Capitulo 17

Frente a Ainz, emergiendo de las profundidades, estaba el Señor Dragón de la Oscuridad, una criatura salida de las peores pesadillas. Su imponente cuerpo, cubierto de escamas negras que parecían devorar la luz a su alrededor, hacía que el ambiente pareciera aún más sombrío. Medía unos 30 metros, y sus ojos, dos orbes rojos llenos de odio, irradiaban maldad pura. Cada vez que movía sus garras gigantes, sonaba como hierro rasgando la piedra, y su aliento, cargado de un hedor a azufre, impregnaba el aire, volviéndolo casi irrespirable.

El Lord Dragón observaba al que lo había despertado de su largo sueño. Ese olor… no lo podía olvidar. Hace poco más de 300 de años se enfrentó a alguien de esa misma especie. Y ahora, una vez más, tenía delante a otro con ese mismo inconfundible aroma.

—La inmundicia del Emperador—dijo Fenrir mientras se alistaba para ir con todo contra Ainz.

Las Pléyades, junto con Albedo y Gondo, se habían escondido lo más lejos que podían detrás de unas rocas, pero lo suficientemente cerca como para echarle una mano a su señor si lo necesitaba. Estaban bajo el efecto de "Atlas", lo que hacía casi imposible que alguien se diera cuenta de sus presencias.

Estiró su mano huesuda y creó una bola de energía oscura que apareció en su palma. Luego, con un movimiento de su mano, lanzó la bola hacia el dragón. Sorprendentemente, el dragón logró esquivar el ataque. El Lord Dragón reaccionó con un rugido tan poderoso que hizo temblar las paredes de la montaña. Luego, abrió su enorme boca y lanzó un chorro de fuego directamente hacia Ainz.

—[¡Muro de esqueletos!]—gritó Ainz en el último segundo. Invocó un muro que desvió el fuego por un momento. Sin embargo, el aliento del dragón era tan poderoso que lo destrozó en pedazos, pero le dio tiempo suficiente para retroceder y protegerse de las llamas abrasadoras.

El Lord Dragón avanzó velozmente hacia su objetivo, intentando atrapar al jugador con sus poderosas garras. Sin embargo, de la nada, una espada surgió para detener su embestida.

Cuando ambas armas chocaron, el impacto fue devastador. El suelo se rompió en mil pedazos, y grietas enormes se extendieron como serpientes de piedra por toda la montaña. Las ondas de choque sacudieron los alrededores, haciendo temblar incluso hasta las rocas más firmes.

En ese instante, el Señor Dragón sintió algo que hacía mucho no experimentaba. Había aplastado a un jugador en el pasado, y creía que esta vez sería igual. Sin embargo, este jugador detuvo su golpe como si fuera nada, usando la espada como un escudo, bloqueando con nada más que fuerza pura. Lo más preocupante era que estaba seguro de que este jugador era un hechicero. Y era casi imposible que un hechicero tenga una fuerza tan monstruosa.

La lucha se intensificó más, con cientos de golpes dirigidos hacia Ainz por parte del Lord Dragón. A pesar de su tamaño, el dragón era demasiado veloz, pero cada uno de sus golpes fue fácilmente bloqueado por el no muerto.

—"¿Quién es este jugador?"—se preguntó—"¿Cómo es posible que un hechicero maneje una espada de esta manera?".

Fenrir tenía un montón de pensamientos cruzándole la cabeza. Ese jugador maldito, esa cosa abominable y no-muerta, era casi tan fuerte como él. Casi. O eso creía, hasta ahora. Cada golpe suyo había sido desviado con una facilidad que lo hacía sentir ridículo.

—" ¿Qué demonios es este jugador? "—pensó.

Jamás había sentido miedo ni desesperación, pero ahora algo nuevo surgía desde dentro de él. Quería correr, escapar de ahí, cada fibra de su ser lo pedía a gritos. Pero su orgullo no lo dejaba rendirse. Si sus garras y colmillos no servían, usaría su magia más destructiva. Retrocedió unos pasos y lanzó un rugido atronador.

El aire a su alrededor se comprimió y la presión aumentó de golpe. Todo eso era porque había comenzado a conjurar su hechizo más devastador. Frente a sus grifos, un cono de fuego empezó a formarse, rugiendo como una bestia hambrienta.

Primero, el fuego era rojo y anaranjado, pero en cuestión de segundos se volvió de un azul intenso y cegador. Las llamas parecían tener vida propia, retorciéndose como serpientes alrededor del dragón, y el calor era tan brutal que el suelo bajo sus pies empezó a agrietarse, incinerando todo a su alrededor en un amplio radio.

Ainz no necesitaba que nadie le dijera lo que estaba por venir; lo sentía. La magia salvaje corría por cada rincón de ese cono de fuego. Por primera vez en mucho tiempo, Ainz se sintió preocupado. Sabía que, con un solo error, incluso él podría salir herido.

-¡JA! —rugió Fenrir con todas sus fuerzas, desatando el ataque.

