El aula de Pociones, oculta en las frías y húmedas mazmorras de Hogwarts, estaba impregnada de un constante murmullo de cuchicheos y el burbujeo de los calderos.
Las paredes, cubiertas de estanterías llenas de frascos con ingredientes extraños, albergaban algunos líquidos tan antiguos que sus etiquetas apenas se podían leer. El aroma acre de raíces hervidas y la vibrante energía mágica suspendida en el aire le otorgaban al lugar una sensación inquietante.
Dazai y Chuuya llegaron a la puerta al mismo tiempo, sus pasos sincronizados como si incluso en algo tan trivial tuvieran que competir. Sin detenerse, ambos intentaron cruzar al mismo instante, chocando de hombros.
—¿Tienes que estar siempre en mi camino? —gruñó Chuuya, empujando a Dazai con el hombro, irritado por su mera presencia.
Dazai se limitó a soltar una risa suave, inclinándose ligeramente hacia él.
—¿Yo en tu camino? Más bien pareciera que no puedes dar un paso sin tropezarte conmigo, Chibi. —Su tono era ligero, pero la burla en sus palabras era evidente.
Chuuya entrecerró los ojos, dando otro paso, esta vez forzando el paso para entrar primero.
—Al menos yo sé hacia dónde voy, a diferencia de ti, miserable —le espetó, empujando a Dazai un poco más.
Dazai, sin perder su sonrisa, finalmente se apartó, levantando las manos en señal de rendición.
—Como quieras, Chuuya. Te dejaré sentir que has ganado... esta vez. —El sarcasmo en su voz hizo que el pecho de Chuuya ardiera de rabia.
Chuuya cruzó la puerta primero, echando un último vistazo por encima del hombro.
—Sigues siendo un imbécil, Dazai.
Justo en ese momento, Kunikida Doppo, el profesor de Pociones, que había estado observando la escena desde el aula, levantó la mirada de su escritorio con una expresión seria.
—¿Pueden dejar sus juegos para después? —les dijo con firmeza, ajustando las gafas que llevaba con una mano, presionando el marco en su lugar para asegurarse de que estuvieran bien colocadas—. Ahora, a sus asientos.
La tensión se disipó al instante, y Chuuya se apresuró a sentarse, mientras Dazai esbozaba una sonrisa divertida. Kunikida continuó, manteniendo su expresión seria.
—Hoy —comenzó, su voz firme y directa—, trabajarán en parejas para preparar la Poción Mnemónica. Es una mezcla avanzada que, si se elabora correctamente, puede restaurar recuerdos perdidos. Sin embargo, cualquier error puede tener consecuencias imprevistas.
Kunikida levantó una ceja, anticipando las quejas que sabía que vendrían, y no tardó en recibirlas.
—Nakahara, Dazai —anunció de pronto—, ustedes dos trabajarán juntos.
—¿Qué? —protestó Chuuya, frunciendo el ceño—. ¡Esto es un desastre! No puedo estar con él, ¡va a arruinar todo!
—Kunikida-sensei —interrumpió Dazai, levantando una mano—, ¿podría reconsiderar? Realmente preferiría trabajar con Rina. Es muy talentosa y estoy seguro de que haremos un gran equipo. Además, es agradable trabajar con alguien que realmente se toma las cosas en serio.
Chuuya apretó los dientes, sintiendo cómo la frustración aumentaba en su interior.
—¿Desde cuándo te importa tanto trabajar con Rina? Solo estás intentando hacerme quedar mal —exclamó, su rostro enrojecido.
Kunikida, visiblemente exasperado por la discusión, los miró con severidad.
—¡Basta! —les reprendió—. No voy a tolerar esta falta de respeto en mi clase. Nakahara, Dazai, a sus lugares, ¡ahora! Tendrán que trabajar juntos y espero que se concentren en la poción, no en pelear.
Ambos intercambiaron miradas fulminantes, pero ninguna protesta más fue pronunciada. Con resignación, se sentaron en la misma mesa, aunque a una distancia prudente el uno del otro.
—Te lo advierto, Dazai —murmuró Chuuya entre dientes mientras acomodaba los ingredientes—. No arruines esto.
—Por favor, Chuuya —respondió Dazai en voz baja, sin dejar de sonreír jugando un poco con el caldero frente a él—. Soy un genio en todo lo que hago. Deberías agradecer que te tocó conmigo.
