Hace cuatro años…

Durante una lluviosa noche y en medio de un bosque, se podía ver una tienda de campaña grande y verde, a través de cuya tela se vislumbraba la silueta de una criatura humanoide con grandes orejas, acostada, leyendo un libro.

Quien yacía dentro de la carpa era un pequeño zorro bípedo de pelaje dorado y blanco, con grandes ojos azules y pabellones auditivos triangulares con la particularidad de tener dos colas y una gema amarilla con forma de rombo en su frente, la cual estaba emitiendo una leve luz en ese momento. El libro que se hallaba leyendo no tenía un título o una portada llamativa, además de que estaba escrito a mano, pues en realidad no se trataba de un libro sino de un diario.

—Que suerte que su primer prototipo funcionó, si no, con gran probabilidad me habría hecho daño —dijo el zorro agarrando un objeto similar a un diapasón con puntas afiladas y llevándolo frente a su rostro—. Debo recordarme a mí mismo leer si sus inventos funcionaron antes de rehacerlos y utilizarlos.

El raposo liberó un bostezo.

—Qué extraño, el sol se escondió solo hace poco más de una hora, ¿por qué tengo sueño? —se preguntó—, ah, cierto, crear luz con mi gema gasta energía, lo cual es una molestia. Vaya que me serviría una linterna, pero por ahora, lo mejor será dormir para no desintegrarme por falta de energía.

En cuanto terminó su oración, el vulpino notó que había hablado en voz alta y como si hubiese estado hablando con alguien, aunque eso no era raro en él, mas no por eso dejaba de molestarle.

—Recuerda, Tails, ya no necesitas a nadie —se dijo previo a poner un pedazo de cartón entre las páginas del libro que estaba leyendo y guardar el último en un bolso amarillo que se encontraba junto a un futón en el suelo. Una vez hecho eso, se aseguró de poner aquel objeto puntiagudo a pocos centímetros del lecho.

—Por si acaso —se dijo previo a introducirse en el saco de dormir.

En pocos minutos comenzó a ser arrullado por el sonido de las gotas de agua chocando contra el toldo y las ramas, hojas y raíces en el exterior, pero el feroz sonido de un trueno provocó que su ser entrara en alerta, lo que frustró al zorro.

—Vamos, Tails, sobreviviste a algo mucho peor que un trueno, no tienes razones para temerle —se reprochó en su mente—, en cambio, alégrate y ríete de él, porque no puede hacerte daño.

Cuando escuchó el estruendo en otra ocasión, frunció un poco el ceño y se estremeció otro más, pero se apresuró en esbozar una sonrisa, recordándose lo que se había dicho hace solo unos segundos. Para la tercera vez que se manifestó el tronido, el zorro ni se inmutó, sino que por fin se permitió dormir escuchando la sinfonía compuesta por los pequeños tambores del diluvio y el gran bombo de las nubes.

La lluvia se hizo presente durante toda la noche, haciendo de la mañana en ese bosque un hermoso paisaje en que el sol acentuaba el verdor de las hojas y el brillo de las gotas de agua.

Las cortinas que componían la puerta de la tienda de campaña fueron separadas por dos manos enguantadas, dando paso al rostro del vulpino, quien escaneó el lugar con la mirada.

—Qué hermoso día —expresó el zorro—. Debería desayunar pronto si quiero llegar mucho más lejos hoy.

Cualquier humano al oír eso pensaría que el mamífero (si se le podía llamas así) iba a buscar algo de comida, pero en vez de eso, se acercó a un punto en el que un rayo de sol caía directo sobre el piso, sin chocar con cualquier rama de los árboles, y se posó allí, realizando una larga y lenta inhalación mientras cerraba sus ojos y elevaba su cabeza y brazos. En pocos segundos, algo sobrenatural ocurrió, la piedra preciosa en su frente se iluminó hasta perder su color y volverse blanca y brillante. Así mismo, el rayo de luz redujo su superficie y se concentró en la joya del semi—animal. Así mismo, el sitio se oscureció, como si una nube hubiese tapado a la estrella que brillaba en el cielo despejado, pero pronto recobró la luminosidad que poseía, al igual que el rayo de luz retomó sus dimensiones originales.

