2. Invierno
(Giving / Taking)
El cuarto estaba lleno, cada uno de los involucrados estaba sentado en su lugar y era su turno para hablar. Era su responsabilidad presentar el proyecto y la visión a futuro que tenía, la meta a alcanzar. Rebosante de seguridad se dispuso a cumplir con su cometido. Aunque detestaba estar rodeado de personas, el realizar presentaciones y hablar en público le venía bien, era natural, una habilidad con la que podía persuadir a todos por igual, ejecutivos y clientes, realizando promesas que no pretendía dejar en saco roto. Además, era mucho mejor que estar enterrado en una pila de papeleo.
El auditorio a quien se dirigía prestaba atención a sus palabras, enganchado por la labia con que los había hechizado rápidamente. Se trataba de por lo menos quince personas, entre abogados, ingenieros, arquitectos, jefes, inversionistas, el cliente y los asociados temporales. Todos ellos vestidos de acuerdo al evento, con trajes y corbatas, relojes de marca en la muñeca, todos excepto por una persona: una mujer. La única que estaba dentro de la mesa directiva del proyecto. Una rubia espectacular de ojos ámbar y porte glaciar que tomaba notas sin hacer una sola pregunta.
Pero él no le dio importancia al semblante frío y aparente indiferencia. El simple hecho de saber que estaba ahí, era suficiente para que la satisfacción se hiciera presente en su pensamiento. Ella estaba ahí, pese a todas las probabilidades en contra. Todo gracias a sus maquinaciones, aunque nadie en esa sala lo sospechara.
Mientras hablaba, centró su vista en la chica rubia que no le había dirigido ni una sola mirada desde que había comenzado a hablar. Se notaba a leguas que era bastante orgullosa y testaruda, que no se doblegaba ante nadie… y nunca negaría que las mujeres de carácter fuerte eran su punto débil.
Estaba en su elemento. Una semana antes firmó ese contrato, con el que asumió un puesto directivo ya que su diseño había resultado seleccionado por la compañía de Oyamada, y estaba contento de tener ese puesto. Le gustaba el poder que venía con esa firma, la toma de decisiones, dirigir al personal y la importancia que podía imprimir en sus palabras. Y más aún, secretamente le emocionaba la colaboración con la compañía rival y que los cinco empleados que fueron enviados, entre ellos la rubia, trabajarían en la misma oficina que él durante la totalidad del proyecto. Sus planes habían tenido una ejecución magistral.
Para terminar con la presentación, mostró el modelo en 3D del complejo y respondió algunas preguntas. Al concluir la presentación, tomó asiento en la gran mesa, mientras el resto del equipo discutía los detalles que tomar en cuenta. Sin embargo, escuchó a medias lo que decían. Su atención estaba dividida, ya que no perdía pista del estoico perfil de la chica, que estaba sentada justo frente a él, con un vestido rojo que delataba lo estrecho de su cintura. Hao la miró con descaro, observando cada rasgo en ella, sin embargo, ella le evadía con maestría, aun y cuando sus asientos estaban uno justo frente al otro.
Minutos más tarde, la reunión terminó. Entre risitas y bromas los allí reunidos empezaron a despedirse, intercambiando tarjetas de presentación. Había emoción en el ambiente y Hao la compartía, aunque por motivos distintos. Comenzó a recoger sus cosas al ver como la sala comenzaba a quedar vacía. Justo entonces, se percató de que esos ojos color miel le había dirigido una cautelosa y fugaz mirada. Sabía que ella no podría resistirse. Se conocían de manera íntima, aunque ella se negara a reconocerlo. Caminó hasta ella, deteniéndose a unos pasos a su lado.
—Kyoyama, ¿cierto? —le dijo, con voz de terciopelo, sabiendo de sobra cuál era el nombre y apellido.
Detectó un atisbo de mortificación en su rostro, que se recuperó rápidamente. Ella dio un rápido vistazo a las personas dentro de la sala de conferencia. Estaban rodeados de compañeros, jefes y representantes de los clientes, demasiados testigos para lo que realmente quería decir. Tomó aire y le dedicó una sonrisa poco sincera.
—Así es.
—Bienvenida, espero que te sientas cómoda formando parte del equipo.
—Gracias. Estoy segura de que será así. Daré todo mi esfuerzo para terminar el proyecto a la brevedad posible, así les incomodaremos muy poco. —Anna entrecerró los ojos, dejando en claro el límite que estaba trazando.
—No sabía que tenías prisa ¿Es que acaso no te gustan nuestras instalaciones?
—No es eso. —Lo recortó con la vista, de un modo despectivo—. Me gusta trabajar en mi propia oficina, además este solamente es un proyecto colaborativo, no veo porqué querría quedarme aquí más tiempo del necesario.
—Por supuesto, supongo que… —le respondió Hao con una amplia sonrisa.
—¡Ah! Asakura-san, Kyoyama-san. —Se acercó su jefe y los saludó cortésmente—. Recuerden que el viernes nos reuniremos para celebrar la colaboración entre nuestras empresas. Será en el Izakaya de Tokagero en Roppongi.
El hombre, regordete y con unas entradas amplias en su frente, era conocido por su carácter afable y su forma de mediar los conflictos. Por su puesto era su idea el realizar una convivencia, y por supuesto que estaban obligados a verse ahí.
—Claro —respondió Anna, sin dedicar una sola mirada a Hao —. Nos veremos ahí.
—Siete en punto —les recordó. Y salió del lugar.
Se quedaron solos en la sala, el jefe había sido el último en salir y cerró la puerta tras de sí, como olvidándose de que estaban ellos dos seguían en ese lugar.
Hao le cerró el paso a Anna antes de que ella pudiera ponerse en marcha. Ya no era necesario mantener el trato distante y cortés.
—Pensé que te alegrarías de vernos de nuevo, Anna —le dijo suavemente.
—No estaba en mis planes —le dijo secamente.
—Vaya. Entonces me estabas evitando.
—Chico listo, nada se te escapa.
—No fue muy difícil sumar dos más dos —le dijo—, después de que decidiste desvanecerte en el aire y dejarme con el desayuno servido. Fue muy cruel de tu parte.
Hizo un ademán con la mano, trato de acercar su mano a la de ella. Pero Anna la esquivó rápidamente, arqueando una ceja. Se acercó a Hao, hasta quedar apenas a unos palmos de él. Con un gesto dulce, acercó su mano hasta llegar al pecho de él y quitó una mota de polvo de la solapa del traje, antes de arreglarla, después alzó la mirada para verlo directamente a los ojos.
—Oh, pobre bebé. Yo creía que, de entre todas las personas, tú sabrías bien lo que significa "una sola noche" —dijo Anna con sorna, le sujetó de la corbata, atrayéndolo hacia sí. Hao casi trastabilló por lo abrupto del movimiento—. Porque eso es lo que fue, una noche y ya. No se va a repetir.
Le soltó, acomodó la corbata en su lugar, asegurándose de acariciar el robusto pecho de Hao. Luego se enderezó y salió de la habitación, caminando con esa cadencia que hacía que sus caderas tuvieran un movimiento tentador. Hao la miró partir. Se había quedado sin palabras. Tiró de la silla más próxima y se sentó.
—Ya lo veremos —dijo para sí mismo.
La participación de OS–Revoir Engenering como asociados para el proyecto causó una pequeña revolución dentro de la oficina. Fue algo inesperado para toda la planta que laboraba en el cuarto piso de ese edificio, para todos menos para Hao. El veía con aprobación todo lo que ocurrió en los siguientes días a la firma del contrato y presentación del proyecto. Los cubículos reacomodados, la oficina vacía que fue acondicionada con un escritorio, computador y archivero. Hao sonreía bebiendo una taza de café cada vez que veía a un nuevo empleado. Si tan solo supieran que todo había ocurrido porque fue fruto de sus condiciones. Todo en ese contrato.
Sorbió el café una vez más, gustoso de comprobar como la oficina acondicionada al final del mismo pasillo en el que estaba la suya, pertenecía a Anna Kyouyama. Era la cabecilla de división y dirigía el trabajo de los otros cuatro empleados de Revoir, y por ello se había hecho acreedora a una oficina propia con puerta que podía cerrar.
Las cosas habían salido mejor de lo que esperaba.
Y ahí venía ella, saliendo del elevador con una caja de sus cosas. Hao la observó recargado contra la pared, fascinado de comprobar que su atuendo era tan favorecedor como siempre. Dios. No podía dejar de pensar en nada más que ella cuando entraba a la habitación.
—Buenos días, Kyoyama–san —le dijo cuando pasó junto a él—. Parece que somos vecinos.
Ella esbozó su mejor sonrisa, llegó a la puerta de su oficina nueva y dejó la caja en él piso antes de acercarse a menos de tres palmos de distancia de Hao. Sonreía de dientes para afuera buscando como mantener el aspecto afable cuando claramente quería patearle la entrepierna. Hao permanecía impasible y sonriente.
—¿Vecinos? —preguntó en un tono frío.
—Si, este es mi espacio, el tuyo es aquel. Como ves, está bastante cerca, parece que nos veremos bastante. —La sonrisa radiante de Hao no tenía precio.
—No puedo creerlo. —Puso los ojos en blanco.
Hao se regodeó en la expresión. Había algo en fastidiarla que era igual de satisfactorio que saber que sus planes funcionaban al pie de la letra.
—Vamos, no es tan malo. Estaré cerca por si me necesitas.
Anna abrió los ojos de par en par, dentro de su cabeza algo hizo clic, uniendo los cabos, reconociendo que la actitud tan suave de Hao era algo anormal. En todo el tiempo que lo había tratado, él siempre se comportaba de forma arrogante y llegaba a ser cruel en sus comentarios, rara vez sonreía. No. Algo estaba ocultando ese hombre y ella era lo suficientemente sagaz como para poder deducir que estaba relacionado directamente con ella. de dónde había provenido el acomodo de oficinas.
—Fuiste tú, ¿cierto? ¿Tu arreglaste todo esto? —Se acercó amenazadoramente, señalando con el dedo índice, importándole poco si alguien los observaba o se daba cuenta de la rencilla entre los dos—.Tú… tú organizaste todo este acomodo, ¿no?
Hao le sostuvo de la mano, alejando el dedo acusador de su vista, pero su sonrisa perdió anchura. Le sorprendía lo perspicaz que podía ser ella, tan inteligente y lógica. Pero felizmente, él no había organizado el acomodo de oficinas, al menos, esa parte no venía de sus peticiones.
—El acomodo no tiene nada que ver conmigo, es decisión de la firma. Y si eso implica que estaremos en el mismo pasillo, que así sea —le respondió con firmeza, bajando el tono de voz.
—Claro, todo fue algo fortuito verdad. Simple organización de espacio.
