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20 AC Segunda Luna, Dia 5, Bosques de Qohor, Campamento Tagaez fen cerca de Qohor
El viento soplaba suavemente a través del campamento, haciendo que las telas de las tiendas se agitaran de forma irregular. Ashkan se encontraba junto a Kaveh, esperando a que Nazar llegara. La guerra de Volantis contra las ciudades antiguas colonias valyrias había sido brutal, Lys y Myr habían caído hace años y todos habían escuchado el estado de Tryosh, aunque el campamento estaba lejos del frente principal, el cansancio de los comerciantes de aquellas zonas se sentía en el aire.
Nazar llegó con paso firme, sus ojos oscuros escaneando el entorno antes de asentarse en la figura de Ashkan. Era un hombre de pocas palabras, pero cada uno de sus gestos transmitía autoridad. Un líder nato, curtido en la batalla, conocido por su habilidad para sobrevivir donde otros caían. Detrás de él, dos de sus hombres de confianza se quedaron de pie a cierta distancia, como sombras, siempre atentos.
—Gracias por venir, Nazar —dijo Ashkan con una voz tranquila pero firme, invitando al veterano savaran a sentarse en una alfombra que cubría el suelo de la tienda. El resplandor del fuego iluminaba los rasgos afilados de ambos hombres, mientras Kaveh se mantenía a su lado, observando en silencio.
Nazar se acomodó, pero no dejó de analizar a Ashkan, como si midiera el peso de cada palabra que se pronunciaría en esa conversación. Finalmente, tras unos segundos de silencio, habló.
—Veo que han estado ocupados muchachos—comenzó Nazar, sus ojos oscuros reflejando un destello de admiración—. ¿Es a causa de ustedes? —comentó Nazar, cruzando los brazos
Kaveh intervino antes de que Ashkan pudiera responder, siempre directo y pragmático.
—Queremos unirnos a la lucha Nazar, muchos de nosotros queremos ser más que escoltas para algún mercader gordo. —dijo con firmeza—. Queremos pelear y todos sabemos el trato que se ha forjado con Qohor, una guerra contra Volantis solo adelantara el sueño de los Hombres Altos
Nazar permaneció en silencio por un momento, su rostro impasible. Sabía que lo que Kaveh decía tenía sentido, pero había algo en el entusiasmo del joven que lo inquietaba.
—No estamos en guerra Kaveh…al menos aún no. —respondió Nazar, con voz neutra—. Qohor se prepara, sí, pero solo por si Volantis decide atacar. Hasta ahora, solo patrullan, no han provocado daño alguno. Nos usara como primera línea de defensa ante una posible agresión. Sabemos que hay tropas de Volantis merodeando los alrededores, pero solo eso.
Kaveh frunció el ceño, claramente frustrado.
—¿Esperar a que ataquen primero? Sabes tan bien como yo que Qohor no nos habría patrocinado solo para aparentar fuerza. Quieren usarla. Si destrozamos a las tropas de Volantis antes de que puedan organizarlas, mejor nos pagarán.
Nazar lo observó con una expresión impasible.— Faltan hombres y mujeres que se unirán a nuestras filas. No estamos listos. Movilizarnos ahora sería un suicidio. Hemos gastado grandes cantidades de oro en armarnos y aun no contamos con suficientes suministros para la marcha.
Antes de que Kaveh pudiera replicar, Ashkan habló, con la misma calma de antes, pero sus palabras cortaron el aire.
—No necesitas movilizar a nadie Nazar—Interrumpió Ashkan—hemos estado reuniendo un pequeño grupo, lo suficiente grande para ser peligroso, pero no demasiado para llamar la atención. Para los ojos de Volantis, solo seremos una banda de bandidos.
—¿Qué propones exactamente? —preguntó, dirigiendo su mirada hacia Ashkan—. ¿Cuál es tu plan?
Ashkan se inclinó ligeramente hacia adelante, mostrando con su postura que la conversación había llegado a su punto crucial.
—Volantis es fuerte, pero su fuerza también es su debilidad —dijo, su voz baja pero intensa—. Dependen de largas rutas de suministro para mantener a sus ejércitos en marcha. Si podemos cortar esas rutas, aunque solo sea temporalmente, podemos hacer que su maquinaria de guerra se tambalee. Atacaremos caravanas de suministros, quemaremos almacenes, destruiremos puentes. Los desangraremos poco a poco, hasta que no puedan sostener su esfuerzo bélico.
