Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.

Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.

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Capítulo 17

- ¡¿Pero qué demonios es esto?!

Douglas Andrew miró aquel mensaje con los ojos llenos de sorpresa. Sólo eran cinco palabras, pero fueron suficientes para hacer tambalear momentáneamente su estabilidad emocional. Arrugó furiosamente el papel que tenía entre sus manos.

- ¿Qué pasa? - Neil se frotó los ojos y miró al colérico hombre que estaba frente a él.

- ¿Qué es eso, Douglas? - Robert Leagan se acercó y le quitó el pedazo de hoja arrugada. Leyó y frunció el entrecejo, después se la pasó a Neal.

- Pero, ¿quién escribió esto? - preguntó el adormilado Neal a Douglas.

- ¡¿Cómo voy a saberlo pedazo de imbécil?!

- ¡Ey! Usted no me puede hablar así. Recuerde que yo soy el patriarca.

De un salto, Douglas llegó hasta donde estaba el insolente muchacho y lo levantó por las solapas de su chaqueta sacudiéndolo con violencia.

- ¡Jamás me vuelvas a decir algo así! - susurró cerca del rostro del joven - ¡Tú ostentas ese título porque yo te he puesto ahí, no porque te lo merezcas!

- ¡Papá, ayúdame! - suplicó.

- ¡Eres un desgraciado bueno para nada! - continuó -Y si no fuera por tu padre, estarías fuera del clan hace mucho tiempo. ¡Ya estoy harto de tus vicios y tus estupideces!

- ¡Papá!

Robert observaba la escena sin intervenir, y, aunque sabía que Neal se lo merecía, no le hacía muy feliz que Douglas tratara así a su incontrolable hijo. Un atisbo de rencor añejo, punzó en su pecho en ese momento.

- Douglas, déjalo... -intervino, por fin.

Con displicencia los miró a ambos. Douglas soltó a Neal de un empujón tan fuerte que lo mandó de espaldas hacia el suelo.

- ¡Contrólale la boca tu hijo o lo haré yo!

- Entiendo- repuso molesto -no volverá a ocurrir.

Robert miró a su hijo mientras se levantaba del piso y se reajustaba la ropa. ¿Cuánto más soportaría esto? Sabía que su hijo era un inútil, pero al final de cuentas era su hijo, y no estaba dispuesto a que -a su juicio- se le humillará de esa manera.

-Tus días están contados viejo soberbio- pensó.

- Neal- le habló, con un tono seco y la mirada furiosa -Ve a comer algo al restaurante- le ordenó. Sin chistar, obedeció rápidamente.

Después de que Neal salió del vagón, la tensión entre los dos hombres era palpable. Sin embargo, Robert hizo acopio de cordura, para no ahorcar a Douglas en ese mismo momento y continuó con el asunto del anónimo.

- ¿Crees que haya sido Ernest?

- ¿Quién más si no? Había parado sus locuras por un momento, pero veo que ahora que ha vuelto a reunirse con el consejo está aprovechando para molestar una vez más con el mismo tema.

- Tenemos que hacer algo entonces.

- Lo planeado. Esta misma semana manda a traer a la escoria esa de Capone y que lo haga.

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- De manera que también eres un policía- confirmó Ernest, mientras charlaba con Michael Sloan, el hombre que cuidaba de él por órdenes de Albert y el cual sería presentado a todos como asistente personal del anciano.

- Así es, señor- le respondió, mirándole por el espejo retrovisor.

- ¿Y cómo es que llegaste a involucrarte con alguien como Al Capone?

Michael, sonrió.

- Es mi amigo de la infancia. Prácticamente nos criamos juntos, pero escogimos caminos diferentes. Él es comerciante y yo, ya ve a lo que me dedico.

- ¿Comerciante? Vamos muchacho ¿no creerás eso?

- No sé a qué se refiere, señor.

- ¡Todo el mundo sabe que tú amigo anda en malos pasos!

