Capítulo 14
— Bella... —otra vez el sonido de esa voz me arrancó del mundo de los sueños.
Abrí los ojos pesadamente y Edward estaba inclinado sobre mí sonriendo solo como él sabía hacerlo.
— Alice vendrá pronto y no creo que le agrade verte durmiendo todavía —continuó.
Me desperecé y me senté en la cama, Edward me observaba en silencio, con aquella sonrisa en sus labios y un brillo diferente en sus ojos. Me mordí el labio inferior con nerviosismo y él de un salto se sentó a mi lado envolviéndome en sus brazos. Me dejé hacer y suspiré, Edward sabía cómo desarmarme en solo un segundo y sabía cómo utilizarlo.
— ¿Puedo preguntarte algo? —pregunté en un murmullo contra su camisa entreabierta.
Edward se alejó de mí y me miró a los ojos con el ceño fruncido. Después asintió levemente y esperó a que reorganizase mis ideas durante unos segundos hasta que me animé a hacerle la pregunta.
— ¿Por... por qué la ducha? —mi voz temblorosa apenas fue audible, pero él me escuchó ya que una sonrisa curvó sus labios—. Quiero decir... —continué con nerviosismo— sé el motivo por el que lo has hecho, al menos el principal, pero... yo... yo creí que... —contuve el aire.
— Bella... respira —dijo riendo—, ¿qué quieres saber exactamente?
— Sé que para vosotros, para los chicos... es doloroso, si no... eso —me sonrojé—, pero yo creí que... que como tú me habías ayudado a mí, yo... yo podría... —mi voz se apagó a la vez que su sonrisa se amplió.
Se acercó lentamente a mí y depositó un suave beso en mis labios que me aturdió por completo.
— Eres maravillosa —murmuró contra mis labios justo antes de volver a besarme del mismo modo.
Me quedé atontada, los besos de Edward siempre me dejaban en un estado de semicoherencia en el que parecía más lerda de lo que realmente era. Cuando conseguí despejarme lo miré esperando una respuesta, él suspiró y volvió a sonreír.
— Podría haber dejado que lo hicieses —comenzó a hablar en un susurro—, me habría encantado que lo hicieses, pero no creí que fuese apropiado.
— ¿Por qué? —pregunté sin pensar.
Él sonrió.
— Sería la primera vez que harías algo así... ¿estoy en lo cierto? —preguntó, a lo que yo asentí—. No quería abrumarte con tanta información nueva, es mejor que vayamos poco a poco... es más... creo que lo que hemos hecho no tenía que haber pasado, al menos todavía.
Sus palabras me confundieron... ¿no le gustó? ¿No lo disfrutó? "Claro que no idiota... se quedó a medias, tú fuiste la única que lo pasó bien", gritó una vocecita desde el interior de mi cabeza.
— ¿No... no te gustó? —murmuré—. Es porque soy inexperta ¿cierto?
El rostro de Edward pasó de una sonrisa a un gesto de terror en cuestión de unos segundos, bajé la mirada atemorizada por una respuesta afirmativa de su parte y él, sujetándome de los hombros, me obligó a mirarle a los ojos.
— Ha sido lo mejor que he hecho en mucho tiempo —dijo con convencimiento—, ni se te ocurra decir que no me ha gustado o que fue insustancial porque tú no tienes experiencia, es una absoluta tontería... ha sido maravilloso, ¿te ha quedado claro? —preguntó con semblante serio.
Asentí levemente y sentí como mis mejillas se coloreaban ante lo que había dicho. Le había gustado, había dicho que era lo mejor que había hecho en mucho tiempo... ¿y qué más dijo? ¡Ah sí! Que había sido maravilloso...
Me tragué las ganas de suspirar, las de suspirar y ponerme en pie a bailar de felicidad ¡le había gustado!
— Ahora ve a darte una ducha, tienes ropa en el baño —dijo poniéndose en pie y tendiéndome una mano para que yo también lo hiciese.
— ¿De dónde ha salido la ropa? —pregunté confundida.
— De tu ropero.
¿Qué? ¿Edward había rebuscado entre mis cosas? Comencé a ponerme nerviosa.
— ¿Has mirado dentro de mi armario? —pregunté de nuevo con un hilo de voz.
Edward me miró fijamente y sus labios se curvaron en aquella sonrisa esquinada que tan bien conocía.
— Tenía que comprobar si era verdad lo que dijo Alice de tus braguitas de ositos —dijo con un reborde de burla.