—Obviamente. Por si puesto que si, yo soy quien ha orquestado todo. Yo decidí que vinieras a trabajar aquí y que te asignen la oficina al fondo, porque yo soy el dueño de la compañía —le dijo, el sarcasmo corroyendo sus palabras.
Anna se cruzó de brazos y miró a su alrededor, sus palabras resonaron en su mente lógica. Se dio cuenta de que habían alzado la voz, y que algunos compañeros los miraban intrigados, pero la mayoría fingió no percatarse de la discusión.
—Un día en el trabajo y ya me estoy arrepintiendo de haber firmado ese contrato.
—Espero que no sea así. Me esforcé porque tú… —comenzó a decir Hao despreocupado, hasta que sintió los ojos inquisitivos de Anna, así que cambió la frase —Te sintieras bienvenida.
Anna entrecerró los ojos, tratando de leerlo y adivinar qué era lo que pensaba. Hao se mordió la lengua, se dejó llevar por el momento y no pensó bien en lo que decía, por poco y revelaba su secreto. ese plan que había urdido magistralmente, la trampa que estaba sobre papel y que habían firmado.
Lo cierto es que su empresa "Hoshi Building Development" era más que capaz de lograr llevar a cabo el proyecto de edificios departamentales, oficinas y locales comerciales que los Oyamada estaban planeando desarrollar; podían hacerlo, contaban con la maquinaria y contacto suficientes. Y esta alianza con "OS–Revoir Engenering", era a todas luces innecesaria.
Hao fue el autor de la idea de formar una sociedad parcial, bajo argumentos de expansión, inversión y mano de obra más costeable, y una actitud un poco amedrentadora cuando explicó las ventajas a un joven Manta Oyamada. Les había convencido de que contratar al área de diseño de esa empresa sería un acierto que se vería recompensado con creces al hacer la inauguración y venta de los departamentos, sutilmente sugirió que solicitarán los planos y propuestas que Kyouyama. Que solamente ella podría llevar con éxito está empresa.
Y le cumplieron el capricho.
Usualmente no hubiera compartido su botín con nadie, entre menos empleados, mayor ganancia para sí mismo. Pero, francamente, no le importo. Fue el último recurso, el más desesperado.
Y es que, no sé le ocurrió otra manera de poder volver a verla. Después de esa noche de otoño, ella se desvaneció en el aire. Anna había sido imposible de contactar. No sabía dónde vivía, no contestaba el teléfono y ninguna de sus redes sociales le permitía mandarle un mensaje. Lo único que le quedaba era contactarla por medio de un tercero. Y por si puesto que no entraría a la oficina de OS Revoir para buscarla y pedirle que le concediera unos minutos de su tiempo; así como jamás llamaría a su hermano para preguntarle cómo estaba su prometida y si podía pasarle el teléfono para hablar con ella un momento. Ya se podía imaginar la cara agraviada de Yoh cuando trataba de marcar su territorio y alejarlo de ella.
Así que se le había ocurrido este plan frágil y endeble que dependía de otros, no de él, sacando provecho a la única ventaja que tenía: Mansumi de verdad quería contratarlo. Lo tomó a su favor y negocio tres condiciones que quedarán explícitas en el contrato: se mudaría a Tokio si le ofrecían una vivienda cerca del sitio y viáticos, dado que el sitio de trabajo estaba en Ginza, el apartamento que le dieron era bastante lujoso; en segundo lugar, contar con una oficina propia y una asistente que fue así como Aoi–san término con el puesto; y el tercero, contratar a Anna Kyoyama como apoyó para el diseño de los espacios habitacionales que pretendían construir. Este último punto fue un poco más complicado, ya que requirió de varias artimañas de convencimiento, hasta que finalmente, accedieron a formar una colaboración con un equipo de 5 empleados de OS–Revoir, liderados por su empleada más capaz: Anna.
Si, había caído bajo. Pero ella nunca se enteraría de esto, ni de todos los esfuerzos para poder verla otra vez, y ganar la oportunidad de hablar con ella.
—Pues no era necesario que te preocuparas por eso. Estoy segura de que nos veremos mucho menos de lo que esperas —le respondió Anna tajante.
Luego fulminó con la mirada a cualquiera que todavía tenía el descaro de seguir poniéndoles atención. En menos de un segundo el pasillo quedó desierto y los empleados se alejaron.
—Si decides cambiar de opinión, sabes dónde encontrarme —le aseguró Hao, y acercándose a su oído añadió—: Y no solo para cosas del trabajo, Anna.
—Te vas a quedar con las ganas.
Luego le dio la espalda y se alejó.
Dejó la pila de papeles para después. Detestaba todo el papeleo que requería esa parte de su trabajo, haciendo tediosos informes de progresos. Eran un lastre necesario e incómodo. Que aburrido le resultaba. Después de tres semanas de haber iniciado el proyecto, recordó porque había tenido sus reservas con respecto a aceptar. Odiaba el trabajo de escritorio.
Harto, se puso en pie, y salió, decidido a ir a la pequeña cocina de la oficina, pues solamente con un café en mano podría terminar el papeleo de ese día. Avisó a su asistente que iría por la bebida y sin esperar ninguna respuesta, echó a andar hasta llegar a la pequeña habitación habilitada como cocina en ese piso. No era la gran cosa, solo un refrigerador pequeño, la cafetera, un microondas y una mesa con cuatro sillas para comer.
Tomó la jarra del café, comprobando con desagrado que nadie había tenido la cortesía de preparar el café ese día; así que lo hizo él. Lo que sea para no regresar al cuarto con los miles de papeles que pretendían enterrarlo vivo. Se cruzó de brazos, tamborileando el dedo índice sobre su hombro, esperando a que el brebaje estuviera listo cuando por el rabillo del ojo observó la familiar figura de una mujer. Ella entró al lugar, se asomó a la cafetera y solo entonces se percató de que él también estaba allí.
—Buenos días, Kyoyama–san.
—Buenos días, Asakura–san —respondió de mala gana, en un murmullo ininteligible.
—Acabo de encenderlo —le dijo Hao, mientras en su boca se asomaba la sonrisa maliciosa que no podía reprimir. La última vez que esperaron el café juntos, fue mucho más divertida e íntima—. Te puedo servir una taza cuando esté listo.
Sus ojos destellaron cuando se lo sugirió. Anna comprendió de inmediato la razón, o mejor dicho, el recuerdo que acompañaba dicha frase, y desvío la mirada para ocultar su ofuscación.
—No es necesario. Puedo hacerlo yo misma, gracias —le respondió mordaz, y se dio la media vuelta.
Después de verla partir, Hao se quedó en ahí para esperar a que el café estuviera listo y sirvió una taza para ella. Más que cortesía era su pretexto para entrar en su oficina y poder hablar con ella, el preámbulo para lo que tenía que decir. No soportaría esos meses con la interrogante en su cabeza.
Se quedó debajo del dintel con la taza en las manos y la observó. Estaba de pie, dándole la espalda a la puerta. Llevaba unos botines de piel negra con tacón cuadrado, medias negras y una coqueta falda del mismo color que apenas y llegaba a la mitad de sus muslos. Un suéter tejido oversize de color blanco, que dejaba al descubierto ambos hombros, completaba el estilo. Se preguntó cómo hacía ella para lucir tan coqueta y dulce, casi inofensiva. ¿Cómo podía ocultar su carácter infernal tras ese look tan tierno?
Ella se volvió al terminar lo que estaba haciendo, deteniéndose en seco cuando lo encontró en su oficina. Al ver lo que tenía entre sus manos, puso los ojos en blanco. Se giró sobre los talones, y su cabello recogido en una coleta alta flotó lejos de él.
—¿Necesitas algo, Asakura–san?
—Te traje café —le dijo tranquilamente, le dejó la taza en el escritorio y se sentó en la silla de madera frente a este.
—Que amable —le respondió arqueando las cejas—. No te hubieras molestado, ni a mí, de paso.
—Después de dos meses en los que no supe nada de ti, lo menos que podía hacer era traerte el café que te prometí en aquella ocasión, ya sabes, cumplir con mi palabra aunque te fuiste sin decir adiós.
La sorpresa embargo a Anna con ese comentario no duró mucho. Se sacudió rápidamente cualquier emoción o sentimiento de culpa, si es que éste se presentó, y sonrió con satisfacción.
Hao se cuestionó qué era lo que estaba pensando, quería saber qué había ocurrido como consecuencia de esa noche. ¿Es que se arrepentía o se alegraba? ¿Por qué tan de pronto aceptó una invitación con la que él no pretendía obtener nada en primer lugar ? Cuando lo pensaba a fondo, sólo podía concluir que fue un golpe de suerte cuando esa noche ella le indicó que quería ir a su departamento, y casi un milagro cuando ella le beso tan intensamente, abrazándolo y buscando su calor.
—Vaya, entonces que te ignorará lastimó tu ego.
Todas sus preguntas se ahogaron en su garganta, dudas reemplazadas con maldiciones. Endureció su expresión.
—¿Eso te gustaría, no? —En su boca formándose una sonrisa felina, llena de orgullo y arrogancia—. Jugar conmigo y salirte con la tuya. Pues lamento decirte que he estado en este juego mucho más tiempo que tú como para que eso ocurra. Aunque… —la recortó con la vista, de pies a cabeza—si que he pensado en ti. —Se mordió el labio inferior para acentuar sus palabras.
Anna se sentó al otro lado del escritorio, sosteniendo entre las manos un bonche de papeles que aún le faltaba revisar.
—No fue tan memorable como quisieras —afirmó.
Hao no contestó, le importaba poco sus afrentas. Estaba ocupado, dándole vueltas a esa idea que tenía en la cabeza, esa que llegaba a él con tanta frecuencia como sus interrogantes.
—Y sin nada embargo, sabes perfectamente a qué me refiero con lo que te estoy diciendo.
Anna levantó la vista de los documentos, suprimiendo con esfuerzo el gesto involuntario de las comisuras de sus labios. Ahí estaba. La señal definitiva (o eso quería creer Hao) de que ella también pensaba en esa noche. Encendió la computadora y empezó a comparar los documentos con las indicaciones que un correo electrónico contenía. Hao entendió la indirecta, no iba a seguir con esa conversación más tiempo, y él se dispuso a retirarse.
—Quien sabe, esa noche fue… singular —admitió Anna. Permanecía atenta a su tarea, casi como si lo hubiera dicho sin querer, sin embargo un tono coqueto plagaba sus palabras, una sutil cadencia en sus palabras que se le coló debajo de la piel, erizándole los vellos de los antebrazos. Hao se detuvo en seco,
—¿Singular? Estoy seguro de que se podría describir mejor que eso
—Quizás. —Anna se encogió de hombros. Y por fin lo miró a los ojos.
—Suena como si necesitaras refrescarte la memoria.
Anna se tocó la mano izquierda de forma instintiva, sin separar sus ojos ámbar de los castaños de él. Se dio cuenta de que en su mano izquierda no había ningún tipo de joyería, pero había una sutil sombra de piel más clara que dejaba en evidencia que hace un tiempo hubo un anillo ahí.
