Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.
Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.
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Capítulo 18
Apenas abrió los ojos, trató de ubicar el lugar donde se encontraba. No era su habitación en su lujosa mansión; tampoco el salón donde recordó que estuvo consciente la última vez, antes de perder la conciencia. Las paredes blancas y el mobiliario de acero, le indicaron sin lugar a dudas, que se encontraba en el cuarto de un hospital.
- Pero ¿qué hago aquí? - pensó aturdido. Cerró los ojos nuevamente y abrió la boca para articular palabra, pero percibió la sequedad en ella, tanto, que le fue difícil tragar saliva.
- Agua- pidió, con voz débil.
Sintió como una mano se posó en su nuca levantando un poco su cabeza de la almohada. Cuando el líquido tocó sus labios, tomó con avidez de él.
- Despacio, toma sorbos pequeños.
Reconoció la voz de inmediato.
- Elroy ¿Qué ha pasado? - le preguntó, mirándola fijamente.
- Te han encontrado inconsciente en tu casa. La servidumbre llamó a una ambulancia y te han traído aquí. Has dormido toda la noche.
- ¡¿inconsciente?!- sorprendido, trato de incorporarse.
- Tranquilo- le dijo, tomándolo de los hombros para volverlo a acostar -Estás fuera de peligro. Aunque te harán unos estudios para saber exactamente que te ha sucedido.
Douglas suspiró pesadamente al recordar los eventos que habían suscitado su recaída. La fotografía en aquel diario de William Collen Andrew (o por lo menos alguien muy parecido a él), posiblemente, su hijo, William Albert Andrew, a quién creía muerto, fueron la causa de su incidente. ¿Acaso era posible? ¿O sólo se trataba de alguien muy parecido? Para colmo, el hombre de la fotografía era Albert Ardley, su socio en Nueva York.
- No es posible- musitó. Y sintió como su respiración se volvía a agitar nuevamente.
- ¿Qué no es posible? - preguntó Elroy, al ver el repentino cambio en el ritmo de su respiración.
Douglas la miró con los ojos muy abiertos. Con una expresión de miedo y confusión.
- ¿Qué es lo que sucedió, Douglas? ¿Por qué te has desmayado? - la anciana lo miró con preocupación.
- Elroy... ¡Es algo increíble! Will...
- Veo que ha despertado, señor Andrew- a sus espaldas, la voz masculina del médico en turno interrumpió su diálogo - soy el doctor Wells ¿Cómo se siente?
- Mejor- susurró.
- Bien, le haremos una serie de exámenes para descartar algún daño cardíaco. Es importante que de aquí en adelante trate de excitarse lo menos posible.
- Muy bien, doctor.
- Y dígame ¿Qué es lo que sucedió? ¿Sufrió algún tipo de impacto, una mala noticia repentina, algo que lo alterara?
- ¿Eh?
Elroy lo miró con expectación. En una fracción de segundo, Douglas pensó en las consecuencias de lo que pasaría si revelaba a Elroy la verdad acerca de su estado de salud. Si ella tuviera la más mínima sospecha de que William estuviera vivo, movería mar y tierra para encontrarlo y, sin duda, restituirlo en su posición como jefe del Clan Andrew. Y si eso sucedía, todos sus planes de riqueza y poder se vendrían abajo. Además de que, los negocios turbios que se ocultaban detrás de su buen nombre, quedarían al descubierto. No, eso era algo que para su conveniencia no podía permitir.
- Realmente no recuerdo bien que sucedió, doctor. Lo último que recuerdo es que estaba tomando una copa en lo que esperaba la cena; después de eso, no recuerdo nada más.
Elroy frunció el entrecejo al escuchar esa declaración, si su intuición no le fallaba, casi estaba segura que Douglas estaba a punto de confesarle algo importarte.
- ¿Le había pasado antes?
- No, doctor.
