Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.

Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.

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Capítulo 7

Dejé a Annie en su departamento dormida. Había sido una velada estupenda, llena de pasión y sentimientos confesados. Desde esa noche ella me pertenecía, ambos nos pertenecíamos completamente. Me hubiese gustado mucho quedarme con ella, pero al otro día tenía que ir a trabajar.

Conforme me iba acercando a mi casa, noté la mansión de mi vecino iluminada en todo su esplendor, me supuse que tenía alguna fiesta, pero bajarme del taxi, me percaté que todo estaba en completo silencio. Miré por un momento hacia la residencia con curiosidad, de repente, una silueta se movió en la oscuridad.

- ¿Albert?

- ¡Oh! Buenas noches, joven amigo- Se acercó a mí, con una amplia sonrisa.

- ¿Qué haces por aquí? Son casi las dos de la madrugada. Tu casa parece un gran parque de diversiones- reí.

- ¿De verdad? - la miró inexpresivamente -He estado recorriendo las habitaciones, supongo que olvide apagar las luces- suspiró profundamente y se aflojó el nudo de la corbata - ¡Vaya con la temperatura! ¿No deseas nadar? Hace mucho calor y en lo que va del verano no he usado mi piscina.

- No, gracias, ya es demasiado tarde.

- ¿Una copa? ¿Te apetece una copa de whisky?

- Tengo que dormirme.

- Cierto, es tarde- Esperó un rato en silencio y me echó una rápida mirada llena de ansiedad.

- He hablado con Annie- dije, de pronto -Lo haré con gusto. Mañana llamaré a Candy por teléfono y la invitaré a tomar el té.

- Muy bien- sonrió - ¿Estás seguro? No quiero causarte ninguna molestia.

- En absoluto, Albert ¿Qué día te viene bien?

- ¿Qué día te viene bien a ti? - me corrigió deprisa -No quiero darte ningún problema.

- ¿Qué tal pasado mañana?

- ¿Pasado mañana? - asintió con la cabeza y miró a su alrededor -Bueno, me gustaría podar el césped.

Los dos contemplamos la hierba de mi jardín.

- Escucha Archie- se tocó el mentón en un gesto de reflexión -Bueno... Yo quería comentarte... Es decir, yo pensé...vamos a ver, joven amigo, tú no ganas muy bien en el asunto de los bonos, ¿no es así?

- No, en realidad no.

- Verás, tengo algunos negocios... Y he pensado que si no ganas mucho tal vez tú...

- Está bien, gano lo que necesito y tengo mucho trabajo.

- Esto te dará un ingreso extra, no te llevaría mucho tiempo ¿sabes? No trabajarías con Martin si es lo que te preocupa.

En otras circunstancias ese ofrecimiento me habría ofendido incluso, pero sabiendo de donde venía, de aquel agradecimiento ante algo todavía no hecho, lo comprendí. Sin embargo, decidí no dejarlo seguir con su oferta, así que lo interrumpí en el momento.

- Albert, es sólo un favor, sólo eso, créeme lo haré con gusto.

- ¿Un favor?

- ¡Sí! - me reí.

- Un favor...Muy bien- río, satisfecho -Gracias.

- Buenas noches, entonces.

- Buenas noches, joven amigo.

Se dio media vuelta y a paso lento volvió a su casa. Sospecho que una vez que se giró sobre sí mismo en su rostro se dibujó una gran sonrisa.

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- Hola ¿Candy?

- ¡Archie! por fin llamas, ¿dónde te has metido?

- He estado ocupado. Siento no haber llamado.

- Estoy muy enfadada contigo.

- Vamos Candy, mira, para resarcir mi daño ¿qué te parece si te invito a tomar el té en mi casa?

- ¡Me parece estupendo! ¿Cuando?

- ¿Mañana está bien? A las cinco.

- Muy bien, te veo mañana entonces.

