Needing, Getting.

Capítulo 1. Otoño.

Lavar los platos era una de esas tareas que ella encontraba tediosas, por ser aburrida, repetitiva y simplemente asquerosa. ¿Quién querría estar tocando las sobras de comida y cubiertos usados? Pero no le quedaba más opción, no había otra cosa que hacer. Era parte del día a día, y aunque no lo quisiera, no podía escapar de la vida cotidiana.

Y ahora que su vida había tomado una vuelta de 180°, las tareas mundanas, desagradables y odiosas no tenían más escapatoria. En otro tiempo, en años pasados, no necesitó desperdiciar su tiempo y mente en ello. Allí estaba alguien que se abocaba a facilitarle la vida, dándole comodidades, y por esa persona es que podía dedicarse a hacer lo que le gustaba, a su empleo y alguna que otra amenidad. Disfrutar de una vida confortable. Sin embargo, las cosas habían cambiado hacía algunas semanas, hace seis para ser exactos.

Ya no había nadie que la apoyara, y menos que realizara todas esas tareas triviales para las que ella no tenía ni tiempo ni voluntad. La persona que lavaba los platos, que limpiaba los pisos, cocinaba y aseaba en general ya no estaba ahí; ahora, su casa era un desorden, su cama estaba vacía y su corazón dolía. Yoh, con quien había compartido su vida en los últimos años ya no estaba. Se había marchado con sus maletas y había dicho que no regresaría. La había dejado sin dar explicaciones.

Tomó la esponja, la empapó de jabón y se puso a tallar los platos sucios, primero los vasos, luego los cubiertos y por último los platos. Espuma y agua caliente manchando el mandil que utilizaba para mantener su ropa impecable. Terminó aquella faena, pero aun así el lugar no lucía como era regularmente. Se dio cuenta de que aún faltaba limpiar las encimeras y la estufa para poder decir que había terminado, con un resultado reluciente. Furiosa, reconoció para sus adentros que era un fracaso para las tareas domésticas.

Lanzó el trapo con rabia, hacia la tarja donde estaba aún la espuma de los platos recién lavados. Era detestable, no tenía tiempo para hacer ese tipo de cosas todos los días. Su trabajo era lo suficientemente demandante como para estar desperdiciando su preciado tiempo libre en esa clase de nimiedades; se negaba a hacerlo. Luego contrataría a alguien que le ayudara con la limpieza.

La idea, surgida del coraje, sólo sirvió para recordarle que ahora que él no estaba, tendría que ajustar los gastos. Ya no podría darse sus lujos ni la vida tranquila con amenidades que había estado llevando. Su sueldo era bueno, y podía costearse una vida por sí misma, pero, sólo eso. Dependía de comisiones jugosas para pagar cualquier capricho que deseara. Adiós a la comida para llevar por un tiempo, hola al pago de la renta completa. Sin duda, su vida tendría cambios.

La ira punzó más fuerte todavía, era lo único que la mantenía funcionando. El odio, el rencor y el trabajo le proporcionaban las distracciones suficientes como para no pensar en su prometido... Ex–prometido.

Se detuvo a pensar en esto, en los cambios, en todo lo que tendría que dejar atrás ahora que él se había ido. Y la nostalgia jugó en su contra, llamándole a pensar en Yoh. Se permitió abrazar los recuerdos de las citas, de regalos, hacer memoria de los besos y caricias compartidos, y sentir pena por la relación que había terminado ¿Cuántos años de su vida había vivido con él? Ya no lo recordaba con claridad, parecía una eternidad, lo conocía desde hace tanto tiempo. No tenía mucha importancia tratar de hacer memoria, después de todo, ya había acabado y lo único sensato para ella era mirar hacia delante.

Se limpió las lágrimas que habían salido sin permiso y siguió con su vida.

Fue a su alcoba, se puso el pijama y se recostó. Forzó a su mente a distraerse una vez más, a pensar en cómo podría atrapar a ese cliente que había dudado de contratar sus servicios ese día. No tenía idea cómo, pero debía apostarlo todo para ganar esa jugosa comisión que le daría meses de seguridad financiera y laboral. Cerró los ojos dispuesta a descansar por fin, cuando escuchó la campanita familiar de un mensaje de texto nuevo. ¿Quién diablos estaría mandando el mensaje tan tarde?

Sin darle importancia tomó el teléfono y leyó:

"¿Cómo estás, Anna? Estaré en la ciudad unos días y hace mucho no nos vemos. Me gustaría invitarte a comer y charlar. Una charla que no trate de negocios."

El remitente: Hao.

Anna se enderezó, sentándose en la cama, apoyada en almohadas, pensando en lo que decía el mensaje.

Hao era un rival de negocios, trabajan en el mismo campo y pelean por contratos. Se habían reunido a comer en ocasiones, exclusivamente para hablar de trabajo y contratos, y llevaban una relación cordial debido a que era el hermano gemelo de su ex. Ella no lo llamaría precisamente un amigo.

Sin embargo, esto poco le importaba a ese hombre, ya que cuando coincidían no perdía el tiempo, transformando la animosidad en coqueteos; se le insinuaba sutilmente, uno que otro halago con doble sentido aquí o un ligero gesto inapropiado allá. Aun así, nunca se había propasado con Anna y ella jamás le había dado la más mínima esperanza. Siempre había sido cuidadosa de no darle alas a los alacranes. Sobre todo por Yoh. En especial por Yoh.

Ahora, eso ya no importaba.

¿Acaso Hao sabía que Yoh había terminado su compromiso? ¿Que se había ido de casa y que no pretendía regresar? Anna pensó que no era posible. Esos dos no se hablaban más que para desearse feliz año nuevo y feliz cumpleaños.

Suspiró.

Y tecleó con la agilidad de una adolescente:

"Sólo si tú pagas"

No tuvo que esperar ni dos minutos para la respuesta.

"Entonces es una cita"

"Ok"


Viernes por la noche. Utilizando un vestido negro entallado, stilletos a juego y el rubio cabello recogido, Anna bajó del taxi que había tomado para llegar al restaurante al que fue invitada para cenar. Dedicó un momento a mirar a la fachada del lugar: ventanales grandes, puerta amplia que daba paso a un lugar iluminado por lámparas de luz cálida, en la entrada había una pequeña sala. Llegó a escuchar hablar de ese restaurante, era popular y tenía fama de ser un exponente fiel de la comida francesa.

Se acercó a la puerta donde un mesero le abrió, dando paso a una elegante recepción que de inmediato te sumergía en un ambiente íntimo y acogedor, ahí ya estaba Hao Asakura, esperándola. Al verla llegar, se puso en pie e hizo señas a la jovencita que atendía las reservaciones. Anna aprovechó para recortar con la mirada a su acompañante, juzgando de forma aprobatoria su vestimenta. No podía negarlo, usando ese traje sastre negro y una corbata de sobrios colores. Lucía elegante, tal y como se podría esperar de un joven exitoso. Se tuvo que recordar a sí misma que quedarse mirando era de mala educación.

–Buenas noches, Anna – dijo, de manera formal. Ella le correspondió asintiendo levemente, al tiempo que se acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja. – Vamos, nuestra reservación nos espera.

El camarero dirigió a la inusual pareja hacia una mesa para dos apartada del ruido, cerca de un ventanal que permitía la vista hacia la calle. Anna no pudo evitar pensar que su rival tenía buen gusto, ya que todo en el lugar era notable, digno de reconocimiento. Hao había escogido un lugar que difícilmente se podría olvidar.

Sin embargo, Anna estaba distante, su mente nublada con miles de dudas y sentimientos encontrados. No sabía bien qué hacer al estar ahí con Hao; una persona tan familiar como distante. Alguien a quien veía como una persona de cuidado cuando competía por un contrato, pero que no podía separar de la idea que tenían los Asakura sobre él. Esta relación de parentesco que tenía con su ex–prometido no ayudaba en nada.

Sentada frente a él, con un modesto arreglo floral interponiéndose entre ambos, el corazón de Anna comenzó a dudar. Quizás todo eso era demasiado. Tal vez debió indicarle que su cita no debería de ser considerada como tal y que con una simple visita a un Izakaya o a un ramen en un establecimiento decente era suficiente. Recriminando que las razones por las que aceptó, ella dejó vagar la mirada por el lugar, evitando verlo a los ojos.

Y es que, muy en el fondo, Anna era consciente de que solamente había accedido a salir con él porque quería tener algo que hacer la siguiente noche. Añoraba disfrutar de un poco de compañía para la cena, y charlar sobre cómo había sido su día. No puso objeciones cuando Hao inventó la pobre excusa de que ese restaurante era el único lugar donde se le ocurría que podían ir juntos, porque tenía curiosidad de saber cómo sería una velada de ese tipo con él.

No obstante, una vez ahí dentro, supo que todo esto era más de lo que debió haber aceptado. Daba la impresión de que la reservación había costado más que una simple llamada por teléfono para que quedara agendada, y era evidente que en el menú no habría nada que no costase la mitad de la última comisión que cobró por un plano personalizado. Mentalmente, hizo la anotación de pedir algo sencillo.

Una mesera con una falda de lápiz se acercó para ofrecer los menús. Hao, sin abrir la carta, ordenó una botella de vino y dos copas, así como una pequeña tabla de quesos como acompañamiento. También le indicó que les diera un momento más para ordenar los platos fuertes, haciendo que la mesera se sonrojara al recibir la mirada directa y seria que le dirigió Hao al dar sus instrucciones.

Cuando se quedaron solos, el silencio se cernió sobre los dos comensales. Anna sintió el impulso de salir de ahí, segura de que estar sentada en esa mesa era un error, recriminándose mentalmente por qué había aceptado la invitación de ese hombre frente a ella. Se habían conocido hace tanto tiempo y, aun así, de todas las veces que se habían reunido, nunca intercambiaron más de tres líneas de cosas triviales y temas intrascendentes. Además, era la primera vez que estarían solos. De verdad solos, sin compañeros de trabajo o futuros empleadores, pero, sobre todo, sin Yoh a su lado. Tal vez, había cometido un error. No fue su momento más brillante el aceptar tener una cita con el hermano de su ex.

