Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.
Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.
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Capítulo 15
Tres autos llegaron al sencillo restaurante "The Pony's Hill" del barrio Marble Hill en Manhattan junto al condado del Bronx.
Albert, George y Martin habían escogido ese lugar por su ubicación estratégica entre ambos condados. La seguridad que otorgaba Manhattan y el ambiente de negociación que daba el Bronx. Además, porque conocían a la dueña del lugar que era de su entera confianza.
Del singular sitio era propietaria una regordeta mujer entrada en años que aparte de atender ese lugar solía recoger niños de la calle para darles asilo y comida. Pony, como solían llamarla todos, era oriunda de Michigan y había sido la mujer de un ministro presbiteriano generoso y compasivo.
Sucedió que después de terminar un servicio en su comunidad, el matrimonio iba de vuelta a su casa cuando cuatro hombres los asaltaron pensando que llevaban una gran cantidad de dinero en ofrendas. Cuál fue su sorpresa al ver que sólo eran unas monedas y lo demás era comida y ropa usada que la pobre congregación les daban para subsistir. El ministro Cartwrigth reconoció a los hombres como asistentes ocasionales a la iglesia y, al verse descubiertos, lo mataron sin piedad delante de su esposa que llevaba a su recién nacido en brazos. De manera milagrosa, la dejaron ir con la condición de que se fuera del lugar y no volviera más.
La asustada mujer aún sin conocer a nadie huyó hacia Nueva York. Tuvo que dormir en la calle con su retoño y por más esfuerzos que hacía para conseguir empleo nadie le daba una oportunidad. Sin trabajo para subsistir, la falta de alimento la debilitaba cada día más. Lamentablemente el duro invierno hizo mella de su salud y la de su hijo el cual se vio grave por la desnutrición y falta de calor.
Una noche, mientras creyó que todo estaba perdido, una monja llamada María la encontró casi inconsciente a las puertas de una iglesia; con ayuda de algunos hombres la llevó a ella y al bebe al convento donde vivía. Pony se pudo recuperar, pero por el pequeño no pudieron hacer nada y murió a los pocos días de ser encontrados. Tanto fue el dolor de Pony por la pérdida de toda su familia que, por un tiempo, su mente evadió toda la cordura que le quedaba y estuvo divagando en la locura. Afortunadamente, con los cuidados de María se pudo sobreponer poco a poco. Una vez recuperada, Pony se dedicó en el convento a cuidar de los huérfanos y pobres, entre los cuales, en algún momento, se encontró Candy.
Albert la conoció por Martin, ya que el doctor asistía constantemente al dispensario a curar a algún niño que se veía grave. Por supuesto, todo lo hacía sin costo alguno pues conocía la labor de las religiosas. Con el fin de tuvieran una ganancia extra, Martín llevó a Pony para que lo ayudara con la limpieza de la casa donde convaleció Albert durante la amnesia. La mujer rápidamente se encariñó con el muchacho y le brindó más que un servicio doméstico. Lo cuidaba con paciencia y le animaba cuando se sentía triste o desesperado.
Después de que se recuperara y empezaran a levantar los negocios, Albert por el aprecio que le tenía le pidió que dejase de trabajar y se fuera a vivir bajo su cuidado. La anciana acostumbrada a salir por ella misma rechazó la oferta, sin embargo, le pidió que le apoyara en sacar adelante su pequeño restaurante en Manhattan para así poder no sólo subsistir, si no también poder seguir con su labor de ayuda a niños sin hogar. Albert, no dudó en darle eso y más.
Cuando llegaron, Pony le saludó de manera afectiva, tomó el rostro de Albert entre sus manos con cuidado para no maltratar el disfraz y le dio una bendición, pues sabía la clase de reunión que iba de acontecer y los peligros que ella implicaba.
- Que Dios este contigo, hijo.
- Gracias, Pony- tomó las manos de la anciana y las besó.
- Pony- le habló, George -Sabes qué hacer en caso de que las cosas se salgan de control. No dudes en irte lo más rápido posible.
- Lo sé, señor. Aunque sabe que si es necesario daré batalla por mi muchacho.
- No, Pony, por favor, no te quiero en riesgo. Prométemelo- le suplicó Albert.
La mujer asintió y le guiñó el ojo. Los tres hombres pasaron a un cuarto que se encontraba a un costado de la cocina, mientras una docena de hombres armados situados estratégicamente de manera discreta, esperaban afuera del lugar.
Al cabo de cinco minutos un auto aparcó en el lugar. De él bajaron cinco hombres también armados. Martin salió a su encuentro y sólo dos de ellos entraron al restaurante.