Mi mandíbula se descolgó y casi toda la sangre de mi cuerpo se acumuló en mis mejillas, rostro y cuello...
— Es broma, boba... —sonrió— te la compré ayer también. Y apúrate, que Alice llegará en un rato.
Medio aturdida me dirigí hacia el baño, sentí el aire en mi piernas y sonreí ante la idea de llevar puesta una de las camisetas de Edward... ¿cuántas mujeres en todo Chicago habían soñado con algo semejante? Y yo... sí yo, la insignificante Bella Swan había conseguido cumplir con creces el sueño húmedo de muchas adolescentes y no tan adolescentes.
Cuando ya estuve en el baño me miré en el espejo y, como había pasado días atrás cuando me vi reflejada en el Could Gate, apenas pude reconocerme. Mi pelo revuelto, mis mejillas sonrojadas, mis labios enrojecidos y levemente hinchados... y hasta ese brillo extraño en mi mirada. Esa casi no era yo, pero todavía me reconocía, podía percibir cosas de ese yo anterior ahí; mi ceja izquierda levemente más arqueada, el hueco derecho de mi nariz un poquito más grande que el izquierdo, mis orejas sobresalían quizás un poco más de lo estéticamente aceptable... era yo en el fondo, aunque con un aura completamente diferente.
Abrí el agua de la ducha y mientras comenzaba a entibiarse, sujeté el dobladillo de mi camiseta y me la quité por la cabeza. Me sonrojé violentamente una vez más al verme sin mis braguitas, sobre todo sabiendo el motivo por el que no las tenía. Sin pensar demasiado, ajusté la temperatura del agua a mi gusto y quitándome también mi sostén me metí bajo el chorro de agua caliente dejando que mis pensamientos fluyesen con libertad.
Las imágenes de lo que había pasado en la cama de Edward, con el mismo Edward, unos cuantos minutos antes pasaron por mi mente, mi sonrojo se hizo casi permanente. Me avergonzaba lo que había pasado, pero en el fondo me sentía bien y celebraba que hubiese sido Edward el primero en besarme y el primero en demostrarme lo placentero que podría llegar a ser el sexo. Edward significaba mucho para mí, no estaba locamente enamorada, pero sí comenzaba a sentir cosas, aunque a mis solo dieciséis años todo se masificaba y sentir un cariño profundo podía confundirse con un amor eterno. Por suerte no era el caso, quería a Edward, hacía poco más de una semana que lo conocía, pero podía decir con orgullo que en esa semana estuve con él más tiempo que cualquier otra persona y que había llegado a conocerlo mejor que algunos de sus compañeros de trabajo o universidad.
Después de lavar mi pelo y enjabonar mi cuerpo un par de veces, salí de la ducha y me envolví en una toalla. Me sequé a conciencia y dejando mi pelo suelto me coloqué la ropa que Edward había comprado para mí. Unos jeans ajustados y un grueso suéter beige con un enorme cuello vuelto que ocultaba mi cuello por completo, pero aun así se ceñía a mi pecho y mi cintura marcando todas esas curvas que creía inexistentes. Dejé a un lado la idea de que no llevaba nada de ropa interior... Edward no había sido tan previsor para comprarla y me negaba a ponerme las braguitas del día anterior con evidentes muestras de lo que había pasado.
Desenredaba mi cabello cuando la puerta se abrió un poco y pude distinguir uno de los ojos verdes de Edward a través de la rendija abierta. Sonreí sin poder evitarlo y escuché como él sonreía también, ya que su respiración cambió de repente. Abrió la puerta por completo y se colocó detrás de mí quitándome el peine de las manos. Comenzó a cepillar mi cabello mientras yo no podía dejar de admirar la perfección de su reflejo en el espejo que tenía justo en frente. Edward estaba concentrado en su labor de desenredar los nudos de mi cabello, su ceño estaba un poquito fruncido, pero aún con eso, una expresión de serenidad cubría su rostro. Pude apreciar a la perfección cada uno de sus rasgos. Su nariz recta y ligeramente desviada, su mandíbula cuadrada, el comienzo de aquella barba que no había rasurado esa mañana, sus cejas espesas, su pelo revuelto... todo en él me gustaba aunque no fuese perfecto. Todo en él lo hacía único, irrepetible y, después de lo que habíamos compartido en la cama minutos atrás, podía aventurarme a decir que un poquito mío.
