Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.
Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.
-o-o-o-o-o-o-
Capítulo 12
La gallarda figura de Albert iba a toda prisa abriéndose paso entre la multitud. La buscó con la mirada por todos lados, en cada mesa, en cada habitación. Subió a lo alto de las escaleras y echó un vistazo a la pista de baile, nada, ni un rastro de Candy y sus acompañantes.
- ¿Dónde estás Candy? - pensó ansioso.
Desesperado, le preguntó a un empleado de confianza por ellos.
- ¿El señor Cornwell? Sí, lo vi hace un rato que iba con una señorita rubia hacia la puerta.
Perdiendo la compostura, corrió lo más rápido que pudo. A lo lejos pudo verla subiendo al auto. Aceleró aún más el paso, pero le fue imposible alcanzarla.
- ¡No! - fue el gritó que salió de su boca al verla partir.
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
- ¡Albert! - le dije al verlo a mi lado jadeando tratando de recuperar el aire, dobló el cuerpo hacia adelante y puso sus manos sobre sus rodillas.
- ¿Dónde te habías metido?
- ¡No te vayas, Candy! - dijo, en un susurró.
- Albert...- ¿Qué podía decirle? La desolación que oí en su voz al verla alejarse del lugar me hizo enmudecer. Después de un breve instante lo vi erguirse cual roble, se compuso la chaqueta y el peinado y respiro profundamente.
- ¿Por qué la dejaste ir? - Me sonó más a un reproche que a una pregunta.
- Albert, te esperamos por casi tres horas y Terry estaba ya desesperado por irse, ¡imposible quedarse más tiempo!
No dijo nada a mi respuesta, hurgó en una bolsa de su chaqueta para sacar un cigarrillo y comenzó a fumar sin dejar de ver el camino. Después de un rato lo vi llevarse una mano a sus ojos y los apretó con fuerza.
- ¿Tienes que irte ya? - me preguntó, relajó su mano y volteó su rostro hacia a mí.
- Pues es tarde ya...
- ¿Me esperarías un momento? Ya está por terminar la fiesta y no tardarán en marcharse todos.
- Muy bien- le dije. Entramos nuevamente a la mansión y lo esperé sentado en la barra del bar.
- Cortesía del señor Ardley- me dijo el barman, ofreciéndome un habano Partagás y una copa de un cognac muy bueno.
Al cabo de media hora, aquel lugar quedó casi desértico y los empleados comenzaban su labor de limpieza. Vi a Albert bajar por las escaleras de mármol; tenía el semblante tenso y cansado.
- ¡Aquí estoy! - le grite, desde mi lugar. Se acercó a mí e inmediatamente el empleado le ofreció una copa, negó con la cabeza -Candy se ha divertido mucho esta noche- continúe.
- Eso no es verdad, joven amigo, a ella no le ha gustado.
- ¡Claro que le gusto!
- ¡No! No le gusto, ni lo paso bien- insistió.
- Bueno, al final, cuando te fuiste...
Me miró con mortificación. Decidí no volver a mencionar el asunto.
- El caso es qué -continuó - Ahora... ahora siento que estamos muy lejanos el uno del otro.
- ¿Por la fiesta?
- No, la fiesta es lo de menos- puso sus dedos en el puente de su nariz y se lo apretó levemente. Cuando levantó su vista noté sus ojos llenos de lágrimas de frustración -Candy no comprende que todo esto...- señaló hacia la totalidad de su creación -Todo esto lo hice por ella.
- ¡Albert!
- Una pregunta- indicó con el dedo índice -No me pudo responder una simple pregunta.
- ¿Una pregunta? ¿Y puedo saber cuál es?
Albert me miró dubitativo, estaba mostrando sus sentimientos ante mí y noté que eso le era incómodo, pero a la vez necesitaba desahogarse con alguien. Levantó su vista hacia el firmamento como si buscara una respuesta.
- Le pregunté que siente por Terrence.
- ¿Que qué siente por Terrence? - hice eco a su pregunta, él me miró con el ceño levemente fruncido.
