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Febrero
tick tock tick tock
El desayuno con sus padres se parecía un poco a una pesadilla recurrente. Aunque, curiosamente, se parecía más a un sueño. Cada día seguía siendo igual de surrealista; sus padres igual de ofuscados, igual de desinteresados en cualquier conversación sustancial como lo habían estado desde que había vuelto a la mansión para sus rutinas diarias en enero.
Aquella mañana en particular, mientras comían huevos cocidos y frutas del dragón que Narcissa les había preparado especialmente para añadir variedad e intriga a su enorme desayuno, Lucius hablaba con libertad, abiertamente y solo con una pizca de desprecio.
—Con una estrecha vigilancia de los mercados asiáticos, podemos hacer un seguimiento de las alteraciones climáticas relevantes que puedan afectar a las importaciones. Con tantas zonas de cultivo raras para hierbas y plantas mágicas, su valor entre los elaboradores de pociones experimentales, especialmente, es primordial.
Lucius cortó la parte superior verde de una fresa antes de ensartarla con el tenedor. Draco tragó saliva y trató de expulsar el asombro de su garganta. Estas eran las cosas que había querido saber, que necesitaba saber, mucho antes de que le entregaran sin ceremonias, y al final sin ayuda, una cuenta en las extensas carteras de los Malfoy.
—Y, ¿ha habido alteraciones climáticas relevantes? —aventuró, abandonando la fruta del dragón en favor de la conversación.
Lucius emitió un gruñido de asentimiento.
—Solo en el Tíbet este año. Pero algunos precios han subido como consecuencia de la escasez de suministro.
Draco lo sabía. De verdad lo sabía. No había predicho la escasez, a pesar de los consejos de Blaise y de varias lechuzas de ida y vuelta a Gringotts sobre tipos de cambio que no había entendido del todo. Sabía que los precios habían subido y que sus posesiones se habían resentido porque la oferta ya no podía satisfacer la demanda.
La fascinación de Draco por la conversación se evaporó, sintiéndose más como una condena que como una lección.
—Los invernaderos están floreciendo maravillosamente este año, Draco. ¿Has tenido oportunidad de visitarlos recientemente?
—No recientemente, madre. No.
—Deberías, querido. La cosecha de invierno ha sido excepcionalmente fructífera. Tilly ha hecho un excelente trabajo administrándolas. Estoy segura de que hay una serie de ingredientes que encontrarás útiles para tus pociones.
Topsy colocó una nueva bandeja sobre la mesa, una rebosante de pasteles: cargados de mantequilla, con costra de azúcar, rellenos de crema pastelera, cubiertos de compota, bañados en chocolate, y así una y otra vez. A Draco se le revolvió el estómago, ya rebosante de huevos, tostadas, mermelada y té. Pero los elfos seguían sirviéndole más comida, un bufé delante de él, y sus padres seguían actuando como si tan ilustre despliegue fuera un hecho cotidiano perfectamente normal y no otra nueva y extraña versión de su realidad.
Draco hizo un ruido de ausencia de interés, el mínimo reconocimiento de que había oído la sugerencia de su madre, mientras observaba el banquete. En otro tiempo, había estado desesperado por tener algo parecido a una conversación normal con sus padres. Ahora no sabía si aquello era mejor, solo diferente.
—¿Y cómo van tus pociones experimentales, cariño? —preguntó Narcissa, con la cuchara apenas tintineando contra los bordes de la taza mientras removía—. Tienes una mente tan brillante y vibrante. Estoy segura de que has hecho grandes progresos en lo que sea que hayas decidido hacer.
A Draco se le agarrotó el diafragma. Parecía que su madre realmente quería decir el cumplido, con un orgullo feroz innegable detrás de sus ojos. A Draco se le cortó la respiración, por haberse ganado su orgullo de algún modo.
—No he estado experimentando mucho últimamente. —Peló la cáscara de su huevo cocido—. He estado bastante distraído.