Cuando hubo terminado con mi cabello, dejó el peine sobre el lavabo y envolvió mi cintura con uno de sus brazos. Cerré los ojos y dejé caer mi cabeza hacia atrás apoyándola en su hombro. Sentí su aliento tibio sobre la piel todavía un poco húmeda de mi cuello y eso me hizo estremecer. Acercó su nariz a hacia mi oreja y aspiró con fuerza obligándome a mí a contener el aliento.
— No hueles a fresas como de costumbre —susurró.
Tardé un par de segundos en reorganizar mis neuronas y poder hablar.
— Aquí no tengo mi champú de siempre —me excusé.
— Eso puede solucionarse —ronroneó en mi oído—, en cuanto pueda compraré un bote y lo tendré en mi baño por si acaso vuelves a quedarte.
Mi corazón dio un brinco ante la idea de volver a compartir una noche abrazada a Edward, o quizás algo mucho más productivo y divertido que solo abrazarse... mientras pensaba eso, el arrebol subió de nuevo a mis mejillas y Edward comenzó a reírse en un tono tan ronco que me erizó la piel.
— No pienses en eso si no quieres que Alice haga demasiadas preguntas —me aconsejó en un susurro mientras me giraba entre sus brazos.
Nos quedamos cara a cara, Edward tuvo que inclinarse un poco, pero aferrándose a mis caderas, se acercó peligrosamente a mí hasta que nuestros labios se encontraron. Me besó lentamente pero sin profundizar, haciendo que temblase anticipación y casi me desesperase porque el ritmo se acelerase. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y lo sujeté con fuerza con temor a que se alejase, él deslizó sus manos hacia mi trasero y me apretó contra su cuerpo encajando nuestras caderas. Gimió contra mis labios y el beso se hizo más profundo, exploró cada centímetro de mi boca con su lengua, su aliento se fundió con el mío y sentí como mis piernas comenzaban a temblar.
Edward nos arrastró hasta que mi espalda golpeo contra algo, ni si quiera tuve intención de protestar por el golpe, sus besos eran tan embriagantes que no sentí ni una pizca de dolor. Una de sus manos ascendió por mi espalda hasta enredarse en mi pelo, empujándome hacia él y haciendo que me fuese imposible alejarme, ¡como si fuese a querer alejarme de él! Su otra mano se coló bajo mi suéter y comenzó a acariciar mi espalda enviando cientos de descargas eléctricas a lo largo de mi columna vertebral. Me estremecí ante su caricia y cuando su mano ascendió un poco más y comprobó que no llevaba sostén gruñó apretándome todavía más a su cuerpo.
— Vas a acabar conmigo —murmuró alejándose de mis labios sola para tirar un poco hacia abajo de mi suéter y comenzar a besar y morder mi cuello.
Gemí cuando sentí sus dientes rozando mi yugular, Edward sonrió contra mi piel y volvió a morderme pero esta vez con un poco más de fuerza. Mis manos, enredadas entre sus cabellos, se cerraron en puños y tiré un poco de ellos haciendo que jadease y me soltase. Aunque dolió fue mucho mayor el placer que recorrió mi cuerpo como si fuse una ola de agua hirviente.
Sus ojos verdes parecían estar en llamas cuando se cruzaron con los míos, comencé a sentir como el calor comenzaba a conquistar mi cuerpo, volví a acercarme a él buscando sus labios, Edward contestó a mi beso y se acopló a mi cuerpo haciendo que ni una sola partícula de oxígeno pudiese colarse entre nosotros.
— ¡Bella! —un gritó rompió por completo la intensidad del momento.
Edward me alejó un poco de mí y nuestras miradas se cruzaron una vez más, suspiró dejando caer su cabeza haciendo que nuestras frentes acabasen unidas.
— ¡Bella! ¡Edward! ¿Dónde estáis? —volvimos a escuchar esa voz que reconocí como la de Alice.
— Iré a ver que quiere —susurró Edward dejando un dulce beso en mis labios—, termina de arreglarte.
Me sentí sola y perdida cuando los brazos de Edward dejaron de rodearme, pero sacudí mi cabeza alejando esos sentimientos de mi mente y centrándome en lo que tenía que hacer... ¿qué era lo que tenía que hacer? Era increíble lo atontada que me quedaba en cuanto él estaba a dos metros a la redonda. Forcé mis neuronas y recordé lo que Edward había dicho... arreglarme... sí, era eso. Acomodé mi cabello y sonreí al ver descolocado el cuello de mi suéter, lo coloqué bien y resoplé antes de abrir la puerta y salir. Me encontré con Alice de frente, que miraba a Edward fijamente con gesto desafiante y sus manos apoyadas en las caderas. Cambió su expresión en cuanto se percató de mi presencia y me sonrió.
