Salto de fe.

Capitulo final: Aliento

Senjuro Rengoku apenas estaba lo suficientemente compuesto para permanecer de pie, sin embargo dio lo mejor de sí mismo para interponerse físicamente entre Sanemi y Yae. Le dolía el cuerpo, le ardía la piel y se sentía muy débil, pero sabía que si no se atravesaba entre ellos el conflicto escalaría prontamente. Sanemi estaba inmóvil, al igual que la mujer, pero el ambiente parecía vibrar en anticipación.

— Por favor, calmense. — Pidió, casi sin aliento.

Yae miró con desconfianza al albino, pero se inclinó como dictaba la cortesía y obligó al adolescente a volver a la cama. El vigor de los Rengoku era famoso, y bien justificado si el joven podía mantenerse de pie tras tantos días de fiebre y dolor. Senjuro se recostó luego de que Yae le prometiera que no caería en provocaciones.

Sanemi detestaba a esa mujer.

En un principio la había encontrado molesta, pues se instaló con Tomioka casi sin pedir permiso. Luego, esa molestía evolucionó en lástima: pobre mujer, enamorada de un tipo que nunca correspondería sus sentimientos. Y, finalmente, había culminado con un sentimiento de profundo rechazo por su falta de amor propio: colgada del antiguo pilar del agua, por quien se desvivía en búsqueda de su afecto.

Es decir, Tomioka tenía muchos defectos… pero no era un mal tipo, supuso. Por eso mismo, había intentado disuadir su afecto sin muchos resultados.

Yae le indicó que la siguiera y Sanemi lo hizo sin rechistar, aunque con una expresión amarga en el rostro.

Iba a disculparse con ella, se recordó. Se lo había prometido a Nezuko. Dado que Yae apareció poco después que Tomioka para ofrecer su más sentida disculpa a Nezuko, él se vio obligado a reconocer que la joven - pese a su mal genio - tenía buen corazón. Tomioka tampoco había estado contento con él luego de conocer el modo en el que le había hablado, y algo en el brillo de sus ojos le dijo que quizá podría haberse equivocado respecto a su incapacidad para amarla.

Kouchou siempre sería la primera, pero Yae parecía haberse ganado su lugar. Al menos, Tomioka se había vuelto protector con ella ¿Era deber, respeto o afecto?

En su caso, era una confusa mezcla de los tres.

—Me disculpo contigo por haberte insultado. — Escupió.

Yae entrecerró los ojos sin creerle una palabra. No se llevaban bien y probablemente nunca lo harían. La joven lo consideraba poco merecedor del afecto de la adorable Nezuko y algo dentro de ella le gritaba que ese hombre, con seguridad, se había aprovechado de la ingenuidad de la joven sanadora. Sanemi era un hombre adulto, cargado de cicatrices y un pasado nebuloso, que había comprometido a la joven Nezuko y su reputación.

A criterio de Yae, la dulce y joven Nezuko había sido deslumbrada y mancillada adrede por el retirado pilar.

Era consciente de que ella misma había mancillado su propia reputación, pero era una situación diferente: ella quería cuidar de Giyuu hasta que él muriera. Luego, ella se recluiría en las montañas lejos de allí donde nadie supiera que había vivido en simil concubinato con un hombre. Le daba igual que hablasen a sus espaldas, no cargaría remordimientos por sus acciones.

—No te mereces a la señorita Nezuko.

Sanemi le frunció el ceño — Eso no es asunto tuyo.

—Ella tiene mejores pretendientes que tú.

¿Creía que él no era consciente de ello? Shinazugawa estaba furioso y deseaba, con el alma, mandarla al infierno ¿Quién se creía que era para ir por allí soltando comentarios que nadie le había pedido? Nezuko no necesitaba a nadie para defenderla, mucho menos a una mujer entrometida. No iba a defenderse ni a explicarle que ella lo había elegido y no al revés.

Se había disculpado y eso era todo.

Sin darle más prolegómenos, se retiró. Después de todo, el sacerdote había venido desde el pueblo vecino para realizar la ceremonia y no tenía intenciones de dilatar el asunto. Habría querido, al menos, ofrecerle a Nezuko un kimono nupcial acorde a ella; pero la joven se había negado. Sólo necesitaban una ceremonia, un poco de sake, y testigos.