Ese era su momento, su oportunidad, una de tantas, de introducir a Hermione en la conversación. Era una apertura para las preguntas que debían hacerse y responderse. ¿Por qué se había distraído? Bueno, Hermione se había mudado con él y habían empezado a navegar por una vida que integraba a los dos.
Pero en lugar de una pregunta, un silencio sepulcral respondió a la declaración de Draco. La conversación se detuvo. Lucius se aclaró la garganta. Narcissa sorbió su té.
Draco pensó de qué otra forma podría sacar el tema, pero el aire se había enrarecido: como los pasteles que se dejan demasiado tiempo fuera, se vuelven rígidos y desagradables. Era un desliz raro, pero la extraña distensión de su desayuno se había convertido en algo desagradable.
Narcissa salió primero del persistente malestar.
—¿Qué hay de la que ya has completado, cariño? Funcionó, ¿verdad?
Miró fijamente el cuello de Draco.
Resistió el impulso de tirar de su cuello, repentinamente constrictivo, sofocante. Claro que ella se había dado cuenta. La longitud de la cicatriz de Sectumsempra que antes sobresalía del cuello y se acercaba a la oreja izquierda había desaparecido. Y aunque él no les había anunciado el cambio, Narcissa seguramente lo habría notado. En primer lugar, se había sentido angustiada por las cicatrices y, de no haber habido otras preocupaciones de vida o muerte que compitieran por su atención, Draco imaginó que habría luchado incansablemente para que Harry Potter fuera expulsado por su conducta.
Pero teniendo en cuenta que el Señor Tenebroso se mudó a su casa ese mismo año, la expulsión parecía menor ante un asesinato planeado.
—Yo... —empezó—. Sí, funcionó. Funcionó muy bien.
Quería contarle exactamente lo bien que había funcionado. Draco quería contarles a sus padres que Hermione ya no tenía que llevar las letras que la tía Bella le había grabado en la piel. Estaba seguro de que lo recordarían; después de todo, había sucedido en esta casa, había sucedido mientras Hermione gritaba, suplicaba y se retorcía en el suelo del salón, no hacía tanto tiempo, y seguramente no tanto como para que ninguno de ellos tuviera derecho a olvidarlo.
Con una bandeja de elegantes pasteles franceses y un fracaso previo a la hora de dirigir la conversación hacia Hermione entre ellos, Draco se esforzó por imaginar cómo sacar el tema ahora podría ir mejor. Temporalmente dejó el tema de lado, junto con todas las otras ridículas delicias que se presentaban ante ellos. Podía construirlo.
—¿Has pensado en venderla? —preguntó Narcissa.
—¿Mi poción?
Asintió.
Bueno, difícilmente podía evitar a Hermione como tema ahora. Tal vez esta fue la construcción, cómo llegó allí.
—Fue un regalo, —dijo, con los ojos clavados en el huevo pelado al que aún no había dado ni un mordisco.
En su periferia, Draco vio que la postura de su madre se ponía rígida. Lucius recogió su periódico.
Narcissa respiró hondo por la nariz antes de hablar.
—¿La receta también? ¿No podrías presentarla para su publicación o venderla a San Mungo?
Los músculos de las mejillas de Draco se crisparon; nunca se lo había planteado.
Eso no le parecía bien. Nunca había tenido la intención de sacar provecho de ello. Siempre había sido, y solo pretendía ser, un regalo. Para Hermione. Para nadie más.
La culpa fresca le calentaba los huesos.
Porque seguro que había otros. ¿Cuántas personas tenían cicatrices malditas de las que deseaban librarse?
Llevaba demasiado tiempo callado; Narcissa se aclaró la garganta. Él no tenía una respuesta para ella, así que no dijo nada. Cortó su huevo cocido, se sirvió un croissant de chocolate y, finalmente, dejo el desayuno con el ceño fruncido, cansado de arrugarlo mientras la tensión se instalaba en las líneas de su cara.
—
—¿Podrías venir a sentarte conmigo?