El fuego no solo se lanzó hacia Ainz; explotó en una tormenta de ondas que sacudieron todo a su alrededor. La velocidad del ataque era tan brutal que el aire se desgarró con un estruendo que superaba al viento, como si la misma realidad se rompiera.

Justo antes de ser alcanzado por el proyecto infernal, Ainz desapareció en un destello, teletransportándose hacia donde estaban las Pléyades, dejando solo un rastro de luz mágica. El ataque chocó con las paredes, y la fuerza fue tan inmensa que parecía que la realidad misma se quebraba.

Las rocas, que habían resistido el paso de los siglos, se desmoronaron en segundos, convertidas en polvo. El paisaje quedó devastado, con una serie de cráteres concéntricos. Fenrir, mirando el desastre, apretaba la mandíbula con tanta fuerza que empezó a sangrar.

Nunca su ataque más letal había fallado. Ese cono de fuego azul, capaz de destrozar a varios jugadores, había sido esquivado con una facilidad insultante. Fenrir estaba furioso... pero también aterrorizado.

—¡Maldito! —rugió Fenrir, desesperado, con los ojos encendidos de pura ira.

En un parpadeo, se lanzó contra Ainz, pero este se movió rápido, alejándose lo más posible de las Pléyades para protegerlas.

La cola de Fenrir azotó el suelo con furia, rompiendo la tierra y levantando rocas como proyectiles, dejando un cráter masivo. Ainz apenas tuvo tiempo de conjurar una barrera mágica para protegerse de las piedras que volaban como balas, amenazando con reducirlo a polvo.

La pelea entre ambos titanes parecía hacer que la montaña misma rugiera. Con cada impacto, el viento gritaba y las rocas se alzaban.

Cada embestida del Señor Dragón era detenida por una defensa impenetrable o respondida con un contraataque mortal. La precisión con la que Ainz manejaba su espada era increíble, moviéndose con la gracia de alguien que hubiera practicado durante mil años. Cada corte desgarraba más las escamas del dragón, cortando su carne. Pero lo peor era cómo cada golpe no solo hería su cuerpo, sino su espíritu; sentía cómo su voluntad se desvanecía poco a poco.

El imponente dragón comenzó a temblar. El miedo ya lo había consumido por completo. Nunca, en toda su vida, había experimentado tanta desesperación. Sus ataques se volvieron torpes, como los últimos esfuerzos de un animal acorralado. Ainz lo sabía: el dragón estaba acabado.

—Es hora de terminar con esto —dijo Ainz, completamente sereno. Esa calma hizo que Fenrir ni siquiera quisiera seguir peleando. Ainz hizo desaparecer su espada en su dimensión de bolsillo.

—[Corte de realidad] [Magia quíntuple maximizada].

Tres puntos de luz comenzaron a brillar en los dedos de su mano, como diminutas estrellas. En un instante, los rayos de luz se disparan, viajando más rápido que el sonido. Fenrir apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que los haces lo atravesaran. Un rugido desgarrador brotó de su garganta, un grito de dolor puro, como si su voz se fuera a romper.

Las luces cortaban su carne como cuchillas ardientes. Sus escamas, que antes parecían impenetrables, se desprendían como si fueran simples plumas. Su inmenso cuerpo se desplomó, haciendo temblar el suelo. Por primera vez en su vida, cayó el gran Señor Dragón de la Oscuridad Profunda.

Fenrir yacía en un charco de su propia sangre. El dolor era insoportable, pero lo que más le dolía no era lo físico, sino la humillación más grande de su vida.

Con lo poco de energía que le quedaba, intentó moverse, escapar, quería anunciar a los demás Lord Dragón sobre lo que había llegado al Nuevo Mundo. Pero su cuerpo no respondió. Fenrir, el Lord Dragón más poderoso, el que había sido verdugo de tantos, ahora temblaba de puro miedo.

Ainz avanzaba lentamente hacia él. Sabía que Fenrir era el ser más poderoso al que se había enfrentado, muy superior incluso a Cure Lim. Y, aun así, lo que ahora veía era una criatura rota.

Cuando sus miradas se cruzaron, Fenrir sintió como si la muerte misma viniera a reclamar su alma. Pero, sorprendentemente, el destino parecía tenerle una última oportunidad.

—Voy a perdonarte la vida —dijo Ainz con una voz tan fría como la muerte misma.

Por un momento, Fenrir no supo qué decir. Se quedó mirándolo, sin siquiera pensar en escapar. Nunca había imaginado escuchar esas palabras de un jugador. ¿Por qué? ¿Por qué este ser, que había demostrado un poder absoluto, le ofrecería una misericordia que él jamás habría dado?

—Pero, a cambio —continuó Ainz—, debes jurarme lealtad.

Fenrir seguía observándolo, incrédulo. ¿El mismo ser que lo había humillado le estaba ofreciendo una oportunidad? Un Lord Dragón, que había sobrevivido a cientos de batallas, que había jurado exterminar a los jugadores, ahora era perdonado por uno de ellos.

