sensación placentera y relajante como hace mucho no tenía.

- ¡Despertarse aquí debe ser estupendo! - pensó.

No pudo evitar respirar profundamente y estirar un poco su cansado cuerpo. Desde que se había involucrado en el caso de los Andrew, apenas y había tenido tiempo de dormir y comer en un horario establecido. Con su arribo a Nueva York las cosas no cambiaron mucho. Todavía no había localizado a los dos prófugos, e investigar de fondo a aquella familia, le llevó más tiempo del que supuso. Había demasiados cabos sueltos y esa mañana estaba decidido a atarlos.

- ¿Señor Sloan? - la grave voz de George, lo volvió a la realidad.

- Michael Sloan, a sus órdenes, señor Smith- le tendió la mano.

- Mucho gusto- respondió, con un apretón de manos -Me han informado que viene de parte de Al Capone. ¿Le conoce?

- Sí, yo soy quién está a cargo de la protección del señor Ernest Andrew.

- ¿Ha pasado algo? - se alarmó

- No, el señor Andrew está muy bien. Mi visita es más bien por los otros miembros de la familia, en especial los que han huido.

George lo miró con desconcierto.

- ¿Me permite unos minutos?

- Claro, hablemos en la biblioteca.

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Douglas emergió de su escondite tras cerciorarse que nadie merodeaba cerca del lugar en donde encontraba. Con mucho cuidado, abrió la puerta de la habitación y una vez que vio el camino libre salió en busca de Albert.

Siguiendo algunas voces, llegó hasta la parte trasera de la casa, ahí encontró la fuente de los sonidos que algún momento le parecieron lejanos. Agazapado detrás de una pared, miró a un joven alto y rubio que hablaba con un hombre de ascendencia latina. No tardó mucho en identificarlo, por fin, estaba muy cerca de William Andrew.

- ¿Ya está bien lleno de aire? - preguntó el chico.

- Sí señor, totalmente, mire, toque- Albert extendió su mano y corroboró que el colchón inflable estuviera sólido.

- Perfecto, échalo al agua- sonrió. De un clavado hacia delante se sumergió dentro de la amplia piscina. Con una sonrisa, el jardinero lo vio nadar casi al ras del suelo, luego, miró cuando salió por el otro lado. Dando amplias y firmes brazadas, el rubio volvió a el punto de partida.

El anciano que no perdía detalle de los movimientos desde su refugio, metió la mano dentro de su chaqueta y sacó la pistola que llevaba en el cinto del pantalón.

- Señor Ardley- La tercera voz que se unió a ellos lo sobresaltó. Se echó para atrás para tener una visión de quién era. Vio a un individuo alto y solemne que llevaba entre las manos un gramófono.

- Ha llegado el señor Martin con una decena de hombres, me ha dicho que es para la vigilancia del lugar.

- ¿Martin?

- Sí, por órdenes del señor Johnson- Albert bufó.

- ¡Por Dios! ¿Cuándo se le quitará lo sobre protector a George? - murmuró - Que se acomoden donde quieran. Menos aquí, quiero un momento de paz y privacidad.

- Muy bien. El señor Johnson me ha dicho que le es urgente hablar con usted, que por favor lo espere dentro de la mansión.

- ¿Dónde está él?

- En la biblioteca con una persona.

- Esta bien, nadaré un buen rato. No iré a ningún lado. Por cierto, estoy esperando una llamada telefónica, no dudes en pasarme cualquier llamado.

- Como ordene ¿Dónde quiere que ponga esto? - señaló el aparato musical.

- Ponlo en esta mesa cercana a la piscina, Frank- respondió -Quiero escuchar música mientras nado ¿Trajiste el disco que te pedí?

- Sí, aquí está.

- Muy bien- dijo, -Ponlo en el segundo movimiento. El allegretto.

El primer acorde de los instrumentos de viento lo hicieron sonreír. Luego, vinieron las cuerdas, roncas y casi inaudibles con un ritmo lento que lo hacía sumamente estremecedor y, a medida que avanzaba, los demás instrumentos se iban introduciendo en la enérgica melodía hasta llegar al tutti en fortísimo.

