Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.

Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.

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Capítulo 9

- ¡Por Dios! ¡William! ¡George!

Con el cuerpo tembloroso y los ojos muy abiertos, Ernest Andrew, se acercó lentamente al joven que tenía frente a él. Expectante, lo miró detenidamente de arriba abajo y, con temor, extendió su mano hasta tocarle el rostro.

- Eres tú, William ¡Eres tú! ¡hijo mío, no moriste! ¡Yo lo sabía! ¡Yo lo sabía! - lleno de emoción, cayó sobre sus rodillas y comenzó a llorar desconsoladamente.

- Tío Ernest, ¡soy yo!, ¡estoy vivo! - Conmovido, Albert se arrodilló junto a él y le puso las manos en los hombros para brindarle consuelo.

- ¡El pequeño William! - emocionado por ver a su sobrino, nuevamente tocó su rostro y lo acarició con ternura - ¡Mírate nada más, hijo! Te dejé de ver cuando eras un adolescente y ahora estás hecho todo un hombre ¡Eres idéntico a tu padre! - Albert puso su mano sobre la del anciano y le sonrió conmovido.

- Ven, tío- Con delicadeza ayudó a Ernest a incorporarse y, una vez frente a frente, se dieron un fuerte abrazo.

- ¡George! - se dirigió a su amigo, que veía aquella escena con nudo en la garganta, se acercó a él y sin pensarlo lo abrazó -George, querido George, ¿Cómo podremos agradecerte?

- No hay nada que agradecer Ernest, lo quiero como si fuera mi hijo, lo hubiese buscado hasta el mismo infierno si fuera necesario.

Después del emotivo momento, los tres hombres se sentaron a beber una copa para calmar los ánimos. Ernest Andrew tenía muchas preguntas y con expectación esperaba las respuestas. George comenzó a contar lo sucedido.

- Después de que William se fuera a la guerra a buscar a Alistair Cornwell, sospeché que Kirk, Ian y Douglas tramaban algo, pero hasta que vi aquel telegrama que cayó en mis manos por mera casualidad, supe con certeza que su intención era matar al heredero.

- ¿Qué telegrama? ¿Cómo llegó a ti? - cuestionó el anciano.

- Se había efectuado una reunión en las oficinas del corporativo, después de que concluyera me quedé un rato más para revisar unos documentos. Justo cuando me iba, entró el mensajero para avisarme que había una misiva para los miembros del consejo. Cuando vi que llevaba sello del ejército, no dudé en abrirlo pensando que podrían ser noticias de William o Alistair, pero cuál fue mi sorpresa, que dicho mensaje estaba dirigido a Douglas, donde se le informaba que William había sido enviado al frente alemán sin posibilidades de sobrevivir y en caso de que no muriera, tenían ya preparado un francotirador para acabar con su vida.

- ¡Dios mío! - exclamó Ernest. Albert escuchaba atento observando las reacciones de su tío.

- Guardé el telegrama en mi bolsillo y salí a toda prisa con la intención de buscar de alguna manera rescatar a William. Contraté a un agente especial para salvarlo, pero por desgracia ya había sido enviado a combate y después...- antes de continuar hizo una pausa y suspiró hondamente para controlar la sensación de desasosiego que todavía le causaba el saber a su protegido en peligro -Cuando supe que había salido herido de gravedad sentí que moriría de la angustia -se le quebró la voz, Albert lo miró conmovido. George bebió de su copa un poco de alcohol para calmar sus emociones -Lo peor fue que no podía moverme de América e ir a Europa, si lo hacía, levantaría sospechas de que ya sabía de sus planes y lo matarían sin piedad inmediatamente y me matarían a mí. Así que, desde aquí, a través del agente, ofrecí dinero para sobornar a algunos oficiales y eliminar al francotirador contratado.

- Fue una dura recuperación, te lo aseguro, tío - Intervino a Albert -Después de que estuve completamente repuesto y al enterarme que Alistair había muerto, George me apresuró para que volviera. Y lo demás ya lo sabes, el convoy donde volvía de Italia explotó y me dieron por muerto.

- ¡Ahora no dudo que ellos mismos hayan mandado a volar el tren! - dijo, con furia.

