Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.
Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.
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Capítulo 19
En el horizonte, el cielo oscuro poco a poco comenzaba a tintar las luces de la mañana en perfectos tonos rosa y naranja. Hace mucho que no veía nacer un nuevo día, y un sentimiento de nostalgia invadió su pecho. Eran tantas las emociones que había experimentado desde la noche anterior, que el amanecer era lo único que le faltaba para dejar brotar los sentimientos que oprimían su pecho y, nuevamente, lágrimas silenciosas comenzaron a rodar por su rostro.
Desde que se había enterado que William Albert posiblemente estaba vivo, había emprendido una aventura que apenas creía que estuviera realizando. Al principio estuvo asustada, pero, de manera inesperada, la mujer que recordaba que era comenzó a salir nuevamente a flote: Elroy, la valiente; la inmutable; la fuerte; la matriarca de un poderoso Clan. Esa, la que se había anulado a fuerza de dolor y pérdidas.
Nunca tuvo hijos propios, pero aquellos a los que había criado con todo su amor los quiso como tal y, perderles, para ella significó morir en vida y tortuosamente lento. Primero tuvo que ver partir a Rosemary por una enfermedad mortal; luego a Anthony, en un desafortunado accidente de caballo; después, a Alistair y su absurda muerte en la cruenta guerra; y, por último, William Albert, quién por salvar a este último, acabó sus días en aquella explosión del tren, justo cuando venía de regresó a casa. De ellos dos nunca vio sus cuerpos, lo que hizo que el dolor fuera más insoportable, por no poder empezar el ciclo de duelo que da un funeral apropiado, pues sólo habían enterrado féretros vacíos. Y, sin un cuerpo sin vida que atestiguara que efectivamente habían fallecido, la ilusión de que un día cualquiera aparecieran en la puerta de la casa con sus radiantes sonrisas, hacía cada momento insufrible, tanto, que muchas veces deseo haber muerto junto con ellos para no tener que vivir cada día ante la eterna espera de un milagro.
Y al parecer, ese milagro había llegado, por fin.
Después de ver la imagen en el diario, su corazón le gritó que se trataba de él, su adorado William, y, sin más, se decidió a ir a comprobarlo en ese mismo instante. Con las emociones todavía a flor de piel, recordó cómo llamó a su chofer para confirmar que el auto estuviese en condiciones de hacer un largo viaje, y una vez corroborado, con sigilo, ella y Daisy salieron de la mansión Douglas Andrew, sin que nadie lo notara. No podía arriesgarse a ser descubierta por Douglas, ahora que había descubierto la posible razón por la que se había desmayado. Él lo sabía, sabía que el William estaba vivo o por lo menos había visto, al igual que ella, el asombroso parecido de aquel muchacho de la fotografía con su difunto hermano William Collen.
Una vez que estuvieron en la calle, suspiró aliviada. Douglas seguía en el salón con sus visitantes y eso le dio oportunidad de salir sin dar explicaciones.
- ¿A dónde vamos, Madame? - le preguntó el chofer una vez que ambas estuvieron en la seguridad del auto.
- A Nueva York- dijo con seguridad.
- ¿Madame? - contestó, atónito.
- Ya me oíste, a Nueva York. ¡Andando! que tengo que llegar lo antes posible.
Ignoraba que había pasado en la mansión una vez que se dieron cuenta que se había marchado. Si Douglas se había enterado que era a causa de la fotografía, seguro iría tras ella, pues bien sabía que no le convenía que el heredero, el verdadero heredero, apareciera nuevamente. Se consoló pensando que de alguna manera le llevaba ventaja en el viaje, y las probabilidades de que le alcanzará eran muy pocas. Pensó en Ernest, ¿acaso sabía de la existencia de aquel muchacho y no le había dicho nada? Ahora recordaba, que el nombre "Ardley", es a él a quién se lo había oído mencionar. Frunció el entrecejo pensando en todas las cosas de las que fue excluida, aunque en el fondo, sabía que ella había sido responsable de dicha exclusión, debido a su estado anímico.
- ¿Madame? - la delgada voz de Daisy llamó su atención.
- Daisy, has despertado- le dijo, limpiando rápidamente las evidencias de las lágrimas que se habían deslizado por su rostro.
- Sí, señora, disculpe, me quedé dormida- musitó con timidez.
- ¡Por Dios, niña! ¡Hemos viajado toda la noche! ¿Cómo no te ibas a quedar dormida? - le reprendió.
