Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.
Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.
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Capítulo 20
Elroy sintió que su cuerpo estaba frío, paralizado. Después de contener el aire un instante, lo soltó lentamente en un intento de restablecer su ritmo de respiración. Poco a poco su cuerpo fue reaccionando y se giró sobre sus talones de manera pausada.
- Buenos días- Volvió a repetir la voz, una vez que estuvieron frente a frente.
- ¡George! - exclamó sorprendida - ¡George eres tú! - perdiendo totalmente la compostura corrió a su lado y le tomó por las solapas de la chaqueta - ¡Maldita sea, George Johnson! ¡Eres tú! - y sin poder contenerse más, agachó la cabeza y comenzó a llorar.
George la miró conmovido, dejando que ella se aferrara a la tela de su chaqueta. Un instante después, se apresuró a sostenerla por los brazos cuando la sintió desfallecer.
- Madame Elroy, siéntese por favor- le pidió, y delicadamente la llevó hasta una pequeña sala de tres piezas instalada en la terraza. Elroy dejó caer su cuerpo en un sillón y cubrió su rostro con sus manos.
- Madame Elroy ¿Se encuentra bien? - De manera súbita Elroy levantó la vista.
- Sólo dime una cosa, George, ¿él está vivo? - interrogó, mirándolo fijamente.
- Sí, está vivo- Elroy tapó su boca con una mano y dejó escapar un sollozo lastimoso.
- ¿Y todo este tiempo ha estado bajo tu cuidado, George? - preguntó con hilo de voz.
- Así es, Madame, pero es una larga historia. Una larga y dolorosa historia. Tal vez será mejor que él mismo se la cuente- Elroy asintió secando sus lágrimas con un pañuelo.
- ¿Dónde está?
- Justo ahora viene llegando- George se levantó de su asiento y se acercó hasta la baranda de la terraza. A la distancia, observaron el velero de Albert que se acercaba al muelle después de su recorrido. Elroy se posó a su lado y lo miró a lo lejos. Apenas se podía ver su alta figura y su melena rubia ondeando bajo el sol de agosto.
- Vaya con él, Madame Elroy- le invitó
- ¿Él sabe que estoy aquí?
- No, no sabe nada. Después de seis años, verse frente a frente será una sorpresa para ambos.
Elroy se encaminó hasta el embarcadero. Desde la terraza, George la observaba acercarse a donde Albert se encontraba. La emoción de tenerlo más cerca a cada paso, hizo que su lento caminar se fuera acelerando a medida que se aproximaba.
Albert llegó hasta el muelle y bajó inmediatamente para atar una cuerda al amarradero. Luego se volvió nuevamente a la embarcación para apear las velas. Mientras desataba algunos nudos, llamó su atención una silueta femenina rodeada de un halo de luz solar que se acercaba a él y que no identificó como alguien del servicio de la mansión. El sol le daba de frente y tuvo que entrecerrar los ojos para ubicar con mejor enfoque a la mujer que se avecinaba. Dejó las amarraduras, y se irguió a todo lo que daba para poner toda su atención a la persona cuya identidad se iba revelando poco a poco. Cuando estuvo a pocos metros y el sol le permitió ver con claridad, Albert abrió los ojos con sorpresa y se quedó petrificado.
- Tía Elroy- musitó
Elroy se detuvo a corta distancia del velero y lo miró fijamente con los ojos llenos lágrimas que se deslizaban sin parar por sus mejillas.
- Tía Elroy- repitió. Albert saltó hacia el muelle, y se posó frente a ella. Albert estiró su brazo hasta tocar el rostro de la mujer -Mi querida tía Elroy- y sin pensarlo, se echó a sus brazos y comenzó a llorar como si fuera un pequeño niño, repitiendo una y otra vez su nombre. Seis años de añoranza y desolación salieron en forma de llanto del cuerpo de Albert.
- William, mi amado muchacho ¡Estás vivo! -sollozaba, abrazándolo fuertemente.
Desde la terraza, George observaba la escena profundamente conmovido. No dudaba en ningún momento del amor sincero de esa mujer hacia William, pues a pesar de las duras imposiciones que había infringido sobre él, cada una de sus acciones estaban dirigidas y pensadas en el bienestar del joven. Se retiró de la terraza para darles espacio en ese momento muy íntimo para los dos.