- Sólo son rumores, nunca se le ha comprobado nada.

Ernest frunció el entrecejo. Ese chico sabía más de lo que fingía, pero era evidente que protegería a su amigo.

- ¿Y cómo es que llegaste a estar a cargo de mi cuidado?

- Al, me lo ha pedido como un favor para un socio especial, eso fue lo que me dijo. No sé más. Además, es una oportunidad de trabajo. En la policía nos pagan muy poco y nos dan la libertad de hacer algunos trabajos extras de seguridad. He pedido una licencia para dedicarme a su cuidado. Usted es un personaje importante en esta ciudad.

- Muy bien, esperemos que no sea mucho tiempo- concluyó, Ernest.

- "Espero que sea el tiempo suficiente para descubrir a los Andrew y su negocio de tráfico de alcohol tras su impecable nombre"- pensó Michael.

Michael Sloan no desaprovecharía la oportunidad que se le dio de trabajar como policía encubierto en el caso Andrew y el tráfico de alcohol. El que Capone le hubiera pedido cuidar de Ernest Andrew, le había caído como anillo al dedo. Cuando informó a sus superiores de la inusual solicitud, no dudaron en darle las facilidades necesarias para llevar a cabo la investigación. Al estar infiltrado directamente, le daría la ventaja de librar a su amigo de infancia de cualquier vínculo o acusación contra él. El pez gordo eran los Andrew y, tal vez, si ellos caían, podrían caer todos los líderes traficantes del país y, si eso pasaba, él en breve tiempo estaría besando directamente a la fama. Se imaginó a sí mismo publicado en todos los diarios "Michael Sloan, Héroe Nacional"

- Muchacho, hemos llegado- la voz de Ernest lo sacó de sus sueños de grandeza.

Aparcó frente al edificio del Chicago Bank perteneciente a la familia Andrew. Michael bajó con agilidad y rodeó el auto para abrir la puerta al anciano.

- Tengo entendido que estarás conmigo en todo momento- le dijo, mientras caminaban a las oficinas del consejo.

- Sí, es la orden que tengo, señor.

- Muy bien, ahora vamos a entrar a una reunión que ha convocado mi primo, Douglas. Yo antes no entraba con ningún asistente o secretario, así que lo más seguro es que se sorprenden y quieran echarte. No lo permitiré.

- Me parece bien. Sólo lo haré en caso de que usted me lo ordene.

- No lo haré.

Ernest y Michael llegaron hasta la sala de juntas del Chicago Bank. Cuando entraron, notaron la tensión que se encontraba en el lugar. Douglas, Ian y Kirk, se hallaban sentados en la larga mesa de madera de cedro, mientras Robert y Neal charlaban de pie. Todas las murmuraciones cesaron apenas lo vieron.

- Buen día, caballeros- saludó, con una inclinación de cabeza.

- ¿Quién es él? - preguntó, Kirk.

- Él es Michael, mi asistente- dijo señalando al muchacho que estaba detrás de él.

- Michael Sloan, señor- se presentó.

- ¿Desde cuándo necesitas un asistente? - le inquirió nuevamente, ignorando el saludo del joven.

- ¡Oh! Querido Kirk, desde que mis obligaciones son más que mis privilegios.

- ¿Obligaciones? ¿Qué obligaciones? - interrogó Ian con sorna y con el entrecejo fruncido.

- Bueno, las tengo y muchas. El haberme reincorporado al consejo me trae obligaciones extras aparte de atender mis empresas y mis acciones aquí en el banco. Así que no te extrañe la presencia de alguien de mi entera confianza para que me eche la mano.

Todos miraron al visitante con recelo. Michael, observó a cada uno de ellos discretamente. Su experiencia como policía, le indicaba que el líder de aquel grupo de hombres era el hombre de cabello cano y ojos azules que estaba en silencio observando.