Hao había apoyado ambos codos en la mesa, entrelazando sus manos y descansando el mentón en ellas, observándola fijamente, fascinado. Notó lo penetrante de su mirada, que no perdía rastro de ella. ¿Acaso nunca le enseñaron que era de mala educación mirar así?

–¿Tengo algo en la cara? –preguntó descortésmente.

– Sí, a decir verdad, sí –respondió Hao, sin separar la vista de ella en ningún momento – Tienes un poco corrido el labial.

Acto seguido, estiró la mano y, con el dedo pulgar, limpió una zona justo debajo de su labio inferior. Luego, él decidió esconder detrás de la oreja de Anna un mechón de cabello que se había escapado de su peinado, la cálida palma descansando en su mejilla una fracción de segundo.

– Luces preciosa – le afirmó en voz baja, sin apartar la vista.

Esa mirada tan intensa, persistente y ardiente. Anna sintió como sus mejillas se incendiaron al recibir el cumplido, pero trató de mantener la compostura. No era la primera vez que se lo llegaba a decir, aún así, era la primera vez que prestaba oídos. Sintió cómo esas palabras permeaban bajo su piel, encendiendo una chispa de dicha en su interior. Se concedió un momento para aceptar el halago y saborearlo.

– Gracias. – Anna carraspeó – Tú… decidiste usar camisa.

Hao pareció exasperado al escucharla, poniendo los ojos en blanco.

– Sólo fue UNA vez, Kyoyama – le recordó, enfadado.

– Y jamás dejaré que la olvides – le respondió ella.

Hao resopló enojado, mientras que Anna dejaba que la comisura de sus labios se curvase en alegría.

Ella jamás olvidaría cómo había sido el día en que conoció a Hao Asakura. Hace unos cinco años, cuando su ex prometido la había llevado a la casa de sus abuelos para una comida familiar. Fue una reunión semiformal donde le presentaron a las personas importantes de la familia para dar a conocer su noviazgo. Por los nervios que sintió, Anna entró a la gran casa para buscar el baño y refrescarse, con tan mala suerte que el único que localizó era el cuarto de baño donde Hao había tomado una ducha. No hace falta mencionar que lo había conocido por completo en ese encuentro, de pies a cabeza y sin censura. Desde ese momento, cada vez que coincidían Anna le felicitaba por haber tenido éxito al ponerse la ropa. Y cada vez que lo hizo, Yoh rio al escuchar ese chiste.

Su pecho se contrajo un tanto al darse cuenta de que esa broma y su resultado sería conocida únicamente por ella y su cita de esa noche. Repentinamente, consciente de la intimidad de la situación, se sintió abrumada y bajó la mirada al menú, ocultándose de Hao. La idea de que todo lo que se hablara esa noche quedaría entre los dos, y no lo compartiría con un tercero, le pareció aberrante. Después de tantos años juntos, Anna se había acostumbrado a comentar los pormenores de su día a día con Yoh, pero actualmente, no era necesario hablarlo con nadie. Lentamente, su garganta se vio aprisionada por la noción de que ahora estaba sola, y que esos planes de compartir su vida con Yoh hasta el final no eran una opción. Tragó saliva para aflojar el nudo en la garganta y se dijo a sí misma que el pasado ya no importaba.

Hao pareció percibir un cambio en su semblante, sin alcanzar a decir nada ante la llegada de la mesera, quien se apresuraba por dar un buen servicio para asegurar una propina jugosa. Ella llenó las copas y dejó la botella envuelta en una pequeña cubeta con hielo en la parte central de la mesa.

– ¿Cómo ha estado tu día? – preguntó Anna, antes de que Hao pudiera cuestionarla a ella sobre sus sentimientos o alguna barbaridad por el estilo. Como si ella tuviera ganas de compartir esa información.

– Bueno, hoy tuve una reunión en un centro de conferencias, que fue bastante aburrida, y me asignaron un proyecto que ha estado haciendo revuelo. Un edificio de varios pisos en el distrito de Ginza, ¿escuchaste de ese?

– ¿El contrato de los Oyamada?

– Sabía que los reconocerías. Es una lástima que tu compañía no haya podido obtenerlo. –la sonrisa de Hao resplandeció.

Anna lo fulminó con la mirada. Ese contrato había sido buscado con vehemencia en su firma, todos los empleados habían sido testigos de los regalos costosos y las cenas organizadas. En una ocasión Anna había sido encomendada a llevar un obsequio y reunirse con Mansumi Oyamada, sólo para ser rechazada luego de dos horas esperando en el lobby. Ese desgraciado no se dignó ni a recibir la cesta de frutas y el archivador con documentación de propuestas con que la habían enviado.

Hao inclinó la cabeza, esperando una respuesta. ¡El maldito estaba provocándola! Furiosa ante esta certeza, se irguió orgullosa y le respondió:

–Hemos tenido mejores clientes – Anna dio un trago a la copa y añadió –, que tienen mejores modales, así que creo que el contrato Oyamada es el ideal para ti. ¡Felicidades!

Hao se rio, encantado por la respuesta de la rubia frente a él. Anna percibió en Hao un destello de decisión, de fechoría. Podía adivinar que había fallado en ocultar su irritación al saber de su contrato nuevo y que no dejaría de presionar con eso, sólo para molestarla. Se reprendió a sí misma por dejar que sus expresiones la delataran.

–¡Gracias! Aunque ciertamente no necesitaba más trabajo. Tengo las manos llenas con el proyecto Aikawa. – dijo Hao, con la copa de vino en la mano. Anna alzó la vista al escuchar ese nombre, lo conocía. Era un proyecto jugoso, pues el cliente no escatimaba en el costo, y había tratado de conseguirlo personalmente sin éxito – El señor Aikawa en persona pidió que dirigiera la obra.

Hao le dijo esto mientras acercaba su copa a la de ella, como invitándola a brindar, pero Anna no movió ni un músculo. Él, triunfal, levantó la copa en un gesto de agradecimiento y bebió un buen sorbo. Anna sintió que estaba a punto de romper la copa en añicos, enfurecida por la forma en que el muy ladino hablaba sobre el proyecto en que había invertido horas de trabajo de forma personal. Dedujo que Hao debía saber que ella había hecho todo el cortejo, cotización, planeación, diseño y promoción de un proyecto para la reconstrucción y remodelación que el señor Aikawa estaba solicitando, ofreciendo un trabajo limpio y perfecto en 14 días hábiles. Lamentablemente, había perdido ante una oferta de un trabajo más rápido. No podía esconder el coraje que sentía al escuchar eso.

– Parece que tendrás que trabajar horas extra – fue lo único que atinó a decir y desvió la mirada hacia la ventana.

Escuchó a su acompañante reír por lo bajo, sólo para servirse un poco más de champaña.

–... y entonces ¿Qué tal el trabajo? – dijo Hao

– Creo que eso lo sabes bien – le respondió Anna con amargura, tomando un sorbo de la copa de vino que le tenía servida frente a ella – ¿o acaso tengo que recordarte cómo te robaste a mis últimos dos clientes del mes pasado?

– Oye, oye, no hay que ser rencorosa. Es solamente trabajo, no es mi culpa que el señor Aikawa haya escogido mi proyecto en lugar del tuyo.

Ella le dedicó una mirada asesina.

– Es claro que el señor Aikawa prefiere las cosas baratas en lugar de la calidad.

– Es bueno que pienses así de tu trabajo, casi me convences. Quizás, si lo repites lo suficiente, termines de creerlo.

– ¿Estás insinuando que mi trabajo es deficiente? –la expresión de Anna era peligrosa.

– Por supuesto que no. Sin embargo, es muy bien conocido que, en esta área, yo soy el mejor. – dijo él con autosuficiencia.

La mesera se acercó justo a tiempo para detener la discusión, como si hubiera sido capaz de reconocer que Anna estaba meditando si estrangular a su interlocutor o clavarle el cuchillo del pan en la garganta. Sirvió el plato de quesos, galletas y uvas frente a los dos y preguntó si podría tomar la orden. Anna se calmó lo suficiente para pedir su comida, la cual, por pura rabia consistió en langosta, una ensalada con frutos rojos con queso de cabra, y plato de vieiras con una salsa cremosa. Hao mantuvo una sonrisa impasible al ver todo lo que apuntaba la mesera en su pequeña libretita.

–Entonces ¿Qué decías sobre ser el mejor?

Hao se aclaró la garganta, tomando un sorbo de su vino y dejando la copa frente a él.

– Que soy el mejor que hay, y por eso es que me contratan – lo dijo con rabia contenida, arrastrando las palabras.

– Eso suena fantástico. Bien por ti. Creo que pediré un crème brûlée de postre, ya que tú eres quien invitó y te va tan bien en tu trabajo. Quizás hasta ordene tres para llevar – lo miró a través de las pestañas, furiosa.

– Claro, has lo que desees – le dijo Hao, igualmente rabioso – Eso no cambiará las cosas.

– ¡Mesera! – Anna alzó la manó gritando fuertemente para que le escucharan los comensales de las mesas contiguas.

Hao parecía al borde un colapso, se levantó tomando la mano de Anna y pidiéndole que se sentara.

– ¡Calla!

– ¡Tacaño!

– Sabes que no puedes comer todo eso, aunque lo intentes – le reprendió –, mejor disfruta la comida.

– ¿Qué pasa? ¿No que estás nadando en dinero? ¿No puedes ni siquiera invitar a una chica a tener una cena decente y deliciosa, señor "soy el mejor"? – cuestionó con amargura

– ¡No dije eso! – Hao se llevó la mano a la frente, sin saber cómo contestar. – ¡Te juro que a veces eres un dolor de cabeza!

– ¡Avaro! – le acusó Anna.

– Haz lo que quieras – le rezongó Hao – No importa, no vine aquí para peleas inútiles y venganzas infantiles. ¡Vine a cenar contigo!

– Entonces, ten la decencia de dejar de hablarme como tu competencia – le recriminó Anna – ¡No soy una carrera o alguien a quien humillar, grandísimo Idiota! Soy la chica a la que invitaste a cenar en una cita. ¿Acaso no dijiste que esto sería así?

