Nota de autor:
Muchas gracias a saray0202 y a todos los que leyeron el capítulo anterior :D
Lucip0411:¡Muchas gracias por leer y comentar! Me alegra mucho que te esté gustando la historia. Nos leemos en el próximo capítulo :D
FernandaAmitla: Yo ni me acuerdo ni cómo se divide JAJAJAJAJA XD paso a responderte en AO3. ¡Gracias por tu apoyo como siempre!
.
.
CAPÍTULO VII
.
.
.
Una semana después.
• RIN POV •
-El príncipe quiere que vayas a sus aposentos.
-¿A esta hora? -cuestioné sorprendida. Al fin y al cabo ya todos estaban durmiendo.
El soldado levantó una ceja pero no respondió a mi pregunta.
-Levántate rápido de tu cama y ven con nosotros.
Tuve que acatar las órdenes, aunque fueran toscos conmigo. Até mi capa roja, como solía hacerlo siempre, y mantuve mi vestimenta: un largo quitón blanco. Las demás mujeres solo me observaban de reojo pero no comentaron nada al respecto.
Custodiada por los soldados fui guiada por los pasillos ya conocidos hacia las enormes puertas de los aposentos del príncipe de Esparta. Ellos golpearon la firme madera. Sesshomaru abrió la puerta. Estaba vestido con una túnica color beige, que llegaba hasta el suelo, y sin ningún tipo de insignia real. Era la primera vez que lo veía así. Nos miramos directo a los ojos, y finalmente caminé por inercia dentro de los aposentos. Los soldados hicieron una leve reverencia y Sesshomaru sólo cerró la puerta, dejándolos del otro lado.
-Principe Sesshomaru, ¿acaso planea tomar mi virginidad? -fui directa apenas nuestras miradas se cruzaron.
-No hagas preguntas tontas -susurró con calma, cabizbajo y templado, caminando hasta donde estaba su escritorio.
Claro que lo sé. Sesshomaru jamás me obligaría a hacer algo que no quiero.
-¿Qué haremos entonces? -pregunté.
-Saldremos a dar un paseo.
Abrí los ojos pasmada.
-¿Un paseo?
Asintió para luego sonreír de medio lado:
-¿Acaso alguien te prohíbe salir conmigo?
-No, pero... -titubeé y me di cuenta que mis labios no podían dejar de sonreír por la grata noticia-, me hace feliz saber que finalmente saldré de este castillo... ¿a dónde iremos?
-Iremos al pueblo... a los alrededores del bosque... a donde sea...
-¿A dónde sea? -insistí.
No respondió.
Pero yo ya sabía de ante mano la respuesta.
No podían vernos juntos a la luz del día, principalmente porque yo sigo siendo una simple sierva y no puedo estar libremente en los alrededores.
Lo miré mientras él caminaba hasta su perchero, agarrando una capa negra y atándola a su cuello. Se acercó hasta la ventana y luego me miró.
-Acercate Rin..
Tardé unos minutos pero finalmente asentí, acercándome hasta él. Miré hacia abajo.
-Los soldados que custodian mi ventana cambiaron de turno. Solo unos minutos para escapar.
Lo vi sentarse sobre el marco. Colocó una pierna hacia el vacío y luego la otra se mantuvo en el suelo de la habitación. Alzó su mano hasta mi posición. Lo miré dubitativa.
-¿Le temes a las alturas?
Me mantuve integra y con la seriedad de un soldado, declaré:
-No le tengo miedo a nada.
Su sonrisa irónica no abandonó su rostro y luego se deslizó rápidamente hasta el suelo.
Desde abajo me miró. Tragué duro y miré su rostro impasible y luego la columna. Ya lo he hecho antes, solo que anteriormente no me importaba matarme y caerme. Puedo hacerlo de nuevo. Tengo que estar a su altura.
Me senté en el marco, puse ambas manos sobre la columna. Y descendí por la columna, pero a mitad de camino mis manos tocaron algo asquerosamente viscoso. Me solté sin querer y perdí el equilibrio. Sin embargo, el príncipe Sesshomaru, con una destreza impecable, me recibió en sus brazos. Mantuve sellados mis parpados, a la par de mis descontrolados latidos.