- Es extraño que le haya sucedido algo así sin un motivo aparente. Tendremos que hacerle esos exámenes inmediatamente.
- Muy bien, doctor, como usted diga. ¿Me puedo ir a casa? - cuestionó, mientras se levantaba.
- Preferiría que se quedara, señor Andrew- sugirió acomodándolo nuevamente en la cama.
- No, doctor, yo preferiría irme, por favor. Nunca había estado en un hospital y me pone muy nervioso. Comprenda.
El doctor Wells suspiró molesto.
- Está bien, señor Andrew. Pero mañana a primera hora tendrá que estar aquí para sus primeros estudios.
- Estaré aquí, sin falta- aseguró.
- Será mejor que haya alguien que lo cuide por el día de hoy. Señora Andrew ¿cree usted que pueda asistir a su familiar el día de hoy? Asignaremos a una enfermera para que la ayude.
- Sí, doctor.
- Muy bien. Pues lo veo mañana a primera hora.
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- Han picado el anzuelo, George.
- Me lo imaginaba.
- Ayer por la tarde me han llamado a una reunión. Y me han preguntado si he sido yo quién mandó ese anónimo.
- ¿Y qué les respondiste?
- Que no sabía nada, pero he visto el miedo en sus ojos, George. Sin duda, están intranquilos, tanto, que me han avisado que ayer por la noche, Douglas tuvo un desmayo y ha ido a parar al hospital.
- ¡Vaya! Douglas Andrew en el hospital ¿Quién lo iba a decir?
- Así es, increíble. Ahora mismo voy a su casa a enterarme que ha sucedido.
- Muy bien. Mantenme informado, Ernest.
- Así lo haré.
- Es importante que mantengas esa actitud ajena a ese asunto. Hoy podrías enviar el otro anónimo. Incluso, puede ser enviado a casa de Douglas.
- Si con el primero temblaron, con el segundo se sentirán acechados.
- Esa es la idea.
- Muy bien, George, así lo haré.
- Agradecemos tu colaboración, Ernest.
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Después de haber instalado a Douglas, Elroy volvió a su residencia para recoger algunas cosas para su estancia con el enfermo. La presencia de la enfermera que los acompañó y de los los Leagan en la mansión, le dio cierta tranquilidad para tomar el tiempo necesario para hacer un buen equipaje, y dejar en orden algunas cosas en su hogar.
- ¿Se ha marchado, Elroy? - Robert se asomó por la ventana del salón y asintió.
- Sí. ¿Qué es lo que te sucedió?
- ¡Robert! ¿Qué es lo que sabes tú de Albert Ardley?
- Lo mismo que sabemos los dos. Que es un hombre de negocios y el principal proveedor de licor de la costa Este y Oeste. Prácticamente tiene al país en un puño con ese negocio.
- ¿Y de su vida personal?
- Nada. A pesar de las grandes fiestas que daba en su casa, resulto ser un tipo bastante hermético. Rara vez se presentaba en alguna de ellas. Su identidad para la mayoría sigue siendo un misterio. ¿Por qué?
- Neal- se dirigió al muchacho ignorando la pregunta - Tú eres el único que lo ha visto en persona ¿Cómo es?
- Pues... - hizo un mohín tratando de recodar el aspecto de Ardley. No podía revelar ante los presentes que el día que lo conoció estaba bajo los efectos de estupefacientes y alcohol.
- ¡Habla! - Lo apresuró.
- Es un hombre mayor. Tendrá la edad de papá, tal vez un poco más joven. Con el cabello castaño y barba.
Douglas frunció el entrecejo.
- ¿Estás seguro que era él?
- ¡Claro! Yo mismo hablé con él y su secretario, un tal Smith.
- No puede ser...- murmuró. Sonó una campanilla y casi de inmediato se apareció el mayordomo en la puerta.
- Necesito el diario que ayer tenía aquí.
- ¿Señor?
- Sí, sí, el diario que estaba leyendo cuando me desmayé- dijo, impaciente.