Hao se enderezó, dejando ambas manos apoyadas en la mesa. La miró extrañado, dejado en su rostro una expresión difícil de descifrar, meditaba algo que Anna no podía reconocer. Se quedaron en silencio, viéndose directo a los ojos. Habían convivido en muchas ocasiones, sin la suficiente cercanía, y nunca habían hablado de algo que no fueran negocios. Anna reflexionó sobre lo que dijo y la reacción del joven. Quizás, Hao la trataba así por la costumbre, por los viejos hábitos de competir en todo. Francamente, ella no podía perdonar que hubiera sido él quien le había dicho que esto sería una cita, sólo para ser objeto de burlas. Era indignante. Si salía con alguien era porque esa persona la trataría como si fuese una reina digna de veneración y devoción. O al menos, eso esperaba de Hao Asakura, después de tanto tiempo desperdiciado en insinuaciones inútiles.

–Tienes razón – musitó Hao, quien estiró la mano para dejarla sobre la palma de ella –, me disculpo por eso… Fue la…

– Costumbre – puntualizó Anna – Sí, lo entiendo.

Guardaron silencio otro rato hasta que la mesera se acercó con los platillos en una bandeja, luciendo espectaculares. Para desgracia de Anna, debía concederle la razón a Hao; era demasiada comida para ella sola. Un sentimiento de vergüenza reptó por su interior, pero lo ignoró magistralmente, pensando en que ese hombre se lo tenía bien merecido. Era el precio a pagar, literalmente.

– Eres un idiota – le dijo en voz baja, después de saborear el primer bocado – aunque debo reconocer que tienes buen gusto con la comida. Esto está delicioso.

– Sabía que te gustaría – respondió Hao – la comida de este lugar es exquisita. Confieso que hace tiempo había pensado en invitarte y discutir algunos altibajos de la empresa.

– ¿Y qué te detuvo?

– No creí que fuera el lugar correcto para hablar de negocios con mi rival – señaló con la cabeza el local, que gozaba de una iluminación y decoración que daban una sensación de intimidad, con música de fondo que resultaba acogedora.

No, no era un lugar para hablar de negocios, era un lugar para hablar de romance. Anna enrojeció al comprender lo que Hao trataba de decirle con ello. Se bebió el resto de su copa con un sorbo.

– ¿Este es el momento correcto? – interrogó Anna, más para sí misma que para su interlocutor. Extendió la copa vacía frente a él, quién la llenó.

– Depende únicamente de ti – afirmó Hao – Siendo sincero, estamos aquí únicamente porque tú aceptaste. Yo simplemente haré lo que esté acorde a tus deseos.

La forma en que lo dijo, con el candor de un adolescente, tomó por sorpresa a Anna. Siempre había podido confiar en la palabra de Hao, eso era seguro. A través de los años, lo había conocido superficialmente, y sabía que él era capaz de muchas cosas: podría utilizar todo tipo de juegos sucios para ganar los contratos que realmente le interesaban, y molestarla continuamente con palabras mordaces que siempre sabían hacerla perder su temple. Aun así, nunca faltaba a una promesa o afirmación sobre su actuar futuro; era parte de su ética personal.

Anna decidió que confiaría en Hao. Al menos, por esa noche.

La comida y el vino fueron buenos, y poco a poco, la intimidad que confería el lugar fue permeando en los comensales.


–Ya, confiesa. ¿Cómo hiciste para convencer al señor Aikawa de que te diera el contrato a ti? – le preguntó Anna con descaro, sintiéndose desinhibida tras haber bebido unas cuantas copas.

Estaban en el automóvil de Hao, quien conducía. Habían pasado varias horas desde que se habían encontrado en la sala de espera de aquel costoso restaurante. Comieron, bebieron y disfrutaron del postre. Hao bebió solamente dos copas de la champaña, intercalándola con sorbos de agua, pero Anna bebió más de tres, encantada con el sabor que tenía y cómo las burbujas le cosquilleaban en las mejillas. Al final, cuando salían del restaurante, la rubia se sentía calmada y sin reservas. Fue una buena cena y una linda velada, donde pudo dejar en el estante la desilusión de su rompimiento. Cuando Hao se ofreció a llevarla a su departamento, aceptó sin pensarlo dos veces.

En ese preciso momento, él estaba detrás del volante, manejando con ambas manos y dejando pasear la vista por el paisaje urbano, mientras que Anna era la copiloto, manteniendo las piernas cruzadas y la cabeza reposando en el respaldo del cómodo asiento, arrellanada en el saco que la abrigaba. Agradecía internamente porque Hao había encendido la calefacción del auto, evitando que se le congelaran las piernas.

– ¿Quieres la verdad o lo que le dije a mis jefes? – respondió Hao, mirándola de medio lado. Luego dirigió la vista al frente una vez más, cuidando revisar los espejos retrovisores mientras mantenía una velocidad constante. Anna no pudo evitar pensar que era bastante atractivo… si tan sólo no la hiciera enojar con tanta facilidad.

– Ambas – contestó, dejando que las comisuras de la boca se curvaran hacia arriba

– A mi jefe, le dije que el señor Aikawa había visto que mi proyecto era eficiente, de bajo costo para él y con poco tiempo de elaboración, maximizando nuestros ingresos como compañía. Claro, le dije esto porque así mi comisión aumentará… – La miró de reojo una vez más, deteniendo el auto cuando el semáforo estaba en rojo frente a ellos. Después guardó silencio, como si estuviera dudando de continuar la historia, sólo para tomar aire y soltarlo poco a poco, mientras tomaba el valor para confesar la realidad –… Pero, la verdadera razón es que el Señor Aikawa estaba más interesado en… mí. – dijo llevándose una mano al pecho para señalarse a sí mismo.

–¿En ti? ¿Profesionalmente? – Anna arqueó una ceja.

– Eso quisiera – dijo Hao torciendo el gesto, mostrando un poco de asco. Se encogió de hombros y apoyó la cabeza en el respaldo, cerrando los ojos brevemente.

Anna soltó una risa.

–Ya veo por qué no había forma de que me contrataran. Obviamente no podía ofrecerle cosas que fueran de su gusto. Lo siento tanto, Hao, es obvio que el señor Aikawa no fue inmune a tus encantos

Anna le palmeó el muslo mientras le decía esto, dándole un silencioso pésame por su situación. Sabía que Hao podía recurrir a todo tipo de métodos, incluido el coqueteo, pero en esta ocasión se le había salido de las manos. Sintió pena por él, al mismo tiempo que supo por qué tenía planeado hacer la obra para la que lo habían contratado en un máximo de diez días hábiles, aunque se convirtiese en una tarea titánica.

El semáforo cambió y el auto volvió a acelerar; el silencio no tardó en regresar, pero en esta ocasión era ligero, apacible, un silencio que se encuentra entre dos personas que se entienden mutuamente. No había nada en qué pensar. La cena había resultado más productiva de lo esperado, y ahora ella podía dejar de remorderse con la idea de que todo había sido un error. Quizás no estaba haciendo algo malo, o indebido, tal vez todo ese asunto era lo mejor que podría ocurrir. Quizás, Hao no era tan malo.

Quizás, siempre pensó lo peor de él porque era lo único que escuchaba acerca de ese joven. Se felicitó a sí misma por darse la oportunidad de conocerlo un poco mejor.

– Por más que me gusta conducir sin rumbo mientras eres mi pasajera – Dijo Hao –, mi combustible no es infinito y necesito saber a dónde dirigirme.

– Podemos ir a algún bar – le propuso Anna, desinteresada, observando por la ventana del auto. No había estrellas ni luna esa noche, nublado y frío, rodeados por el sinfín de ventanas de edificios altos y luminarias en las calles de Tokio.

– Eso no – respondió tajante.

– ¿Por qué no?

– Porque – dijo Hao, mientras ponía una mano en el muslo de la rubia, apretando suavemente antes de continuar hablando – aunque eres adorable cuando has bebido unas copas, no creo que sea prudente. Así que, el bar no es una opción.

Anna lo miró disgustada, pero no objetó nada. Internamente, ella sabía que tenía razón. No acostumbraba a beber, y el alcohol la desinhibe un poco. No era la primera vez que tomaba unos tragos, sabía cómo beber y evitaba excederse. Sabia que sin importar si la cantidad era mucha o poca, el alcohol era la llave maestra que elimina toda precaución al hablar, dejando que todo lo que saliera de su boca, fuera honesto, sin filtro. Tal vez no era lo mejor en ese momento. No quería terminar borracha y sola en su apartamento, o peor, borracha y mareada en el suelo del baño de su casa. Prefirió no discutir, para evitar darle la razón en voz alta. El bar no era opción, pero no quería volver a su departamento solitario y cama vacía.

–En ese caso, ¿cuáles son mis opciones?

–Sólo hay dos. Llevarte a tu casa o llevarte a la mía – dijo Hao, con simpleza, como si le propusiera ir a tomar un helado.

Anna sopesó las opciones, se cruzó de brazos para ajustarse el saco de Hao, cubriéndose el pecho con él y le miró con tranquilidad.

–¿Qué tan lejos queda tu casa? – le preguntó, llena de picardía.


Hao vivía en un edificio de departamentos, en el piso 7. En la entrada había un portero que los recibió con una sonrisa, pese a lo tarde que era. Hao la llevó al ascensor, y presionó el botón. Mientras el aparato iba subiendo, él se apoyó en una de las paredes, cruzándose de brazos y siendo un descarado respecto a la forma en que la miraba. Anna era consciente de ello, pero se lo permitió. Por alguna razón, su humor había ido mejorando en las últimas horas y se sentía benevolente. Qué más daba si le miraba las piernas en todo momento.