— ¡Oh! Estás ahí —susurró.
— Buenos días... —murmuré confundida.
— He venido un poco antes porque no podía soportar la impaciencia —explicó con su tono de voz habitual, cantarín y despreocupado—. Tenía que trabajar hasta dentro de dos horas, pero estaba tan nerviosa que Emmett me echó a patadas del despacho. Dijo que le provocaba ansiedad... ¿te lo puedes creer? —abrió mucho los ojos y miró a Edward—. ¿Yo realmente provoco ansiedad?
Pude adivinar por su expresión, que Edward estaba conteniendo una carcajada, pero tragó en seco y la soportó estoicamente.
— ¿Tú? —su voz tembló levemente—. Nunca —sentenció.
Alice parpadeó y sonrió complacida. Después caminó hacia mí y me tomó de la mano.
— Mi coche lo están reparando, sí... aquella boca de incendios, no preguntes más —dijo Alice mientras me arrastraba hacia la salida—. Pero he hablado con Rose y está encantada de llevarnos.
— ¿Rosalie? —preguntamos Edward y yo a la vez.
— Tranquilos —dijo Alice deteniéndose y mirándonos a los ojos intermitentemente—, he hablado con ella y se portará bien, lo ha prometido.
Edward bufó y yo tragué en seco. Si ya no me apetecía nada tener que alejarme de Edward por comprar bragas, ahora mucho menos sabiendo que Rosalie estaría presente. ¿Sería capaz de asesinarme en cuanto me despistase? Quizás utilizaba los tangas de tirachinas y comenzaba a lazarme cosas hasta dejarme noqueada entre los maniquíes medio desnudos de cualquier tienda de lencería del centro comercial.
Alice continuó arrastrándome escaleras abajo hasta que llegó a la puerta de entrada y, después de ponerme el abrigo, los guantes y la bufanda como si fuese una muñeca, casi me empujó para que saliese. Sentí la creciente necesidad de sujetarme al marco aunque fuese clavando mis uñas en él... no quería separarme de Edward en ese momento... y mucho menos después de nuestro "momento" en el baño. Pero solo pude mirar atrás con gesto compungido para ver cómo él me guiñaba un ojo y me regalaba una sonrisa antes de desaparecer tras el portazo de Alice.
Cuando conseguí alejar mi mirada de la puerta me encontré con un convertible rojo, tenía la capota cerrada y en su interior se veía que había alguien tras los cristales empañados. Sentí algo de miedo al pensar en compartir mi tarde con ella.
— Tranquila... —susurró Alice— volveremos pronto —me guiñó un ojo y me dio la impresión de que su frase tenía doble connotación, aunque no supe descifrar el motivo.
Me senté en el asiento trasero del coche después de murmurar un débil saludo a Rosalie, que simplemente esperaba en el sillón del piloto mientras miraba sus uñas despreocupadamente. Solo hasta que Alice se sentó a su lado y dijo un efusivo "Vámonos" no alzó la mirada y puso el coche en marcha.
El viaje al centro comercial fue casi con una carrera de fórmula uno, Rosalie conducía a toda velocidad aprovechando toda la potencia de su coche. Nos dejó en la puerta del centro comercial y se excusó diciendo que tenía algo muy importante que hacer. Alice y yo nos quedamos igual de confundidas viendo como el BMW rojo sangre se perdía calle abajo entre tráfico.
Alice no esperó más y me arrastró al interior de centro comercial mientras murmuraba para sí misma lo que teníamos que comprar.
— Jasper me ha dado esto para ti —dijo extendiéndome una tarjeta de crédito que ya conocía muy bien—, dijo que te la habías dejado en casa y para ir de compras es necesaria.
— Gracias por traérmela —susurré avergonzada mientras la tomaba y la guardaba en el bolsillo trasero de mi jeans.
— De gracias nada... —su sonrisa me dio miedo por un momento—ya me las darás cuando nos vayamos a casa y estés completamente satisfecha con la perfecta tarde que vamos a pasar.
— ¿Tarde? —pregunté en un gritito—. No necesitamos toda la tarde para comprar unas cuantas bragas.
Alice me miró dispuesta a golpearme por la atrocidad que acababa de decir, atrocidad a sus oídos, todo había que aclararlo, yo sería la mar de feliz si nos íbamos a un supermercado y compraba las braguitas de oferta. Pero Alice me mataría si supiese eso... y además... después de lo que había pasado con Edward aparecer frente a él la próxima vez con una braguita de oferta... mis mejillas volvieron a enrojecer y mis labios se estiraron en una involuntaria sonrisa. Pensar en Edward y en lo que habíamos compartido me provocaba eso... era imposible evitarlo.