—¡Mucho mejor! —exclamó el raposo bajando el rostro y las extremidades y abriendo los ojos—.

Ahora sintiéndose energizado, se apresuró a regresar a su carpa y ponerse un cinturón de herramientas, el cual carecía de estas últimas, excepto por aquel diapasón amarillo que recién había puesto ahí, y enrollar su saco para guardarlo en una bolsa y ponerlo en su mochila, haciendo después lo mismo con la tienda de campaña.

Estando ya todo recogido, el zorro puso la mochila sobre sus hombros e inició su travesía.

Sintiéndose motivado por la belleza del día, comenzó a hacer algo que había estado practicando desde que llegó a ese bosque. Hizo de sus colas una hélice para subir hasta estar un poco más arriba que la rama de un árbol cercano, y dejó de moverlas, cayendo por menos de un segundo, tiempo en que hizo que una de sus colas se enroscara en la rama, logrando columpiarse hacia adelante en vez de caer, utilizando el impulso cuando despegó su cola del palo con el fin de alcanzar la rama de un árbol en frente del primero, enroscando su otra cola en esta otra planta, procediendo a balancearse de nuevo con el fin de llegar hasta el siguiente madero y repetir el proceso, moviéndose con velocidad a través de la arboleda.

Tails, disfrutando de los saltos que daba de árbol en árbol, cerró los ojos para sentir el viento pasar sobre su pelo y aumentar el placer de la actividad, lo que si bien cumplió su propósito, le impidió notar que pronto ya no habría árboles en que balancearse.

Para cuando abrió los ojos fue tarde, pues su cola ya se había separado del último árbol del camino, provocando que rodara por una colina.

La superficie casi no tenía relieves y estaba llena de pasto, para había una que otra piedra por ahí que le rasparon la cara y los brazos.

Finalmente, la caída terminó, apresurándose el zorro a levantarse adolorido y quitarse el polvo del pelo.

—Rayos —maldijo—. Eso no fue muy inteligente.

Habiendo terminado de sacarse la suciedad, el raposo volvió la mirada para contemplar el bosque en que había dormido a lo lejos y después la llanura en que se hallaba ahora.

—Mmm, supongo que ya no podré balancearme, pero, por otro lado, será más fácil volar.

Motivado ahora por la idea de explorar este nuevo paisaje, el vulpino reinició su trayecto decidiendo caminar, observando con detenimiento los arbustos que encontraba cada tanto.

Transcurrieron unas cuantas horas previo a que el semi-animal decidiera tomar un descanso agachándose para disfrutar del aroma de un grupo de flores que halló por casualidad. Con la idea de complementar la sensación, unió los párpados con el propósito de concentrarse en la brisa que movía los mechones de pelo blanco junto a su boca, y por un momento, todo fue perfecto, pero quizás por eso no podía durar por siempre.

Tails abrió los ojos al escuchas un efecto Doppler detrás de él y giró un poco su cabeza para ver de qué se trataba, mas no pudo siquiera determinarlo, pues pronto se halló cayendo y aplastando las flores con un peso extra sobre la espalda.

Girando sobre sí, vio quien lo empujó y yacía en el suelo junto a él. Era una criatura similar a otra que había visto ilustrada en el diario que había estado revisando. Era un erizo, mas no como el que cualquier humano imaginaría al escuchar la palabra. Este era bípedo al igual que el zorro, diferenciándose del último en varios centímetros más de estatura, pelo negro con unos cuantos tintes rojos en los tobillos y las púas atrás de su cabeza, las cuales caían y subían como si de una cascada se tratase. Tenía también un mechón de pelo blanco en el pecho y una gema roja con un corte redondo en su ombligo.