- ¡Déjame verte, querido! ¡Déjame ver tu linda cara! - Elroy lo alejó un poco de ella para tomar entre sus manos el rostro del muchacho.
- ¡Pero mira que guapo estás! - continuó acariciando su cabellera rubia - ¡Eres el mismo rostro de tu padre! - Albert rio entre lágrimas.
- Pero tía- le dijo tomado sus manos entre la suyas -Si apenas hace unos años que no nos vemos. ¡No he cambiado tanto!
- ¡Para mí esos años han sido una eternidad, William! ¡Una triste eternidad!
- ¡Oh! ¡Tía! - Albert la atrajo hacia su pecho y la abrazó delicadamente. Las lágrimas de ambos fluían sin parar y un confortante silencio se hizo entre los dos, mientras disfrutaban del cálido contacto. Albert reaccionó después de un breve instante.
- Tía ¿cómo es que has llegado aquí? ¿Cómo es que supiste que yo...? - preguntó con preocupación, separándola de su cuerpo.
- ¡Oh! Hijo, Es un largo relato.
- Pues tendrás que contármelo ¡porque no comprendo nada! Nadie me dijo que vendrías o estabas enterada. Además, ¡se supone que estás bajo el cuidado de alguien!
- Es que nadie lo sabía, hijo. Me enteré apenas ayer al atardecer y, apenas tuve la sospecha, tomé inmediatamente un auto y he venido a Nueva York a confirmar que así fuera.
- ¡Por Dios! ¡No me digas que has viajado toda la noche! - la anciana asintió con una tímida sonrisa. ¡Oh, tía! - dijo riendo y la abrazó nuevamente -Ven, vamos. Debes estar cansada, además tenemos mucho de qué hablar ¿George te ha visto?
- Sí, nos hemos saludado ya- confirmó tomando su brazo, dejándose guiar hacia la mansión.
Una vez adentro, Elroy, aún ante la insistencia de Albert de que fuera a descansar, prefirió quedarse a hablar con él y con George. Les contó cómo se había enterado por un afortunado golpe del destino, al haber caído aquel diario en sus manos.
- Apenas vi la fotografía, salí corriendo- les dijo entre lágrimas -Algo me decía que eras tú. Doy gracias a Dios que mi instinto no me haya fallado.
Continuó relatándoles las sospechas que tenía acerca de que el desmayo de Douglas había sido por la misma causa que la hizo ir a Nueva York. Y que, de ser así, se cuestionaba por qué le había ocultado esa información.
- Me parece que Ernest también lo sabe- expresó con el ceño fruncido. Albert y George se miraron por un instante.
- Sí tía, tío Ernest, lo sabe. Lo sabe desde hace un tiempo- respondió Albert
- ¡¿Y se puede saber por qué me lo han ocultado?! -el brusco sonido de la taza de té chocando contra el plato, les alertó del cambio de estado de ánimo de la anciana.
- Tía- Albert se acercó hasta donde estaba sentada y se arrodilló a su lado -Debes saber que todo lo hicimos pensando en ti. Estabas... Todavía estás en un grave peligro- Elroy tomó la mano del joven y la apretó con fuerza - He intentado por todos los medios protegerte. Aunque no me hayas visto durante estos seis años, hemos- miró a George - estado pendientes de ti. De hecho, ahora mismo estás bajo vigilancia- sonrió
- Daisy ¿No es así? - Albert asintió con una sonrisa - Ya decía yo que esa niña parecía más una guardiana que una dama de compañía.
- No te enfades con Tío Ernest, él al igual que tú, se enteró por una casualidad- dijo, irguiendo su largo cuerpo.
- ¿Pero William cómo es que tú...?
- ¿Cómo es que estoy vivo? - Albert suspiró - ¿Estás lista para escuchar una larga historia?
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- Señor, el auto está listo, hemos subido su equipaje ya. - anunció el mayordomo desde la puerta de la biblioteca
- Ahora voy- contestó Douglas, sin levantar la mirada rebuscando en un cajón.
- También ha llegado el señor Leagan
- Hazlo pasar.
Douglas sacó un revólver calibre .38 junto con una caja de cartuchos y las comenzó a colocar cuidadosamente una por una. Una vez que terminó de colocarlas giró el tambor y de un sólo golpe lo alineó con el cañón. Apuntó con el arma hacia la puerta justo en el momento en que Robert Leagan entró.