— Deja los pensamientos perversos para más tarde —gruñó Alice haciendo que perdiese todo el color de mi rostro y mostrase una expresión de terror—, ahora a lo importante que comprarte ropa interior decente.
— Pero... Alice... yo... yo... no... tú... tú... no ... —balbuceé incoherencias.
— No te he acusado de nada Bella —dijo sonriendo y comenzando a caminar a un paso más calmado al que podía amoldarme sin dificultad—, solo te digo que delante de mí dejes de pensar esas cosas.
Asentí volviendo a enrojecer... a ese paso parecería un semáforo y me pondrían en mitad de la calle para dirigir el tráfico.
Alice entró en una tienda de lencería, la seguí en silencio mientras interiormente me estaba muriendo de vergüenza. Había tres cosas que me estaban poniendo extremadamente nerviosa: Alice sospechaba algo, estaba entrando por primera vez en una tienda de lencería y para rematar... ¡no llevaba ropa interior! Y me avergonzaba que Alice lo supiese y pensase mal de mí. Sospechaba que el tipo de prendas que íbamos a comprar no se probaban... que era algo antihigiénico, pero conociendo lo poco que conocía a Alice, ella sería capaz de arrastrarme a un probador y hacer que me probase la tienda entera mientras los dependientes nos aplaudían aun sabiendo que eso estaba prohibido.
Alice se giró de golpe haciendo que me detuviese abruptamente y me miró de arriba a abajo con un ojo entrecerrado, no sabía lo que estaba haciendo, pero esa miraba tan penetrante y profunda me estaba poniendo nerviosa, era como si esperase ver algo en mí. ¿Sabría que no llevaba mis braguitas solo mirándome así? ¿Se notaría que esa mañana había tenido mi primer orgasmo? La noche anterior no habían notado nada con mi primer beso... pero un orgasmo eran palabras mayores. Y aunque me di una ducha eliminando cualquier posible olor a sexo, justo antes de que apareciese Alice Edward y yo...
Alice me sacó de mis pensamientos esbozando una enorme sonrisa y tendiéndome un conjunto de sostén y braguitas negro con encajes dorados que había justo a su lado.
— ¿Es tu talla? —preguntó con entusiasmo.
Lo comprobé y asentí aliviada... solo intentaba adivinar mi talla, no me estaba escaneando en busca de pruebas físicas que demostrasen lo que Edward y yo habíamos hecho.
Después de eso Alice comenzó a llenar mis brazos con más y más conjuntos, unas cuantas braguitas, tangas y también algún sostén que palabras textuales "Son tan monos que es imposible no comprarlos". Veinte minutos después apenas se me veía tras la montaña de ropa interior que tenía en mis brazos... de acuerdo, exagero, pero en realidad era mucha ropa, si me hubiese quedado sin unas solas braguitas que ponerme y fuese yo sola de compras, no compraría ni la mitad de las cosas que ella estaba eligiendo.
— Alice... —susurré un poco atemorizada, ella me miró con una ceja enarcada y cara de desafío—. ¿Tendré que probarme todo esto? —pregunté totalmente asustada y contando mentalmente el tiempo que tardaría en hacerlo, que era... ¡demasiado! Eso sin mencionar el detalle de la ausencia de mi ropa interior.
— No, tranquila —sonrió—, pero los camisones sí —dijo esto y se metió en otro de los pasillos comenzando a escoger unos cuantos camisones, que para mí no eran más que pedazos de tela, no entendía como podría dormir con eso en pleno invierno en Chicago y no morir congelada.
No sé como lo consiguió, pero un dependiente se nos acercó y cargó todas las prendas a la caja registradora donde deberíamos pagar un rato después, o al menos esperaba que fuese solo un rato.
Alice me levó a empujones hasta uno de los probadores y me tiró un par de camisones, amenazándome duramente con mostrarle como me quedaban o me haría probar más cosas. No es que no me gustasen las compras, era algo que hacía porque era necesario, pero no era algo con lo que disfrutaba especialmente, ni una necesidad como parecía serlo para Alice. Así que esa tarde no era específicamente una tortura, pero tampoco era mi mejor tarde del mundo.