Ella estaba comprometida ¿No? Si no mal recordaba, hacia un par de años, tal vez tres, lo habían invitado a la comida tan esplendorosa que organizaron por el compromiso de esos dos, él asistió y paso la tarde en una mesa, solitario, revisando a su teléfono y aplaudió en los momentos adecuados. La idea de que Yoh se había sacado la lotería con esa chica que se veía tan enamorada fue lo único que pude pensar durante los siguientes tres días.
¿Había roto el compromiso con Yoh? ¿Hacía cuánto tiempo? ¿Era su culpa? Trato de hacer memoria pero no recordaba nada acerca de la joyería de Anna en esa cita, aunque tenía perfectas nociones de la ropa interior que usaba ese día, aún guardaba esas pantaletas en algún cajón.
No le dedico dos segundos a ese hecho, no valía la pena, podría pensarlo en la privacidad de su propio departamento. En ese preciso instante, era más importante ver como Anna se mordía el labio inferior y volvía el rostro hacia la pantalla de su computadora, en busca de una excusa para desentenderse de su insinuación.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, básicamente, es una propuesta. Si tu quieres, podemos ser amigos con beneficios
Anna bufo audiblemente, pero un rubor suave tiño sus mejillas de color rosa. Se cruzó de brazos, manteniendo el acto de chica fría y ruda, pero Hao sabía que en ese momento era solo una fachada con la que pretendía mantener la calma.
—Tú y yo no somos amigos, Hao.
—Detalles, detalles. Si no te gusta el título, lo podemos cambiar, pero estoy seguro que sabes a qué me refiero. No tenemos que ser ni siquiera amigos si no lo deseas, sólo…
Dejó que la frase quedara inconclusa, sabiendo que ella era capaz de completarla. Se reclinó en la pared, paseando la vista por la pequeña oficina de Anna. Ella permanecía sentada en ante el escritorio, un tamborileo nervioso en una mano la delataba. Detrás de ella, el ventanal de piso a techo daba pie a una vista privilegiada del intrincado panorama de Tokio, pasos peatonales, el parque cercano, los edificios de oficinas altos y el tren a desnivel que pasaba por una esquina.
—¿Qué ganaría con eso?
—Un buen rato —dijo al fin—. Tú sabes como es, sé que no necesito deletrear todos los beneficios del sexo —sonrió de medio lado—. Te puedo asegurar que estarás satisfecha, y no tendrás que preocuparte por nada. Sin compromisos.
Hao se encogió de hombros, restándole importancia al asunto, pese a que tenía tiempo pensando ese tipo de cosas.
—¿Y que te hace creer que yo quiero eso?
—Sé que no fui el único que se divirtió esa noche. Y en caso de aceptar, yo haría todo por ver que tú también lo disfrutes.
—Creo que no. Gracias por la oferta, pero no va a pasar.
—¿Qué te detiene?
Anna le dirigió una mirada incrédula, para después pasear la vista por la oficina. Señaló el mobiliario que la rodeaba, los papeles ante ella y el computador encendido. Hao entendió de inmediato: un contrato jugoso, un buen empleo y la necesidad de evadir posibles escándalos.
Ella regresó a los papeles y comenzó a acomodarlos en carpetas de manila. Por su parte, el joven se supo derrotado. Dio media vuelta para salir del lugar:
—Sigue intentando, Hao. Quizás lo consideraré si me das razones suficientes.
—Nos vemos más tarde, Kyouyama —le respondió Hao. Pero cerró la puerta tras de sí, complacido de que al menos la propuesta no había sido recibida con oídos sordos. Ahora estaba seguro de que Anna tenía cierto interés. Y él era un hombre paciente.
Conforme pasaron los días y las semanas, el ambiente dentro de la oficina fue mejorando, adaptándose, poco a poco todos parecían contentos con la forma en que todo se había desarrollado. El ambiente era jovial la mayor parte del tiempo y era notorio en todos los empleados, los jefes y los compañeros, todos excepto una persona.
El único que parecía estarse volviendo loco con su presencia en la oficina era Hao, que atrapado entre montañas de papeles y las miradas ardientes de Anna, estaba que no podía más.
Todos los días la veía pasar con un conjunto nuevo. Suéteres ajustados con minifaldas a tablas de tela escocesas, vestidos al muslo con botines de tacón, blusas de botones con faldas de lápiz que se le antojaba arrancarle con los dientes. Y cuando menos pensaba, ella había pasado a su lado con ese perfume floral que no podía olvidar, evocando recuerdos ardientes que lo ponían impaciente. Pero lo peor era cuando se quedaban solos en el mismo lugar, ya que era imposible para el concentrarse.
Lo turbaba, al grado en que terminaba cometiendo errores de novato. Justo como ocurría en ese momento, en que la subestimó.
Estaba sentada frente a su escritorio con las piernas cruzadas y con un brazo apoyado en la silla y el otro sosteniendo un lápiz ansiosamente. La razón de la visita era que Hao estaba revisando una modificación a los planos que él mismo había solicitado. Fue un mero pretexto para hacer que ella tuviera que entrar a su oficina y poder hablar con ella un poco. Pero Anna era imposible de engañar. Se empeñó en presenciar la revisión y supervisar cuando le dieran el visto bueno convencida de que solamente así se evitarían".
El tiro le había salido por la culata. Y ahora tenía que hacer espacio en su apretada agenda para revisar los planos bajo la mirada de halcón de Anna. Tal parecía que esa farsa le costaría mucho más tiempo todavía, ya que no se concentraba. Más bien, llevaba quince minutos "estudiando" las líneas del plano que eran los muslos de Anna, enfundados en esas mallas.
—Deja de verme así —le ordenó la rubia, rompiendo el silencio.
Sintiéndose descubierto, en especial porque creía que había sido bastante discreto con la forma en que la recorría sus formas. Gruñó enfadado.
—No seas tan vanidosa. —Hao le dirigió una mirada de medio lado, apoyando el rostro sobre la palma de su mano, procurando ocultar la sorpresa de que lo pillaron—. Nadie te estaba mirando.
—¿Entonces lo imaginé?
—Podría ser… —Hao se encogió de hombros y volvió la vista a la pantalla.
Anna torció el gesto, mostrándole una sonrisa suspicaz. Comenzaba a impacientarse. Paseaba la vista por el lugar. Era una oficina del doble de amplia que la de ella, alfombrada y con un archivero en la esquina más alejada, junto a un librero atascado de carpetas y libros delgados. Las ventanas que daban hacia el resto del piso, tenían persianas de plástico a medio cerrar. La joven deseaba que todo eso terminara pronto para poder regresar a su oficina y trabajar en silencio.
Le mortificaba estar en el mismo espacio que Hao, lo evitaba como la plaga. No porque lo odiara, sino porque le costaba mantenerse estrictamente profesional a su alrededor. Era difícil mantenerse en papel, cerrar los ojos y pretender que nunca no notaba los músculos bajo el traje, o la mirada ardiente que él le regalaba, o cuando la invadía el recuerdo esa ocasión, recuerdo que nunca admitiría que rememoraba en las noches solitarias cuando sentía cierta necesidad que debía satisfacer ella misma. Se mordió el labio, enfadada.
Ella no sería la única cuyo profesionalismo se pondría a prueba durante los meses que el contrato fuera vigente.
Los ojos castaños de ese hombre suculento volvieron a vagar fugazmente por la piel de la rubia. Aprovechaba esos momentos de distracción en que tenía la vista perdida en la ventana a su derecha. Seguía jugueteando con el lápiz, que movía inquieta, de arriba a abajo y que enredaba en la fina cadena dorada del collar que utilizaba ese día. Los ojos castaños siguieron el movimiento del lápiz que iba de los labios rosas a la blusa beige. Anna se mordió el labio cuando noto que los ojos de Hao no intentaron continuar con la revisión minuciosa que estaba llevando a cabo. Acercó la punta hasta su blusa y el primer botón se desabrochó en silencio. Lo vio tragar saliva discretamente.
—Supongo que tienes razón. —Sentenció, dejando que su voz descendiera un tono, arrastrando las palabras hasta que obtuvo toda la atención de ese hombre—. Debí imaginarlo.
Hao ya ni siquiera se molestó en pretender que trabajaba. Respirando profundamente, controlando su pulso, pensó en que tenía que concentrarse en los planos, pero sus ojos permanecían fijos en la punta del lápiz. El colmo era que ella se hizo de la vista gorda, paseando la vista por la oficina, asegurándose que no hubiera miradas curiosas cerca de las ventanas de la misma. Cuando de pronto ¡pop!, otro botón se abrió. En esta ocasión, el sostén quedo a la vista, de color blanco inmaculado con encaje que bordeaba la tierna piel de sus pechos. Hao sintió un calor extendiéndose por toda su piel, una excitación que amenazaba con volverse incontrolable, a medida que veía como el lápiz se acercaba peligrosamente al tercer botón. Separó la vista de ella, casi dolorosamente.
—¿Puedes dejar de hacer eso? —le soltó de golpe, perdiendo la paciencia.
—No estoy haciendo nada. Debes de estar imaginándolo.
—Ja, ja, muy graciosa —resopló Hao, rindiéndose al fin.
Era humillante caer en su juego y reconocer que ella siempre estaba por encima de él, astuta y hábil, jugando a tentarlo. El cosquilleo que nacía en su entrepierna era difícil de ignorar.
Giro en la silla, para encararla. Pero ¿Que se suponía que le dijera? ¿Cómo diablos podía mantener la cordura, siquiera, teniendo la así? Sentada cómodamente en la silla, con las piernas cruzadas y dos botones de su camisa abiertos de par en par, el collar descansando en su esternón recordando el privilegio del que él carecía. La entrepierna de Hao reclamaba atención urgente.
Anna se inclinó un poco y el tercer botón cedió. Miro dentro de su propio escote, como si la sorprendiera lo abierta que había quedado su camisa de satén. Se llevó un mechón de cabello rubio detrás de la oreja mientras su cara era la definición encarnada de la inocencia.
Mentalmente Hao se maldijo por su estupidez. Y todo porque ese día la falda de lápiz de imitación cuero se le veía tan bien que tuvo que ser tan idiota como para buscar un absurdo pretexto. Había imaginado que después de llamarla, ella entraría a su oficina y se retiraría de inmediato, dándole la oportunidad de ver su trasero redondo con total impunidad. Pero no. Ella tenía que sentarse sin invitación y anunciar que no se levantaría de ahí hasta que el plano fuera aprobado.
—Es suficiente —masculló. Odiaba tanto la forma en que le costaba pensar racionalmente.