La campanilla anunció que habían llegado y él le indicó el camino. Al abrir la puerta, Anna vio un apartamento decorado con muy buen gusto, cuyas habitaciones eran de un generoso tamaño, sin llegar a ser demasiado ostentoso. Al entrar, podía encontrarse un breve pasillo con dos puertas franqueándolo, mientras que al fondo se distinguía que estaba la sala de estar. El piso de madera clara y el gran ventanal de la sala acaparaban la atención. Anna reconoció que, efectivamente, Hao tenía un toque particular cuando se trataba de la distribución de espacios o la funcionalidad, no lo negaría. Él era un hombre muy pragmático, igual que ella.

Hao la condujo hasta la sala y la invitó a sentarse en la barra de la cocina, mientras él preparaba un café. Le sirvió un vaso de agua y le entregó dos aspirinas.

– Actúas como si no supiera beber – le recriminó la chica, sin tocar los objetos ofrecidos.

– Para nada – le contestó el otro, que le daba la espalda mientras rebuscaba en los cajones de la cocina alguna cosa – trato de ser un buen anfitrión. Al menos a mí me sirve hacer esto para evitar la resaca.

– No es tu primer rodeo.

–Tengo más experiencia de la que te puedes imaginar – le dijo, luego se volvió ligeramente, para poder verla bien – puedo tomarme un momento para demostrarla.

Anna notó la ligera nota coqueta que tenía al mencionar esto último, estaba familiarizada con su forma de insinuarse. Hao estaba de pie, frente a ella, al otro lado de la barra. Resignándose, tomó el vaso y dio un sorbo, buscando ganar tiempo para meditar en lo que le respondería. Algo que sirviera para pinchar su orgullo y bajarle los humos.

–¿Sólo un momento? Yo pensé que por lo menos podías hacer una demostración de una hora.

– ¡Oh! Puedo llegar hasta el amanecer, querida – dijo, inclinándose en la barra de la cocina, con la actitud de un felino a punto de devorar a su presa.

Anna arqueó una ceja en respuesta. Ya conocía esa rutina, los dimes y diretes, la mirada de concupiscencia y la forma en que esperaba que ella cayera a sus pies. No era la primera vez que él le decía cosas de ese tipo. Si lo rechazaba tajantemente, tampoco sería nuevo.

Se mordió el labio inferior. No era un día para rutinas; ella tenía necesidad de probar cosas nuevas, de arriesgarse. Anna tenía mejores planes que ese, planes que iba formando sobre la marcha. Se llevó ambas pastillas a la boca y las tragó.

– Pruébalo – le ordenó Anna.

En la cara de Hao, una sonrisa se trazó, evidentemente complacido por la respuesta.

– Como ordenes – aceptó.

Se inclinó sobre la barra, manteniendo el apoyo en el brazo izquierdo, mientras que con la mano derecha le acarició delicadamente la mejilla. Anna sintió un vuelco en el corazón cuando se dio cuenta de cómo el rostro de Hao estaba a menos de diez centímetros del propio. Las comisuras de los labios de ese hombre ante ella se curvaron ligeramente en una sonrisa triunfal. Supo de inmediato que se había delatado, poniendo en evidencia cómo él logró agitar su corazón. Le miraba la boca, atento, esperando su oportunidad.

– Primero, termina lo que empiezas – le contestó, manteniéndose firme y procurando que su voz sonara lo más desdeñosa posible, tratando de cubrir que se había impacientado al sentir el contacto de su mano cálida en su rostro.

Se enderezó, deshaciéndose del agarre de Hao, sólo para poder apuntar al fregadero, donde el dueño había dejado la jarra de una cafetera bajo el grifo, llenándose lentamente, y que por su distracción ya había comenzado a derramarse. Hao volvió la cabeza, alargando el cuello, siguiendo con la mirada la dirección que le indicaba. Una expresión fastidiada se hizo presente.

Se dirigió al fregadero y cerró la llave. Continuó con su tarea sin voltear a verla nuevamente. Anna respiró. Lo había visto tan cerca, el modo en que parecía acecharla cuando se acortaba la distancia, el fuego en su mirada. Aprovechó que él ocupaba sus manos en otra cosa, para respirar profundamente y calmar su corazón. No dejaba de sentir esa corriente eléctrica ahí donde le había tocado y que le había erizado los vellos de la nuca.

Le gustaba. Él le atraía, y mucho. Había tratado de cegar ese pensamiento desde el momento mismo en que nació, cuando lo vio desnudo saliendo de la ducha en casa de los Asakura. A veces podía recordarlo claramente, los músculos marcados de su abdomen y pecho, No podía negarlo, se había cansado de pretender que no era cierto lo mucho que Hao le atraía, con el cabello largo y lacio cayendo por su espalda ancha. Sí, era un hombre al que podría devorar si tuviera la oportunidad.

Cerró los ojos, espantando la idea de que la oportunidad siempre había estado ahí, pero ella siempre había fingido ser ciega cada vez que se presentaba. Por respeto, por lealtad, por fidelidad. Porque ella era una mujer íntegra, hecha y derecha, con un carácter del demonio, sí, pero una determinación férrea en su moral y actuar. No valía la pena estancarse en esa idea. Ya no. Abrió los ojos, exhalando lo más silenciosamente posible, observó a Hao poniendo la cafetera y programándola.

Ahora estaba ahí. Estaban solos, era tarde, y no había nadie a quien rendir cuentas o a quien atarse con el hilo de la fidelidad. Ya no era necesario.

Anna se preguntó si todo lo que habían dicho esa noche era en serio, si podría tomarles la palabra a todas las insinuaciones. ¿Se atrevería? ¿Podría dejarse llevar?

– Entonces ¿Cómo tomas el café? – Le preguntó Hao, sacándola del ensimismamiento. Estaba frente al refrigerador, dándole la espalda, revisando las provisiones. Sacó un bote de crema para café.

– Como tú lo prepares está bien – respondió Anna – Puedes hacerlo como quieras, estoy dispuesta a probar cosas nuevas.

– Ah, ¿sí? – Hao, la miró por encima del hombro. Sonrió de medio lado, era evidente que estaba encantado con la situación. – Puedo hacértelo como quieras, sólo tienes que pedirlo.

Anna se encogió de hombros y fingió estar distraída, ligeramente ofuscada por seguirle el juego con los dobles sentidos. Lo escuchó reírse por lo bajo y cuando volvió la vista, Hao estaba ante una alacena, sacando un frasco con azúcar, unas tazas y cucharas. Luego de poner todo cerca de la cafetera, se volteó para verla de frente. Él apoyado en las encimeras de la cocineta, ella en la barra.

– ¿En qué piensas? – le cuestionó.

– En que comienzo a creer que esa seguridad tuya es una fachada – le dijo Anna, observándolo a través de sus largas pestañas. – Seguro esas cualidades tuyas son sólo palabras sin hechos que las respalden.

– ¿Eso piensas? – dijo, su tono de voz se tornó seductor y apremiante, la recortó de arriba abajo. – Yo difiero.

– Siempre tan arrogante. Si es verdad que esas habilidades tuyas son tan espectaculares como afirmas, lo decidiré yo misma luego de verlas en acción – le contestó con firmeza.

– Eres libre de comprobar mis habilidades siempre que quieras, solamente tienes que pedirlo.

– En ese caso, creo que es necesaria una demostración – Los ojos de Hao se entrecerraron, dejando en evidencia su determinación. Caminó hacia ella, rodeando la barra hasta que se situó detrás de Anna, que permanecía sentada en el banco con expresión impasible. Acto seguido, colocó ambas manos en los delgados hombros de la chica, sólo para dejar que se deslizaran hasta los codos, al mismo tiempo que se inclinaba lo suficiente como para murmurar en su oreja– Únicamente para que puedas comprobar que puedo cumplir con todas tus expectativas.

Anna percibió un temblor recorrerla al tacto de su acompañante. Allí, donde le había tocado, tenía una temperatura mayor, un grato calor que le erizaba la piel.

– ¿Vas a hacerlo? – le respondió Anna, perfectamente consciente de que habían dejado de hablar de café hacía largo rato. Y cerró los ojos, al sentir el beso delicado que Hao había dejado en su hombro. – ¿O no?

– Depende de ti – Hao contravino. Sosteniéndola por la cintura la obligó a ponerse de pie – ¿Eso quieres?

Hao se acercó, apartando del camino el banco en que había estado sentada Anna. La rodeó por la cintura y en un movimiento fácil y preciso, la sentó sobre la barra de la cocina. Anna sintió cómo su corazón se había precipitado al sentir esos brazos sosteniéndola con tanta facilidad. A continuación, él colocó las manos a los lados de la cadera de la chica, apoyándolas en la barra, y acercándose. Su presencia altiva emanaba un aura de seguridad que resultaba sugestiva. Anna sintió un estremecimiento recorrerla de los pies a la cabeza que esparció un calor agradable por su cuerpo. Hao acortó aún más la distancia entre ambos, su mirada pasando de los ojos ámbar de la rubia a sus labios de rosa.

– Hao…

– ¿Sí?

–... Yo…

Pero no pudo continuar, incapaz de articular palabra Anna permaneció inmóvil, rehusándose a retroceder un solo milímetro, pese a la imponente presencia del hombre ante ella. Hao alzó la mano y la llevó a la nuca de Anna, buscó a tientas el broche que mantenía el sedoso cabello en su lugar, lo retiró y sus dorados cabellos cayeron en cascada por sus hombros. Luego, acunó el rostro de la chica con su mano.

Por segunda vez en la noche, él mantenía su rostro levantado, obligándola a mantener contacto visual. Sus ojos castaños contenían una expresión profunda que le daba la sensación de que podía verla por completo, más allá de sus ojos, descifrando su mente y su corazón, dejando en claro que la deseaba en toda la extensión de la palabra.

Anna se dio cuenta de que Hao era todo lo que ocupaba su pensamiento en ese momento, con un cosquilleo que ardía en sus manos por acariciar sus hombros, espalda, cabello. Era innegable la atracción que sentía, no podía evitarlo, todo en él le resultaba atrayente, tentador incluso. Estando así de cerca, podía notar cómo su propio cuerpo reaccionaba ante su presencia erizándole la piel, haciéndolo palpitar dentro de su pecho, despertando un calor que pulsaba entre sus piernas.