Nazar asintió lentamente, comprendiendo la estrategia. Los grandes ejércitos siempre habían sido vulnerables a la guerra de desgaste, y él había visto personalmente cómo una campaña larga y costosa podía hacer caer a los más poderosos.
—Quieres desestabilizar sus fuerzas, desangrarlos — dijo Nazar, con una leve sonrisa burlona—. Sadok te ha enseñado bien muchacho. — su voz cabía a un tono endurecido—Pero sabes los peligros que eso representa, no tendrán apoyo si los atrapan. Esto no es un juego donde al ocultarse el sol puedan regresar a sus tiendas a dormir tranquilamente. Serán cazados día y noche hasta ser capturados. Tardaremos al menos un mes hasta que todos los hombres Altos interesados lleguen a Qohor y comience la marcha.
Ashkan sonrió levemente, preparado para esta pregunta.
—No te preocupes por eso—dijo, observando con atención la reacción de Nazar—. No planeamos enfrentarnos a grandes grupos, todos disponemos de un par de caballos para estar en constante movimiento, somos pocos y podemos ser autosuficientes. Atacaremos rápido como un rayo y con la fuerza de un temblor, apareceremos y desapareceremos entre los bosques.
Kaveh intervino nuevamente, reforzando la propuesta.
—Y no solo eso, Nazar. Te Informaremos de cada ataque, cuantos hombres fueron eliminados, cuanto botín fue confiscado. Podemos averiguar los movimientos de Volantis antes que nadie. Cuando la fuerza principal se cance de nosotros estará agotada, lista para ser derribada con tus fuezas.
Nazar permaneció en silencio, procesando la oferta. Era un hombre práctico, y lo que le ofrecían no era solo riqueza, la información en el campo de batalla era tan importante como tener bien abastecido un ejército y el debilitamiento de la fuerza de Volantis podría asegurar menos bajas en sus hombres.
—Está bien —dijo finalmente, su voz firme—. Pero antes de aceptar, necesito que me expliquen bien su plan. ¿Cuántos hombres tienes? ¿Quién estará a cargo? ¿Cómo se coordinarán? No puedo aceptar esto sin detalles claros
Ashkan asintió con seriedad, consciente del compromiso que estaba asumiendo.
—Por supuesto, Nazar —respondió—.Te lo explicaré todo.
Después de la conversación con Nazar, Ashkan salió de la tienda acompañado por Kaveh. La noche ya había caído sobre el campamento, y las estrellas brillaban en el cielo despejado. A lo lejos, el sonido de los caballos dothraki resonaba con suavidad, mezclado con el murmullo de los soldados y el crepitar de las hogueras. Mientras caminaban en silencio hacia su tienda, Ashkan reflexionaba sobre lo que vendría. Habían logrado convencer a Nazar, pero sabía que la guerra apenas estaba iniciando y podroa epeorar rapidamente.
—Nazar no será fácil de manejar —comentó Kaveh, rompiendo el silencio mientras cruzaban el campamento—. Es un hombre astuto.
Ashkan asintió. Sabía que Kaveh tenía razón, pero también entendía que Nazar era un aliado valioso. Para poder ganar el renombre necesario para liderar su propia fuerza, necesitaba la confianza de hombres como él.
—Lo sé —respondió Ashkan con calma—. Pero también sabe que no tiene muchas opciones. Es un hombre tradicional, y esta es su mejor oportunidad para ganar algo más que monedas de oro.
Al llegar a su tienda, Ashkan vio una figura conocida esperándolo junto al fuego. Su rostro, de rasgos ásperos y angulosos, refleja la dureza de la vida en los vastos llanos de la gran pradera, pero no carece de cierta belleza rústica. Su piel, bronceada por el sol, tiene un tono terroso y natural, más oscuro por la vida al aire libre. Sus ojos, de un color entre ámbar y castaño oscuro, brillan con una inteligencia aguda, siempre observando y evaluando a quienes la rodean. Aunque no sea considerada una belleza en términos convencionales, su presencia y carisma lo atraían.