Albert, montado en el colchón inflable y con los rayos del sol pegando en todo su cuerpo, cerró los ojos para disfrutar en pleno la séptima sinfonía de Beethoven. Suspiró mientras todos sus sentidos se deleitaban con la espléndida música.

- ¡Qué mundo éste! Siempre tan lleno de cosas maravillosas- pensó

- ¿Albert Ardley? - dijo una voz masculina.

Albert se exaltó al escuchar su nombre en aquella voz desconocida. Casi perdió el equilibrio cuando se levantó de golpe sobre el colchón que flotaba en el agua.

- ¿Quién es usted? - preguntó, entornó los ojos y puso una mano en su frente para taparlos de la luz del sol.

- Mi nombre es David Collins.

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George Johnson supo disimular muy bien la sorpresa que le había causado el saber que el joven pelirrojo de grandes ojos verdes que estaba frente a él, no era un simple guardaespaldas. Michael Sloan, había resultado ser un policía encubierto que llevaba un tiempo investigando a la familia Andrew por sospechas de tráfico de alcohol y algunos otros delitos financieros.

Le resumió de manera detallada cómo había empezado a trabajar en aquel caso, una vez que fue asignado; desde la oportunidad que le dio Al de ser el guardián de Ernest, hasta la detención de la mayoría de los miembros del grupo delictivo.

- Y es así como fue el arresto de los Leagan- explicó -Bueno, sólo del padre, ya que como bien sabe, Neil Leagan se encuentra prófugo al igual que el señor Douglas Andrew.

- Sí, estoy enterado de eso.

- Son peligrosos, pero afortunadamente le hemos seguido la pista y estamos muy cerca de atraparlos.

- ¿Sabe usted dónde están?

- Sí, ambos están aquí en Nueva York.

- ¿Y qué cree usted que hacen en esta ciudad? - sondeó

- Eso, señor Smith, es precisamente lo que vengo a preguntarle.

- ¡¿A mí?!- A George, le fue imposible camuflar por más tiempo su asombro. En ese momento, sintió como la sangre se le había ido a los pies, llenándolo de una sensación de frialdad en todo el cuerpo.

-Verá- continuó -Yo no estoy aquí sólo para contarle mis hazañas con respecto al caso de esa familia, estoy aquí por un motivo por demás delicado y usted sabe la respuesta, de eso estoy completamente seguro.

- No sé de qué me habla- respondió, con un gesto adusto.

- Entonces, déjeme explicarme mejor, señor. A medida que fui avanzando en mi investigación, me di cuenta que el tráfico de alcohol no era el único secreto oscuro que guardaban los Andrew. Tengo la convicción de que algo mucho más grave paso en el seno de esa familia y, si mi intuición y certeza no me fallan, tiene que ver con el misterioso patriarca del Clan.

- Continúe- pidió George, con notable interés.

- Según mis investigaciones, el jefe de la familia murió de manera repentina hace aproximadamente seis años, un poco antes de que fuera presentado a la sociedad de Chicago. Esto trajo como consecuencia una división entre el clan, pues algunos miembros no estuvieron de acuerdo con el rápido ascenso de Neil Leagan como suplente. Incluso, parte de esos inconformes como el señor Ernest, dudaban de que en realidad hubiera muerto.

- ¿Él se lo dijo?

- No directamente, pero créame, puedo reconocer a un hombre con fe. Lo que me resulta curioso, analizando los datos que tengo, es que los miembros disidentes empezaron a desaparecer poco a poco del consejo principal de los Andrew: el señor Malcom Andrew murió de manera sospechosa, un ataque al corazón, dijeron, aunque no se permitió la necropsia; a Ernest Andrew lo relegaron alegando demencia; la señora Elroy Andrew, matriarca, fue dada de baja por "cuestiones de salud", quedando sólo los simpatizantes del señor Douglas Andrew y los Leagan. Estos son, precisamente los miembros de la organización delictiva. Pero aquí hay algo muy muy curioso- Michael miró a George con perspicacia -Resulta ser que, dentro de aquella junta, había un hombre más. Un hombre, que hasta donde sé, era el asistente personal del señor Andrew. Éste, una vez que se develó la noticia de su supuesta muerte, simplemente desapareció. El caballero, de nombre George Johnson, fue el único del que ya no se supo más.

- ¿Cómo sabe usted todos estos datos? - preguntó con el cejo fruncido.