Draco levantó la vista de su sitio en el sofá, donde por fin había conseguido convencer a la bola de pelusa naranja y enfadada que se había convertido en su reacio compañero de piso para que ocupara el mismo mueble que él. Miró hacia donde Hermione estaba sentada en la mesa de la cocina: agenda, libros y pergaminos esparcidos a su alrededor. Arqueó una ceja, pero no se movió. No tenía intención de ceder el terreno que había ganado con Crookshanks a menos que fuera absolutamente necesario.
—Tenemos que hablar.
Terreno cedido.
Una pequeña oleada de fría ansiedad revoloteó tras sus pulmones mientras se ponía en pie, con la frente arqueada deslizándose hacia la preocupación mientras se acercaba a la mesa.
—¿Sobre qué? —preguntó con la mayor neutralidad posible. La silla rozó el suelo de madera cuando la sacó y se sentó. Se preguntó si ella podría ver el latido de su corazón dentro del pecho desde su posición ventajosa. Seguro que sí, a juzgar por lo fuerte que latía dentro de su cráneo, por lo doloroso que era cada latido contra sus costillas. Sus palabras, su tono, sonaban ominosamente, repiqueteando contra los preciosos techos abovedados.
—Oh, por favor, no me mires así, —dijo con una especie de fastidio cariñoso en la voz. Puso los ojos en blanco antes de continuar—: Acabo de mudarme contigo. Ni mucho menos voy a anunciar que esto no funciona bien para mí.
Tenía mucho sentido cuando lo decía así.
—Eres cruel, te das cuenta, ¿verdad? Tenías que haber sabido cómo sonaría esa frase.
—Parece una reunión de negocios.
—En ese caso, no estoy convencido de que hayas estado en una reunión de negocios.
—Oh, ¿y tú sí? ¿Y quién de aquí tiene un empleo activo?
—Touché, mi brutal bruja.
Le lanzó una mirada de desdén mientras luchaba contra la sonrisa que se le dibujaba en la comisura de los labios.
—Tenemos que dejar de trabajar juntos.
Un déjà vu le golpeó de forma extraña.
—¿Ya... lo hemos hecho? Ya hemos tenido esta conversación. ¿No es así?
Ella suspiró, manteniendo su expresión poco divertida. Draco se recostó en su silla, relajándose por fin ahora que estaba seguro de que no le iban a romper el corazón. Estiró un brazo sobre el respaldo de la silla de al lado y cruzó un tobillo sobre la rodilla, totalmente preparado para lo que fuera que Hermione necesitara pensar de más con él.
—Entonces, ¿le has dicho a tus padres que ya no me vas a supervisar? Además, tampoco quiero que Topsy tenga que hacerlo. No es justo para ella.
—Necesito que alguien te vigile por si algo te vuelve a hacer daño.
La sonrisa que se dibujaba en el borde de sus labios se desvaneció, convirtiéndose en algo genuinamente desagradable.
—No debería ordenársele que me cuide. De todos modos, se espera que haga mi trabajo sola.
Draco se burló, dejo caer el brazo de la silla cercana mientras se inclinaba hacia delante, apoyando los codos en la mesa para controlar un impulso hacia la gesticulación salvaje con el fin de dejar claro su punto de vista.
—¿Y si hubieras estado sola aquel día en el ala de invitados, con la maldición de la sangre?
Solo de pensarlo se le encendieron los orificios nasales y apretó la mandíbula. Podría haber muerto.
—Habría lanzado un Patronus para conseguir ayuda, o algo así. Encontrar el Flu.
—Hermione.
—No me habría hecho daño en primer lugar si no hubieras estado allí, porque no habría estado tan distraída por, —un gesto vago a través de la mesa hacia él— tú haciendo todas tus cosas detú.
—¿Me estás... me estás culpando por la maldición de sangre?
—No. No lo hago. Yo solo... por favor no le órdenes a Topsy que me vigile.
—No se lo he ordenado. Se lo he pedido muy amablemente.
—Y ella se inclina a decir que sí. Tú lo sabes.
—Bueno, no puedo evitar esa parte, Hermione.
—Podrías si simplemente no se lo pidieras.
