El Gran Comedor de Hogwarts estaba iluminado por antorchas flotantes que proyectaban sombras danzantes en las paredes de piedra antigua. Las largas mesas de madera estaban atestadas de estudiantes, cuyas risas y charlas se mezclaban con el sonido de cubiertos y platos. El aroma de un estofado de carne se mezclaba con el dulce olor de los pasteles recién horneados, creando un ambiente bullicioso pero acogedor.
En una esquina, Dazai Osamu, con su túnica de Slytherin algo desaliñada, estaba sentado sin prestar atención al banquete frente a él. Su rostro reflejaba un tedio profundo mientras jugueteaba distraídamente con su varita, haciéndola girar entre sus dedos con la elegancia de quien ha practicado movimientos precisos miles de veces. Observaba a los demás con una mezcla de desdén y curiosidad.
—Odasaku —dijo Dazai de repente, girando la cabeza hacia su amigo más cercano—, ¿no te parece que la comida de hoy tiene un aire de... mediocridad épica? Como si estuvieran tratando de hacernos morir de aburrimiento en lugar de hambre.
Oda Sakunosuke, quien siempre tenía una calma imperturbable, levantó la vista de su plato y sonrió apenas, sin inmutarse.
—Creo que prefiero el aburrimiento antes que tus raros intentos de hacer conversación, Dazai.
Dazai emitió un sonido entre una risa y un suspiro, claramente más interesado en el juego verbal que en la comida.
—Siempre tan cruel, Odasaku. ¿Cómo puedes ser mi amigo si ni siquiera disfrutas de mi ingenio?
Antes de que Oda pudiera responder, la puerta del Gran Comedor se abrió con un fuerte estruendo, y una ola de energía vibrante entró en el espacio. Chuuya Nakahara hizo su entrada, seguido de cerca por su amigo Tachihara Michizō.
La presencia de Chuuya parecía llenar la sala. Su cabello rojo intenso destellaba bajo la luz de las antorchas, mientras caminaba con una confianza inquebrantable. La conversación en la mesa de Gryffindor se volvió más animada con su llegada, mientras él y Tachihara se sentaban entre risas y comentarios rápidos.
Dazai entrecerró los ojos, su mirada siguiéndolo desde su lugar en la mesa de Slytherin. Una sonrisa ladina apareció en su rostro, como si hubiera estado esperando exactamente este momento.
—Oh, pero mira quién ha llegado. Nuestro querido y feroz Gryffindor —murmuró para sí mismo, pero lo suficientemente alto como para que Odasaku lo oyera.
Oda, aún concentrado en su comida, lanzó una mirada rápida hacia Chuuya antes de volver a posar sus ojos en Dazai. Sabía lo que su amigo estaba planeando.
—Dazai, no vayas a molestar a Chuuya otra vez —dijo con tono firme, pero sereno—. Ambos sabemos cómo acaba eso. ¿No puedes dejarlo en paz al menos una vez?
Dazai soltó una pequeña carcajada, alzando una ceja. La petición de Oda, aunque genuina, no hizo más que aumentar su deseo de enfrentarse a Chuuya. La rivalidad entre ellos era demasiado jugosa como para ignorarla.
—Oh, Odasaku, sabes que no puedo resistirlo. Ver a ese pequeño Gryffindor estallar es lo más divertido que me ha pasado en la vida.
Sin esperar respuesta, Dazai se levantó de su asiento, estirando los brazos perezosamente como si estuviera preparándose para algo que lo entretendría por un buen rato. Oda lo miró con resignación, sabiendo que cualquier intento de detenerlo sería inútil.
Dazai, con su sonrisa burlona y su andar relajado pero seguro, comenzó a caminar hacia la mesa de Gryffindor, sus pasos apenas audibles entre el bullicio del comedor.
Chuuya, que hasta ese momento estaba enfrascado en una conversación animada con Tachihara, sintió de inmediato la mirada de Dazai sobre él. Al levantar la vista, sus ojos se encontraron con los de su eterno rival. La expresión en el rostro de Dazai era de pura diversión, como un depredador que acaba de encontrar a su presa.