—¿Por qué me perdonarías la vida? —gruñó Fenrir, se podía sentir un poco de duda en su voz. Ainz lo sintió y no iba a dejar pasar esa oportunidad.

—¿Acaso tu raza no busca nuestra extinción?

—No me confundas con ellos —respondió Ainz con una serenidad que resultaba aterradora—. Yo soy un ser que trasciende las emociones básicas de los mortales. No siento codicia ni odio hacia los de tu especie. Mis objetivos están mucho más allá de eso.

—¿Cómo puedo estar seguro de que no me traicionarás?

—Tienes mi palabra. Y mi palabra es absoluta —dijo Ainz—. Bajo mi mando, nunca serás esclavizado ni tendrás que esconderte en las sombras. Serás tratado con el respeto que mereces... y, sobre todo, te protegeré de los jugadores.

Esas palabras tocaron el alma de Fenrir. Toda su vida había hecho lo que quería, sin que nadie pudiera contradecirlo, y nunca había confiado en nadie. Pero ahora, le ofrecían protección a cambio de lealtad, algo que jamás pensó que consideraría.

¿Esto era todo? ¿Rendirse? ¿Convertirse en el siervo de otro? Era tentador, muy tentador. Pero siglos de orgullo no desaparecían de un momento a otro. Aun así, comenzó a sentir una extraña calma. Por primera vez, sentía que ya no tendría que luchar solo. Estaban los otros Lord Dragón, pero cada uno era avaricioso y egoísta, aunque él, de alguna manera, aún se preocupaba por ellos.

—¿Puedes garantizar la protección de mi especie? —preguntó finalmente Fenrir.

—No —respondió Ainz sin titubear—. Tengo una familia que proteger, seres a los que les debo mi vida. Si algún Lord Dragón intenta arrebatarme lo que más valoro, no dudaré en defenderlos con todas mis fuerzas. Sin embargo, aquellos que me juren lealtad serán perdonados y vivirán bajo mi protección. Gozarán de libertad y tranquilidad.

—Acepto... —murmuró Fenrir. No estaba en condiciones de exigir más. Si él estuviera en la posición de Ainz, habría hecho lo mismo.

—Excelente —dijo Ainz con calma, aunque por dentro gritaba de alegría—. "Ahhhh, quiero celebrar. He conseguido añadir otro Lord Dragón a Nazarick, y uno que domina la magia salvaje."

Ainz sacó una poción de nivel medio y la vertió sobre el maltrecho cuerpo de Fenrir. En un instante, las heridas comenzaron a cerrarse milagrosamente, y el sangrado se detuvo por completo.

El Lord Dragón finalmente pudo respirar con alivio. Poco a poco, recuperó la movilidad en su cuerpo, aunque el dolor seguía ahí.

—[Puerta] —susurró Ainz. Un vacío apareció de la nada, y a través de mensaje, ordenó a todos que se acercaran. Las Pléyades y Albedo comenzaron a correr hacia su señor, felices de que estuviera a salvo.

Pero Gondo se acercaba con cautela. Cuando ya estuvo frente a Ainz, sintió un escalofrío al ver su rostro de calavera. Sin embargo, al escuchar su voz, se relajó; era la misma que recordaba cuando lo conoció por primera vez. Pudo sentir la nobleza en su tono, como si estuviera hablando con un rey. Recordó las conversaciones con Ainz, charlas donde el hechicero dejaba notar un poco de su personalidad. Era evidente que, a pesar de su monstruoso poder y su naturaleza de no-muerto, Ainz era alguien tranquilo que no buscaba conflictos.

—Espero que hables con tus amigos herreros sobre mí y mi necesidad de artesanos. Estaría encantado de darles la bienvenida a mi hogar—Dijo Ainz.

—Muchas gracias, Ainz-sama. Le estoy profundamente agradecido por detener a esa horda de Quagoa. Sin usted, mi reino probablemente habría caído. Haré todo lo posible por convencer a mis amigos herreros de unirse a usted... Perdóneme por mi atrevimiento, pero si mi nación se encuentra en peligro, ¿podríamos contar con su ayuda?

—Por supuesto, Gondo. —dijo Ainz—. Pero esta vez no será gratis. Deberán ofrecerme algo a cambio.

Tras esas palabras, el gigantesco dragón fue el primero en cruzar el portal. Había escuchado de esa magia, pero experimentarla en carne propia era algo completamente distinto. Al atravesarlo, vio unas colinas a lo lejos, pero lo más llamativo eran las tres figuras que lo esperaban: Hikari, Demiurge y Pandora. Poco después, Ainz, las Pléyades y Albedo también cruzaron el portal.

—Bienvenido, Ainz-sama —dijeron los tres guardianes al mismo tiempo.

Ainz estaba a punto de responder cuando, de repente uno de los siete dragones de Nazarick se comunicó con él.

—[Es raro que me llames, ¿a qué se debe que quieras comunicarte conmigo?] —respondió Ainz.

— [Mensaje: Ainz-sama, nos hemos encontrado con un enemigo que posee un Objeto Mundial.] —Dijo Pyroclamas, prácticamente gritando.

