Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.
Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.
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Capítulo 14
Candy se quedó pasmada al oír aquella voz y por un momento contuvo la respiración. Se giró lentamente, expectante y asustada.
- Repito, ¿Dónde diablos estabas? - dijo, en un tono extraño y, después, una risa femenina.
- ¿Pero ¿qué...?
Trató de ajustar sus ojos a la tenue luz. De las sombras, salió una silueta que reía cada vez más fuerte.
- ¡Por Dios, Annie! - espetó.
Annie reía sin parar, Candy la miraba con el ceño fruncido y las manos en la cintura.
- ¡No es gracioso!
- Lo siento- dijo, tratando de calmar su risa.
- Me diste un susto de muerte- sonrió, condescendiente- ¿Qué haces aquí?
- Estuve en casa de Archie y es tarde para ir hasta la ciudad, pensé en venir a pedirte asilo por esta noche.
- No tienes que pedir asilo, sabes que esta es tu casa.
- Lo sé- guiñó el ojo -Entré poco antes que tú, ¿De dónde vienes?
Candy bajó el escalón y se acercó a su amiga. Antes de responder a la pregunta, una persona del servicio se acercó a ellas.
- Buenas noches, señora. ¿Quiere que le sirvamos la cena?
- ¿Quieres cenar, Annie?
- La verdad es que me muero de hambre.
- Por favor, sírvanos en la habitación que siempre ocupa la señorita Britter.
- Muy bien, señora.
- ¿Llegó ya el señor?
- No, señora, el señor habló para avisar que tendría ensayo hasta muy noche, que no le esperara.
Las amigas se miraron rápidamente con complicidad. Candy puso los ojos en blanco.
- ¿Y mi hija?
- Hace un rato que se durmió. Se portó muy bien- dijo la empleada, con una tierna sonrisa.
- Muy bien, gracias.
- Enseguida les subo la cena.
Candy tomó a Annie de la mano y subió con ella hasta la recámara de su hija. Entró y observó a la pequeña durmiendo plácidamente en su cama de sábanas color de rosa, rodeada de docenas de muñecos de peluche. La contempló con una sonrisa. Realmente si algo bueno había salido de la relación con Terry era su pequeña niña. Sólo por ella había soportado engaños y humillaciones por parte del histrión, pero eso ya sería cosa del pasado, había tomado una decisión y no se echaría para atrás.
- Es un angelito- susurró Annie.
- Sí, lo es- Candy arropó a su niñita y le dio un beso en la frente. Silenciosamente salieron del lugar.
Una vez en la alcoba de Annie, ambas se sentaron en el pequeño comedor de dos plazas.
- Cuéntame- dijo Annie, al ver el rostro de su amiga. La conocía desde hace tantos años, como para no saber que se traía algo entre manos.
- Estuve en casa de Albert y...
- ¿Y qué? - preguntó abriendo con gran expectación sus ojos azules. Candy la miró, luego agachó la cabeza y se sonrió con un evidente sonrojo en su rostro.
- ¡Candy! - Sin palabras, Annie supo lo que había pasado entre ellos. Se echó hacia atrás y sus ojos su abrieron mucho más.
- No me mires así, Annie- le dijo, con molestia.
- Candy ¿Qué estás haciendo? ¿Y Terry?
- ¿Terry? ¿Me preguntas por Terry? Mi flamante marido que ahora mismo debe estar revolcándose con su amante y después viene a meterse a mi cama- argumentó enfadada.
Annie suspiró. Candy tenía razón, Terry se había vuelto ya un cínico en la relación con esa mujer: Susana Marlow ahora Collins. Ella misma los había visto en un restaurante poco concurrido brindándose cariños sin importarles algunas miradas indiscretas. Salió de inmediato antes de que él la viera y se encontraran en una situación incómoda. De hecho, el actor la había presentado ya ante algunos amigos en común.
- Candy- se acercó a ella y la abrazó de costado- Sabes que te quiero como una hermana y sólo quiero lo mejor para ti. Lo menos que deseo es verte metida en complicaciones que te hagan sufrir.
- Lo sé y te lo agradezco, pero ya no puedo vivir más así, Annie. Sé que al lado de Albert seré feliz. Lo amé desde el primer momento en que lo vi- El rostro de Candy se empezó a empapar de tibias lágrimas - ¿Recuerdas el día anterior a la boda, ese día que me encontraste totalmente ebria?