Draco pensó en decir algo más, pero en vez de eso cerró la mandíbula, los dientes juntándose con una fuerza casi dolorosa. Su confianza en que no le iban a romper el corazón se tambaleó. ¿Tenía que ser tan testaruda todo el tiempo? ¿Es que no lo entendía? El peligro la acechaba cada momento que pasaba dentro de aquella mansión. Si a él no se le permitía estar allí para protegerla, o al menos para facilitar que ella se protegiera a sí misma, que le condenaran si no tenía al menos otro par de ojos allí para asegurarse de que no ocurriera nada catastrófico.
La sola idea de que un día pudiera encontrarse con algo que la pillara lo suficientemente desprevenida, de la forma adecuada, como para que ocurriera algo terrible, le hizo cuajar la leche del té de aquella mañana en el estómago.
—¿Le has dicho a tus padres que ya no me supervisas? —volvió a preguntar, más directamente. Maldita sea.
—Todavía no. —Intentó contener la mueca—. Las comidas han sido raras. No estoy muy seguro de lo que está pasando. Pero han sido extrañamente agradables. Creo que puedo facilitarles la situación.
—¿En qué, en la idea de que no necesito supervisión? —Empezó a golpear la tapa de su agenda con fastidio.
Draco se obligó a respirar hondo antes de responder. Las cosas iban en espiral, los puntos de vista opuestos se rozaban en lugar de enfrentarse. No podían solucionarlo si no veían el problema. Y, desde luego, él no veía el problema en preocuparse por su bienestar o en intentar no hacer saltar por los aires la ya precaria opinión que sus padres tenían de ella al equivocarse de camino en un laberinto de conversaciones complicadas.
—No. Solo tú. En general. Me gustaría que se acostumbraran a la idea de ti.
Su expresión se entrecortó, entre el afecto y la frustración. Draco sentía lo mismo, se esforzaba por no enfadarse con su incesante terquedad y deseaba que apreciara lo que estaba haciendo. Era demasiado optimista en cuanto al resultado de esas conversaciones que esperaba que él mantuviera. Demasiada fe en que todo saldría bien de alguna manera.
Parpadeó. Tomó aire. Draco relajó la postura.
—Tenemos que estar pronto en casa de Harry y Ginny, —dijo.
—Lo haremos.
Se levantó de la silla, pero se detuvo cuando Hermione volvió a hablar.
—También quería hablar de otra cosa.
¿Qué más podría querer añadir a esta trágica conversación?
Exhaló un suspiro, con el ceño fruncido, para animarla a continuar. Observó cómo se tensaba un músculo de su mandíbula.
—Estaba pensando, —dijo—. Dado que ya eres dueño de este sitio y no estás pagando alquiler, no puedo exactamente dividir ese gasto contigo...
—Como si yo lo fuera a permitir...
—No te atrevas. Eso es muy impropio. Estoy pensando en pagar por todos los comestibles, por lo menos.
—¿Planeándolo? ¿No vamos a discutirlo?
—Lo estamos discutiendo ahora.
—Hermione, yo no pago la comida. Topsy abastece la cocina de la mansión.
El músculo de su mandíbula volvió a flexionarse.
—Eso es ridículo.
—Esta conversación es ridícula. No tienes que pagar nada. Te invité a vivir conmigo, no a pagarme.
Terminó de apartar la silla, se levantó e ignoró el maullido de protesta de Crookshanks, que ni siquiera se había dado cuenta de que había estado merodeando cerca de sus pies.
Miró el reloj del salón.
—Tenemos que irnos.
Con calma, Hermione recogió sus pergaminos, los dobló y los deslizó entre las páginas de su agenda. No lo miró, con los ojos fijos en la mesa. Apretó el labio inferior entre los dientes y echó los hombros hacia atrás.
Le dolía el pecho al ver su frustración, tanto por ser la causante de ella como por saber que ella le había causado lo mismo a él. Se pasó una mano por el pelo; las ganas de que ella lo mirara superaban cualquier otro deseo que pudiera tener.
Cuando lo hizo, parte de la frustración se disipó. Él vio que en los ojos de ella ocurría lo mismo, que la tensión se aflojaba en las comisuras.