- ¿Se le ofrece algo? ¿Quiere que paremos un rato para que descanse?
- ¿Falta mucho para llegar? - preguntó al chofer.
- Faltarán unas tres horas, Madame. Estamos a punto de salir ya del estado de Pensilvania.
- Paremos un rato- dijo -Todos necesitamos descansar un poco y tal vez podamos comer algo rápido. Tengo urgencia de llegar.
- Sí, señora. También necesitamos cargar combustible.
- Muy bien, paremos pues en el próximo lugar donde podamos hacerlo.
Llegaron a un pequeño poblado entre Harrisburg y Allentown y ahí se detuvieron para descasar el cuerpo del largo viaje. Encontraron una gasolinera con un modesto restaurante para desayunar. Llevaban casi doce horas viajando sin parar y todavía faltaban algunas horas más. Sólo se habían detenido a cargar combustible, y a que el conductor descansara y se despabilara unos minutos para continuar con la travesía.
Mientras tomaba un café y unos panqueques sentada en una de las mesas ubicadas en la parte de afuera del rústico lugar, Elroy observó a su acompañante, Daisy Carter. Daisy era una joven rubia que tenía unos peculiares ojos rasgados de color gris. Sus rasgos eran un poco toscos, pero muy armónicos, mezcla del origen inglés de su padre y japonés de su madre. Tenía un cuerpo alto y delgado. Era una muchacha lista y parecía estar en constante alerta. Aunque tenía pocos días a su servicio, la chica parecía decidida a no dejarla sola ni a sol, ni a sombra. Más que una dama de compañía, muchas veces pensó que era más una especie de guardiana. La vio charlar con el chofer acerca de la ruta que tomarían.
Daisy notó que la señora Elroy la miraba desde el sitio donde se encontraba. Sin éxito, buscaba salir de su vista para poder escabullirse para hablar con Michael, y explicarle lo que había ocurrido y donde se encontraban.
Finalmente, vio que una camarera llamaba la atención de la anciana ofreciéndole más café y, rápidamente, se dirigió a un costado del restaurante donde se percató que había un teléfono en un mostrador. Por un dólar, le prestaron el aparato. Rogó a Dios encontrar a Michael todavía en su departamento, y que la encargada de los pisos le pasara la llamada. Eran las 7:30 de la mañana, y las posibilidades de encontrarlo eran muy pocas.
- Iré a tocar a ver si está, no le he visto bajar- le dijo la casera.
- Es urgente- explicó.
Después de unos instantes que se le hicieron eternos, la voz de Michael al otro lado del teléfono la hizo suspirar aliviada.
- ¡Michael! Soy Daisy.
- ¡Daisy! ¡Por Dios! ¿Dónde estás? Todo el mundo les está buscando. Al está muy enojado. Se supone que estamos a cargo de la seguridad de estas personas ¡y tú y la señora Andrew desaparecen!
- Escúchame, no tengo mucho tiempo. Estamos bien y vamos rumbo a Nueva York.
- ¡A Nueva York! ¿Qué rayos van a hacer a Nueva York?
- No sé exactamente, sólo sé que la señora va a ver a alguien que creía desaparecido o muerto, ¡No lo sé!
- ¡Diablos!
- Ha visto su fotografía en un diario.
- ¿En un diario?
- Sí, me tengo que ir. Dile a Al que en cuanto sepa más le informo.
- Muy bien. Yo le diré inmediatamente al señor Andrew que la señora está bien. Está muy preocupado. Encima, pasa algo raro con el tal Douglas...
- De verdad me tengo que ir Michael, adiós.
- Claro. Adiós Daisy, por favor cuídate.
Cuando colgó el teléfono, salió hacia el auto donde ya la esperaba Elroy con impaciencia.
- ¿Dónde has estado, Daisy? - preguntó con el entrecejo fruncido.
- He ido al servicio señora. Mis disculpas si me he tardado.
- Continuemos el viaje. Estoy impaciente por llegar.
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- Señor, he encontrado a la señora Andrew- le dijo Michael a Ernest apenas llegó a la mansión.
Generalmente, Michael se quedaba a dormir en alguna de las habitaciones de empleados de la residencia, pero la noche anterior había enviado a que le suplieran, pues le era preciso reunirse con Al, para que le diera los detalles acerca del plan del asesinato de Ernest Andrew.
- ¡¿Dónde está?!
- Rumbo a Nueva York.
- ¡Nueva York! - sus ojos se abrieron grandes, totalmente asombrados - ¿Y a qué va a Nueva York?