En ese momento, la mente de Ainz se detuvo. Su mente quedó en blanco, luchando por procesar lo que acababa de escuchar. ¿Un enemigo con un Objeto Mundial? Era demasiado pronto para enfrentarse a algo tan peligroso. Sin embargo, logró recobrar la compostura.

—Regresen todos a Nazarick de inmediato. —ordenó Ainz. Su tono grave hizo que los guardianes y las Pléyades intercambiaran miradas nerviosas—. ¡No se les permite abandonar Nazarick bajo ninguna circunstancia! ¡Eleven al máximo los niveles de seguridad de Nazarick!

Su señor gritó, estaba tan alterado que no se dio cuenta de que parte de su aura de no muerto comenzaba a filtrarse, aunque su anillo rápidamente la reprimió. Ese cambio provocó una sensación de miedo en los guardianes; nunca lo habían visto así. Querían preguntar qué ocurría, pero ninguno tuvo el valor de hacerlo. Solo una persona se armó de valor para hablar.

—Mi señor, ¿qué está sucediendo? —preguntó Albedo, su voz temblando por el miedo.

—No hay tiempo para explicaciones —respondió Ainz, apretando los puños mientras sentía que perdía el control—. Regresen a Nazarick... ahora.

—Por favor, mi señor, si es tan grave, déjeme acompañarlo , déjeme ser su escudo.

Ainz estaba a punto de reprenderla, pero sus ojos se detuvieron en el objeto que Albedo sostenía. Era un Objeto Mundial. Solo un objeto mundial podía contrarrestar a otro objeto mundial. Sin pensarlo dos veces, tomó las manos de Albedo con fuerza y la llevó consigo.

—Estarás detrás de mí, Albedo.

El contacto fue tan brusco que Albedo sintió un leve rubor en sus mejillas, pero rápidamente apartó esos pensamientos. Su señor estaba furioso, y este no era el momento para distracciones. Se mordió los labios y asintió, aceptando la orden sin cuestionarla.

Una puerta se materializó ante ellos, y Ainz la cruzó sin dudar, llevándose a Albedo consigo y dejando atrás a los demás guardianes, quienes aún intentaban procesar lo ocurrido.

Horas antes….

El lujoso carruaje avanzaba lentamente por los polvorientos caminos a las afueras de E-Rantel. Cualquiera que lo viera sabría al instante que pertenecía a nobles de gran riqueza, con su diseño refinado y el emblema dorado que adornaba los costados.

Dentro, dos bellezas divinas sostenían una silenciosa batalla de miradas. Shalltear estaba acompañada por Pyroclamas, quien había adoptado su forma humana. Varios anillos entregados por su maestro ocultaron su inmenso poder, y un objeto mundial estaba guardado en su dimensión de bolsillo, listo para ser usado en caso de una emergencia.

Pyroclamas era impresionante en todos los sentidos. Su largo cabello pelirrojo caía en suaves cascadas, y su piel tenía un bronceado perfecto. Pero lo más llamativo eran sus voluptuosas curvas, en especial sus muslos torneados, que parecían a punto de rasgar los pantalones ajustados que vestía.

—Shalltear-sama —dijo Pyroclamas, algo avergonzada—, ¿podría dejar de mirarme de esa manera? Es un poco incómodo.

Esas palabras bastaron para que Shalltear apartara la mirada. Chasqueó la lengua, molesta consigo misma por haber sido descubierta. No quería admitir que lo que la había hipnotizado eran los enormes pechos de la pelirroja que se balanceaban de manera descarada al ritmo de traqueteo del carruaje.

—Estaba... reflexionando —respondió Shalltear con frialdad— sobre por qué mi futuro esposo permitió que me acompañaras en esta misión. Después de todo, estamos cazando humanos, y no veo por qué sería necesario que vinieras.

Pyroclamas soltó una sonrisa forzada, claramente para no molestar a la vampiresa.

—No creo que pueda comprender la mente suprema de Ainz-sama, pero sospecho que Albedo-sama le mencionó mi deseo de explorar fuera de Nazarick.

Shalltear se sorprendió un poco; jamás había pensado que alguien de Nazarick deseara salir voluntariamente a explorar el mundo.

—¿Estás bien de la cabeza? ¿Abandonar Nazarick para explorar este miserable mundo? Nazarick fue creado por los Seres Supremos, es el lugar más sagrado en este Nuevo Mundo. Nada aquí puede compararse a su perfección —respondió Shalltear con orgullo. Pyroclamas no entendía del todo por qué pensaba así, pero estaba segura de que muchos en Nazarick compartirían esas palabras.

—Shalltear-sama, no quise ofender la grandeza de Nazarick —respondió rápidamente—. Es solo que, como dragona, siento que está en mi naturaleza explorar todos los rincones del mundo. El cielo y la tierra siempre han llamado mi atención, es algo que no puedo evitar.

—Cosas de dragones, supongo —respondió Shalltear con indiferencia, aunque había una pregunta que le rondaba desde que conoció a los Siete Dragones, y no podía dejar pasar la oportunidad—. ¿Qué tan poderosa eres realmente?