—Bueno, bueno, Chuuya —dijo Dazai mientras llegaba a su lado—. Parece que el gran Gryffindor está de buen humor. ¿O es que has superado ya tu espectacular derrota en el último partido de Quidditch?
La mención de la derrota provocó una reacción inmediata en Chuuya. Su mandíbula se tensó y su mirada se volvió más fría. Las risas y conversaciones en la mesa de Gryffindor se apagaron ligeramente, mientras algunos de los estudiantes observaban con expectación. Tachihara miró a Dazai con desconfianza, pero no intervino.
—¿Vienes a burlarte, Dazai? —espetó Chuuya, su voz baja pero afilada como una daga—. No me sorprende, teniendo en cuenta que es lo único en lo que realmente eres bueno.
Dazai rió suavemente, disfrutando de cada segundo de la confrontación.
—Oh, Chuuya, si solo fueras tan bueno en el campo como lo eres lanzando insultos. Aunque, claro, ser mejor que tú en Quidditch no es un gran logro. Quizás deberías considerar cambiar de posición... o mejor aún, de deporte.
La mención de la derrota golpeaba un punto sensible en Chuuya. La reciente caída durante el partido había sido vergonzosa, y la sensación de impotencia seguía resonando en él. Pero lo que más le molestaba no era solo haber perdido el partido, sino que Dazai estuviera allí para presenciarlo.
—No tienes ni idea de lo que pasó en ese partido —replicó Chuuya, su mirada feroz—. Pero si tienes tanta confianza en tu supuesta superioridad, te reto a demostrarlo en el próximo partido.
Dazai ladeó la cabeza, fingiendo consideración.
—¿Un reto? —susurró con voz sedosa—. Qué tentador. Aunque, si recuerdo bien, ya he demostrado mi superioridad, una y otra vez.
El rostro de Chuuya ardía de frustración. Sabía que Dazai lo estaba provocando, jugando con él, pero no podía evitar caer en su trampa.
—Eres un imbécil, Dazai —murmuró Chuuya entre dientes—. Pero no siempre tendrás la última palabra. Lo verás.
Dazai sonrió ampliamente, como si hubiera ganado una pequeña batalla en su guerra personal con Chuuya.
—Oh, Chuuya, esa es la actitud que me gusta. Sigue así, y tal vez algún día me des una verdadera razón para preocuparme. Aunque, por ahora, prefiero seguir disfrutando de verte fallar.
Con un último guiño burlón, Dazai dio media vuelta y se alejó, su capa ondeando ligeramente tras él. La mesa de Gryffindor quedó en silencio, mientras Chuuya lo observaba marcharse con una furia silenciosa ardiendo en su interior. Tachihara, a su lado, intercambió una mirada con él, pero no dijo nada.
El aire en el Gran Comedor se había vuelto denso con la tensión entre ellos, pero para Dazai, esto no era más que otro día disfrutando de la rivalidad que lo mantenía entretenido.
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El cielo sobre el campo de Quidditch de Hogwarts se encontraba despejado, con el viento suave apenas moviendo las banderas de las torres de las casas. El sol de la tarde bañaba el césped en una luz dorada, mientras el equipo de Gryffindor realizaba su entrenamiento.
Las gradas, aunque mayormente vacías, resonaban con el eco de las escobas al cortar el aire y el ocasional murmullo de los estudiantes que observaban desde lejos. Chuuya Nakahara, en su escoba, se movía como una ráfaga controlada, volando con precisión y soltura.
Chuuya era cazador, una de las piezas clave en el equipo. Su labor era simple pero fundamental: atrapar la quaffle y lanzarla a través de los aros flotantes del equipo contrario para marcar puntos.
Pero lo que hacía destacar a Chuuya no era la simplicidad de su tarea, sino la manera en que la ejecutaba. Con su cabello rojo brillante ondeando tras él, cada pase y lanzamiento que hacía era un despliegue de destreza y velocidad. La quaffle parecía flotar en sus manos por breves momentos antes de ser lanzada con potencia hacia los aros, atravesando el aire con precisión mortal.