Y él lo sabía. Se mantenía tortuosamente cerca, respirando a tan pocos centímetros de ella, pero sin tocarla, poniéndola a prueba. Anna sentía ese aliento cálido en su rostro y casi podía tocarlo…

¡Suficiente!

En un impulso, Anna tiró del cuello de la camisa de Hao con ambas manos y le besó.

Evidentemente, eso era lo único que estaba esperando Hao, quien de inmediato dejó de contenerse, colocando unas manos ansiosas en la espalda y nuca de la rubia, desesperado, hambriento por estar más cerca. Ella entreabrió la boca, correspondiéndole.

Anna guardó la razón para después y permitió que el instinto y el deseo dirigieran sus acciones. Se dejó llevar por completo. Sus dedos se enredaron en la larga cabellera castaña de Hao, se acomodó en la orilla de la barra para poder sostenerse mejor. Lo escuchó gruñir complacido, encantado de sentir cómo buscaba de dónde asirse.

Hao bajó una mano para recorrer sus piernas, apretando de cuando en cuando, deleitado por la piel que sus dedos exploraban. Sin mucha delicadeza, las separó un poco más, lo suficiente para tener acceso fácil su zona más íntima, dejando a sus ansiosos dedos vagar debajo del vestido.

Anna movió su cabeza, girándola a la izquierda, buscando recuperar el aliento que Hao le había robado vorazmente. Pero Hao era impetuoso, y simplemente continúo besándola con premura por el cuello y los hombros. Ocupó su pulgar para acariciar la tierna piel de la cara interna de los muslos, llegando hasta la fina tela de la ropa interior que utilizaba, comprobando la creciente humedad. Encontró el clítoris, que parecía rogar para que le dedicaran atención, y eso hizo, entregando roces expertos con la presión justa para que Anna disfrutara, tomándose su tiempo, haciéndolo deliberadamente lento y excitante.

La alarma de algún aparato sonó a lo lejos y ella entreabrió los ojos, revisando a su alrededor buscando la fuente de ese extraño pitido. Era la cafetera que anunciaba que la bebida estaba lista. Anna le empujó ligeramente de los hombros buscando su mirada, diciéndole que esperara un momento, él parecía confundido, pero esperó a que ella le dijera lo que ocurría.

– El café está listo – le dijo Anna, tratando de mantener su voz en calma. Tragó saliva en un intento de recuperar el aliento.

Hao sonrió, y resumió su actividad, volviendo a llevar su mano hasta las panties de Anna.

– El café puede esperar – le respondió Hao, su voz rasposa.

Evitando desperdiciar un segundo más con palabrerías, un impaciente Hao mordisqueó su cuello, pasando su lengua hasta llegar al lóbulo de su oreja. Las grandes manos buscaban el modo con el cual despojarla del vestido, recorriendo toda la espalda de la cadera a los hombros, sin poder encontrar los botones ni el zipper. Hao que siempre actuaba de forma calculadora y taimada, estaba perdiendo su actitud suave.

– ¿Y tú no? – le contestó Anna, saboreando el placentero cosquilleo que provocaba con cada roce.

–Por supuesto que puedo esperar… – le contestó en un murmullo al oído – Soy muy paciente… Siempre he sido paciente… y puedo esperar hasta que encuentre el maldito cierre de ese vestido.

–Aquí no podrás encontrarlo – le respondió Anna, quien había dado una ocupación a sus manos, buscando la manera en que podría quitarle la camisa que estaba utilizando. Aflojó la corbata y abrió un par de botones. – ¡Que lástima! No podrás hacer nada aquí…

Lentamente, Hao se separó de su cuello para poder encontrar su mirada y verla fijamente, de sus ojos emanaba la intensidad y el fuego.

–¿Ah, sí? – preguntó, arqueando una ceja, y recorriéndola con los ojos de un modo que hizo que Anna se sonrojara. Luego continuó con un susurro aterciopelado – Yo opino diferente.

Empujándola ligeramente sobre la barra, provocó que ella pusiera ambos brazos alrededor de su cuello para no perder el equilibrio. Tal y como él quería, pues aprovechó para meter la mano izquierda por detrás de la falda y sujetar sus bragas, para bajarlas hasta que se las quitó. Las sostuvo a la altura de su cabeza, para verlas de reojo y comprobar que efectivamente estaban empapadas. Se relamió los labios, y Anna se sonrojó de nuevo.

Hao le mordió el labio inferior.

–Quédate quieta.

Sin más ceremonia, Hao hundió su rostro entre las piernas de ella, buscando su sexo con la boca. Un escalofrío la recorrió completa cuando la lengua de Hao hizo contacto con su intimidad, lamiendo y chupando, saboreando. Las manos del joven acariciaron los muslos, apretando sus nalgas y manteniéndola en su lugar. A Anna le resultaba difícil mantener el equilibrio, pues era inevitable que moviera las caderas. No le quedó más remedio que apoyarse en las palmas de las manos, reclinándose, y separar las piernas por completo, para otorgarle a Hao el espacio necesario, entregándose al placer.

Él aumentó poco a poco el ritmo, usando la punta de la lengua para estimular su clítoris, provocando que ella se estremeciera. La humedad de Anna comenzaba a escurrir, empapando el mentón de Hao. Ella escuchó a su amante gruñir complacido, encantado de haber encontrado ese punto sensible que ella disfrutaba.

Anna podía sentir su corazón latiendo rápidamente, y cómo su cuerpo se había tensado con cada lamida. En su garganta yacía un gemido que rogaba por salir cada vez que él introducía su lengua en la humedad de su entrada. Se mordió el labio inferior, suprimiendo los gemidos lo mejor que pudo. Hao pareció notarlo, pues estaba decidido a conseguir escucharla. Introdujo dos dedos y con un movimiento de muñeca experto, logró que Anna empezara a jadear. Ella no podía contenerse más, y trataba de tener más, de sentirlo más cerca; le sujetó por la nuca atrayéndolo hacía sí, moviendo la pelvis, al ritmo que él le marcaba, sus piernas se estaban tensando y su vientre bullía… Estaba tan cerca, podía sentirlo, todo su cuerpo lo estaba esperando, ansioso, parecía inminente. Si Hao continuaba así, ella…

Pero Hao se detuvo en seco, enderezándose para quedar a la altura del rostro de la chica.

– Nooo – Dejó escapar una súplica con el aliento entrecortado. Los dedos de sus pies se curvearon y crispó su agarre de los hombros de ese maldito que la había dejado al borde.

Anna lo miró furiosa, dejando salir una exclamación reprobatoria. Le maldijo entre dientes, pues se había detenido en seco, sin previo aviso, dejándola inquieta y sensible a los estímulos. Hao la miró directo a los ojos, se relamió la boca antes de limpiarla con el dorso de la mano.

–¿Ocurre algo? – preguntó Hao, fingiendo inocencia.

La chica sintió que le hervía la sangre. Tiró de la camisa de él, que estaba abierta y dejaba expuesto su torso. Sentía ganas de matarlo, o como mínimo molerlo a palos y borrarle esa sonrisa petulante que la sacaba de quicio. Pero, muy dentro de sí, sabía que ahora le resultaría imposible, ya que ahora moría por que continuara y terminara lo que había empezado. Deseaba que no parara nunca y conocer de lo que era capaz, pues esa breve demostración no resultó suficiente para satisfacerla. Aunque sí fue la medida justa para desinhibirse.

Sentía que su centro palpitaba, rogando porque esa lengua experta volviera ahí, anhelante por sentir esos dedos que entraban y salían con un ritmo delicioso y ansiosa por comprobar cuántos orgasmos podría alcanzar esa noche. Sobre todo, en ese momento en que era consciente de que con aquellos dos dedos no bastaban para satisfacer el hambre voraz que ahora la quemaba por dentro. Necesitaba algo más…

Necesitaba probar todo lo que Hao sabía hacer.

– Eres odioso– masculló Anna, amortizando un jadeo, luchando por acompasar su respiración.

Hao se apoyó en con una mano en la barra, mientras que con la otra volvía a prestar atención a Anna, dejando que su dedo medio y anular acariciarán su intimidad, entrando y saliendo ligeramente mientras que su palma rozaba su monte venus. El rostro de Anna estaba sonrojado con el cabello rubio, creando un contraste al que Hao era vulnerable.

– Entonces, ¿aún quieres ese café? –molestó Hao, ignorando el insulto.

Harta de su constante estira y afloja, rodeó su torso por debajo de la camisa, palpando la musculatura, atrayéndolo hacía sí. Él le obedeció sin rechistar.

– ¿De verdad estás pensando en café? – le reprendió secamente, fulminando con la mirada.

Hao sonrió radiante.

– Tú eras la que quería una taza hace poco.

– En este preciso momento, ya no me interesa.

– ¿Entonces, qué es lo que quieres? –interrogó, echando un vistazo rápido hacia su cuerpo.

De pronto, Anna fue consciente de que permanecía sobre la barra, sin bragas y con la falda del vestido por arriba de la cadera, sus piernas rodeando la cadera de Hao. Un atisbo de pena cruzó por su mente, después de todo nunca pensó que estaría en esa situación con Hao Asakura. Haciendo acopio de su orgullo, le respondió.

– No creí que fuera necesario decírtelo.

– No lo es – le respondió con seguridad, arrastrando las palabras, usando un tono seductor –, pero quiero escucharlo. Pídemelo.

Anna no iba a decirlo, ¿cómo podría? No le rogaría nada, no era necesario. Ella podía tener al hombre que quisiera. Hao colocó ambas manos a los costados de la chica, apoyándose en la barra. Inquisitivo, mantenía la vista fija en Anna, esperando sus palabras, pero ella giró el rostro, negándose a caer en su juego.

Al no escuchar palabra alguna, Hao decidió hacer presión. Separó las piernas torneadas de la rubia y acercó la cadera, para que Anna percibiera la erección dentro de sus pantalones. Instintivamente ella respondió, acomodándose para sentir la dureza.

– Déjate de juegos, Hao – objetó, usando un tono de voz mordaz para dejar en claro que se estaba impacientando.