- ¡Excelente! Eh... Candy ¿Te puedo pedir algo?

- Lo que quieras, querido.

- No traigas a Terry.

- ¿Terry? Jamás lo haría.

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El molesto ruido de una podadora me despertó. Vi el reloj y apenas eran las 6:30 de la mañana. Decidí investigar de dónde provenía ese sonido y ¡cuál fue mi sorpresa al ver que provenía de mi propio jardín! Un ejército de hombres limpiaba, cortaba y daba forma a los descuidados arbustos que rodeaban mi casa.

-Buenos días, señor- me saludó un chico que sembraba algunas flores junto a las escaleras que daban al pórtico.

- ¿Qué es todo esto? - Pregunté, un poco enfadado.

- El señor Ardley nos ha mandado.

- ¡Claro, Albert! - No me sorprendió en lo absoluto.

El gran día de la cita había llegado y él, en su afán de que todo luciera perfecto había mandado a trasformar mi jardín. No tenía caso volver a acostarme con todo ese ruido, así que mejor decidí asearme para irme a trabajar.

Para el medio día empezó a llover a cántaros, motivo por el cual me apresuré a llegar a casa. Al volver, me quedé atónito por el lugar que se ha había convertido mi estropeado patio. Lucía realmente hermoso, me costaba admitirlo, pero estaba absolutamente satisfecho por los resultados.

Como ya eran cerca de las 4:00 de la tarde, decidí preparar todo para la llegada de Candy. Saqué los pastelillos que había comprado en el camino y los puse en una charola. Me disponía a preparar el té cuando tocaron a mi puerta, al abrir, me topé con un hermoso ramo de rosas blancas, seguido de diez más de diferentes capullos que volvieron mi diminuta sala en un invernadero. Al final del desfile de flores entró un elegante Albert vestido de un traje claro, camisa azul y corbata color oro. Estaba un poco pálido y con unas tenues ojeras causadas por un par de días de insomnio.

- ¡Albert!

- Dicen que dejará de llover a las 4:00 y ya es esa hora- señaló nervioso hacia el cielo- ¿Todo bien?

- Sí, me gusta como luce el jardín- afirmé - El césped quedó muy bien cortado.

- ¿Césped? ¿Cuál césped?- dijo en tono nervioso.

Entramos a la casa y con un gesto impaciente empezó a revisar cada uno de los arreglos florales mientras me preguntaba si hacía falta algo más.

- Tal vez algunas flores más- bromeé.

- Son hermosas ¿No crees? - sonrió -¿Piensas que son demasiadas?

- ¡No, para nada! Si es lo que tú quieres, está bien.

Caminó inquieto por la habitación viendo todo a su paso. Se asomó por la ventana un par de veces y luego se sentó con la pierna cruzada meciéndola repetidas veces. Lo miré por un momento, la tensión en su rostro era evidente. De pronto, miró su reloj y lo comparó con el viejo reloj que tenía arriba de la chimenea y, súbitamente, se levantó con claras intenciones de marcharse.

- ¡Me voy! no tengo todo el día, es muy tarde ya.

- ¡Pero si faltan dos minutos para las cinco! ¡No seas tonto!

- Nadie vendrá a tomar el té.

Se dirigió a la puerta y en ese momento se oyó el motor de un auto que se acercaba seguido del sonido de un claxon. Me asomé a la ventana y vi el carro de mi prima llegar.

- ¡Es ella! - le dije.

Se giró a verme con los ojos muy abiertos y tragó saliva. Cuando salí a recibir a Candy todavía llovía, así que la escolté hasta el pórtico con una sombrilla. Se quedó parada en la puerta admirando el arreglado jardín.

- Así que aquí es donde vives, mi querido Archie- dijo, con una radiante sonrisa mirando hacia el interior de mi pequeña casa. La rubia esa tarde se veía por demás hermosa, llevaba un vaporoso vestido de color lavanda y un sombrero del mismo color que adornaba su linda cara.

