Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.

Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.

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Capítulo 22

Agazapado detrás de un árbol, Douglas miraba hacia la mansión Ardley con unos binoculares. Desde muy temprano, se había atrincherado en ese sitio (como en los días anteriores) observando cada movimiento de los habitantes de la residencia.

Vio salir a Albert junto con otro joven al que identificó como Archibald Cornwell. Se preguntó si acaso, el muchacho sabía ya quién era el hombre que iba a su lado y, de ser así, la alianza entre los jóvenes herederos le daba la estocada final a sus aspiraciones de poder y grandeza.

Después de enterarse de lo acontecido con su familia y que el escándalo salió publicado en todos los diarios, se había instalado en un modesto hotel para pasar desapercibido. Las cosas no habían salido como él pensó que serían, pues Kirk se había entregado voluntariamente a las autoridades e Ian, a pesar de haber sido sorprendido "in fraganti" descargando un lote de alcohol, estaban cooperando con la policía, dándole todos los detalles de los negocios ocultos tras un buen nombre. Si Robert sobrevivía, sería su perdición, pues los tres harían un frente común en contra de él por su traición.

Aunque formalmente no hubiera una orden de aprehensión en su contra, sabía que en cualquier momento las autoridades irían tras él. Eso, si todavía lo encontraban vivo, pues prefería morir, antes de pisar la cárcel. Pero antes, haría lo que siempre deseo y pensaba que ya había realizado. Ahora lo realizaría no por poder, sino por el simple placer de ver que el hijo del hombre que más odio en su vida, no llegaría a cumplir la misión con la que nació, y a la que tanto se le había inculcado y preparado. Quería verlo sufrir y, cuando lo tuviera de rodillas frente a él rogando por su vida, se daría el lujo de invocar el nombre de su padre muerto y gritarle que al final de cuentas, él, Douglas Andrew, había ganado.

Sí, matar a William Albert Andrew era lo que más deseaba y lo llevaría a cabo, aunque fuera lo último que hiciera en la vida.

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Terry estaba con los ojos llenos de ira, pero se contuvo de no hacer un escándalo en su propia casa ante el descubrimiento que acababa de hacer. Albert y Candy se había separado rápidamente, después de que él bromeará diciendo que efectivamente parecía un ángel, pero uno caído. Annie y yo nos reímos sin ganas, más para disimular la revelación que se había hecho en ese momento, que por la gracia que nos había causado la insípida broma.

- Quiero que te vayas conmigo al teatro- le ordenó Terry a Candy.

- ¿Qué dices? - protestó - ¿Y qué haré ahí tanto tiempo?

- Esperar a que tu marido se prepare para salir a escena- dijo, aparentando los dientes - ¿No dices que tienes mucho calor? Ahí hay grandes ventiladores capaces de refrescar a cien personas juntas.

- No, no lo haré, me iré más tarde con Annie, Archie y el señor Ardley- lo desafío.

- ¡Oh! No, claro que no, te irás conmigo ahora- levantó la voz.

Mientras observábamos la pequeña discusión, noté como Albert comenzó a apretar los puños con tanta fuerza que los nudillos empezaron a palidecer. Temiendo por una reacción de su parte, decidí intervenir.

- ¿Y qué les parece si nos vamos todos al teatro? - Todos me miraron perplejos - Sí- Insistí -Si nos vamos todos juntos, podemos hacerle compañía a Candy, mientras tú te preparas para la función.

- Yo no vengo preparado- dijo Albert, con el ceño fruncido.

- Yo tampoco, pero podemos ir a casa, prepararnos y volver para irnos todos juntos.

- No creo que eso sea conveniente- protestó Terry.

- ¡A mí me parece una idea magnífica! - Candy fue hasta donde yo estaba y me tomó del brazo - ¿Verdad Annie que es una buena idea? - Annie asintió con la cabeza.

- Entonces, así haremos, vamos por nuestro esmoquin y los alcanzamos aquí en unos minutos- Terry me fulminó con la mirada y yo le sonreí nervioso.

Al cabo de treinta minutos, Albert y yo volvimos con todo lo que requeríamos para la función de teatro que habría de dar la compañía Stratford. Terry estaba impaciente e irritable esperando por nosotros afuera de la mansión.

- ¡Vamos! ¡Pongámonos en marcha! - gritó una vez que nos vio llegar. Candy corrió alegremente hacia a Albert y se puso a su lado. Se había cambiado el vestido y llevaba un sombrerito a juego.