– Pídemelo – repitió Hao, acercándose para morder el lóbulo de la oreja y besar su cuello.

Sin apartar la vista de ella, se quitó el cinturón, también abrió la bragueta. Hao apretó sus nalgas, subiendo aún más la tela del vestido, por el brillo en sus ojos, era claro que pensaba que la tenía a su merced.

Pero nada más lejos. Anna decidió que, si el juego era ver quién resistía más antes de rogar, entonces ella también podía jugarlo. Metió la mano dentro del bóxer de él, y sujetó firmemente su miembro erecto. Hao exhaló en cuanto los finos dedos comenzaron a masturbarlo, moviéndose de arriba a abajo, cerró los ojos para concentrarse en lo que estaba sintiendo, pegó su frente a la de ella.

– ¿Te gusta? – le dijo Anna, en un ronroneo, que recorrió a Hao de pies a cabeza.

– Se siente muy bien – respondió entre jadeos. Le acarició los costados, llegando hasta sus senos y se quedó sosteniéndolos entre sus manos.

– ¿Y qué quieres que haga? – le susurró al oído Anna. Con la mano libre, recorrió el abdomen cincelado de Hao y su espalda baja. – Necesito que me digas qué es lo que quieres, si no… no voy a poder continuar.

Hao movió su cabeza de un lado a otro, negándose a decir nada al respecto, continuaba con los ojos cerrados. Al ver su negativa, Anna aumentó el ritmo de lo que estaba haciendo, permitiendo que el juego de muñeca le diera una cadencia que dejaba al joven sin aliento. Anna bajó de la barra y se quedó se pie, alzando la cabeza para mirarlo directo a los ojos.

– Pídemelo – le dijo Anna, endureciendo el gesto.

Volvía a ser la reina de hielo, despiadada y orgullosa, dispuesta a hacer que se doblegara. Recorrió el abdomen, el pecho y los hombros de Hao con sus dedos, trazando un camino que le erizaba la piel.

–Dilo – le repitió Anna. Era una orden. – Dime que quieres, o no me quedará más remedio que irme.

Hao tragó saliva, pero sus labios no articularon palabra alguna. Anna sonrió malévolamente, pues sabía perfectamente que Hao no podría aguantar mucho más, solamente era cuestión de que ajustara la velocidad con que lo estaba tocando y él perdería. Sin embargo, Hao se adelantó e hizo algo que la tomó por sorpresa.

La rodeó con los brazos e hizo que le diera la espalda, acorralándola entre la barra de la cocina y él. Rápidamente, colocó su mano entre sus piernas, justo en su coño, y con los dedos medio e índice estimuló el clítoris, mientras que, con la otra mano, apretaba sus pechos, buscando sus pezones. Así, teniéndola de espaldas a él y tocándola de esa manera, se acercó para quedar en el oído de ella.

– ¿Quieres que te lo diga? – su voz sonaba rasposa, profunda, cargada de un deseo que le consumía – ¿Quieres que te diga que me gustas? ¿Quieres que te diga que ansío cogerte? – Introdujo el dedo medio y anular dentro de su vagina – Pues sí, Anna, me fascinas y deseo poder follarte, hacerte gemir y hacer que te corras todas las veces que tú quieras. Quiero metértela hasta que grites mi nombre ¿Eso querías escuchar?

Anna respiraba forzadamente, inclinándose sobre la barra, fascinada por los ágiles dedos de Hao que habían encontrado fácilmente el modo de estremecerla. Alcanzaba a sentir la verga de Hao estrechándose contra sus nalgas.

– ¡Ah! … Si tanto quieres hacer eso… ah… – le dijo, mirándolo por encima de su hombro, tratando de encontrar los ojos castaños de él – …entonces hazlo… Ahora.

– Como ordenes, Anna.

La mano izquierda, que había estado acariciando su pecho, dejó esa tarea para sostener su rostro, y ella se giró para rodear su cuello con los brazos. La besó intensamente, con profundidad, recorriendo su boca con la lengua y mordiendo los labios. Con manos expertas, le bajó el zipper a su vestido para poder dejar al descubierto su espalda y el sostén que utilizaba. Le dedicó una mirada lasciva, recorriéndola completa, como si tratara de guardar esa imagen en su memoria.

Sin esperar nada, se abocó a besar a Anna, primero los labios, seguido del cuello y deteniéndose en el pecho. Un favorecedor sostén rojo con detalles de encaje que no dejaban nada a la imaginación le saludó brevemente, pues no tardó quitarlo del camino para lamer los senos de la rubia. Anna se cubrió la boca con la mano, tratando de guardar silencio cuando sus pezones recibieron la atención que necesitaban. Con él dedo índice y pulgar, su amante consiguió que se endurecieran intensificando cada sensación. Echó la cabeza hacia atrás, y el cabello rubio le cayó por los hombros, dejando al descubierto su cuello; él le terminó de quitar el vestido y la tela se deslizó con un suave rumor por su cuerpo hasta caer a sus pies.

Hao la sujetó fuertemente de la cintura y la giró para que quedara de espaldas a él. Acto seguido, se inclinó para acercar su boca al oído de la rubia, pegando su pecho musculoso a la espalda desnuda de la rubia.

– Te necesito aquí y ahora. – jadeó.

Anna no supo por qué fue que esas palabras la excitaron aún más. ¿Era el saberse así de deseada o el lascivo tono de voz que utilizó? Quizá fueron ambas. El calor que surgía de su intimidad le recordó que ella también necesitaba esto.

Ignoró el momento en que Hao se había bajado los pantalones, dejando que su miembro grueso y duro se estrechará contra ella. Lo tomó firmemente y con la punta rozó la entrada comprobando la humedad. Gimió complacido, conteniendo la voz, al sentir como entraba fácilmente. Introdujo su verga, deteniéndose unos segundos para deleitarse con lo estrecha que era. Se inclinó para lamer sus hombros y su cuello, y luego la metió por completo de un solo movimiento.

Anna dejó escapar una exclamación de placer, con una voz que Hao nunca había escuchado, pero que sonaba maravillosa. Comenzó a moverse, penetrándola con fuerza, adquiriendo un ritmo rápido. Anna recibía cada embestida, apretando los labios para no dejar salir ni un sonido, respirando agitadamente; sentía que se iba a derretir, que un fuego nacía dentro de su vientre, pasando por todo su cuerpo. Hao la sostuvo bien por las caderas, y continuó empujando, aumentando el ritmo fascinado por lo mojada que estaba Anna. Cada vez sentía cómo se estrechaba, abrazando su miembro, apretándose. Alcanzó a ver que la rubia se mordía el labio inferior, ardiendo de deseo.

– ¿Qué pasa? No te contengas – le dijo Hao, apretando su cadera. – Te quiero escuchar.

– Te lo tienes que ganar…– le contestó Anna, manteniendo con mucho esfuerzo un tono de voz sosegado.

– Si insistes – le respondió Hao en un susurro y aumentó la velocidad.

Empapada como estaba, sus jugos corrían por sus piernas, llenando el borde de la barra. Se mordía los labios para evitar gritar, aunque con cada movimiento, ella creía que iba a perder la cabeza. Estaba tan excitada, y sólo se podía enfocar en las sensaciones, en la respiración agitada de ambos, inmersa en el sonido que provocaba esa gruesa verga cada vez que entraba en ella. Era delicioso. Hao sujetó una de sus piernas y la levantó un poco, permitiéndole entrar aún más profundo, manteniendo ese vaivén suculento. Anna no pudo más, y dejó escapar un gemido, seguido de otro, y de la completa desinhibición. Se olvidó por completo de que su orgullo, y terminó por darle gusto a Hao. No valía la pena reprimirse, no valía la pena. Era demasiado bueno como para no disfrutarlo.

– Así… eso… – le indicó, correspondiendo cada embestida con un jadeo nuevo.

– Ni se te ocurra detenerte – le ordenó Anna. Hao obedeció

Había perdido hasta el último gramo de pudor, llevó su mano dominante hasta su entrepierna y con sus dedos comenzó a complacerse a sí misma mientras él le seguía penetrando. Estaba tan cerca, y estaba segura de que él podía saberlo, se estaba estrechando y sus jugos corrían por sus muslos. Y de nuevo, él actuó en contra de sus deseos, sacando por completo su verga y dejándola en el borde del orgasmo una vez más. ¿Hasta cuándo iba a jugar con ella de esa manera?

– Deja de jugar conmigo – le reprendió, volteándose dispuesta a castigarlo por dejarla así por segunda vez en la noche. S lo había ganado a pulso, pero, nuevamente, él se había aventajado, atrapando la mano izquierda de la rubia.

– No tan rápido – le susurró contra sus labios – la noche acaba de empezar.

– Dijiste que querías que me corriera todas las veces que pudiera.

– Y lo harás – le contestó – pero vamos a divertirnos primero, preciosa.

Sin previo aviso, la levantó, sosteniéndola por las nalgas, ella se aferró a sus hombros y cruzó las piernas para evitar caerse, encontrando divertida la nueva posición. Le resultaba tan fácil cargarla, que incluso dio unos cuantos pasos hasta que llegaron a la mesa de granito negro.

La recostó sobre la mesa. Anna gimió audiblemente de placer al sentir como la verga entraba completa y dejándola así, hasta adentro. Hao esperó unos segundos, sin moverse, sosteniendo las rodillas de la chica para mantenerla quieta, en su rostro era evidente el placer y la satisfacción que la envolvían. La recorría con la vista, encontrando que las formas y colores de su piel eran como los había imaginado. Sin previo aviso, comenzó a sacar su verga, lentamente, sólo para volver a penetrarla del mismo modo. Anna sintió que se derretía, presa del placer que ese movimiento de caderas encendía.

– ¿Ocurre algo? – su voz sonaba de terciopelo, profunda, en un susurro – ¿No te gusta?

Entró deliberadamente lento, complacido de ver cómo Anna se cubría el rostro con un brazo, tratando de ocultar su expresión en él. Luego levantó sus piernas y se las llevó a los hombros, para poder disfrutar mejor de la vista.