—¡Buen tiro, Chuuya! —gritó Tachihara, cazador también, mientras bloqueaba el intento de un adversario de interceptar la quaffle.
Chuuya sonrió, pero su concentración no disminuyó un ápice. —¡Claro! Si mantienes esos despejes, anotaremos todo el día —respondió, su voz teñida de determinación.
En las gradas, Dazai observaba la escena, jugueteando con una snitch dorada que había liberado solo para atraparla de nuevo, una y otra vez.
Como buscador del equipo de Slytherin, su habilidad con la snitch era innegable, y su falta de interés aparente por el entrenamiento del equipo rival no hacía más que subrayar su confianza.
Pero aunque fingía indiferencia, su mirada no se apartaba de Chuuya. Había algo en la manera en que se movía por el cielo, en su fuerza bruta y elegancia feroz, que lo fascinaba. Cada maniobra era estudiada con cuidado y Dazai no podía evitar sentir cierta fascinación al ver a Chuuya en su elemento.
Sin embargo, cuando Chuuya pasó volando cerca de las gradas, su escoba cortó el aire con tal velocidad que levantó una ráfaga de viento. El Slytherin alzó una ceja soltando una risa baja mientras la brisa lo azotaba.
—Interesante... —susurró Dazai, con una sonrisa creciente mientras sus ojos seguían cada movimiento de Chuuya. La snitch seguía girando entre sus dedos, pero su atención ya no estaba en el pequeño objeto dorado, sino en el Gryffindor que dominaba el aire. Cada giro, cada pase, cada vez que Chuuya se lanzaba hacia los aros, Dazai sentía algo parecido a la emoción—. ¿Será que te estás esforzando tanto solo porque sabes que te estoy mirando, Chibi?
Justo en ese momento, Chuuya volvió a pasar cerca de las gradas, volando a tal velocidad que una nueva ráfaga de viento azotó el rostro de Dazai, despeinándolo aún más. Esta vez, Chuuya lo miró de reojo, sus ojos azules encendidos por una mezcla de desafío y molestia.
—¡Oye, Dazai! —gritó Chuuya mientras volaba—. Si vas a quedarte ahí sentado como un vago, al menos intenta no estorbar.
Dazai soltó una risa ligera, ajustándose el cabello con desinterés aparente. —Ah, Chibi, si lo que quieres es llamar mi atención, no hace falta que te esfuerces tanto. Ya la tienes —respondió con burla, levantando una mano en gesto de despedida, como si el esfuerzo de Chuuya no fuera más que un espectáculo para su entretenimiento.
Chuuya bufó con irritación y volvió al juego, acelerando aún más, como si quisiera demostrarle a Dazai de lo que era capaz. Pero aunque se alejaba, Dazai no apartaba la mirada.
El entrenamiento continuaba, con Chuuya mostrando sus habilidades como cazador. Cada vez que lanzaba la quaffle hacia los aros lo hacía con precisión implacable y su equipo confiaba en él para llevarlos a la victoria. Sin embargo, cuando todo parecía estar bajo control, ocurrió algo inesperado.
La escoba de Chuuya, que hasta ese momento había respondido perfectamente a sus comandos, comenzó a vibrar. Al principio, fue apenas perceptible, pero rápidamente se volvió evidente. Chuuya frunció el ceño, intentando mantener la estabilidad mientras ajustaba su postura.
—¿Qué demonios...? —murmuró, tratando de controlar el aparato. Pero la escoba comenzó a sacudirse violentamente, como si algo la estuviera forzando a desobedecer.
—¡Chuuya! —gritó Tachihara desde el otro lado del campo, viendo a su amigo perder el control.
La escoba, como poseída, se sacudió con fuerza, arrojando a Chuuya al vacío. La caída fue rápida, y aunque el terreno no estaba lejos, el impacto fue lo suficientemente fuerte como para hacer que el Gryffindor rodara por el césped, quedando desorientado.