Terry los observó con los ojos entornados, mirándolos primero a uno y después a la otra. Después, miró fijamente a Albert y este le devolvió la mirada sin amedrentarse. Candy estaba ajena a esta guerra de testosterona, pues charlaba y bromeaba de manera despreocupada con Annie.

- ¿Está nervioso por la función? - preguntó Albert, haciendo un esfuerzo por romper el incómodo momento.

- No.

- Ah.

Terry se giró sobre sí mismo y le dio la espalda, se acercó al auto de Albert y lo miró con detenimiento.

- ¿Cómo es el cambio de velocidades? - preguntó Terry

- Normal.

- Llévese usted mi auto y yo me llevaré el suyo- Albert frunció el ceño.

- Me temo que tiene poca gasolina- le dijo, dejando ver en su rostro, el desagrado que le causaba la idea de que Terry tomara su auto.

- ¡Oh! Por eso no se preocupe, tiene suficiente, pero si llegara a faltar, puedo parar a comprar una poca en una farmacia. ¡Hoy día se puede comprar todo en una farmacia! - Todos guardamos silencio ante aquella observación. Candy, con el cejo fruncido, le echó a Terry una mirada de desaprobación.

- Vamos, Candy- Terry le tomó por el codo, dirigiéndola hacia el coche.

- Llévate a Archie y Annie- le dijo, soltándose de su agarre, colocándose nuevamente junto a Albert -Nosotros te seguiremos.

Terry no discutió. Annie y yo nos subimos al auto de Albert con él y salimos disparados rumbo a Nueva York.

- Ustedes creen que yo soy un idiota ¿no es cierto? - dijo, de pronto. Annie y yo nos miramos brevemente.

- ¿De qué hablas? - hice todo lo posible para que mi tono de voz pareciera ingenuo. Terry me miró ofendido.

- Quizá lo sea, es cierto, pero ya me intuía algo de esto- Fruncí el ceño y lo miré atentamente conducir a toda velocidad sin perder de vista por el retrovisor el auto de Albert que venía detrás nuestro- Es por eso que investigué un poco a tu amigo. Él no es quién dice ser. Detrás de sus negocios de farmacias hay un sucio traficante.

- ¿Y cómo lo sabes? - Preguntó Annie enfadada - ¿Le has preguntado a una adivina?

- ¿Cómo?

- Mira Terry -protestó Annie - La verdad es que yo no creo que tú tengas derecho a…- le apreté la mano a mi novia. Cuando ella me miró, le negué con la cabeza diciéndole sin palabras que no continuara diciendo nada más. Me soltó la mano bruscamente.

- Quizá deberías cargar gasolina- le dije, en un intento de desviar la atención de la charla.

- No, tenemos de sobra para llegar al teatro.

Terry seguía sin perder de vista el auto donde Candy y Albert viajaban. Ambos hombres, se habían inmerso en una lucha silenciosa de poder. Más de una vez, los vehículos se emparejaron y ellos se miraban de forma desafiante, mientras Candy reía divertida y nos gritaba con entusiasmo.

Una vez que llegamos a la ciudad, un semáforo detuvo el carro de Albert, mientras nosotros seguimos de largo. Terry intentó bajar la velocidad para esperarlos, pero el tránsito vehicular no nos lo permitió.

Llegamos a una calle, con menos tráfico y él redujo la velocidad. Reconocí aquel lugar; era la calle donde vivía Susana, la novia de Grandchester. Justo cuando íbamos pasando frente a la casa, vimos a un hombre salir de ella.

- ¡Ey! ¡Collins! - le gritó Terry, deteniendo el auto. El hombre se volvió hacia él y, por un segundo, su cansada mirada gris se iluminó.

- ¡Señor Grandchester! - le saludó, sin mucho entusiasmo - ¿Va usted al teatro ya?

- ¿Eh? Sí... -Terry levantó discretamente la vista y miró a Susana que estaba asomada por una ventana en la planta alta de la casa -La función es a las ocho y ya voy un poco retrasado.

- Siento haberle llamado hoy a la hora del almuerzo, pero es que estoy desesperado. Necesito el dinero, pues pienso mudarme de Nueva York lo antes posible.

- ¿Te mudas? - Terry echó nuevamente un rápido vistazo hacía la mujer que lo miraba con una expresión suplicante y angustiada.

- Sí, mi esposa no ha estado bien de salud. Me temo que ha caído en una depresión terrible. Me la voy a llevar a vivir a Florida.

En una sola tarde, a Terry se le desmoronaba un universo que él creía asegurado. Un universo en donde él era el sol y los demás planetas giraba a su alrededor, sin protestar, ni cuestionar. En dónde él era la fuente de energía y todos aceptaban de buena forma los rescoldos que se dignara a dar.