- Sí, claro que lo recuerdo.
- Ese día recibí una carta de Albert, al que en ese momento creía muerto. Me explicaba que había tenido un accidente y que le fue imposible comunicarse conmigo porque se vio muy mal herido y tuvo una recuperación lenta y difícil pero que seguía amándome y que iría por mí. Por cobarde no cancelé la boda y acabé casándome con Terry a pesar de que mi corazón estaba con Albert.
Annie le pasó un pañuelo para que secara sus copiosas lágrimas.
- Él se enteró de mi boda por los diarios, sufrió lo indecible- continuó, limpiándose la nariz- Me propuse amar a Terry y olvidar a Albert puesto que ya no podía hacer nada para estar con el hombre que amaba realmente. ¡Tú misma fuiste testigo de que me esforcé! pero él me engañó desde el principio ¡A la semana de nuestra luna de miel! - sollozó. Annie la observaba con un gesto compungido.
- Sí, sé que te has esforzado por quererle.
- Pensé que las cosas mejorarían cuando naciera Eli, pero ya ves, él simplemente no llegó al alumbramiento y conoció a su hija días después de que nació. Me duelen sus ironías y sus insultos disfrazados de broma. No me ama y yo tampoco le amo más. ¡No quiero vivir más así! Quiero volver a ser valiente y luchar por mi felicidad y mi felicidad es él, es Albert. Él está dispuesto a sacrificarlo todo por mí. Todo lo que tiene, todo lo que hizo fue por mí. Me ama, me ama más allá de lo que yo pueda imaginar, más de lo que merezco.
- ¿Y tú lo amas?
- Más que a mi vida.
- ¡Candy!
- Annie- le dijo, mirándola fijamente, agarrándola por los brazos -Prométeme que me vas a apoyar en esto ¡Prométemelo hermana!¡Te necesito en esto conmigo! - suplicó.
- Sí, estaré contigo- la abrazó con fuerza -Cuenta con ello.
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- ¿Te vas?
- ¿Cuando me he quedado?
Terry se vestía en la oscuridad de la habitación del departamento que compartía con Susana, saciado del sexo que habían tenido durante gran parte de la noche. Eran casi la dos de la madrugada y se había quedado dormido.
- Puedes hacerlo hoy- Susana se levantó de la cama, envolvió su cuerpo desnudo con la sábana y abrazó la alta figura del actor por atrás posando su mejilla en la fuerte espalda.
- Sabes que no puedo y tú también deberías marcharte, tu esposo seguro te espera.
- No me hables de ese mediocre.
- Querida, es lo que tienes, tú lo elegiste.
- Lo elegí porque tú me dejaste. Sí te hubieras quedado conmigo en ese momento... Pero puedes hacerlo ahora- le dijo, en tono meloso.
- Eso es algo que no va a pasar.
Susana se separó de él violentamente.
- ¿Hasta cuándo, Terry?
- ¿Hasta cuándo qué? - se giró molesto - ¡Yo nunca te he prometido nada!
- Así es, nunca me has prometido nada, pero ya no soporto esta situación- se acercó a él abrazándolo por la cintura - ¿Cómo puedes vivir con ella si no la amas? - Susana acarició con delicadeza la mejilla de Terry con el dorso de la mano y acercó sus labios para darle un beso suave y suplicante -Terry- susurró con la boca posada en sus labios-Tú y yo nos amamos, podemos hacer una vida juntos. Vayámonos, simplemente desaparezcamos. Estoy dispuesta a lo que tú quieras con tal estar contigo.
Terry estrechó a Susana entre sus brazos y la besó con pasión. Ella posó sus manos en el rostro de él para acercarlo más, con lentitud fue retrocediendo para llevarlo nuevamente hacia la cama.
Al sentir que su cuerpo era atraído, Terry reaccionó. Trató de separarse, pero ella lo agarró con fuerza. Lo besaba con desesperación. Pasando sus manos por todo su firme y musculoso cuerpo. Cuando llegó a su miembro lo apretó con fuerza causando en él una sensación de placer y dolor.
- ¡Basta! - le quitó las manos con brusquedad -¡Me largo ya!
- ¡Si te vas esta noche no volverás a verme nunca! - le gritó furiosa.