—¡Claro! En cuanto te dejes de tanta mierda, Hao —respondió Anna con el hielo traspasando cada sílaba. Se acomodó en la silla, dejando que sus piernas cambiaran de posición, en un movimiento casi erótico—. Deja de llamarme a tu oficina por cualquier estupidez. Tú y yo sabemos que mi trabajo es impecable, así que, se un buen chico y haz tu trabajo sin comprometer el mio. ¡Ah! Para que lo sepas, esos pretextos de que hay que hacer "cambios" para los planos son francamente patéticos.
Hao entrecerró los ojos. Las palabras filosas habían dado en el blanco, dañando su orgullo. Desechó la idea de responderle de forma impulsiva y reconoció para sus adentros que en verdad Anna podía observar más allá de los detalles. El arrebato no era el modo.
Se puso en pie, se acomodó la corbata y el saco para después rodear el escritorio, quedando justo frente a ella. Ignorando lo mejor que podía esos pechos que le distraían buscó las palabras precisas.
—¿Así? Pretextos, dices—le dijo en tono desafiante. Ella no se amilanó ante el porte fuerte que él proyectaba.
—Es lo que son.
—¿Y porqué tendría yo que decirte estos pretextos?
—Porque no tienes las pelotas necesarias para decir lo que quieres.
¡Qué descarada! ¿Así que no tenía el valor necesario? Dentro de él ardió un fuego, intenso y potente. Alzó una ceja antes de inclinarse sobre la silla, apoyando ambas manos en los descansabrazos de la misma. Anna se enderezó por la brusquedad del movimiento. Un par de centímetros era la única distancia entre los dos, Anna le sostuvo la mirada, empecinada en no dejarse impresionar.
—Si lo que te gusta es que sean directos, no hay problema con eso… —la recorrió con la mirada, de tal manera que ella se ruborizó— Kyoyama, tus planos no van con la estética del proyecto y los tienes que corregir.
Anna abrió los ojos de par en par, esa frase era lo último que esperaba que saliera de la boca de su "compañero". La impresión pasó rápido, siendo reemplazada por el agravió, mil inundada con ideas homicidas que seguramente podría llevar a cabo en ese mismo momento si así lo decidiera. Pero Hao aprovechó el aturdimiento que el comentario tan inesperado le causó, estiró la mano derecha y abrochó la blusa. Anna quedó pasmada, de pronto las palabras, el sarcasmo y su actitud mordaz se habían ido. Hao moría por besarla ahí mismo, esos labios tan cerca. Dejó la mano derecha en su hombro y la izquierda se movió con seguridad hasta su nuca, donde acarició su cuello, percibió como la respiración de Anna aumentó. Acercó su boca al oído de ella.
—Y sí, muero por llevarte a la cama una vez más, mil veces más. No me bastó con esa noche. —Se alejó, enderezándose, y llevándose ambas manos a los bolsillos—. Pero negocios son negocios, y no voy a dejar que eso me haga perder mi objetividad.
Se giró para tomar la memoria USB y devolvérsela a Anna. Al tomarla, ella inmediatamente se levantó, ofendida. Un aura peligrosa la rodeaba como una nube negra. Hao se acercó a la puerta de su oficina y abrió la puerta con gentileza, exhibiendo una sonrisa cálida que escondía muchas cosas.
—Sería todo, Kyoyama. Muchas gracias por el buen trabajo —se despidió.
Anna se aclaró la garganta antes de mirarle por sobre su hombro.
—Gracias, Asakura–san. —Su voz era dulce, pero aun así los vellos de los brazos de Hao se erizaron en alerta cuando la escucho—. Procuraré atender sus indicaciones con cuidado. No dejaré que esto sea tomado a la ligera.
Pasaron las fiestas decembrinas y el año nuevo, las nevadas habían llegado y cubierto a Tokio con un suave abrigo blanco por doquier. Pero esas eran todas las novedades que se podían contar. Esa tarde en particular estaba encerrado en su oficina y había dejado todas las visitas para después, pospuso las reuniones y le indico a Aoi-san que nadie podía molestarlo alegando una carga de trabajo mayor que debía sortear el mismo.
La verdad era que no estaba de humor para pasar el tiempo con los compañeros de la oficina. Estaba harto de escuchar esas conversaciones y rumores que corrían por el piso de la empresa. Al parecer un chico llevo un ramo de flores para Anna la semana anterior, y era la comidilla de la empresa. No era el primero que se tomaba el atrevimiento, pero si era el que le había colmado el vaso. Un mes completo había transcurrido desde esa ocasión en que le explico su propuesta a la rubia, y desde entonces, la chica tenía como principal diversión torturarlo con sus atuendos y un que otro acercamiento; sin embargo no había dicho ni media palabra acerca del asunto.
Se puso de pie y se acerco a la ventana, mirando a los transeúntes. Meditó sobre todo lo que había ocurrido, sobre Anna y lo que sabía de ella que no era mas de 3 oraciones juntas: "Anna me atrae completamente. Anna tuvo una relación con su hermano gemelo. Anna es un misterio."
Sabía que había terminado su compromiso con Yoh, pero ¿bajo qué circunstancias? ¿fue acaso una consecuencia de esa noche? ¿O esa cita había sido un clavo más en el ataúd de esa relación? ¿porque había aceptado salir con él? ¿se arrepentía de haberse ido a la cama con él?.
Sopesando la situación, entendió porque Anna se negaba a darle una respuesta definitiva, y es que, aun y cuando entre ellos dos no había una historia, ambos tenían mucho bagaje que sortear. Si tan solo pudieran sortearlos retozando entre las sabanas, el podría soportarlo.
Apoyó el brazo izquierdo en el cristal y la frente en el antebrazo. Se odio a si mismo por lo insensible de sus pensamientos, pero le era imposible negar esos deseos. Saber que era soltera y sin compromisos, despertaba en él una necesidad que no encontraba sosiego. La deseaba.
—Quizás lo mejor es olvidarlo —se resignó, murmurando para si mismo.
Después de Anna, había salido con varias chicas, una distinta cada semana, pero aunque habían sido citas amenas y con un resultado sexual satisfactorio, no se equiparaba a lo que había sentido en esa ocasión. La chispa de electricidad que erizaba los vellos de sus brazos era inexistente con aquellas mujeres, esa sensación de magnetismo al rozar la piel de las chicas era inexistente. Era el colmo. Tardaría bastante tiempo en sacársela de la cabeza y en olvidar esa sensaciones. Maldición ¿Con que embrujo lo maldijo?
Era sábado. Quizás podría al ir a algún bar conseguir una cita.
El cielo empezó a cambiar de color, tornándose naranja con algunos tonos rojizos en el horizonte. Reviso el reloj de pared para confirmar que ya casi era hora de salir.
Sí, lo mejor era dejarla ir.
Alguien tocó a la puerta, un golpe tembloroso. Era su asistente. Abrió la puerta, nerviosa, el cabello negro relucía bajo una diadema rosa.
—Buenas tardes —le sonrió, sonrojándose—. Estuve marcando por la línea pero no contestaba. Tuve que venir, espero no haber interrumpido.
Aoi era una chica sencilla que vestía formalmente; al verla era fácil saber que siempre había sido tímida y que jamás confesaría en voz alta que tenía un fuerte crush con su jefe, él. Era linda, a su modo. Se imaginó que sería fácil engatusar, cerrar la puerta de la oficina y las persianas sin que ella dijera ni pío. Dedujo que si se acercaba por su espalda y le murmuraba cosas indecentes y tiernas, ella no se resistiría, quizás hasta le temblaban las piernas o soltaría esa pluma a la que parecía aferrarse como un salvavidas.
Pero la verdad, es que, no quería nada de ese tipo en ese momento. Si, necesitaba alivio para el estrés, una manera de desfogar esa incomodidad que le había dejado Anna, no iba a mancillar su nueva oficina ni se arriesgaría a una demanda por acoso sexual en el trabajo. No valía la pena perder esa comisión por algo que podría arreglar más tarde en un bar.
—No te preocupes, estaba tomándome un respiró —le dijo, y volvió la vista a la ventana, pisos mas abajo, las personas que iban y venían, ignorando el futuro pero preocupados por el día siguiente le provocaron una molestia más. Que diminutos eran.
—Es que, en la puerta está la…
—¡Hao! ¿Qué se supone que estás haciendo? ¿Escondiéndote de tus errores? ¿O porque diablos no contestas el maldito teléfono? —Escuchó la voz familiar y determinada de una mujer.
La rubia despampanante se acercó pisando fuerte y pasando por un costado de la recepcionista, ignorándola por completo. Aoi trato de detenerla pero Hao le indico con un gesto de la mano que no había problema y que se podía retirar. Ella asintió con la cabeza.
—Buenas tardes para ti también, Kyoyama–san —contestó Hao. Por el rabillo del ojo vio a su asistente salir de la oficina, intranquila, cerrando la puerta tras ella. Inmediatamente después de escuchar el pestillo, el rostro de Hao se transformó —. ¿Qué quieres, Anna?
—¡Que te dejes de tonterías! ¡Es una reverenda estupidez lo que me estás pidiendo! Sé que te gusta torturarme con esos estúpidos detalles, pero este es el colmo. —Le lanzó una carpeta de manila en el escritorio, del cual salieron varias hojas de papel impresas—. ¡Ya te dije que dejes de meterte con mi trabajo!
—¿De qué estás hablando? —le rezongó, genuinamente confundido. Tomó la carpeta y la abrió para ojear su contenido
—¡No se que diablos has estado diciéndole a ese idiota de Mansumi Oyamada! —bufó indignada. La rabia en sus ojos relampagueaba, amenazando con convertirse en una tormenta que arrasaría con todo a su paso. Esa era la Anna que recordaba, peligrosa y determinada—. ¡Pero ahora mismo vas a terminar con esto! ¡Vas a llamarle y decirle que deje de arruinar los planos con sus estúpidas peticiones exprés!
Anna dio un golpe sordo en el escritorio, para enfatizar sus demandas. Jamás la había visto tan furiosa.
—¿Qué yo qué? —se quejó Hao sujetándose de la sien. En un segundo, esa mujer le había provocado un dolor de cabeza que le ensordecía—. ¿Qué diablos te estás imaginando que hago en mi trabajo?
—¡Esto!
Hao no había notado que debajo del brazo llevaba su tableta, la encendió y le mostró la bandeja de entrada de su correo. Ahí estaban varios mensajes recibidos ese mismo día cuyo remitente era el cliente y cada uno de ellos con diferentes frases incoherentes escritas como asunto del mensaje. Con los papeles en la mano y la tableta frente a él, la mente de Hao marchaba a mil por hora, tratando de comprender lo que pasaba. Había estado tan ensimismado en sus pensamientos, que olvidó que estaba aún en la oficina.
Le quitó la Tableta de las manos para revisar con cuidado los correos. Mientras, Anna se cruzó de brazos, haciendo sonar la punta del zapato de tacón. Ahí estaba escrito un montón de indicaciones que no cuadraban con el plano original que se había discutido en las reuniones previas al desarrollo del proyecto. Ideas inconexas que demandaban ajustes inmediatos. ¿Una fuente dónde? ¿La escalinata qué? ¿Cómo diablos pretendía que agregara un elevador? ¿Qué carajos era todo eso?
