El campamento se había detenido en seco. Los gritos y risas habituales de los semidioses, que normalmente llenaban el aire, se apagaron, como si un silencio pesado cayera sobre ellos al unísono. Todos los jóvenes, que hasta ese momento habían estado inmersos en sus propias actividades, giraron la cabeza al unísono, sus ojos fijos en la entrada del campamento. Allí, de pie y emergiendo desde la barrera mágica, estaba él.
El joven de cabello dorado, que parecía brillar como el sol bajo la luz del atardecer, se alzaba por encima de todos, incluso entre los más altos semidioses. Su estatura, cercana a los dos metros, lo hacía destacar de inmediato, pero lo que realmente capturaba las miradas era su armadura: una majestuosa armadura samurái de diseño clásico, añeja pero imponente, como si fuera un recuerdo de una era pasada y aún más gloriosa. El metal negro que la componía absorbía la luz a su alrededor, dándole un aura de poder antiguo, casi intimidante.
La armadura estaba diseñada con una precisión exquisita, cada placa encajaba perfectamente, protegiendo su torso y hombros, al mismo tiempo que permitía una movilidad total. Parecía tan pesada que los herreros entre los semidioses se preguntaban cómo alguien podía moverse con tal agilidad mientras cargaba el cuerpo inconsciente de un niño.
Pero Boruto, caminaba con paso ligero, como si el peso de la armadura no fuera más que una capa de tela, y la carga que llevaba, el chico llamado Percy, no representara ningún esfuerzo en absoluto.
Lo que más imponía respeto, sin embargo, no era solo su tamaño o su armadura, sino la frialdad de sus ojos. Esos ojos zafiros, brillando con una luz interna, miraban al frente con una calma helada, casi como si pudiera ver a través de las almas de quienes lo observaban.
No había arrogancia ni hostilidad en su mirada, pero algo en ella, quizás esa sensación de experiencia, de haber visto mucho más de lo que cualquiera allí podría imaginar, hizo que los campistas retrocedieran instintivamente.
Algunos cuchicheaban entre ellos, preguntándose si era un héroe enviado por los dioses, o un guerrero perdido de una época anterior. Otros simplemente observaban en silencio, incapaces de apartar la mirada.
Boruto bajó la mirada hacia Annabeth, su expresión tranquila, pero sus ojos zafiro brillaban con una calma inquietante. Sostuvo a Percy con firmeza mientras la niña lo interrogaba.
A su lado, Quirón seguía caminando con su andar relajado, como si la escena fuera parte de un día cualquiera. La lluvia, aunque había disminuido, goteaba suavemente de los árboles cercanos, creando un fondo sonoro que hacía que la voz de Annabeth resaltara más.
Annabeth se plantó frente a Boruto con los brazos cruzados, sus ojos grises brillando con una mezcla de inteligencia y desconfianza, sin dejar de observarlo con esa astucia propia de alguien que ya había visto lo suficiente para no fiarse de lo que no comprendía del todo.
—¿Quién eres realmente? —preguntó con voz firme, y luego señaló a Percy con un movimiento rápido—. La barrera lo dejó pasar sin problemas. Pero a ti... no. ¿Qué hiciste para que te dejara entrar después?
Boruto la observó por un momento. No parecía intimidado por las preguntas, pero tampoco tenía prisa en contestarlas. Annabeth levantó una ceja, con los labios apretados en una línea delgada. Claramente, esperaba respuestas rápidas y precisas.
—Soy un hombre, uno distinto—dijo finalmente, su voz sonando firme, pero con un leve acento que delataba su recién adquirido inglés. Sus ojos brillaron de forma enigmática—. La barrera no me reconoció. Por eso no me dejó entrar.
Annabeth lo miraba con escepticismo, como si analizara cada palabra, evaluando si podía confiar en él o si había algo más que estaba pasando. No era el tipo de persona que aceptaba respuestas a medias, y mucho menos de alguien que parecía tener tanto poder y tan pocas explicaciones.
—¿Y luego qué hiciste? —preguntó, claramente sin estar satisfecha con lo que había oído hasta ahora.