Chuuya se levantó rápidamente, con las manos apretadas en puños, mientras su cuerpo le dolía por el golpe. Su confusión era evidente. Esa escoba nunca había fallado antes. Se volvió hacia Tachihara, que aterrizó a su lado, con una expresión de preocupación.
—¿Qué diablos pasó ahí? —preguntó Tachihara, mirando la escoba caída—. Eso no fue normal.
Chuuya apretó la mandíbula, su mente volviendo inmediatamente a la única persona que podría disfrutar con algo así. Su mirada recorrió las gradas y, antes de decirlo en voz alta, ya sabía la respuesta. —Dazai... —murmuró, con el ceño fruncido.
Tachihara alzó una ceja, mirando de reojo a Chuuya. —¿De verdad crees que sería capaz de hacerte eso? —preguntó, aunque ambos sabían la respuesta.
Chuuya bufó, apretando los puños con fuerza. —Es capaz de eso y más. No hay otra explicación.
Ambos cazadores giraron la cabeza hacia las gradas, pero el lugar donde Dazai había estado sentado estaba vacío. Las gradas, antes ocupadas por su figura relajada, ahora no mostraban rastro de su presencia. Como si nunca hubiera estado ahí, como si todo hubiera sido un juego en su mente.
Chuuya apretó los dientes, sintiendo cómo la ira empezaba a hervir en su interior. "Maldito Dazai," pensó, mirando hacia el cielo. Aunque no podía probarlo, sabía que ese movimiento llevaba la marca de su rival. Y eso lo enfurecía aún más.
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El sol se filtraba a través de las altas ventanas del castillo, iluminando los pasillos de piedra con una luz cálida que contrastaba con la fría sensación que Chuuya aún llevaba consigo tras su caída. Salió de la enfermería, ajustándose la capa de Gryffindor mientras Yosano Akiko, la doctora de la escuela, lo despedía con una sonrisa satisfecha.
—No es nada grave, Nakahara —había dicho Yosano mientras le aplicaba un último encantamiento de curación—. Solo algunos moretones. En dos días estarás como nuevo.
Chuuya asintió, agradeciendo con una inclinación de cabeza, y al girar en el pasillo, encontró a Tachihara esperándolo, apoyado contra una columna.
—¿Y? ¿Qué te dijo? —preguntó Tachihara, alzando una ceja mientras miraba de arriba abajo a su amigo, como si buscara señales visibles de daño.
—Nada importante —respondió Chuuya con un aire despreocupado, encogiéndose de hombros—. Solo algunos moretones. Ya estoy bien.
Tachihara soltó un suspiro de alivio mientras ambos comenzaban a caminar en dirección al aula del profesor Fukuzawa Yukichi, su próximo destino.
El aula de Fukuzawa era una de las más antiguas del castillo, con estanterías llenas de libros viejos, sus tapas gastadas y cubiertas de polvo, y grandes ventanales que daban al patio trasero. La luz que se filtraba creaba sombras intrincadas en el suelo de piedra y el ambiente siempre tenía un aire solemne y tranquilo. Las mesas estaban distribuidas en forma de herradura, lo que permitía a los estudiantes observar a Fukuzawa con facilidad mientras realizaban los hechizos prácticos.
La clase de hoy consistía en perfeccionar el hechizo Impedimenta, un encantamiento diseñado para detener o ralentizar cualquier cosa que se acerque hacia el lanzador. La clase ya había comenzado y el aire estaba lleno de susurros y movimientos rápidos de varitas mientras los estudiantes practicaban con gran concentración.
Chuuya y Tachihara entraron con algo de prisa, tomando sus asientos. Chuuya rápidamente se puso al día, haciendo el hechizo con una precisión que no pasó desapercibida para sus compañeros. Con un movimiento fluido de su varita y la palabra pronunciada con firmeza, logró que un objeto que volaba en su dirección se detuviera en el aire a unos metros de él, girando suavemente antes de caer inofensivamente al suelo.
—Muy bien, Nakahara —comentó el profesor Fukuzawa desde el frente de la clase, asintiendo levemente en señal de aprobación.