- ¿Por qué me citaste sin Terry? ¿Es que acaso sigues enamorado de mí? - bromeó.

- Ese, querida gatita, es el secreto del castillo Cornwell- le dije, guiñándole un ojo e invitándola a entrar - ¡Ah! dile a tu chofer que se vaya a dar una vuelta por ahí.

- ¡Vuelve en un par de horas, Freddy! - le gritó antes de pasar -Se llama Freddy- me susurró.

Cuando entramos a la casa, ella empezó a ver todo detenidamente. Me dio su sombrero y le echó un vistazo a su peinado en un espejo que tenía en el corto pasillo que daba a la sala. La miré desde la puerta esperando que descubriera al tercer invitado que esperaba por ella.

- ¡Por Dios! - dijo, mirando asombrada hacia el salón - ¡No puedo creerlo! - sonreí pensando que había sido grata la sorpresa de verlo nuevamente.

- ¿Pero es que has asaltado un invernadero, Archie? - extrañado por la pregunta, fui rápidamente a la habitación para corroborar que alguien estuviera ahí, mi asombro fue grande cuando vi que estaba vacía. Volteé a mi alrededor y miré a Candy oliendo las flores.

- Todavía sigue enamorado de mí- susurró.

- Es curioso- dije.

- ¿Qué es curioso?

Candy se viró para verme y en ese momento se escucharon unos fuertes golpes en la puerta. Me disculpé para ir a abrir, y ahí, parado en mi puerta, estaba un empapado Albert, pálido como un muerto y con las manos en los bolsillos de su pantalón. Me miró aturdido.

- ¡Pero Albert! ¿Qué diablos haces? - le musité al verlo en ese estado.

Sin decir nada, entró a paso firme y atravesó el pasillo para ir directamente hacia la sala de estar. Me quedé quieto esperando algún ruido, pero por medio minuto no se oyó nada.

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Albert estaba de pie en la puerta del salón. Inseguro, dio un par de pasos lentamente hacia donde estaba Candy. La chica estaba dándole la espalda, observando como resbalaban las gotas de lluvia por la puerta de cristal. Con una sonrisa, se volvió al escuchar el sonido de las pisadas. Se quedó estupefacta al ver al hombre que tenía frente a ella. La cálida sonrisa que tenía en sus labios se transformó en una expresión de sorpresa imposible de ocultar.

Después de tantos años, ambos se observaban detenidamente. Cada uno por su lado, podían sentir el revolotear de miles de mariposas en su estómago y la respiración agitada. Los recuerdos comenzaron a agolparse en sus mentes de manera casi dolorosa.

Para Albert ese era un sueño realizado. Durante seis años no había hecho otra cosa más que añorar ese encuentro. Fueron tantas las noches soñando ver nuevamente su dulce rostro y mirar sus bellos ojos color esmeralda, que le era casi imposible creer que estuviera sucediendo. Quería acercarse a tocarla para sólo comprobar que ella era una realidad, una hermosa realidad, pero simplemente sus piernas no le respondían, se sentía anclado al piso como una estatua. El sonido de la melodiosa voz de Candy rompió el silencio; al escucharla, sintió como su cuerpo comenzó a vibrar de emoción ante el indicio de la veracidad del momento.

- Me da gusto volver a verte, Albert- dijo con la voz temblorosa, atenta a la reacción de aquellos ojos azules que recordaba detalladamente.

- A mí... A mí también me da gusto de volver a verte- le respondió, esbozando una leve y nerviosa sonrisa, la cual fue correspondida al instante.

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Después de unos minutos de tensión por el incómodo silencio, comencé a escuchar un murmullo en la sala. Aliviado, tomé la charola del servicio del té y me dirigí a donde se encontraban ellos. Albert estaba recargado en la chimenea con una mano metida en el bolsillo con una expresión de aparente tranquilidad, casi de aburrimiento. Candy por su lado, se sentó en uno de los sillones con la delicadeza y la elegancia que la caracterizaban. Dejé las cosas en la mesa de centro y los miré a ambos.

