Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Crossover de la historia de Candy Candy y el libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald. ¡Celebrando los 10 años de esta historia!

Advertencia: Debido a la trama de la historia, la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.

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Capítulo 3

Después de esa noche, las visitas a la casa de los Grandchester se hicieron más frecuentes. Un domingo después del almuerzo, muy a pesar mío, acepté la invitación de Terry para tomar unas copas en la ciudad. Había insistido tanto que no pude decir que no, aunque creo que también esa insistencia se debía a que había bebido de más. Finalmente tomamos el tren hasta Nueva York ya que se negó rotundamente a que un chofer nos llevara.

- Quiero que conozcas a mi chica- comentó, de pronto.

- ¿Tu chica? ¿Y entonces mi Candy qué se supone que es?

- Eso es distinto.

En un punto del camino me instó para que nos bajáramos del tren, para mi sorpresa, estábamos en medio de un barrio deprimente entre Long Island y Nueva York. Nunca me imaginé que "la chica de Terry" perteneciera a una clase inferior de lo que el mismo alardeaba ser.

Caminamos por las sucias calles. Iba a emprender retirada y traté de despedirme en algún punto del camino, pero el duque con una sonrisa entre infantil y suplicante me invitó a seguirlo dándome además un pequeño jalón de mi chaqueta, no me negué. Llegamos a un viejo edificio, en la puerta había un improvisado letrero hecho a mano que decía: "Se dan clase de actuación".

-Aquí es- señaló.

Tocó y casi inmediatamente abrió la puerta un hombre de aproximadamente cuarenta años. Las facciones de su rostro, denotaban que alguna vez había sido muy atractivo pero las circunstancias de la vida le habían dejado una expresión de frustración constante. Al ver a Terry, un esbozo de sonrisa se dibujó automáticamente en su cara.

-Señor Grandchester, ¡qué gusto! - expresó, con un poco de desgano.

-David, ¡qué tal! - lo saludó efusivamente con una palmada en el brazo -Le presento a mi primo, el Señor Cornwell.

- Mucho gusto, señor Cornwell- Me estrechó la mano y nuevamente dirigió su atención al actor - ¿Se ha animado a llevar otro de mis libretos al señor Hathaway? Tengo uno nuevo.

David Collins era un escritor sin mucha suerte. Cuando recién empezaba su carrera, un editor quedó encantado con manuscrito suyo llamado "Amor Imposible" y fue publicado teniendo un gran éxito. Después de ello, su inspiración pareció pasar tan rápido como la moda de su libro y no pudo volver a hacer nada relevante. Durante su buena racha, comenzó a salir con una actriz compañera de Terry, la cual por un tiempo el histrión hizo su amante pues prácticamente la alocada muchacha se metía en su apartamento sin ningún recato. La madre de esta, al ver que su hija se involucraba más de la cuenta con el joven, le obligó prácticamente a casarse con Collins, viendo no sólo con ello un matrimonio ventajoso, sino también la oportunidad de separar a su hija del alzado aristócrata, el cual alguna vez le había expresado después de que le preguntará acerca de las intenciones que tenía con la chica-"su niña para mí siempre será una buena concubina, pero jamás una buena esposa" así como Susana Marlowe, ahora Collins, acabó casada con el escritor. Sin embargo, las cosas no fueron fáciles para la pareja, pues después de que se casaran, ya nadie se interesaba ni en la actuación de ella, (su único papel exitoso había sido el de Julieta de la obra de Shakespeare), ni tampoco en los escritos de él. Ambos talentos se habían perdido. Annie Britter me había contado esta historia una noche después de presenciar otra discusión en casa de los Grandchester luego de que llegara un mensaje para mi ahora primo, impregnado de un molesto y penetrante perfume de mujer.

- ¡Claro David! es más, por eso que estoy aquí- aseguró -Aunque el señor Hathaway ahora mismo está de viaje.

- Me parece que el señor Hathaway viaja muy seguido.

- Bueno, si desconfías de mi buena voluntad pues entonces tal vez prefieras entregárselo personalmente. Claro, tendrías que esperar a que te dé una cita no antes de seis meses...

- Claro que no, Señor Grandchester, confió en usted plenamente- sonrió, nervioso. Mientras decía esto tras de él y casi empujándolo, salió una mujer rubia de ojos azules con pelo lacio y corto, su figura era más bien rellenita y baja estatura. En sí, era una mujer sensual, aunque tenía una engañosa mirada de niña inocente. Mirando fijamente a Terry, le ordenó a su marido ir por el libreto reclamándole al mismo tiempo por la poca cortesía de no habernos hecho pasar. Cuando el escritor entró al lugar, inmediatamente se acercó al duque y le dio un rápido beso en los labios.

-Quiero verte- le dijo- Te espero en el apartamento en una hora.

Ella sólo asintió pues en ese momento llegó Collins con su escrito. Terry lo tomó rápidamente y nos despedimos.