El de pelo amarillo quiso preguntar por el nombre del desconocido, pero antes de que pudiera hacerlo éste abrió sus ojos y los dirigió al zarco. Eran rojos como la joya en su vientre y llenos de algo que el más bajo conocía bien, odio. Podía ser que en otro tiempo se hubiese dejado amedrentar por una mirada así, pero no ahora.

Enojado por la mirada, el de las dos colas usó una de estas mismas enrollándola en el tobillo del erizo y lanzándolo lejos de él.

—Discúlpate —ordenó al pelinegro parándose y sacando de su cinturón el objeto con forma de diapasón y empuñándolo.

Tras levantarse también, el pelinegro lo miró con hostilidad otra vez, procediendo a hacer de sí mismo una pelota y cargar contra el garzo, quien apuntó a su contrincante con el diapasón, pero fue golpeado y empujado varios metros sin que que pudiera hacer cualquier cosa.

Magullado, pero no queriendo rendirse, el zorro, de rodillas, apuntó el objeto de dos puntas a su rival y presionó un botón en su mango, saliendo de este un rayo, que, para sorpresa del más pequeño, el de ojos rojos esquivó con gran facilidad y velocidad el ataque.

—Es muy rápido —pensó el raposo.

El erizo cargó en otra ocasión, salvándose por poco el canino gracias a sus colas que le permitieron elevarse. Ahora considerándose a salvo estando suspendido en el aire, dirigió una vez más su ataque a su enemigo y lo ejecutó, fallando nuevamente, ante lo cual, dio inicio a una serie de relámpagos que quemaron el césped sin dar ni una sola vez al espinoso, quien lo esquivó todo realizando una especie de sincronización entre sus extremidades, enviando atrás su brazo derecho y pierna izquierda mientras tenía los contrarios adelantes y después alternando su posición, como si estuviera patinando.

En algún punto, el de la gema redonda pareció cansarse y tratar de huir, no siéndole eso permitido por el volador, quien le siguió el paso con sus colas tratando de alcanzarlo con un rayo de su artefacto, sin éxito.

El zorro vio su oportunidad en el segundo en que divisó una gran roca a la cual se dirigían, donde consideró que podría acorralar al pelinegro, mas no esperaba que este viera en la piedra su propia oportunidad, acelerando hacia la misma, lo que extrañó al raposo, pero no le quitó la rabia, decidiendo acelerar también para no perderlo sino acordonarlo.

Cuando ya estaban cerca del monolito, el vulpino realizó el que pensó que sería su penúltimo ataque, el cual pondría contra las cuerdas a su adversario al obligarlo a acelerar y dirigirse hacia la roca a sabiendas de que si intentaba rodearla o saltarla sería atrapado, pero no contó con que el erizo saltaría tras casi recibir el impacto, tomando forma de pelota y chocando contra la piedra para rebotar en ella y saltar hasta alcanzar su altura, descomprimiéndose en medio del salto y apresando a su rival en medio de su caída, poniendo, ya en el suelo, su antebrazo izquierdo sobre los hombros del dorado, impidiéndole mover sus brazos, junto con su rodilla izquierda sobre la pierna derecha del vulpino y el pie izquierdo sobre la pierna derecha del canino, inmovilizando también sus colas puesto que quedaron atrapadas bajo la espalda y el bolso del rubio.

El de ojos rojos conservaba libre su puño derecho, por lo que todo indicaba que Tails recibiría una golpiza en el rostro. Siendo consciente de esto, el zorro se retorcía en un intento inútil de escapar, temblando también por el miedo que le provocaba ver la cara enojada del de ojos rojos frente a la suya.

—Qué hago —pensaba el de ojos azules en los pocos milisegundos que tenía antes de que esa mano conectara con su rostro—. Está justo en frente de mí… espera… ¡está justo en frente de mí!