- Daisy me ha llamado. Me ha dicho que la señora Andrew va en busca de una persona que creía desaparecida o muerta, ha visto su fotografía en un diario, no lo sé; lo siento señor no le entendí muy bien.
Completamente consternado, Ernest no pudo evitar que en sus ojos se asomara el terror de saber que Elroy había descubierto la verdad acerca del paradero de William. Para Michael, este gesto no pasó desapercibido.
- Algo ocultan- pensó -Algo muy importante. Tendré que investigar.
- Michael- le dijo con hilo de voz -Prepara el auto. Vamos a salir. En un momento te alcanzo.
- Por supuesto, señor.
Con paso presuroso llegó a la biblioteca y tomó el teléfono. Sus temblorosos dedos marcaron los números que le comunicarían a la casa Ardley.
- Mansión Ardley- contestó la solemne voz de Frank, el mayordomo.
- Habla Ernest Andrew, comuníqueme inmediatamente con el señor Johnson. Es urgente.
- Un momento, señor.
- Ernest- contestó George.
- ¡George! Malas noticias.
- ¿Qué ha pasado?
- Elroy va rumbo a Nueva York.
- ¿Qué?
- Creo... Al parecer de alguna manera se ha enterado de la existencia de William.
- ¡¿Pero ¡¿cómo...?!
- ¡No lo sé, George! Todo es muy extraño. Parece que se ha enterado por un diario y una fotografía. Douglas parece también muy alterado. Voy a su casa a averiguar.
- ¿La fotografía de un diario? - a la mente de George, vino la imagen del periodista que había estado rondando la mansión, y cuyo último allanamiento en el lugar había acabado en una golpiza por parte de los guardias de seguridad. También recordó el diario en donde se había filtrado aquella fotografía, y cuya edición y distribución fue cancelada inmediatamente, pero, para su mala fortuna, algunas impresiones se habían distribuido ya, sin poder hacer nada para recuperarlas. No pensaron jamás que la suerte les jugaría tan mala pasada y una de esas gacetas acabaría justo en las manos de Elroy. George se pasó una mano por el pelo y suspiró con frustración.
- ¡Por favor, mantenme informado! - continuó diciendo.
- ¿Le dirás a William?
- No, primero hay que investigar donde está Elroy exactamente y qué es lo que sabe.
Después de colgar, el teléfono de la mansión Ardley volvió a sonar. George levantó el auricular.
- Mansión Ardley- contestó secamente.
- George, soy Martin.
- ¿Qué pasa?
- George, me ha llamado Capone, Douglas y los Leagan le han dado instrucciones de matar a Ernest Andrew hoy mismo.
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El fin de semana había pasado rápido y yo tenía que volver a mi rutinario estilo de vida. Antes de irme a mi trabajo, observé que en el muelle estaba Albert trepado en su velero, haciendo unos nudos a unas cuerdas para ajustar las velas antes de izarlas. Parecía que fue ayer la primera vez que navegué con él después de conocerlo. En realidad, no había pasado tanto tiempo de eso, pero el verano corría aprisa y en ese relativo corto tiempo habían pasado muchas cosas.
Me acerqué a despedirme de él antes de marcharme. Todavía era temprano y estaba a tiempo de un saludo rápido. Conforme me iba acercando, noté que estaba absorto en su actividad y no se percataba de mi presencia. Eso me dio oportunidad de observarlo nuevamente, tenía su cabello rubio echado hacia la frente y los ojos azules entrecerrados por el sol.
Aunque era de piel muy blanca, tenía un ligero bronceado que había obtenido durante el verano por sus actividades matutinas al aire libre. Encuclillado como estaba, y con la ropa informal que portaba, parecía un chico muy joven. Ante ese cuadro me paré en seco; me impacté de sobremanera al verlo en esa posición. A mi mente llegó la imagen de mi primo Anthony. La evocación fue tan clara, que sentí como un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Anthony solía ponerse en esa posición cuando trabajaba con sus rosas y en su cara tenía el mismo gesto de concentración.
- Anthony- musité.
Albert alzó la vista y con una sonrisa amable, levantó su mano para saludarme.
- ¡Hola, joven amigo! - Albert se irguió y pude ver su alta figura - ¿Estás bien? - preguntó acercándose a mí notando mi perplejidad -Luces pálido, parece que viste un fantasma- rio.