Los dos comenzaron a preparar los ingredientes bajo una creciente tensión. A medida que seguían la receta, picando raíces de valeriana y añadiendo con cuidado las escamas de occamy, los cuchicheos entre ellos no cesaban.
—No deberías mezclar eso tan rápido —susurró Chuuya, observando cómo el caldero burbujeaba—. El fuego tiene que estar más bajo.
—Lo estoy haciendo como dice el libro, Chibi —replicó Dazai, añadiendo las gotas de rocío con una calma irritante.
Finalmente, llegó el momento clave: agregar el jugo de valeriana. Chuuya se inclinó hacia el caldero, concentrado en medir la cantidad exacta, cuando Dazai decidió tomar la iniciativa.
—Déjame hacerlo, Chuuya. Eres demasiado lento.
Sin esperar respuesta, Dazai vertió el líquido en el caldero. Pero en cuanto lo hizo, algo cambió. La mezcla comenzó a vibrar y burbujear de manera extraña. Un humo espeso y de color verde se elevó rápidamente, seguido por un ruido sordo que hizo temblar la mesa.
—¡¿Qué hiciste, bastardo?! —gritó Chuuya, alarmado.
Dazai, con una sonrisa despreocupada, se encogió de hombros.
—¿Yo? Solo seguí las instrucciones, Chuuya. Aunque, tal vez el caldero no estaba preparado para tanta brillantez.
La mezcla empezó a desbordarse, y Dazai se dio cuenta de que la situación se estaba volviendo más caótica.
—Deberías agradecerme, en realidad. ¡Nunca habías visto un espectáculo tan impresionante en clase de Pociones!
Antes de que pudieran reaccionar, la poción se desbordó del caldero, y una explosión de color cubrió todo a su alrededor con una sustancia espesa y pegajosa de un brillante tono verde. La mezcla cayó sobre ambos, empapándolos de pies a cabeza, mientras una segunda ola de líquido también salpicaba al profesor Kunikida, que se encontraba demasiado cerca en ese momento.
La clase estalló en risas contenidas, pero Kunikida no estaba para bromas. Su ceño fruncido y los labios apretados reflejaban su creciente frustración.
—¡Dazai! ¡Nakahara! —gritó, limpiándose el pegajoso residuo de las gafas con un gesto exasperado—. ¡Oficina del director Mori! ¡Ahora mismo!
La risa de los demás se apagó al instante, y el par de estudiantes, aún cubiertos de la mezcla desastrosa, intercambiaron miradas de consternación.
—¡Pero sensei, fue él! —protestó Chuuya, fulminando a Dazai con la mirada—. ¡Dazai no siguió las instrucciones!
—Oh, vamos, Chuuya —respondió Dazai, limpiándose el pegajoso líquido de la cara con su habitual despreocupación—. Seguí la receta al pie de la letra. Si algo salió mal, no fue mi culpa.
Kunikida, claramente al borde de su paciencia, señaló la puerta.
—¡Fuera de aquí! ¡Ya!
Sin otra opción, Dazai y Chuuya salieron del aula, todavía cubiertos de la sustancia verde. El pasillo estaba frío y silencioso, una diferencia abrumadora con el caos que acababan de dejar atrás. Mientras caminaban, Chuuya no pudo contenerse más.
—¿Qué demonios te pasa? —le espetó, limpiándose el cabello con fastidio—. No puedes seguir una simple receta, ¿verdad? ¡Siempre tienes que hacer algo mal!
—Estaba siguiendo las instrucciones, Chuuya —respondió Dazai, sin perder su actitud despreocupada—. No sé por qué siempre piensas lo peor de mí. Tal vez fue el caldero el que no funcionaba bien.
—¡¿El caldero?! —Chuuya lo miró incrédulo, aumentando el ritmo de sus pasos—. ¡Eres un completo inútil!
Dazai soltó una risa ligera, como si toda la situación le pareciera más entretenida que frustrante.
—Chibi, te alteras demasiado. Vamos, no es el fin del mundo. Solo es una poción fallida.
—¡Eso lo dices tú! —replicó Chuuya, frustrado, mientras se detenía frente a la gran puerta de la oficina de Mori—. A mí me toca cargar con las consecuencias.
—Esta vez yo también tengo problemas, ¿sabes? —dijo Dazai, encogiéndose de hombros.
—Sí, claro, como si eso te detuviera —respondió Chuuya, mirándolo de reojo—. Siempre, por alguna extraña razón, logras salvarte de las consecuencias.