Terry se paró en seco con la mano posada en la manija de la puerta.
- ¡Haz lo que quieras! - dijo sin mirarla y cerró la puerta de la recámara tras de él.
- ¡No! ¡No! ¡Terry! ¡No te vayas! ¡Desgraciado bastardo, te odio!
La voz de Susana se escuchaba hasta el pasillo de los lujosos departamentos. Mientras esperaba el ascensor Terry cerró los ojos esperando que ella no apareciera.
- ¡Maldita sea! - masculló, y dio un largo trago a la botella de whisky que había tomado al salir - ¡Esto tiene que acabar!
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Algunos ruidos que parecían lejanos despertaron a Candy. Un poco confusa, trato de agudizar el oído para saber de donde provenían. Se levantó de un salto al comprobar que venían de la recámara de su hija. Corrió hacia la habitación y conforme se iba acercando escuchó a alguien murmurar en ese lugar. Cuando abrió la puerta, se encontró con la silueta de Terry arrodillada al lado de la cama de su pequeña.
- ¿Qué haces aquí? - le dijo, molesta.
- ¿Qué crees que hago? Dando las buenas noches a mi hija.
Candy lo miró furiosa.
- Bajá la voz- le pidió conteniendo todo su enojo - ¿Te has dado cuenta de la hora que es? - murmuró, señalando el reloj - ¡Son más de las tres de la madrugada!
- Tengo derecho a estar con ella- respondió en voz baja.
- Sí, lo tienes- Candy se acercó a él - ¡Pero no a esta hora y oliendo a perfume femenino corriente y a whisky barato!
- ¡Cállate! - ordenó, jalándola con fuerza por el brazo.
- ¿Papá?
Ambos se miraron sorprendidos. Candy se zafó de su agarre y fue al lado de su pequeña a abrazarla.
- Sí, mi amor, aquí estoy- le respondió arrodillándose al lado opuesto de donde se encontraba Candy.
- ¿Estás enojado? - Candy le lanzó una mirada llena de ira.
- No cariño, estoy feliz de verte- La niña los observó a los dos. Terry le sonrió.
- ¿Te duermes conmigo?
- No, hija- intervino Candy -Tu papi está cansado y ya se iba a ir a dormir, sólo pasó a darte las buenas noches.
- Pero yo quiero que se duerma conmigo- sollozó la niña.
- No llores, querida- le dijo Terry, acariciando su suave mejilla -Me quedaré contigo si es lo que deseas.
- ¡No! - exclamó Candy, con firmeza.
- Claro que me quedaré con ella- sonrió, sus ojos eran fríos y desafiantes -Porque mi nena me lo pide ¿Verdad, cariño?
- ¡Sí! Yo quiero dormir con mi papito.
Candy sintió como muy a su pesar la niña era quitada de sus brazos. No podía evitar sentir un profundo odio hacia él y la mirada llena de furia que le dirigía la delataba. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza para que las lágrimas que pujaban por salir no lo hicieran delante de su hija.
- Ahora- continuó él, una vez que tuvo a la pequeña entre sus brazos -Queremos dormir y contigo aquí no podemos hacerlo. Puedes irte ya.
- ¡No!
- Vete, ahora- exigió bruscamente.
Candy se dirigió a la salida dando pasos en reversa sin dejar de verlo.
- Dile hasta mañana a mamá, hija- le pidió a la niña mientras la acurrucaba en su regazo.
- Hasta mañana, mamita- se oyó la delgada voz de Eleonor.
Candy tragó saliva antes de contestar. Sentía un nudo en la garganta tan grande que ese simple reflejó le dolió como si le cortarán el cuello.
- Descansa, mi cielo- artículo por fin.
Una vez que salió de la recámara caminó a su habitación a paso tambaleante. Cuando llegó, cerró la puerta con cuidado y se dejó caer en el piso apoyada en la pared. Lloró desconsoladamente. Se acercó a su cama y tomó una almohada para ahogar el sonido de su llanto.
- ¡Candy! - Annie entró a la habitación y se asustó al ver a su amiga llorando amargamente - ¿Qué ha pasado? ¿Qué tienes?
- Annie- dijo, apenas con un hilo de voz - ¡No puedo más, no puedo más!