- ¿Eh? - sentí que como si me echaran un balde de agua fría al oír su certera definición de mi visión... ¡Un fantasma! Eso es justo lo que parece que había visto.
- ¿Archie? - me miró preocupado.
- No, no, estoy bien- reaccioné - Es que...
- ¿Qué? - preguntó observando mi turbación.
- Me has recordado a una persona. Una persona muy querida para mí- dije con un tono melancólico. Albert enarcó las cejas -Mi primo Anthony... Creo que, de haber vivido hasta hoy, sería muy parecido a ti.
- ¡Oh! - una sonrisa débil y de solidaridad se dibujó en sus labios, pero noté que su semblante ensombreció por un atisbo de tristeza. Agachó la mirada y metió sus manos en los bolsillos de su pantalón corto de gabardina clara. Se hizo un silencio extraño e incómodo.
- Te vas al trabajo- me dijo de pronto, cambiando el tema.
- Sí, sólo venía a saludarte- le sonreí - ¿verás a Candy estos días?
- No lo sé- me contestó volviendo al velero - Posiblemente la vea hasta el día de la función. Ya hablaré con ella. Tengo algunas cosas pendientes que hacer -sonrió.
- Muy bien- le devolví la sonrisa- De todos modos, aunque estés ocupado te pasaré a ver luego- Empujó con el pie el velero para alejarlo del muelle. Con un gesto de la mano se despidió de mí. Lo miré alejarse por unos instantes.
- Albert y Candy- dije para mí -Seguramente si Anthony viviera, ellos estarían juntos y lucirían justo como ellos dos se ven ahora...- giré sobre mis talones para marcharme - Quizá por eso Albert me cae muy bien- pensé -Por ese aire tan familiar que tiene... Sí, por eso, y por muchas otras cosas más.
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- ¡Eres un idiota! - la descontrolada voz de Douglas retumbó por toda la mansión.
- Se... Señor- titubeó el mayordomo, nervioso.
- ¡Sí! ¡Un idiota! No sólo le diste el diario a Elroy, encima, no has dado con su paradero.
- Señor Andrew, la hemos buscado toda la noche. A su casa no ha vuelto. Hemos recorrido todos los hoteles y hospitales de la ciudad y en ninguno la tienen registrada. Tal vez... Tal vez salió de la ciudad, señor.
Douglas cerró los ojos y los apretó con fuerza, pasó con nerviosismo la mano por su frente llena de sudor.
- Manda a que vayan a la estación de tren y la busquen en los registros.
- Enseguida, señor.
- Esto sólo me confirma lo que temía, si Elroy salió con tanta prisa de la ciudad, seguro se fue rumbo a Nueva York, y eso solo puede significar una cosa: el hombre de la fotografía es William. ¡William! ¡El heredero! - pensó con aprensión- Eso quiere decir que, si es él, ¡hemos estado haciendo negocios con el mismo patriarca! ¡Esto es una trampa, sin duda! ¡Una maldita trampa!
- ¡Señor! - sacándolo de sus cavilaciones, la voz del mayordomo le hizo dar un respingo.
- ¡Jesucristo! - bramó, llevándose la mano al pecho - ¡¿Qué es lo que quieres?!
- El señor Ernest Andrew, le busca.
Frunció aún más el ceño.
- Hazlo pasar- ordenó - ¡Ernest! ¡Ese desgraciado sabe más de lo que dice! - dijo nuevamente para sí -Pero hoy se le acabarán sus días. Después de él, va la bruja de Elroy...
- ¡Douglas! ¿Sabes algo de Elroy? - preguntó por saludo. Michael entró tras él y se quedó discretamente en una esquina del salón.
- No, es lo mismo que quería preguntarte a ti.
- ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se ha marchado? - fingiendo demencia, Ernest interrogaba a Douglas observando sus reacciones, al igual que Michael los observaba a los dos.
- No lo sé- contestó - Ayer cuando le han llamado para la cena, simplemente había desaparecido. Ella y su dama de compañía.
- Tenemos que llamar entonces a la policía- sugirió Ernest.
- ¡No! A la policía, no- objetó - Tendrá que aparecer. He mandado al mayordomo a buscar en la estación de tren por si hubiera un registro de su salida a algún punto del país.
- Me voy entonces a seguir buscando. Pero me sigue pareciendo muy extraño que haya desaparecido así nada más ¿seguro que no sabes el motivo de tan súbita desaparición? - inquirió nuevamente.
- ¡Ya te he dicho que no! - gritó impaciente.