- Es un gusto volver a verlo, señor Martín. Le agradezco la brevedad con que concertó esta cita con su jefe - dijo un hombre moreno y robusto, vestido de traje negro y sombrero.
- El gusto es mío, señor Capone- le saludó -Vamos, el señor Ardley le espera.
Uno de los hombres de la comitiva de Albert les cató antes de entrar cerciorándose que no llevarán armas. Con un gesto de aprobación con la cabeza le indicó a Martin que estaban limpios.
Cuando entraron al lugar de reunión, (el cual tenía buena iluminación natural y dos puertas de salida) Albert estaba de espaldas mirando por la ventana fumando un habano.
Se giró al oír el sonido de la puerta cerrarse y se encontró de cara con un hombre rechoncho de aspecto jovial. Fue hasta que se quitó el sombrero que pudo apreciar la cicatriz en su mejilla izquierda, la cual era la causa de su mote de "cara cortada".
- Señor Ardley- se acercó a saludarle extendiendo la mano, Albert se la estrechó inmediatamente.
- Señor Capone.
- Le agradezco mucho que me reciba- le dijo con un leve acento italiano.
Albert sonrió bajo la abundante barba castaña.
- Le presento a George, mi consejero.
- ¿George?... ¿Sólo George? - dijo el hombre, mientras estiraba la mano.
- Sólo George- Sonrió al tiempo que saludaba al recién llegado.
- Este es Freddy - señaló - También sólo llámenlo Freddy.
Freddy era un joven con cabello castaño y baja estatura, pero no por ello parecía el tipo de hombre que pudiera perder en una pelea. Su porte rudo y bravío imponía respeto. Acompañaba a Capone más como su guardaespaldas que como su consejero, aunque algunas veces se tomaba la libertad de opinar y el capo en ocasiones tomaba en cuenta su opinión. Ciertamente, tenía la cabeza más fría que su jefe y aunque en muchos puntos no estuviera de acuerdo, respetaba su jerarquía.
Ambos hombres después de ser presentados dando el debido respeto a la figura que representaba Albert, fueron invitados a sentarse en la mesa donde habían dispuesto agua, pan, aceite de oliva, frutas y whisky.
- Pues usted dirá, señor Capone ¿en qué puedo ayudarle?
- Señor Ardley, hace poco me enteré que usted hará inversiones con los Andrew de Chicago.
- Así es.
- Verá, señor Ardley, me he enterado de buena fuente que los Andrew planean deshacerse de mí para darle mi territorio al hijo menor de Leagan, Neal.
- ¿Neal Leagan? Pero si él es el jefe del Clan Andrew- dijo George, sorprendido.
- ¿Ese niño tonto? ¡por Dios, George! Todos saben que lo tienen en ese puesto sólo de parapeto. La cabeza de los Andrew en realidad son Douglas y Robert. Los otros dos, Ian y Kirk son sólo unas palomillas volando alrededor de la luz. Se limitan a apoyar las locas imposiciones de ese par- exclamó, Capone.
- ¿Por qué cree usted que lo quieren eliminar? - preguntó, Albert.
- Bueno, el barrio en el que me muevo es muy amplio y poderoso a pesar de ser de los de más baja calaña. Da muy buenas ganancias, el alcohol se mueve como el agua de los grifos. Verá, desde que dejé de trabajar con Torrio, ese ha sido mi territorio. ¡Y estos merdas de escoceses me lo quieren quitar! Y lo que es peor ¡Me quieren muerto!
- ¿Cómo se enteró de este plan? - intervino, George.
- Un amigo mío es hermano del chofer de los Andrew, y me han informado. Ellos hablan delante de él mientras los lleva de un lado a otro. También me ha dicho que planean asesinar a uno de los suyos, un tal Ernest. Si son capaces de eliminar a uno de su sangre ¿qué no serán capaces de hacer?
Albert se contuvo para no hacer ningún gesto ante esa declaración. Ahora no le cabía duda que ellos habían matado a Malcom y si planeaban matar a Ernest, con seguridad la siguiente en la lista sería la tía Elroy.
- ¿Qué tipo de ayuda quiere de mí, señor Capone?
- Señor Ardley, aunque me cuido de esos malandrines para que no me maten, sé que pueden hacerlo en cualquier momento y, de cualquier manera. Pero lo que más me preocupa es que utilicen otras armas para deshacerse de mí, recuerde que son dueños del Banco de Chicago y gozan de muchas influencias. Solicito su apoyo, no sólo en Chicago, si no también aquí en Nueva York. Le vengo a pedir que me permita entrar en la distribución en esta ciudad bajo su cargo. Si usted me permite entrar al negocio aquí, verán que tengo su patrocinio y me dejarán en paz por un rato.