Tiene el cabello largo y negro, grueso y algo desordenado, típico de las mujeres dothraki que llevan su cabello sin cortar como símbolo de su fortaleza. Aunque no tiene la gracia delicada de las cortesanas de Essos, sus movimientos son seguros y llenos de determinación, mostrando un dominio absoluto de su cuerpo y una confianza natural en su capacidad.
Su complexión es atlética y resistente, con los músculos tonificados por la vida nomada. Sus manos, aunque delgadas y ágiles, muestran las marcas de una vida de trabajo duro. No es una mujer que se asuste fácilmente, y su fuerte carácter se manifiesta en su porte erguido y en la manera en que se enfrenta a los demás, sin vacilar ante el desafío.
Era una de las sobrevivientes del khalasar de Toggo. La llamaban Zala, y desde que la conoció días después de acabar con Toggo había estado enseñándole a Ashkan sobre su cultura y su idioma. Ashkan valoraba ese conocimiento. Sabía que los dothraki, aunque salvajes a los ojos de muchos, eran un pueblo con una rica tradición y una historia que merecía respeto.
—Aksio —saludó Zala, con una sonrisa tranquila, al ver acercarse a Ashkan—. ¿Estás listo para otra lección?
—Aksio, Zala —respondió Ashkan, replicando el saludo en dothraki mientras tomaba asiento frente a ella—. Estoy listo. Dime, ¿cómo enfrentan los dothraki a un enemigo como Volantis?
Zala entrecerró los ojos, su expresión cambiando de serena a reflexiva. Se llevó una mano al mentón y guardó silencio por un momento, antes de responder.
—Los dothraki no temen a ningún enemigo —comenzó, su tono lleno de orgullo—. Tu pueblo lo sabe bien, pero Volantis es diferente. Tienen ejércitos que marchan bajo el látigo y cadenas. ¿De qué sirven hombres encadenados para la guerra? No deberían ser una amenaza para nadie. Nosotros confiamos en la velocidad, en atacar rápido y retirarnos aún más rápido. No construimos ciudades, no defendemos murallas. Nuestros caballos son nuestras fortalezas.
Ashkan asintió, comprendiendo la ventaja táctica que los dothraki tenían en el campo abierto.
—Entiendo —dijo—. Fue esa la razón por la que el Shah-Bozorg murió, perseguir a un enemigo que quería ser perseguido. Persiguió a un enemigo que lo llevó a donde quería, sin tener en cuenta su propia vulnerabilidad. Ustedes no tienen un rey, ni una capital que deban proteger.
Zala sonrió, como si esa pregunta la hubiera estado esperando.
—No tenemos un rey, cada khal tiene poder absoluto sobre su khalasar y ningún otro khal puede mandarlo, cuando se vuelva débil, será remplazado por otro viajando a Vaes Dothrak para ser conocido por todos—respondió, con un tono reverente—. Es la única ciudad que respetamos. Allí, ningún dothraki puede alzar un arma. Es un lugar sagrado, donde todos los khalasares pueden reunirse sin temor a la traición. Y está gobernada por las dosh khaleen, las viudas de los khals caídos. Ellas son las que ven el futuro, y sus palabras son ley. Incluso el khal más poderoso se inclinará ante la sabiduría y autoridad de las dosh khaleen
Ashkan consideró esto por un momento. Una ciudad sagrada, protegida por las costumbres de un pueblo belicoso, era algo que no había visto en ninguna otra cultura. Le intrigaba cómo un lugar así podía mantenerse sin ser tomado por la ambición de otros.
—¿Y qué sucede cuando un khal muere en batalla? —preguntó—. ¿Quién lidera a su khalasar?
Zala miró hacia las llamas, como si recordara algo doloroso.
—Cuando un khal muere, su khalasar se divide —dijo finalmente—. Las antiguas tradiciones de los Dothraki exigen que los jinetes de sangre de un khal mueran con él, cabalgando por las tierras nocturnas a su lado. Si fue asesinado por un enemigo, sus jinetes de sangre sólo deben vivir lo suficiente para vengarlo. El último deber que los jinetes de sangre deben a su khal es llevar a su esposa o esposas a Vaes Dothrak para que se unan al dosh khaleen. Los jinetes más fuertes que no eran jinetes de sangre toman a sus seguidores y forman nuevos khalasares. Solo los khals más poderosos pueden unificar a muchos bajo su mando. Khal Mengo fue el primero en intentarlo tratando de seguir una leyenda entre los dothraki...