- Nosotros tampoco lo dudamos- corroboró Albert.

- ¿Y qué paso después? ¿Cómo lo encontraste?

- Nos informaron que no había sobrevivientes, pero el agente que contraté fue al lugar de la explosión. Por suerte, encontró algunas pertenencias de William a unos metros de donde sucedió el siniestro y con esa evidencia, siguió la pista ante la posibilidad de que estuviera vivo. Así se enteró que una persona que llegó mal herida y con amnesia, había sido trasladada a Chicago, pues esa ciudad era lo única que nombraba dentro de su delirio.

- América, Chicago, América, Chicago, es lo que solía repetir. Si no hubiera sido por esas palabras, no sé dónde estaría ahora -comentó, Albert.

- Una vez que supimos eso, lo busqué día y noche por las calles, ya que al hospital al que llegó prácticamente lo echaron. Un buen día, iba pasando por un callejón y lo vi. Salía de la puerta trasera de un restaurante a tirar una bolsa de basura, trabajaba ahí como lavaplatos. Me acerqué con cautela y le pregunté una trivialidad sólo para corroborar que fuera él. Después le ofrecí un mejor trabajo para empezar a ganarme su confianza, también lo llevé con un viejo amigo que es médico, cuando el doctor Martin lo vio oportuno, le dijimos la verdad y de ahí empezó su recuperación lentamente.

Ernest Andrew escuchaba con tristeza y asombro el duró relato. Todo por lo que había pasado Albert era estremecedor. Él era el heredero. El jefe del Clan y su lugar había sido usurpado por su misma sangre. Sus propios tíos lo habían traicionado y prácticamente asesinado. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, sintió en sus hombros el pesado yugo de la vergüenza y la culpabilidad.

- ¡Dios! Apenas puedo imaginar por todo lo que pasaste, querido William- dijo apesadumbrado -Y tú, George, después de que todos nos conformamos con esa noticia, tú no te resignaste, ¡Lo buscaste! ¡Él es mi sobrino! ¡Mi sangre! ¡El hijo de mi queridísimo primo! ¡Y no hice nada por encontrarlo! A pesar de que de alguna manera al pasar del tiempo todos dudamos de la noticia. Siento vergüenza de mí mismo, de Elroy, de Malcom. ¿Qué clase de familia somos? - se llevó las manos al rostro.

- Ernest, te olvidas que William estuvo a mi cargo desde que era un niño. Te repito que él es como mi hijo.

- Pequeño William ¿Podrás perdonarme algún día? - le pidió, con lágrimas en los ojos.

- Tío, ¡claro que te perdono! - con suavidad, posó su mano en el hombro del anciano -Ahora no tiene caso lamentarse. ¡Lo importante es que estoy vivo y voy a recuperar lo que por derecho me corresponde! - afirmó, con convicción.

- Si, por supuesto y yo te ayudaré.

- Es importante que nos digas cómo está la situación dentro del consejo- intervino Johnson.

- Muy complicada, George. Te confieso que Elroy, Malcom y yo nos sentimos traicionados por tu abandono. Estando tú éramos mayoría, pero al irte, quedamos en igualdad y ellos no desaprovecharon eso. Después de que renunciaste, llamaron a Robert Leagan para que ocupara tu lugar como consejero argumentando que, muerto el heredero, tu renuncia había sido lo más acertado, y de ahí, el desastre llegó a su límite cuando impusieron a Neal como patriarca.

- De eso estamos enterados, la razón de porqué fue él es obvia. Por lo que hemos investigado, es un muchacho tonto y manipulable, además de adicto- George sacó una carpeta de un cajón del escritorio y se lo entregó en las manos -En esta carpeta tenemos todo lo relacionado con él.

- Es eso y más - dijo, Albert -Aunque me queda claro que aquí la lucha no es contra Neal Leagan sino con Ian, Kirk, Douglas y Robert.

- Ellos son muy peligrosos William, sospechamos que tuvieron que ver en la muerte de Malcom. Recordemos que él era quien más se oponía a sus decisiones. Una vez que votaron para que el hijo de Robert quedara como el nuevo líder, juró que haría algo para revocar esa decisión, días después lo encontraron muerto en su casa, aparentemente de un daño en el corazón. ¡Mi hermano era más fuerte que un roble! Jamás se enfermaba de nada.