Desde una esquina del aula, Dazai estaba recostado en su silla, con su mirada perdida en algún punto del techo, sin prestar atención alguna a lo que sucedía a su alrededor.
Chuuya, al notar la actitud despreocupada de Dazai, no pudo resistir la tentación. Se giró ligeramente en su asiento y, con una sonrisa burlona, comentó en voz lo suficientemente alta como para que lo oyera:
—Vaya, ¿qué pasó, Dazai? ¿El gran genio de Slytherin está demasiado aburrido para hacer un simple hechizo de primer año?
Dazai, sin dejar de mirar al techo, sonrió levemente, pero no se molestó en girarse. Soltó un suspiro perezoso y murmuró:
—No todos necesitamos impresionar a los demás para sentirnos valiosos, Chibi. Algunos ya sabemos que somos los mejores.
Chuuya frunció el ceño ante el apodo, pero antes de que pudiera responder la voz del profesor Fukuzawa rompió la tensión.
—Dazai, si no te interesa la lección, puedes marcharte —dijo Fukuzawa con una calma que contenía una advertencia implícita—. Pero antes, quiero que realices el hechizo correctamente.
Dazai finalmente bajó la vista del techo, dirigiendo una mirada de desdén hacia el profesor. Luego, como si fuera una molestia tener que involucrarse, levantó su varita y, sin mucho empeño, apuntó hacia el objeto frente a él.
—Impedimenta —pronunció con tono monocorde.
El objeto se detuvo en el aire, pero la falta de precisión en su movimiento lo hizo tambalearse un poco antes de caer al suelo de manera más abrupta que la demostración de Chuuya.
Dazai, sin inmutarse, giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la puerta sin esperar una palabra más del profesor.
—Supongo que eso es suficiente, ¿no, sensei? —dijo con una sonrisa perezosa mientras salía del aula.
Chuuya lo siguió con la mirada, sintiendo una mezcla de irritación y satisfacción. Aunque Dazai había completado el hechizo, estaba claro que no lo había hecho con la misma destreza que él. Pero, como siempre, ese "Miserable" encontraba la manera de salirse con la suya.
Fukuzawa, sin embargo, observó a Dazai salir con una expresión que mezclaba desaprobación y una ligera resignación.
Mientras Dazai se alejaba del aula, el murmullo de sus compañeros se desvaneció, y Chuuya sintió cómo la frustración se instalaba en su pecho. Apretó los puños mientras Tachihara intentaba una vez más realizar el hechizo, claramente esforzándose más de lo que quería admitir.
—No entiendo cómo se le permite eso —murmuró Chuuya en voz baja, más para sí mismo que para Tachihara, quien estaba concentrado en su propio hechizo.
—No te preocupes tanto por él —dijo Tachihara, levantando la varita en un intento de imitar a Chuuya—. Es el favorito del director Mori, después de todo.
Chuuya frunció el ceño, tratando de ocultar su sorpresa.
—¿Favorito del director? ¿Qué tiene de especial? —preguntó, aunque su curiosidad era evidente.
—El director Mori se encarga de Dazai. Además, su padre es un tipo de hechicero famoso en el mundo mágico... o algo así —respondió Tachihara, finalmente logrando un hechizo satisfactorio—. Siempre está ocupado con sus responsabilidades, así que Dazai pasa mucho tiempo solo. Eso probablemente explica su actitud.
Chuuya se detuvo por un momento, asimilando la información. —Debe ser difícil vivir a la sombra de un padre tan famoso.—murmuró, un toque de frustración en su voz.
—Exacto. No es fácil tener una figura tan grande sobre ti. Tal vez por eso actúa como un bastardo, ¿sabes? —Tachihara encogió los hombros, mientras intentaba de nuevo el hechizo.
La noticia golpeó a Chuuya como un relámpago. Nunca se había detenido a pensar en la vida de Dazai más allá de sus constantes provocaciones.