Boruto dejó escapar un pequeño suspiro, sus ojos aún en los de Annabeth, pero su postura era relajada.
—Adapté mi energía —dijo simplemente—. La ajusté para que coincidiera con la energía de este lugar.
Annabeth frunció el ceño, desconcertada. Se cruzó de brazos otra vez, su mirada intensamente analítica.
—¿Adaptaste tu energía? —repitió, con un tono que indicaba que no estaba impresionada, aunque claramente le intrigaba—. Eso no tiene sentido. Las barreras son antiguas. Están hechas para mantener fuera a lo que no pertenece aquí. Nadie puede simplemente... "adaptarse" a ellas. Es como cambiar la composición de tu sangre.
—Bueno, es algo parecido —admitió Boruto, encogiéndose de hombros, como si no fuera gran cosa.
la rubia suspiró, rodando los ojos, pero no podía negar que había algo más en este extraño joven que ella aún no comprendía. Y eso le molestaba. No le gustaba no saber algo.
—¿De dónde vienes, entonces? —preguntó, directa, sin apartar los ojos de Boruto—. Si no eres de aquí, y no eres un semidiós, ¿qué eres exactamente?
Boruto sonrió ligeramente ante su insistencia. Le recordaba a alguien que conocía, alguien obstinado y curioso.
—Es una larga historia —dijo—. Pero si te sirve de algo, no soy tu enemigo. Solo estoy... de paso.
Annabeth apretó los labios. No estaba completamente satisfecha, pero tampoco era tan testaruda como para empujar demasiado sin más información. Claramente, este guerrero no era alguien común y corriente, y por ahora, parecía no representar una amenaza inmediata.
—Está bien —dijo finalmente, aunque su tono dejaba claro que no dejaba el asunto cerrado del todo—. Pero quiero saber más. Y si Quirón confía en ti... por ahora, yo también lo haré.
Se dio la vuelta, aún con el ceño fruncido, claramente pensando en todas las incógnitas que ahora rodeaban a este extraño visitante.
Mientras el aquel chico de cabello dorado marchaba hacia la enfermería, con Percy todavía en sus brazos, Quirón intercambió una pequeña sonrisa con él, como si entendiera la naturaleza inquisitiva de la jovencita.
Lentamente se coloco al lado de la niña, y toco su hombro tranquilizándola.
—Ya habrá tiempo para preguntas, Annabeth—tranquilizo el hombre, su voz llena de experiencias inimaginables—. Ten paciencia, es mejor no presionar lo que desconocemos, no creas que no temo de él… solo he confiado en él al ver como protegió a ese niño de nosotros.
Annabeth suspiró, claramente frustrada, pero asintió ante las palabras de Quirón, aunque no quitó los ojos de Boruto mientras él se alejaba hacia la enfermería con Percy en brazos. Sus ojos grises, llenos de agudeza y desconfianza, lo seguían como un búho achechando a su presa en las oscuras noches. |
—Lo sé, Quirón —dijo finalmente, su tono calmado pero cargado de pensamientos que aún no había procesado—, pero... nunca he visto algo como él. No es solo que no sea un semidiós... hay algo raro en su energía. La barrera no lo reconoció y eso... eso es algo grande. Se supone que esas barreras son infalibles.
Quirón la miró con una sonrisa cansada, como si entendiera exactamente lo que estaba pasando por su mente.
—Annabeth, querida —dijo con su tono paciente, esa voz llena de sabiduría que había consolado a muchos semidioses a lo largo de los años—, hay cosas en este mundo, y en otros, que incluso nosotros no comprendemos del todo. Este joven... parece ser uno de esos misterios. Pero como he dicho, la manera en que actuó... habla por él, al menos por ahora.
Annabeth frunció el ceño y apartó la vista, cruzando los brazos en su pecho.
—Sí, lo sé... solo... no me gusta no saber qué está pasando. ¿Y si él es peligroso? —murmuró, su tono más bajo, pero aún así serio. Sabía que Quirón la entendía mejor que nadie. Ella no era del tipo que aceptaba fácilmente lo que no entendía.