- ¡Dios! ¡Apunta eso para otro lado! - expresó levantando ambas manos instintivamente. Douglas bajó el arma con una sonrisa burlona.
- ¿Qué pasa? ¿Para que la quieres? ¿Te preparas para esta noche? - con el ceño fruncido se acercó hacia él. Douglas no respondió. Metió con rapidez el arma a un maletín de piel negro y junto con ella unas carpetas con documentos.
- No, es para acabar de una buena vez con los fantasmas del pasado- habló por fin.
- ¿Qué? ¿A qué te refieres? Y ¿a dónde es que te marchas? Me ha dicho el chofer que está esperando por ti, porque se van de viaje.
- Robert- dijo cerrando el maletín -William está vivo.
- ¡¿Qué?!- gritó asombrado.
- ¡Lo que oyes! ese maldito está vivo y voy a Nueva York a liquidarlo.
- Pero ¡¿cómo lo sabes?! ¡¿Cómo sabes que está en Nueva York?!- un terror creciente se podía percibir en la voz de Robert.
- ¿Recuerdas que ayer quería mostrarles algo?
- Sí, algo en un diario.
- Pues en ese diario descubrí una fotografía del tal Albert Ardley y él...
- ¿Y eso que tiene que ver con William Andrew? - parloteó impaciente.
- ¡Imbécil! - gritó - ¡Déjame terminar! ¡Ellos son la misma persona! Albert Ardley y William Andrew es la misma persona.
- ¡¿Qué?! ¡Pero eso no es posible! Neal lo conoce y ha dicho que es un hombre maduro. ¡Creo que estás confundido!
- No, no lo estoy. La bruja de Elroy ha visto también el diario y ha corrido a Nueva York. Eso sólo me confirma que es él. ¡Nunca debí haber confiado en el estúpido de tu hijo!
- Pero... ¡por Dios, hemos caído en una trampa! ¿Qué pasará con los negocios? ¡Eso puede significar nuestra perdición!
- ¡Tranquilízate! Ahora mismo también me voy a Nueva York. Tengo que confirmarlo con mis propios ojos y de ser así, buscar la forma de eliminarlo.
- Sí ¡hazlo! Llévate a unos hombres y mátalo al maldito. ¡Llévate a Capone!
- No, hagan lo de Ernest hoy. Estoy seguro que el mal nacido lo sabía, no lo quiero un día más en este mundo y después de él seguirá la bruja de Elroy. Hoy llegaré ya por la noche e iré a investigar lo que me sea posible, ya para mañana yo les llamó para ver qué haremos. Mientas hazte cargo tú de lo Ernest, no confió ya en tu hijo- Robert frunció el entrecejo -Le he llamado a Ian para que se hagan cargo del cargamento y Kirk se hará cargo de los auditores que irán mañana al banco.
- Muy bien ¿Entonces ya no llamáremos a la policía para que recaiga la culpa en Capone?
- No- confirmó encaminándose con Robert a la puerta - Necesitamos a Capone.
- Muy bien.
- Ahora vete, ya voy atrasado.
Robert salió rápidamente. El rechinido de los neumáticos le indicó a Douglas que ya se había marchado y de manera apresurada. Se asomó a la ventana, y vio el auto salir de los jardines de la mansión. Giró sobre sí mismo y se digirió al teléfono que estaba sobre el gran escritorio de madera de caoba. Le dio vuelta a el disco y espero unos segundos antes de ser atendido, cuidadosamente, cubrió la bocina con un pañuelo
- Es mi pellejo o el suyo- pensó
- ¿Habló a la estación de policía? Bien, hay dos delitos que quiero denunciar de manera anónima... Sí, así es, un asesinato y un cargamento de contrabando de licor.
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Elroy lloraba de manera desconsolada. El relato que Albert y George acerca de todo lo que había acontecido con él, le había impactado de sobremanera. El accidente de William en aquella explosión que le llevó a perder la memoria; los intentos de homicidio por su propia sangre; su supuesta muerte y el giro que había tomado el clan. Nunca en su vida imaginó que los respetables miembros de la familia Andrew, hayan resultado ser una panda de mafiosos y de delincuentes hambrientos de poder a como diera lugar. Con pesar, pensó que sus antepasados estarían revolcándose en sus tumbas de ira y vergüenza. Todas esas revelaciones fueron demasiado para su estabilidad emocional y, dejando de lado su acostumbrado autocontrol, sucumbió a un llanto desolador.