Mientras ambos caminaban por los pasillos, un murmullo de voces llenó el aire a su alrededor. Varios estudiantes se giraron para lanzar miradas curiosas y comentarios entre risitas. Chuuya sintió que el color subía a sus mejillas, una mezcla de vergüenza e irritación.
—¿Escuchas lo que dicen? —murmuró Chuuya, apretando los dientes—. Esto es ridículo.
Dazai, caminando a su lado con una expresión despreocupada, se limitó a encogerse de hombros.
—¿Qué importa? La gente siempre habla. Además, el espectáculo fue bastante entretenido.
Chuuya le lanzó una mirada fulminante, aunque no pudo evitar que una pequeña sonrisa asomara en sus labios.
—No es gracioso, Dazai. Esto no es lo que quería que pensaran de mí.
—Oh, vamos, Chuuya —dijo Dazai, con una leve sonrisa—. La opinión de los demás no define quién eres. Además, tú siempre sabes cómo destacar.
Chuuya resopló, aún sintiéndose incómodo por las miradas y susurros que los seguían. No quería que su reputación se viera manchada por un simple accidente de poción, pero sabía que Dazai tenía razón en cierto modo.
—Quizás, pero eso no significa que me guste ser el centro de atención de esta manera —replicó, agachando la cabeza mientras se acercaban a la oficina del director.
Finalmente, llegaron frente a la puerta de la dirección, una imponente estructura de madera oscura, con tallados intrincados que representaban escenas de la historia de Hogwarts. Las vetas doradas que rodeaban los bordes brillaban a la luz tenue del pasillo, dándole un aire de majestad y seriedad. En el centro, un letrero de metal pulido decía "Oficina del Director" con letras elegantes que parecían brillar con un brillo sutil.
Chuuya sintió un nudo en el estómago mientras se detuvieron frente a la puerta.
—Bueno, aquí vamos —dijo, tomando una profunda respiración antes de llamar, el sonido resonando en el pasillo vacío.
Dazai entró en la oficina de Mori como si paseara por el parque, sus pasos ligeros y su expresión de arrogante indiferencia. Unos pegotes de poción aún se aferraban a su uniforme, pero él ni los notaba, o si lo hacía, parecía importarles tanto como la autoridad de la figura detrás del imponente escritorio.
Mientras tanto, Chuuya avanzaba con el ceño fruncido, sacudiendo con furia los restos verdosos de su uniforme, su rabia a punto de desbordarse.
—¿Puedes actuar como una persona decente por una vez, Dazai? —soltó entre dientes, en contraste total con la relajada presencia de su compañero—. ¡Estamos en la oficina del director, no en tu sala de juegos!
La oficina de Mori no solo era un lugar de poder, sino un espacio cargado de secretos. Las estanterías rebosaban de libros antiguos, sus lomos desgastados por el tiempo y el uso, mientras los objetos mágicos esparcidos por la sala parecían observar la escena, brillando con una luz mortecina bajo la iluminación tenue de la chimenea.
Era como si hasta las sombras estuvieran conspirando.
El calor que emanaba del fuego contrastaba con la tensión palpable entre los dos estudiantes, dándole a la estancia un aire irónico de calma falsa.
Un enorme escritorio de madera oscura dominaba el centro de la habitación, con documentos esparcidos y una taza de té aún humeante al alcance de Mori. Detrás de él, se erguía un gran retrato enmarcado de Elise, la niña fantasma que deambulaba como una sombra encantada por la oficina, observando todo con una inocencia inquietante.
De repente, Elise apareció en la habitación, flotando con una gracia infantil y un aire de travesura. Sus ojos brillaban con curiosidad al posarse en la sustancia pegajosa y colorida que cubría a Chuuya y Dazai, y una sonrisa juguetona se dibujó en su rostro.
—¡Vaya, qué pegajosos están! —exclamó, riendo suavemente, mientras se acercaba a ellos—. Parecen dos caramelos mal hechos.
Chuuya apretó los dientes, frustrado, incapaz de encontrar las palabras para replicar, mientras Dazai sonreía, claramente entretenido por el comentario.
—Ah, Elise-chan —murmuró Mori, sin levantar la vista de sus papeles—. No hay necesidad de entretenerse con eso, querida. Nuestros amigos aquí ya tienen suficiente con lo que causaron.