Se levantó.
—Hablaremos más de ello mañana.
—Lo estoy deseando.
Puso los ojos en blanco y se resistió a sonreír. Cuando rodeó la mesa, él le ofreció el brazo. Ella lo aceptó. Viajaron juntos por el Flu, con el desacuerdo bajo un encantamiento de estasis.
—
Fue solo eso, un desacuerdo, no una pelea. No se peleaban; no eran así. De vez en cuando discrepaban. Bromeaban y se hacían bromas por deporte, pero no se peleaban. No en serio. No desde la pelea que habían tenido cuando Hermione le dijo que, para empezar, ni siquiera tenían una relación. Y aquello no había sido una pelea, sino más bien una ejecución pública, una evisceración a la que él había conseguido sobrevivir.
Cuando atravesaron el Flu y entraron en Grimmauld Place, agarrados del brazo, pudieron ignorar las pequeñas cosas que no eran tan importantes en favor de una velada con los amigos de Hermione.
—Estamos aquí, —llamó Hermione.
Ella le apretó el brazo mientras estaban en el salón de Potter, esperando un recibimiento.
—¿Estás nervioso? —preguntó—. Estás un poco tenso. —Volvió a apretarle el antebrazo para enfatizar.
—¿Nervioso? ¿Por una cena íntima con tus dos mejores amigos de la infancia? ¿Los dos que fueron una vez mis enemigos mortales? ¿Y uno de los cuales te ha visto desnuda? Para nada.
Dejó que su cabeza se moviera hacia un lado, lo suficientemente inclinada como para que su sien descansara contra la parte superior del brazo de él.
—Eso parece un poco dramático. ¿Significa eso que yo también era tu enemigo mortal?
—Oh, desde luego. Quizá más. —Ella le miró, con ojos brillantes pidiéndole que se explayara—. No estoy nervioso por pasar tiempo con ellos. Es solo que nunca lo he hecho en un entorno tan íntimo. El riesgo de una reacción alérgica es alto.
—Ginny y Lavender también están aquí. —Ella le sonrió, un instante, antes de que se le escapara una sonrisa.
La Comadreja entró en el salón con Potter siguiéndole de cerca. Hermione se deshizo en abrazos entusiastas, mientras que Draco ofreció un apretón de manos a Potter y un insulto a Ginny sobre la densidad de las pecas, que ella devolvió con un comentario igualmente acerbo sobre el color de su pelo.
Le entregó una botella de whisky de fuego a Potter, que la aceptó con un agradecimiento apenas apropiado para la rareza del producto. Pero, después de todo, ¿qué esperaba realmente de Potter?
Con un suspiro, siguió a Hermione y a sus amigos hasta la cocina, lamentando los días en que podía usar la Oclumancia para evitar este tipo de socialización. Pero si Draco deseaba permanecer firmemente en el territorio de no pelear, la Oclumancia como amortiguador social permanecía sólidamente fuera de su lista de mecanismos de afrontamiento apropiados. Hermione lo odiaba. Si se lo admitía a sí mismo, él también lo odiaba.
Prefería sufrir durante una comida lúcida con gente como Harry Potter y Ronald Weasley si eso significaba evitar un enorme dolor de cabeza y la ira de Hermione. Solo le gustaba su ira en pequeñas dosis, y cuando le llevaba a quitarse la ropa.
Draco tardó quince minutos en reconsiderar su opinión, justo cuando Weasley sacó a relucir por tercera vez la alineación inicial de pretemporada de los Chudley Cannons, antes de que Draco hubiera probado siquiera un bocado de los sorprendentemente sabrosos aperitivos que le ofreció la Comadreja.
Draco empezó a llevar la cuenta de las menciones de los Cannons, haciendo contacto visual con Ginny a mitad de la comida y sorprendiéndola poniendo los ojos en blanco también.
—¿Tienes una opinión diferente, Comadreja?
—Mi hermano no tiene lealtad, —dijo en voz baja, cogiendo su agua y dando un enorme trago. Draco sintió que Hermione seguía a su derecha, revoloteando entre la conversación con Ron y Lavender en un extremo de la mesa y escuchando la conversación de Draco, en la que acababa de participar voluntariamente. Potter se rio frente a él.