La peor parte es que segregaba un párrafo al final donde explicaba a Anna que estas modificaciones habían sido aprobadas por el consejo y el director de la obra, y que esperaba poder ver un primer borrador del trabajo el siguiente lunes a las 10 am.
—Yo no soy el director del proyecto ni de la obra —le aseguró con voz neutra, aún pensando que tenía que hacer en este caso, tratando de calmarla—, y tampoco estaba enterado de todo esto.
—Entonces ¿Qué está pasando? —Anna detuvo el tamborileo que llevaba en el pie, y fijo la vista en el joven de cabello castaño que tomaba apuntes rápidamente en un bloc de notas amarillas.
—No tengo idea. Dame veinte minutos y averiguaré que ocurre.
Anna se sentó, cruzándose de piernas y con una mueca desagradable en su rostro. Su rabia inundando el lugar.
—Aquí esperaré.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, Hao averiguó todo lo que sucedía y se podía resumir de la siguiente manera: Oyamada era un diminuto hombre adinerado y caprichoso.
Al parecer había visitado algún país extranjero por negocios y se le ocurrieron todas esas modificaciones de último minuto. Todas estas sin importarle los costos, horas extras o que la obra ya había iniciado, el terreno había sido allanado y las zanjas de los cimientos se comenzarían en las próximas horas. Un desastre colosal al que los jefes consintieron pese a todos sus argumentos, evidentemente, el dinero tenía argumentos más persuasivos.
—Básicamente, solamente tenemos dos opciones: renunciar o trabajar horas extra —le dijo con desagrado. Mentalmente se despidió de su noche de juerga, ya tendría tiempo para encontrar a una persona con la cual salir otro día. Quizás se tomaría un día libre a cambio de las horas extras que iba a invertir ese fin de semana.
—Sabía que debía renunciar —respondió Anna, gruñendo por lo bajo.
—Aun estas a tiempo —le dijo Hao, que había comenzado a empatizar con la idea.
—Puedo con esto y más.
Anna se levantó y salió de la oficina. Fastidiado, Hao tomó el teléfono y llamó a su recepcionista, indicándole que podía retirarse, ya que esa noche él cubriría tiempos extra. Después marcó a un restaurante para que le enviará la cena y se dispuso a trabajar. Aquella sería una larga noche.
Ella se frotaba las sienes con los dedos índice y medio, buscando una forma de alivio para el dolor que amenazaba con reventarle la cabeza. Mantenía los ojos cerrados, con los codos apoyados en el escritorio, en un murmullo iba diciendo los números del uno al diez. La luz de su computadora, blanquecina, era lo único que la iluminaba. El resto de su oficina estaba en penumbra igual que el piso completo.
Hao se apoyó en el marco de la puerta, esperando a que lo invitaron a largarse de ahí. Pero no fue así, continuaba respirando profundamente tratando de relajarse y darle un alivio a su mente. Lo sabía perfectamente con solo verla. Estaba estresada, ansiosa y bastante cansada.
—¿Todo bien Kyoyama? —le preguntó en voz baja.
Ella no se dignó a cambiar siquiera su postura. Gruño un "perfectamente", y continuó masajeando sus sienes, ignorándolo. Al recibir esa respuesta tan parca, pensó en dejarla en paz, sin embargo no pudo hacerlo. Le mortificaba verla así. Se maldijo a sí mismo, y entró en la oficina, con los pasos silenciosos de un felino.
Se detuvo justo detrás de ella, dudando sobre la manera correcta para proceder. Anna no dijo nada, indiferente, tal vez ni siquiera noto que había entrado. Y por un instante considero las consecuencias de lo que iba a hacer, pero, las desecho todas. Lo que quería era darle una muestra de amnistía a la rubia.
Colocó ambas manos en los hombros de la chica, quien se enderezó de inmediato al sentir el contacto físico. Hao fingió no notar la sorpresa de Anna, procediendo a sobar los doloridos músculos del cuello de la chica. Para su sorpresa, ella no reaccionó de forma violenta, ni lo rechazó. Levantó la cabeza para verle mejor.
—¿Qué se supone que estás haciendo, Hao?
—Ayudarte a aliviar esa tensión —respondió con simpleza el aludido, sin detener su acción.
—Aprecio el gesto, pero no es necesario, gracias —dijo la rubia. Sujetó una de sus manos y la retiró, antes de volver a su hoja de diseño en la computadora, ignorándolo magistralmente.
—Mientes —le respondió y volvió a masajearla lentamente, con ambas manos—. Hace unos momentos parecías al borde de un colapso.
—Ja, ja, que gracioso. Lamento decirte que no es lo que tú crees, Las apariencias engañan
—Sin duda —concordó Hao.
Sus dedos presionaron un punto dolorido con delicadeza, y ella se estremeció. Antes de que pudiera reprimirlo, un gemido de placer escapó de entre sus labios. El sonido fue música para los oídos de Hao, quien continuo con su tarea, masajeo hasta que logro aliviar la zona.
Anna se acomodó, apoyando ambos brazos ante la computadora y dejándolo continuar, no discutió más ni le rechazo. Pronto el cuello y los músculos de los hombros estaban libres de puntos dolorosos; pero Hao pensó que lo mejor era estar seguros de que todas las tensiones habían ó el amplió suéter por sus hombros, para hacer que quedara al descubierto la parte superior de su espalda y los hombros. Aparto también el claro cabello a un costado, para continuar. Allí donde la había tocado con un poco más de fuerza, su piel se notaba ligeramente más sonrojada, y contrastaba con lo blanco de su piel. De la boca de la chica brotaron unos cuantos gemidos trémolos, delicados, que ella se empeñaba en ocultar.
Anna estaba disfrutando, y él también.
Con cada sonido que su voz de sirena emitía, Hao sentía que sus pantalones se encogían, o más bien, que algo entre sus piernas crecía. El tocar esa piel que anhelaba, escuchándola de ese modo, hacía que se pusiera duro. Que ganas tenía de poner su verga entre sus piernas, sentir su coño caliente y mojado. se preguntó si con ese masaje inocente ella había tenido ideas indecentes, si cada vez que sus dedos frotaban sus hombros y cuello, su deseo también se había encendido. No sé iba a quedar con la duda.
—Hoy refrende mi oferta sobre lo que podemos hacer para sobrellevar estos meses en que debemos de trabajar juntos. ¿La has considerado?
—Hao, tu oferta, aunque tentadora, no es lo que necesito en mi vida en este momento.
—¿Segura?
—Mucho —le contestó desafiante, aunque su voz falló el dar el tono de voz adecuado. No pudo darle esa inflexión amenazante que usaba siempre que vocalizaba su determinación final. No. Él podía escuchar esa nota de lujuria en el fondo de su voz.
—¿Y hay algo que pueda hacer para que cambies de opinión?
—No lo creo —afirmó Anna.
Anna se había acomodado de tal manera en su silla que ahora podía ver su rostro. La luz de la pantalla creaba un conjunto de tonos azulosos inesperados en su rostro que contrastaba con el ámbar de sus ojos y sus cabellos claros. Ella elvanto el rostro para verlo cara a cara, y lejos de notar su expresion, solo se dió cuenta de que su boca estaba ahí, a su alcance.
Se inclinó y con la mano izquierda, sostuvó el rostro de la chica. La miró un momento, repasando los rasgos de su rostro antes de besarla. Ella le correspondió, mordisqueando su labio inferior. No duró mucho tiempo, pues él se separó para seguir insistiendo.
—¿Qué te parece si te doy una muestra de lo podrías ganar si aceptaras?
—¿Una muestra? —Anna arqueo la ceja, incrédula de lo que acababa de escuchar. Se acomodó en su asiento y revisó la pantalla del ordenador nuevamente.
Hao quería su atención, quería que lo escuchara. Y no iba a aceptar su indiferencia. Asiendose del respaldo de la silla, la rotó hasta que quedaron frente a frente el uno del otro. Anna se cruzó de brazos y piernas. Hao pensó que esa expresión reflejaba completamente a Anna, su lado duro, complejo e irascible, tan racional y pragmática que poca gente se le enfrentaba. La actitud altiva y el suéter todavía mal colocado, dejando ver el tirante de su sostén. Hao se inclinó, apoyando las manos en los descansabrazos de la silla y acercando su rostro al de su rival, hasta quedar a meros centímetros. La tensión era palpable.
—Digamos que es como una prueba... —le dijo con una sonrisa seductora. Anna desvió la mirada, clavándola en el escritorio que estaba tras ellos, tratando de ocultar sus pensamientos— si no te gusta, dejaré de insistir.
Anna dudó, mordiéndose el labio inferior.
—¿Y en qué consiste esa muestra?
Pese a que ella parecía indiferente, podía escuchar en su voz un atisbo de interés. Hao sonrió, malicioso, había estado esperando ese tipo de respuesta. Sin decir una sola palabra sobre lo que planeaba, separó sus piernas con la rodilla.
Anna le preguntó que estaba haciendo, mirando a su alrededor, preocupada de que alguien pudiera atraparlos. Hao divisó que había dejado la puerta de la oficina abierta, lo mismo que las persianas que tenían. Sabía que nadie llegaría a la oficina, pero, había un guardia que el edificio tenía contratado y hacia sus rondas de vez en cuando. Decidió que por precaución lo mejor era hacer las cosas rápidamente, sin rodeos.
Llevó su mano derecha directamente a la entrepierna de Anna y sintió la tela sedosa y suave que eran sus pantis. La miró a los ojos, seductor, dedicándole una sonrisa torcida. comenzó a frotar su coño por encima de la tela.
—Consiste en que… —le murmuro al oído, en un tono de voz bajo— voy a darte lo que necesitas, cada vez que lo quieras.
Anna mantenía los brazos cruzado, tercamente, manteniendo la mirada fija en sus ojos castaños, apretando los labios. Pero no podía ocultarlo, todo esto la estaba excitando, mantenía las piernas separadas para él, apretaba la boca en una fina línea como si estuviera conteniéndose cada vez que rozaba su clítoris, y sus pantaletas se habían humedecido. Apartó la tela e introdujo su dedo medio y anular dentro de ella. Estaba tan mojada, que podía entrar y salir sin dificultad. Anna cerró los ojos apretándolos, y su respiración adquirió un ritmo errático. Pronto acomodó su pelvis para que sus dedos continuarán.
Hao sintió sed, la clase de sed que solamente podría ser saciada cuando la probara a ella, cuando pudiera saborear sus jugos una vez más, y llenarse hasta la barbilla de todo lo que Anna tenía. Se recordó a si mismo que esto era algo rápido, una "muestra", y que ni siquiera habían cerrado la puerta.