Tomioka había intentado convencerla de postergar la ceremonia, y de ese modo darse la oportunidad de un festejo apropiado rodeada de la gente que amaba y desearía asistir a sus nupcias. Hizo énfasis en cómo podría entristecer a Tanjiro perderse la celebración matrimonial de la única hermana que le quedaba. Nezuko sonrió y respondió que Tanjiro, de todas las personas, sería quien más lo entendería.

Bajaron al pueblo esa misma mañana, Nezuko consiguió un atuendo apropiado de segunda mano. Una amable vecina se lo había vendido a regañadientes, pues era el kimono nupcial que su querida hermana nunca había llegado a usar.

Estaba todo listo, se cercioró Yae. Si bien se hallaba en profundo desacuerdo con esa boda, ello nunca significaría que no hiciera todo en su mano para asegurar a la joven Kamado una ceremonia preciosa. Mientras terminaba de arreglarle el cabello, Yae se sintió en la obligación de consultarle sobre su decisión ¿Por qué motivo podría una muchacha con tanto futuro desear casarse con semejante bribón?

—Disculpa la intromisión, Nezuko — Se decidió a interrogarla. — ¿por qué te estás casando con Shinazugawa? ¿Acaso… uh, te sientes obligada ?

Era la forma más educada de consultarle si estaba embarazada, o si había posibilidades reales de que así fuera. Ciertamente, Shinazugawa había afirmado que se casaría con ella para evitar comprometerla; pero eso significaba que ella no estuviera ya muy comprometida. A fin de cuentas, si se había dejado convencer de ser manoseada a la luz del atardecer en un sitio donde cualquiera podría verla ¿qué no habrían hecho en privado?

Nezuko hizo una mueca incómoda, muy consciente de lo que Yae estaba preguntando. Procuró no sentirse ofendida, pues bien podría haber acabado de ese modo si nadie los hubiese interrumpido ¿Quizá él habría tenido el autocontrol necesario para apartarla? ¿Le habría ganado el pudor o la modestia al deseo? No podía saberlo. Ciertamente, Sanemi despertaba en ella sensaciones sobre las que sólo había leído en textos que Aoi - muy avergonzada - le había brindado con el objeto de "explicar lo que ella no podía".

Yae era la hermana mayor que no tenía, reconsideró, y estaba haciendo las preguntas que probablemente Aoi le hubiera hecho con mucha menos cautela.

—Yae, me caso con Sanemi porque así lo deseo. Lo he querido mucho tiempo, pese a su rechazo. Él se casa conmigo contra su mejor juicio, sólo para que nadie se atreva a cuestionar mi honra. — Afirmó, con suavidad. — ¿Me crees tan inocente? Soy médica, Yae. He ayudado a traer niños al mundo.

Yae se cruzó de brazos, vestida con sus mejores ropas. — No parecía rechazarte cuando los encontré.

La menor se sonrojó, demostrando que aunque se proclamaba una mujer adulta aún guardaba el pudor de una doncella.

—Eso fue… bueno, mi culpa, a decir verdad. — su interlocutora alzó una ceja, incrédula — No voy a darte detalles.

—No me hacen falta, estuve ahí. — Señaló ella y en un rápido movimiento se acuclilló frente a la novia — Si quieres fugarte, te recibirán en mi pueblo con los brazos abiertos. Me niego a que te cases sólo por mi culpa con ese sujeto.

Nezuko soltó una carcajada muy impropia de una dama y le estampó un sonoro beso en la mejilla a Yae.

—Te lo agradezco, pero sí me quiero casar y, por favor, sé un poco más amable con Sanemi. Él lo intenta, también.

No obstante, no podían dejarlos solos en la misma habitación.

La ceremonia se llevó a cabo por la mañana en un pequeño santuario. Yae ingresó luego de que lo hiciera la novia, y se colocó junto a Giyuu quien la recibió con un asentimiento suave. Sonrió. Sí, Nezuko se merecía alguien amable y calmado como Giyuu, quien la respetara y cuidara como debía ser. Le sonrió de regreso.

—Está muy bonita. — Admiró ella.

Nezuko poseía una belleza obvia que pocas mujeres podían presumir. Era el tipo de mujer que llenaba una habitación con su mera presencia. Risueña, agradable y preciosa. Bastaba una sonrisa y cualquier hombre se prendaría de ella, con sus ojos inmensos y su espeso cabello. Pero se estaba casando con un bárbaro, gimió. Estaba desperdiciando su encanto.