Zala hizo una pausa, como si las palabras que iba a pronunciar pesaran más que el aire mismo. Las llamas del fuego danzaban reflejadas en sus ojos, otorgándole un aura casi mística mientras hablaba sobre esa leyenda que tantos dothraki susurraban entre ellos con reverencia y temor.
—Hay una leyenda entre los dothraki —continuó Zala, su voz suave, pero cargada de solemnidad—. Hablan del Semental que Cabalgará el Mundo. Un khal de khals que unificará a todos los khalasares bajo un solo estandarte. Un guerrero invencible que no solo dominará las tierras dothraki, sino que llevará a su gente más allá de nuestros pastos, hasta las tierras del oeste, hasta el final del mundo.
Ashkan inclinó la cabeza, pensativo. La idea de un líder supremo que unificara a todos bajo un único mando resonaba con fuerza en su mente, se decía que el Shah-Bozorg reinaba sobre todos los Sahs pero todos sabían que no respetaban su autoridad, tener un único hombre al que seguir. Era algo que él y muchos había deseado para los suyos, pero a una escala completamente diferente. La posibilidad de unificar los restos de su pueblo, los clanes, y las ciudades dispersas de Essos bajo una sola bandera, eran un reto completamente diferente.
—¿Tú crees en esa leyenda? —preguntó Ashkan, genuinamente curioso. Hasta ahora, Zala se había mostrado como una mujer pragmática, con los pies bien plantados en la realidad, y esta leyenda parecía un mito improbable incluso para su cultura.
Zala lo miró por un momento, midiendo sus palabras. Finalmente, su expresión se suavizó, y una leve sonrisa cruzó su rostro.
—No sé si creo en la leyenda —respondió, jugando con un mechón de su cabello negro—, pero sé que muchos dothraki la creen. Para ellos, el Semental que Cabalgará el Mundo es más que una profecía; es una promesa. Los más poderosos khalasares viven con la esperanza de que uno de los suyos sea ese Semental, o que al menos puedan servir bajo su mando cuando llegue el día.
Ashkan asimiló sus palabras, comprendiendo la importancia de la creencia en la leyenda para la cohesión de los dothraki. Incluso sin una estructura formal como la de los reinos civilizados, esta idea del Semental mantenía viva la esperanza de un futuro glorioso para su pueblo: una fuerza unificadora.
—Una leyenda que acabo con un reino milenario como el de Sarnor —murmuró Ashkan, más para sí mismo que para Zala—Talvez necesitamos nuestro propio semental, un nuevo Huzhor Amai.
Zala lo observó por un momento, sus ojos oscuros fijos en él. Luego, dejó escapar una leve risa, casi inaudible, pero con una nota de admiración.
—Tú... siempre pensando en grande, ¿no? —comentó, sacudiendo la cabeza ligeramente—. Los dothraki no siguen a alguien por su inteligencia o sus palabras bonitas. Siguen al más fuerte, al que puede montar y vencer a todos los demás. Los khals se ganan el respeto con sangre, no con ideas. Los tuyos cayeron a pesar de sus pesadas armaduras, insultaban a sus caballos protegiéndolos con mantos de acero pesado, débiles de voluntad traicionándose y desobedeciendo a su Khal. No viví en los tiempos de su caída, no sé cómo peleaban, pero te he visto como peleas—con una sonrisa extasiada—Con ferocidad, sin duda, cabalgas como todo un dothraki, muchos de los míos te habrían seguido. Si quieres tener algo, tómalo, es tuyo por derecho de fuerza.
Ashkan sonrió levemente. Sabía que insinuaba Zala. No importaba cuántas alianzas forjara, cuántas victorias obtuviera, si quería algún día tener a todo tagaez fen de su lado, tendría que enfrentarse a ellos, a su propia gente. Pero no era imposible. Después de todo, eran guerreros orgullosos y difíciles de dominar. Y sin embargo, los había unificado bajo una causa común, solo tenía que plantear una causa aun mas grande.