Aumentó el ritmo, el movimiento de su muñeca describiendo círculos mientras sus dedos permanecían dentro, tocando los pliegues dentro de ella. Anna descruzó los brazos y se asió de los bordes de la silla, que temblaba como consecuencia del movimiento de cadera que con que ella cooperaba. Anna alzo el mentón, dejando que su cuello quedara expuesto.
Ahí quedo la última fibra de autocontrol que tenía Hao. No pudo más, se inclinó y le beso el cuello, los hombros, la clavícula, recorriéndola con la lengua. Con la mano libre, bajo aún más el suéter, y sus pechos dentro de un discreto bralette blanco quedaron a la vista. Buscó dentro del bralette los pezones de rozados que no tardaron en endurecerse bajo su tacto. Anna dejo salir un gemido que trato de amortiguar llevándose la mano a la boca. Todo en vano. Su voz inundaba la oficina.
Hao se relamió los labios. Sacó los dos dedos de su interior, y así como estaban de empapados, buscó ese pequeño botón de placer que estaba sensible; enviando con cada rose sensaciones placenteras por todo el cuerpo de ella. Pensó en dejarla así, mojada y a medias cuando recordó cuanto odiaba que hicieran eso. Acomodó su mano para poder dedearla más rápido, al tiempo que seguía estimulando su clítoris. Hao tragó saliva, fascinado por la forma en que Anna ahora se retorcía en la silla, dejando caer sus rodillas a los lados, abriéndose por completo ante él. Se había llevado una mano al pecho, acariciándose y dejó que el tirante del bra se corriera por su hombro.
La visión era cautivadora: el suéter oversize removido, dejando al descubierto sus hombros y la parte superior de sus brazos, el pecho a la vist con el bralette mal acomodado exhibiendo sus tetas, la falda arriba hasta la cintura con las piernas abiertas de par en par, ella tocando sus senos y reprimiendo los gemidos que tenía en la garganta. Podía escuchar como sus dedos entraban y salían con facilidad, con ese sonido acuoso, sus rodillas temblando ligeramente.
Él estaba igual de excitado, la erección dentro de sus pantalones era dolorosa debido a lo ajustado de las prendas y la postura que tenía, su verga palpitaba, ansiosa. Si tan solo ella pusiera su mano sobre sus pantalones, bajara el cierre y le dijera con esos ojos de lujuria que lo necesitaba en ese momento. Trago saliva nuevamente, tratando de ignorar las pulsaciones que demandaban, no, que rogaban por dos minutos de atención de la rubia.
En sus dedos, percibió como su coño se había estrechado, tenía la mano empapada. Y él tenía esa maldita sed...
Su autocontrol flaqueaba, no resistiría. Era increíble como ella le hacía perder los estribos, desinhibiéndolo, doblegándolo sin una sola palabra. Tenía la boca seca y ella estaba ahí. Incapaz de contenerse un segundo más, se hincó en el piso ante ella, y con ambas manos la obligó a dejar su cadera en el borde de la silla. Y la lamio, completa, con toda la lengua, recorriéndola, adentrándose en su coño y reconociendo ese sabor dulzón que había tenido el gusto de probar hacia unas semanas, un sabor al que se había convertido en adicto desde el primer instante. La escuchó gemir, con un timbre de voz agudo, sensual, que sólo hizo que sus ansias aumentaran.
Cambio de mano, para introducir sus dedos y continuar con el movimiento de muñeca que ahora iba de arriba a abajo, mientras sus dedos hacían como si llamaran a alguien. La llamaban a ella, a que le dejara probar completa. Con la punta de la lengua, prestó atención a su clítoris. Anna se tensó, complacida, y sin ningún tipo de vergüenza, emitió una serie de jadeos, balbuceos inteligibles, tan sugestivos que Hao no podía más. Hundió la cabeza entre su piernas, succionando, lamiendo, dejando que su lengua se llenara de ella, saboreándola por completo. Saciando esa sed. Estaba tan estrecha.
—Córrete, preciosa —le dijo, hincado ante ella, a sus pies—. Córrete para mí. – la miró desde donde estaba, fascinado por el encanto que la luz azulada de la pantalla derramaba en su piel. Ella le sostenía la mirada, jadeando, una mano acariciando el cabello castaño—. Por favor, déjame saborearte así, por favor.
Apenas y se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta, absortó por la visión de diosa que tenía frente a él. Por una fracción de segundo su orgullo le aguijoneó, pero fue rápidamente acallado por la lujuria que le dominaba. Aumentó el ritmo de sus dedos mientras que degustaba todos los jugos de ella, le besaba la cara interna de los muslos y continuaba con su sexo. Movía su lengua rápidamente contra su clítoris, intercalando con lamidas largas y lentas, cada cambio de ritmo era bien recibido. Ella movía la cadera deliciosamente contra su boca, peia notar sus piernas tensandose. Y ella se corrió, estremeciéndose de pies a cabeza, rotando su pelvis, llenando su mano y mentón de humedad. Anna le detuvo por la nuca, sosteniéndolo para evitar que se detuviera; un gesto innecesario. El no pretendía alejarse, Hao atestiguó cada oleada de ese orgasmo, sintiéndolo en sus dedos, saboreándolo hasta saciarse de ella.
Con la respiración entrecortada, Anna le acarició la mejilla torpemente, le temblaban las manos. Él la detuvo contra su boca y besó su dorso. Luego se sentó en el piso, apoyando la espalda en el escritorio, incapaz de caminar gracias el bulto entre sus piernas, mientras que Anna, permanecía sentada en la silla. Se miraron en silencio, cómplices, Anna poco a poco cerró las piernas y acomodó la ropa, para quedar decente nuevamente. Se alisó el cabello y carraspeó.
—¿Y bien? —le preguntó Hao—. ¿Pensarás en mi propuesta, Anna?
—Tal vez podamos negociar los términos. Si me son favorables, lo consideraré.
Hao cerró los ojos, su boca curvándose en una sonrisa.
Cerró los ojos, meditando, extraviado en los recuerdos, como si eso fuera a mitigar ese dolor que tenía clavado en el cuerpo. Inquieto, olvidando toda mesura o distancia, había dejado que ella viera lo ansioso que estaba, ese desasosiego que le invadía cada vez que la tenía tan cerca. Cómo consecuencia, ahora parecía que su alma jamás encontraría el reposo.
Se estiró, cansado del entumecimiento que el frío siempre causaba en su cuerpo. Lo detestaba. Lo único bueno del invierno es que podía reposar frente al fuego tranquilo de la chimenea con una taza de café en las manos. Espanto el recuerdo de Anna estremeciéndose bajo su tacto y se enfocó en algo más.
Odiaba usar suéteres y abrigos. Así que, siempre estaba congelándose debajo del abrigo de lana y el suéter delgado que era lo único que soportaba para esa ocasiones. Primero morir de hipotermia.
El elevador timbró, con esa campanita melódica justo antes de que las puertas se abrieran de par en par.
Y para su desgracia, ahí estaba ella, de pie junto a la puerta de cristal mirando su celular. Hao quedó momento junto a ella, de pie, esperando a que por fin hablará de aquello que le robaba la calma, pero esa mujer ni se inmutó. Habían pasado 5 días desde que había perdido ese último atisbo de dignidad arrodillado ante ella con la cabeza entre sus piernas. Ahora cada uno de esos tortuosos días los había pasado robando miradas de ella, pero Anna permanecía distante, mirándolo por el rabillo del ojo y mordiéndose los labios cuando creía que no la veía. Atrapado en un juego de cacería en el que él no se había inscrito.
Esa tarde estaba cansado, hastiado incluso. Había sido un día nublado y frío, tal y como los odiaba; había tenido que presentarse en la oficina un día que no le correspondía por una petición de Mansumi Oyamada, tal y como detestaba, solo para que el ingrato no se presentará y mandará a su hijo a hablar. Si, fue un mal día y no iba a darle la oportunidad a la rubia de su perdición de hundirlo más.
Anna levantó la vista y lo repasa con la mirada.
—Buenas noches, Asakura–san.
Hao le sonrió parcialmente, dándole un ligero sentimiento de cabeza. Si tan solo ella lo sacara de su miseria, aunque fuera por esa tarde. Siendo honesto consigo mismo, sabía que ella no iniciaría nada ni le buscaría. Demasiadas páginas en ese libro.
Abrió la puerta de cristal que separaba el vestíbulo del edificio donde su compañía arrendaba el cuarto piso, y avanzó por el amplio estacionamiento que estaba casi vacío. Sin volver la vista atrás.
Aún era temprano, pero los días cortos del invierno hacían la oscuridad de la noche fuera profunda. Tembló de frío, abrazándose a su abrigo y echo a andar hasta su auto que permanecía estacionado junto a un muro, en la parte posterior, un tanto alejado de la puerta principal. Refunfuño para sí su lugar de aparcamento, por un error con su despertador llegó tarde y tuvo que resignarse a aparcar tan lejos de la puerta, en ese helado dia. Repudiando el frío de enero, entró rápidamente al auto y lo encendió, puso a tope la calefacción. Primero quería entrar en calor. Se abrió el abrigo, para estar más cómodo, harto de llevarlo encima, cerró los ojos y reclinó el asiento. Sólo un par de minutos era todo lo que necesitaba antes de arrancar.
El ruido de la puerta del copiloto abriéndose y cerrándose lo alertó. Giró la cabeza con cara de pocos amigos solo para encontrar lo que él denominó como un espejismo.
Anna estaba sentada en el asiento del copiloto, con esa coqueta falda escocesa, suéter de cuello de tortuga que le quedaba tan justo como una segunda piel, y un saco rojo a juego. Se maldijo a sí mismo por repasarla en automático, todas las veces en que se cruzaba con ella. Ella se frotó las manos, tratando de espantar el frío.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le dijo, con la voz un poco más alta de lo que deseaba que sonara.
Una vez superada la primera impresión y constatado que no se trataba de alguna alucinación, Hao se pasó la mano por el cabello. Apagó el auto y se cruzó de brazos, esperando a escuchar lo que Anna tenía por decir. Inmutable, la intrusa le contestó con simpleza:
—Te estuve hablando y nunca volteaste.
—Claro que no.
—No tengo porque mentir. Incluso toque el vidrio antes de entrar. Pero no lo escuchaste. Y está haciendo demasiado frío para esperar a que reacciones.
Hao se quedó en silencio. No recordaba si le hablaron o no, o si escuchó su voz siquiera, había estado sumido en el ruido de sus propios pensamientos como para distinguir las voces de otros en el viento. Anna se mantenía firme, sentada en el lugar del copiloto, sin preguntarle nada más, se quitó el saco rojo y lo dejó, doblado, a los pies de donde estaba.
—Necesito un favor —le dijo, su voz tan determinada como siempre.