- Tome, Madame Elroy, este té le hará bien- le dijo George, acercando una taza humeante. La anciana negó con la cabeza, rechazando la bebida.
- Por favor tía, tómalo. Estás muy alterada.
- ¿Y cómo iba a estar después de todo lo que me han contado? - expresó entre lágrimas -Y lo peor, es que yo soy la culpable de todo eso.
- ¿Tú? ¡Por Dios tía! ¡Tú no tienes nada que ver con lo que me hicieron esos malditos desgraciados de mis parientes! -
- ¡Por Dios William, cuida tu lenguaje! - le dijo la anciana señalándole con el dedo índice. Albert dio un respingo sorprendido por la reprimenda.
- Lo siento- sonrió, miró a George quién también sonreía discretamente -Pero no entiendo por qué has dicho tal barbaridad.
- No es una barbaridad, William, yo soy la culpable por haberte mantenido en el anonimato durante tantos años. Yo te puse en la boca del lobo exponiéndote a la ambición de todos ellos. Si hubiera permitido mostrarte al mundo, si tan solo yo... Yo sabía que Douglas siempre envidió a tu padre, pero jamás me imaginé que... ¡Señor! ¡Qué hice! - Elroy cubrió su cara ahogando sus lamentaciones. Conmovido, Albert se arrodilló delante de ella.
- No, tía, no- exclamó mortificado quitando las manos de la cara de la anciana -Mírame tía, mírame - Con delicadeza, tomó la cara de Elroy entre sus grandes manos -Estoy aquí, estoy vivo, eso es lo importante. Tú no tienes la culpa de nada. Sólo hiciste lo que creíste lo mejor para mí. No te responsabilices de los actos de otros.
- Madame Elroy - intervino George -En todo caso la culpa es mía por no haberle cuidado de la manera que usted me ordenó. Usted confió en mí y yo fui demasiado indulgente con William. Y por eso pasó lo que...
- ¡Basta ya! - Albert levantó un tono la voz con el entrecejo fruncido - ¡Aquí nadie es culpable de nada! ¡A ninguno de los dos tendría algo que reprocharles! ¡Al contrario, estoy agradecido por todo lo que han hecho por mí! ¡Así que dejen eso ya, por favor! - con un gesto con las manos como si cortará el aire dio por zanjado el tema. George metió las manos a los bolsillos de su pantalón y miró hacia el amplio ventanal mientras Elroy sollozaba quedamente.
El silencio reino por unos segundos. Albert pasó las manos por sus cabellos y retomó la charla más relajado.
- Lo importante ahora es que esos delincuentes paguen por otro lo que han hecho.
- Por favor, William ¡No te expongas! ¡No quiero que te hagan más daño! - rogó
- Tía, no te preocupes. De eso ya nos estamos ocupando George y yo.
- ¡Eso es lo que me preocupa, William! ¡Te has metido en negocios riesgosos! ¡Estás en un peligro constante! ¡Todavía no puedo comprender por qué están metidos en esto!
- Tía, no había otra manera. Necesitábamos tanto el dinero, como el poder que nos dio este negocio para poder enfrentarlos en igualdad de circunstancias; de otra manera, nos hubieran aplastado como un par de gusanos, y lo más seguro es que no estaría el día de hoy frente a ti. Esperé seis años tía, seis años para lograr esto- señaló a su alrededor - Ahora los tengo donde quería... en mis puños- Albert cerró con fuerza ambas manos y miró a Elroy con el entrecejo fruncido.
- William...- musitó la anciana.
- Tía, todo esto acabara muy pronto ya.
- Eso espero, hijo, y díganme ¿En qué los puedo ayudar?
- En nada, Madame Elroy, se lo agradecemos, pero tenemos ya un plan trazado. Por lo pronto se quedará aquí en Nueva York- expresó George.
- Hoy te quedarás aquí, tía, mañana te instalaré en el Plaza o en la casa de la señora Pony. Siento que no te puedas quedar, pero este lugar no es seguro por muchos motivos, incluyendo que Archie vive justo a un lado.
- ¿Archibald Cornwell? ¿Mi pequeño Archie? - preguntó sorprendida.
