Capítulo 13

— Bella —escuché mi nombre entre la bruma que cubría mi sueño.

Me removí y enterré de nuevo la nariz en la almohada, el olor que desprendía me resultaba adictivo.

— Despierta... dormilona —volví a escuchar y en esta ocasión reconocí esa voz como la de Edward.

Lo que me obligó a intentar hacer un esfuerzo y abrir un ojo, pero la luz de las cortinas entreabiertas me lo impidió. Gruñí y me tapé el rostro con un brazo, una mano me asió la muñeca y lo retiró, intenté quejarme y volver a taparme, pero algo suave rozó mi mejilla ¿habían sido sus labios?

— Si no despiertas no podré besarte —volvió a decir contra la piel de mi mejilla.

Mi cerebro reaccionó ante esas palabras y se empeñó en disipar todo rastro de sueño, abrí los ojos lentamente para acostumbrarme a la luz y me encontré con la mejor imagen que puedes ver al despertar.

Edward estaba sentado en la cama, con su pelo todavía húmedo y más peinado de lo habitual, pero aun así tenía ese aspecto indomable que lo caracterizaba. Vestía una camiseta de algodón gris y un pantalón de deporte azul oscuro, estaba descalzo y me miraba sonriendo, lo que me obligó a sonreír también.

— ¿Qué hora es? —pregunté mientras me desperezaba estirando mis brazos sobre mi cabeza. Mis huesos chascaron y sonreí como tonta.

— Pasan de las nueve... y debes desayunar —dijo mostrándome una bandeja repleta de cosas deliciosas—. Esme no sabía lo que te gustaba, así que ha hecho de todo un poco. No te preocupes si sobra algo, Emmett vendrá luego y lo hará desaparecer.

Solté una risita y me senté en la cama, Edward puso la bandeja en mis rodillas y al mirarme me percaté de que había dos tazas de café.

— ¿Desayunarás conmigo? —pregunte esperanzada.

— No voy a dejar que te tomes dos cafés tú sola —dijo con gesto serio, pero con sus ojos brillando de diversión—, te pondrías tan hiperactiva como Alice y creo que no podría soportarlo.

Sonreí mientras mis mejillas se sonrojaban y cogí uno de los muffins de chocolate blanco que había sobre la bandeja.

— ¿Dónde está Esme? —pregunté mirándolo de reojo.

— Ha salido, tenía que trabajar esta mañana —contestó robándome un pedazo de muffin pellizcándolo con sus dedos y riendo con picardía.

— No sabía que trabajaba —mi ceño se frunció— ¿En qué lo hace?

— Es la presidente de una asociación de discapacitados mentales, pero solo lo hace por diversión, realmente no necesita trabajar —explicó.

Continué desayunando y en esa ocasión decidí atacar uno de los bollos rellenos de crema que me estaban llamando a gritos. Le di un enorme mordisco y disfruté de como la frescura del relleno se esparcía por mi lengua con los ojos cerrados, cuando los abrí Edward me miraba intensamente y con un gesto extraño, le devolví la mirada sin entender, él solo se enfocaba en mis labios fijamente y apenas parpadeaba.

— ¿Pasa algo? —pregunté en un murmullo.

Tragó en seco, vi como su nuez se movía lentamente y como se humedecía los labios con la punta de la lengua. Me era totalmente incomprensible como era capaz de disfrutar de esas pequeñas cosas cuando antes me pasaban totalmente desapercibidas en otras personas. Edward había despertado la adolescente hormonal que dormía en mí, él me estaba enseñando las nuevas reacciones de mi cuerpo, todo era tan nuevo e incomprensible... pero a la vez no podía parar de sentir y mucho menos quería hacerlo, si era con Edward estaba dispuesta a todo.

Inconscientemente también humedecí mis labios y descubrí que mi labio superior estaba manchado de crema, totalmente avergonzada volví a sacar la lengua intentando limpiarlo, mientras miraba como Edward transformaba su gesto absorto en uno de dolor.

— Espera... —susurró tomando la bandeja y colocándola en el suelo— yo te ayudo.

— ¿Qué..? —intenté preguntar totalmente confundida, pero no tuve tiempo, sus labios chocaron con los míos y me perdí por completo.

Mi conciencia se separó de mi cuerpo y solo me dediqué a disfrutar del momento. Sus labios, suaves y firmes, se movían contra los míos en un ritmo mucho más rápido de lo que lo hicieron la noche anterior frente al piano, pero no me fue complicado seguirle. Mis manos se alzaron y se enredaron entre sus cabellos, desordenándolos todavía más, cumpliendo una de las fantasías que había tenido días atrás mientras paseábamos por el centro de la ciudad.