—El hecho de que juegues para las Arpías no significa que él tenga que animarlas, —dijo Potter, estremeciéndose casi en cuanto las palabras salieron de su boca. Draco tuvo la clara impresión de que la Comadreja lo había pateado por debajo de la mesa o le había enviado un maleficio punzante. En cualquier caso, Draco no pudo contener una risita cuando Potter hizo una mueca de dolor.
—Eso es exactamente lo que significa, y no tiene lealtad.
Draco cogió su vino con la mano izquierda, dejando que la derecha serpenteara bajo la mesa hasta apoyarse en el muslo de Hermione. Ella seguía fingiendo, valientemente, que le interesaban las excitadas divagaciones de Ron sobre su mediocre elección de equipos de Quidditch. Pero cuando su mano encontró la de él y la apretó, Draco supo quién tenía realmente su atención.
—
Draco aceptó una taza de té de Hermione con una sonrisa que rozaba la mueca, la mandíbula tensa mientras forzaba la expresión. Hermione no pareció darse cuenta o, al menos, no hizo ningún comentario al respecto mientras se acomodaba en el sofá junto a él. Miró su taza y se preguntó cómo un ejemplo tan brillante, hermoso y exquisito de bruja y mujer podía haber sobrevivido veinticuatro años de vida y, sin embargo, hacer una taza de té tan horrible. Él sabía que ella entendía lo que era un colador de té. Le había señalado varios de ellos en su cocina en varias ocasiones.
Pensé en mover los coladores de té aquí, más cerca de las tazas.
Hoy he comprado un colador nuevo, lo he añadido con los otros.
¿Podrías pasarme un colador de té, amor?
Y, sin embargo: las hojas se arremolinaban y nadaban en su taza. Le recordaba a beber café turco en Sarajevo, un poco pringoso, demasiada textura; él quería sus líquidos líquidos. Evidentemente, Hermione no tenía tiempo ni ganas para algo tan sencillo como colar su té.
—Pareces un poco tenso otra vez, —dijo mientras se inclinaba a su lado, tomando un sorbo de su propio té sin quejarse—. La cena estuvo bien. Ginny y tú parecisteis tener una agradable conversación sobre Quidditch. —Su afirmación tenía el sutil matiz de una pregunta al final. Le pasó un brazo por el hombro, observando en silencio cómo Lavender tomaba asiento en el sillón de al lado, con Weasley encaramado como un pagano sin modales en la mesita de enfrente.
Miró a Hermione, cálida y suave, acurrucada a su lado en la que quizá fuera la muestra de afecto más íntima y acogedora que se habían permitido intencionadamente en presencia de otras personas. Le sonrió, en un esfuerzo por ofrecerle algo de consuelo.
—La Comadreja tiene opiniones tolerables sobre los equipos de Quidditch. Y una habilidad decente para preparar menús; la comida fue pasable.
Hermione sonrió, mirándolo como si acabara de repartir efusivos elogios y no una moderada expresión de tolerancia.
Weasley se rio de algo que dijo Lavender, reclinándose sobre la mesa, todavía sentado tan despreocupadamente, justo en medio de la habitación, sobre una mesita de café.
—No creo que me importe la idea de que te haya visto desnuda, —susurró Draco cuando le asaltó la idea.
Hermione se estremeció por la fuerza de su risa mientras intentaba enterrar el sonido contra su hombro. Al otro lado de la habitación, Potter arqueó una ceja detrás de sus estúpidas gafas. Cuando Hermione dejó de reírse, le puso una mano en el muslo, siempre demasiado arriba, demasiado cerca de la parte interior de las piernas.
—Creí que habías dicho que no sentías celos de él. —Ella se inclinó más cerca, con voz tranquila mientras lo miraba con lo que él supuso que pretendía ser una expresión inocente e intachable.
Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo, los dedos flexionándose contra sus pantalones.