Me quité toda la ropa, cuidando que la maldita cortina de ese estrecho cubículo no se entreabriese en el momento menos oportuno y todos pudiesen verme el trasero. Me sentí un poco insignificante cuando sentí la seda de aquel pequeño camisón deslizarse por mi piel, nunca había tenido ni había soñado tener algo semejante en mi vida. Intenté no ver mi reflejo en el espejo, ya estaba lo suficiente avergonzada sin tener que añadir que ese camisón quedase en mí igual que si se lo pusiesen a un palo de escoba.
Entreabrí la cortina para sacar solo la cabeza y busqué a Alice con la mirada, ella estaba de espaldas mirando más conjuntos en una estantería.
— Pss... pss... ¡Alice! —la llamé en un susurro.
Ella se acercó danzando hacia mí y forcejeó conmigo para que soltase la cortina, una vez lo consiguió la dejó completamente abierta y me apresuré a encogerme en una esquina del probador, totalmente avergonzada, para que nadie pudiese verme.
— No seas tonta Bella —me regañó—, seguro que te queda perfecto. Ponte bien para que pueda verte —me ordenó.
Obedecí a regañadientes y tragando toda mi vergüenza, clavé la mirada en el suelo y mis mejillas enrojecieron una vez más. Sentí la mirada de Alice observarme de arriba a abajo y me sentía igual que los condenados a muerte esperando su veredicto. Al ver que los segundos pasaban y ella no se movía ni decía nada, alcé la cabeza lentamente, ella me miraba con los ojos entrecerrados y su ceño fruncido. Dio un paso al frente y alzó mi barbilla de un solo movimiento.
— ¡Santa mierda! —gritó asustándome—. ¿Qué te ha pasado en el cuello?
Di un respingo sobresaltada y me di la vuelta a la velocidad de la luz, me miré al espejo deslizando los dedos frenéticamente por mi cuello por si tenía algún insecto, una araña o algo similar, pero lo que vi en mi reflejo me dejó paralizada y con los ojos extremadamente abiertos. A la altura de mi yugular había una enorme mancha, era rojiza tirando a morado y en los bordes podía verse claramente la marca de unos dientes.
Perdí todo el color de golpe... sabía quién era el culpable de dicha mancha, sabía exactamente el momento en el que eso había sucedido... ¿pero cómo se lo explicaría a Alice? "No... es que... ¿no has oído que hay una plaga de vampiros? Pues sí y te puedo asegurar que es verdad, no tienes más que ver mi cuello". Solté una risita nerviosa mientras pensaba eso...
— ¿Qué te ha pasado? —volvió a preguntar Alice.
Tragué en seco y la miré a través del reflejo en el espejo. Esperaba impaciente, pero a la vez podía ver un punto de diversión brillando en sus ojos y no sabía que decirle... llevaba menos de dos semanas en Chicago, no era tiempo suficiente para buscarse un novio, o un amigo con derechos a no ser que fuese demasiado abierta (de piernas) y más teniendo en cuenta lo tímida e introvertida que era.
— ¿Bella? —insistió.
Suspiré y miré mis pies...
— No... yo no... yo no sabía que tenía eso en el cuello —susurré.
— Te creo... pero hay algo que no entiendo... —murmuró, alcé la mirada y ella estaba mirando sus uñas despreocupadamente— anoche durante la cena no tenías nada y hoy... que yo sepa has dormido en casa de los Cullen... ¿tienes algo que contar? —cuando hizo la pregunta sus ojos se cruzaron con los míos y sonrió triunfal.
La muy diabla lo sabía, quizás no estaba al tanto de todo, pero podía percibir que ella sabía que pasaba algo con Edward y no sabía hasta que punto eso era bueno o malo. Ella trabajaba con Jasper, con Emmett... ¡con el mismo Carlisle! Podría hundir la vida de Edward de un solo plumazo y de paso la mía... Alice Brandom nos tenía en sus manos y al no conocerla no sabía que tan bueno o tan malo podría ser eso.
Mi boca se abrió y se cerró sin saber muy bien que decir. Comencé a sentir como las lágrimas acudían a mis ojos... ¿por qué había sido tan estúpida? Tenía que haber sabido que tenía esa marca en el cuello, tenía que haberla ocultado de algún modo para que ni Alice ni nadie fuese capaz de verla...
— Hey... tranquila —susurró poniendo una mano sobre mi hombro—, no se lo diré a nadie, puedes confiar en mí.