Recordando lo que le había restado tanta energía anoche, el zorro comenzó a prender y apagar la gema en su frente de modo rápido y repetitivo, lo que tuvo el efecto deseado cuando el pelinegro pestañeó, aflojando su agarre, permitiéndole al zorro darle un rodillazo en el vientre a su enemigo y después levantar su espalda para liberar sus colas y usarlas en una ocasión más con el deseo de lanzar a su contrincante lejos de él y huir volando.

Tras planear por varios minutos sin saber a dónde se dirigía en realidad, el zorro terminó por cansarse y descender para retomar aliento sobre una roca que había encontrado.

Jadeando debido al esfuerzo y el estrés del momento, el zorro, pese a que lo intentaba, no podía evitar evocar el recuerdo de lo que había pasado recién, junto con el miedo y la ira que se combinaban en su cabeza en ese instante, y sin embargo, eso no era lo peor, sino el hecho de que había perdido.

—Tonto —se llamaba a sí mismo el zorro en su mente mientras comenzaba a llorar—, tonto, tonto.

Se golpeaba la frente con la muñeca mientras repetía como un mantra esa palabra.

—Sigo siendo el mismo —dijo ahora en voz alta a la par que aumentaba la intensidad de su sollozo.

A medida que las lágrimas caían por sus mejillas, el potente sentimiento de frustración que lo había abordado comenzó a evocar en su memoria otras muchas ocasiones en que se había sentido así y a quienes lo habían hecho sentirse así. Recordó sus miradas de asco al encontrárselo y sonrisas complacidas cuando lograron que huyera con el corazón y el cuerpo herido, a veces hasta el punto en que se desintegró tras encontrar un lugar para esconderse.

—Pero ellos ya no están —sonó una voz en lo profundo de la psique del zorro.

—Porque yo los derroté —se respondió el vulpino a sí mismo, deteniendo su llanto y limpiando sus lágrimas con sus brazos.

Recuperando su compostura y bajando de la roca, el zorro se quitó su mochila, que, de alguna manera, si bien se había ensuciado, permanecía sin agujeros ni ningún otro tipo de daños, y movió el cierre para abrirla y extraer de ella aquel cuaderno que había estado leyendo la última noche.

—Este libro me enseñó que podía ser más de lo que era—habló a sí mismo mientras lo abría donde había dejado el cartón—. Era débil, pero este libro me dio la fuerza para enfrentarme y ganarle a quienes me parecían invencibles. Ahora me he encontrado con un enemigo mucho más fuerte, pero no será así por mucho tiempo.

Sentándose y recostando su espalda sobre el monolito, comenzó a leer el diario desde donde se había quedado.

El fuego de su ímpetu se había apagado casi por completo tras al menos una media hora de relajante e ilustrativa lectura, y se habría consumido por completo, de no ser por un pasaje que le pareció muy interesante al raposo:

Pese a que ninguno de los "Foto sapiens" ha manifestado esa habilidad aún, sospecho que ellos podrían adquirir el poder para manipular la luz de su entorno y que conforma su cuerpo y la de sus congéneres, logrando absorberla y cambiar la forma y coloración de sus cuerpos, así como la de sus iguales, lo que, creo, conllevaría un gasto de energía considerable.

—Cambiar de forma —pronunció el zarco con curiosidad depositando el pedazo de cartón en medio de la bitácora.

Quería descubrir si la hipótesis descrita en el libro era acertada, por lo que se paró y retiró el guante de su mano derecha para después comenzar a imaginar que sus dedos y garras eran mucho más largos, pero nada sucedió, aun si trataba de hacerlo con todo su empeño y lo intentó por varios segundos.

¿Por qué no funciona? —se preguntó—. ¿Qué estoy haciendo mal?

Entonces, el zorro recordó algo que había leído en el cuaderno que había ojeado hace solo unos minutos:

Asimilando aquella cita, decidió pensar en un mejor método para realizar su propósito.

—Bueno, estoy tratando de manipular mi cuerpo, es decir, luz —comenzó—. Manipular luz, ¿Dónde he escuchado eso antes?