– Cállate – le ordenó Anna. Retorciéndose, se mordió el labio inferior, tratando de callarse. Por lo menos, no le daría la satisfacción de confirmarle con palabras el placer que sentía.

– No te contengas – le dijo, y aumentó el ritmo. Con cada embestida, sus pechos rebotaban y su respiración se agitaba más y más.

Él se posicionó sobre ella para cubrirle de besos el rostro y pecho, continuando con ese movimiento que la volvía loca, susurrándole todo tipo de palabras sucias en su oído. Anna sentía que su piel se quemaba, que él tenía el poder de encenderla de una manera completamente nueva. Su vagina se estrechaba, y su vientre se tensaba, sin encontrar de dónde asirse, rodeó los hombros de Hao. Él aprovechó esto para pasar sus brazos por debajo de las rodillas de la chica y hacer que la penetración fuera más profunda, ella lo percibió de inmediato pues le resultó más difícil guardar su voz, que resonaba en la amplia estancia. Retorciéndose bajo su peso, sintió cómo su cuerpo se deshacía en oleadas de placer que iniciaban en su sexo y la recorrían completa, hasta la punta de los dedos.

–¡Ah! ¡Así! – exclamó, con la voz entrecortada – ¡Hao! ¡Hao!

Él sonrió maliciosamente, quedándose quieto para sentir ese orgasmo que había provocado, su premio por lograr su cometido. Le resultó difícil no venirse al sentirla en completo éxtasis, pero aún tenía muchas cosas que quería hacerle. Acarició su rostro con el pulgar, apartando los cabellos rubios de su cara y observó el rubor que adornaba las mejillas, tenía los ojos entrecerrados, respirando con dificultad, tratando de apaciguar su corazón.

El beso tiernamente en los labios.

– Entonces… ¿Quieres que continuemos en la cama?


La luz del sol entraba perezosamente por una rendija entre las cortinas de la habitación en la que había dormido. No era su casa, de eso estaba segura.

Anna se apoyó en los brazos para poder ver a su alrededor, reconociendo pistas sobre el lugar donde estaba. Un tímido dolor de cabeza le hizo saber que había bebido la noche anterior y amenazaba con volver imposible la tarea de identificar la casa. Verificó el espacio: una cama amplia de tamaño matrimonial, mesitas de noche con delgadas lámparas a cada lado de la cama, y un cuadro de arte abstracto sobre la cabecera.

Estiró el brazo perezosamente y fue entonces cuando se dio cuenta que estaba desnuda, pero en el piso no había ninguna de sus prendas. Las había dejado… en la cocina…

De golpe, recordó todo lo que había pasado las últimas horas fuera de su casa y supo en la cama de quien se encontraba. Regresaron a su mente los momentos de la noche anterior: la cena, el auto, las aspirinas, el café que nunca llegó, sus pantaletas empapadas, la mesa de granito. Un rubor tiñó sus mejillas, acompañado de vergüenza.

Vergüenza que no dio señales de vida la noche anterior para impedir que las cosas escalaran tanto. No era su estilo, no era una chica fácil, pero anoche se permitió ese capricho. Un One night stand…. Y uno muy bueno, a decir verdad.

Nunca se había dado el lujo de tener una aventura una noche con nadie, y ciertamente jamás pensó que la primera vez que cediera a este tipo de experiencias, terminaría sucediendo en la cama de Hao Asakura.

Los recuerdos de las sensaciones que su rival de negocios había provocado con sus manos y su lengua, le causaron un ligero escalofrío. Su piel se erizó al recordar el fantástico orgasmo que había alcanzado (el primero de la noche), y se sintió complacida de que hubiera valido la pena. Jamás lo reconocería en voz alta, pero las habilidades de las que Hao presumía tanto eran bastante satisfactorias.

Y había descubierto que tenían química, eso no se podía negar. Entre los dos saltaban chispas.

Se estiró, sintiendo como si sus articulaciones hubieran sido reajustadas. Se sentó en la cama, sosteniendo su cabeza. Había dormido muy poco, pero profundamente, sin pesadillas o recuerdos que la mantuvieran pensando. Por primera vez desde que el verano había terminado, al mismo tiempo que su relación de años, durmió tranquila y sin extrañar los brazos y los besos de Yoh.

Yoh.

¡Maldición! El recuerdo, invocado por la nostalgia, se hizo presente. Miró la ancha cama y lo imagino ahí, derrumbado boca abajo como solía hacer después de hacer el amor. Lo imaginó abriendo los ojos castaños que tanto le gustaban y sonriéndole con amor, para abrazarla y rogarle que no se levantara todavía, que el trabajo podía esperar. En su fantasía, pensó en todas las noches memorables que había pasado a su lado, desde el día en que habían perdido la virginidad juntos, hasta las sesiones de sexo candente que tenían en la cama cuando cumplían un aniversario o una meta. Siempre en la cama, siempre juntos.

Sin quererlo, se reprochó no haber desperado junto a Yoh, extrañando su calor. En su lugar, había pasado la noche con otro hombre. Nada más y nada menos que Hao Asakura, su rival de negocios, el chico que le coqueteaba a la menor oportunidad, su excuñado sinvergüenza, el hermano gemelo de su exnovio. ¿Cómo pudo terminar así? A la menor provocación se dejó llevar, entregándose la vorágine de besos y caricias en que Hao se convirtió unas horas atrás. Y si tuvo dudas, las apartó con vino y determinación.

Un atisbo de arrepentimiento llegó a ella, instalándose como un nudo en la garganta que no podía aflojar, aunque tragara saliva. Algo debía estar realmente mal con ella para que decidiera traicionar a Yoh de esa manera.

Yoh. ¿Dónde estaría Yoh? Lo extrañaba, y quería volver a verlo, sentir su olor y su sabor, escuchar su risa. Extrañaba la seguridad y familiaridad que se había instalado entre los dos a través de los años, esa agradable costumbre. Quería verlo y deseó fervientemente que entrara por esa puerta y juntos regresaran a su casa.

Los ojos le comenzaron a escocer, amenazando con derramar lágrimas.

Ahuyentó la idea de su mente, desterrando la imagen de Yoh en la cama. Respiró profundo y se prohibió a sí misma el volver a llorar por ese ingrato que la dejó de buenas a primeras. Si Yoh la había dejado, ella no estaba siendo infiel. El compromiso estaba roto, él se había llevado el anillo antes de largarse con sus maletas. ¿Por qué diablos sentía culpa?

La puerta de la habitación se abrió y por ella entró Hao, usando una pantalonera sencilla y una playera blanca que tenía estampado "Shaman Fight in Tokyo*", en las manos llevaba un vaso de agua y un plato con una tostada con mermelada.

– Ah, ya despertaste – le dijo despreocupado – pensé que ibas a dormir más tiempo. – Se detuvo en seco y la miró de arriba abajo y añadió – Juro que nunca me voy a cansar de verte así.

Anna cayó en cuenta de a qué se refería cuando notó sus pechos al aire libre y de inmediato trató de cubrirse para tratar de salvaguardar su dignidad con esa triste sábana, sonrojándose. En la mesita de noche, Hao depositó la tostada y el vaso de agua, abrió el cajón y sacó una cajita de aspirinas. Le pasó dos pastillas y le ofreció el vaso. Anna lo tomó, sabiendo que la resaca llegaría en cualquier momento. Nunca le había gustado beber porque con una sola copa terminaba con dolor de cabeza y sed por un día completo. Después, le pasó la tostada y ella apenas probó un bocado.

– ¿Qué hora es? – preguntó Anna.

– Las 8:40, pero es sábado, así que no te preocupes. Si mal no recuerdo, me dijiste que no tenías compromisos este fin de semana.

– Vaya, y yo qué pensé que la cena había sido mero trámite para acostarte conmigo. Me sorprendes. Parece que si pusiste atención a algunas cosas que dije ayer.

– Es parte de mis encantos – le respondió.

Se sentó en la cama y le dio una mordida a la tostada. Sosteniéndola en la mano izquierda, se quedó esperando a que la rubia continuara con la conversación.

– ¿Siempre tienes tantas atenciones con tus invitadas? – le preguntó. Luego, señaló con el dedo las aspirinas y el vaso de agua – Seguramente haces esto con todas.

– ¿Con todas? – preguntó, arqueando las cejas. – No, yo no…

– No hay necesidad de mentirme – le interrumpió Anna, sin el más mínimo interés en su respuesta. No quería confirmar que era una chica más en la lista de conquistas de Hao, ella jamás reconocería ante él que encabezaba su lista personal de chicos con los que había dormido – Es obvio que no soy la primera que traes a tu departamento para…

Hao se rio, y le dedicó una sonrisa radiante que podría derretir hasta el más gélido de los corazones. No era difícil saber por qué tenía tanto éxito con las mujeres. La presencia de Hao, ardiente e irresistible le resultaba cautivadora.

Eso no evitó que la familiar voz de su consciencia le recordara que sólo había sido una chica más, nada especial. Se recordó que a ninguno de los dos le debería de dar mayor importancia esto. Habían cogido, y ya.

– Claro que no es la primera vez que una chica despierta en mi cama… pero sí es la primera vez que pierdo la cabeza de esa manera… – se pasó la mano por el cabello, incómodo de admitir esa verdad – Te he deseado mucho tiempo y anoche… bueno… fue mucho mejor de lo que había llegado a fantasear.

El comentario la relajó. Al menos no era la única que había despertado con algunas inquietudes o remordimientos. No era la única experimentando algo nuevo. Los ojos de Anna destellaron al darse cuenta de esa frase que no iba a omitir.

– ¿Así que fantaseas conmigo?

La expresión de Hao fue de oro. Tomado de improviso, sólo alcanzó a resoplar antes de recobrar su actitud de confianza.

– Oh, cariño, creo que de ahora en adelante los dos tendremos fantasías a diario – la sonrisa de medio lado le otorgaba un aire engreído, que encontraba irresistible e irritante al mismo tiempo –La forma en que gritabas mi nombre…

–No sé de qué estás hablando – le mintió.

