La vida para Sasha es un poco extraña desde hace un par de años. Aunque ella es una niña normal con cabello y ojos normales, quizás ojos más brillantes que a veces parecen dorados, en ocasiones tiene sueños extraños con monstruos gigantes que parecen humanos pero que comen a los mismos. Sus padres dicen que tiene mucha imaginación y que no son cosas reales, solo pesadillas, tal vez es culpa de los cuentos de sus abuelos, le explican que los monstruos no existen, pero sus abuelos creen que sí, que los monstruos existen y la magia también.
Sasha se asustó y por eso sus padres le dejaron claro, una vez cuando creyó que había un monstruo en su armario, que no era nada, solo su imaginación.
—Ni la magia ni lo monstruos existen, hija. Son cosas de tu imaginación, pero está bien, eres una niña aún y es normal.
Eso fue antes de que se mudaran. Así que, si es que pasaban cosas raras, Sasha había aprendido a no tener miedo de ellas.
Su nuevo hogar no es tan lindo como el anterior, pero de todos modos mamá hizo que la casa quedara bonita.
También la niña tenía otro motivo para estar feliz:
Había encontrado una forma de abrir la caja con candado, sin que se diera cuenta su padre que, a pesar de preguntarle la primera vez al verla sospechosa cerca del cobertizo, nunca pudo probar que fuera contra sus órdenes. ¡Porque no había tomado la llave que sus papás ocultaban! Le habían prohibido siquiera tocar el frasco con garbanzos en la alacena de la cocina detrás del que ocultaban esas llaves. Mas no lo necesitó.
Así que, sin desobedecer ninguna regla real, a veces Sasha iba a practicar sola, contrario a los pedidos de su padre de que no saque el arco y la flecha sin que él esté cerca para vigilarla, temiendo que vaya lastimar a otros.
No estaba haciendo algo malo, sino como papá le enseñó, usando un árbol grande y en un lugar apartado y con buena vista.
¡Le gustaba mucho ese árbol!
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Otro día que Severus salía de casa, volvió a encontrar en el sauce a la niña. Primero no le gustó, mas sonrió con maldad al pensar en cómo disfrutaría confundirla esta vez. ¿A ella le gustaba ocupar su espacio favorito solo para molestarlo zumbando como un mosquito a su alrededor? Pues bien, él haría que ella deje de tener suerte y que se frustre, para finalmente irse y dejar su sauce favorito en paz.
El niño miró con la boca abierta, creyendo que sus ojos lo engañaban. Sin embargo, no dudó cuando vio de nuevo lo mismo.
Eso que estaba haciendo aquella niña...
Era imposible que una flecha corriera esa dirección normal. ¡La forma en que se había desviado y luego girado era claramente antinatural!
La niña saltó feliz, ignorante de las leyes de la física o quizás celebrando su acto tramposo.
Con el corazón latiendo por un sentimiento que no entendía, Severus se acercó con una rapidez que le quitó el aliento y tuvo que doblar las rodillas para recuperarse, casi cayendo sobre el césped.
—Eso… ¿Qué… hiciste?
La niña se sobresaltó.
—¡Volviste! —dijo feliz.
—¿Tienes magia?
—¿Qué?
—¡Magia!
—Eso no es magia. La magia no existe.
—¡No me mientas, eso era magia! ¡Estabas usando magia para acertar la diana, tramposa!
—¡No es cierto, no hice trampa! ¡Y la magia no existe, tonto!
—¿Cómo que no? ¿Tus padres no te contaron nada? Oh… ¿Tus padres no son magos, cierto?
—Mi padre era cazador, no mago… Los magos no existen.
El pequeño Severus Snape frunce el ceño.
—Una hija de muggles entonces.
—¿Eso es un insulto?
—No… Por ahora.
Severus le explicó de qué se trataba todo.
El niño quiso disimularlo, pero la idea de que hubiera alguien con magia que no fuera su madre, alguien con magia que viviera cerca suyo, le emocionaba.
Después de su explicación, la niña en lugar de maravillarse y mostrarse feliz, se mostró sorprendida y desconcertada. El niño imaginó que era mucho para procesar.
—Eso quiere decir… ¿Que solo era magia y no soy buena arquera? —dijo con dificultad, como si fuera a llorar.
Ella no parecía estar muy interesada en el mundo mágico…