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Me levanté con los ánimos renovados. Después de haber pasado las dos semanas más tensas de los últimos años, el haber estado con Annie había sido el bálsamo milagroso que necesitaba mi vida para volver a ser normal. Y no tan sólo eso, el saberla mi prometida, me daba nuevos bríos para querer ser mejor hombre. Mejor para ella.
Sabía que se había alojado en casa de Candy, así que quedé de ir por ella al cabo del medio día. Después de preparar una taza de café, me asomé a la ventana. Generalmente, a esas horas, el incesante ruido del ir y venir de empleados en la casa de Ardley, era habitual en una mañana de sábado, debido a que se preparaba todo para la fiesta nocturna, pero ese día todo estaba en completo silencio. No había ningún movimiento. Curioso, salí al pórtico y di un vistazo.
Media hora después me dirigí a casa de Albert. Una vez que llegué toqué la puerta y el mayordomo de gesto serio salió a atenderme.
-El señor Ardley en este momento no puede atenderlo, pero le diré que vino.
- Escuche- le dije molesto -Es la tercera vez que vengo esta semana. Dígale al señor Ardley que, si no desea que le moleste más, simplemente me lo diga.
Me di la vuelta bastante enfadado. Me encaminé hacia mi casa con el ceño fruncido y muchas interrogantes ¿Qué diablos le pasaba a ese tipo? Hasta dónde yo sabía, la última vez que hablamos habíamos quedado bien. Tal vez, el haberme mostrado sentimientos lo hacía sentir vulnerable conmigo pero ¿acaso no le había demostrado que era su amigo?
Cuando llegué a la verja de salida vi a un hombre asomado sigilosamente. Se me hizo muy extraño verle ahí y de esa forma tan sospechosa. Conforme me iba acercando pude ver que hacia algunas anotaciones en una minúscula libreta. Por un momento pensé que era un policía, pero su inconfundible lápiz en el sombrero me indicó que era un periodista.
- ¡Ey! Amigo, ¿Es usted amigo de Ardley? - me preguntó cuando estuve lo suficientemente cerca.
- ¿Quién es usted?
- ¿Es verdad que ya no celebrará más fiestas aquí? ¿Qué sabe de su conexión con el tráfico de alcohol? - volvió a cuestionar ignorando mi pregunta.
Tras de mí escuché pasos que se acercaban a toda prisa. Un par de hombres de la seguridad de la mansión venían corriendo hacia mí. Abrí los ojos asustado. Cuando los vi frente a mí, abrí la boca para hablarles, pero pasaron de largo. Volteé a mirar su rumbo y escuché como el reportero lanzando una maldición salió corriendo calle abajo. Me asomé a ver en el preciso instante en que era atrapado por uno de ellos.
- ¡Señor Cornwell!
El mayordomo que me había recibido apenas unos instantes se acercó a mí. Me dio un ligero jalón hacia él separándome de la puerta de entrada.
- El señor Ardley, le invita a cenar mañana- dijo de forma casual, restándole importancia al evento que acababa de presenciar.
- ¿Qué? ¿Mañana? - contesté, confuso.
- Sí, a las siete.
Asentí con la cabeza. Hizo una ligera venía y se dio la vuelta sin darme oportunidad de preguntarle que acababa de ocurrir.
Fijé mis ojos en su espalda al verlo marcharse. Cuando lo perdí de vista, vi que de la mansión salían George, Martin y un hombre que no reconocí e iban rumbo a los estacionamientos. Por un momento pensé que era Albert al ver el porte y su altura, pero este sujeto tenía el pelo castaño, barba y sus ojos estaban cubiertos por unos anteojos oscuros. No vi a Albert, pero noté que dentro del carro que montaban había una persona adentro, quizá era él.
Los tres hombres de subieron y detrás de ellos salieron otros dos autos más. ¿Quién era ese hombre tan parecido a Albert? ¿Acaso tendría un hermano? Salí del lugar y no vi ni rastros del reportero ni de los dos hombres que salieron tras él.
Llegué nuevamente a mi casa con la cabeza hecha un lío. Vi el reloj y eran pasadas las diez de la mañana. Decidí que antes de buscar a Annie, me vendría bien ir la ciudad y comprarle un anillo de compromiso digno de ella. No quería esperar mucho para verla. Necesitaba el respiro y el alivio que su sola presencia me podía dar.