-Rin ya puedes abrir los ojos -lo escuché susurrar. Abrí a medias un ojo y vi su rostro apacible.
Algo abochornada deshice el abrazo que mantenía sobre mi cuerpo y regresé a mi bajita estatura, mientras él me observaba desde su metro noventa.
Nuestras miradas se cruzaron en un instante cargado de tensión, ese momento crucial que podría cambiar el curso de nuestras vidas...
Sin embargo, no podía traicionar su confianza. No deseaba alejarme de su lado.
Tomé su mano con suavidad. Miró tranquilo nuestras manos, sin todavía sostener la mía.
-Perfectamente podrías largarte a correr para escapar -susurró con curiosidad.
¿Escapar?
-Yo no quiero escapar de ti, ambos somos prisioneros de este reino -revelé y ahí finalmente él cerró sus dedos contra mi mano.
-Entonces vamos a dar nuestro paseo...
Así, mis piernas entumecidas comenzaron a seguir su ritmo. Tuvimos que esquivar a algunos guardias, pero Sesshomaru era lo suficientemente hábil para moverse gracilmente sin ser visto, así que me dejé guiar.
Cuando por fin cruzamos los corredores del patio interno y algunos pasillos flanqueados por altas columnas, la naturaleza apareció ante nosotros. Respiré profundamente varias veces, disfrutando del aire fresco que sentía como un elixir de libertad llenando mis pulmones, observando el entorno con curiosidad, aunque la oscuridad de la noche ocultara los colores vibrantes de la vegetación.
Había extrañado el infinito cielo nocturno, el sonido, los aromas, absolutamente todo...
Continuamos nuestro recorrido hasta que nos vimos obligados a escalar un muro para cruzar al otro lado, donde se encontraba la polis circundante.
Al llegar a la cima, el viento acarició mis mejillas, desordenando mis cabellos que cegaron mi visión por unos instantes y luego mi corazón se desbordó dentro de mi pecho al ver lo que me esperaba del otro lado.
Desde lo alto, podía contemplar las titilantes luces de la polis, tan espléndidas y luminosas como si fueran estrellas terrestres. La ciudad parecía infinita, perdiéndose en el horizonte, y el suave rumor de la vida nocturna flotaba en el aire, evocando la presencia de incontables personas en aquel vasto lugar.
Sesshomaru sostuvo devuelta mi mano y comenzamos a bajar cuesta abajo por la colina. Yo con una emoción centellante dentro del pecho. Pasamos por un pequeño trecho de mágico bosque y finalmente pudimos entrar a una primera calle.
Mis ojos analizaron con curiosidad las atractivas casas, los faroles, las esculturas, las tiendas, todo lo que constituía aquella zona urbanizada. Y exclamé:
-¡Qué hermosa que es la libertad...!
De repente de una casa iluminada salió disparado un hombre, que cayó de bruces contra el suelo.
Me escondí detrás de Sesshomaru.
Del mismo lugar salió otro hombre tambaleándose, y así fue como ambos individuos se largaron a discutir sin tomar en cuenta nuestras presencias.
-Que hermoso que es el mundo real -susurró con desprecio e ironía Sesshomaru, comenzando a tomar rumbo por otra calle.
Me mantuve un instante mirando aquella escena y finalmente, gracias a las lecciones que me había dado, pude leer la palabra "bar" inscrita sobre una columna.
Oh, sí, recuerdo ver situaciones similares cuando vivía con mi madre...
-Rin, camina... -ordenó el príncipe Sesshomaru cuando vio que yo tardaba en reaccionar.
Lo miré y finalmente asentí, corriendo hasta su lado.
-Solo quédate cerca... -me pidió a medida que caminábamos, y yo poco a poco comencé a observar con más atención los alrededores, como un búho que gira su cabeza hacia todas las posiciones.
Terminamos en una calle, que ante mis ojos parecía ser infinita. Estaba fuertemente iluminada y muy gratamente decorada. En los alrededores se escuchaban músicos callejeros, se veía hombres y mujeres bien vestidos, y a lo largo del caminó se extendían pequeños puestos en los que se vendía al parecer de todo un poco, desde comida a artículos de alfarería y hasta enormes armas. Sostuve por inercia el brazo de Sesshomaru, como si fuera algo natural entre nosotros, mientras caminábamos y yo con la mirada curioseaba todo lo que estaba en venta.