- Ese debe ser Douglas Andrew- pensó - Y a sus costados Ian y Kirk Andrew- hizo la anotación mental- Y ese es Neal Leagan- miró al joven que estaba de pie con un aire aburrido viendo hacia la ventana. Recordó que, en alguna ocasión, lo había detenido por golpear a una prostituta hasta dejarla inconsciente y, aunque la demanda no paso a mayores por su influencia, a él nunca se le olvidó el rostro de aquel joven prepotente y estúpido.

- Ernest- por fin habló Douglas - Necesitamos hablar contigo de algo de suma importancia.

- Pues aquí me tienen- dijo, tomando asiento. Douglas miró con enfado a Ernest y luego al asistente.

- Despacha a tu asistente- ordenó.

- No, lo que quieran decirme tendrá que ser delante de él. Es de mi entera confianza- Douglas no pudo disimular su enojo.

- Ernest- intervino Robert Leagan- Lo que tenemos que hablar es sobre... El heredero.

- ¿El heredero? ¿Cuál heredero? - sonrió - ¿El verdadero o el impuesto por ustedes?

- Sabes muy bien que no podemos hablar de esto delante de nadie que no sea del consejo.

Ernest sabía que Robert tenía razón. Con una ademan con la cabeza asintió a Michael para que saliera del lugar.

- Mierda- pensó, Michael. Una valiosa oportunidad de conocer más a los Andrew se le iba.

- No te alejes, no tardaré- le dijo Ernest antes de que saliera. Michael asintió.

- ¿Qué es esto? - Preguntó al ver el papel extendido que Douglas puso delante. Con un poco de recelo lo tomó y leyó - No sé qué es esto- dijo dejándolo nuevamente en la mesa.

Douglas, lo miró impaciente.

-Hace sólo unas semanas tú jurabas que el muchacho estaba vivo. No me digas que no sabes nada de esto- le espetó, mientras con el dedo índice señalaba la misiva.

- Pues no sé nada de esto- respondió - Aunque de ser verdad, sería una estupenda noticia- dijo, con tono triunfante.

- ¡No juegues conmigo! - Ernest se levantó de su asiento, dando una sonora palmada en la mesa.

- No lo hago. Si tú crees que yo envíe este anónimo estas muy equivocado. Y tampoco tengo idea de quién pudo haber sido.

- Ernest- volvió a intervenir Robert - Es de vital importancia que sepamos quién ha enviado este mensaje. Quién haya sido, sabía que viajábamos en ese tren y que recibiríamos este papel en Pittsburg. Así que, si tú sabes algo es mejor que lo digas. Todos de alguna manera corremos peligro.

- Pero, ¿por qué? William murió en la guerra. Hasta dónde recuerdo, su cuerpo yace en la cripta familiar o por lo menos es lo que ustedes aseguran, como las únicas personas que vieron su cuerpo sin vida. Y yo he decidido creerles. No veo porqué habríamos de preocuparnos por esta broma de mal gusto.

Todos en el cuarto se pusieron tensos.

- Muy bien, te creemos Ernest- dijo Douglas, más calmo - Aunque yo no admito estas bromas. Quién haya sido, lo pagará muy caro.

- Estoy de acuerdo. Manténganme informado. Y si no hay otra cosa más que tratar me retiro. ¡Ah!, pero antes, quisiera informarles que ha llegado un aviso de una auditora del Departamento del Tesoro y he accedido a que la hagan. Empiezan mañana- sonrió al ver la expresión de sorpresa de todos los presentes.

- ¿Pero por qué has hecho eso? ¿Con la autorización de quién? - le interrogó Robert.

- Con la autorización que me da ser socio y miembro del consejo. Además, la familia Andrew está limpia de cualquier delito y mal manejo. No hay de preocuparnos ¿No es así?

La palidez en el rostro de todos los presentes, le indicó que había dado justo en el clavo. Sonrió para sus adentros.

- Fue un placer saludarlos, caballeros, me retiró ¡Michael! - llamó al joven.