- Ya ve, nunca se debe confiar completamente en la fidelidad de los empleados. Una buena suma de dinero le afloja la cualquiera la boca. - Sonrió.

- ¿Y usted la ha creído? Parece una historia increíble. Por dinero, cualquiera le dice lo que usted quiere escuchar.

- Puede ser, sin embargo, lo que me resulta por demás curioso de esta "historia increíble" es el porqué de tanto misterio con la identidad del líder del clan. Según mi teoría, puede haber dos motivos: uno, el hombre era demasiado viejo y posiblemente estaba muy enfermo, tal vez, tenía algún daño mental o algo muy contagioso, por eso el mantenerlo oculto, para evitar que todo el mundo supiera que el destino de un poderoso imperio, estaba en manos de un hombre que no se podía valer por sí mismo física y mentalmente.

- Suena interesante, aunque un poco absurda- comentó George- ¿Y la otra teoría?

- La otra teoría- continuó complacido del interés que despertó en su interlocutor -Es mucho más absurda, pero es mi favorita: Cabe la posibilidad de que fuera totalmente al contrario que la primera, es decir, que en vez de un anciano decrépito se tratara de un hombre muy joven, tan joven, que era necesario proteger su identidad a como dé lugar para no exponerlo a ataques de derrocamiento debido a su corta edad. Con lo que quizá no contaron, es que la juventud trae muchas etapas, entre ellas, la rebeldía. Un chico que no se es capaz de dominar, sólo trae problemas. Eso me lleva a pensar que el mencionado señor Johnson, más que un asistente, fungía como una especie de mentor. Pero yo creo que ese hombre le tomó cariño al muchacho, tal es así, que evidenció el dolor que le causó su muerte al desaparecer y cortar lazos con la familia Andrew.

En un gesto inconsciente de protección, George cruzó los brazos delante de él y los colocó en su regazo. De igual manera, cruzó las piernas. En esa posición se echó hacia atrás pegando su espalda al respaldo de la silla. Para Michael, esto no pasó desapercibido.

- Es interesante esto, señor Smith ¿no cree?

- Tal vez el señor Johnson tuvo motivos muy fuertes para dejar a esa familia. Es sabido que los Andrew son personas difíciles.

- Puede ser, sin embargo, lo que movió al señor Johnson a alejarse de ellos, fue un acto de esperanza. Creo que, de haber sido una muerte natural, suponiendo que fuese un anciano, nuestro amigo en cuestión no hubiera tenido ningún reparo en continuar con ellos, pero si se trataba de un chico del que se hizo cargo y que llegó a querer casi como un hijo, no dudo que hubiera sido el primero en sospechar que su fallecimiento no fue por causas naturales, sobre todo si se trataba de un joven saludable. Sin duda, al ver su reacción, es lógico que algunos de los miembros del Clan dudaran, al igual que él, de las circunstancias en las que se dio esa súbita muerte. Lo interesante es que yo creo lo mismo, que el misterioso Patriarca está vivo, y que durante estos años se ha escondido de la maldad de sus familiares. Douglas Andrew es un asesino y no dudo ni por un momento que le haya mandado a matar o incluso que él mismo lo intentara.

George se levantó de su asiento y caminó unos pasos por la habitación hasta llegar a la ventana. Por un breve instante miró hacia fuera, sabía que ese muchacho había descubierto toda la verdad y sólo necesitaba una confirmación de ello. Nunca pensó que alguien ajeno a la familia se entera alguna vez de las atrocidades que habían cometido en contra de Albert. Lamentó que ese día hubiera llegado, pues sintió que de alguna manera había fallado en la protección total de su querido hijo. Que un policía estuviera implicado, significaba la investigación en sus propias actividades y, aunque trataron de actuar según sus principios y valores ayudando a otros, no dejaba de ser un delito el traficar alcohol. Esto sin duda, les traería consecuencias y graves. No había más que pensar, se echaría la culpa de todo y negociaría para que Albert saliera libre.

- ¿Exactamente qué es lo que quiere saber? - dijo, dándole la espalda.

Michael le siguió hasta donde estaba.