Una mueca de horror cubrió brevemente su atractivo rostro. Algo caso imperceptible, pero que yo pude captar. Su esposa y su amante al mismo tiempo le dejaban, y eso era más de lo que su ego podía soportar.

- Es un bonito auto ¿es suyo? - le preguntó David, interrumpiendo sus pensamientos.

- No, es de un conocido, lo devolveré en un rato.

En ese momento, a nuestro lado pasó como un torbellino el auto donde viajaban Candy y Albert. Terry pisó el acelerador, no sin antes despedirse brevemente de Collins. Miré hacia atrás, y vi el compungido rostro de Susana Marlow, su boca se abrió para decir algo, pero no lo hizo.

Llegamos al teatro y dejamos a las damas junto con Terry. Albert decidió que lo mejor era que él y yo nos fuéramos a una habitación en el hotel Plaza para cambiarnos. Terry se mostró hasta cierto punto agradecido de no tener que lidiar más con él y Candy justo antes de la función. Tenía que estar lo más relajado posible, aunque me parece que eso iba a ser prácticamente imposible.

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Después de ver como se alejaba Terry en aquel auto que ella no conocía, Susana bajó sigilosamente las escaleras de su humilde vivienda. Con todo el cuidado que pudo, abrió con mucha prudencia la puerta principal y salió a la calle. Una vez ahí, emprendió una carrera tras el auto en donde iba Terry y sus acompañantes.

Sabía que esa noche había una función de teatro donde él era (como siempre) el protagonista de la obra, así que, sin dudarlo, a paso acelerado tomó rumbo a la Quinta Avenida, para así llegar a la avenida Broadway. Si fuera necesario, iba a plantarse en la puerta del teatro hasta que Terry saliera y pudiera hablar con él. Estaba dispuesta a suplicarle de rodillas para que no dejara que su esposo se la llevara lejos. No podría soportar estar lejos de él, y esos días de ausencia se lo habían confirmado, pues cayó en la más profunda de las depresiones, sin más ganas que volver a su lado en cualquier circunstancia o morir si él no se lo permitiese. Para rematar su mala suerte, David le había reclamado airadamente su estado anímico, echándole en cara que sospechaba que su tristeza se debía a que tenía algún amorío con alguien y, de ser así, si él llegara a descubrir de quién se trataba, los mataría a los dos.

A su paso por la Quinta Avenida, vio al singular auto beige en donde viajaba Terry, estacionarse en el Hotel Plaza. Sin pensarlo se echó a correr hacia el vehículo, mientras sus ocupantes bajaban de él. Uno de ellos entró al hotel, mientras el otro le daba las llaves a un empleado y le daba instrucciones de llenar el tanque con gasolina.

- ¡Terry! - dijo, jalándole del brazo, pero se paró en seco al ver que se trataba de otra persona. Parpadeó un par de veces al ver al hombre que tenía frente a ella.

- ¿Puedo ayudarle, señorita? - Albert le sonrió afable, pero con un mohín de confusión.

- Discúlpeme, señor- contestó, tratando de recuperar el aliento por la carrera y la vergüenza de haberse equivocado -Lo he confundido con otra persona.

- No se preocupe, madame. Si busca al señor Grandchester, él ahora mismo está en el teatro- contestó Albert, educadamente. No le costó mucho adivinar, que aquella joven mujer era la amante de Terry.

Susana sonrió débilmente, al tiempo que sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.

- ¿Está usted bien? - preguntó.

Susana asintió con la cabeza sin poder articular palabra. Bajó su rostro para disimular las lágrimas que comenzaron a rodar por su rostro.

- No me lo parece- Albert suspiró -Venga, déjeme invitarle un vaso con agua para que se recupere un poco.

Albert y Susana entraron en el hotel, sin percatarse, que unos ojos grises los miraban furiosos.

- Así que es él- se dijo - ¡Malditos! ¡Nadie se burla de David Collins!

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Albert me comentó el episodio que había tenido con Susana Marlow esa tarde en el hotel. La joven había permanecido un rato sentada con él en el lobby y después se marchó.

- Es ella la chica que le llama a Grandchester ¿No es así? - me preguntó, directamente.

- Sí- fue mi escueta respuesta. Albert no preguntó más.

Al llegar al teatro y Candy y Annie ya nos esperaban en unos de los palcos de teatro. A ambas se les veía hermosas. Candy, lucía esa noche especialmente radiante y feliz. Me senté al lado de mi querida novia y Albert y Candy se sentaron juntos.