Albert y George se miraron sorprendidos.

- Elroy se vio muy afectada, primero tú y después Malcom- continuó -Fue demasiado para ella, así que en "consideración" -dijo con ironía la palabra -La dieron de baja temporal en el consejo, para no afectar más su salud. Ella se negó, pero lo sometieron a votación.

- ¿Y tú? - inquirió, George.

- Lo mío fue similar. Alegaron que había perdido el juicio cuando me negué al nombramiento, argumentando que posiblemente estarías vivo.

- Eso es algo que me causa curiosidad, tío ¿cómo sospechaste que yo era Albert Ardley?

- No fui yo quien lo dedujo hijo, sino tu tío Malcom. Unos días antes del nombramiento del hijo de Leagan, mi hermano tenía la intención de viajar a Escocia. Al saber de los planes de estos bandidos, le mandé un telegrama aquí a Nueva York para que volviera inmediatamente a Chicago. Antes de tomar el tren, su asistente y él decidieron pasar a un restaurante a almorzar, pero al entrar se topó contigo, William. Tú salías rápidamente de aquél lugar, te subiste a un auto y te marchaste. Ahora veo porque Malcom te reconoció, eres muy parecido a tu padre. Se acercó al portero y le preguntó quién era el joven que había salido: El señor Ardley, le contestó.

- ¿Es por eso que diste conmigo?

- Así es, hijo. Malcom llegó rebosante de alegría a contarme la noticia. No estábamos seguros que fueras tú, por supuesto, pero intentaríamos acercarnos a ti para comprobarlo. Lamentablemente ya no le dio tiempo de hacerlo, pero yo me prometí realizarlo por él. Por eso frecuentaba tus fiestas, con la intención de verte. ¡Oh, si mi querido hermano te viera!

- William, si Malcom te reconoció deberíamos tener más cuidado- dijo con preocupación, Johnson. Albert, lo miró inquieto.

- No se preocupen. Ellos no suelen venir a Nueva York, salvo para tomar el barco a Europa.

- Aun así, no podemos confiarnos- aseguró, George.

- Tío, necesitamos que vuelvas a entrar al consejo. Estás en tu derecho y es el momento de volver a ejercerlo. Te necesitamos dentro y que nos informes de cada paso que den, de cada decisión tomada. Tememos que pronto nuestro clan se vuelva una red criminal si no intervenimos pronto.

- Como tú digas, William. Estoy dispuesto a dar mi vida si es necesario por quitar a esos delincuentes del mando. Eso es algo que te pertenece.

- Tendrás que ser muy discreto Ernest, nadie, absolutamente nadie, puede saber de esta reunión y mucho menos que William está vivo. Que alguien más lo sepa sería el final de todo y estaríamos perdidos- le advirtió, George.

- Pueden confiar en mí, ahora mismo me voy a Chicago y me reincorporaré al consejo. ¿Cómo nos comunicaremos?

- Un hombre te contactará de manera discreta y eventualmente nos reuniremos.

- Muy bien. ¿Qué hay de Elroy?

- Tia Elroy es mejor que se mantenga alejada de esto.

- Comprendo. Pues si no hay más que decir, me voy para tomar el tren- se levantó de su asiento y caminó hasta Albert.

- Hijo, si esto es lo último que haré en mi vida, lo haré con todo mi corazón.

- Gracias tío - Sin dudarlo, Ernest jaló al muchacho y le dio un fuerte abrazo.

Ambos hombres despidieron al anciano. Lo miraron partir en un lujoso vehículo rumbo a la estación de trenes. Albert con las manos en los bolsillos tenía la vista fija en el auto que se alejaba. Sin esperarlo, George vio como por el rostro del joven rodaban algunas lágrimas.

Apenado, le tocó el hombro. Rápidamente Albert secó las lágrimas con su mano al sentirse descubierto.

- Estoy bien, sólo que estoy conmovido. Realmente siempre pensé que jamás les importé.

- A ellos, sí. Soy testigo.

- De manera que en ellos siempre tuve una familia y no me había dado cuenta.