En cuanto dijo eso alcé la mirada y me crucé con la suya, tan azul, tan clara... Alice era como un libro abierto, podías deducir su estado de ánimo por la expresión de sus ojos y en ese momento mostraban cariño y preocupación. Me relajé casi al instante y dejé salir todo el aire que estaba conteniendo. Alice sonrió y le dio un apretón casi imperceptible en mi hombro.
—Quítate eso, anda... nos iremos ahora —dijo con dulzura.
Salió del probador dejándome sola y suspiré mirando mis pies. Me quité aquel intento de camisón y me puse de nuevo mi ropa, bueno... la ropa que Edward me había comprado. Salí del probador tirando del cuello del suéter hacia arriba ocultando lo máximo posible el mordisco, estaba casi segura de que no se veía, pero prefería prevenir que encontrarme con cualquiera y que viesen esa marca que me delataba evidentemente.
Alice me esperaba con varios camisones más y en silencio nos dirigimos a pagar todo lo que habíamos comprado, usé la tarjeta de crédito que Jasper me había dado, era la primera vez que hacía algo así, y entre las risas de Alice y mirada condescendiente de la chica del mostrador, conseguí salir casi indemne de dicha proeza.
Alice me condujo hacia los baños del centro comercial, donde sacó un pequeño neceser azul de su bolso y comenzó a poner diferentes productos en mi cuello ocultando la evidencia de lo que Edward había hecho con sus dientes. Me sentí mejor una vez la marca se hizo invisible, pero por desgracia todavía la tendría durante unos días.
Nos dirigimos en silencio hacia una cafetería y Alice se sentó en la mesa más recóndita y escondida, después de pedir lo que queríamos y ya con nuestros cappuccinos frente a nosotras, Alice sonrió y me miró con expectación.
— ¿Cuándo ha empezado todo? —dijo justo después de enterrar el dedo en la torre de espuma de su café y chuparlo como una niña pequeña.
— ¿Cuándo ha empezado el qué? —pregunté confundida.
— Lo tuyo con Edward —dijo como si fuese lo más obvio.
Me atraganté con el café y casi escupo todo en su cara, ¿lo mío con Edward? ¿Edward y yo teníamos algo? ¿Desde cuándo? Para él quizás solo fueron un par de besitos... y algo más que no eran solo besitos, pero de ahí a llamarle "algo"...
— No hace mucho —murmuré sonrojándome de nuevo bajando la mirada.
— ¿Cuánto es "no hace mucho"? —volvió a preguntar.
Suspiré y comencé a juguetear con la esquina de una servilleta entre mis dedos.
— ¿Anoche? —dije como si fuese una pregunta, la cara de escepticismo de Alice me confirmó que esa respuesta no le bastaba—. Hace días que puede notar que nuestra... ehm... esto... ¿relación? Es diferente a la que tengo con los demás —comencé a explicar—, pero no fue hasta anoche que dimos el primer paso.
— ¿Cuándo os vi en el piano? —preguntó con tranquilidad.
Fue como si un gran hueco se abriese frente a mí y tuviese que detenerme en seco antes de caer al vacío... ¿Alice nos había visto? Si ella pudo hacerlo cualquiera también podría... no quise ni imaginar lo que podría llegar a pasar si fuese María la que nos viese.
— ¿Nos... nos viste en el piano? —pregunté asustada.
— Tranquila Bella —dijo sonriendo y colocó una de sus manos sobre la mía—, ya te he dicho que puedes confiar en mí, Edward es uno de mis mejores amigos. No te asustes porque pregunte tanto, soy curiosa por naturaleza, Edward o Emmett dirían que demasiado curiosa —ella misma rodó los ojos y yo sonreí—, pero cualquier cosa que me confieses quedará entre nosotras.
Suspiré aliviada y clavé la vista en mi taza de café mientras jugueteaba con la cuchara haciendo rayas sobre la espuma.
— ¿Qué es lo que te preocupa? —preguntó Alice.
La miré y ella tenía el ceño fruncido y la cabeza ligeramente inclinada.
— Sé que lo que estamos haciendo está mal, al menos si lo analizas lógicamente —expliqué—, pero tampoco tengo fuerzas para detenerlo. Por lo que Edward me ha dicho él también intentó luchar con lo que sentía, pero...
— La situación es un poco complicada... además de que tienes dieciséis, Jasper es tu hermano y amigo de Edward y su familia —Alice se quedó en silencio unos segundos y después sonrió ampliamente—. Pero no pienses demasiado en ello... solo vive el momento.
— Es fácil decirlo... —murmuré pesadamente.