—No estoy segura de cómo medir mi poder, Shalltear-sama. Solo sé que en Yggdrazil ostentaba el título de "Enemigo Mundial". Era una calamidad viviente, una entidad de destrucción que arrasaba todo a su paso —respondió Pyroclamas.

—¿Y por qué destruirías tanto en Yggdrazil? —preguntó Shalltear, esta vez con genuina curiosidad.

—No recuerdo exactamente por qué actuaba de esa manera. Supongo que era irracional en ese entonces, pero todo cambió cuando conocí a Ainz-sama. Él me derrotó y me hizo jurar lealtad. A partir de ese momento, recuperé mi conciencia y empecé a apreciar lo que me rodeaba. Me dio un hogar y un propósito. Le estoy profundamente agradecida a Ainz-sama.

—Como era de esperarse del último Supremo... incluso consiguió a alguien más poderoso que yo, y por mucho. Tal vez seas la más fuerte de todas, aunque claro... no más que mi amado —respondió Shalltear alegremente.

—Bueno, en realidad creo que soy la cuarta más poderosa de Nazarick —dijo Pyroclamas.

Esas palabras hicieron que el rostro de la pequeña vampiresa se deformara por la sorpresa. ¿Cuatro seres más poderosos que esta dragona? Sabía que Nazarick ocultaba muchos secretos, pero jamás imaginó que eran tan profundos y aterradores. Su mente comenzó a trabajar, intentando deducir quiénes podrían ser. Ya tenía claro quién era el más poderoso: su señor, Ainz. Pero los otros tres... no tenía idea de quiénes podían ser.

— ¿Eh? ¿Hay tres más poderosos que tú? ¿Quiénes son? ¿Y cómo son? —preguntó Shalltear rápidamente.

— Solo conozco sus nombres —respondió rápidamente—. En cuarto lugar, está Rubedo, la hermana menor de Albedo-sama. En tercer lugar, mi hermano mayor, Ragnavore, 'El Devorador de Mundos'. En segundo lugar, el Actor de Pandora. Y, por supuesto, en primer lugar, Ainz Ooal Gown-sama.

Esas pocas palabras fueron suficientes para dejar a Shalltear en shock. Conocía a Rubedo y sabía que era muy poderosa. Había oído vagamente sobre el temible "Devorador de Mundos", ambas leyendas en Nazarick. Pero el Actor de Pandora... lo había visto muchas veces en la Sala del Trono, y nunca había sentido ninguna presión de su parte. Parecía otro NPC más. ¿Cómo podía ser que alguien como él, que parecía tan... inofensivo, fuera considerado la segunda entidad más poderosa de Nazarick? Era difícil de creer.

—Puede que te estés preguntando cómo es posible que el Actor de Pandora sea tan poderoso. Lo único que sé es que oculta muchos secretos. No es su poder lo que lo hace letal, sino su intelecto y la facilidad con la que puede adaptarse a cualquier situación. Nunca lo subestimes, Shalltear-sama te lo digo por tu propio bien.

Shalltear se quedó en silencio, procesando lo que Pyroclamas le había dicho. Aunque todavía le costaba creer que el Actor de Pandora fuera tan poderoso, poco a poco empezó a tener sentido. Al fin y al cabo, era una creación directa de su señor.

De repente, el carruaje se detuvo bruscamente, seguido por un fuerte golpe en la puerta.

—Parece que es hora —dijo Shalltear mientras se levantaba y se dirigía a la puerta. Al abrirla, se encontró rodeada por varios hombres. Podía sentir las miradas lascivas de los humanos, y algunos de ellos comentaban descaradamente sobre su apariencia y cómo se turnarían. Uno de los bandidos más cercanos extendió la mano hacia los pechos falsos de Shalltear, pero antes de que pudiera tocarla, se detuvo. El hombre miró horrorizado cómo su mano caía al suelo, mientras la sangre brotaba sin control.

—Criaturas tan inferiores no tienen derecho a tocarme —dijo Shalltear con desprecio.

Con un gesto, invocó a dos Damas Carmesí, criaturas que se parecían mucho a las novias vampiro, pero eran mucho más voluptuosas. Vestidas con elegantes vestidos rojos como la sangre y de nivel 30, recibieron la orden de eliminar a todos los bandidos. Las Damas Carmesí obedecieron al instante, desatando una masacre que acabó con casi todos. Él último de los bandidos, aterrorizado, reveló la existencia de una cueva a unos 1000 metros de distancia, su base, donde se encontraba un espadachín capaz de usar artes marciales.

Mientras Pyroclamas descendía del carruaje, su elegante vestido desapareció, reemplazado por una vestimenta más práctica. Sin perder tiempo, comenzó a seguir a Shalltear. Al llegar a la entrada de la cueva, Shalltear se encontró con más bandidos, quienes fueron rápidamente eliminados. Algunos, sin embargo, lograron huir hacia lo más profundo de la cueva.