- Ya nos conocíamos de antes- espetó Albert, tratando sin éxito de sonreír.

En un brusco y nervioso movimiento intentando acomodar su chaqueta, tiró el viejo reloj que se encontraba arriba de la chimenea, lo levantó de prisa y le echó una rápida mirada a Candy que lo miró nerviosa.

- Haré que te lo compongan- susurró apenado y con fuerte rubor en sus mejillas.

- Está bien, no te preocupes, es un reloj ya viejo- le respondí tratando de no dar importancia al asunto.

Se sentó en el asiento cercano a la chimenea y miró concentrado la forma en que servía las tazas.

- Hace muchos años que no nos veíamos- dijo Candy, tratando de sonar lo más natural posible.

- Seis, en noviembre- afirmó Albert.

- ¿Té? - ofrecí para romper el silencio que no se hizo esperar por la precisión de aquel dato.

- Sí, gracias- respondieron al unísono.

Nuevamente la ausencia de sonido se hizo presente en mi sala. Sólo el tenue ruido de las tazas regresando a los pequeños platos y la lluvia, eran la sinfonía de aquel incómodo momento. Sin poder soportarlo más y, pensando que lo que necesitaban era un momento para estar a solas, me excusé y me puse de pie.

- Vuelvo en un momento- les dije -Tengo que ir a la ciudad.

- ¿A la ciudad? - Albert me miró con una expresión de terror.

- Sí, a la ciudad, en un momento regreso- rápidamente me dirigí al pasillo para tomar mi gabardina.

- ¿Archie? ¡Archie!, espera ¿puedo hablar contigo un momento? - me siguió apresurado hasta la puerta de la casa y antes de que saliera me tomó de ambos brazos.

- ¡Cielo santo! - susurró, desesperado.

- ¿Qué sucede?

- ¡Por Dios! ¡Esto ha sido una terrible equivocación! ¡Una terrible, terrible equivocación! - dijo, negando con la cabeza.

- Albert, sólo estás apenado, Candy también está apenada.

- ¿Lo crees? - preguntó un poco incrédulo.

- ¡Por supuesto, lo está igual o más que tú!

- ¡Shhh! ¡Silencio! ¡No hables tan alto! - me pidió, volteando hacia donde estaba Candy.

Miró en dirección al jardín y dio dos pasos hacia afuera con la intención de huir. Con poca delicadeza, lo tomé del brazo y le di un pequeño jalón hacia adentro.

- ¡Te estas comportando como un niño miedoso! - estallé impaciente - ¡Y no sólo eso, también estas siendo muy grosero! Candy está en la sala completamente sola y tú...

Albert alzó la mano y puso el dedo índice en sus labios para detener mis palabras. Me miró indignado y molesto por la llamada de atención; la cual, surgió efecto, pues inmediatamente se compuso el traje y tomó aire para de regresar nuevamente. Antes de entrar al salón, Albert se giró para mirarme por última vez. Le sonreí tratando de animarle y con un ademan, lo alenté a continuar.

Una vez afuera, corrí hacia un gran árbol cercano para resguardarme de la lluvia que había arreciado nuevamente. Desde ahí no había otra cosa más que hacer que admirar la casa de Ardley, de manera que durante aproximadamente treinta minutos me dediqué a observarla mientras pensaba lo que había pasado en mi casa apenas unos instantes.

- ¿En qué lío me estaré metiendo? - pensé.

Ignoraba hasta donde llegaría ese asunto, sólo sé que, por un momento, un terrible presentimiento de que tal vez no terminaría de la mejor forma me llenó de temor.