Si viviera en un mundo de caricaturas, una bombilla se habría encendido sobre la cabeza del garzo.

—¡Más bien cuándo he hecho eso antes! —se exaltó—. Claro, cuando desayuno muevo la luz de mi entorno hacia mi gema y la almaceno, así que, tal vez si inicio mi transformación de manera similar…

El zorro llevó su mano frente a su rostro y se concentró tal y como lo hacía al desayunar, excepto por que esta vez no cerró sus ojos, sino que los mantuvo sobre su mano mientras su gema comenzaba a brillar. Más pronto de lo que el zorro esperaba, observó sus dedos alargarse junto con sus zarpas.

—¡Lo logré! —clamó el rubio al alcanzar su cometido.

El zorro procedió a quitarse su otro guante, zapatos y medias para descubrir qué más podía hacer, divirtiéndose al poco tiempo cambiando los extremos de sus extremidades con el fin de que se parecieran a las de las distintas criaturas dibujadas en el diario.

De nuevo se habría olvidado del porqué de su experimentación de no ser porque al pasar una de las páginas del diario observó aquella ilustración de una criatura con púas.

—Debo concentrarme —se regañó el vulpino perdiendo su sonrisa y convirtiéndola en un ceño fruncido—. ¿Cómo podría este poder ayudarme a derrotar a ese erizo?

El raposo cerró sus ojos para pensar mejor.

—Bueno, puedo verme como yo desee, lo que significa que no tengo que preocuparme por que me reconozca —razonó el chico—, pero después de lo que pasó, dudo que sea muy amistoso con cualquiera, así que, ¿cómo despistarlo?

El rubio abrió sus ojos otra vez, encontrándose con el libro abierto aún en la ilustración del erizo.

—Mmm, es muy parecido a él —dijo para sí, lo que le dio una idea.

—Cualquiera se confundiría al encontrarse con una persona igual a él —afirmó en voz alta—, si tomo su forma, lograré despistarlo lo suficiente como para tener una ventaja.

Con un nuevo objetivo, se concentró en los recuerdos que tenía de la figura de su contrincante, cerrando por esto sus ojos:

Era fácil visualizar ese pelaje azabache y ojos rojos, pero la cosa se complicaba al pensar en detalles como la curvatura de sus espinas o el tono exacto de estas mismas y sus tobillos, pero no dejaría que eso lo detuviera.

Inició agregando varios centímetros a su estatura hasta alcanzar una similar a la del pelinegro, alargando sus extremidades para que su cuerpo fuera armónico, continuando con la aparición de espinas que caían en grupos hacia atrás de su cabeza y se elevaban un poco en los extremos, terminando por reducir sus colas hasta que desaparecieron y hacer crecer una mucho más pequeña en medio de su columna vertebral, adoptando de esta forma la estructura física de su rival, al menos según la recordaba, siendo ahora un erizo de pelo dorado y blanco con ojos azules, lo que se apresuró a alterar, disminuyendo al mínimo la luminosidad de su cuerpo, asegurándose de borrar el blanco de su barriga y labios, cuyos bigotes aledaños también eliminó, teniendo ahora un hocico casi lampiño.

Finalizando con los detalles, encontrando una forma de ocultar gema dentro de sí y apareciendo una joya redonda en su ombligo. Dio brochazos de rojo a los lados externos de sus tobillos y a la mitad inferior de las espinas que tenía por cabello, terminando con un conjunto de pelos blancos en su pecho.

Se veía igual que su atacante de hace unos minutos, con la excepción de que no tenía esos curiosos guantes con zapatos y anillos, pero bastaría con tener la misma apariencia para desconcertarlo, sin embargo…

—Él es muy rápido, aunque pueda acercarme lo suficiente como para capturarlo, golpearlo o desestabilizarlo, podría huir con facilidad, por lo que necesito un respaldo, aparte de que, en esta forma, no puedo huir volando, aunque…

Se concentró en recuperar la forma de sus apéndices posteriores, logrando dividir su, por el momento, corta cola en dos mucho más largas y peludas.