- Necesito saber que siente por él.
- ¡Por Dios, Albert! él es su esposo, el padre de su hija ¿Qué esperas que te responda?
- ¡Qué no lo ama! ¡Qué me ama a mí! - gritó airadamente -Disculpa por favor- dijo inmediatamente después de ver en mi rostro la sorpresa de su descontrol. Inhaló profundamente varias veces al tiempo que pasaba una mano por sus cabellos. A pesar de lo sorpresivo de la brusca respuesta, no me dejé amedrentar ya que estaba más preocupado por Albert y Candy, que temeroso por su reacción.
- Albert- le dije, acercándome a él - ¿No crees que pides demasiado?
- No, sólo... Sólo quiero lo que me han quitado ¡lo que me han arrebatado! - empuñó sus manos con fuerza - ¡Eso no es pedir demasiado!
- ¿A qué te refieres? - pregunté, algo me decía que no sólo se refería a Candy.
- Al pasado, tengo que recuperar mi pasado.
- Albert- sonreí -El pasado no se puede volver a vivir o modificar. Lo hecho, hecho está.
- Claro que se puede Archie, claro que se puede, de hecho, lo estoy haciendo- Lo miré, confundido -Y haré que las cosas sean como debieron haber sido- sonrió débilmente -Todo ha sido tan confuso desde aquel día en qué...
Su frase se quedó a medias. Mordió los nudillos de su mano como queriendo torturarse él mismo por haber hablado de más. Sin embargo, para mí esto no pasó inadvertido y mi mente empezó a llenarse de preguntas ¿Quién era en realidad Albert Ardley? ¿Qué había en su pasado que era tan misterioso que afectaba tanto su presente? ¿Qué es eso que debía recuperar además del amor de Candy? Comencé a asustarme.
- Voy a volver al origen de todo- me dijo serenamente - Y voy a reconstruirlo. Pieza por pieza.
- Te refieres al amor de Candy- me aventuré a preguntar.
Sonrió y me miró cálidamente. Adivinó, por supuesto, que yo intentaba indagar un poco más, pero con su usual elegancia me evadió hábilmente.
- Candy... ¿Sabes cómo la conocí?
- No. Sé que se conocieron antes de que partieras a la guerra, pero no sé nada más.
- Mientras estábamos en entrenamiento en el regimiento que estaba cerca de Lakewood, su tutora organizó una fiesta para los oficiales del campamento. Como recién había sido ascendido a Sargento fui de los invitados a la reunión a esa casa era hermosa, rodeada de hermosos jardines llenos de rosas.
- El jardín de Anthony- pensé.
- Caminaba por los pasillos del jardín aspirando el olor de las flores y disfrutando de la cálida noche. Verás joven amigo, en ese momento no era muy sociable que digamos, así que decidí hacer ese pequeño paseo lejos de todos. Entonces la vi. Estaba agachada oliendo las rosas y murmurándoles algo que no alcancé escuchar, lo único que supe es que sollozaba débilmente. Era la visión más hermosa que había tenido en mi vida- dijo, visiblemente emocionado - Su hermoso cabello rubio caía delicadamente por su espalda y con su vestido blanco parecía un verdadero ángel.
Sonreí al verlo recordar. De aquella expresión de preocupación y agobio que tenía apenas unos momentos, prácticamente ya no quedaba nada.
- Di dos pasos hacia atrás con la intención de marcharme, no quería molestarla en aquel momento tan íntimo. Pero sin querer pisé una rama y el sonido de la madera rompiéndose hizo que levantara su bello rostro - ¿hay alguien ahí? - Escuché que preguntó; por un momento me quedé mudo al escuchar su dulce voz. Me disculpé por la intromisión y quise marcharme, pero ella me detuvo. Se acercó a mí y me miró con sus radiantes ojos verdes y entonces, me sonrió. "Eres mucho más linda cuando ríes que cuando lloras" fue lo único que atiné a decirle, entonces, una sonrisa radiante apareció en su hermoso rostro.