- Él mismo, nos hemos hecho muy amigos, aunque no sabe quién soy realmente. He velado por su seguridad no involucrándolo en todo esto, por eso no es seguro para él que te vea aquí.
- Entiendo- asintió.
- Por lo pronto ¿qué te parece si descansas un poco? Has tenido un día muy ajetreado- le tendió la mano para levantarla de su asiento.
- ¡Oh! William, no quiero despegarme de ti ni un momento- Albert rio y besó la mano de la anciana.
- Serán sólo unas horas, tú necesitas descasar y yo tengo que ducharme y arreglar unos asuntos con George.
Después de unos minutos Albert volvió a la biblioteca vestido impecablemente con un traje claro sin corbata.
- Martin- saludó al recién llegado.
- Albert, hay cosas de vital importancia que atender.
- Sí, todo esto de la tía fue totalmente inesperado- dijo sentándose detrás de su amplio escritorio. George y Martin se sentaron frente a él -Ponme al corriente por favor.
- El asesinato de Ernest Andrew está planeado para hoy por la noche. Capone me ha avisado que los han citado en un garaje donde guardan alguna mercancía y ahí tendrían que ejecutarlo.
- ¿Le han avisado a tío Ernest? - Albert entornó los ojos y puso un dedo en su barbilla, evidentemente preocupado.
- No, le resguardarán en una casa de descanso fuera de Chicago- contestó Martin -Michael, el encargado de su seguridad, lo llevará ahí y tomará su lugar uno de los hombres que trabaja para Capone que tiene características físicas similares a Ernest. Un chofer enviado por los Leagan pasará por él a las ocho; por órdenes de Al, le pondrán una capucha en la cabeza para evitar que vean que no es Ernest. También me han informado que el plan de ellos es que la policía llegue justo después de la ejecución para que Capone sea arrestado o muerto.
- Pero no será así ¿No es así? - cuestionó George
- No, Capone tiene un infiltrado en la policía que interceptará la llamada para que no vayan y dejará que él se haga cargo de todo. Lo más probable es que... tal vez alguien de los Andrew o los Leagan muera hoy.
- ¡No! - espetó Albert - ¡Quiero que sean arrestados! ¡No muertos! ¡No somos asesinos!
- Albert, creo que eso ya no está en tus manos- indicó Martin
- ¡George!
- William, sabíamos a lo que nos exponíamos con estas personas.
- ¡Diablos! - exclamó enfadado.
- Albert- intervino Martin -Deja que hagan su trabajo. Capone me ha dicho que a menos que sea necesario correrá sangre. Me pidió que confiará en él y su contacto con la policía.
- Está bien- Albert cedió -Tendremos que estar muy pendientes. Roguemos que todo salga de la mejor forma. Si algo sale mal...
- Tranquilo William, de todas formas, mañana empieza la auditoría que hemos planeado. Si no es, por un lado, los pescaremos por otro- dijo George.
Albert suspiró pesadamente, tomó uno de los cigarrillos que le ofrecía Martin y le dio una honda calada mientras se llevaba los dedos al puente entre sus ojos.
- Mañana instalaremos a tía Elroy en casa de Pony. Había pensado en el Plaza, pero es un poco arriesgado. Además, podrá distraerse con las charlas de Pony.
- Como tú digas.
- Que venga la chica encargada de su seguridad.
Daisy entró con pasos firmes y seguros a la biblioteca Ardley. Los tres hombres miraron con curiosidad a la joven mujer que caminaba tan segura de sí misma, sin amedrentarse en lo más mínimo ante los tres varones.
- Señores- saludó cuando estuvo lo suficientemente cerca de ellos.
- Señorita Cárter, ni nombre es George Smith (Johnson)- dijo solemne, sentado en la esquina del gran escritorio -El señor Ardley - señaló a Albert que estaba tras el escritorio- Y el señor Martin -sentado frente a Albert.
- Un gusto conocerles, señores- exclamó
- Señorita Cárter, queremos agradecerle el haber traído a Madame Elroy con bien hasta acá. Sabemos que el viaje no fue cómodo, pero usted ha cumplido muy bien su encomienda.
- Gracias señor Smith, pero no hay nada que agradecer, sólo cumplo con mi trabajo- Los tres hombres sonrieron complacidos.