Albert, George y Martín intercambiaron una rápida mirada.
- ¿Estar bajo mi cargo? - Albert se llevó una mano al mentón y se frotó levemente la falsa barba - ¿Qué está dispuesto a dar a cambio?
- Diga usted que quiere de mí. Estoy dispuesto a darle lo que usted me pida.
Albert se levantó de su asiento y caminó hacia la ventana. George se acercó a él. Le dijo algo al oído. Y Albert respondió de igual manera.
- ¿Bronx? - susurró, George.
- Sí, pide seguridad para mis tíos y fidelidad absoluta.
- Muy bien- George le lanzó una mirada a Martin y ambos asintieron con la cabeza.
- Señor Capone- continuó George -Le daremos la oportunidad de trabajar en Nueva York bajo nuestra protección.
- ¡Gracias, señor Ardley! - Albert, asintió con la cabeza.
- Se hará cargo del barrio del Bronx.
- ¡Del Bronx! ¡Señor Ardley! pensé que a lo mucho me daría mi viejo barrio de Brooklyn, pero ¡esto es más de lo que esperé!
- Muy bien, si es más de lo que esperó sabe que está en completa deuda con el señor Ardley- dijo George -Y lo menos que esperamos de usted es su absoluta fidelidad.
- Completamente.
- Es por eso que le haremos una encomienda. Esperamos contar con usted.
- ¡Por supuesto! ¡Lo que ustedes pidan!
- Queremos que le dé protección a Ernest y Elroy Andrew.
- ¿Cómo?
- Al- le habló Martin -No necesitas saber las razones.
- Conviértase en su sombra- continuó, George -Encomiende a algunos de sus hombres a que los sigan día y noche. Una vez que los Andrew sepan que está bajo nuestro amparo, se olvidarán de eliminarlo y podrá seguir enterándose de sus planes, los cuales queremos saber.
- Muy bien- acepto Capone ante la mirada fija de Albert.
- Si algo les pasa, aunque sea un rasguño, se acaba la protección- dijo de pronto Albert -Y por los consiguiente su participación aquí en Nueva York. En sus manos está la seguridad de estas dos personas.
- No se preocupe, señor Ardley. Sé hacer muy bien este tipo de trabajos.
Albert asintió nuevamente.
- Por lo del negocio de Chicago, despreocúpese. Le diré a los Andrew que lo necesito ahí para mis propios intereses.
- Le agradezco, señor Ardley.
- Estaremos en contacto a través de Martin, aunque algunas veces se verá conmigo para que me informe acerca de la encomienda que se le ha hecho- concluyó George.
- Martin ¿Puedes acompañar al señor Capone a Bronx para que le muestres las áreas de distribución?
- Por supuesto- contestó - ¿Al?
- Señor Ardley, permítame reiterarle mi agradecimiento y mis respetos- dijo, mientras extendía la mano hacia él.
- Estaremos en contacto- dijo Albert por despedida.
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Terry abrió los ojos lentamente al sentir que alguien lo miraba fijamente. Los cerró nuevamente y sonrió tras haber comprobado que la mirada verde de su hija se posaba en él.
La pequeña extendió su mano y comenzó a acariciar su rostro mientras musitaba una canción infantil. En tanto disfrutaba de las caricias de su hija, un dejo de remordimiento le punzó en el pecho por lo que había sucedido la noche anterior.
- ¿Papi?
- ¿Sí? - le dijo, aún con los ojos cerrados.
- Quiero agua.
Sonrió. Abrió los ojos y recorrió con su mirada la habitación en busca de alguna garrafa con agua. La localizó en una pequeña cómoda. Cuando intentó levantarse sintió un dolor que le atravesó la cabeza debido a la resaca. Muy a su pesar se incorporó y fue hacia el mueble a servirse y se tomó un vaso de un sólo golpe; luego le sirvió un poco a la pequeña y se lo llevó a la cama. La niña bebió un poco mientras observaba a su padre acostarse nuevamente junto a ella frotándose las sienes.
- ¿Papi?
- ¿Sí?
- ¿Por qué estás vestido?
- Porque de la alegría que me dio que me pidieras que me durmiera contigo, ya no quise cambiarme para no separarme ni un minuto de ti- le dijo, haciéndole cosquillas en las costillas. Eli rio divertida.
- ¿Entonces ya no estás enfadado? - le preguntó entre risas.