Justo en ese momento, un hombre de cabello largo y azul, que se había despertado de una siesta placentera, se dio cuenta de que algo andaba mal al ver a los bandidos correr descontrolados. Detuvo a uno de ellos y lo interrogó, pero solo recibió una respuesta: un grupo de poderosas mujeres estaba masacrando a sus compañeros.

—No creo que sean las Blue Roses —dijo mientras observaba las paredes, cubiertas de sangre y cuerpos desmembrados. En cuestión de segundos, se encontró cara a cara con las dos Damas Carmesí y luego se escucharon pasos que venían detrás de las Damas Carmesí , atrás de ellas aparecieron dos bellezas. Por un momento casi sucumbió a la tentación, pero no lo hizo gracias a que notó algo: la más pequeña tenía encima suyo una esfera de sangre que crecía a medida que más sangre absorbía.

—Vampiras —dijo Brain.

Apenas terminó de decir eso y las dos Damas Carmesí se lanzaron al ataque. Sorprendentemente, no lograron asesinarlo al instante; ya que había conseguido detenerlas usando artes marciales.
—¡Excelente! - Dijo Shalltear con una sonrisa mientras se acercaba, dispuesta a capturarla ella misma. La pelea no dura ni un minuto; Brain fue derrotado y humillado. Desesperado, intentó huir, pero fue noqueado por Pyroclamas.

—Parece que hemos terminado aquí.

—Aún no, Shalltear-sama. No deberíamos dejar sobrevivientes.

—Tienes razón.

Shalltear invocó a dos Damas Carmesí más y les ordenó eliminar a cualquier bandido que hubiera logrado escapar. Después de unos minutos, todo parecía estar bajo control, hasta que Shalltear sintió cómo perdía la conexión con una de ellas. Luego, una por una, casi todas sus invocaciones desaparecieron, y para que eso ocurriera, las Damas Carmesí debieron ser asesinadas.

—Algo o alguien ha eliminado a mis Damas Carmesí —gritó Shalltear con furia. Su maestro le había encargado capturar a humanos que dominaran artes marciales sin dejar rastros, y fallar en eso la enfurecía. Peor aún, la gran cantidad de sangre que había recolectado empezaba a cubrir su pequeño cuerpo, lo que activó su "Frenesí Sangriento".

Su hermoso cuerpo comenzó a deformarse, convirtiéndose en una criatura horripilante. Su vestido se desvaneció, y cuando la transformación estuvo completa, corrió desesperada. Estaba tan molesta que no notaba cómo, con cada segundo que pasaba, su razón se desvanecía más y más.

—Shalltear-sama, tal vez deberías regresar a tu estado normal. No sabemos a qué nos enfrentamos, y necesitamos estar conscientes para tomar decisiones acertadas —dijo Pyroclamas, alejándose cautelosamente mientras aprovechaba los pocos segundos en que Shalltear aún no la atacaba.

Sin embargo, Shalltear estaba demasiado consumida por el deseo de venganza como para prestar atención a Pyroclamas.

Justo cuando Shalltear se acercaba al área donde sus invocaciones habían sido derrotadas, Pyroclamas la alcanzó. Ambas llegaron justo a tiempo para ver a unos humanos, uno de ellos, era un joven de cabello largo y negro, estaba blandiendo una lanza que le estaba dando el golpe final a la última Dama Carmesí.

Estos humanos pertenecían a la Escritura Negra, la más poderosa Escritura de la Teocracia de Slane, y hoy se encontraban en la misión más importante de sus vidas. Al notar la presencia de las guardianas, rápidamente adoptarán una formación defensiva.

Shalltear se lanzó contra ellos, intentando atacar, pero sorprendentemente, el joven de la lanza logró detenerla. Aunque salió volando varios metros por el impacto, él era Kael, un semidiós, el segundo más poderoso de toda la Teocracia y posiblemente de toda la humanidad.

Kael fue recibido por sus compañeros, quienes lo miraron preocupados. Sabían que él era el más poderoso de la Escritura Negra, aunque eso era sin contar al Asiento extra. Si alguien tenía la fuerza para enviarlo volando fácilmente, estaba claro que ni siquiera toda la Escritura podría contra esa criatura. En momentos como este, sabían que debían recurrir a su arma más poderosa.

Una anciana, que había permanecido oculta tras ellos, dio un paso al frente, y todos se hicieron a un lado para darle espacio.

—¡Hazlo ahora…! —gritó el Kael.

Fue entonces cuando Pyroclamas vio a la anciana vestida con una túnica blanca, la más pura que había visto jamás, adornada con un dragón dorado. Sus instintos la alertaron de inmediato: esa túnica no era normal. Solo unas pocas armas en el mundo podían ponerla en tal estado de alerta. Y una de esas era…

—Un Objeto Mundial... —murmuró. Su aptitud tranquila se volvió desesperada. Sabía que debía neutralizar esa amenaza rápidamente, proteger a Shalltear y contactar a su Señor.

—[Es raro que me llames, ¿a qué se debe que quieras comunicarte conmigo?] —preguntó Ainz, completamente tranquilo, sin saber lo que estaba ocurriendo.