—¿Suficiente? Pero es tan divertido verlos así —respondió Elise con un puchero, su voz llena de picardía—. Además, siempre quise ver cómo es eso de ensuciarse tanto. ¡Es como una obra de arte!
Dazai se rió ante la ocurrencia de Elise, mientras Chuuya solo podía desear que el suelo se tragara a ambos.
Elise, dio unos giros en el aire moviendo alegremente los brazos y con una sonrisa traviesa, se acercó más al escritorio de Mori.
—¡Rintarou! —exclamó, con un tono juguetón—. No puedes negarlo, esto es mucho más emocionante que tus aburridos papeles. ¿Por qué no dejas que se queden así un rato más?
Mori, levantando la vista de sus documentos con una mezcla de diversión y exasperación, le respondió:
—Elise, ya hemos hablado sobre esto. No puedes hacer que los estudiantes se conviertan en un espectáculo —dijo, intentando mantener un tono serio, aunque una ligera sonrisa se asomaba en su rostro.
—¡Pero es tan divertido verlos así! —insistió ella, flotando alrededor del escritorio—. Además, no se quejen, ¡son los protagonistas de esta obra de arte!
Mori suspiró, sabiendo que la persuasión de Elise era casi irresistible.
—Está bien, solo unos minutos más, pero después Chuuya y Dazai deben limpiarse y regresar a clase —concedió, rindiéndose ante el entusiasmo de la niña fantasma.
—¡Sí! —gritó Elise, dando vueltas en el aire con alegría—. ¡Esto es lo mejor!
Chuuya y Dazai intercambiaron miradas resignadas mientras Elise continuaba riendo, disfrutando del momento.
—No puedo creer que esto sea lo que me tocó —murmuró Chuuya, sintiendo que su paciencia se desvanecía.
—¿Quién diría que un desastre como este podría ser tan divertido? —respondió Dazai, esbozando una sonrisa burlona mientras Elise seguía danzando a su alrededor.
Con una risita encantadora, Elise dio una última vuelta en el aire y, antes de desvanecerse, lanzó una mirada traviesa a Mori.
—¡No te olvides de que todavía me debes una historia, Rintarou! —dijo, antes de desaparecer detrás de una nube de brillo.
Mori suspiró, sintiéndose aliviado de que Elise se hubiera ido, aunque sabía que no la tendría fuera de la mente por mucho tiempo. Luego, se volvió hacia Dazai y Chuuya, su expresión volviendo a ser seria.
—Parece que, una vez más, ustedes dos han sido protagonistas de un incidente —comentó, su tono tan suave que resultaba casi más inquietante que una reprimenda directa—. ¿Qué fue lo que ocurrió esta vez? —dijo, tomando nota de su apariencia desastrosa y la sustancia colorida que aún los cubría.
Chuuya dio un paso adelante, la indignación evidente en su voz.
—¡Lo que ocurrió es que Dazai decidió improvisar en medio de una clase de pociones! —exclamó, señalando a Dazai con un dedo, pero tratando de mantener un tono más controlado—. ¡Añadió algo que no estaba en la receta y... bueno, ya puedes ver los resultados!
Dazai, apoyado de manera despreocupada contra el respaldo de su silla, soltó una risa ligera.
—¿Improvisar? Solo seguí la receta, Chibi. Tal vez tú no prestaste suficiente atención a las instrucciones y cortaste más raíz de la necesaria.
Chuuya frunció el ceño, conteniendo su frustración mientras se dirigía a Mori.
—Mori-san, lo que quiero decir es que Dazai actuó sin pensar en las consecuencias. Podría haber salido mucho peor —dijo, intentando mantener la calma, aunque su mirada seguía fija en Dazai.
Dazai sonrió, disfrutando del intercambio.
—No es mi culpa que no supieras cómo manejarlo, Chuuya.
Mori alzó una mano para detener cualquier confrontación física. Su sonrisa seguía intacta, pero su voz se volvió un poco más fría.
—Suficiente. Ambos saben que no estoy aquí para verlos discutir como niños. —Mori se inclinó un poco hacia adelante, su mirada fija en Dazai—. Por lo que me han dicho, parece que tus intentos de "mejorar" la poción resultaron en un desastre. Tendrán que hacerse responsables de ello.
Dazai lo miró, su rostro completamente relajado, pero con ese brillo desafiante que siempre parecía estar presente.
—Ah, Mori, sabes que no fue intencional. Además, los accidentes son parte del aprendizaje, ¿no? —replicó Dazai, con un tono casual que contrarrestaba la gravedad de la situación.