Su garganta dejó salir un gemido ahogado y una de sus manos sujetó mi cintura atrayéndome más hacía él. Separó sus labios de los míos pero sin alejarse del todo, ambos jadeábamos y nos miramos a los ojos unos segundos esbozando una sonrisa.

— Ese bollo está delicioso —susurró antes de volver a besarme.

Correspondí a su beso sin dudar, desfrutando de cada segundo, descontando los de la noche anterior de los que apenas fui consciente. Edward se inclinó un poco sobre mí y antes de que pudiese darme cuenta mi espalda estaba apoyada en el colchón y su cuerpo prácticamente sobre el mío.

Fui yo la que gemí en esa ocasión cuando la mano que sujetaba mi cintura descendió lentamente hasta acabar en mi muslo, su mano fuerte acarició mi piel desnuda haciendo que mi cuerpo entero se estremeciese. Contuve la respiración mientras sentía como aquel cosquilleo que días atrás asolaba mi vientre se hacía casi doloroso.

Sentir...

Quería sentir más y más de Edward. Emborracharme de él, de sus besos. Sus manos en mi piel dejaban un rastro candente, era como si me marcase a fuego allí donde tocase. Quería gritar, quería reír, quería atraerlo más hacia mí hasta que su cuerpo se fundiese con el mío.

Sus labios abandonaron los míos una vez más pero comenzaron a descender por mi mandíbula hasta acabar en mi cuello, dónde dio uno suave mordisco que me hizo jadear. Eso lo hizo paralizarse y mirarme a los ojos de un modo que no supe descifrar del todo. Resopló con fuerza y dejó descansar su frente en mi pecho.

— Lo siento —susurró casi con voz inaudible.

Intenté respirar a un ritmo normal para poder hablar, pero solo jadeaba buscando aire mientras mi corazón tronaba en mis oídos a toda velocidad.

— ¿Qué? ¿Por... por qué? —pregunté todavía aturdida.

Edward alzó su cabeza y nuestras miradas se enlazaron, esbozó una tenue sonrisa y acarició mi mejilla.

— Es tan fácil que pierda el control contigo... —murmuró.

Lo miré unos segundos sin entender... ¿por qué había parado? ¿No le gustaba?

— ¡Hazlo! —casi grité—. Pierde el control, no pienses.

Edward me miró a los ojos y suspiró. Se alejó de mí lentamente y se quedó sentando con los codos apoyados en sus rodillas y la cabeza entre sobre sus manos. No entendía su reacción, no entendía porque de un momento a otro cambiaba de actitud de ese modo.

— Esto no está bien —murmuró—, Bella... yo no sé si podré con la presión que esto conlleva.

— ¿Qué quieres decir? —pregunté todavía confundida.

— Olvido que tienes solo dieciséis años —su rostro se alzó y nuestras miradas se encontraron—, es tan fácil hacerlo cuando te oigo hablar... pero es tu edad real y no puedo solo no pensar en ello y actuar.

— Edward... yo... no sé qué hacer... no...

— No es tu culpa princesa —aclaró acercándose a mí de nuevo y acariciando mi mejilla—, sólo soy yo y mis quebraderos de cabeza. Tú eres perfecta, todo en ti es perfecto... —comenzó a divagar— tengo que pensar en las consecuencias, tengo que centrarme en la realidad y no dejarme llevar solo por lo que siento, tú no mere...

Lo detuve besando sus labios, no soportaba que se reprendiese así, no me gustaba cuando pensaba demasiado y dejaba de ser espontáneo. Una de las mejores cosas que tenía Edward era eso, su espontaneidad, el no pensar en las consecuencias, y yo, como adolescente, hacía casi lo mismo. Así que no lo pensé cuando sentí el impulso de frenar su verborrea y simplemente me abalancé sobre él uniendo sus labios a los míos. Él pareció sorprendido en un primer momento, pude ver en sus ojos la intención de alejarme, pero me adelanté y enterré de nuevo los dedos entre sus cabellos.

Edward cerró los ojos y comenzó a contestar a mis besos violentamente. En un movimiento rápido me volvió a colocar bajo su cuerpo, en pocos segundos una de sus manos estaba en mi muslo y ascendiendo peligrosamente. Y solo podía besarlo y dejarme hacer porque estaba totalmente abrumada ante su reacción.

Estaba en su casa, sobre su cama, vistiendo solo mi ropa interior y una de sus camisetas, con él sobre mí, besándome y acariciándome de tal modo que me hacía perder todo contacto con la realidad y no me importaba... quería más.