—No lo estoy. Aunque según mi lógica anterior, no puedo decir si te he follado encima de esa mesa en la que está sentado, lo que me parece irritante. —Su agarre en el muslo de él se tensó. Apretó los labios y frunció el ceño mientras un rubicundo brote le recorría el pecho, asomando por el escote de la camisa—. Creo que me desagrada la idea de que no soy el único hombre en esta habitación que sabe lo distraíblemente preciosa que estás desnuda.
—Creo que estás confundiendo los celos con la posesividad. No estoy segura de encontrar ninguna de las dos cualidades particularmente atractivas.
—¿No? —preguntó él, dejando caer los ojos hacia el agarre de ella en su pierna. La conversación en la habitación a su alrededor podría haberse detenido y no estaba seguro de que ninguno de los dos se hubiera dado cuenta. Se dio cuenta de repente de que toda su atención se había centrado en la sensación de ella apretada contra su torso, con la mano apretándole los pantalones.
—No.
—¿Estás segura? Parece que sí. Te estás sonrojando con un precioso tono rosa.
—Deja de hacerme sonrojar, —inhaló profundamente.
Draco sonrió. Ya se había divertido. Le besó la sien, con la intención de relajarse aún más en el sofá, sorbiendo obedientemente su té texturizado e ignorando categóricamente cualquier otro comentario sobre los Chudley Cannons. Hermione lo sorprendió cuando se acercó a su oído.
—Racionalmente, no. Creo que es muy impropio sentirse posesivo o celoso de una persona. Pero irracionalmente, —su aliento le recorrió la mandíbula hasta llegar a la oreja—, creo que voy a ir al baño. Arriba. Y tú deberías seguirme en dos minutos.
Draco se quedó con la boca abierta mientras varios pensamientos errantes, aunque totalmente bienvenidos, se agolpaban en su cerebro, aterrizando finalmente en el más importante: amaba a aquella maldita bruja.
Harry Potter lo arruinó todo.
Potter se aclaró la garganta. Por un momento, Draco se preguntó si no les habrían pillado siendo demasiado indiscretos. Sin embargo, Potter y la Comadreja se levantaron del sofá y compartieron una mirada tímida y nerviosa antes de que él volviera a aclararse la garganta, como si no tuviera ya la atención de todos.
—Queríamos que vinierais por una razón concreta, esta noche. Para nosotros era importante decíroslo en persona... —Se interrumpió, mientras se masajeaba la nuca con la mano y abría y cerraba la boca varias veces sin hacer ruido. La Comadreja se inclinó hacia él con una sonrisa un tanto nauseabunda.
En los segundos que transcurrieron entre el momento en que Potter no supo expresarse correctamente y el momento en que su mujer acabó tomando el mando, un calor nervioso se deslizó por la columna vertebral de Draco: subiendo los peldaños de la escalera de sus vértebras hacia su cabeza y llegando hasta sus oídos para llamarlo intruso. Tuvo la clara sensación de que estaba a punto de presenciar algo personal, algo especial... solo que no para él. Extrañamente, le inundó algo que se parecía mucho a la vergüenza.
—Estoy embarazada, —dijo Ginny.
Se hizo el silencio en el parpadeo que tardó Draco en reconocer que había tenido razón; era un intruso en un momento íntimo entre todos esos amigos. Y entonces el silencio estalló con un grito cuando Hermione se levantó del sofá, derramando su té tibio sobre los dos.
Y todo lo que Draco pudo decir, con tono indignado mientras sus ojos se clavaban en los de Potter, fue:
—¿Has dejado que insulte a tu mujer embarazada?
—
Con el té derramado rápidamente limpiado con un evanesco y Hermione llorando lágrimas silenciosas de simpática alegría mientras se dedicaba a abrazar de forma semirregular cada vez que ella o Potter o la Comadreja o Weasley pasaban más de treinta segundos sin tocarse, Draco se encontró con Lavender Brown como única compañía.