La función comenzó y todos guardamos silencio. En el escenario, interpretando a Don Juan, Terry demostraba a todo el mundo porqué era considerado el mejor actor de Broadway. Su talento era innegable. De vez en cuando, echaba una rápida mirada al palco, quizá como advertencia de que, aunque estuviera en escena, estaba vigilando muy de cerca los movimientos de su rival y su esposa.

Candy y Albert habían estado en silencio casi toda la obra. Sólo intercambiando miradas enamoradas y alguno que otro susurro. En el tercer acto, los oí murmurar con más fluidez. Estábamos tan cerca uno del otro en aquel pequeño palco, que no pude evitar escuchar lo que decían.

- ¿Entonces, esta noche? - preguntó él.

- Sí- contestó ella decidida -Esta noche le diré que le dejaré, que quiero el divorcio.

- No se lo dirás tú sola, lo enfrentáremos los dos. Sólo quiero que estés muy segura de lo que vamos a hacer.

- Lo estoy. Quiero estar contigo siempre.

- Bien, entonces partiremos lo antes posible. Es preciso que salga de viaje la semana que entra. Por el divorcio no te preocupes, mis abogados se encargarán de todo.

Odiaba tener que escuchar aquella charla que no me incumbía en lo más mínimo, pero que por desgracia, me preocupada en extremo. Trate de disimular mi entrometimiento involuntario centrando mi atención en la obra.

- "Aquí aguarda del Señor

el más leal caballero

la venganza de un traidor. Del mote reírme quiero.

Y, ¿habéis vos de vengar, buen viejo, barbas de piedra?"*

- "No se las podrá pelar

quien barbas tan fuertes medra". *

- Te amo Albert- escuché decir a Candy en un tono más fuerte que un susurro. Albert levantó su mano y le besó los nudillos con vehemencia.

- Yo también te amo, querida. Te amaré siempre.

Un silencio total se hizo en el teatro. Desde el escenario, como si los hubiera escuchado, Terry, con el ceño fruncido, estaba observando fijamente a los dos enamorados. El actor que interpretaba el papel de "Catalinón", contemplaba a su compañero con una mueca de preocupación.

-"Le digo Don Juan que no se las podrá pelar

quien barbas tan fuertes medra" *- repitió

Terry reaccionó sacudiendo ligeramente la cabeza y continuó su parlamento mirando a Albert de manera desafiante.

-" Aquesta noche a cenar

os aguardo en mi posada;

allí el desafío haremos,

si la venganza os agrada, aunque mal reñir podremos,

si es de piedra vuestra espada"*

Lo dijo con tanto énfasis, que no me cupo duda que el mensaje de ese diálogo iba dirigido directamente a Albert. Como cuando se reta a un duelo a muerte.

- ¡Oh no! -pensé - Esta noche ocurrirá algo grave, muy grave.

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George Johnson volvía exhausto del largo viaje de Chicago a Nueva York. Había podido resolver la mayoría de los asuntos concernientes a las empresas Andrew con resultados positivos. Se había presentado ante Ian y Kirk Andrew, y les había informado que su plan de desaparecer a William había fracasado y, ahora, la cárcel era lo que les esperaba por el resto de sus vidas, jurando que de por su cuenta corría, que jamás volverían a poner un pie en la calle.

Cuando visitó a Robert Leagan en el hospital este se sorprendió al verlo. Si bien no lo creía muerto, había subestimado su desaparición.

- Pensé que te habías retirado Johnson o que estarías trabajando para un senador o un empresario. Jamás pensé que tú hubieras rescatado a William de la muerte.

- Esa era la idea, que nadie lo pensara. William es como mi hijo y por él hubiese hecho lo que fuera.

- Así es, uno hace tantas cosas por los hijos. Lastimosamente, muchas de esas cosas sólo los hacen estúpidos y engreídos. Y acaban siendo lo que jamás deseamos para ellos. Mira a Neal. Su madre y yo lo hicimos un delincuente.

- ¿Dónde está él?

- No lo sé, pero George, si muero, encárgate de que reciba una lección adecuada. Si es que todavía puedo hacer algo por mi hijo me gustaría que pudiera recomponer su camino.

- No te puedo prometer nada, Neal tendrá que pagar las consecuencias de sus actos, y no depende de mí el precio que estos tengan.

George volvió a Nueva York antes de lo previsto. Si bien el plan era quedarse indefinidamente, algo le preocupaba y, siguiendo sus instintos, decidió volver lo antes posible.