En un momento, ví nuestro reflejo en los espejos de bronces pulido que estaban vendiendo y mi corazón latió con fuerza. Éramos como una joven pareja, como las otras tantas que caminaban en los alrededores.
Apreté con más fuerza su musculoso brazo y sonreí para mis adentros.
Él detuvo sus pasos y me miró curioso por mi reacción.
Parpadeé avergonzada, apartándome.
-Príncipe Sesshomaru, ¿tú no tienes miedo de qué te reconozcan y que te vean a mi lado?, ¿acaso no es por eso qué salimos a esta hora?
Él me miró a medias.
-No creo que lo hagan.
-¿Pero los militares y los demás nobles?
-Están en su propio banquete a estas horas -comentó con disgusto.
-¿Y todos los demás?
-Los pueblerinos sólo me reconocerían si llevara mis insignias y guardias. No suelo salir de mi castillo, ni de noche ni de día. Allí tengo todo lo que quiero y, si necesito algo, mis soldados lo traen. Esta es apenas la segunda o tercera vez que visito una de estas ferias nocturnas.
-¿Segunda o tercera vez?, ¿desde cuando se hacen?
-Desde siempre...
-¿Y tú cuántos años tienes? -finalmente me animé a preguntarle.
-Tengo veintiséis años...
Paré mis pasos de golpe y él también.
-¿De verdad eres tan viejo? -cuestioné perpleja y por primera vez pude sentir el poder aniquilador de su fría mirada.
-¿Viejo?
-Es que yo pensé que eras más joven... como de diecinueve años... tienes un rostro muy delicado y bonito, demasiado juvenil para la edad que tienes y no te ves como un espartano... pensé que éramos más cercanos en edad, pronto cumpliré diesiete, ahora en primavera y pensé que... -pausé al ver que estaba divagando con los hombros cohibidos y las mejillas ruborizadas-, aunque es verdad, ahora que lo dices tú mencionaste que a los treinta años te casarías conmigo y que en ese entonces yo tendría veinte años, entonces... um...
-¿No me veo como un espartano? -preguntó con esa voz que podía congelar al mismísimo Hades.
Tartamudeé.
-Lo que intento decir es que eres demasiado hermoso, casi como una divinidad... como si tu belleza fuera digna de Apolo, o incluso de Afrodita. Es... una belleza que parece de otro mundo...
Sesshomaru no respondió nada y continuó caminando con ese andar tan elegante y majestuoso. Yo me dispuse a ir a su mismo ritmo, con mi caminar más torpe y danzante.
El silencio se mantuvo. No me atreví a sostener devuelta su hermoso brazo y mantuve mis manos entrelazadas contra mi falda. De repente giró hacia una calle un poco menos transitada e iluminada. Lo sentí susurrar apacible:
-Tú también.
-¿Yo también?
Sesshomaru detuvo sus pasos y me miró de llenó de un modo muy serio. Mis labios titubearon y no me dio tiempo a reaccionar, cuando, sin importarle estar en medio de esa calle transitada, me sostuvo de las mejillas y presionó con delicadeza sus suaves labios contra los míos. Cerré los ojos por inercia, ante el fresco y dulce contacto, y los latidos de mi corazón se dispararon hasta mis oídos. Apartó unos milímetros su precioso rostro y susurró:
-Tú también eres atractiva...
No supe como interpretar las molestas mariposas en mi vientre, que parecieron subir por mi pecho, hasta asentarse en el calor de mis afiebrados pómulos.
Él sólo me miró una vez más y continuó caminando.
Mis piernas reaccionaron y fui detrás de su imponente figura.
Caminamos un par de minutos en completo silencio, hasta que me sostuvo del antebrazo, arrastrándome hacia una calle que nos sacó de aquel lugar transitado. Comenzó a marchar con apuró por otras calles y finalmente divisamos la oscuridad del bosque. Cuando estuvimos unos metros adentrados en el secretismo de los arboles, colocó mi espalda contra un grueso tronco y se abalanzó hacia mi boca con más intensidad.