Lo miré enternecido. No estaba seguro si él sabía por qué Candy lloraba, sin duda lo hacía en ese momento por la ausencia de Anthony. Ella lo había amado mucho y ese lugar le hacía recordarlo debido a que él personalmente había cultivado y cuidado ese jardín.
-Caminamos durante un largo rato- continuó -Hablamos mucho, fue una conexión inmediata, como si nos hubiésemos conocido de toda la vida. Nos reímos y la pasamos tan bien en nuestra pequeña fiesta privada que no nos hizo falta nada más. Y entonces sucedió...
- ¿Qué sucedió? - pregunté intrigado.
- Ella tropezó y yo la detuve entre mis brazos. Tenerla así fue más de lo que esperaba en esa noche. Así que sin pensarlo me acerqué a ella y la besé en los labios. En ese cálido contacto supe que estaría unido a ella por siempre. Al separarme, ella me miró sin decirme nada, sólo sonrió y sin más nos volvimos a besar. Nos besamos tanto esa noche que por un momento pensé que moriríamos gustosos por falta de aire- rio ante su tonta reflexión -Perdimos la noción de todo. Nos entregamos el alma esa noche a través del contacto de nuestros cuerpos. No fue sino hasta que escuchó que su tutora la llamaba que volvimos a la realidad. Esa noche la dejé ir, pero durante todo el tiempo que ella estuvo en esa casa nos vimos casi todos los días.
Albert prendió un cigarrillo. Recordé que Annie me había contado que alguna vez ella los había visto en el jardín de la mansión de Lakewood. La historia empezaba a encajar.
- No sabía en ese momento que enamorarme de ella cambiaría mi destino y para un hombre como yo, enamorarse era un gran error. Pero decidí asumir con ese riesgo. Tal vez, si olvidara todo esto, si olvidara que alguna vez la perdí, todo sería mucho más fácil para mí. Pero si algo me ha enseñado la vida es que es tan fugaz como una estrella en la noche. Necesito continuar con mi vida, pero lo haré con ella a mi lado. Le daré el tiempo que necesita para decidirse dejar a Terrence, pero tal vez no sea mucho.
Desvié mi mirada. Una especie de angustia comenzó a inundar mi pecho. Albert se acercó a mí y me tocó el hombro.
- No te preocupes, joven amigo, no te preocupes. Juro por mi vida que no la lastimaré y respetaré cualquiera que sea su deseo. Todo estará bien.
Me palmeó la espalda y se dio media vuelta.
- Buenas noches, Archie- concluyó de esa forma, le sonreí a manera de respuesta. Me giré sobre mis talones para marcharme. Albert subió con lentitud las grandes escaleras de mármol que daban a la piscina.
- Archie- me llamó desde arriba -Te equivocas con respecto al pasado y te lo voy a demostrar.
Llegué a casa muerto de cansancio. Sin embargo, no pude dormir.
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
- ¿Estás seguro de que quieres atender personalmente esa reunión?
- Por supuesto George, es lo mejor- Albert respondió mirando hacia el paisaje que mostraba el mirador de su oficina -Tenemos que salir lo más pronto posible de esa gente y entre más rápido tomemos los acuerdos oportunos, será menor el tiempo que tratemos con ellos. No olvidemos que son hombres peligrosos.
- Por eso mismo lo digo. No estoy seguro de querer exponerte.
Albert miró a su tutor el cual tenía un gesto de auténtica preocupación. Si de situaciones de riesgo se trataba, George, la mayoría de las veces, adoptaba una actitud paternal hacia él. Evitaba lo más posible exponerlo al peligro de cualquier tipo. Muchas veces Albert se sentía agobiado por la protección que en ocasiones consideraba excesiva, pero nunca le discutió, ni le contradijo por temor a lastimar sus sentimientos.
De alguna manera, se daba cuenta que el temor de George tenía fundamento sólido dada la experiencia por la que pasaron al creerlo muerto y su posterior amnesia. Es por eso, que trataba de comprender la posición de sobreprotección en que solía ponerse. Sin embargo, por esa ocasión era necesario omitir esa consideración.