- ¿Enfadado? No ¿por qué lo dices?
- ¿Mami hizo alguna travesura?
- ¿Eh?
- Ayer le hablaste a mami como cuando me reprenden cuando hago una travesura.
La risa de Terry desapareció de su rostro al ver en los ojos de la niña un atisbo de preocupación y tristeza.
- No cariño, tu mami no hizo ninguna...- no pudo terminar la frase al ver como Eli cambiaba su expresión a una amplia sonrisa -Yo a tu mami la quiero mucho, al igual que a ti- le dijo, atrayéndola hacia sí. Terry la abrazó y besó sus castaños cabellos como los de él.
Candy entró en ese momento y vio la escena con molestia. Se miraron brevemente, ella desvió su vista a la niña, ignorándolo por completo.
- Buenos días, cariño- saludó a la pequeña.
- ¡Hola, mami!
- ¿Cómo durmió mi ángel?
- Muy bien, papi durmió conmigo.
Candy esbozó una sonrisa forzada.
- Muy bien, pero ya es hora de levantarse.
Terry le dio un beso a la pequeña y la soltó de su abrazo para que Candy pudiera llevársela.
- ¿Mami?
- Dime.
- Papá te quiere mucho, ¡me lo acaba de decir!
Ambos se quedaron fríos ante las palabras de la niña. Candy frunció el ceño y le lanzó una mirada de reproche a su esposo.
- Vamos Eli, se está haciendo tarde ¿Quieres ducharte en la bañera de mi alcoba? ¡Le podemos echar burbujas! Y después desayunamos con la tía Annie en el jardín ¿Qué te parece?
- ¡Sí!
- ¡Pues vamos!
Terry apoyado en un codo siguió la escena en silencio. Cuando Candy y Eli salieron de la habitación se dejó caer nuevamente en la cama y se llevó las manos al rostro.
- ¡Maldita sea! ¿Qué estoy haciendo?
Se quitó las sábanas de un golpe y se condujo hacia el baño de la habitación.
- Tengo que acabar con esto hoy mismo- pensó, mientras se desnudaba para tomar una larga ducha.
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Cuando llegué a la casa de los Grandchester se respiraba un ambiente tenso.
Candy, Annie y la pequeña Eleonor estaban en el jardín tomando una bebida para menguar el sofocante calor que se sentía y, aunque Terry estaba en su estudio repasando el guion para su próxima obra, su sola presencia en la casa era suficiente para que las chicas estuvieran con los nervios de punta.
- ¿Cómo se llama la obra en la que trabaja Terry ahora? - pregunté.
- "El burlador de Sevilla"- contestó Candy, con una falsa sonrisa - Irónico ¿no?
- Sí, bastante- dije, arqueando las cejas.
Aprovechando que Candy se había ido a contestar una llamada, Annie me contó brevemente el episodio de la noche anterior. Terry había llegado en la madrugada borracho y se había ido directamente a la habitación de Eli. Candy sufrió un colapso nervioso después de que él prácticamente la había echado de la alcoba y se había quedado a dormir con la niña.
- Estoy hecha polvo- me dijo Annie, recargando su cabeza en mi hombro -He dormido muy poco, se la pasó llorando casi toda la noche- le di un beso en la frente y le tomé la mano para acariciarla.
- Entonces ¿no le has contado nada?
- ¿No me ha contado qué? - Preguntó Candy, que regresaba con una empleada para llevarse a Eli a su siesta y otra garrafa de limonada.
Miré a Annie para saber si estaba de acuerdo en que le contara, sonrió y asintió con la cabeza.
- Le he pedido a Annie que se case conmigo.
- ¡¿De verdad?!- gritó Candy, con entusiasmo - ¡¿Y qué le has respondido?!
- Qué... ¡Sí!
Candy aplaudió y nos abrazó a ambos al mismo tiempo con efusividad.
- Mi primo querido y mi mejor amiga ¡No saben lo feliz que me hacen! - nos susurró con lágrimas en los ojos.
- ¡Oh, Candy! ¡No llores! - le dije.
- Lo siento, es que estoy muy emocionada por ustedes- sonrió, limpiándose las lágrimas.
- ¿Qué sucede? - al escuchar la voz de Terry noté la tensión que se hizo inmediatamente en el gesto de Candy. Frunció el ceño y se dio la vuelta para evitar mirarlo.
- ¿Eh? Nada, le dábamos a Candy una noticia.
Terry nos miró y con un gesto en los ojos me incitó a continuar.
- Annie y yo nos hemos comprometido.