Cuando llegó a la mansión, todo estaba en silencio. El mayordomo le informó que Albert había salido a una gala de teatro junto con Archibald Cornwell y dio instrucciones de que no se le esperara para la cena, pues no sabía la hora de su retorno. Frunció el entrecejo, pues sabía que quizá esa noche, la señora Candy le partiría el corazón nuevamente, dejándolo en un estado de desolación y tristeza. Y él, como siempre, estaría a su lado para recoger los trozos y tratar de pegarlos, esperando que, con el tiempo, pudiera volver a amar a alguien que lo mereciera totalmente.

Decidió esperarlo en la oficina del mirador mientras revisaba algunos papeles y contratos de las próximas adquisiciones que harían. Guardó en un cajón los boletos del barco que les llevarían al puerto de Southampton en Inglaterra, para después viajar a Escocia y presentarse nuevamente con los miembros del Clan Andrew.

Después de un rato. Decidió estirar un poco las piernas, y se dirigió al jardín para fumar un cigarrillo. Parado en la puerta principal, observaba la cadencia con que caía el agua en la fuente que estaba frente a él.

- Shh, Shh, Señor Smith.

El susurró que provenía de la oscuridad lo puso alerta. Sin pensarlo sacó la pistola que tenía en el cinto y apunto hacia la oscuridad.

- ¡¿Quién anda ahí?!- gritó - ¡Salga o disparo!

Entre la penumbra se vio una silueta que se acercaba con las manos en alto.

- ¡No dispare, señor Smith! Vengo desarmado- dijo, a medida que se acercaba.

- ¿Quién eres? ¡Identifícate! - ordenó. Al llegar a la luz la silueta, vio el rostro de la persona que había estado escondida - ¡Neal Leagan! - dijo, sorprendido.

- No dispare, señor ¿Smith o Johnson? ¿Cómo es que he de llamarlo? - una vez que estuvo frente a él, sin dejar de apuntarlo con el arma, George lo cateó rápidamente comprobando que efectivamente no estuviera armado.

- ¿Qué haces aquí? La policía te está buscando.

- Vine a pedir clemencia al señor William y a ponerme a sus órdenes para acabar con ese viejo traidor de Douglas. ¡Por su culpa mi padre está muriendo!

- No podemos hacer nada por ti, Neal. Tú fuiste parte de todo y es justo que recibas tu castigo.

- ¡No! - protestó -Ellos me ocultaban muchas cosas. Yo no estaba enterado de todo. Ellos me dieron el lugar del patriarca y yo acepté y me aproveché del privilegio, pero pocas veces eran convocado. ¡Se lo juro!

George lo miró con desconfianza, definitivamente no podía fiarse de él. Neal Leagan era astuto y sin chistar, podía venderle su alma al diablo si fuese necesario con tal de librarse de la cárcel. Quizá el joven no mentía con respecto al no haber participado al cien por ciento en los planes de Douglas y su padre, pero era tan culpable como ellos al estar implicado en el tráfico de alcohol y en el presunto asesinato de Malcom Andrew, además del intento de eliminar a Ernest. Así que, el privilegio de salir impune de sus actos malvados, no era algo que habría él de concederle.

- Lo siento Neal, no puedo ayudarte. Lo más que puedo hacer por ti es conseguirte un abogado para que te absuelva de la totalidad de los cargos que tendrán que enfrentar los demás, y que tu condena sea menor.

- ¡No! ¡Yo no iré a la cárcel! - gritó

- No te resistas, si te entregas voluntariamente, tendrás más puntos a tu favor.

- ¡No! ¡Hablaré con el señor William! Él me comprenderá ¡ambos somos víctimas!

- No, Neal, no te confundas, en todo esto él es la víctima de sus ambiciones. Tú eres cómplice de todos ellos. Nadie te obligo a hacer todas las fechorías que has hecho. A él en cambio lo obligaron de la forma más vil a permanecer escondido mientras se recuperaba de las lesiones que le provocaron en los muchos intentos por matarlo. ¡Así que no me vengas que tú también eres una víctima! ¡No te atrevas a compararte con él!

Neal miraba horrorizado a Johnson, quién seguía apuntándole con la pistola. Sin esperarlo, él chico se abalanzó hacia él tratando de quitarle el arma. En su lucha, rodaron escaleras abajo cayendo cada uno por distintos lados. Una vez abajo, George reaccionó y buscó inmediatamente la pistola. Al levantar la vista, Neal estaba de pie con el revólver en las manos temblorosas.

- ¡Si me matas, no habrá poder humano que te libre de la cárcel! - le dijo, desde su posición.