—Haces comentarios amables, pero luces contrariada. — Señaló Giyuu.

—No puedo evitarlo. — Confesó.

—Shinazugawa cuidará de Nezuko. — Aseveró, con absoluta confianza.

Yae quería poder decirlo con esa certeza. — Al menos hice un buen trabajo preparando el lugar.

El sacerdote inició los ritos matrimoniales mientras Yae se acercaba más al objeto de su afecto, para poder continuar la conversación entre susurros. Giyuu siguió la ceremonia con los ojos, pero mantuvo el resto de sus sentidos puestos en la morena a su lado. La observó un momento, y ella le sostuvo la mirada con sus ojos brillantes y la sonrisa sincera. Algo se removió dentro de él, era la culpa. Sanemi tenía razón, había dilatado eso demasiado.

—¿Te gustaría una ceremonia como esta? — Consultó.

Yae se volvió hacia él sorprendida, pero Giyuu no retornó su mirada a ella. La mujer se detuvo un instante, no quería malinterpretar nada. Con Tomioka las cosas a veces eran demasiado literales y no significaban nada, sino lo que estaba preguntando puntualmente. En otras ocasiones, significan todo menos su literalidad y entrañaban enredados trasfondos.

—No, no logro verme a mí misma en un kimono tan elaborado. — Respondió.

—¿Entonces sólo quisieras registrar el matrimonio en una oficina del gobierno? — Consultó.

Yae se forzó a sí misma a mantener los ojos en la ceremonia. Nezuko estaba diciendo algo, que con seguridad sería importante, pero el latido en sus oídos le impedía oirla apropiadamente. Su corazón había desbocado su ritmo e invadía el resto de sus sentidos con su palpitación irreverente. Sus miembros le hormigueaban de los nervios por dos simples preguntas. Cerró los ojos un breve momento, intentando retomar la compostura. Era una cazadora, después de todo, y no podía permitirse a sí misma tamaño desasosiego.

Así de enamorada la tenía, se burló de sí misma: la más breve conjetura de él hablando de matrimonio casi la descompensaba.

—No es algo de lo que deba preocuparme ahora ¿No es cierto? — Consultó, no queriendo quedar en ridículo por falsas ilusiones.

Diez palpitaciones luego, él contestó: — Tenemos un sacerdote con nosotros, si gustas, no creo que le moleste celebrar dos matrimonios en lugar de uno.

Junto a ellos, en esa pequeña habitación, estaban los novios y el jovenzuelo Rengoku. No podía ser una mala interpretación. Yae no sabía cómo podía mantenerse de pie, pretendiendo observar la ceremonia matrimonial, cuando casi podía sentir su sangre corriendo despavorida por su cuerpo. Era la emoción, la adrenalina y el impulso de huir arremolinándose en sus piernas. Peligro, le gritaba su instinto. Después de todo, el más primigenio de los sentidos no diferenciaba los nervios del miedo.

—¿Me estás pidiendo matrimonio, Giyuu?

—Sí, si estás de acuerdo.

Yae apretó los puños tras sus mangas, procurando lucir serena cuando le hizo saber su conformidad con un gesto. Luego, confiando en que su voz no se rompería, agregó: — Me parece bien una celebración con lo puesto, y quizá, registrarlo eventualmente en esa oficina que dices.

¿Se registran los matrimonios?, se cuestionó para sus adentros.

Los novios se estaban ofreciendo sake mutuamente, bebiendo luego tres sorbos cada uno. El único que recordaría la ceremonia con suficiente detalle para reproducirla sería Senjuro, quien se tomaría el trabajo de hacerlo muchas veces en el futuro. Especialmente, porque jamás pensó que vería a Sanemi Shinazugawa tan nervioso en su vida.

Mucha gente pensaría que organizar dos bodas un mismo día, una inmediatamente después de la otra, sería de mal gusto. Pero para dos mujeres que sabían que los hombres que amaban tenían los días contados, el buen gusto y el estilo era lo último en la lista. Por ello, cuando Giyuu se acercó a pedirle al sacerdote que los casara a ellos también Nezuko chilló de felicidad en un comportamiento que escandalizó al clérigo.