Aquella frase terminó por irritar a Hao aún más. Era el colmo. Lo único que faltaba. Luego de una semana plagada de señales mixtas y de evitarlo, venía tan campante a pedirle un favor. Resintido Hao suspiró, dolorosamente consciente de que trabajar juntos, quizás había sido una mala movida de su parte. Como siempre, esa ambición sin fondo que tenía, esas ganas de poseer todo hasta el hartazgo, le habían jugado una mala pasada en la que estaría atorado hasta el siguiente invierno.
Se inclinó sobre la consola central del auto, apoyando un codo en el volante y la otra mano rozando la palanca de cambios.
—¿Qué clase de favor? —dijo, a pesar de que en realidad quería interrogarla sobre sus malditas miradas discretas.
Anna apretó los labios, prolongando el silencio, y se removió inquieta, acomodando su postura para quedar de frente a él. El ámbar de sus ojos no encontraba un lugar donde reposar, pasando de las ventanas, a las calles, a los botones del auto, hasta que finalmente se posaron sobre él.
Una fracción de segundo, eso fue todo. Un instante en el que ella decidió que las palabras no eran lo que necesitaba para responder su duda. Un momento que tomó a Hao por sorpresa.
Los gráciles dedos de Anna se posaron sobre su mejilla y entre sus cabellos castaños, el aroma floral de su perfume lo rodeó, mientras que la boca de labios rosas hacía contacto con la propia. Lo besó, al principio con delicadeza, como probando su suerte; pero esa timidez no duró mucho tiempo, su lengua recorría sus labios. Hao sintió como los brazos de Anna le rodeaban por el cuello y perdía el balance. Hao le abrazó como pudo, sin saber cómo acomodarse en el reducido espacio del auto. El beso se tornó desesperado, hambriento y húmedo, avasallador; despojando a Hao del sentido común. Aunque no por mucho tiempo. Las dudas en su mente y la confusión le obligaron a buscar respuestas.
—¿Qué rayos? —tartamudeó Hao, separándose de ella.
—¿No te gusta? —respondió Anna a media voz, con las mejillas enrojecidas, respirando agitada. Ella era toda decisión y certeza, mientras que él era confusión y estupor.
—Sí —respondió el joven casi en automático.
—¿Y no quieres que… ?
Anna dejó que sus ojos que brillaban con deseo terminaran la frase, pasando fugazmente de sus ojos a su boca, luego si entrepierna y regresar a su rostro. ¿Acaso ella le estaba insinuando lo que creía?
Hao tragó saliva con dificultad, al mismo tiempo que sentía como su sangre se agolpaba en un lugar determinado de tu cuerpo. Anna Kyouyama le atraía y todo en ella le resultaba excitante: La actitud asertiva, su aroma, las formas de su cuerpo, sus manos tibias que acariciaban sus hombros lo habían cautivado. ¿Porque demonios ella siempre despertaba ese lado en él? Ese que no le dejaba hablar o pensar racionalmente…
—Anna…
—¿Entonces qué esperas?
El tono de voz autoritario que tenía, su mirada afilada y cautivadora. No podía resistirse a una mujer que sabía lo que quería. Una mujer que no tenía miedo de mandar y exigir era su debilidad.
Así que la besó.
La abrazó por la cintura, encontrando que esta se flexionaba bajo su agarre. Anna le correspondió, abrazándose a sus hombros y levantándose del asiento. Se había hincado parcialmente, con una pierna sobre la silla y la otra estirada apoyándola en el piso del asiento, besándolo con intensidad, deslizando su lengua dentro de su boca. Ávida, le aflojó la corbata y desabotono el cuello de la camisa.
Hao no dudó un segundo más, recorriendo la suave curva de su cintura y sus caderas hasta que llegó al borde del suéter. Metió la mano debajo de él, reconociendo las formas bajo la tela, llegando hasta el sostén. La sintió ahogar un gemido contra su boca.
Sujetó el dobladillo del suéter para levantarlo y evitar que le estorbará; pero el reducido espacio evitó que ocurriera como lo había pretendido, quedando a medio camino. El brassier de satén verde quedó justo a la altura de su rostro, convenientemente cerca de su boca. Sonrió de medio lado cuando se dio cuenta de que tenía un broche frontal. Lo desabrochó con los dientes liberando el tesoro que contenía. Su erección no hizo más que aumentar cuando se dio cuenta de que los rozados pezones estaban erguidos, invitándole a saborearlos. Pasó la lengua por ellos, lamiéndolos, rodeándolos y succionando con delicadeza. Anna respiraba de forma entrecortada y sostenía la cabeza de Hao con ambas manos, evitando que se separara de ella. Del mismo modo en que él la acariciaba, desesperado, las manos inquietas de Anna lograron desabrochar el resto de los botones y ahora lo recorrían por dentro de la camisa, acariciando su espalda y sus hombros, buscaban sus brazos para volver a su nuca y tirar de algunos mechones de su larga cabellera.
Hao levantó la cabeza, echando una buena mirada a esos pechos de piel suave e inmaculada. Deteniéndose sin decir nada. Anna se enfadó por ello, y no tardó en expresarlo.
—Hao, ¿Qué demonios…? —comenzó la frase la rubia, mientras apoyaba la boca contra la sien izquierda de él.
Hao levantó una mano y con el dedo índice le indicó que guardará silencio un momento. Luego, con esa misma mano, buscó la pequeña palanca de plástico que estaba junto al asiento, la accionó. El asiento retrocedió hasta que se topó con el final del riel. Ahora, había suficiente espacio para maniobrar, sin estar golpeando el codo contra el volante o la palanca de cambios. Sus miradas se encontraron por una fracción de segundo.
—Ven aquí —murmuró Hao.
Contenía el aliento, y sus palabras eran más para sí mismo, perdido en esa lucha por mantenerse cuerdo. Algo en el fondo de su mente le decía que no podía ser real todo aquello. La forma en que ella había subido al auto y se había abalanzado sobre él. Lo fortuito del momento, justo el día en que rogaba a los cielos porque ella se apiadará de él, la fortuna de que estaba ahí, con esa calidez tan suya y que combatía el frío de enero. Era demasiado bueno, casi un milagro. Pero poco le importaba lo irreal que sonaba. Ella estaba ahí, entre sus manos, saboreando su saliva, mordiendo sus labios. E iba a aprovecharlo.
Con ambas manos la sujetó de los lados de la cadera, saboreando la textura afelpada de la falda de franela, llegó a los muslos y confirmó que las medias que usaba, solo llegaba hasta ahí sujetadas por un liguero también de satén. Se arriesgó, buscó su sexo a tientas y trato de averiguar qué tan húmeda estaba. Anna gimió complacida, y su voz sonó tan cerca de su oído.
—Así me gusta —le dijo la rubia sin despegar la boca de la mejilla de Hao—. Justo así.
La oscuridad del auto no era total, ya que algunos ases de las luces mercuriales se colaban a través de los cristales. Tonos azules, verdes y rojos danzaban sobre la piel de Anna, en su abdomen y sus piernas, le daban un aspecto etéreo tan apropiado. Se inclinó para pasar su lengua por el vientre de Anna hasta llegar a su esternón, hundiendo la cabeza entre sus senos. La excitación que sentía se propagaba por su cuerpo, extendiéndose una calidez placentera que cosquilleaba hasta sus extremidades.
Hao vislumbró como Anna deslizó la mano debajo de la falda y se quitó las pantaletas, dejándolas en el piso del auto. Una de sus torneadas piernas pasó por encima del cuerpo del dueño del auto, hasta que quedó sentada a horcajadas sobre él.
Ese pobre hombre entendió que todo iba en serio. Su corazón desbocado latía con tal fuerza que no podía comprender o escuchar nada que no fuera la respiración de la rubia. Sentía que su cuerpo se iba a consumir de deseo, cada centímetro de su piel ardía y la sangre de sus venas estaba bullendo. No le bastaba con recorrer la piel a tientas, necesitaba saborearla y cubrirla de besos.
Él la sostuvo del rostro con ambas manos, besándola a profundidad. La rubia no tardó en rodear su cuello con ambos brazos, juntando su cadera, moviéndose de forma ondulante. Enviando sensaciones intensas cada vez que su intimidad rozaba su miembro endurecido.
Acercó la mano hasta la bragueta, buscando el cierre, abriéndolo torpemente y bajándose los pantalones parcialmente para poder liberar la erección que no le permitía pensar en nada más. Acarició la longitud un poco, en parte para aliviar el entumecimiento que le causó pero más que nada porque se sentía impaciente. Casi no podía esperar, necesitaba sentirla, meterla, estaba durísimo. Anna lo notó y bajó la vista para ver la forma en que Hao se acariciaba a sí mismo. Se mordió el labio inferior y dejó que sus dedos se abrieran paso entre la franela, buscando su intimidad.
—¿Eso es todo lo que vas a hacer ? —le retó Anna, tocándose. Se inclinó para besarlo nuevamente.
Prefirió contestar con acciones, pasando su lengua por la orilla de los labios rosas, identificando la forma que tenían. Trato de quitarle suéter, quería verla completa, se moría por tener la desnuda dentro de su auto. Pero ella se lo impidió. Hao suplicó con la mirada pero como única respuesta recibió una sonrisa maliciosa. Eso era lo que quería entonces, que estuviera rogando por ella.
Se encontró a sí mismo atrapado en una situación complicada, entre su orgullo y su deseo. Quería llevarle la contraria, el aguijonazo de su orgullo le decía que la dejara así, que no le diera la satisfacción de verlo suplicando; pero la lujuria lo tenían al borde. Cómo si hubiese notado su duda, Anna comenzó a masturbarlo, subiendo y bajando con lentitud. Y así terminó por decidir que era mejor omitir el impulso de decir algo odioso e impertinente. Estaba demasiado excitado para esas tonterías.
Sentía como su entrepierna palpitaba y ella estaba ahí, invitándolo. Con la punta de su miembro, repaso su sexo, sintiendo que ella respondía, estremeciéndose, rotando la cadera ante ese estimulo. Besando mejilla, le susurró al oído:
—¿Puedo?
Ella lo sujetó del mentón con fuerza, para continuar besándolo, mordiendo su labio inferior. Hao interpretó esto como una afirmación.
Terminó el beso para poder inclinarse hacia la guantera de dónde sabía que encontraría lo que necesitaba con desesperación. El pequeño paquete plateado ya estaba entre sus dedos cuando la mano de Anna lo sujetó de la muñeca, haciendo que lo soltara. él buscó una respuesta a las acciones de la rubia. ¿Es que se estaba arrepintiendo?
No, no era eso…
—¿Qué ocurre? —cuestionó atropelladamente.
—Suelta eso. —Sus ojos tenían un fulgor de pura determinación—. No lo necesitarás.