— [Ainz-sama, nos hemos encontrado con un enemigo que posee un Objeto Mundial..." —fueron las últimas palabras que Pyroclamas pudo decir antes de que cortar la conexión. Sin perder tiempo, corrió lo más rápido posible, dispuesta a recibir el ataque y salvar a Shalltear.

La anciana alzó los brazos, liberando un dragón dorado que rugió mientras se lanzaba directo hacia Shalltear. Justo antes de que la impactara, alguien se interpuso en su camino.

El dragón chocó de lleno contra Pyroclamas, y el campo de batalla se ilumino. Por unos momentos, Pyroclamas sintió cómo sus pensamientos comenzaban a desvanecerse, sintió como partes de su cuerpo se hubieran desconectado de su esencia. Sentía que se estaba convirtiendo en una cáscara vacía. Sin embargo, poco a poco, su conciencia regresó, y empezó a recuperar el control de su cuerpo.

¡Imposible! —gritó Kaire, aterrada.

— ¿Qué es imposible? —preguntó el Capitán de la Escritura Negra.

— Ha resistido el ataque de los dioses...—murmuró la anciana.

Sus palabras dejaron en shock a todos los miembros de la Escritura Negra. A lo largo de sus trayectorias como guerreros al servicio de la humanidad, jamás habían encontrado a alguien capaz de resistir el poder absoluto del arma divina de sus dioses.

Lentamente, Pyroclamas comenzó a recuperar la conciencia y a analizar la situación. Estaba furiosa. Ese grupo de humanos había intentado atacar a Shalltear con un Objeto Mundial. Estaba a punto atacarlos …Cuando….De pronto entre la Escritura Negra y Pyroclamas, se abrió un portal. De ese vacío emergió un no-muerto, y tan pronto como sus pies tocaron el suelo, el ambiente se congeló, como si el mismo tiempo se hubiera detenido. La sola presencia de esta no-muerto paralizó a los miembros de la Escritura Negra. Petrificados por el pánico, sentían un deseo de huir porque sabían que enfrentarse a esta criatura era enfrentarse a la muerte misma.

— [Bloqueo Dimensional] —activó Ainz, impidiendo cualquier intento de teletransportación.

Luego, su mirada se posó en Shalltear. Al cruzar los ojos con la pequeña vampira, esta volvió a su estado normal, y el miedo era evidente en su hermoso rostro. Tanto era su temor que ni siquiera se atrevía a mirar a su señor a los ojos, aferrándose a Albedo, quien había llegado justo después de Ainz. Estaba claro que Shalltear sabía que había cometido un error. Luego dirigió su atención a Pyroclamas, que también descansaba apoyada en Albedo. Con una simple mirada y un leve asentimiento de ella, supo que estaba a salvo. Finalmente, Ainz volvió su atención al grupo de humanos, deteniéndose especialmente en la anciana.

— Caída del Castillo y la Nación... — murmuró Ainz, pero, aunque fue apenas un susurro, todos los presentes lo escucharon con claridad, especialmente los de la Escritura Negra. Los ojos de algunos se abrieron aún más, pues solo unos pocos sabían que ese era el nombre de arma más poderoso de sus dioses.

Las llamas en las cuencas de Ainz ardieron con más fuerza de lo habitual. El odio hacia la vida por fin parecía nacer contra aquellos que se habían atrevido a atacar a Shalltear con un Objeto Mundial.

— Están condenados. —Dijo Ainz mientras caminaba hacia ellos con pasos lentos, donde cada uno los pasos parecían durar una eternidad para los de la Escritura Negra.

Canto divino: [Corazón de León]

Algunos miembros de la Escritura Negra recuperaron algo de valor y, de repente, comenzaron a activar sus artes marciales y hechizos. Los guerreros, ya preparados se lanzaron con todo lo que tenían contra él no-muerto. Observaban cómo este se detenía, sin reaccionar. Aprovechando eso y conectaron golpe tras golpe, convencidos de que lo estaban dañando. Cuando finalmente creyeron que habían logrado herirlo, retrocedieron para que sus demás compañeros lanzaran sus más poderosos hechizos.

Cuando pensaron que finalmente lo habían herido, retrocedieron para dejar que sus compañeros lanzaran los hechizos más poderosos.

Los hechizos levantaron una densa nube de polvo, destruyendo todo a su alrededor, incluida la zona que rodeaba a Ainz.

Observaron el caos que habían desatado. Habían usado sus artes marciales y hechizos más poderosos, y por fin se sentían más tranquilos, convencidos de que ni siquiera el Asiento Extra, considerada las más poderosa de la Teocracia, podría haber salido ilesa.

Buscaron al no-muerto, y cuando el polvo finalmente se disipó, solo necesitaron unos segundos para encontrarlo: el maldito seguía exactamente en el mismo lugar, inmóvil. No tenía ni un hueso roto; De hecho, parecían más blancos y relucientes que antes.

—Antes de matarlos... me gustaría saber de dónde vienen. Están equipados con ítems de Yggdrazil... pero no son jugadores —dijo Ainz mientras recorría con la mirada a los humanos, examinando sus objetos.