- ¡Oh! - No se sí fue por la resaca o por el evidente enojo de Candy, que esa fue su única respuesta. Me sorprendió aquella escasa expresión, pues esperaba alguna broma de mal gusto o una grosería de su parte.
- Candy, necesito hablar contigo- continuó.
- No es un buen momento.
Annie y yo nos miramos son cierta incomodidad.
- Será mejor que nos vayamos, Annie- le dije, Candy nos retuvo al instante en que intentábamos huir.
- ¡Oh, no! ¡Claro que no se irán! ¡Tenemos que hacer un brindis por ustedes dos!
- Candy- Annie se acercó a ella y le tomó las manos -Quizá es mejor que nos vayamos para que hables con Terry. Además, Archie y yo habíamos planeado hacer algunas cosas.
Suspiró resignada, mientras Terrence, muy raro en él, observaba en silencio.
- De todos modos, tenemos que celebrar- insistió.
- Lo haremos, pero no hoy querida- le dijo mi novia, con un tono tranquilo.
- Escucha Archie, pueden quedarse si gustan, pero si deciden irse pasa antes por mi estudio para que te dé la invitación para el estreno de la obra de teatro.
- ¡Oh! Muchas gracias, con gusto iré. ¿Cuándo es?
- En un par de semanas.
- Perfecto.
- ¡Eso es! Ese día podemos celebrar- se entusiasmó, Candy.
- ¿El día del estreno? - pregunté.
- ¡Claro! almorzaremos juntos, después al teatro y cerramos el día con una cena en el Plaza. No se preocupen déjenme a mí, yo organizaré todo.
- Me parece una excelente idea, querida- aprobó Annie.
- Archie, tal vez quieras invitar al señor Ardley.
- ¿A Ardley? - Terry hizo una mueca de disgusto - ¿Por qué tendría que invitar a Albert Ardley?
- El señor Ardley es el mejor amigo de Archie aquí en Nueva York, seguro querrá compartir su alegría con él ¿No es así, Archie?
Por un segundo no supe que decir, sentí el leve apretón que dio Annie mi brazo y vi la mirada suplicante de Candy. Tragué saliva.
- Sí, si me lo permiten me gustaría invitarlo.
- Por supuesto- dijo Candy, evidentemente aliviada.
- En ese caso le enviaré una invitación también a él- aceptó nada convencido - ¿Le verás pronto?
- Sí, mañana en la noche.
- Vamos, te daré las invitaciones.
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El matrimonio Grandchester despidieron a sus amigos en la puerta de su casa. Una vez que se fueron, Candy se giró para irse, pero él la detuvo.
- Espera, tenemos hablar.
- No, en este momento no quiero hablar contigo.
- ¿Entonces, cuando?
- No lo sé.
- ¡Por Dios, Candy! tenemos que solucionar esta situación- le dijo bruscamente, jalando su brazo.
- ¡Suéltame! - se zafó de su agarre -Yo sé cómo se solucionará esta situación.
- ¿Así? ¿Cómo?
- Disculpe, señor- se escuchó la solemne voz del mayordomo -Tiene una llamada.
- Ahora, no- gritó.
- Han insistido mucho, señor.
- ¡Dile qué...!
- Dile que el señor la atenderá en un momento- interrumpió Candy y sonrió con un gesto irónico - Vamos Terry, no hagas esperar a tu novia.
Sin más se dio la vuelta y se dirigió a su habitación. Entró al baño para refrescar un poco su cara, pues la sentía caliente por el altercado con Terry. Al mirarse en el espejo, se sorprendió al ver reflejado un rostro desencajado mezcla de enfado y dolor. Sus ojos estaban levemente hinchados y el ceño fruncido. Se sintió diez años más grande de lo que realmente era.
Escuchó el sonido de un auto marcharse y salió a asomarse por la ventana. A lo lejos pudo ver el vehículo de Terry alejarse a toda prisa. Sin pensarlo dos veces, se cambió rápidamente y llamó a una empleada.
- ¿El señor salió?
- Sí, señora. Salió hace apenas unos momentos.
- Está bien. Yo también voy a salir. La señora Eleonor vendrá por la niña y no la traerá hasta mañana. Por favor prepara su equipaje.
- Muy bien, señora.
- Dile a Steven que me pida un taxi.
Comenzaba a caer la tarde cuando llegó al lugar donde sabía se sentiría mejor. Al bajarse del taxi vio salir a su encuentro el objeto de su amor. Inmediatamente, corrió hacia Albert que la recibía con los brazos abiertos. Se aferró a él y comenzó a llorar.
- Tranquila mi amor, ya estás a salvo. Estás a salvo.