El mayordomo abrió los ojos con asombro y preocupación.
- ¡No te quedes ahí parado! ¡Búscalo! Es un diario de Nueva York- gritó.
- Sí, señor, enseguida.
- ¿Qué pasa, Douglas? Me estas poniendo nervioso- le inquirió.
- ¿Señor? - el mayordomo apareció nuevamente en la puerta.
- ¿Lo has encontrado?
- Lo están buscando, señor. Tiene visita- anuncio inseguro.
- ¿Quién es?
- El señor Ernest Andrew y su asistente.
- Hazlos pasar- respondió con fastidio - ¡Y busca ese diario! ¡Lo quiero inmediatamente!
- Sí, señor.
Ernest entró seguido de Michael, el cual fue recibido con un gesto adusto por parte de los presentes.
- Robert, Neil- saludó a los invitados -Douglas ¿Cómo te encuentras? - Se acercó a él y le tendió la mano.
- Bien primo, gracias- respondió estrechándole.
- Señor Andrew, me alegra que se encuentre bien- dijo Michael. Douglas respondió con un asentamiento de cabeza.
- ¿Qué te ha sucedido?
- Un simple desmayo, Ernest. Posiblemente debido al cansancio por el viaje a Escocia.
- ¿Estarás bien?
- ¡Claro! Soy un hombre fuerte, pero el tiempo no pasa en balde. Mañana me harán unos exámenes, pero estoy seguro que estoy bien. Sólo estoy exhausto.
- Esperemos que así sea.
- Disculpe la interrupción- dijo, el mayordomo - El señor Ernest tiene una llamada al teléfono.
- ¿Yo? ¿quién es?
- Madame Elroy, le busca.
- Enseguida voy. Si me disculpan- Ernest salió de la habitación y Michael detrás de él. Mientras esperaba que Ernest tomara la llamada, estratégicamente se quedó cerca de la puerta, la cual dejó entre abierta.
- ¿Qué haremos con él? - preguntó Robert.
- ¿Han llamado a Capone?
- Sí, lo he llamado ayer. Lo cité para verlo hoy, pero debido a tu incidente...
- Dile que venga para acá. Quiero que quedé resuelto este asunto esta misma semana.
Agazapado del otro lado de la puerta, Michael tomaba notas mentales de lo que hablaban.
- ¿Así que quieren eliminarlo esta misma semana? ¡Tengo que hablar con Al! -pensó
- Neil, Tú te encargarás de vigilar que el trabajo de quitar del mapa a Ernest se realice, incluyendo a ese tonto asistente que no se le despega, también ocúpate de que haya suficiente mercancía como para acusarlo de tráfico; y tú Robert, te encargarás de llamar a la policía para que toda la culpa recaiga en Capone. Yo me encargaré de supervisar que el cargamento haya llegado para empezar la distribución. Es un plan redondo, no puede fallar.
- ¡Bingo! - Michael celebró en silencio aquella revelación - ¡Los tengo! - sonrió satisfecho - Llamaré a Al para avisarle cuanto antes de los planes de estos tipos, y también a mi jefe. Tengo que saber dónde será la distribución de ese cargamento de licor.
- ¿Todo bien, Michael? - el joven dio un respingo al escuchar la voz de Ernest.
- ¿Eh? Sí, señor, ¿se le ofrece algo?
- Tenemos que irnos. El auto de Elroy se ha averiado de un neumático y me ha pedido que vaya por ella. Se quedará unos días aquí a cuidar de Douglas.
- Cuando usted me indique, señor.
- Voy a avisar, espera aquí.
Cuando entró a la habitación, los murmullos de la conversación que tenían los tres hombres cesaron de inmediato.
- Me retiró por un momento- anunció -Elroy ha solicitado que vaya a su casa para traerla aquí.
- Muy bien- con un gesto de aprobación, todos asintieron.