Le correspondí de la misma forma.
Un calor extraño se propagó por todos los rincones de mi cuerpo, como si hubiese encendido una fogata, y mis frágiles extremidades desearon atrincherarse a su fuerte figura, pero él era más alto que yo y yo era tan pequeña.
Sesshomaru pareció pensar lo mismo cuando colocó sus fuertes manos contra mi trasero y me levantó. Aproveché para envolver mis piernas contra su cintura, de modo que nuestros rostros quedaron a la misma altura. Continué besándolo torpemente, intentando seguir el ritmo vivaz de sus expertos labios... de su lengua, de su boca, de cada nuevo suspiro.
Sus labios se escaparon de los míos besando con adoración mis mejillas, hasta mi cuello y clavícula. Reí risueña ante sus caricias y él me miró con esos ojos de oro, tan preciosos.
-Creo que rompí sin querer nuestro trato -susurró irónico con sus labios rozando mi quijada.
Me largue a reír y él de nuevo me besó de imprevisto.
Y se agachó hasta terminar sentados en el suelo, yo con mis piernas todavía envueltas en su cintura y con mis brazos por encima de sus hombros. Él sin dejar de abrazarme, me recostó suavemente en el suelo, sus cabellos plateados cayeron como una cortina sobre su hombro y, siempre tan delicado con su tacto, continuó besándome con mesura y fragilidad. Éramos como dos enamorados, aunque él nunca me lo confesara sé que con cada meticuloso y dulce roce había ese extra entre nosotros, que iba más allá de lo mundano del sexo.
Agradecí que fuera tan cuidadoso y precavido y que no quisiera solo arrancarme la ropa y tener sexo duro contra el ras del suelo, como seguramente acostumbraban los hombres espartanos.
O al menos dentro de mi imaginario inocente e idealizado, desde mi inexperiencia juvenil, desde todas las formas más profanas de la naturaleza, yo quiero que me amé, quiero que me desee, quiero amar su cuerpo, tocarlo y besarlo por todas partes.
Quiero ser respetada y amada, y quiero dar y recibir lo mismo.
Depositó un beso en mi clavícula y luego se apartó de mí, arrodillándose entre mis piernas abiertas, todavía cubiertas por la ropa. Sus manos se deslizaron por mis caderas hasta mis muslos. Ahí se detuvieron. Lentamente sus ojos subieron por mi cuerpo hasta asentarse en lo profundo de mis ojos.
Acaricié tímidamente el dorso de sus fuertes manos y luego las aparte con delicadeza de mis muslos, para sostener los pliegues de mi quitón, enrollandolo suavemente por encima de mis caderas, pero todavía cubriendo mi entrepierna.
La expresión en su rostro no cambió pero hubo algo en su mirada que si lo hizo.
Y yo no comprendí dónde quedó mi pudor o timidez, o si esto era un reflejo de mi rebeldía y curiosidad juvenil, o tal vez era la sensación de libertad fuera de esas cuatro paredes opulentas, aquí tan libres como la naturaleza, corriendo el riesgo de ser descubiertos, pero quería que me tocará.
Sus manos rozaron la desnuda piel de mis muslos y la recorrieron como si fuera seda hasta subir por mis caderas, dónde sus pulgares se asentaron. Me sostuvo firme y suspiré con fuerza cuando golpeó mi cuerpo al suyo, y pude sentir un bulto duro, todavía cubierto por su larga túnica. Envolví mis piernas a su cintura. Me miró directo a los ojos y se apartó y volvió a empujar y sentí las paredes de mi entrepierna contraerse.
De repente se puso tenso.
Sesshomaru no decía nada, como si se hallará absorto en sus propios pensamientos. Desarmo el candado de mis piernas en su espalda, apartándome cuidadoso de su cuerpo y cubriendo el mío con mi tunica. Luego se levantó del suelo.
Lo miré completamente petrificada.
¿Acaso hice algo mal?
Las esquinas de mis ojos picaron.
Él no me observaba, sus ojos se hallaban mirando hacia un punto oscuro dentro del bosque. Yo dirigí mi mirada hacia allí y mis oídos pudieron percibir por primera vez las risas femeninas.