Se negaba a admitir que había disfrutado de la noche y de la forma en que Hao se había esforzado para que llegara al clímax en más de una ocasión. Antes muerta que reconocer que le llamaba por su nombre en medio de las oleadas de placer. Carraspeó para recobrar la compostura.

El muchacho se inclinó para tratar de besarla en los labios, pero ella se apartó. Anna notó la expresión dolida en su cara, pero mantuvo la frente en alto. Un silencio breve se asentó entre los dos, en que él buscó descifrar qué era lo que ella estaba pensando. Desistió de tratar de entenderla, así que se puso en pie y abrió las cortinas para que el sol de la mañana entrara de lleno en la habitación.

– Puedes ducharte, si quieres. El baño es aquella puerta, y hay toallas en el armario. Te puedo prestar ropa limpia si lo necesitas. Tómate tu tiempo, yo prepararé el desayuno.

La joven se preguntó si esa clase de atenciones era lo típico para Hao. Desayuno, medicina, baño, ropa limpia, ¿Eso es lo mínimo que se ofrece en estas situaciones? Probablemente. Pero ahora que había visto en sus ojos el atisbo de desilusión cuando se negó a besarlo, esa duda quedó sembrada. Había probado ser un amante dedicado y considerado, quizás esa consideración era extensiva a la mañana siguiente, o al menos eso quiso creer Anna.

Lo siguió con la mirada, a medida que se dirigía a la puerta del recinto, entre cerrando los ojos ante el vislumbre del sol matutino. Se mordió el labio, indecisa antes de hablar.

– No es necesario todo eso – musitó Anna, cubriéndose los ojos del sol.

– Lo sé – respondió – pero lo haré de todos modos.

Hao caminó hasta la puerta y se quedó apoyado en el marco de esta. No dijo nada más, esperando a ver el espectáculo que sería cuando ella se dirigiera a la ducha. Al ver que no se movía, la apuró, diciéndole que se hacía tarde y no tenían todo el día. Anna se puso en pie, arrastrando la sábana tras de sí, al oírlo reír por lo bajo por su improvisado atuendo, se giró para tratar de amedrentarlo. Le lanzó la caja de aspirinas.

– Eres de lo peor – respondió con amargura Anna – ¡Vete!

Hao seguía riéndose de ella.

– Toma una ducha, te espero en la cocina. Esta vez sí te serviré café en cuanto lo pidas. – se dio media vuelta y abrió la puerta, dándole la espalda a la chica.

– Imbécil– Anna entró al baño de azulejos blancos y grises, reconsideró un momento. Sí, esto no era el comportamiento estándar de Hao. No iba a dejarle el más mínimo rastro de esperanza, no se lo merecía. – Hao – le llamó, el muchacho se detuvo para poder escuchar lo que le quería decir su invitada especial. – Esto no se va a repetir. Fue cosa de una noche.

Hao sonrió de medio lado, mirándola por sobre su hombro

–Lo sé – fue todo cuánto contestó.


El baño caliente le cayó de maravilla, le sirvió para relajarse y estirar los músculos. Los recuerdos aparecían aquí y allá mientras recorría su cuerpo con el jabón, se encontró un chupetón en uno de sus pechos, y le dolían los muslos cuando daba un paso. En su memoria, estaban todas las cosas sucias que Hao le había dicho al oído, y todas las veces que afirmó cuan bella le parecía. Los movimientos sensuales recorriendo su cuerpo contrastando con el ímpetu que demostró. Nunca pensó que Hao pudiera ser así, diciendo halagos, preocupándose para que estuviera satisfecha, o que simplemente fuera atento. Siempre lo había visto como un hombre egoísta que sólo pensaba en sí mismo.

Aun así, en aquellas horas con él, había descubierto varios lados que no conocía. El que más le gustó era esa dicotomía entre la ternura y la pasión en la que él podía jugar. Era intenso botando en lo salvaje, aunque considerado y apasionado; no hacía falta conocerse o comunicarse, Hao podía leer sus reacciones, intuía qué quería enseguida y se lo daba, con nota sobresaliente.

Yoh nunca fue así. Hacerlo con Yoh era calmado, suave y cálido, como una tarde de primavera; la intimidad que se firmaba entre ellos dos era suficiente, no hacía falta lugares exóticos o palabras seductoras para que fuera satisfactorio. La ternura entre ellos, ese lazo que iba más allá de lo físico era lo que amaba de esos momentos. Yoh era así.

Ahí estaba él otra vez, el recuerdo de Yoh llegó sin previo aviso. No podía deshacerse de él, pero la abandonaba unos momentos. Sacudió la cabeza tratando de recordar cosas más agradables. Cuando menos, había dormido tan exhausta que no había soñado con él en absoluto. Ya era un inicio.

Salió de la regadera y se asomó con cuidado por la puerta del baño para cerciorarse de que Hao no estaba ahí. El gran cuarto está desierto, pero la cama era distinta. Ahora estaba tendida e inmaculada, las sábanas que usaron arrumbadas en un rincón. Y sobre la cama estaba una camisa blanca con manga larga, de botones y bien planchada, así como una corbata sencilla. A un lado, también extendida, estaba su ropa, el vestido negro sin escote, el sostén rojo de encaje y su bolso. Todo, menos sus panties.

Era claro lo que quería decir: una invitación a quedarse y la posibilidad de irse cuando lo decidiera.

Se probó la camisa y luego se acercó al espejo: era lo suficientemente larga como para tapar lo más esencial, y las mangas necesitaban estar dobladas para que no le estorbaran. Se abotonó desde abajo y hasta llegar al pecho. En el espejo que decoraba la habitación se echó una buena ojeada, no se veía nada mal. Dobló las mangas. Se imaginó que salir así a buscar sus pantaletas en la cocina era un buen regalo para su anfitrión, permitiéndole un último vistazo para encender sus fantasías, ya que no se iba a repetir otra vez.

Se acercó a la puerta y al poner la mano en el pomo, se dio cuenta de que no era capaz de girar, mucho menos de dar otro paso. Unas lágrimas traicioneras resbalaron fugitivas por sus mejillas. Y con dolor descubrió que no podía acallar nada de lo que sentía.

Si, la noche con Hao había sido espectacular, intensa y divertida. Pero no dejaba de ser eso: una noche nada más. No tenía sentimientos por él, no le interesaba en lo más mínimo cómo había sido su día, y tampoco estaba dispuesta a darle un significado. No era buena idea.

Hao no podía reemplazar a Yoh.

Y ahora, ante esta revelación, no podía continuar con la farsa, ni seguir adelante con el coqueteo o el juego. Se volvió a ver en el reflejo del espejo, y no se reconoció. Ella no era así, incluso en su despecho, ahogada por esa terrible tristeza que disfrazaba de resentimiento.

No.

Tuvo que recordar que Yoh ya no importaba, que no le debía nada y que, al contrario, era él quien la había perdido a ella. Se limpió las lágrimas, que no dejaban de correr. Era mucha mujer para él. En realidad, era demasiado buena para cualquier miembro de la familia Asakura, tanto así, que no quería saber nada más de ningún de ellos.

Respiró profundo, y se cambió la ropa. Al salir de la habitación, se dio cuenta de que Hao estaba en la cocina, dándole la espalda a la puerta de la habitación, se había recogido el cabello en una cola de caballo. Estaba cocinando algo y una suave música sonaba de una pequeña bocina junto a la estufa. Estaba preparando el desayuno, en la barra de la cocina estaban dos tazas de café humeante, un platito con algunas galletas dulces, y sus pantaletas dobladas en el banco en que se había sentado la noche anterior.

Dudó un momento si despedirse, pero al final decidió que no era necesario. Ella no era la primera chica que se llevaba a la cama por una noche, seguro que no notaría la diferencia. Pensó en tomar su ropa interior, pero decidió dejarla donde estaba. Un regalo de despedida.

Se apresuró a llegar al pasillo que servía como recibidor, tomó sus tacones del genkan y cerró la puerta tras de sí. Sintió que en su pecho algo se terminaba de romper. Ya nada sería igual.

Sacó su teléfono celular, mandó un breve mensaje: "Gracias por la cita. Fue divertido, pero esto fue sólo una noche. No me vuelvas a buscar." Presionó el botón para enviar antes de bloquear el número de Hao. Después buscó el nombre "Yoh Asakura" y lo borró.

Ya había tenido suficiente de ese tema. No volvería a pensar en ello.

Se calzó los tacones, se irguió muy derecha, y salió del edificio con la frente en alto, el corazón roto, y la firme decisión de no volver a mirar atrás.


En la cocina del departamento 704, Hao Asakura apagó la estufa al escuchar el pestillo de la puerta principal y miró los dos platos servidos. Se le había ocurrido hacer un omelette para cada uno, un plato que era sencillo pero que siempre era sabroso. Se sintió ridículo, había tratado de impresionarla.

Nunca hacía nada de eso con nadie.

Suspiró, resignándose a que Anna no lo acompañaría a desayunar.


¡Hola!

Este fic fue inspirado como un simple Lemon–Shot. Así era inicialmente. Ya saben, "No plot, just smut"
Ahora se convirtió en un fic corto de 4 capítulos, que tienen como idea principal que Hao y Anna se den como cajón que no cierra. JAJAAJAJA
Es un gusto culposo, no lo pude evitar.

La verdad no esperen que esta historia resuelva todas las incógnitas que lleguen a surgir. Mi beta ya me ha tratado de sacar respuestas y no lo ha logrado. Y es que no las hay.

Si desean seguir leyéndola, hay que tener en cuenta una Cosa: no tiene un gran trama en absoluto, ya que es solamente para sacarnos esa espinita de HaoXAnna.

Porque esos dos sacan chispas, uuuffff...

Siendo sincera, aún estoy aprendido a escribir estas escenas explicitas y me daría muchísimo gusto ver que disfrutaste de la historia. Como siempre, es un gustazo saber que les interesa lo que escribo. Me hacen muy feliz con ello.

Si te gusto la historia, y quieres leer la continuación, por favor, no te olvides de comentar, o de darle like, o de seguirme *sonrisa, sonrisa*

Bueno. ¡Gracias por leerme! Bye