- Espera Ernest, quisiera preguntarte algo antes de que te vayas- Ernest frunció el entrecejo.
- Tú dirás.
- Recuerdo que alguna comentaste que, en uno de tus viajes a Nueva York, habías asistido a una fiesta del señor Ardley.
- ¡Albert Ardley! - musitó Michael sorprendido.
- Así es- contestó Ernest, sintió como la sangre se iba a los pies.
- ¿Le conoces? Es decir ¿Le has visto alguna vez? - Preguntó, ante el asombro de Robert y Neal.
- No- habló, juntando toda su entereza para no dejar ver su nerviosismo -Sólo fui una vez y jamás le vi. Hay muchos rumores acerca de él. Y hasta donde sé, pocos le conocen personalmente ¿A qué viene esa pregunta?
- Nada. Curiosidad. En los días que pasamos en Nueva York escuchamos mucho de él. Sólo eso.
- Tendré que avisarle inmediatamente a George de esto- pensó, ansioso.
- ¿Por qué le has preguntado eso? - cuestionó Robert una vez que salió Ernest del salón.
- Tengo mis motivos, ya lo veras - expresó secamente - ¡Donde está ese diario! - gritó desaforado. Tocando con insistencia la campanilla. El mayordomo entró apresurado.
- Disculpe señor, pero no lo hemos encontrado. Tal vez se fue en el depósito de basura de esta mañana.
- ¡Encuéntrenlo! ¡O mañana mismo todos se largan de aquí!
- Sí, señor- Robert y Neal intercambiaron una mirada llena de confusión.
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Rumbo a la casa de Elroy, Michael se sentía nervioso y entusiasmado a la vez. Por un lado, había sido más fácil de lo que pensaba el obtener información; pero, por otro lado, los planes de aquellos hombres eran perversos. Tenían todo fríamente calculado para salirse con la suya. De no haber sido porque él estaba como infiltrado, seguramente sus planes se hubiesen realizado con éxito dejándolos bien librados. Además, estaba aquella mención de Albert Ardley... ¿Qué relación tenían con él?; Y también existía el asunto de aquel heredero: William Andrew. Sin duda, era un caso complejo.
- Señor ¿puedo ocupar su teléfono? - pidió Michael, una vez llegando a la mansión de Elroy.
- Sí claro, ocupa el de la biblioteca.
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- ¿Al?
- No, soy Freddy.
- Freddy, soy Michael. Pásame con Al.
- Ha salido.
- ¿A dónde? Me urge hablar con él.
- Ha ido a la mansión Andrew.
- ¡Demonios!
- ¿Pasa algo? ¡Oh! Espera, tienes suerte, no se ha marchado. (Es Michael)
- ¡Mikey!
- Al, los Andrew quieren eliminarte.
- Eso ya lo sabía, Mikey.
- No, escúchame, ellos van a pedirte que te deshagas de Ernest Andrew; lo que pretenden es que mientras realizas el trabajo, llamarán a la policía para que te sorprendan in fraganti en la tentativa del homicidio. Además, planean poner cajas de mercancía para que te acusen de traficante.
- Ya veo. ¡Esos malditos! ¡Los mataré con mis propias manos!
- Escucha Al, tienes que controlarte ¿Entiendes? Pon atención a todo lo que tengan que decirle y finge obediencia. No pierdas detalle. Esta noche te llamó o voy a verte.
- Muy bien. Gracias Mikey.
- Es una suerte que estuviera ahí para escuchar todos sus planes. ¡Nuestra liebre saltará primero, Al! No se lo imaginan siquiera.
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Albert estaba totalmente absorto mirando hacia el campo de béisbol. Tenía en su rostro una expresión que jamás le había visto. La de un hombre joven y común. En ese momento, no era Ardley el gran magnate, ni Ardley el hombre misterioso. Detrás de ese traje elegante, gafas oscuras y fino sombrero se encontraba simplemente Albert, el muchacho. Un muchacho apenas unos años más grande que yo.