- No quiero hacerle daño- chilló - ¡Solo quiere su ayuda! - suplicó

- Ya te dije lo que te puedo ofrecer.

- Muy bien, si no me ayudará, tampoco me va entregar. Sólo una cosa le voy a decir, cuídese de Douglas. El viejo está en Nueva York y es capaz de todo. Vigile muy bien a su protegido.

Neal caminó unos pasos hacia atrás sin quitarle la vista de encima a George. Cuando estuvo lo suficientemente alejado, se echó a correr. George se levantó y corrió tras él. En su camino, encontró su arma tirada en el pasto, la levantó y miró hacia el lugar donde había desaparecido.

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Estábamos todos sentados en la calurosa habitación del hotel Plaza. Nos dirigimos a ese lugar, una vez que terminó la función de teatro. A pesar del gran éxito de la obra, Terry no estaba de humor para lidiar con admiradores en los restaurantes y es por eso que aceptó la propuesta de que cenáramos en el lugar reservado por Albert.

Aunque la noche estaba avanzada hacía un calor infernal. Poco había cesado la alta temperatura en el ambiente y la tensión de los que estábamos ahí.

- ¡Hace tanto calor! - se quejó Candy - ¿Por qué no abren otra ventana?

- Porque ya no hay otra- le respondió Annie, soplándose cadenciosamente con un abanico de plumas.

- Entonces hay que pedir que hagan un hueco en la pared.

- ¡Por Dios, Candy! ¡Deja de quejarte! ¿Qué no sabes hacer otra cosa más que quejarte? - le reprendió Terry, alzando la voz.

De una bolsa de cuero, sacó una botella de whisky que estaba envuelta en una toalla y se sirvió una copa en un vaso rebosante de hielo.

- ¿Por qué no la deja en paz, joven amigo? Finalmente, si estamos aquí, es porque usted no ha querido convivir con sus admiradoras- señaló Albert, con un tono tranquilo pero firme.

Terry se volvió hacia él. Mirándolo con displicencia.

- No me llame así. Para usted soy el señor Grandchester. No aplique conmigo su ridícula frase. ¿Dónde la aprendió?

- ¡Escúchame bien, Terry! - dijo Candy, encarándolo enfadada -Si vas a ser grosero con los que estamos en este lugar, quizá será mejor que me vaya de aquí o menor aún, que te vayas tú- Terry se rio socarrón.

- No, no- continuó - En verdad quiero saberlo. La aprendió en Oxford. Porque tengo entendido que usted ha estudiado ahí, aunque su nombre no aparece en ninguno de los registros. ¿Cómo es que alguien como usted pudo estar en una universidad tan prestigiosa?

Albert sonrió

- Digamos que... Es una tradición familiar- dio un trago a su copa - Y en cuanto al nombre, no me ha encontrado porque me he matriculado con mi primer nombre: William, y quizá sea por eso que no me encontró.

Recordé que Albert ya me había comentado acerca de esta tradición familiar de su familia, muy parecida a la mía. Sonreí al comprobar que aquella versión era verídica. Sin embargo, me extraño que hiciera mención de su primer nombre... William. Incluso yo, no recordaba que lo tuviera.

- ¿Satisfecho con la respuesta, Terry? - Preguntó Candy con ironía -¿Por qué mejor no te preparas un trago? quizá después de tomarlo te sientas menos estúpido

- No tan rápido, quiero hacerle una pregunta más señor Ardley- Terry lo miró fijamente antes de cuestionarlo

- Todas las que usted desee, señor Grandchester.

- Muy bien, dígame ¿Qué tipo de problema quiere causar en mi casa?

- ¡Terry! - gritó Candy

- Porque desde que usted apareció en nuestras vidas, mi esposa ha cambiado tanto que ya no la reconozco.

- ¡Él no está creando ningún problema! - espetó Candy, señalándolo con el dedo indicie -Los problemas los has creado tú en todos estos años. ¡Así que haz el favor de no decir más tonterías!

- ¡Tonterías! - repitió Terry -Tontería es suponer que yo me quedaré cruzado de brazos, permitiendo que un don nadie, que salió de no sé dónde, se acueste con mi esposa- todos fruncimos el entrecejo- Supongo, querida, que te has dejado influir por la moda de estos tiempos. Pero conmigo no cuentes para hacerme de la vista gorda y fingir que no está pasando nada. Me estas subestimando y estás subestimando nuestro matrimonio. ¡Por Dios! ¿dónde quedaron los valores familiares? ¿Qué acaso el clan Andrew no les enseña a sus mujeres a respetar a la familia? - Se giró para servirse un trago.