Michael, se sobresaltó al escuchar su nombre. Guardo rápidamente su cuaderno de notas en el interior de su chaqueta y se colocó el sombrero en la cabeza. Tenía información valiosa. Había escuchado toda la conversación detrás de la puerta que dejó estratégicamente entre abierta.

- William, el heredero, ¿Quién es? - musitó para sí mismo.

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Albert quitó un mechón de cabellos rubios del rostro de Candy. Ella dormía plácidamente a su lado después de haber hecho el amor por segunda vez esa tarde. Mientras la miraba descansar, evocó los momentos que habían pasado en los últimos días. Sus bocas encontrándose con besos llenos de pasión; sus cuerpos desnudos rozando el uno contra el otro; los labios de Candy recorriendo su sensible piel; y sus propias manos acariciando cada parte de aquella diosa convertida en mujer. Escucharla nombrarlo cada vez que su cuerpo se agitaba deliciosamente al llegar a la cumbre del clímax, era la mejor melodía que había escuchado en su vida.

Había sentido claramente como crecían juntos en el arte amar. Era más que sexo. Era amor puro y sincero lo que sentían el uno por el otro. No le cabía duda que ella lo amaba igual que él. Con la misma medida.

Lentamente deslizó sus dedos encima de la suave y blanca piel de la espalda de Candy. Al sentir su tacto, ella se removió un poco en su lugar, pero no despertó. Albert sonrió al verla tan relajada y una punzada de orgullo masculino brotó al saberse el responsable del placentero agotamiento.

- Vamos, dormilona- le dijo, dándole pequeños besos en los hombros desnudos - Tienes que despertar.

Un sonido parecido al ronroneo de un gato brotó de la garganta de Candy y lentamente fue abriendo los ojos. Se encontró directamente con la luz de la tarde en su rostro. Bajó la mirada y vio a Albert que había descendido besándola lentamente por la espalda. Se retorció un poco al sentir el cosquilleo que le producía el roce de los labios sobre su piel.

- Albert, me haces cosquillas- soltó una risilla infantil.

- ¡Ah! ¡Ahí está! ¡Mi princesa ha despertado! - dijo, incorporándose para verla a la cara. Se recostó a su lado y besó sus labios lentamente - ¿Has descansado?

- Sí- sonrió - ¿Qué hora es?

- Van a dar las ocho- le contestó recargándose sobre su codo.

- ¡¿Las ocho?!- dijo, sorprendida -Por eso odio el verano. Por el calor y porque no te permite saber con certeza la hora. Todavía está muy claro el día para ser las ocho de la noche.

Albert miró hacia la ventana. El cielo apenas se empezaba a tintar de un tono rosa anunciando una pronta oscuridad.

- En cambio, yo lo amo- replicó mirándola nuevamente -Porque me permite ver tu bello rostro más tiempo a la luz del día. Podría mirarte eternamente con la luz del día.

Candy extendió su brazo y toco la mejilla de Albert. Él tomó la pequeña mano y besó cada uno de sus nudillos.

- No me quiero ir- dijo, con tristeza.

- No tienes por qué irte si no quieres.

- Pero lo tengo que hacer.

- Lo sé- contestó resignado.

Candy se incorporó y se acurrucó en su pecho, él la abrazó con fuerza, mientras le acariciaba su cabello blondo.

- He pensado dejármelo crecer- comentó al sentir los dedos del rubio deslizándose por la cabellera.

- Te ves hermosa de cualquier forma- la rubia esbozó una sonrisa- Candy, falta casi una semana para el estreno de la obra.

- ¿Sí? - se levantó para mirarlo a la cara.

- Sólo quiero confirmar, si estás segura de lo que vas a hacer.

- Por supuesto que estoy segura- le dijo con seriedad -Lo que más quiero es estar contigo.

- Y yo contigo, pero quería confirmarlo. Posiblemente después de que dejes a Terry, tú, yo y la pequeña Eleonor nos vayamos de viaje. Un largo viaje.