- Muy bien, como ya le han informado, la persona que pidió al señor Capone que se le contratara es el señor Martin. Ahora estará bajo sus órdenes. Se quedará unos días más en Nueva York al cuidado de Madame Elroy ¿está usted de acuerdo?
- Sí, señor.
- ¿Tiene usted con que defenderse? ¿un arma?
- ¡Por supuesto, señor! - ante la atónita mirada de los presentes, Daisy tomó el dobladillo de la falda que le llegaba a las pantorrillas y la subió hasta los muslos, mostrando sus tornadas piernas, en las cuales, tenía amarradas a la altura del liguero un revólver en la derecha y un puñal en la izquierda. Johnson abrió los ojos sorprendido sonrojándose de inmediato.
- Muy, muy...- carraspeó nervioso - Eso está...
- Gracias, señorita Cárter- terció Albert divertido y a punto de reír al ver la cara de su tutor - Vemos que está usted muy bien preparada- Daisy asintió con seriedad.
- Bueno, eso es todo por el momento. Mañana se instalarán en otra casa, más tarde el señor Martin le dará los detalles- continuó Albert - ¿Hay algo más que quieras decir, George? - el tutor miró a Albert con un mohín de disgusto - ¿No? - sonrió - Muy bien, entonces se puede retirar señorita Cárter.
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El atardecer comenzaba a caer, cuando Candy llegó en taxi a la mansión Ardley, ataviada en un hermoso vestido amarillo en conjunto con un sombrero de verano. Desde que había enviado la nota a Albert, su preocupación por no recibir una repuesta fue en aumento cada minuto que pasaba.
- Lo he perdido. Lo he perdido- se decía una y otra vez, como si fuera un mantra negativo.
La rubia subió las escaleras de la entrada principal y a su encuentro salió Frank, el mayordomo de la mansión.
- Señora Grandchester, buenas noches.
- Buenas noches, quiero hablar con el señor Ardley, por favor.
- Me temo que el señor Ardley no podrá recibirla. Tengo órdenes de no interrumpirle por ningún motivo.
La rubia frunció el entrecejo con evidente molestia.
- No creo que el señor Ardley se niegue a recibirme, así que ¡anuncie que estoy aquí ahora mismo!
- Lo siento señora, pero tengo orden...
- ¡Hágalo o lo haré yo misma! – dijo con tono autoritario, encaminándose hacia dentro del salón.
- Señora, el señor Ardley esta cenando con una dama y pidió no ser interrumpido, ¡por favor! - dijo, caminando a paso acelerado tras ella. Candy se paró en seco.
- ¿Una dama? - murmuró
- Sí señora. Por favor, yo le diré que ha venido.
Candy se giró, miró brevemente al mayordomo y camino hacia la puerta. El gran nudo que se había formado en su garganta, amenazaba en deshacerse en forma de llanto en cualquier momento.
- No, no le diga al señor Ardley que he venido- dijo con la voz entrecortada, corriendo hacia la salida.
- ¡Espere señora! ¡No es lo que usted...!
- ¿Quién es Frank? - preguntó George detrás de él.
- Es la señora Grandchester. Le he dicho que el señor está cenando con una dama, pero...
Frank hizo un gesto de molestia al ver que por enésima vez lo dejaban con la palabra en la boca, mientras observaba a Johnson correr tras de Candy.
- ¡Señora Grandchester! ¡Señora Grandchester! ¡Espere! - gritó, viéndola atravesar el jardín a paso acelerado. Candy giró la cabeza para verlo sin dejar de caminar. Las amplias zancadas de George le dieron oportunidad de alcanzarla rápidamente.
- ¡Señora Grandschester! - susurró jadeando un poco por la carrera, la tomó del brazo y con delicadeza la giro frente a él - ¡Señora! - se sorprendió al ver que lloraba copiosamente.
- ¡Oh, señor Johnson! -dijo, secando sus lágrimas con un pañuelo - ¡Qué vergüenza que me vea así! ¡Por favor, déjeme ir!
- De ninguna manera la dejaré ir así. La llevaré a su casa.
- ¡No, por favor! No se moleste. Si pudiera conseguirme un taxi se lo agradeceré mucho.
- No, venga conmigo. La llevaré donde usted me pida- Candy asintió con la cabeza y se dejó conducir hasta un auto. La rubia continuó llorando en silencio durante el trayecto.
- ¿Señora, está usted bien? - se atrevió a preguntar.