—Puedo volver otro día, señor Tomioka. — Aseguró, inseguro ante una petición tan extraña. — Ya ha hecho esperar a la señorita meses, asumo que unos días más no serían problema.

—Ahora mismo sería ideal, si no tiene otros compromisos.

El sacerdote suspiró, renegó de la situación y se quejó, pero cedió ante la seguridad de los contrayentes de sus deseos de "realizar la ceremonia con la mayor austeridad".

Yae no había nacido para el lujo, ni se sentía como ella misma cuando - ocasionalmente - se ataviaba con ropajes pomposos. Era una mujer criada en el bosque, cercana a la pesca, y el olor de la yerbabuena jamás se desprendía de su piel. La había besado el sol y apuñalado la nieve. No necesitaba un suntuoso kimono nupcial, ni largas procesiones para celebrar una boda.

Tomó el antebrazo de Giyuu, y se pusieron uno al lado del otro, frente al sacerdote. Fue enredado, un poco confuso incluso, pero el sacerdote los guió a través de los ritos con paciencia. Yae odiaba el alcohol, pero bebió el sake sin rechistar con las manos temblorosas.

Sanemi presenció todo desde el fondo del pasillo, con Nezuko rebotando sobre sus talones con una sonrisa enorme en el rostro que gritaba "te lo dije". Tomioka recitó los pasajes que el sacerdote les indicaba, repitiendo la ceremonia que él mismo acababa de culminar. A la mujer le brillaban los ojos, y tan mortífera como sabía que era, temblaba como una hoja nervuda al final del otoño. Tomioka, por otra parte, no lucía nervioso. Mantenía una expresión tranquila que, a veces, mutaba en una suave sonrisa que no le llegaba a los ojos.

Nezuko podía decir lo que quisiera, él se iría a la tumba con la seguridad de que Tomioka quería a la mujer, pero no la amaba.

No como él amaba a Nezuko y había amado a Kanae.

Giyuu llevaba en su alma el dolor de un amor que no fue, que murió sin llegar a su cenit; que ardió hasta consumirse. Por ello, concluyó, Tomioka jamás podría volver a amar a otra persona: nunca había dejado de amar Kochou. El dolor de su pérdida, para él, no era un recuerdo.

Apretó la mano de Nezuko y ella volvió a mirarlo. Se sintió cohibido: —Espero que no te arrepientas de esto.

—No lo haré.

—La vida es larga cuando no te maldices a tí mismo.

Sus ojos perdieron el refulge pero no la determinación. — En esta vida eres mío, tan larga o tan corta como sea.

—¿No me querrás en la próxima?

Nezuko apretó los labios. — Yo no sufrí todo lo que tú… estoy segura de que renacerás para una vida plena.

—Eres muy noble, Nezuko. También mereces una vida plena.

—La tengo. — Susurró, devolviendo su apretón de manos. — Pero en tu próxima vida, si no estoy ahí para arrastrarte otra vez a mis brazos… bueno, rezó para que Kanae esté allí para tí.

Sanemi se quedó sin palabras, observando los inmensos ojos soleados de la muchacha. Ella le dio la primera sonrisa triste que le conoció, la única que llegaría a atestiguar. Un parpadeo más tarde, volvía a ser la mujer más risueña que conocía.

Ella nunca le contaría sobre la carta de Aoi, que el cuervo le trajo la mañana de su casamiento. En ella, su mentora contestaba una carta anterior suya y le consultaba sobre el estado de salud de Senjuro. Un breve párrafo, antes de concluir, agregó: "Anoche la señorita Kanae me visitó en sueños, fue muy breve y algo confuso. Parecía feliz aunque no recuerdo bien qué dijo ¡No tenía sentido! ¿Por qué me estaría agradeciendo mientras dejaba un shiromuku?"

Nezuko afianzó su abrazo.

Por el tiempo que le quedara, abrazaría el shiromuku que una hermana mayor nunca había llegado a usar.

...

Se abrazó a su condición de esposa.

El poco tiempo que lo tuvo a su lado, Nezuko lo llenó con todo el amor que tenía para dar. Sanemi estuvo incómodo al principio, ajeno a la ternura inamovible de la jovencita y su carácter firme. Lo llenó de afecto y él, a cambio, la hizo sentir la mujer más deseada de la tierra.