No está de más decir, que compartía con todos el disgusto y la indignación por aquel ridículo discursó que Terry estaba dándonos. Estuve a punto de echarme a reír con ironía, pero me contuve. Ahora menos que nunca dudaba de sus dotes histriónicos, al verlo transformarse de un libertino a un puritano de forma realmente espectacular.

- ¡Su esposa no le quiere! - soltó de repente Albert - Me quiere a mí.

Terry se volteó lentamente.

- ¿Qué?

- Lo que ha oído. Ella no le quiere. Nunca le ha querido -Dijo, con voz tranquila, se acercó a Candy que estaba sentada en un sillón respirando rápidamente y le tomó la mano- Se casó con usted porque tuve un accidente durante mi regreso de la guerra y no supo nada más de mí. Se cansó de esperarme, pero todo aquello fue una terrible equivocación. Pero la realidad es que nunca le amo.

- ¡Está loco! - le gritó

Tomé de la mano a Annie, dispuesto a llevármela de ahí. Esto era más de lo que ambos podíamos soportar considerando que ese día anunciaríamos nuestro compromiso. Y ese momento, en el que se supone que ambos seríamos felices, se había esfumado completamente sin siquiera haber empezado. Candy se dio cuenta de nuestras intenciones y de un salto se paró del sillón y se acercó a nosotros.

- Creo que lo mejor es que nos vayamos a casa- suplicó

- ¡Siéntate Candy! - le ordenó Terry - Y ustedes dos no van a ningún lado- nos señaló con el índice- Candy- se dirigió nuevamente a ella, acercándose lentamente - ¿Qué es lo que está pasando? Cuéntamelo.

- Ya se lo dije- intervino Albert -Durante seis años nos hemos amado y usted no lo sabía.

Terry, de manera brusca, se acercó más a Candy.

- ¿Llevas seis años viendo a este individuo?

- Viendo, no- dijo Albert -No nos fue posible estar juntos, pero durante ese tiempo nos hemos amado.

Terry se echó hacia atrás y comenzó a reírse a carcajadas.

- ¡De manera que sólo es eso! ¡Está usted loco! No puedo saber que estaba haciendo Candy hace seis años porque ella y yo nos dejamos de ver por mucho tiempo. No tengo idea de cómo logró acercarse a ella. Pero si de algo estoy seguro, señor Ardley, es que Candy me amaba cuando nos casamos y a su manera me sigue queriendo ahora.

- ¡No! - Albert dio un paso adelante, acercándose a Terry.

- Sí, señor Ardley, Candy me quiere, el problema es que a veces se le meten ideas tontas en la cabeza y no sabe lo que hace, pero con todo y eso, yo también la amo a ella. Así, tal cual es. No puedo negar que de vez en cuando he tenido algún desliz, pero ella sabe que siempre ¡siempre! Vuelvo a su lado.

- ¡Eres un cínico! - gritó Candy, mirándolo con desprecio - ¡Los dedos de las manos no me alcanzan para contar a todas las mujeres con las que has andado desde que nos casamos! ¿y quieres que me sienta agradecida porque siempre vuelves?

- Candy- Albert la tomó por los hombros -Todo eso ya ha terminado, ahora tú y yo seremos felices, porque yo jamás te haré algo tan vil y bajo. No le quisiste entonces y no le quieres ahora.

- ¿Cómo voy a quererlo? - Candy bajó el rostro, ante la colérica mirada de Terry.

- ¿Nunca? - le preguntó - ¿Nunca me has querido? - Candy negó con la cabeza - ¿Ni cuando estuvimos en el San Pablo? ¿O cuando fuimos de vacaciones a Escocia? ¿Ni tampoco cuando te ayude a superar el duelo por tu antiguo amor muerto? ¿Nunca? Porque hasta donde yo supe, cuando me marché del colegio, lloraste a mares y hasta te escapaste para irme a buscar a Souphamtom. ¿Tampoco me quisiste cuando te dediqué mi actuación en Romeo y Julieta?

- ¡Por Dios, Terry! ¡Cállate! - rogó, Albert la apretó en un abrazo, mientras ella lloraba en su pecho.

- Candy- le dijo Terry -Tú y yo tenemos cosas que son imposibles de olvidar. No me digas que nunca me has querido.

- Está intentado manipularla con sus palabras- le espetó Albert - Pero sus actos han hablado por usted- Candy se soltó del abrazo de Albert y se recargó en la ventana para tomar aire.