- Señor Smith, ¿No es curioso que Nueva York se volvió de pronto "la Meca" de los Andrew? - George se giró, para ver a Michael de frente -Observando los acontecimientos de los últimos días, tengo la certeza que el resucitado Jefe del Clan vive en esta ciudad y ¿por qué no? Quizás en esta casa.

Ambos hombres se miraron fijamente.

- Dígame, señor Johnson, porqué es así como usted se llama ¿Es Albert Ardley, William Andrew? ¿Es él aquel joven que usted salvó de una muerte segura en manos de su propia sangre? ¡¿En realidad Albert Ardley, el más poderoso traficante de alcohol del país, es William Andrew, el misterioso Patriarca?!

- ¡Sí! - gritó - ¡Sí, es él! - Sin pensarlo y, con el impulso de sus emociones, George sujetó con fuerza las solapas de la chaqueta del policía - ¡Yo lo salvé de las garras de esos malditos bastardos de los Andrew! ¡Y lo volvería a hacer una y otra vez si fuera necesario! ¡Mataría con mis propias manos a aquel que intente hacerle daño a mi muchacho!

Sin quitarle las manos de sus ropas y dejándose sacudir por él, Michael miraba ceñudo al hombre que defendía con tanta pasión una causa.

- Y escúcheme, Sloan- continuó -Si hay algún culpable de que él esté involucrado en estos negros y sucios negocios, ese soy yo. Todo lo que hice fue para él recuperara lo que le pertenece. Así que, si vino a arrestarlo, póngame las esposas de una vez porque me ha de llevar ahora mismo. Eso sí, le advierto que le daré batalla en el juicio.

- Se equivoca, señor Johnson, yo no he venido a eso- sonrió

- ¿Cómo? - preguntó desconcertado - ¿Entonces qué quiere?

- Si me suelta le podré explicar mejor- de un tirón, lo soltó. El pelirrojo se recompuso la ropa y se dirigió hacia la vitrina donde estaban los licores, sin solicitar permiso, se sirvió una copa y la bebió de un sólo trago.

- Yo no he venido a perjudicarlos, señor Johnson, al contrario, busco ayuda mutua, es por eso que estoy aquí. Específicamente solicito dos cosas.

- Dígame qué es lo que quiere.

- Uno, quiero que me ayuden a atrapar a Douglas Andrew y Neil Leagan. Va en contra de todo policía tener empatía con los involucrados en un caso, pero por algún extraño motivo, me he tomado de forma personal este asunto. Ese par, son seres ruines y malvados, de esos que el mundo no necesita sobre su faz. Sobre todo, ese viejo de Douglas. Atrapar a sus primos y a Robert Leagan no tiene tanto mérito para mí, sabiendo que el líder es él. Quiero verlos a todos juntos tras las rejas para siempre.

- Lo ayudaré, no tenga duda de eso. William peligra en cada minuto que él sigue libre. Dígame que necesita y se lo proveeré, incluso policías, el alcalde nos debe unos favores y no se negará en enviarlos.

- Excelente. La otra cosa por la que estoy aquí es para pedirles que protejan a Al. Usted tiene a William Andrew al que quiere como un hijo, yo tengo a Al, al que quiero como hermano. Me ha contado que lo han puesto al cargo del Bronx aquí en Nueva York.

- Así es.

- Pero ahora, sin los Andrew, Chicago está libre. ¿Cree usted que él podría hacerse cargo de esa ciudad?

- Los negocios ahora están a cargo del señor Martin. William y yo nos retiramos, de hecho, mañana partimos de la ciudad. Tiene suerte, Martin está aquí en la mansión ¿le parece si llegamos a un acuerdo mientras almorzamos?

- Me parece muy bien.

- Acompáñeme entonces, William debe todavía estar en la piscina, es una buena oportunidad para que le conozca. Podremos almorzar en la terraza.

Cuando salieron de la biblioteca, George le dio instrucciones a Frank de que buscara a Martin y le dijera que le esperaban en la terraza. El teléfono sonó, con una señal de la mano, George le indicó al mayordomo que se fuera a cumplir con su pedido, mientras atendía el llamado.

- ¿Diga?

Esbozó una leve sonrisa al escuchar la voz del otro lado de la línea.

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Esa mañana en especial, me pareció que el tiempo pasaba más lento de lo normal. Llevaba ya más de dos horas en mi escritorio sin hacer nada, simplemente, no podía concentrarme en absoluto. No sólo me sentía aturdido por la falta de descanso, la charla que había sostenido con Albert me tenía desconcertado y estaba preocupado por él.