—Sí, claro. Y por ese "aprendizaje", ambos tendrán una semana de castigo en la biblioteca —dijo Mori, ignorando el sarcasmo de Dazai—. También deberán limpiar el aula sin usar magia. Quizás entre los libros y la limpieza puedan encontrar algo de disciplina.
Chuuya frunció el ceño, pero se mantuvo en silencio, claramente frustrado pero consciente de que replicar solo empeoraría la situación. Dazai, por otro lado, mantuvo su sonrisa.
—Una semana en la biblioteca, ¡perfecto! —dijo Dazai, con una fea sonrisa—. Tal vez podríamos encontrar un libro que nos enseñe cómo no hacer un desastre, Chibi. Eso nos sería útil.
Chuuya lo miró con indignación, apretando los puños.
—¡No necesito que me des consejos, Dazai! —exclamó, su frustración a punto de desbordarse—. Ya tengo suficiente con tus "mejoras" desastrosas.
Mori, levantando una mano para interrumpir la discusión, dijo con calma:
—Chuuya-kun, ¿por qué no vas a limpiarte? No tiene sentido que sigas así de… —hizo un gesto hacia los restos de la poción pegajosa que aún cubrían su uniforme—. Desastroso.
Chuuya lo miró con algo de confusión, no acostumbrado a ser despachado tan fácilmente, pero la autoridad en la voz de Mori era incuestionable.
—Entendido, director Mori —respondió con seriedad, lanzando una última mirada fulminante hacia Dazai antes de girarse para salir.
Sin embargo, antes de cruzar la puerta, no pudo evitar detenerse un segundo, esperando escuchar más de la conversación que inevitablemente seguiría. Cerró la puerta detrás de él, pero no lo suficientemente fuerte como para bloquear el sonido.
Dentro de la oficina, Dazai sacó su varita de su bolsillo con una facilidad despectiva, apuntándola hacia su uniforme empapado.
—"Tergeo" —murmuró, y de inmediato la sustancia pegajosa desapareció de su ropa, dejando su atuendo tan impecable como si nunca hubiera ocurrido el desastre.
Mori lo observaba en silencio, sus ojos nunca apartándose del chico. Finalmente, habló.
—Dazai-kun, debes entender que estas travesuras no van a impresionar a tu padre —dijo Mori, su voz firme pero con un toque de preocupación—. Las constantes interrupciones en clase y los desastres que parecen seguir a Chuuya-kun no son la forma de obtener lo que realmente deseas.
Dazai se quedó en silencio un momento, su expresión relajada, pero un destello de tensión apareció en sus ojos.
—¿Y qué es lo que realmente deseo, Mori? —replicó, su tono frío y distante—. La opinión de mi padre es irrelevante para mí. Esto —hizo un gesto despectivo hacia la sala— es solo un juego.
Mori entrecerró los ojos, su tono ahora más severo.
—No te creo, Dazai-kun. Sabes que Nakahara-kun no tiene nada que ver con tu conflicto personal, pero sigues involucrándolo. Deberías dejarlo fuera de esto.
Dazai apretó los labios un segundo, su usual máscara de indiferencia temblando brevemente.
—No estoy involucrando a nadie en nada —replicó en voz baja, aunque su tono era mucho más tenso de lo habitual.
Mori se inclinó ligeramente hacia adelante, sus ojos evaluando cada reacción de su protegido.
—Tu padre tiene expectativas muy altas para ti. Y sé que, aunque finjas no preocuparte, esas expectativas te pesan. Lo que hagas aquí en Hogwarts va a llegar a sus oídos, Dazai-kun. No puedes escapar de su sombra.
Dazai apretó los puños, el aire juguetón desapareciendo de su rostro por completo. Se levantó de su asiento con brusquedad, su varita aún en la mano.
—No tienes ni idea de lo que pesa —murmuró, con un tono afilado, pero manteniéndose controlado. Se dirigió hacia la puerta sin molestarse en mirar a Mori nuevamente—. Si eso es todo, me voy.
Mori lo observó irse, su sonrisa aún presente, aunque más tenue, mientras se recostaba nuevamente en su silla.
Fuera de la oficina, Chuuya estaba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados, esperando a que Dazai saliera. Cuando lo vio aparecer, dio un paso adelante.
—¿Qué te dijo? —preguntó, su tono aún lleno de desconfianza, pero no exento de una curiosidad genuina.
