PRÓLOGO. Alohomora.
Martes 26 de marzo, 2002. 11: 17 am
Theodore Nott llegó a la puerta de la oficina de Draco Malfoy en el edificio localizado en la zona mágica del Cambridge Biomedical Campus. Ambos la habían adquirido dos años atrás cuando sintieron que su laboratorio de pociones en Gloucestershire, cerca de la mansión de Theo, se había quedado pequeño y necesitaban aumentar el personal, así como las áreas para investigación.
Como era usual, iba concentrado leyendo las especificaciones de un pedido de pociones que estaba haciendo un laboratorio alemán, por lo que casi chocó su cabeza con la puerta al intentar girar el pomo y percatarse, con asombro, de que no había logrado su cometido. Draco y él tenían libre entrada en sus oficinas, por lo que esto no era normal. Levantando la carpeta que llevaba en una mano y que había ido a parar al piso desparramando todos los documentos, los acomodó en orden numérico con un movimiento de su mano y murmurando un Alohomora, volvió a intentar abrir la puerta.
El resultado fue el mismo, por lo que frunció el ceño con extrañeza. De forma suave y educada, dio dos golpecitos a la puerta y pegó su oído a la madera para descifrar qué ocurría en su interior, pero solo encontró silencio. Si la puerta estaba cerrada, Draco debía estar dentro y solo en una ocasión su mejor amigo se había comportado de una manera similar, y de eso ya habían pasado algunos años.
Extrañado, sacó su varita de un bolsillo interno del saco e intentó aparecerse dentro de la oficina con los mismos resultados negativos. Entonces empezó a sentir cómo su corazón galopaba con fuerza dentro de su pecho y un escalofrío recorriendo su espalda. Algo había ocurrido, y conociendo a Draco y su dramatismo, era algo que lo estaba afectando, y mucho.
Suspiró, se devolvió a su oficina, tomó una hoja de pergamino y pluma, y luego de escribir «Me urge hablar contigo», aunque esta vez ya no era por el asunto del cliente sino porque estaba preocupado por la situación, lo dobló con su varita en un avión similar a los memos interdepartamentales que usaban en el Ministerio de Magia Británico. Con un pequeño golpecito con la varita, lo envió hacia la oficina de Draco, siguiéndolo él detrás para cerciorarse de que pasara por debajo de la puerta.
Como lo había intuido, el avión no pasó. En ese momento, la poca paciencia que Theo tenía se fue por un tubo; lo había intentado por las buenas, pero era evidente que la situación actual requería medidas drásticas. Sin pensarlo mucho, empezó a murmurar hechizos frente a la puerta mientras movía las manos, una de ellas portando su varita, algo que le tomó más minutos de lo que había pensado, hasta que logró abrirla. Él y Draco habían sido educados desde pequeños en poderosa magia antigua, magia más avanzada para su edad, y lo habían aprendido juntos. Prácticamente, no había nada que no supieran del otro, pero debía admitir que su amigo se había pulido en los hechizos en esta ocasión.
Dentro de la lujosa oficina, todo estaba oscuro y hacía un frío casi glacial, por lo que Theo se imaginó lo peor. Eran poco más de las once de la mañana; afuera hacía un día luminoso de finales de marzo y, a pesar de algunas nubes, las personas llevaban abrigos livianos aprovechando la llegada de la primavera, como si despertaran igual que las primeras flores luego del frío invierno. Así que encontrarse con una obscuridad absoluta y el ambiente a punto de congelación lo alertó y volvió a acelerar su corazón.
Con su varita, abrió los gruesos y pesados cortinajes y el diseño elegante y sofisticado del lugar quedó en evidencia. Sin embargo, descubrió, aparte del ornamentado candelabro que colgaba del techo, varios muebles, jarrones y flores reducidos a polvo, y a un Draco sentado en la silla ejecutiva de cuero de dragón como si lo hubieran petrificado, con la mirada fija en la nada, más pálido que nunca. De no ser porque era visible una pausada respiración en su tórax, Theo hubiera jurado que estaba muerto; uno que tenía una apariencia casi etérea debido a los microscópicos cristales de hielo sobre su piel, la escarcha pareciendo estrellas sobre su cabello. Dicha escarcha también era visible sobre la elegante alfombra de franjas anchas en diferentes tonos de gris que contrastaba con el suelo de madera oscura, donde, además, yacían los diminutos cristales del candelabro.
Se acercó muy despacio al robusto y gran escritorio con sobremesa de madera y detalles en dorado, que coincidían con el estilo de las paredes y demás muebles, todos negros con molduras doradas, dando al conjunto un toque clásico. Notó un periódico abierto en una de las páginas interiores, un vaso de whisky de fuego al lado de la botella, aunque el líquido no había sido bebido; pero lo que más llamó la atención del mago fue que su amigo no llevara puesta la lujosa y elegante túnica, su corbata estaba floja en el cuello, y los cabellos rubio platinados estaban todos alborotados. Las imágenes de un Draco demacrado, mortalmente pálido y muy delgado, debido a una inanición autoimpuesta cuando tenía dieciséis años, llegaron a su mente.