Su mano llegó a mi trasero y apretujó una de mis nalgas entre sus dedos, un gemido salió de mi garganta acompañado del fuego en mi vientre... fuego... aquel cosquilleo se había convertido en fuego. Fuego que amenazaba con incendiar el resto de mi cuerpo si no le ponía remedio, lo peor es que no sabía cómo hacerlo y no estaba en la mejor situación para preguntarle a Edward sobre ello.

Sus besos bajaron de nuevo por mi cuello liberando mis labios, los suspiros, gemidos y jadeos se confundían de tal modo que en un momento dado hasta dudé de mi propia voz cuando los dejaba escapar. Sus manos viajaban a toda velocidad por mi cuerpo, mis muslos, mi trasero, mi vientre... intentaba procesar una caricia cuando ya estaba sintiendo la siguiente.

Edward alzó un poco mi camiseta dejando mi sostén a su vista, suspiró mientras miraba mis pechos y besó justo en medio de ellos haciendo que todo mi cuerpo se agitase con un estremecimiento.

— Eres tan perfecta —murmuró acariciando mi pezón sobre la fina tela de mi ropa interior.

Gemí de nuevo y él me miró a los ojos, puede apreciar algo nuevo en ellos, algo que nunca había visto y que acababa de descubrir que me encantaba. Sus pupilas estaban dilatadas, y sus iris parecían más oscuros, no tenía ni idea de a qué se debía eso, pero acaba de descubrir que era cuando más me gustaban, mi estado favorito.

Segundos después eran sus labios los que besaban mis pechos a través de la tela. Nunca me había parado a pensar que algo así puede ser tan placentero. Había leído sobre sexo y hablado con Jane y Chelsea cuando vivía en Forks, pero era algo insustancial, algo de lo que realmente no teníamos ni idea, incluso la teórica dejaba mucho que desear si lo comparabas con todo lo que estaba sintiendo en ese momento.

Mientras besaba mis pechos sus manos estaban en mi cintura, descendiendo lentamente hasta mis caderas, donde se detuvo a juguetear con el elástico de mis braguitas. Por un momento me pareció que quería bajarlas pero se detuvo y me miró a los ojos.

— Detenme ahora... —me pidió— si no lo haces no podré parar.

Me miró expectante, pero lo último que yo quería era que se detuviese. Ya podríamos tener una amenaza de invasión extraterrestre o algo todavía peor que yo me quedaría encerrada en aquella habitación, con él entre mis piernas.

— No pares —susurré—, por favor.

Dejó salir un quejido lastimero con cara de dolor, pero dejó caer su cabeza hasta mi vientre donde comenzó a depositar ligeros besos alrededor de mi ombligo. Mis manos se cerraron en puños, una se aferró a la sábana, la otra se perdió entre sus cabellos. Gimió cuando le di un tirón a su pelo y su contestación fue un pequeño mordisco en uno de mis costados que me obligó a arquear la espalda y puso toda mi piel de gallina.

Volvió a jugar con el elástico de mi ropa interior, hasta que un dedo se introdujo bajo la tela y se enredó entre los rizos de mi pubis. Contuve el aliento cuando un segundo dedo lo acompañó y ambos descendieron un centímetro más.

Quería que pasase, no me importaba que fuese con Edward, lo quería, estaba enamorándome de él más cada día, era el chico perfecto con el que toda adolescente soñaba, no podía pedir nada mejor. Pero a la vez sentía miedo, los nervios se afianzaron a mi estómago y mis rodillas temblaban de anticipación. No sabía lo que iba a pasar, por lo que había escuchado dolía, no me importaba eso mientras fuese con Edward, pero no podía evitar pensar en ello.

Edward pareció pensárselo mejor y retiró sus dedos, por un momento sentí pánico a que se detuviese, pero en lugar de eso deslizó mis braguitas a lo largo de mis piernas hasta quitarlas por completo. Me sentí avergonzada, avergonzada y expuesta. Mis mejillas enrojecieron y sentí la necesidad de taparme, pero no tuve mucho tiempo a pensar cuando los labios de Edward volvieron a estar sobre los míos. Me abandoné a ese beso mientras sus dedos expertos comenzaron a acariciar la cara interna de mis muslos, enviando cientos de descargas eléctricas a lo largo de todo mi cuerpo.

— Si quieres parar solo dilo —agregó—, me detendré en cuanto lo pidas.

— Continúa —mi voz sonó desconocida, era un susurro ronco casi irreconocible.

La mano de Edward llegó a mi pliegues al a vez que acallaba un gemido con sus labios. Me sentía húmeda y eso me hacía avergonzarme, pero a él no pareció importarle. Acarició la parte externa de mi sexo delicadamente haciéndome temblar. Un dedo se introdujo lentamente entre mis labios mayores y tuve que contener el aliento ante lo que sentí. Me acarició lentamente, como saboreando cada segundo, cada sensación.