Dazai lo miró con una sonrisa sardónica, sus ojos volviendo a su usual brillo travieso.
—Nada importante, Chibi. Solo lo de siempre. —Sus palabras salieron como una burla deliberada, pero algo en su voz estaba más apagado de lo normal—. Aunque debo decir… el verde te quedaba bien.
Chuuya, instantáneamente furioso, levantó el puño como para golpearlo.
—¡Maldito miserable! —gritó, pero antes de que pudiera reaccionar, Dazai ya había dado un paso atrás, esquivando el golpe.
—¿Otra vez con lo mismo, Chuuya? —Dazai rió, aunque su sonrisa no alcanzaba sus ojos—. He memorizado todos tus movimientos.
Antes de que Chuuya pudiera replicar, Dazai ya se había girado, caminando por el pasillo con las manos en los bolsillos, dejando a Chuuya allí, furioso y con una sensación incómoda de que algo más había ocurrido en esa oficina.
Chuuya, aún lleno de frustración, lo siguió por el pasillo. No podía dejar que Dazai se escapara tan fácilmente.
—Oye, ¿por qué tú estás limpio y yo no? —preguntó, su tono lleno de sospecha mientras aceleraba el paso para alcanzarlo.
Dazai, sin siquiera girarse, hizo un gesto hacia sí mismo con una mano, como si fuera algo obvio.
—No me gusta la suciedad —respondió con su habitual despreocupación, continuando su camino como si la conversación fuera irrelevante.
Pero Chuuya no iba a dejarlo así. Se plantó frente a él, bloqueando su avance.
—No te hagas el tonto, Dazai. Dime qué hiciste.
Dazai lo miró durante unos segundos, un brillo curioso en sus ojos. Luego, sin previo aviso, tomó a Chuuya de la muñeca y lo arrastró hacia un pasillo más solitario, alejado de los ojos curiosos de otros estudiantes.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —protestó Chuuya, pero no logró soltarse de la mano de Dazai.
Al llegar a un rincón apartado, Dazai sacó su varita y apuntó hacia las manchas que cubrían la ropa de Chuuya. Con un movimiento ágil de barrido, trazó un arco lateral en el aire, como si recogiera la suciedad.
—"Tergeo" —pronunció, dando un ligero toque hacia adelante y al instante, los restos pegajosos de la poción desaparecieron del uniforme de Chuuya dejándolo completamente limpio.
Chuuya parpadeó sorprendido, mirando su ropa. Aunque no quería admitirlo, el hechizo había funcionado a la perfección. Miró a Dazai con una mezcla de confusión y desconfianza.
—¿Cómo demonios sabes hacer eso? —preguntó, frunciendo el ceño—. Te pasas todas las clases de Fukuzawa-sensei mostrando desinterés total.
Dazai le devolvió la mirada, sus ojos medio cerrados con esa expresión despreocupada.
—Solo porque no parezca que presto atención no significa que no aprenda nada, Chibi. Hay cosas que no necesitas demostrar para saber hacerlas.
Chuuya, aún incrédulo, sacudió la cabeza.
—No podemos usar magia sin autorización. Sabes que es una infracción.
Dazai se encogió de hombros, como si la advertencia de Chuuya no significara nada.
—Es una de las ventajas de ser el hijo de alguien impresionante —dijo con una sonrisa ladina, comenzando a alejarse lentamente—. Las reglas no siempre se aplican igual para todos.
Chuuya se quedó quieto en el pasillo, mirando cómo Dazai se alejaba con esa arrogancia característica.
Las palabras «hijo de alguien impresionante» resonaban en su cabeza, y por primera vez, se sintió verdaderamente intrigado.
—¿Quién rayos es su padre? —murmuró para sí mismo, frunciendo el ceño. Hasta ahora, no había pensado demasiado en la vida personal de Dazai, pero ese comentario lo dejó con una inquietante curiosidad.
Antes de que pudiera ahondar más en sus pensamientos, la campana que marcaba el final de las clases resonó en todo el castillo, y los pasillos comenzaron a llenarse de estudiantes que salían de las aulas. En un abrir y cerrar de ojos, la figura de Dazai desapareció entre la multitud, dejándolo allí, con más preguntas que respuestas.
Chuuya apretó los puños, frustrado no solo por la desaparición de Dazai, sino también por el misterio que ahora parecía envolverlo aún más.