—Sangre y fuerza... —murmuró Ashkan, mirando las llamas del fuego—. Es lo que mueve a los hombres. Pero incluso los más fuertes necesitan algo en lo que creer. Volantis tiene sus Triarcas, nosotros tenemos nuestros sueños de renacer, y el dothraki tienen su Semental. Al final, todos somos esclavos de nuestras creencias.
Zala se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre sus palabras. Luego, con un suspiro, dejó caer los hombros y cambió de tema, volviendo a lo que habían estado discutiendo en sus lecciones anteriores.
—El idioma dothraki tiene muchas palabras para describir la batalla —dijo, retomando el hilo de su lección—. Pero también es un lenguaje que refleja nuestro modo de vida. No tenemos palabras para cosas que no entendemos. Por ejemplo, no existe una palabra para "esclavo" en nuestro idioma, porque los dothraki no esclavizan. Para nosotros, si no puedes luchar y montar, no tienes valor.
Ashkan escuchaba atentamente mientras Zala le enseñaba palabras y frases en dothraki, intercaladas con fragmentos de su cultura. Había aprendido mucho de ella en los últimos años, desde cómo preparar la carne seca o pasteles de sangre que el dothraki llevaban en sus largos viajes, hasta cómo entrenaban a sus caballos para las largas marchas. Cada lección era una pequeña pieza del rompecabezas que constituía la cultura de los jinetes nómadas.
—Vaes Dothrak —continuó Zala— es el único lugar donde se permite el comercio entre los dothraki y los pueblos extranjeros. Allí, bajo la protección de las dosh khaleen, los guerreros dejan sus espadas y compran y venden lo que necesitan para sus viajes. Los mercaderes de todas partes de Essos llegan allí, sabiendo que estarán a salvo mientras respeten nuestras leyes.
—¿Y qué pasa si alguien rompe esas leyes? —preguntó Ashkan, curioso por saber más sobre las consecuencias de desafiar la única ley en un pueblo tan belicoso.
Zala sonrió, pero esta vez su sonrisa fue más sombría.
—Nadie se atreve a romper las leyes de Vaes Dothrak —respondió—. Los dothraki son crueles en batalla, pero respetan sus tradiciones. Si alguien osara empuñar un arma dentro de la ciudad sagrada, no solo se enfrentaría a la ira de un khal, sino a la de todos. La persona sería arrastrada fuera de la ciudad, y allí sería destruida. No solo moriría, sino que su nombre sería borrado, su memoria extinguida. Para nosotros, ese es el peor destino imaginable.
Ashkan asintió, viendo la importancia de esa amenaza. En un pueblo donde el honor y la fuerza lo eran todo, ser olvidado era un castigo peor que la muerte misma. También entendía que, al respetar estas leyes, los dothraki mantenían una cohesión que los protegía de caer en el caos.
—Gracias por compartir todo esto, Zala —dijo Ashkan, levantándose del suelo—. Tu conocimiento es invaluable para mí.
Zala lo miró de nuevo, esta vez con una expresión más suave. Durante los años que habían pasado juntos, había llegado a respetar a Ashkan de una manera que nunca habría esperado. Aunque no era dothraki, había algo en él que le recordaba a los grandes khals
—Tú eres diferente a cualquier otro hombre que haya conocido antes—dijo finalmente, con una sonrisa ligera—. Eres el primero que conozco que quiere aprender nuestra lengua, incluso los eunucos se limitan a entenderlo, pero se reúsan a hablarlo. Quieres entender al enemigo que destruyo tu reino, muchos lo considerarían un insulto y una traición. Eres peligroso, eso me gusta.
Ashkan sonrió de vuelta, agradecido por el cumplido.
—Quizá —respondió—. Pero prefiero ser peligroso que ignorante. Toda información es valiosa, si algo te ayuda en superar una adversidad es el conocimiento.
Con esas palabras, se despidió de Zala aquella noche, mientras se acostaba para descansar, las palabras de Zala seguían resonando en su mente: la leyenda del Semental que Cabalgará el Mundo, la ciudad sagrada de Vaes Dothrak, y el poder de las creencias para unir o destruir a un pueblo.
Sabía que el camino hacia la restauración de los tagaez fen en Essos sería largo y difícil, pero también sabía que, con el conocimiento que había adquirido, estaba un paso más cerca de lograr su objetivo.