—Bueno, creo que tengo un respaldo para eso —supuso el zorro—, si tan solo pudiera utilizarlas como uso mis brazos.

Lo último que dijo le dio una idea más al niño. Volvió a enfocarse en sus colas, esta vez para alargarlas hasta cerca del quíntuple de su estatura.

Notando un guijarro a unos cuantos metros, dio uso a sus nuevas elevando una de ellas y girando su cadera, comportándose ésta como un látigo, cuyo extremo llegó pronto al pedrusco y lo envolvió. Sonriendo mientras traía hacia él su captura, el vulpino dijo con resolución:

—Estoy listo.

La noche había caído. El zorro, incluso un poco agotado por los cambios de forma y con los pies algo adoloridos por la falta de zapatos, sacaba fuerzas del deseo de venganza en su interior para seguir buscando. Por fortuna, seguía poseyendo su visión nocturna en esta figura, por lo que podía distinguir hasta cierto punto lo que estaba a su alrededor. Rocas, unos pocos grupos de pasto y flores y unos pocos árboles, pero sin indicios de aquel mobiano de ojos rojos, pero eso no duró mucho, pues pronto vio una estela de ese color.

Haciendo de sus colas un par de aspas, siguió a su objetivo mediante su rastro carmesí como un depredador seguiría el olor de su presa, asegurándose de mantenerse en silencio y a la distancia suficiente como para no ser detectado hasta que así lo quisiera.

Cuando el espinoso por fin se detuvo el zorro no podía calcular cuánto tiempo había pasado, pero lo relevante es que había obtenido su oportunidad.

Descendiendo a unos diez metros de su contrincante, redujo el tamaño de sus colas hasta que se vieran (se viera ahora) igual a la del pelinegro. Llevó su mano tras su espalda para asegurarse de tener todavía su aparato con forma de diapasón ceñido a él mediante su cinturón, que al ser negro se camuflaba con su pelaje. Tras confirmar que lo tenía, comenzó a caminar hacia el ser.

Estando a unos dos metros, el que en un principio era más alto lo escuchó y giró su cabeza, cambiando su expresión enojada por un rostro sorprendido.

—¡¿Pero qué?! —exclamó el erizo con una voz grave, descubriendo el vulpino que no había tomado en cuenta el timbre de su enemigo, por lo que decidió no hablar para no levantar sospechas.

Dio los pocos pasos que le faltaban hasta estar cara a cara con el erinaceido, asegurándose de mantener una expresión neutral para no provocar cualquier sentimiento más en él.

—¿Quién eres? —preguntó muy extrañado el velocista.

Poniendo una leve sonrisa para bajar la guardia de su objetivo, el erizo falso puso una mano sobre su hombro y descargó todo su peso sobre el verdadero, sometiéndolo en el piso, sacando con su otra mano, ya con sus rodillas sobre el suelo, el artilugio lanza rayos de su espalda y apuntarlo hacia su presa, lo que no ocurrió debido a la veloz respuesta del auténtico espinoso, quien llevó sus rodillas a su pecho con el propósito de patear el del farsante.

Sabiendo que quedarse quieto más de medio segundo sería un error, el raposo se aseguró de girar sobre sí mismo queriendo volver a ponerse sobre sus pies, justo a tiempo para ver a su rival hacerse una pelota azabache con brillos bermellón, a lo que reaccionó recuperando sus colas de zorro, dándoles una gran longitud, realizando nuevamente el movimiento de anca con la pretensión de conducir una de ellas hacia el proyectil que se dirigía hacia él y capturarlo en medio de su trayecto, atrayéndolo hacia el arma que sostenía firme en su puño enguantado.

Fue una sorpresa descubrir que el erizo vio a través de su trampa y se descomprimió en medio del vuelo, y no solo eso, sino que intuyó su propósito y lo volvió en su contra cuando aprovechó su proximidad para forzar su brazo y apuntar su arma hacia su frente.