Tomamos un taxi rumbo a la Quinta Avenida y nos bajamos en un edificio de apartamentos. Al poco tiempo de llegar, la señora Collins llegó también. Ella y Terry desaparecieron un momento, después de un rato sólo podía escuchar los gemidos de ambos en alguna parte de la casa. Me sentía tan incómodo con la situación que nuevamente intenté despedirme, pero para mi sorpresa los amantes salieron a mi encuentro impidiendo que me fuera, alegando que me querían presentar a unas chicas.

Al poco llegaron unas amigas de Susana antiguas compañeras de colegio con tres chicos más y los vecinos de al lado. En breves instantes, el departamento se había vuelto un concurrido salón de fiestas donde corría el licor como río. Sólo dos veces me he emborrachado en mi vida. Una cuando murió mi hermano y la segunda fue esa. En algún momento, al calor de las copas, escuché que una de las amigas de la ex actriz le preguntaba cómo es que se había reencontrado con Terry.

- Una noche estaba mirando las mamparas en la avenida Broadway que anunciaban que pronto estrenarían la obra Otelo, de pronto sentí que alguien me miraba, era Terry. Aunque prometí no dirigirle la palabra después de que me abandonara antes de casarme con David, algo en mí se encendió como un fuego. Me di la vuelta para irme, pero noté que me seguía en silencio. Después de un rato ya no lo vi, así que continúe mi camino. Al pasar por un oscuro callejón, sentí que alguien me halaba del brazo hacia dentro de él, quise gritar, pero me taparon la boca con la mano y en ese momento vi sus ojos. Sin más, me levantó la falda y me hizo suya con toda la pasión que sólo él tiene, no podría negarme jamás a su salvaje forma de amar. Después de eso no nos hemos dejado de ver- contaba con cara de ensoñación, al tiempo que su receptora brincaba de emoción.

Mientras escuchaba el relato, una chica se sentó junto a mí y me pidió fuego para encender su cigarrillo, en lo que se lo encendía vi que el actor se acercó a Susana y le dijo algo al oído, pronto se fueron juntos.

- Ninguno de los dos soporta a las personas con las que se casaron- me dijo la muchacha que estaba a mi lado.

- ¿No?

- No, no sé qué esperan para divorciarse de los que detestan y viven ellos su vida. Serían más felices- me quede mudo ante la declaración, ¿acaso Terry no amaba a Candy? - En eso, se acercó la mujer con la que había hablado Susana.

- No querida, no es tan fácil, la realidad es que no pueden estar juntos libremente, él no se puede separar de su esposa. Su religión se lo prohíbe.

- ¿Religión? ¿Cuál religión? - Pregunté.

- La de ella, prohíbe el divorcio y él por consideración no se lo pide.

- ¡Vaya excusa! - pensé.

Al cabo de una hora yo estaba totalmente borracho y enrollado con aquella chica que me pidió el fuego. Sólo la podía sentir encima de mí besándome hasta quitarme el aliento. Podía notar su sabor a whisky y cigarrillo en mi boca, se paró un rato con la intención de ir al sanitario y en ese momento con la poca cordura que me quedaba, aproveché para levantarme e irme. En eso, se escuchó una fuerte discusión por parte de los anfitriones.

-Candy, Candy, Candy, ¡puedo decir el nombre de esa mustia cuando yo quiera!

- ¡Cállate zorra! - Sólo pude vislumbrar como con un movimiento certero, Terry le daba un tremendo golpe en la cara que la hizo sangrar inmediatamente. Rápidamente se armó un escándalo y yo aproveché a salir de ahí. No supe bien como llegué a casa, sólo sé que llegué sano y salvo y al otro día un tremendo dolor de cabeza me dejó un rato más en cama.

Durante algunas semanas no vi a mi prima ni a su marido, decidí quedarme en casa los fines de semana para seguir estudiando, pero no me fue tan fácil porque a partir del viernes hasta el domingo en la mansión de mi vecino había una gran movilización de comida, bebidas, bandas de música y entretenimientos.

A partir de las siete de la noche comenzaban a llegar un sin fin de automóviles de toda clase, incluso una vez vi que alguien llegó custodiado por unas patrullas de policía, debió haber sido el alcalde o un político importante. Gente y gente llegaba de todos lados, podría decir que eran cientos que bebían y comían en exceso y bailaban durante casi toda la noche, por lo que vi un lunes al irme al trabajo, algunas de esas reuniones terminaban a las siete de la mañana del otro día. A veces disfrutaba de la excelente música y bailaba un poco mientras preparaba la cena, no soy muy aficionado al charlestón, prefiero los ritmos más suaves como el fox-trot o los antiguos valses, pero sin duda la mayoría de las personas que asistían lo preferían.

Una tarde, mientras venía de un paseo por la playa, vi que mi vecino me observaba desde una de las ventanas de la planta alta, iba a saludarlo, pero en ese momento desapareció. En otras ocasiones había advertido que desde su alto mirador me observaba, no podía dejar de pensar al contemplarlo en las alturas, que seguro la dinámica de vigilancia de Dios al mundo era muy parecida a la del señor Ardley.