Él se resistió, contra ella y contra sí mismo; bajo la convicción de que al permitirle permanecer impoluta podría - tras su muerte - recuperarse con mayor facilidad. Un segundo esposo la tomaría de buen talante si ella llegaba virgen a un segundo matrimonio, con un hombre mejor. No duró demasiado, pues Nezuko sabía cómo derribar todas las barreras que él tozudamente disponía para alejarla.

Él la guió, pero fue Nezuko quien lo encadenó a su menudo y delicado cuerpo. Se agitó bajó su peso, sus cuerpos se encontraron en la quietud de una tarde que moría y sus alientos agitados encontraron su desemboque en el otro. Para cuando terminó con él, porque era lo suficientemente hombre para reconocer que la joven hacía consigo lo que quisiera, Sanemi ya había renunciado a la mesura. Nunca había podido aferrarse a la prudencia cuando se enfrentaba demasiado tiempo a sus ojos color sol.

La siguió a casa del mayor de los Kamado, quién no necesitó explicaciones para atar cabos tras una respiración profunda. Se cruzó de brazos, listo para una afrenta en todo el sentido de la palabra pero Tanjirou esperó el paciente relato de su hermana menor antes de acuchillarlo con la mirada.

El muchacho era pura serenidad hasta que Nezuko se veía comprometida en el asunto. Ella no dio muchos detalles, pero tampoco mintió. Tanjirou sabía que si se habían casado sobre la marcha, Sanemi no debió ser lo suficientemente respetuoso con su hermana.

—¿Por qué íbamos a esperar, hermano? — preguntó ella. — ¿Para qué perder tan valioso tiempo cuidando tradiciones?

¿Qué ganaría su hermana si iniciaba una pelea con su reciente marido cuando claramente las cosas ya no eran revocables? Apretó los puños.

Tuvieron tiempo sobrado para conversar en las siguientes semanas, mientras Nezuko cuidaba de Kanao hasta que diera a luz. Sanemi sabía que, en su lugar, lo habría castrado; y de algún modo, sentía que se lo merecía. Tomioka no había sido tan indulgente.

Kyoka Kamado nació sin dar problemas, fue un pequeño bebé sano y llorón. Cuando el niño cumplió un mes, los Shinazugawa se retiraron para permitir a la nueva familia explorar la vida que les quedaba por delante. Sanemi estaba aliviado de abandonar el lugar, los llantos del niño lo ponían nervioso y no podía hallar descanso con Tanjirou rondando a su alrededor; fiel a la promesa que hizo de no enredarse en una pelea.

Mientras el tiempo pasaba y el estado de salud del albino empeoraba, se preguntó muchas veces si su esposa se habría arrepentido de su decisión. Ella no lo hizo.

A veces Sanemi era distante con ella, cuando lo atacaba la culpa y la melancolía, y otras veces, era un esposo fervoroso y abnegado. No sería el Shinazugawa que amaba si no fuera la ambivalencia hecha persona. Nezuko lo quería con sus miedos, inseguridades y fortalezas. Lo amó con una incondicionalidad que nunca volvió a experimentar.

Al principio de su relación marital, Sanemi pensó que podría mantenerlo como "sólo de nombre"; pero le resultó imposible. Deseó fervorosamente a la mujer a su lado y la tomó para sí, entregándose a ella en el proceso. La había besado, cuidado, y adorado como la diosa que era: con todo el cuerpo y el alma. Se convirtió en su compañero, y se encontró a sí mismo arrepentido de casarse con ella mientras deseaba haberlo hecho mucho tiempo antes.

La realidad era que ella era su esposa, y él sentía una inexplicable reverencia hacia ella. Señor, la amaba.

Dios le había dado un último regalo antes de morir, se dio cuenta; pero sería efímero. Mientras Nezuko rebosaba de juventud y buena salud, él se deterioraba. No estaría allí para acompañarla, no podría ser su compañero mucho tiempo más. Sanemi la abrazaba por las noches, tras hacer el amor con ella con todo el ímpetu que le otorgaba su respiración, sólo para besarle los hombros y pedirle al creador una última petición: un hijo.