Quirón le dio unas palmaditas en el hombro y empezó a caminar de nuevo hacia las cabañas, la chica lo siguió a regañadientes.
—Lo entiendo —respondió Quirón, con su habitual calma—. Pero hemos visto cosas más allá de nuestra imaginación, Annabeth. Y, como dijiste, hay algo en su energía que no comprendes... lo cual significa que quizás hay más en este joven de lo que creemos. Tal vez es precisamente eso lo que lo hace único.
Annabeth soltó un suspiro, claramente frustrada, pero no pudo evitar seguir pensando en lo que Quirón decía. Como siempre, tenía razón, pero ella seguía sintiendo esa incómoda sensación en el estómago de que había más de lo que estaban viendo.
—Siempre hay algo más, ¿verdad? —murmuró para sí misma mientras seguía caminando detrás de Quirón.
Boruto apartó la tela de la entrada con suavidad, su mirada alerta recorriendo la habitación mientras cruzaba el umbral. El lugar estaba iluminado por una luz suave que hacía resplandecer la blanca y limpia cama en el centro de la sala. Aún sosteniendo a Percy en sus brazos, avanzó silencioso, siendo consciente de cada movimiento, como si hasta el más mínimo sonido pudiera alterar la calma del atardecer.
Se acercó a la cama y, con el mismo cuidado que mostraría al desenvainar su espada, acomodó al joven semidiós sobre la colcha. Percy, aunque dormido, no parecía encontrar paz; su rostro estaba surcado por arrugas de preocupación, una expresión tensa que reconoció de inmediato.
Él sabía lo que era eso.
La intranquilidad de los sueños. El peso de un destino que parecía más una maldición que un don. Había sentido eso muchas veces antes, cuando todo lo que le rodeaba parecía estar fuera de su control, cuando el mundo entero parecía empujarle hacia caminos que no había pedido recorrer.
Y ahora veía lo mismo reflejado en el rostro de Percy, este chico al que apenas conocía, pero con quien compartía más de lo que las palabras podían decir.
Sin apartar la mirada de Percy, Boruto suspiró ligeramente. Dejó que sus pensamientos vagaran por unos instantes, considerando la fragilidad de aquellos que llevaban sobre sus hombros responsabilidades más grandes que ellos mismos.
Finalmente, tras asegurarse de que Percy estaba cómodamente acomodado, se levantó y se quedó en silencio un momento, observando el lento ascenso y descenso del pecho del chico mientras dormía.
—Sí— pensó para sí mismo—. Este chico... también lleva una carga pesada.
Apartó la vista y, con un gesto cansado, se cruzó de brazos, apoyándose contra la pared cercana, manteniéndose cerca por si algo llegara a perturbar el descanso de Percy. No era el tipo de persona que dejaba a alguien en un momento de vulnerabilidad, y aunque él mismo era un extraño en este mundo, entendía lo que significaba proteger.
Afuera, la lluvia seguía cayendo, como un eco lejano de sus propios pensamientos, creando una suave melodía que llenaba la habitación con un leve consuelo.
No tuvo que levantar la vista para saber que Quirón y la niña, Annabeth, habían entrado a la habitación. La presencia del viejo centauro era tranquila, casi reconfortante, mientras que la de Annabeth tenía un aire inquisitivo, como si ya estuviera formulando una lista interminable de preguntas en su mente.
El aire en la enfermería se cargó ligeramente de tensión. No era la amenaza de un enemigo, sino la incomodidad que Boruto sentía al saber que estaba bajo escrutinio.
Annabeth, siendo quien era, no tardó en romper el silencio.
—¿Qué hiciste para cruzar la barrera? —preguntó, su voz firme y curiosa, sin rodeos. No había un rastro de duda en sus palabras. Sus ojos grises, que parecían ver más de lo que deberían, se clavaron en el samurái, esperando respuestas.
Boruto permaneció en su lugar, sin moverse, aún apoyado contra la pared con los brazos cruzados. Apenas dirigió su mirada hacia ella, pero la niña no retrocedió. Sabía que era persistente.