Entonces fue eso. No me estaba rechazando.
Me senté de golpe, completamente abochornada.
Acomodó su túnica y peinó con delicadeza sus largos cabellos plateados. Parecía haberse transformado en otra persona, más seria, más frívola, más como el individuo que era con sus soldados. Comenzó a caminar hacia la procedencia de aquellas voces. Yo lo seguí detrás, con las piernas entumecidas, todavía percibiendo las sensaciones de lo que casi habíamos hecho y que no pudimos concluir...
Detrás de dos árboles, vimos a dos jovencitas. Se hallaban sentadas en el suelo, alrededor de lo que parecía ser una vela y un maso de cartas. Bebían del pico de unas botellas y parecían estar en su propio mundo, riendo y charlando animadamente.
Sesshomaru salió de nuestro escondite, caminando con esa gracia que hace que todo el mundo se quede tieso de miedo.
-No deberían estar aquí -dijo, con un tono que podría congelar un volcán.
Las chicas casi saltaron del suelo, soltando las botellas que explotaron por el contacto contra el suelo.
-¡Su majestad! -gritaron al unísono, con la coordinación de un coro pero la gracia de un dúo de borrachos. La chica de cabello oscuro casi se desploma de cara contra el suelo.
Sesshomaru las miró con esa mezcla de aburrimiento e irritación que solo él sabe dominar.
-Qué inesperado verlo por aquí, su majestad... -murmuró la chica de coleta, claramente intentando no hacer contacto visual.
La otra, en cambio, parecía haber olvidado todo sentido de autocontrol. Se tambaleó hacia donde yo estaba y me miró de arriba abajo como si yo fuera una rareza en exhibición.
-¿Quién eres? -preguntó, arrastrando las palabras-, ¿están en una cita? -Y se inclinó tanto hacia mi que me hizo sentir incómoda.
Parpadeé. Ella parpadeó.
A pesar del estado en el que estaba, no podía negar que era hermosa, con ese largo cabello oscuro y facciones delicadas.
Sesshomaru no respondió, pero su expresión dejaba claro que no disfrutaba la situación.
-¡Kagome! -exclamó la chica de coleta, visiblemente avergonzada-, ¡compórtate!
Kagome sacudió la cabeza un poco, como si hubiera salido de un trance, e inclinó torpemente la cabeza en dirección a Sesshomaru. Sin embargo, volvió a tambalearse, y por un segundo, pensé que se iba a desplomar.
-Oh, Sango tiene razón -dijo con una risita nerviosa-. Su majestad, príncipe Menomaru... no, digo, príncipe Inuyasha... ¡ay, no, ese idiota no! ¡Príncipe Sesshomaru! -comenzó a disculparse como si su vida dependiera de ello-. Por favor, no nos delate con el comité real ni con los sabios, ni con... bueno, ¡usted ya sabe!
Sesshomaru, con una calma que rayaba lo sobrehumano, finalmente habló:
-Regresa a tu templo y deja de hacer el ridículo.
-No se enoje, su majestad -balbuceó Kagome, claramente fuera de sí-. ¡Puedo leerle el futuro! Si yo quiero, claro... perdón, quise decir si tú quieres...
Y antes de que nadie pudiera detenerla, Kagome agarró la mano de Sesshomaru, sin un atisbo de temor. Sango, mientras tanto, parecía una estatua de mármol por lo petrificada que estaba.
Kagome miró la mano de Sesshomaru con una seriedad que no combinaba con su estado. Observó las líneas, luego levantó la vista y lo miró directamente a los ojos. Repitió la acción varias veces, como si estuviera tratando de asegurarse de algo. Sus expresiones faciales iban empeorando con cada mirada, hasta que, de repente, soltó la mano del príncipe como si le hubiera quemado.
Y se quedó callada. Completamente inmóvil, como un soldado.
Sesshomaru parpadeó suavemente, expectante.
-¿Y bien? -preguntó, con un tono que exigía una respuesta.
Kagome no dijo nada. Sus labios se apretaron, su rostro palideció, y sus ojos evitaban cualquier contacto visual. Sabía algo, lo había visto, pero no lo diría. El silencio era más ensordecedor que cualquier confesión.