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Cuando Candy vio entrar a Albert nuevamente al salón, no pudo evitar ponerse tensa, sin embargo, le regaló una tímida sonrisa que fue correspondida inmediatamente. Albert carraspeó varias veces mientras la miraba temeroso y en silencio. Intentó articular alguna una frase ingeniosa para romper la evidente tensión, pero las palabras se agolpaban en su garganta sin poder salir.

- No puedo creer que casi sean seis años- expresó Candy, inesperadamente.

- Sí, seis en noviembre- sonrió.

- Has cambiado, Albert, es decir... físicamente.

- ¿Así? ¿En qué? - le preguntó, curioso.

- Se te ve muy elegante y más maduro.

- Tú también has cambiado- afirmó, sentándose a su lado en el asiento.

- ¿Yo? ¿En qué? - cuestionó nerviosa al notar su cercanía.

- Tú... - Albert bajó la vista y miró la pequeña mano de la rubia que se posaba en el asiento. Con cautela, acercó lentamente los dedos, pero se quedó en el camino sin llegar a tocarla -Tú...- espetó nuevamente. Lentamente, levantó la vista y ambos se miraron a los ojos por unos instantes. Sólo podían sentir los fuertes latidos de sus corazones vibrando juntos. Después de tanto tiempo, una felicidad genuina como hace años no experimentaban se empezó a manifestar en ese momento. Todo el miedo desapareció al instante, ningún sentimiento de duda valía ya. Se sentían plenos, completos.

- Tú estás más hermosa que nunca- le dijo y por primera vez, desde que se encontró con ella, Albert sonrió radiantemente.

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Después de un rato el sol brilló de nuevo. Entré a mi casa haciendo todos los ruidos posibles para hacer notar mi presencia. Albert y Candy estaban tan absortos mirándose el uno al otro, que mi persona pasó completamente desapercibida.

Él le susurraba cosas que yo no podía oír mientras en el rostro de Candy corrían algunas lágrimas, aunque sonreía conmovida. Cuando mi prima notó mi presencia se limpió rápidamente con un pañuelo que él le ofreció. Albert por su lado, tenía un cambio impresionante, literalmente brillaba, es como si todo el bienestar del mundo se hubiese instalado en su cuerpo. Su mirada, su pose, todo en él emanaba una energía extraordinaria.

- Hola, joven amigo- me saludó.

- Ha dejado de llover- les dije, indicando hacia la ventana.

- Así es, ha dejado de llover- se levantó hacia la puerta corrediza y la abrió completamente -Por fin salió el sol.

Un ligero tono de emoción se notó en su voz al decir esas palabras. Algo me dijo que no sólo se refería al clima.

- ¿Qué te parece Candy? - le dijo, tendiéndole la mano, invitándola a salir. Candy sin dudarlo, entrelazó sus dedos con los de él.

- ¡Qué gracioso! Archie ¿has visto? mi casa se puede ver desde aquí- exclamó.

- Sí, está justo al otro lado de la bahía- le respondí.

- Yo tengo la misma vista desde mi casa- indicó Ardley.

- ¿Dónde vives?

Con una sonrisa y sin dejar de mirarla, Albert Me dirigió unas palabras.

- Archie, quiero que tú y Candy vengan a mi casa. Voy a mostrársela.

- Gracias Albert, pero no creo que sea buena idea acompañarlos.

- Nada de eso, tú vendrás con nosotros.

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Desde el alto mirador de Ardley, George observaba a los tres jóvenes dirigirse a la mansión. Tensó su mandíbula al ver a Albert sonreír fascinado ante la presencia de Candy. No es que no se alegrara de la felicidad de su muchacho, pero temía que aquello no llegará a buen término. Encendió un cigarrillo y le dio una profunda bocanada.

- ¿Es ella? - le preguntó el hombre que se paró a su lado.

- Si, es ella. Candice Grandchester.

- Muy bien, es necesario vigilar muy de cerca este asunto. Puede arruinar los planes- espetó Martin.

Ambos se miraron. George asintió con la cabeza.

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