—Ya lo dije, —respondió, su voz baja pero clara—. Solo ajusté mi energía... la igualé a lo que ustedes llaman "magia".
Annabeth frunció el ceño, como si intentara procesar la respuesta, pero era evidente que no estaba satisfecha. Dio un paso hacia adelante, como si acercarse físicamente al rubio le ayudara a desentrañar el misterio que representaba.
—Pero ¿cómo? —insistió, incapaz de dejarlo pasar—. Eso no es algo que puedas simplemente "hacer". Nadie puede atravesar la barrera si no es un semidiós o no está autorizado. Entonces, ¿qué eres tú realmente?
Boruto dejó escapar un suspiro apenas audible, aunque dentro de sí, comprendía la urgencia de la chica por saber. Él mismo, en su juventud, había sido igual: siempre buscando respuestas, siempre queriendo entender. Sin embargo, no era el momento ni el lugar para explicaciones largas.
Quirón, que hasta entonces había permanecido en silencio, dio un paso adelante, su voz calmada interrumpiendo la creciente tensión.
—Annabeth, —dijo con suavidad—. Recuerda lo que te dije antes. Este no es el momento para forzar respuestas. Ha protegido a Percy, y eso es lo más importante ahora.
Boruto miró de reojo al centauro, quien le dedicó una pequeña sonrisa, esa que parecía contener siglos de sabiduría y paciencia.
Annabeth, sin embargo, no estaba del todo convencida. Sus ojos todavía brillaban con curiosidad y desconfianza, pero ante la autoridad de Quirón, se contuvo. No dijo nada más, aunque su mirada seguía fija en Boruto, claramente indicando que sus preguntas no habían terminado.
Boruto, sin inmutarse por la atención, desvió la mirada nuevamente hacia Percy, que todavía dormía inquieto.
—No soy una amenaza, —dijo finalmente, más para Annabeth que para Quirón—. Pero si sigues haciendo tantas preguntas, puede que el chico no consiga descansar.
Fue una respuesta cortante, pero efectiva. Annabeth apretó los labios, notando el cambio de enfoque hacia Percy, y al final, cedió, aunque no por completo.
—Está bien, por ahora —murmuró, apartando la vista de Boruto y mirando hacia el chico dormido—. Pero esto no ha terminado.
Él no respondió, simplemente asintió con la cabeza levemente. Sabía que las preguntas seguirían, pero en ese momento, lo único que importaba era asegurar que Percy estuviera a salvo y en paz, al menos por una noche.
Cuando ellos se marcharon, el suave resplandor del atardecer se filtraba por las ventanas de la enfermería, bañando la habitación con tonos cálidos de naranja y dorado. El sol, aunque comenzaba a descender, aún pintaba el cielo con sus últimos suspiros de luz.
Boruto, a pesar de sentir el cansancio en sus músculos, no podía evitar observar cómo esos colores danzaban por las paredes y el suelo, proyectando sombras que alargaban su figura imponente.
El joven shinobi miró hacia la ventana, notando cómo el sol se ocultaba tras las colinas a lo lejos. Ese tipo de escenas siempre le habían parecido nostálgicas, recordándole a los atardeceres que había presenciado en su hogar, en Konoha. Aunque este mundo era diferente, había algo reconfortante en el hecho de que, sin importar dónde estuviera, el sol siempre se ponía de la misma manera.
Percy seguía dormido, su expresión aún intranquila, pero al menos en calma. Boruto, con su postura relajada contra la pared, dejó que la luz del atardecer acariciara su rostro mientras sus pensamientos vagaban. Sabía que las preguntas vendrían después, no solo de Annabeth, sino también de él mismo. Este mundo, este campamento... algo le decía que había más de lo que parecía a simple vista.
Decidió esperar. Por ahora, el atardecer lo envolvía, llenando la habitación con esa extraña paz antes de que cayera la noche por completo. Todavía quedaba tiempo antes de que las estrellas aparecieran en el cielo, y aunque se sentía en un lugar ajeno, por un breve momento, la calidez del atardecer le recordó que, al menos por ahora, estaba en un lugar donde podía descansar.