— Y hacerlo también —sonrió ampliamente y la sonrisa se me pegó sin poder evitarlo—, en cuanto acabemos aquí nos vamos a comprar unos cuantos pares de zapatos y después algo de ropa... incluso podríamos ir a arreglarte un poco el cabello.
— ¿Que tiene de malo mi cabello? —pregunté con el ceño fruncido recordando que Bree me había dicho lo mismo la tarde anterior.
— Nada... —agregó Alice sin dejar de mirarme ni de sonreír—, es solo que tienes un corte muy clásico, un par de capas o un desfilado te darían un aire diferente.
— ¿Un desfi qué?
Alice rio y el sonido de su carcajada rebotó en las paredes sonando mágico, casi como de otro mundo.
— Tú solo confía en mí —me guiñó un ojo.
Cuando asentí a ese comentario nunca podría imaginar lo que me esperaría después. Alice me obligó a ir a cuatro zapaterías distintas en las que probé tantos zapatos, de tantos modelos y colores que perdí la cuenta en el par numero dieciocho. Después fuimos a comprar algo de ropa, tampoco mucha porque dijo que mejor nos centraríamos otro día en comprar los conjuntos imprescindibles a lo que solo asentí ausentemente, rezando para que hubiese cualquier fuerza de la naturaleza que impidiese eso a como diese lugar. Hicimos una parada para recuperar fuerzas, apenas había desayunado y un cappuccino a media mañana no era suficiente para mantenerme en pie, así que fuimos a una hamburguesería pese a las quejas de Alice, que miraba hacia todos lados con la nariz arrugada y cara de dolor.
— ¿Qué te pasa? —le pregunté en un susurro.
— Soy vegetariana Bella... estar en este lugar es como hacer una visita al matadero —contestó con vehemencia.
Me hizo sentir culpable, pero no lo suficiente como para no comer mi cuarto de libra en poco más de cuatro mordiscos y devorar las tres alitas de pollo que venían de regalo, mientras ella me miraba asombraba mascando una hoja de lechuga.
Después Alice me encerró en lo que ella llamó "El mejor centro de belleza de todo Illinois" aunque decir que eso era una sala de torturas habría sido más acertado. Después de depilarme las cejas y el labio superior haciéndome saltar las lágrimas de dolor, me dieron un masaje capilar con un líquido a base de aceite de almendras para compensar. Me cortaron, peinaron e hicieron lo que quisieron con mi cabello sin pedirme opinión. Alice se mantuvo sentada y completamente quieta para mi sorpresa, mientras a ella le hacían lo mismo. Dos horas después, cuando hubieron acabado, me miré al espejo y casi no pude reconocerme. Mis cejas depiladas le daban una expresión diferente a mi rostro, era como más adulto y dulce a la vez. Mi cabello, que antes estaba en ondas completamente salvajes cayendo a lo largo de mi espalda, ahora caía en una perfecta cascada de rizos definidos hasta un poco más abajo de mis hombros, además de que olía delicioso gracias al aceite. Continuaba siendo yo, pero esa nueva imagen me ayuda a estar un poquito más segura de mí misma.
Salimos del salón de belleza y casi no podía creerme que estuviese en pie, después de tres horas sentada y sin apenas moverme eso era un regalo.
— ¿Y ahora qué hacemos? —pregunté con precaución y rezando internamente para que dijese que nos íbamos a casa ya.
Alice me miró y con una sonrisa diabólica, a la que temí en sobremanera, sacó el teléfono de sus bolso y después de pulsar un botón de la marcación rápida, se lo llevó al oído.
— ¡Edward! —gritó con voz lastimera haciendo que mis ojos se abriesen en exceso ante la sorpresa—. Ya hemos acabado y Rosalie no contesta al teléfono... ¿podría alguien venir a buscarnos? —peguntó con una voz tan angelical que hasta no parecía ella realmente—. ¿Te he dicho alguna vez que eres el mejor? —parpadeó inocentemente como si Edward pudiese verlo y después su sonrisa se amplió—. Sí... Bella está perfectamente, solo un poco cansada... y hambrienta, podrías invitarla a cenar antes de llevarla a casa... ¿yo? No, lo siento, tengo una cita con James. ¡Gracias, gracias, gracias! —canturreó dando saltitos— ¡Hasta ahora! —gritó antes de colgar. Me miró todavía sonriendo y me sujetó del brazo conduciéndome a la puerta de entrada—. No te preocupes, os dejare solos en seguida.
Tan solo pude contestar a su sonrisa y sorprenderme ante la facilidad con la que habíamos conectados las dos.