Un niño de su estirpe, que se pareciera a Genya - con suerte -, que la cuidase y acompañara el resto de su vida; sus genes eran buenos y resistentes, eso estaba más que comprobado. Era egoísta pensar en morir y dejarla con todo ese trabajo, pero se dijo que Nezuko tenía en quien apoyarse. Le legó, por supuesto, todo el dinero que había ahorrado a lo largo de su trabajo como cazador y aquel que la familia del patrón le había enviado en muchas ocasiones. En sumatoria, era más dinero del que Nezuko podría gastar en su vida.

¿No era su deber como marido abastecerla, incluso cuando su cuerpo se enfriara? Sintió ganas de gritar, lo mejor habría sido ser un hombre íntegro y jamás haber desatado su obi.

Pero lo hizo, y no lograba arrepentirse de ello. Solo sentirse una mierda, eso sí.

Duro de roer, como siempre había sido, Sanemi Shinazugawa sobrevivió tres meses más de lo que estimaban. No le temió nunca a la muerte, arrojado a su labor como siempre lo había sido; pues aún sentía en sus hombros el peso de haber sobrevivido a sus hermanos y colegas cazadores.

Su espíritu le advirtió una noche, que esa sería la noche final. Podía presentirlo; carcomido por el dolor que intentaba ocultar de su esposa. Se había estado preparando para ello.

Sanemi se levantó de su lecho, con pasos lentos y pesados logró llegar a la galería de la casa que compartían; aquella donde finalmente habían encausado su atracción. Nezuko llegó a tiempo para evitar que se derrumbara por el esfuerzo, y lo ayudó a sentarse con la espalda apoyada en la pared.

—Maldición. — Masculló.

—Iré por más medicina. — Nezuko se apresuró a decir, pero él no le permitió retirarse.

—Me voy a morir, Nezuko. Ya estiré esto mucho más de lo que creía posible. Este cuerpo… mi cuerpo no aguanta.

Respirar era doloroso, y luchaba para no jadear entre sus lentas oraciones. Miró las estrellas y besó la mano de su esposa, quien se acurrucó a su lado.

—Yo…, gracias.

No hacía falta decir por qué, ambos lo sabían. Nezuko comenzó a respirar con parsimonia para evitar romper en llanto. Ya tendría tiempo de llorar cuando Sanemi no estuviera allí para verla. Mientras, fungiría como su pilar y fortaleza.

—A ti. — Susurró la joven, besándole la mejilla. — Te amo.

Sanemi nunca había formulado esas palabras apropiadamente, jamás le había dado una declaración limpia y sin vueltas. Tampoco se la había dado a Kanae, y eso lo había perseguido tras su muerte ¿Nezuko dudaría de su amor cuando los años desgastaran su recuerdo?

Recargó su peso en ella, pues no podía mantenerse erguido ni siquiera con el apoyo de la pared. Le daba mucha vergüenza su propia debilidad. Tenía muchos sentimientos encontrados ¿Había hecho bien al casarse con ella? ¿Debió resguardarla y dejarla en la Mansión de las Mariposas, a salvo de él? ¿Habría, al menos, logrado darle un hijo? ¿Le habría ahorrado parir sola y gestar un hijo que nunca conocería a su padre? Joder.

—Lo siento… por dejarte. Yo… te amo. — Jadeó.

—No te disculpes, he sido muy feliz contigo. — Le aseguró, con suaves besos, recibiendo su peso que cada vez era mayor. — Descansa, Sanemi, estaré justo aquí cuando despiertes.

El cazador había vivido toda su vida rodeado de violencia: un padre maltratador, una madre que murió por su mano, hermanos que murieron desollados y una carrera llena de muerte y miseria. Nezuko había sido la esposa que no soñó, y que tomó a pesar de saberse indigno de ella. Ella le dió un último beso en la mejilla, y con el llanto retenido, lo dejó ir.

Sabía que él no despertaría.


Yo postergué bastante la publicación de este capítulo porque, con sinceridad, quería ahorrarme la angustia de un final amargo.

Que, a ver, estaba cantado desde el inicio que iba a terminar de este modo. Si leyeron, vieron que hay unos puntos suspensivos. Eso tiene que ver con mi indecisión sobre si cortar, o no, lo que siguió. Decidí dejarlo, me pareció importante que sepan que Sanemi estaba realmente angustiado por dejarla, y que Nezuko no dudó nunca de su decisión.