El entendimiento de sus palabras pasó por su cuerpo como un estremecimiento, erizándole la piel. Es que ella lo quería…¿al natural? Por alguna razón no podía creerlo. Cien dudas surcaron su mente en un segundo, luchando por actuar de manera lógica aunque su instinto era ensordecedor, dictándole que hiciera lo que le estaban ordenando sin cuestionar nada.
—Sería un padre terrible. —Fue lo único que atinó a decir.
—Si, lo serías. —Corroboró ella—. Pero no esta noche.
Señaló un costado de su cintura, donde estaba un parche de color piel pegado. Esa mujer había pensado en todo, esto no era fortuito, lo planeo. Y así, la tenue voz de la consciencia, que hizo su única aparición anual, se desvaneció en el aire.
El joven se apresuró a tocarla, buscando la entrada, percibiendo lo empapada que se encontraba y ese delicioso calor que emanaba de ella. Sin mucha delicadeza, se acomodó entre sus piernas y la penetró. Ella recibió su verga con facilidad, emitiendo un suave gemido que se ahogó entre sus labios.
—Tú lo pediste, Anna.
Ella asintió al escuchar su nombre, con ese rubor tan tierno en sus mejillas. Anna terminó de desabotonar la camisa de Hao, dejando expuesto el torso labrado de su rival de negocios. El abdomen tensó y marcado, el pecho amplio, los hombros musculosos, todo lo que Anna veía en esa penumbra era suficiente para inflamar su deseo aún más. Le besó la clavícula y con la lengua exploró su cuello. Anna pegó su cuerpo al de Hao, ocupando sus manos en seguir recorriendo su torso por debajo de la ropa. Mientras, él se sumergió en un vaivén de caderas que iba rápido, llegando cada vez más profundo, escuchando como ella le llamaba al oído ordenándole que le diera más y más, con una voz que era tan erótica.
Todo era desordenado y lascivo. Tenían que ser rápidos, no había tiempo para delicadezas o romanticismo. Las circunstancias en que estaban no lo permitían. Estaba seguro de que los vidrios empañados y el movimiento del coche no despistarían a nadie. Anna se movía, experta, haciendo mecer su pelvis de un modo que Hao no podría resistir por mucho tiempo.
Hao la besó, dejando un rastro por los hombros y su cuello. Un sudor suave perlaba su rostro, haciendo que algunos cabellos dorados se pegaran a la piel, su boca murmurando palabras ininteligibles. Anna tenía el control, marcando un ritmo rápido, se movía delicioso, rotando la pelvis de arriba a abajo, apretando su cadera con los muslos y apoyándose en sus hombros. Hao se dejó llevar, entrecerrando los ojos, disfrutando de esa sensación cálida y húmeda, de lo estrecha que estaba. La intensidad y el deseo lo habían hecho entrar en calor rápidamente, su corazón latía con fuerza. Con la media luz que se colaba entre los cristales del auto alcanzaba a distinguir sus tetas rebotando dentro del brasier mal colocado, el suéter que estaba hasta el pecho le dejaba ver su abdomen terso. Apoyó la espalda en el asiento, permitiéndose un momento para saborear la vista, como subía y baja. Ella parecía perdida en las sensaciones, jadeando, y rebotando sobre él, dejando la cabeza inclinada.
Empapada, su verga se deslizaba fácilmente dentro de ella, hasta el fondo, y ella parecía disfrutarlo mucho. Sintió que le faltaba el aliento, y él decidió ayudarle. Sus manos, que habían estado acariciando las pantorrillas y los muslos, se detuvieron justo debajo de sus nalgas, apretándolas. Gruñó complacido de lo que estaba descubriendo con sus dedos, fascinado con una vista tan sugestiva de ella a horcajadas sobre su cadera.
Bajó la mano a un costado del asiento y lo reclinó un poco más. Anna, tomada por sorpresa, perdió el ritmo que llevaba. Hao aprovechó ese segundo para abrazarse a ella, obligándola a que se recostara y apoyara todo su peso en él. Hao la sujetó fuertemente de la cadera, manteniéndola en ese lugar, solo para poder ser él quien tomará el mando, penetrandola con la velocidad que él deseaba. Era justo lo que necesitaba, poder cogerla, empujando su verga en ella, recibiendo el calor, adentrándose en ella, determinar la velocidad y profundidad que ella recibiría con cada embestida. Provocarla.
Ella pareció molestarse cuando notó que él estaba tomando la batuta, pero su expresión se dulcificó en poco tiempo, fascinada con el modo en que esa verga gruesa y caliente entraba en ella cada vez más y más rápido. Anna le mordió el lóbulo de la oreja, dejando que su respiración entrecortada resonara.
—Déjame desnudarte —le suplicó Hao al oído. Paseaba sus manos por las delicadas curvas de su espalda.
Detestaba rogarle, pero necesitaba sentir su piel, necesitaba ese calor. Anna negó con la cabeza, con una risa burlona escapando de su boca. La burla aguijoneó a Hao, que se enderezó con brusquedad, haciendo que la espalda de Anna llegará hasta el volante, dando un bocinazo por accidente.
—Idiota, ¡nos van a descubrir!
Pero Hao no la escuchó, ocupado en atrapar uno de sus pezones con la boca. Anna respondió acordemente, moviéndose más y más. Era tan flexible, la forma en que se movía era su perdición, su voz lasciva llenando el habitáculo del vehículo. Si seguía así él no podría contenerse mucho tiempo más. Y ella parecía saberlo ya que cada movimiento lo iba llevando al borde.
—Anna—dijo entrecortadamente—. Ah, Anna, espera…
Anna aumentó el ritmo. Y él podría irse al infierno en ese mismo instante, con esa rubia montando su verga como si se le fuera la vida en ello. Estaba empapada, sus jugos resbalando por sus muslos, mojándolo; se había puesto estrecha y apretaba los labios tratando de guardar silencio. Sus brazos rodeaban su cabeza, sus pechos a la altura de su rostro con ese aroma paradisiaco que brotaba de su piel. Cada vez iba más rápido, con cada embestida se estrechaba más. Anna estaba cerca y él lo ansiaba tanto y más que ella. Sin previo aviso, la rubia le hizo levantar el rostro para besarlo, amortiguando así los gemidos que ese orgasmo provocó, cada oleada de placer haciendo que su cuerpo se estremeciera entre los brazos de Hao. No necesito más, se derramó por completo dentro de ella, llenándola.
Jadeando, ambos se quedaron inmóviles, recuperando el aliento en un abrazo fuerte. Anna rodeando su cabeza con los brazos, dejando que él descansara entre sus senos. Hao sujetándola de la cintura, acariciando su piel.
Hao se recostó nuevamente en el asiento, cerrando los ojos. Su mente estaba nublada, no podía pensar en nada en ese preciso instante. Anna continuaba sentada sobre él, de vez en cuando se movía hacia el frente y atrás, acomodándose. Dedujo que estaba arreglando su ropa por la forma en que se movía. Entreabrió un ojo para espiarla, comprobando que tenía razón, ya se había abrochado el sostén y acomodó el suéter, con los dedos se peinaba su rubia cabellera.
El moreno la sujetó del codo izquierdo y la atrajo hacia sí, quedando cara a cara. No sabía cómo decir las cosas que estaba pensando. Se sentía satisfecho y sucio al mismo tiempo. Había actuado en un impulso, sin pensar en nada más, hipnotizado por ella, hechizado con su aroma, incapaz de negarle nada a esa mujer. Tragó saliva antes de hablar en voz alta.
—¿Qué tengo que pensar qué significa esto?
—¿Es enserio tu pregunta? ¿Qué no sabes distinguir cuando tu propuesta fue aceptada?
¿Propuesta? Entonces ella … estaba accediendo… Aceptando… Una nota de autosatisfacción afloró dentro de él, una inusual mezcla de orgullo y anticipación.
—Entonces esto se va a repetir —dijo. Una sonrisa brillante asomando en su rostro.
—Solo si cumples con mis condiciones.
—Las que quieras, preciosa
—Seremos adultos responsables y saludables. No me tomo algo así a la ligera —sentenció. Las cejas arqueadas le retaban a tratar de contradecirla, pero él sabía mejor, así que espero a que terminara de hablar—. Yo voy a tomar los anticonceptivos, tú serás monógamo mientras esto dure y ambos guardaremos el secreto de todos. Odio que la gente se meta en mi vida privada.
—¿Solo eso? —Le fue inevitable arquear una ceja al escucharla. Conociéndola, estaba pidiéndole muy poco, y temía que hubiera una trampa oculta.
—¿Necesitas más?
—Si se trata de ti, puedo cumplir con todo eso.
Hao la abrazó y buscó su boca, pero ella le rechazó, colocando la palma de la mano sobre su rostro, privándole de emitir palabra alguna. Esa chica si que estaba decidida a dejar todo en claro de una buena vez.
—Esto solo durará mientras mi contrato esté vigente. Luego de que termine, esto acaba. —Hao asintió con la cabeza, rodando los ojos—. Y esto es solo sexo. No quiero nada de detalles románticos ni cursilerías.
Él la sujetó de la muñeca, para quitar la mano y poder contestar apropiadamente.
—Por supuesto. No esperaría nada más de ti.
—Una cosa más. No somos amigos, Hao. Somos rivales. Y cogemos. Punto.
—Lo que tú digas.
Con la mano derecha sujetó su mentón y la besó por fin, sellando el pacto entre ambos. Hao pensó que sería interesante todo esto. Nunca había tenido una rival con el cual coger cuando las reuniones acabaran, así como tampoco había estado con alguien que lo encendiera de esa manera.
Si ese era el inició de su descenso a la locura, que así fuera. Qué más daba.
Hola!
Aquí estoy otra vez, con un capitulo nuevo. Este me tomo mucho trabajo, fue muy complicado de lograr. No quería extenderme demasiado, pero, al mismo tiempo, no quería que la historia quedara con demasiadas preguntas.
Fue una experiencia agridulce el escribirlo. Divertida, si, complicada, por supuesto. Disfrute mucho de torturar Hao en este capítulo, darle la oportunidad de explicar lo que el sabía y lo que sentía. Creo que reescribí la trama de este capitulo unas 5 veces. El final lo tuve que reescribir porque tuve una epifanía, así que… si… bastante trabajo.
Espero lo hayas disfrutado, te divirtieras y tuvieras la oportunidad de perderte en este infierno sin fin que es el Haona. Infierno en el que moriré porque es demasiado bueno para salir de ahí. (el que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe)
Quiero darle especiales gracias a mi beta, Isabel, que siempre me ha ayudado cuando se trata de revisar mis textos. Y que, dicho sea de paso, fue ella la que implanto la semilla de alargar esta historia hasta conseguir los 4 capítulos. Tambien a Allie que me ayudo a darle sentido a capitulo y sugirio ideas de oficina jaja.
Ojala te haya gustado mucho y me dejes un comentario o un like, o un DM, o que me timbren los oídos porque gritaste como fangirl. Gracias por todo
Nos vemos el siguiente capitulo.