Theo empezó a tiritar, así que realizó unos movimientos con la varita para contrarrestar la magia accidental de Draco y se acercó hasta llegar al lado del hombre. Su mirada captó una foto de Hermione Granger tomada de la mano de Ronald Weasley mientras salían de lo que parecía un restaurante del Callejón Diagon. Con interés, leyó la nota del periódico donde se anunciaba de un probable romance entre la pareja.
El mago de cabello ensortijado color castaño y de ojos de un azul tan profundo que recordaba a un océano tranquilo, de inmediato comprendió la situación. Draco nunca había admitido —tampoco es que se lo hubiera preguntado de manera directa— que alguna vez había sentido algo por esa mujer, pero Theo intuía que algo había nacido por parte de su amigo durante su sexto año en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Jamás se había atrevido a comentarlo con nadie, mucho menos con su amigo, quien por lo general era muy abierto con él, excepto en ese tema amoroso. No es que no lo hubiera abordado de manera disimulada en alguna que otra conversación; sin embargo, Draco, manteniendo la ecuanimidad que lo caracterizaba desde que se había convertido en un experto oclumante, nunca había dejado entrever nada. Pero Theo tenía un sexto sentido… algo que no sabía qué era pero que le decía muy adentro en su mente, que había pasado algo entre el heredero Malfoy y la bruja nacida de muggles a la que se suponía debía odiar sólo por su origen.
Los Nott habían sido educados en el principio de la pureza de la sangre mágica tanto o con más ahínco que los Malfoy y el resto de las familias pertenecientes a los Sagrados Veintiocho, pero el menosprecio por los muggles, específicamente para ellos, no era infundado, y mucho menos justificado sólo por el simple hecho de mantenerse puros. Debido a que la historia podía perderse a través de los años, en la biblioteca de la mansión ancestral estaba bien resguardado el registro de cada hecho violento del que había sido objeto la comunidad mágica del Reino Unido, iniciado de manera oficial con un juicio por brujería en mil quinientos sesenta y seis, aunque se sabía que las acusaciones habían nacido en la Europa continental desde finales del siglo trece en países como Suiza, Francia y Alemania.
La familia Nott, junto con otras menos reconocidas, había sido brutalmente perseguida durante la Edad Media, y por eso un antepasado de Theo había empezado a llevar un registro donde se relataba cada hecho atroz como una manera de evidenciar la crueldad de los muggles, una manera de no olvidar. Quemarlos vivos era lo menos malo que se podía encontrar en ese manuscrito, el cual abarcaba casi doscientos años de relatos. Entonces, sí, en definitiva los Nott tenían muchísimas razones para no querer ni acercarse a quienes los habían perseguido, y si a eso se le sumaba que los magos vivían más tiempo que los muggles, podía decirse que esos acontecimientos no habían pasado hace tanto tiempo. Para un muggle, habían pasado quinientos años, unas veinte generaciones; para un mago, si acaso seis.
Por esa razón, Cantankerus Nott también había escrito el Directorio de Sangre Pura en la década de mil novecientos treinta, como una manera de enfatizar la importancia de mantener bien definido con quién había que relacionarse y con quién no. Si no estabas en la lista, no podías siquiera acercarte a uno de ellos, aunque tampoco era que justificara todo lo ocurrido en la Primera y Segunda Guerra Mágica. Theo tenía una visión muy diferente en la actualidad, pero porque había vivido muy de cerca —con su malvado padre, para ser más exactos— el resultado de empatizar con unas ideas supremacistas solo por ganar poder y lograr tener bajo el zapato incluso a los de más puro linaje. Lo que fuera que hubieran tenido Draco y Hermione solo era una evidencia de que esas ideas eran ridículas, o que, en asuntos del corazón, no importaba cuántos años de pureza tenía tu linaje o si tu apellido aparecía en una lista.
Verificando que su amigo respiraba, Theo bebió el contenido del vaso que estaba en el escritorio —lo necesitaba para enfrentar lo que se avecinaba cuando Draco reaccionara—, escribió un memorándum que triplicó y envió a algunos subordinados, informando que estaría en una junta privada con su socio y que no debían ser interrumpidos así se cayera el mundo. Luego de tomar un libro de la librería integrada en la pared detrás del asiento de su amigo, se sentó cómodamente frente a Draco en el sillón chesterfield beige de respaldo bajo. Alisando las inexistentes arrugas en su túnica de diseñador, observó la hora en su reloj de pulsera, luego fijó su mirada en la gris plata tan característica de los Malfoy y, con el libro en su regazo, se dio a la tarea de esperar. Esta vez no iba a ser tan sutil con sus preguntas.