- ¿A dónde? - preguntó sorprendida. Albert le tomó el rostro entre sus manos.

- Eso, por el momento no te lo puedo decir. Pero confía en mí, por favor confía en mí. Te prometo que vamos a estar bien los tres y seremos una familia.

Candy lo miró perpleja. La súbita noticia la hizo sentir de pronto en un terreno pastoso, en el cual no se sentía segura. Albert miró en sus ojos la inseguridad y el miedo que la rodeo de repente.

- Si necesitas pensártelo, hazlo- le sugirió soltándola -Puedes tomarte todo el tiempo que desees.

- Albert, yo...

- No digas nada ahora- le interrumpió, esbozando una fingida sonrisa tranquila - Lo mejor es que nos veamos en el almuerzo y ahí me digas que es lo que has decidido. De todos modos, debes de saber que cualquiera que sea tu respuesta me iré a ese viaje y honestamente preferiría llevarte conmigo.

Candy asintió con la cabeza con un movimiento automático.

- Te amo- le susurró él- Te dejo para que te vistas.

Albert salió de la alcoba y cerró la puerta tras de él. Se recargó suspirando profundamente. Apretó los ojos al sentir una punzada de desilusión recorriendo su pecho.

- Ella, se quedará conmigo- pensó, tratando de animarse- Sí, se quedará conmigo.

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Douglas Andrew llegó a su gran mansión en Chicago. Inmediatamente después de entrar, el mayordomo se acercó a él y tomó de sus manos el sombrero y el portafolios; después, desapareció rápidamente y volvió a aparecer con una copa de whisky, la cual se la dio apenas estiró la mano. Aquel ritual estaba perfectamente ensayado a razón de haberlo hecho por años y años, sin prácticamente ninguna variante.

- La cena estará lista en un instante, señor- le anuncio, con solemnidad.

Douglas no contestó. Con paso seguro se digirió a su salón personal y se sentó en su sillón favorito. El mullido sillón de cuero negro le hacía sentir a gusto y relajado. Estiró sus largas piernas y echó un vistazo a la correspondencia que yacía en una charola dorada en una mesilla al lado del mueble. Dejó su copa, y comenzó a pasar una por una las misivas.

A su juicio, nada era tan importante como para verla en ese momento.

Después de dar un trago a su bebida, se levantó, y se dirigió hacia una vitrina para tomar un habano. Pasó el tabaco por sus fosas nasales antes de encenderlo, deleitándose con el intenso aroma amaderado. Mientras le daba la primera calada, dirigió su vista a un libro que estaba junto con la correspondencia. Lo reconoció como el libro que había llevado a su viaje. Dentro, había un diario doblado por la mitad.

Sacó la gaceta pensando en entretenerse un poco mientras esperaba la cena. Recordó que en ella había visto una noticia de su socio en Nueva York. Se instaló nuevamente en su asiento, y pasó las hojas de un lado a otro, echándole un vistazo a cada sección.

De pronto, sintió que el corazón le dio un vuelco; la respiración se le fue acelerando y tuvo la sensación de que el piso se abría a sus pies. Sus ojos estaban casi fuera de sus órbitas del asombro.

- No.…No puede ser- balbuceó.

Una gota de sudor frío bajó por su sien. Cerró el periódico de un golpe y lo arrojó al suelo presa del pánico que sentía recorrer su cuerpo. En un impulso provocado por el ataque de ansiedad que estaba experimentando, corrió hacia donde lo había arrojado y lo abrió nuevamente con avidez. Simplemente no podía creer la imagen fantasmagórica que veían sus ojos en la fotografía que mostraba aquel diario de Nueva York.

- ¡Dios santo! - susurró con angustia - Es...es... - tartamudeó, y sintió cómo las palabras se amontonaban en su garganta, de modo, que, por un momento, tuvo la sensación que dejaba de respirar, tragó saliva antes de poder decir: - Es... ¡William!

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