El único en reaccionar fue Kael, el capitán de la Escritura Negra. Como líder, le habían confiado los más grandes secretos de la humanidad, incluido el origen de sus dioses. Sabía que esos dioses venían de un mundo llamado Yggdrazil, un reino divino cuyos habitantes eran conocidos como jugadores.

—No te diremos nada, monstruo... —gritó Kael, casi sin aliento.

—Desde que llegué a este mundo, todos los que me han desafiado eligen mal sus palabras —dijo Ainz, avanzando lentamente hacia ellos—. Intentaron controlar la mente de una de mis guardianas...

Solo vasto que dijera eso el no-muerto, para que los humanos ya estén casi al borde de la locura. No podían creerlo, ese no-muerto conocía el poder del arma más poderosa de sus dioses. Esto era peligroso….muy peligroso.

— -¡Hazlo ahora! —Grito el capitán de la Escritura Negra

—Sí, capitán...

El onceavo asiento activó un hechizo de quinto nivel, una teletransportación en masa, con la esperanza de llevar a todos a las afueras de su templo en la capital de la Teocracia de Slane. Sin embargo, los segundos pasaban y pasaban, y el hechizo no se activaba. La tensión crecía, y lo único que podían hacer era sentir las miradas de sus enemigos, cargadas de odio, como si estuvieran a punto de desatar el infierno sobre ellos.

—¡Imposible! ¡No podemos teletransportarnos! —gritó desesperada —Algo estaba bloqueando el hechizo.

Apenas terminó de decir eso, una risa siniestra se escuchó por parte del maldito no-muerto, asustando aún más a los pobres humanos.

— ¿De verdad pensaron que podrían escapar? — Dijo Ainz

El terror se apoderó de ellos. Sus corazones latían con fuerza, golpeando como tambores dentro de sus pechos, mientras sus cuerpos comenzaban a temblar. Un sudor frio comenzó a recorrer sus espaldas pues... sabían que estaban condenados.

De repente, el no-muerto desapareció. Los teocráticos, desesperados, giraban la cabeza en todas direcciones, buscando al monstruo. No lo veían, no lo oían... hasta que un grito desgarrador les dio su ubicación.

Se dieron vuelta, y lo que vieron los horrorizo. Uno de ellos había sido atravesado, desde la boca hasta las entrañas, empalado como un muñeco roto.

Un instante después, una espada oscura como la noche, cargada con una sed insaciable de sangre, apareció en las manos del no-muerto.

Rápidamente Ainz se lanzó sobre los demás miembros de la Escritura Negra con una velocidad aterradora. Nadie tuvo tiempo, ni mucho menos el valor, para reaccionar. Todo sucedió tan rápido que cayó uno tras otro, como muñecos rotos. Canto Divino yacía destrozada, con sus extremidades mutiladas esparcidas por todo el campo de batalla. Los cuerpos del 12, 11 y 9 asiento estaban partidos por la mitad, dispersos como restos inútiles. Los de asiento tenían los cráneos aplastados, convertidos en poco más que pulpa sangrienta bajo la implacable fuerza de las manos del no-muerto.

Después de unos segundos que parecieron eternos, solo dos humanos seguían con vida entre los cadáveres. Él primero era el capitán de la Escritura que sostenía temblorosamente su lanza divina, y la otra era Kaire, que estaba a su lado rezando desesperadamente a sus dioses, rogando ser salvada de esta masacre.

De repente, Ainz apareció frente a Kaire. La tomó por la cabeza y, con apenas un poco de presión, hizo que la sangre comenzara a brotar de su nariz y oídos.

Toda la macabra escena ocurría frente aKael, quien no podía permitir que la la única que podría usar el arma más poderosa de los dioses. Se mordió los labios, lanzó un grito para armarse de valor y, blandiendo su lanza divina, embistió con poderosas estocadas. Sin embargo, sus golpes ni siquiera lograban rasguñar los huesos del no-muerto. A pesar de ello, no se rindió. Continuó luchando, una y otra vez, hasta que sus fuerzas se agotaron.

Mientras el capitán seguía luchando en vano, Ainz comenzó a aplicar más fuerza a su agarre. Y solo unos pocos segundos después, se escuchó un siniestro estallido: la cabeza de la anciana explotó.

Kael, cayó de rodillas, con la mirada perdida, fija en la nada. Jamás en su vida habría imaginado enfrentarse a una criatura tan poderosa. Lo único que podía hacer era rezar a sus dioses, suplicando que destruyeran a esa criatura, ese ser de pura maldad, que amenazaba con acabar con la humanidad.

El no-muerto avanzaba con su espada manchada de sangre, a punto de terminar con la vida del último miembro de la Escritura Negra, pero un poderoso rugido se escuchó a lo lejos. Todos se giraron de inmediato. Los guardianes, junto a Ainz, miraron hacia la distancia: algo había despertado.

—Hoy ha sido un buen día —dijo Ainz, mientras lanzaba un hechizo para inmovilizar al humano.