No recordaba con seguridad si alguna vez había tenido una conversación a solas con ella. Sintió un extraño vínculo mientras ambos presenciaban la intimidad frente a ellos. Lavender parecía bastante feliz; Draco se sentía más bien indiferente. Ambos eran forasteros que asistían accidentalmente a un momento asombrosamente importante en la vida de otras personas.
—Debe ser agradable tener amigos así, —dijo Lavender, iniciando la conversación que Draco intuía que no evitaría. Lejos estaba de ellos simplemente sentarse en silencio, uno al lado del otro. La conversación no tenía por qué ser un requisito.
Draco se encogió de hombros. Supuso.
Imaginaba que Theo y Blaise eran así para él, aunque no podía imaginarse que se echaría a llorar si alguno de los dos decidía cargar al mundo con su progenie. Dejó la taza de té en la mesita que había entre el sofá y el sillón de Lavender.
Ella siguió el movimiento, miró su taza y luego volvió a mirarle a él. Parpadeó y volvió a mirar el té. Otro parpadeo. Volvió a mirar a Draco, con los ojos más abiertos que antes.
—Es interesante, —dijo, alcanzándolo.
Oh dioses.
Adivinación. Él lo sabía; Hermione se había quejado en varias ocasiones de su desagrado por la disciplina y de lo mucho que le costaba escuchar a Lavender y Parvati hablar sin parar de ella en el colegio.
Draco tenía dos opciones: entablar una conversación sobre adivinación, que admitía que tampoco era su tema favorito, o seguir observando cómo el trío de oro más uno (ahora dos, supuso) participaba en una cantidad excesiva de abrazos.
Tamborileó con los dedos contra el reposabrazos y tomó aire para estabilizarse.
—¿Qué es lo interesante?
—Están pasando muchas cosas en las hojas. —Lavender entrecerró los ojos, acercándose cómicamente la taza a la cara mientras la giraba una y otra vez.
—Pasaría mucho menos si Hermione supiera usar un infusor de té. Hace unas tazas de té incivilizadas.
Lavender sonrió, sin dejar de mirar los posos en el fondo de su taza.
—Es agradable saber que no es perfecta en todo, supongo.
Draco resopló.
—Bueno... Eso es casi lo único que no puede hacer, así que tenemos que tomar nuestras victorias cuando las encontremos.
Los dientes de Lavender brillaron por un momento mientras su sonrisa se ensanchaba.
—Tampoco se le dan muy bien los encantamientos para alisar el pelo.
Draco miró a Hermione y sintió que una sonrisa de cariño se dibujaba en su rostro al ver el enorme y desordenado moño que se había hecho aquel día. No solía llevarlo recogido; se quejaba de que se le enredaba demasiado y acababa siendo más engorro de lo que valía. Y aunque en general le encantaba la calidad salvaje e indómita que presentaba su maraña de rizos, no le importaba tener la oportunidad de admirar la línea de su cuello.
—Es sinuoso, —dijo Lavender, llevándolo de vuelta a su conversación casi involuntaria sobre adivinación—. Tantos caminos... pero sinuosos. Formas que podrían significar una cosa se convierten en otra completamente distinta si giro la taza. Es como si las cosas cambiaran. O fueran a cambiar. ¿Han cambiado? ¿No es fascinante el futuro?
A Draco se le había secado la garganta, desesperado por encontrar algo que saciara su sed.
—Titilante, —permitió, mientras cualquier posible conversación posterior moría en sus pulmones.
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Nota de la autora:
¡Mucho cariño a icepower55, Endless_musings, y persephone_stone por su apoyo alfa/beta!
¡Y muchas gracias a todos los que me leéis! Si no habéis echado un vistazo a los comentarios del último capítulo, puede que haya colgado un pequeño fragmento del POV de Ginny o puede que no, porque no tengo nada de calma y a veces me vuelvo loca. ¡Gracias a todos los que habéis dejado comentarios y kudos y por ser la gente más encantadora y entusiasta que hay! ¡Espero que sigáis disfrutando! ¡Yo sí!
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Nota de la traductora:
Se refiere al fragmento al final del capítulo anterior. Ahora vivo con miedo a saltarme algún fragmento que haya dejado en los comentarios :')