Al otro día, el mayordomo de la mansión me hizo llegar una invitación para una de sus "pequeñas fiestas". Con una excelente caligrafía, también me informaba que ya había advertido mi presencia desde hace tiempo pero que las circunstancias le habían impedido hacerme una visita, firmaba W.A Ardley.

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George Johnson observaba a su jefe y amigo mirar por la ventana. Desde hace algún tiempo cuidaban los pasos del joven Archibald Cornwell muy de cerca. Una maravillosa casualidad hizo que el destino lo pusiera ahí, justo al lado de su puerta. No podrían desaprovechar el extraordinario golpe de suerte que les regalaba la vida. -Es una señal- se dijeron. El momento de actuar había llegado.

- Llegó la hora George.

- ¿Cuando quieres que lo contacte?

- No deja, lo haré yo. Lo invitare a la fiesta de mañana.

- Muy bien en cuanto tengas el mensaje se lo haré llegar- dijo, terminando su copa de cognac.

Después de que le diera la invitación, mandó al mayordomo de la mansión a entregar la misiva. Salió a una de las terrazas y prendió un cigarrillo, mientras lo fumaba, pensaba en los todos los años que llevaba cuidando a "su muchacho" como solía referirse a él.

La vida del pequeño William no fue fácil desde el principio de sus días. Al poco tiempo de nacer, su madre murió por problemas de salud ocasionados por el parto; al cumplir los diez años murió su padre. Cuando el joven tenía sólo catorce años de edad, su única hermana, que todo ese tiempo había fungido como madre, moría de una extraña enfermedad pulmonar dejándolo prácticamente solo.

Como único sucesor del poderoso Clan Andrew fue escondido debido a su juventud y también por el miedo a que jefes de otros clanes o incluso traidores internos se atrevieran a hacerle daño. Sólo siete personas que eran la máxima autoridad de las familias sabían quién era él. Es así como pasó una vida llena de soledad y aparentemente en aislamiento, ya que el muchacho se las ingeniaba para incorporarse al mundo y viajar de incógnito adoptando varias personalidades con distintos nombres para así no ser hallado ni por sus propios familiares.

No obstante, todas esas supuestas medidas de seguridad no fueron suficientes, pues el temor de algunos de los miembros del consejo se hizo realidad. Un buen día, poco antes de ser presentado como cabeza del Clan, el joven Andrew, al enterarse que su sobrino Stear Cornwell se había enlistado para ir al frente francés decidió posponer su anunciamiento para ir tras él, pues como suma autoridad, se sentía responsable de la seguridad de cada miembro del mismo. Sin embargo, no contaban que tres miembros del consejo, que ya estaban haciendo un complot en silencio contra el joven, vieron esto como una magnífica oportunidad para deshacerse de él. Así qué, moviendo sus influencias, lograron enviarlo a combate en tres ocasiones dándole información falsa de que ahí encontraría al joven Stear. En la tercera batalla salió herido de gravedad, pero salvó la vida debido a su juventud y fortaleza.

Cuando se reincorporo al batallón supo de la muerte de Stear y el ingreso de Archie al ejército, logrando secretamente que no se le enviará al frente. Tiempo después, George logró convencerlo de que ya no había nada que hacer y que el joven Cornwell estaría bien, quería que volviera lo más pronto posible pues temía por la vida de William ya que se había enterado de los movimientos de los traidores para que fuese muerto en la contienda. Con lo que no contaban es que, de regreso a casa, el convoy donde vendría explotaría. Milagrosamente salió vivo gracias a que saltó unos segundos antes del tren, detrás de una carta que el viento le había arrancado de las manos, la cual le había enviado una joven la cual consideraba el amor de su vida. George supo que William se había enamorado de una chica que pertenecía al Clan, no eran familia cercana, así que eso hacía más fácil que pudieran relacionarse en un futuro. La muchacha no sabía la verdadera identidad del chico, simplemente se presentó ante ella como un soldado más de nombre Albert Ardley. Se juraron amor eterno antes del salir al frente prometiéndole volver.

Lamentablemente tras la explosión del ferrocarril, el heredero quedó terriblemente herido y en estado amnésico, ya que la fuerza de la detonación lo lanzó por los aires golpeándose fuertemente la cabeza. Al no saber quién era, ni de dónde venía, el ejército no pudo brindarle más ayuda, así que pasó unos días deambulando por las calles como un vagabundo. Su tutor, que nunca lo creyó muerto, en secreto movió cielo, mar y tierra hasta que lo encontró en Chicago después de haber sido trasladado ahí como herido de guerra. Estuvo un año en recuperación. Cuando por fin se restableció, supo que nuevamente tendría que vivir en el aislamiento. Lo había perdido toda esta vez, su nombre, su fortuna y la mujer que amaba. Todos lo creían muerto y así debía ser por un tiempo.

George apagó su cigarrillo mientras regresaba al presente, dio un hondo suspiro y miró hacia el mar.

- La hora de recuperarlo todo ha llegado, que Dios nos ayude- se dijo a sí mismo.

Sería una dura batalla.

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