- ¡Por Dios! Estas muy irascible. Es mejor que me vaya- dijo, dando la vuelta - ¡Ah! Antes de que lo olvide- se giró nuevamente sobre sus talones - Mañana empieza la auditoria. Espero que estés preparado- sonrió.
- Lo estoy - aseguró - Por cierto, con todo este lío de Elroy, había olvidado que necesito pedirte un gran favor.
- Tú dirás.
- Necesito que vayas hoy por la noche con Robert a hacer algunas negociaciones con unos empresarios. ¿Sabes? No tengo la suficiente confianza como para dejar que él y Neal lo hagan solos y me sentiría más tranquilo sí tú fueses en mi lugar. Lo haría yo, pero el médico me ha ordenado que guarde reposo y esté tranquilo y como ves, me ha sido imposible y no me siento del todo bien... ¿Cuento contigo?
Ernest lo miró con recelo, mientras Michael desde su rincón fruncía el entrecejo. Instintivamente, se llevó la mano a la cintura al lugar donde discretamente guardaba su pistola.
- Está bien- contestó Ernest -Dame la dirección.
- No es necesario. Le diré a un chofer que pase por ti a tu casa a las ocho de la noche.
Puedes llevar a tu asistente- con un gesto de la cabeza, señaló a Michael.
- Maldito viejo -pensó Michael - Es una hiena. Poco tiempo le durarán ya sus aires de grandeza. El imperio Andrew, se vendrá abajo hoy mismo.
Ernest y Michael se cruzaron en la puerta con el mayordomo que venía a paso presuroso.
- Señor- llamó nuevamente. Douglas puso el dedo índice en sus labios indicándole que guardara silencio, señalando a los que acababan de salir.
- ¿Se han ido?
- Sí, señor.
- Más vale que me traigas buenas noticias- le advirtió.
- Parece que sí, el jardinero de la casa de la señora Elroy nos ha informado que el auto no está desde ayer en la noche y que tampoco han visto al chofer.
Douglas sonrió
- ¡Qué preparen el auto! ¡Salimos a Nueva York ahora mismo!
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Después del largo viaje, Elroy Andrew llegó a la mansión Ardley. Tenía el cuerpo dolorido por las interminables horas del recorrido, pero su mente estaba tan expectante, que cualquier malestar físico pasó a segundo término.
Al llegar a las rejas de la enorme mansión, fueron interceptados por el personal de seguridad para que se identificasen antes de dejarlos pasar, en caso de que eso les fuera permitido.
- Pueden pasar- les dijo el guardia, y ante sus ojos, las pesadas y seguras rejas se abrieron de par en par.
A su paso hacia las puertas de la mansión, Elroy observó cada detalle del lugar. Las enormes extensiones de jardines llenos de árboles y flores; las estatuas blancas estratégicamente colocadas en distintos puntos del vergel; la gran y espectacular fuente que se hallaba frente de la imponente fachada principal. Más allá, pudo vislumbrar los arcos de un pequeño y muy bien cuidado cultivo de rosas. El corazón le empezó a latir con fuerza cuando el auto se detuvo al pie de la escalera que conducía a la entrada principal del lugar.
Su cuerpo temblaba con cada peldaño que subía y sintió claramente como un doloroso nudo se formaba en su garganta impidiendo el flujo de saliva. Al llegar, la puerta se abrió y, frente a ella, Frank, tras darle la bienvenida, le invitó a seguirlo.
- Espera aquí- le dijo a Daisy.
- Pero señora...- protestó.
- No tardaré- a regañadientes, Daisy obedeció.
Frank la condujo a la parte trasera de la mansión a una amplia terraza donde se apreciaba de manera formidable el paisaje matutino del muelle y la playa. Los rayos del sol se reflejaban en el agua que se movía de manera cadenciosa. La brisa marina pegó en su rostro y, de manera automática, inhaló profundamente.
- En un momento la recibirán, madame- anunció, Frank -Con su permiso.
Sin saber muy bien que decir, Elroy se limitó a asentir con la cabeza. Una vez sola, se giró para admirar el paisaje tratando de controlar sus crecientes nervios. Inconscientemente, retorcía con fuerza el pañuelo que tenía entre sus manos sudorosas. Nunca en su vida había deseado tanto un vaso de vino para menguar su inquietud. Estaba tan concentrada en la vista y sus sensaciones que no se percató que desde la puerta de la terraza era observada.
- Buenos días- Escuchó a una voz varonil decir.
Elroy, se quedó sin aliento.
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