- Los Andrew tienen una extraña forma de amar- sonrió- Con tantos prejuicios e ideas arraigadas les es difícil demostrar el amor de una manera más cariñosa. Mírame a mí, criado a su manera, no te creas que siempre fui así- bromeó. Albert rio, le encantaba el extraño sentido del humor que su mentor mostraba contadas veces.

- ¿Sabes George? Cuando todo esto haya acabado, haremos muchos cambios en el clan. Llegó la hora de una nueva y renovada generación Andrew.

- Ten por seguro que así será.

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Caí rendido en la suave cama donde estaba. Mi cuerpo todavía vibraba por la excitación y el deseo del fogoso encuentro que había sostenido con Annie. Oí su respiración agitada y volteé a verla. Tenía el pecho desnudo y a la luz de las velas su piel parecía bañada en oro.

- Ha sido maravilloso- me dijo, con la voz entrecortada.

Aproveché que tenía los ojos cerrados para sonreír henchido de orgullo masculino. Me incorporé y le di un beso en los labios.

- Sí, ha sido maravilloso- le contesté, la atraje hacía a mí y ella descanso su cabeza en mi torso mientras yo le acariciaba sus sedosos cabellos con la mirada perdida en el techo.

- ¿Me vas a contar que pasó ayer? - preguntó, de pronto.

- ¿Cómo? ¿Ayer? - me sentí confundido con la pregunta.

- Sí, con Candy y Albert.

- ¡Ah! eso- expresé sin ganas. Annie se incorporó un poco, recargó su barbilla en sus manos y me miró a los ojos.

- Pues qué va a pasar, Annie- le dije ante la presión visual -Creo que ellos dos se aman y comenzarán una relación y posiblemente yo me meta en problemas.

- ¿Y por qué tú te meterás en problemas?

- ¿Te parece poco que este solapando la aventura de Candy? Y para colmo también la de Terry.

- En el caso de Terry no diría que "solapar" fuera la palabra adecuada. Él se pasea con la fulana esa por todo Nueva York sin el menor recato. ¡Es un descarado!

- ¿Y qué me dices de Candy?

- Candy le ha soportado a Terry todas sus infidelidades, no es justificación, pero lo que aquí sucede es distinto- Annie se levantó y encendió un cigarrillo.

- ¿En qué sentido es distinto?

- Como tú mismo lo has dicho, ellos se aman, siempre lo han hecho. ¿Recuerdas la carta que recibió un día antes de su boda? Ahora estoy segura que era de Albert Ardley. ¿Te das cuenta Archie? Estuvo a punto de cancelar su boda por él.

- Pero no lo hizo Annie, esa es la realidad.

- No lo hizo, pero ahora lo puede hacer. Terry y Candy ya no se aman. Sinceramente, a veces dudo que lo hubieran hecho alguna vez- Suspiré, contrariado.

- Y sí es así ¿por qué no lo deja?

- ¡Vamos Archie! - me miró burlonamente - ¿Acaso crees que el honorable clan Andrew aceptaría que una de sus respetables damas adoptara la categoría de "divorciada"? ¡Y de un miembro de la realeza! - comenzó a reír.

- ¡No te burles, Annie!- me fingí molesto, aunque en el fondo sabía que tenía razón. El clan al que pertenecía mi familia era ultra conservador. Eso, a las nuevas generaciones implicaba una desventaja, ya que los tiempos iban cambiando y cada día había nuevas libertades. Pero en nuestra familia parecía que el tiempo se había detenido desde la Edad Media. ¿Algún día cambiaría? No lo sé, pero en este momento tanto para Candy como para mí significaba un obstáculo para vivir nuestras vidas en plenitud.

Pensé en el misterioso patriarca al que casi nadie conoció. Extrañamente, aún sin conocerlo, teníamos las esperanzas puestas en él para que trajera un cambio a nuestro arcaico clan. Pero después de su muerte, aquél sueño del cambio se fue como agua entre las manos y ahora, con Neal Leagan a la cabeza, sólo se auguraba una catástrofe. Posiblemente, el fin del clan.

- ¡Sabes que tengo razón! - aseguró sacándome de mis pensamientos. Torcí la boca y asentí con la cabeza - ¿No crees que podríamos ayudarla?