- ¡A home! ¡A home! - gritó, y después hizo una mueca de disgusto al escuchar el "Out" implacable del ampáyer principal.
- ¡Diablos! - me dio un leve golpe en el hombro y se volteó a comentar con el alcalde algunos detalles de la jugada.
Nunca había estado en el palco de honor de un estadio. El "Polo Grounds" se abría espléndido ante nuestros ojos desde esa posición privilegiada. Albert me había contado que pronto construirían un estadio nuevo, en cuya obra estaba pensando invertir, el "Yankee Stadium".
- Es turno de Babe- Me dijo, y me palmeó la espalda. Asentí.
La verdad es que el juego no me atraía mucho, pero Albert me había pedido ir con él y no pude negarme. Él era un hombre solitario y, después de George, yo me consideraba su único amigo.
Babe Ruth señaló con su dedo índice hacia una posición en el cielo, y después acomodó su regordete cuerpo en posición para batear. Todos rieron por este ademán de vanagloria muy propio del jugador.
- ¡Vamos, Babe! - entusiasmado como un chiquillo, esperaba expectante por la jugada.
- ¡Ball! - Bramó el ampáyer. Murmullos de desilusión se escucharon en el palco.
Ruth siguió la misma rutina y todos aplaudieron animándolo.
Un golpe fuerte y seco se escuchó de pronto. El sonido que hace la madera chocando contra la pelota de piel, característico de un golpe certero.
- ¡Home run! - Gritó Albert y levantó sus brazos emocionado.
El alboroto que se armó en el estadio y el palco fue tal, que no pude evitar entusiasmarme y celebrar como si realmente me importara. Bajé mis manos hacia los bolsillos de mi chaqueta en busca de un pañuelo para secarme un poco el sudor causado por el intenso calor y, dentro, palpé un pedazo de papel que saqué discretamente.
- ¡La carta de Candy! - me dije - ¡Casi la olvido! - Annie me había hecho llegar un sobre destinado para Albert de parte de Candy, la cual, me pedía encarecidamente se lo entregara en calidad de urgente.
- Albert- le llamé, él seguía concentrado en el juego que continuaba.
- Dime, joven amigo- me respondió con una sonrisa, apenas mirándome tratando de no distraer mucho su atención de lo que acontecía en el campo.
- Olvidaba que tengo una carta para ti. Es de Candy- le dije sonriendo. De pronto, toda su atención estuvo en mí, y la expresión de su rostro cambio de relajada a una de preocupación e incertidumbre.
- Sí quieres te la doy des...
- No, dámela ahora- me urgió impaciente. Un poco consternado, la saqué de mi bolsillo y se la entregué en la mano, que temblaba ligeramente.
- ¿Estás bien? - pregunté. Asintió curvando levemente sus labios en un débil intento de sonreír. Giró su cuerpo hacia la vista que daba al estadio, y expulsó con fuerza el aire antes de abrir la carta.
Cuando sus ojos se posaron en aquella nota, todo en él fue cambiando de una manera increíble. Sus ojos brillaron como dos estrellas y una radiante pero discreta sonrisa pintó sus labios.
- "Hasta el fin del mundo"- murmuró- Gracias- me dijo, mientras guardaba la misiva en el sobre.
- De nada- le sonreí.
-Gracias- repitió y ya no estuve seguro que me agradeciera a mí.
Lo que haya sido que decía esa nota, lo alegró al punto de dejarlo a él en un estado de ensoñación envidiable y a mí, en un estado de curiosidad preocupante. Aunque algo dentro de mí, me decía que más pronto de lo que suponía, sabría que se refería ese pedazo de papel.
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Ya casi había oscurecido cuando Elroy había vuelto a la mansión Douglas Andrew. Ernest, le había dejado en el interior de la casa, y se había retirado rápidamente alegando que tenía cosas que hacer de suma importancia.