Mi cuerpo temblaba y se estremecía entre sus brazos, sus labios acaballaban cualquier sonido inconexo que pudiese salir de mi boca y mis manos, cerradas en puños, era lo único que me ataba a la realidad y evitaba que perdiese la cordura.

— ¿Has hecho esto alguna vez? —preguntó en un susurro.

Abrí mis ojos lentamente para mirarlo, él me miraba con intensidad esperando mi respuesta.

— Nunca —jadeé cuando uno de sus dedos intentó introducirse en mí y molestó levemente.

— ¿Ni siquiera tú sola? —negué con la cabeza y él sonrió de lado haciendo que casi hiperventilara—. Relájate... —me pidió en un susurro— no te haré daño.

Intenté hacer lo que me pedía, pero mis músculos estaban en tensión y cada vez que lo volvía a intentar volvía molestar. Y eso me desesperaba, yo quería ser buena con eso, quería que él disfrutase, pero si estaba quejándome de dolor cada pocos segundos eso no podría pasar.

— Mírame Bella —me pidió después de unos minutos.

Lo hice y sus ojos se cruzaron con los míos, me perdí en la profundidad de esos pozos verdes, me deleité con el fuego que ardía en ellos y que parecía arder también en los míos.

— Eres perfecta princesa —susurró golpeándome con su aliento— nunca te haré daño, nunca dejaré que te hagan daño... nadie.

Dichas esas palabras una sonrisa adornó mis labios y sentí como introdujo un dedo en mí lentamente. Esta vez no molestó, no había miedos, no había dudas... había creído en sus palabras completamente y nada enturbiaba lo que sentía.

Comenzó a bombear en mi interior a la vez que acariciaba mi clítoris con el pulgar. El fuego que sentía estaba creciendo, estaba siendo casi un incendio que arrasaba con todo. Mi corazón palpitaba desenfrenado, mis pulmones ardían, mi piel estaba cubierta de sudor y jadeaba de manera descontrolada.

Me besó de nuevo, introdujo su lengua en mi boca de un modo salvaje, se enredó de tal modo con la mía que casi lo sentí en mi garganta. Los músculos de mi sexo se tensaron en torno a él y liberó mis labios para mirarme a los ojos una vez más.

— Déjalo ir... solo deja que fluya —murmuró.

— Edward... —gemí.

— Sí princesa... di mi nombre —susurró mordisqueando mi cuello.

— ¡Oh!... —una punzada desde el centro de mi cuerpo arqueó mi espalda de nuevo— ¡Edward! —casi grité.

Y todo a mi alrededor explotó.

Sentí como una ola de placer barría con todo a su paso. Como mis nervios se liberaban de golpe, como mi piel se estremecía y se relajaba intermitentemente, como mi corazón casi explotaba de la velocidad a la que latía, cada músculo de mi cuerpo en tensión, cada terminación nerviosa alerta... y casi me echo a llorar cuando pocos segundos después esa sensación se fue disipando hasta quedar reducida a cenizas.

Jadeaba en busca de aire, mi pecho subía y bajaba al ritmo de mi acelerada respiración. Mi corazón repiqueteaba en mis oídos y tenía los ojos fuertemente cerrados.

Edward acarició mi vientre y dejó un beso en mi pecho, justo encima de mi corazón. Abrí los ojos para verlo y me miraba con una sonrisa deslumbrante, la satisfacción era evidente en su rostro y un brillo especial refulgía en sus ojos.

— Eres maravillosa —susurró acariciando mi mejilla.

Dejó descansar la cabeza en mi pecho y suspiré. Estaba como flotando en una nube, apenas podía creerme lo que acababa de suceder y más todavía si pensaba que era con Edward. Pero su cabello desordenado y esa sensación de cansancio y relajación que me abrumaba eran una prueba fehaciente de ello.

Mis ojos se cerraron, me sentí agotada de nuevo, pero era un cansancio muy diferente al de la noche anterior. Edward se enderezó y soltó una risita al verme. Me acomodó mejor en la cama y me tapó con las mantas dejando un par de besos sobre mis labios.

Antes de que pudiese alejarse lo sujeté por la camiseta y tiré de él hacia mí.

— No te vayas —susurré adormilada.

— Volveré enseguida —prometió—, pero ahora necesito una ducha.

— ¿Por qué? —lo miré confundida y él sonrió.

— Mi pequeña... —sonrió y besó mis labios una vez más— ahora vuelvo y te lo explico.

Vi como su silueta se perdía por una puerta, y aunque lo intenté por todos los medios, mis ojos se cerraron y me quedé dormida de nuevo mientras lo esperaba.