- Candy- continuó Terry, acercándose a ella - ¿Qué es lo que quieres? ¡Dímelo! ¿Qué te sea fiel? Te juro que de ahora en adelante lo seré, por ti, por Eli. Cuidare de ti, te lo prometo.

- Eso será imposible- Dijo Albert, a punto de perder los estribos -Su oportunidad ha pasado, ya no cuidara más de ella.

Notando el estado vulnerable en que Albert comenzaba a caer, Terry se echó a reír nuevamente.

- ¿No? ¿Y eso por qué? - dijo, desdeñoso.

- Porque ella lo va a dejar y se irá conmigo.

- ¡Tonterías!

- ¡Pues lo voy a hacer! - dijo ella, haciendo un esfuerzo por verse valiente.

- ¡No lo harás! Y mucho menos con este vulgar delincuente. Dime Candy ¿sabes realmente quién es este sujeto? Aparte de saber que detrás de sus negocios de farmacias hay un jugoso negocio de tráfico de alcohol que tiene comparado a medio Senado y Wall Street, hay algo más que este tipo oculta. Algo que se le nota, pero que no le cuenta a nadie.

Por la cara de Albert se dibujó una expresión de sorpresa tal, que no supe cómo interpretar. Como a quién sorprenden robando en el acto o desmintiendo una cosa de cuya verdad tenemos el conocimiento absoluto.

- ¡Díganos, señor Ardley! ¡Díganos en verdad quién es usted! Sí alguien sabe de grandes actuaciones ese soy yo, y créame, he visto su gran interpretación muy de cerca, pero ya va siendo hora que nos diga la verdad.

Candy miró de un lado a otro como si estuviera recordando algo o procesando alguna información, después, miró a Albert de forma inescrutable.

- ¿Y bien? ¿Nos va a decir realmente quién es usted? - insistió -Por qué hasta donde yo veo, no hay nada respetable en usted, señor Ardley.

- ¿Y qué hay de usted? - se defendió - ¿Hay algo respetable en su persona? Lo único medianamente aceptable que le veo es su dinero, pero yo también tengo mucho, tal vez más que usted, señor Grandchester.

- No se equivoque, nosotros no somos iguales. Yo pertenezco a la nobleza inglesa, en cambio...- Terry hizo con su mano una señal desdeñosa hacia Albert.

- ¡Oh! ¡No! El que se equivoca es usted, yo también...- Albert dejó a medias la frase. Cerró la boca como si lo que estaba a punto de decir fuera una gran indiscreción.

- Usted también...- le instó Terry a seguir.

Albert se pasó la mano por el pelo ante el escrutinio de Candy, la cual parecía que esperaba una respuesta.

- Candy, mírame- le tomó de las manos con fuerza -Hay tantas cosas que...

- Tantas cosas que te ha ocultado querida y que tú ignoras- completó Terry la frase - ¡Vete con él, si es lo quieres! Luego vendrás llorando por mi perdón cuando te des cuenta que no es nada de lo que decía ser.

- ¡Cállate! ¡Cállate! ¡No tienes la más mínima idea! -sorpresivamente Albert se abalanzó hacia Terry y comenzó a sacudirlo con violencia, aferrado a las solapas de su chaqueta -No tiene la más mínima idea- susurró. La cara de Albert estaba roja de ira, nunca olvidaré su expresión, ahí, casi encima de Terry parecía fuerte y poderoso; pero a la vez vulnerable y desvalido. Asustado por lo que había hecho, Albert soltó a Terry lentamente y se echó hacia atrás. Nos miró a todos mortificado y totalmente contrariado.

- Mis más sinceras disculpas- dijo, acomodándose el pelo - he... He perdido el control y eso... No es usual en mí- tragando saliva con dificultad, miró a Candy que lo observaba asustada.

- Candy yo...- Albert dio un paso hacia Candy, pero ella dio uno hacia atrás. Los ojos de Albert se abrieron grandes, suplicantes, pero ella no reaccionaba.

Terry con una sonrisa burlona, abrió la puerta de la habitación que daba a la salida.

- Creo, que esta maravillosa historia de amor ha terminado- espetó socarronamente - Así que si ya no tiene más que decir...- con una señal con la cabeza Terry, le indicó a Albert que era hora de marcharse.

- ¿Candy? - le llamó nuevamente, ella estaba dándole la espalda, llorando desconsoladamente -Candy, por favor- Albert frunció el entrecejo -Muy bien -De pronto, lo vi erguirse a todo lo que le daba su cuerpo, se re acomodó la chaqueta y a paso firme se dirigió a la salida.

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