-¿Qué has visto? -insistió Sesshomaru, visiblemente irritado.
Pero Kagome solo tragó saliva y cerró la boca con fuerza. Y entonces, de la nada, hizo una arcada... y vomitó directamente sobre los pies de Sesshomaru.
Sango corrió hacia ella para socorrerla mientras Kagome intentaba disculparse entre arcadas, claramente demasiado asustada como para poder hablar coherentemente.
Sesshomaru no se movió. Ni una palabra. Se mantuvo imperturbable como una estatua.
Yo, por mi parte, tuve que llevarme una mano a la boca por el shock. Grillos y renacuajos también callaron.
Finalmente, sin decir una sola palabra, el principe se dio media vuelta y comenzó a caminar.
Y yo caminé detrás de él, mientras detrás de nosotros oía a Kagome disculpándose en todos los idiomas que la borrachera se lo permitía. Las miré por última vez de reojo.
-La princesa Sara no estará muy contenta por esto -murmuró Sango.
-... al final no era homosexual... -agregó Kagome, todavía mareada antes de vomitar otra vez.
Aceleré el paso para alcanzar a Sesshomaru.
-Principe Sesshomaru, ¿quiénes eran esas chicas? -pregunté, fingiendo que nada extraño acababa de ocurrir.
-Una es la sacerdotisa suprema de Esparta y la otra es la hija de un general -respondió él, con un tono que no admitía más preguntas.
Pero no podía dejar de pensar en lo que Kagome había visto. Algo en su reacción me tenía intrigada.
Caminamos en silencio durante unos momentos hasta que, inevitablemente, la curiosidad me ganó.
-¿Quién es la princesa Sara? -pregunté, un poco nerviosa.
Sesshomaru me lanzó una mirada que decía claramente: "¿por qué sigues preguntando?".
-Una noble -respondió sin darle importancia.
-¿Es tu prometida?
Me lanzó otra mirada como si hubiera dicho una inmensa tontería.
-No tengo ningún interés en ella -dijo, seco.
Un leve malestar se apoderó de mí. No sabría decir por qué, pero no podía dejar de pensar en lo que Kagome había visto en esa mano...
.
.
.
Dos días después.
• SESSHOMARU POV •
Observé su figura tranquila, recostada sobre un sillón lleno de almohadones, mientras comía perezosamente de un racimo de uvas.
-Hijo, me iré por doce meses a los territorios de Fócide y Tesalia, y tú te quedaras a cargo de Esparta -reveló mi padre Kirinmaru, dentro de aquel inmenso salón donde sólo nos hallábamos nosotros dos.
Finalmente mi rostro mostró una diminuta expresión y mi corazón se detuvo un instante para luego latir emocionado, como si hubiese recibido un soplo de vida repentino.
-Es lo correcto -comenté sin demostrar la alegría que aquello me ocasionaba, pero tampoco pensando mucho si había algo más detrás en su repentina generosidad.
Un año sin acatar las órdenes del rey. ¡Oh, eso sería como la ansiada libertad! No habían nuevos planes de conquistas y he estado casi toda mi vida en el campo de batalla sin descansar. Esto sería como un tramo de vacaciones inesperadas.
-Es momento de que lleve un poco de orden y haga acto de presencia en los alrededores de los nuevos territorios conquistados y quiero viajar un poco. Desde hace veinte años que no pasó alguna temporada en otros territorios, siempre eres tú el que se ocupa de eso...
Y me miró con cierto aburrimiento.
Lo miré apacible.
Ojalá se fuera por siempre y que no regresará jamás.
-Además por otra parte considero que es hora de que reflexiones a solas sobre algunos asuntos personales. Quiero que pienses sobre un futuro matrimonio con alguna princesa o noble que pueda darle un heredero digno a nuestro reino. Ya has rechazado a muchas muchachas de valioso porte. Cuando regresé, espero que ya tengas una respuesta concisa sobre tu futuro, ya que de eso depende nuestro imperio...
No respondí nada.
Sinceramente el matrimonio no era un tema que llamara mucho mi atención, pero doce meses serían más que suficientes para que el reino bajo mi mandato acepte a Rin.
.
.
.