-¿Por qué le pasan cosas tan malas a la gente buena?- me formulaba esa pregunta una y otra vez.

No sólo pensaba en Albert al hacerme este cuestionamiento, también en mi amado hermano que era un ser excepcional; Stear siempre fue bondadoso, inteligente y empático. Aún recuerdo que por él comencé a soportar a Terry. Se le daban de manera natural ser misericordioso con los más débiles y... Evidentemente con los imbéciles.

También pensaba en Anthony y su muerte prematura, sólo tenía catorce años de edad. En su corto paso por la tierra, mi querido primo nos dio a todos los que le conocimos amor en abundancia. Era un ser lleno de paz, ternura y armonía, pero también era valiente y defendía muy bien sus convicciones. Cuando murió, nos dejó un gran vacío. Un vacío que en mí se había acrecentado con la partida de Stear. Albert sin duda, había llegado a mi vida a aliviar un poco esa sensación de desolación que estaba muy dentro de mí y que me esforzaba por ignorar. Curiosamente, mi rubio amigo era una combinación de los dos y eso me hacía apreciarlo aún más, de alguna manera, con su amistad, me sentía un poco compensado por las pérdidas sufridas.

No es fácil ir por el mundo sintiéndote sólo, en eso lo podía comprender. Con la diferencia que yo sí tuve un par de amigos que iluminaron mi vida y me dejaron bellos recuerdos y él ni eso tuvo. Se me hizo un nudo en la garganta al hacerme consciente de eso.

- ¡Cornwell! - me llamó mi compañero de al lado - ¡Ese maldito teléfono tiene horas sonando! ¿Vas a contestar o no?

- ¿Eh? - el molesto sonido del timbre telefónico llegó a mis oídos -Sí, lo siento. Archibald Cornwell- contesté

- ¡Archie! ¡Por fin! Llevo horas intentándolo.

- ¡Annie!

- ¿Dónde estabas?

- Aquí, sólo que estaba un poco distraído. ¿Cómo estás?

- No muy bien, no he podido dormir con todo lo de ayer.

- Igual yo- comenté desalentado

- Escucha, intenté llamarle a Candy, pero no me la han comunicado ¿Sabes algo de ellos?

- No, ni me importa- pensé - No querida- le respondí - Deben andar por ahí, ya sabes cómo son ellos.

- Me parece extraño, yo creí que ella...

- No es bueno creerle a quién no lo merece.

La charla con Annie me ánimo un poco. Ella tenía la cualidad de ponerle un poco de color a mis panoramas grises. Lamenté no verla esa mañana, ya que se iba a ausentar unos días a unas presentaciones por la costa este y no volvería sino hasta dentro de cinco días.

- Te amo, querida- le dije antes de colgar -Ya encontraré la forma de darte la sortija de compromiso de la forma que mereces, ajenos a los problemas de los demás.

Un poco más tranquilo, me puse a trabajar un rato. Al poco tiempo vi que mis compañeros comenzaron a levantarse.

- ¿A dónde van? - les pregunté intrigado, algunos se comenzaron a reír.

- ¿Cómo qué a dónde? ¡Es la hora del almuerzo! ¿Qué te ocurre hoy, Cornwell?

- No he dormido mucho y me duele la cabeza.

- ¿Vienes?

- En un momento los alcanzo, sólo tengo que hacer una llamada.

Marqué el número de la mansión Ardley. Al poco tiempo la inconfundible voz de George atendió mi llamado.

- ¿Señor Johnson? Soy Archie.

- ¡Ah! joven Cornwell ¿Qué tal su día? - me contestó notablemente de mejor humor que en la mañana que le vi.

- Más o menos, ¿Albert está ahí?

- Sigue en la piscina, precisamente en este momento iba a...

Un par de sonidos secos y poderosos se oyeron de pronto.

- ¿Señor Johnson?

Un sonido más.

¡Esos son disparos!

- ¡Señor Johnson! ¡¿Qué pasa?!

Voces. Pasos acelerados.

¡Por Dios! ¿Qué está sucediendo?

- ¡George! ¡Conteste! ¡George!

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