- ¿Cómo?

- ¿Solapándola?... -me miró como si fuera un pequeño cachorro.

- Annie...- volvió a mi lado y le acaricié la mejilla, ella tomó mi mano y me dio un beso en la palma, me excité ante ese tierno gesto.

- ¡Está bien!, haremos lo que podamos- le dije, mientras la recostaba nuevamente en la cama -Ahora olvidémonos de Candy, Albert y Terry y pensemos en nosotros dos -Metí mis manos bajo las suaves sábanas y toqué uno de sus senos mientras la besaba con pasión. Arqueó su cuerpo hacia mí, invitándome con el suave movimiento de sus caderas a que la hiciera mía una vez más.

- Te amo, Archie- Me susurró al oído.

Aunque me paralicé por un segundo por su inesperada confesión, en ese momento una verdad se me reveló: Yo, Archibald Cornwell, estaba perdidamente enamorado de Annie Britter.

- Yo también te amo, Annie- le dije, entre besos. Aquella noche que la amé sin descanso, será un momento en mi vida que jamás la olvidaré.

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George Johnson colgó el teléfono con una sonrisa de satisfacción. La reunión que Martin había tenido con el enviado de los traidores Leagan y Andrew había salido mejor de lo planeado.

- Pronto los tendremos en nuestras manos- pensó.

Salió de la oficina y se apresuró a buscar a Albert para darle la noticia. Lo encontró casi a punto de subir al auto que lo esperaba en la puerta.

- ¡William! ¡Espera!

- George, por poco no me encuentras.

- Es urgente, habló Martin, ya ha entrado en negociaciones con ellos, pero hay algo que surgió y que nos puede ayudar.

- ¿Qué es?

- Al Capone pidió una audiencia secreta con Martin para contactar contigo. Quiere sacar a los Leagan y los otros del negocio.

Albert abrió con asombro sus hermosos ojos azules, después frunció el ceño y se llevó una mano al mentón pensando en la información que acababa de recibir.

- Negociar con Al Capone podría ser un arma de doble filo- dijo, con preocupación -Tal vez sea una trampa de ellos mismos.

- Lo sabemos. Pero sólo hay una forma de averiguarlo.

- Y es que tengamos esa audiencia ¿no es así? - George asintió con la cabeza.

- Lo pensaré. Te doy mi respuesta después de la fiesta.

- ¿Cuál fiesta?

- La última fiesta que este lugar verá. Es hora de que Albert Ardley comience a morir.

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Era mediodía del sábado, Annie me prestó su auto para que fuera a mi casa y recogiera unas mudas de ropa. Planeábamos quedarnos el fin de semana juntos ya que ella se marcharía a ver a sus padres a Minnesota y estaría dos semanas fuera de Nueva York.

Al pasar por la mansión Ardley, un vehículo salió a toda prisa. Reconocí el auto color beige de Albert. Este me miró y frenó bruscamente produciendo un sonoro rechinido en los neumáticos. Me detuve al instante.

- ¡Ey, joven amigo! ¡Qué gusto verte! - me saludó.

- A mí también me da gusto ¿A dónde vas con tanta prisa?

- Voy a arreglar un asunto a la ciudad ¿Y tú?

- Yo ¿eh?... - titubeé por un instante, no podía decirle que venía de estar toda la noche con Annie -Yo, acompañé esta mañana a la señorita Britter a hacer algunas compras, sólo he venido a dejar unos libros y me vuelvo a dejarle el auto.

- Ya veo- sonrió y me miró con suspicacia, tal vez mi argumento no había sido del todo convincente, tragué saliva por mi garganta seca -En fin- continuó -Escucha, el próximo fin de semana haré la fiesta más grande que haya hecho y quiero que estés aquí. Puedes traer a la señorita Britter.

-Te lo agradezco mucho. Yo con gusto asistiré, Annie se irá de la ciudad por unas semanas, pero seguro le encantara saber que fue invitada- reí.

- Es una lástima que no esté, Candy también vendrá.

- ¿Candy?

- Sí, y también su esposo, Terry Grandchester.

- ¡¿Qué?!

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