- No, señor Johnson. Albert... Albert está con...- sollozó nuevamente cubriendo su cara con el pañuelo - ¡Lo he perdido! ¿Se da cuenta? ¡Todo por mi indecisión y mi miedo!
-Señora, no es lo que usted cree. Will... El señor Ardley está con una dama, sí, pero es una anciana. Una antigua conocida.
- ¿Qué? - Preguntó atónita.
- Lo que oye, así que seque esas lágrimas que no tiene nada de preocuparse- sonrió.
- ¡Oh! ¡Me siento tan ridícula! - dijo entre lágrimas y risas.
- Sin embargo, hay algo que me gustaría hablar con usted señora, es con respecto a él- Candy lo miró expectante- Señora Grandchester...
- Por favor, dígame Candy.
- Muy bien, Candy- George inhaló hondo antes de hablar -Sé que Albert está enamorado de usted. He sido testigo de cuánto tiempo soñó con volverla a encontrar y estar a su lado. Me atrevo a decir, que su recuerdo fue en gran parte la motivación que le ayudo a superar todos los momentos difíciles por los que pasó y el querer ser mejor hombre. Aunque eso no era tan necesario, porque él siempre ha sido un estupendo muchacho.
- ¿Le conoce desde hace mucho, George?
- Digamos que el suficiente para saber que es uno de los hombres más extraordinarios que he conocido en mi vida. Le quiero como a un hijo- Candy esbozó una sonrisa al escuchar las palabras de George -Es por eso que me atrevo a tener esta charla con usted, Candy.
- Usted dirá, George.
- Candy, Albert le ama, le ama de una manera excelsa, así que apelando a ese amor del que he sido testigo por muchos años, le pido que, si usted no le va amar de la misma manera, es mejor que le deje. Que le abandone de una vez.
Candy se quedó estupefacta ante aquella petición. Dejó caer ligeramente la boca y sus ojos estaban abiertos a todo lo que daban con una mezcla de sorpresa y enfado.
- Créame- continuó -si usted lo hace ahora, lo superará, se lo aseguro. Él ya ha superado muchas cosas horribles y yo estaré a su lado para apoyarle.
- George, yo...
- Pero, al contrario, si usted decide quedarse a su lado, hágalo feliz, dele todo su amor, apoyo y compresión. Ahora no le puedo decir nada más, pero puede que más adelante usted necesite de estas tres virtudes para amar completamente a Albert y, en algún momento, tendrá que incluso perdonarle.
- ¿Qué podría yo perdonarle? Él ha sido maravilloso conmigo desde que le conocí.
- Señora, sólo le puedo decir que no ha conocido aún lo mejor de él y tal vez eso sea más de lo que pueda concebir.
Candy miraba a George con desconcierto. Sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo; los fuertes latidos de su corazón retumban en su pecho de manera irregular.
- Piénselo, señora Grandchester. El señor Ardley me ha dicho que tienen un compromiso este fin de semana. Quizá sea un buen momento para tomar una decisión definitiva.
La rubia no pudo articular palabra. Simplemente asintió con la cabeza totalmente anonadada y confusa.
Al llegar a la mansión Grandchester, Candy y George, sin decir más del asunto, se despidieron cortésmente.
Subió rápidamente las escaleras para ir a su habitación. Esa noche no cenaría, lo menos que quiera hacer era comer o lidiar con las groserías de Terry, aunque, debía reconocer, que en los últimos días se había mostrado amable y hasta cariñoso.
Las risas de su pequeña Eleonor llenaban todo el pasillo, como una suave y animada música. Se acercó a la puerta de la habitación de la niña y la abrió con cuidado. La vio divertida retozando por toda la recámara mientras atrás de ella, Terry fingía que corría sin poder alcanzarla. La levantó por los aires y acto seguido se dejaron caer en la cama mientras la niña reía a carcajadas. Frunció el entrecejo sintiendo molestia ante aquella conmovedora escena. Ella creía que había tomado ya una decisión con respecto a su matrimonio y, el que Terry ahora actuara como un padre devoto, no le ayudaba en mucho. Pensó en lo que le había dicho George: si Albert era tan maravilloso ¿acaso merecía estar con él después de todo lo que le había hecho? Quizá, no.
- Hola cariño ¿qué tal tu día? - la profunda voz de barítono de Terry la sacó de sus pensamientos.
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