Una vez que se instaló junto con Daisy, (la nueva dama de compañía que Ernest le había asignado) bajó a la cocina a disponer de la cena para esa noche, según las instrucciones dietéticas dadas por el médico para su primo.
- ¿El señor Andrew todavía está en su salón particular? - preguntó al mayordomo, que en ese momento se cruzaba con ella en el recibidor de la mansión.
- Sí, Madame. Ahora mismo está reunido con unos caballeros y los señores Leagan - Respondió con solemnidad. Elroy frunció el entrecejo.
- El médico le ha recomendado reposo y lo primero que hace es desobedecerlo. ¿Qué acaso no piensa en su salud?
El mayordomo la miraba con un gesto impasible.
- ¿Puedo ayudarle en algo, Madame?
- Quería avisarle que la cena estará lista pronto.
- Si gusta yo puedo anunciarle la cena, iba para allá a entregarle esta carta que acaba de llegar y este viejo diario que solicitó con urgencia.
- No, iré yo misma a avisarle que pronto cenaremos, y de paso, echaré a quién quiera que esté ahí. Dámelo, yo le hago entrega. Mejor avisa que dispongan de seis lugares en el comedor. Supongo los señores Leagan se quedarán a cenar.
- Como usted ordene, madame. Con su permiso- con una leve venia, se retiró del lugar.
Al llegar a la puerta, los murmullos ahogados que se escuchaban del otro lado, le indicaron que había un considerable número de personas en el lugar. Alzó su mano para dar unos golpes, pero en ese momento, decidió esperar unos minutos más. Quizá, se fueran sin necesidad de despachar a quién sea que estuviera ahí adentro. Se dirigió a su habitación a esperar unos minutos.
En la alcoba, se encontró con Daisy que estaba concentrada arreglando algunas de sus pertenencias en el armario.
- En un momento termino, señora- le avisó.
- Está bien, Daisy. ¿Ya te has instalado tú?
- Sí, Madame.
- Muy bien.
Con curiosidad, observó la misiva que llevaba en las manos, y notó que se trataba de un sobre sin remitente, cuyo destinatario era Douglas Andrew. La dejó en la mesilla a un lado de su cama, y abrió el diario para distraerse un poco.
- Un diario de Nueva York... -dijo, lentamente fue pasando las arrugadas hojas una a una.
"La Mansión Ardley cierra sus puertas. No más fiestas"- ¿Ardley? Alguna vez escuché mencionar ese nombre...
Atenta, comenzó a leer la nota. A mitad de la misma, levantó su vista al reloj que estaba encima de una pequeña chimenea. Sólo habían pasado cinco minutos. Esperaría otros cinco más. Posó nuevamente su atención en el diario.
Cuando vio la misma imagen que perturbó a Douglas, el golpe que sintió en su pecho fue tan fuerte, que por un momento percibió que el corazón se le detuvo en ese instante. Se llevó la mano a la boca, conteniendo un gritó que ahogó en un sollozo.
- ¡Dios mío! ¿Es posible? – musitó, meneando la cabeza de un lado a otro - ¿Podrá ser posible? - comenzó a llorar sin quitar su vista de la imagen que estaba en el diario.
- ¿Señora? ¿Señora se encuentra usted bien? - Daisy, corrió a su lado.
- ¡Es William! Daisy ¡es mi William! ¡y está vivo! - aseguró con exaltación. Comenzó a reír entre sus gruesas lágrimas. La chica la miraba estupefacta sin saber muy bien que hacer.
- ¡Mi William! ¡Mi niño, está vivo! - continuó. Acercó el papel a su pecho y lo estrechó emocionada. Después de unos breves instantes, súbitamente se puso de pie.
- Daisy, ¡coloca todo en la valija nuevamente!
- ¿Madame?
- ¡Ve por tus cosas! ¡Nos vamos a Nueva York ahora mismo!
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