Siempre lo había visto como un chico arrogante y molesto, alguien que disfrutaba haciéndole la vida imposible. Pero ahora, saber que había una carga detrás de esa actitud lo hacía sentir algo que no quería reconocer: compasión mezclada con su habitual frustración.
—Todo eso no justifica que actúe como si nada le importara.—murmuró, apretando los puños con fuerza.
Tachihara asintió con una expresión comprensiva.
—No lo disculpa, pero... quizás lo explica.
Chuuya quedó en silencio, sus pensamientos corriendo. Necesitaba respuestas. Con una decisión repentina, se levantó de su asiento y se dirigió hacia el profesor Fukuzawa.
—Disculpe, profesor, ¿puedo ir al baño? —preguntó, manteniendo su tono neutral.
Fukuzawa asintió sin levantar la vista de sus notas. —Está bien, Nakahara.
Una vez fuera del aula, Chuuya se apresuró por los pasillos de piedra, su mente girando en torno a la conversación reciente. Finalmente, divisó a Dazai apoyado contra una pared, mirando por una ventana con una expresión de aparente desinterés, aunque algo en su postura parecía calculado, como si supiera que Chuuya vendría a buscarlo.
—¡Eh! —gritó Chuuya, deteniéndose frente a él con los brazos cruzados—. ¿Por qué te importa tan poco lo que pasa en clase? ¿Es que no tienes ninguna ambición?
Dazai levantó la mirada, su boca curvándose en una sonrisa perezosa, casi provocativa.
—¿Ambición? —repitió, sus ojos brillando con una chispa de diversión—. No todos necesitamos demostrar algo en cada clase, Chibi. Hay cosas más importantes en la vida.
Chuya sintió el calor subir por su cuello, pero mantuvo la compostura. —¿Como qué? ¿Ignorar a tus compañeros? —replicó, con un tono más agresivo de lo que había planeado—. ¿Te crees tan superior que puedes pasar de todo?
Dazai se encogió de hombros, sin perder la sonrisa. —La verdad es que no tengo tiempo para tonterías. Deberías concentrarte en tu propio juego en lugar de intentar entender el mío.
Chuya apretó los dientes. —¿Y qué hay de lo que pasó en el entrenamiento? —preguntó, cargando su voz de acusación—. No me digas que no tuviste nada que ver con mi caída.
Por un breve instante, Dazai frunció el ceño, pero rápidamente se recuperó, mostrando una sonrisa que ahora parecía más afilada. —¿Yo? No tengo tiempo para eso, Chuuya. Aunque debo admitir que tu caída fue... teatral.
Un nudo se formó en el estómago de Chuya. Esa sonrisa, la manera en que Dazai lo miraba... era irritante, sí, pero había algo más. Algo que lo hacía dudar. —No te creo —dijo, cruzando los brazos con firmeza—. Siempre buscas la forma de hacerme quedar mal.
Dazai lo observó en silencio, con una mirada intensa, y por un momento, Chuya sintió que el tiempo se detenía. —Quizás porque eres un blanco fácil —murmuró Dazai suavemente, pero sus ojos oscuros reflejaban algo que Chuya no podía identificar—. Pero eso no significa que no haya cosas más importantes en juego.
Ambos permanecieron inmóviles, el eco de sus palabras llenando el pasillo vacío. Chuya, aunque furioso, no pudo evitar que su mente divagara hacia lo que Dazai escondía tras esa máscara de indiferencia. ¿Podría ser que, más allá de las bromas y provocaciones, había algo más? ¿Algo que no se atrevía a mostrar?
Finalmente, Dazai se apartó de la pared, su sonrisa volviendo a ser neutral. —No te preocupes tanto, Chibi. La próxima vez, intenta caer con un poco más de estilo.
Chuya lo miró entrecerrando los ojos, su rabia apenas controlada. Pero a medida que Dazai se alejaba, se dio cuenta de que, por más que lo odiara, algo lo mantenía intrigado. Una parte de él quería entender lo que realmente pasaba por la mente de Dazai... aunque jamás lo admitiría.
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¡Nueva historia!
Es la primera vez que escribo sobre el Soukoku...
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