- George, vamos a tener que tomar decisiones rápidas, ya te lo dije. Todos nos expondremos menos si le damos agilidad a este asunto. Además, esta reunión puede ser la llave que nos permita abrir la puerta hacia la libertad. Créeme, ya estoy agotado de esconderme. De ser una especie de espectro con cadenas torturando la mente de todos.
Albert sacudió sus brazos simulando levantar cadenas. George Johnson no pudo evitar sonreír ante el ademán, pero también pudo percibir el tono de amargura en su comentario. Había pasado casi una semana desde la fiesta y cada vez lo notaba más irritado y taciturno. No sabía a ciencia cierta que había pasado con Candice Grandchester esa noche, pero intuía que nada bueno, de acuerdo a la actitud que veía en Albert en los últimos días. No se atrevió a preguntar y una parte de él se alegró con la posibilidad de que aquella relación pudiese haber llegado a su fin.
- Un problema menos- se dijo.
No podía evitar pensar, que la relación entre Albert y Candy podría perjudicar los planes.
- Ya que estás decidido y no hay nada que te haga cambiar de opinión, le diré a Martin que iremos los dos con él mañana- espetó, resignado.
- Muy bien. Para que estés tranquilo, me llevaré el disfraz de vagabundo.
- Gracias William, aunque no lo creas eso me calma un poco- le sonrió -Voy a salir a la ciudad ¿se te ofrece algo?
Albert negó con la cabeza.
- Antes de irme, quisiera preguntarte algo.
- Tú dirás- le dijo, prendiendo un cigarrillo.
- El joven Archibald ha venido un par de veces y me informó el mayordomo que te has negado a verlo ¿acaso te hizo algo?
- No, simplemente no estoy de humor para ver a nadie.
George arqueó las cejas ante la inusual respuesta. Albert generalmente no solía tener ese tipo de reacciones resentidas y era extraño para él verlo con esa actitud. Decidió ignorarlo y retirarse para evitar alguna confrontación.
-Bueno, si no se te ofrece nada, me voy entonces.
Después de que se marchó, Albert bajó al salón de música. Necesitaba relajarse y sabía que tocar el piano cumpliría con ese cometido. No pudo evitar sentirse un poco culpable por la fría respuesta que le había dado a George. Si alguien merecía ser tratado con respeto y consideración ese era el buen George, pues no sólo le debía la vida, sino también el hecho de que prácticamente estaba arriesgando su propio pellejo por él. Pero la situación con Candy lo rebasaba. Desde la noche de la fiesta, no sabía nada de ella y todavía estaba en el aire una interrogante. Todos esos días su mente lo torturó con las posibles respuestas y su reacción ante ellas. Era más de que podía soportar. Por momentos se debatía entre buscarla o dejarla ir. Entre amarla y odiarla. Entre esperar y olvidar.
Abrió la tapa de su preciado instrumento y acarició las teclas suavemente. Acomodó sus largos dedos en ellas y los acordes de "Tristesse" de Chopin comenzaron a sonar. Cerró los ojos. En cada nota de aquella melodía comenzó a saborear su propio dolor, esperando que en algún momento su congoja fuera aliviada por la música.
El sonido de unos golpes en la puerta le hicieron abrir los ojos. Frunció el ceño. Todos sabían que tenían estrictamente prohibido molestarlo mientras escuchaba música o tocaba el piano. Sin dejar de tocar dio el pase de entrada.
- Señor, disculpe que le interrumpa- dijo Frank el mayordomo, con mortificación.
- Las reglas en esta casa son muy claras- contestó, evidentemente molesto, mientras continuaba ejecutando la pieza con su vista clavada en el teclado -Jamás se me interrumpe cuando estoy aquí.
- Lo sé señor y lo siento mucho, pero tiene una visita que creo es importante.
- Creo haber dicho que no deseo ver a nadie.
- ¿Ni a mí?
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