En el estrés del momento, el vulpino no imaginó más que dejar caer su artefacto y enroscar una de sus colas en el tobillo del erizo para elevarla y hacerlo caer, asegurándose de liberar su brazo en el momento.

Se agachó pronto para recuperar su dispositivo, mermando el agarre de su cola, lo que le dio al erizo, quien detuvo por un instante su forcejeo por el golpe que se dio en la cabeza al desplomarse, oportunidad de escapar, pero el zorro, en su furia, no lo iba a permitir.

Alcanzando el punto máximo de su determinación gracias a su desesperación por impedir la huida de su contrincante, recordó algo que había leído hace mucho tiempo. Guardó su aparato en su cinturón, cerró los ojos y alargó sus colas más de lo que imaginaba que podía e hizo de ellas una hélice, que por su diámetro en adición al poco peso del semi-animal lo elevaron en el aire en una altura que no había alcanzado nunca en el pasado. Grandes volúmenes de aire a su alrededor se vieron obligados a seguir el movimiento de sus apéndices, comenzando a generar una fuerza que atraía todo en el entorno y lo forzaba a dar vueltas.

El zorro abrió los ojos, logrando ver que había creado un tornado y pudo ver en su interior árboles, rocas y montones de hierba, incluido un punto negro con motas rojas que reconoció al instante, lo que lo llevó a ejecutar la segunda parte de su plan.

Le devolvió a sus colas sus dimensiones originales, provocando que su tornado perdiera fuerza poco a poco y lo que había en su interior comenzara a ser disparado en distintas direcciones, incluido su objetivo, contra quien arremetió propulsándose mediante el giro de sus colas, logrando así impactar con gran rapidez contra el suelo.

Finalmente, lo tenía donde lo quería. El azabache estaba sometido y debilitado, mientras que el zorro, habiendo recuperado su forma original tras el impacto, tenía una mano en su cuello y su artefacto en la otra.

Decidido a terminar su trabajo, el zorro, sonriendo, movió su hombro para llevar su arma al cuerpo del erizo, y lo hubiera hecho, de no ser porque, en medio del desplazamiento de su puño, vio sus ojos.

Estaban entreabiertos y húmedos, un poco cansados, pero aun así suplicantes, denotando tal vez querer dejar de vivir pero, tal vez por el primitivo instinto de supervivencia o un motivo más personal, rogar porque se le permitiera seguir existiendo. El zorro conocía bien esa mirada, pues él mismo la había visto en sí y estaba segura de haberla tenido muchas veces en el pasado.

Dándose cuenta de toda la situación, sus sentimientos, sus deseos y el punto al que había llegado para conseguirlos, supo que no valía la pena y que sería un hipócrita si llevaba a cabo su objetivo.

Alejando el artefacto del pecho del erizo, retiró su mano de su cuello y se paró.

—Lo siento —dijo previo a subir por los bordes del cráter que había creado para volver al lugar en que había dejado su mochila.

En el camino, pudo ver la destrucción que había causado en el lugar que antes había sido un hermoso sitio y ahora parecía un campo de batalla, lo que lo hizo razonar más, dándose cuenta de que realmente no había tenido forma de saber que el erizo seguiría por esa zona para luego atacarlo siendo que podía recorrer tan grandes distancias en tan poco tiempo.

Se dio cuenta de que había entregado medio día de su vida a un propósito estúpido solo porque alguien se había tropezado con él, y bien podría haber sido más tiempo.

Una vez que recuperó su mochila decidió acampar justo donde estaba, metiéndose a su futón justo después de armar su tienda de campaña.

Trató de dormir, pero todo lo que aparecía ante sus ojos era la cara suplicante del espinoso, y en ocasiones la suya.

Espero haber logrado justificar el poder que tiene Tails en mi fanfiction y que les haya gustado la primera batalla que escribí.

Si les ha gustado hasta ahora, por favor compartan mi historia y añádanla a sus favoritas.